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JOSEPH MÉRY

Relatos
Traducción y notas por Alberto Alcamp de: «Infortunes amoureuses des
éléphants», «Les Ruines de París, l'an de J.-C. 3848», «Un chat, deux chiens,
une perruche, un nuage d'hirondelles », «Explorations de Victor Hummer»,
«Les Deux Batailles», «Un chinois à Paris», «La chasse au châstre» y «Un
amour de séminaire»
Infortunios amorosos de los elefantes 3
Las ruinas de París, el año 3848 d.C. 13
Exploraciones de Víctor Hummer 21
Un gato, dos perros, una cotorra, una bandada de golondrinas 54
Las dos batallas 72
Un chino en París 83
La caza del «châstre» 100
Un amor de seminario 121
El sabio y el cocodrilo 133
La pesca del león 150
Infortunios amorosos de los elefantes
Infortunes amoureuses des éléphants,
«Contes et nouvelles»

Una tarde de julio de 1851, cenábamos ingleses y franceses, todos naturalistas


excepto yo, en el hotel de los Príncipes, en la calle Richelieu; ya había transcurrido una
hora desde la larga visita realizada al parque zoológico del bulevar del Temple.
Estábamos felices de hallar durante la sopa un tema de conversación; el nuestro se
prestaba a pedir de boca.
—¿Qué dice su naturalista Buffon1 del elefante? —me interrogó de repente sir
Charles Darlimple, mi comensal de la derecha.
—Buffon —respondí—, dice que el elefante es el más grande ser de la creación,
que tiene una trompa, dos orejas anchas, dos defensas de marfil, que es muy inteligente,
muy templado, muy susceptible de educar, muy...
Sir Charles me interrumpió con un ligero movimiento de su tenedor, y prosiguió
con una amplia sonrisa que corregía la brusquedad de la interrupción:
—Conozco esa definición del elefante; traducida al inglés en nuestro Saavers, de la
Real Sociedad de Londres; hasta es por todas partes... ¿Todavía tiene algún otro autor
que hable del elefante?
—Sí, conozco el Compendio de la Naturaleza del doctor Magnin, de Montpellier;
dedica al elefante este pareado:
Antaño los elefantes llevaban torres enormes;
en ellas, los guerreros pasaban jornadas tristes.
—¿Y después de este pareado —insistió sir Charles—, qué añade el doctor
Magnin?
—Pasa al leopardo, al cual dedica sólo este alejandrino:
El leopardo es uno de los animales salvajes.
—¡Vaya! —exclamó el coronel Feneran, que no hacía sino algunos días había
regresado de Ceilán, donde estaba al mando de un regimiento de la Compañía de la
India—. Ustedes cuentan con naturalistas de singular elocuencia. ¡Conceden un pareado
al elefante y un único verso al leopardo! El sabio zoólogo indio Peno-Peï dedica cien
páginas al kandjil, un animal tan grande como mi mano, y que nadie conoce.
—¿Y cuántas páginas dedica al elefante? —pregunté al coronel.
—Este gran naturalista escribió sobre el elefante una obra específica que no quiso
acabar. “Dejo a otros —dijo— el cuidado de completar mi obra, si puede acabarse; lo
que dudo. Escribiremos la última palabra sobre el hombre; sobre el elefante, jamás”.
—Reconozco lo que encierra de verdad tamaña exageración —observó sir Charles
—: dicho misterio no ha hecho sino acrecentarse el año pasado cerca del lago Makida.2.

1
Georges Louis Leclerc (1707-88), Conde de Buffon, célebre naturalista francés autor de una
monumental "Historia Natural" en 44 tomos que recopilaba el conocimiento científico con un fin
eminentemente divulgativo.
2
Entre Gondokoro y Nebile, en la provincia sudanesa de Equatoria, el curso del Nilo se convierte en
una sucesión de rápidos y pequeñas cataratas, entre ellas las Makedo, que da nombre a la región al
este del Nilo y a sus tribus locales (makedos o makidas). No existe el tal lago Makida, aunque Méry
—¿Un misterio sobre el elefante? —pregunté con la ingenuidad propia de un
alumno en zoología.
—¡Oh! ¡Sé a qué se refiere usted! —apuntó al coronel Feneran en tono reservado.
—Y precisamente —añadió sir Charles—, ansiaba, en la casa de fieras del bulevar
del Temple, poder constatarlo con los dos jóvenes elefantes que, intencionadamente,
habían sido dispuestos junto a la gran jaula de los monos.
—¡También yo anhelaba lo mismo! —exclamó el coronel, riéndose.
—Perdón —hice observar a estos señores—; usted me cuenta una fábula titulada los
Elefantes y los Monos, pero tan sólo me cita el título; espero la continuación.
Sir Charles miró en derredor y me dijo, señalando a nuestras vecinas, las jóvenes
inglesas:
—Hay en esta sala ciertos oídos delicados a los que los detalles íntimos de la
historia natural probablemente asustarían; vayamos a tomar café.
Así que pasamos en seguida al salón del café, donde, dado que las mujeres son
repelidas de allí por el humo de los puros, pudimos charlar de zoología con absoluta
tranquilidad.
Después de las grandes cenas, existe un momento solemne para el estómago: aquel
en que al perfume del café se agrega el perfume del tabaco; Moka y La Habana, estos
dos maravillosos países, se asocian para proporcionar un festín al cerebro. Es el
momento en que se cuentan las cosas más encantadoras, donde la palabra regocija al
oído y al espíritu. En tiempos de las cámaras parlamentarias, los oradores bebían agua
azucarada antes del exordio; también sabemos lo que les sucedió.
—Permítame, señor —dijo sir Charles—, plantearle una sencilla cuestión: ¿Por qué
la tierra no se halla totalmente poblada de elefantes?
Tan brusca pregunta, disparada a quemarropa tras una bocanada de puro, me hizo
retroceder contra el respaldo de la silla. Bajé los ojos, los alcé al techo, rodé mi habano
entre el pulgar y el índice, sorbí veinte gotas de moka, y no respondí nada. Era
humillante, frente a un inglés.
—¡Cómo! —añadió sir Charles—, ¿usted mismo jamás ha llegado a plantearse
dicha cuestión?
—Nunca —respondí.
—¿Usted sabe —continuó sir Charles—, que el elefante se acomoda a todas las
latitudes?
—Sí.
—¿Que puede vivir tanto en Calcuta como en París?
—Sí.
—¿Que está dotado de semejante potencia sexual que desafía la tisis pulmonar y las
postraciones de la espina dorsal, y que los excesos más fogosos del himeneo no
provocarían ni una arruga a su epidermis de metal?
—Lo conozco, sir Charles —respondí—, mas no me atrevería a escribirlo, es
demasiado humillante para la humanidad, y para el sexto acto de las comedias. Estos
privilegios exorbitantes son creados por la naturaleza en provecho de los animales.
—¿Usted sabe —prosiguió sir Charles riéndose, tal y como suelen reírse los
ingleses, de mi brusca salida—, que Pirro3, rey de Epiro, en la batalla de Heraclea, tenía
una caballería de elefantes?
quizá se refiera al extenso lago más al sur cuya existencia revelaron los makedos al explorador maltés
Andrea de Bono (1821-71), no descubierto sino hasta 1864 por Samuel Baker (1821-1893), al que
bautizó lago Alberto.
3
Pirro (318-272), rey de Epiro; ha pasado a la Historia como el primer griego que luchó contra los
romanos, llegando a derrotarlos tanto en las batallas de Heraclea como Ausculum, aunque a costa de
padecer severas pérdidas. A este tipo de triunfo se le llama desde entonces victoria pírrica.
—Tuve noticia de ello en otro tiempo, sir Charles.
—¿Entonces sabrá que Nicanor, en su batalla contra los macabeos 4, contaba en su
ejército con tres veces más elefantes de los que tuvo Pirro?
—También lo sabía —repliqué con un movimiento de impaciencia—; ¿pero, en
nombre del cielo, adónde quiere llegar mentándome a Pirro y Nicanor?
—No se precipite —me dijo sir Charles—; no había nada tan común en otro tiempo
como un elefante; hoy, este animal es un fenómeno que se exhibe en una jaula, a dos
francos la entrada. Los soldados de Nicanor, de Pirro y de Eleazar Macabeo 5 bien se
hubieran reído si un beluario6 forastero les hubiera pedido cuarenta céntimos por
mostrarles un elefante. En cambio, hoy la especie corre la amenaza de extinguirse,
mientras la raza de los cuadrumanos ha aumentado, desde Nicanor, en proporciones
extraordinarias, sobre todo bajo ambas laderas de la cordillera africana de los montes
Lupata, bautizada por los geógrafos LA ARTERIA DEL UNIVERSO7.
—Y dé gracias, sir Charles —dije, no sin cierto reproche—, de que no se extinga
antes de que concluya la exposición de su teoría, si sigue demorándose en sus
disgresiones.
—Le ciega su ímpetu —observó el coronel Feneran—; sir Charles procede con
suma maestría.
—¡Cómo! —exclamé—. Me acaba de mandar a paseo a los montes Lupata.
—¡Pues bien! Lleguemos al quid de la cuestión —prosiguió sir Charles—. Gracias
a mis preliminares, que le parecen superfluos, usted va a conocer un misterio,
recientemente descubierto, relativo a los elefantes.
—¡Por fin! —respiré aliviado—; sus preliminares ha durado lo mismo que mi puro:
es excesivo.
—La ciencia no cuenta los puros —me reprendió con severidad sir Charles—; tome
de allí otro y descienda conmigo desde lo alto de LA ARTERIA DEL UNIVERSO al gran
bosque de Wiliakarma8. Vamos a cazar in fraganti el misterio, con la ayuda del
reverendo Philipps, uno de los más intrépidos viajeros conocidos desde 1847. ¡Padre de
los grandes descubrimientos, tú, al que nombran azar, bendito seas! Tal es la
exclamación favorita del naturalista Peno-Peï: me servirá de epígrafe...
»El reverendo Philipps, acompañado de un negro de la tribu de los makidas,
marchaba, como Adán, sobre una vasta llanura donde el paso del hombre jamás había
hollado su arena o su pasto. El ardiente sol de África alcanzaba su cenit, asfixiando los
árboles y calentando los ríos; mientras, los leones dormían en las cavernas del cercano
monte. No se oía otro ruido salvo los silbidos de las multicolores cotorras y la risa
entrecortada de los monos, como si, en ausencia del público burgués, criticasen este
magnífico drama del silencio interpretado por el Sol, África y Dios.

4
Hechos narrados en Macabeos II, 15.
5
En “De las guerras contra los judíos”, Flavio Josefo narra como Eleazar murió aplastado por un
elefante de guerra al que dio muerte durante la batalla de Betacharia.
6
Beluario: domador de bestias feroces o, por ext., mozo de circo.
7
Los Montes Lupata o Espina del Mundo, legendaria cadena montañosa que partía en dos el continente
africano, según rumores recogidos por los primeros exploradores, hoy en día identificada con la
cordillera occidental que cierra la gran depresión del Valle del Rift, frontera natural entre la selva
ecuatorial y la sabana.
8
Confusa trasncripción de Sitsikamma (Sudáfrica), bosque al este del Cabo de Buena Esperanza, hoy
reserva natural, deducida por las cambiantes grafías con que Méry lo menciona en sus relatos
africanos, pero en el presente, ambientado en el África central, resulta una más de sus habituales
imprecisiones, al confundir la bahía de Algoa (cercana al Sitsikamma), bautizada por los portugueses
Lagoa (“laguna”), mismo nombre que antaño recibiera la actual bahía de Maputo (en francés
D’Agoa).
»El joven makida lanzó de improviso una mirada significativa a Philipps,
señalándole, sin gesticular, con un simple movimiento de pupila, el lindero del gran
bosque. Philipps le respondió mediante la seña que quiere decir: “lo-vi”. Entonces el
negro lanzó dos vistazos seguidos a su fusil y se tocó con la mano izquierda ambos
pendientes de latón que colgaban de sus orejas, lo que significaba, en lengua adamita 9,
que era tal su puntería que podía abatir esos dos elefantes con solo dispararles una bala
entre las orejas. Se trataba de dos elefantes que, la casualidad, había interpuesto en el
camino de Philipps. La proposición del cazador negro fue rechazada mediante un gesto
imperioso del reverendo Philipps, que no era un traficante de marfil, sino un naturalista
observador.
Después de este preámbulo solemne, sir Charles abandonó súbitamente el tono
grave y, lanzando sobre el mármol del velador la colilla de su consumido puro, me
preguntó:
—¿Qué haría usted si se topase así, en un desierto, nariz contra trompa, con dos
elefantes?
—No tengo la menor idea de qué haría —respondí—, pero sí sé bien lo que hubiera
hecho M. de Buffon.
—¿Y qué habría hecho M. de Buffon?
—Se habría desmayado momentáneamente, con sus puños de encaje, entre los
brazos de su negro, y proseguido sus observaciones al día siguiente.
—Veamos, pues, lo que hizo el intrépido Philipps —prosiguió sir Charles,
encendiéndose un segundo cigarro—. Cuando dos elefantes, se asegura, abandonan a
mediodía la frondosidad del bosque, tienen que tener un motivo. Por el contrario, dos
ingleses que en el mes de agosto salieran desde Las Tullerias, a la misma hora, para dar
un paseo hasta la plaza de la Concordia, no tendrían propósito alguno; sin embargo,
tratándose de dos elefantes, es bien distinto: los elefantes son demasiado sensatos para
permitirse los caprichos de un inglés. Se lo demostraré.
»Dando pequeños pasos, Philipps se internaba en la vasta llanura a través de la
tupida maleza de euforbios, cactus y gigantescos áloes; valiéndose de un potente
catalejo, podía ver a los cuadrúpedos sin ser descubierto; otra circunstancia favorecía
también al naturalista: el viento soplaba hacia los montes Lupata, y las exhalaciones de
los ardientes sudores humanos, que traicionarían la presencia de un enemigo, no podían
llegar al extraordinariamente fino olfato de los colosos africanos. Nuestros dos elefantes
avanzaban en el desierto con lentitud simétrica, siempre separados uno del otro por una
distancia de quince pasos; el que cerraba el paso de vez en cuando se detenía y miraba
con melancolía las enormes ramas que se extendían a lo largo desde el lindero del
bosque. Philipps alargó su catalejo en esa dirección, puesto que, pensaba, un elefante no
se detiene a mirar tras sus pasos sin tener tras de sí nada que ver. Un inglés es otra cosa;
pasea con la cabeza al viento a lo largo de toda la verja de Hyde-Park y, de repente, gira
sobre sus talones para mirar en dirección a Kensington-Garden; se da la vuelta sin más,
simplemente por el gusto de hacerlo. Conocemos todas estas extravagancias de un paseo
ocioso; no son dignas de nuestra atención.
»¡El elefante, al contrario, sabía bien donde dirigía sus ojos! Una colonia nómada
de grandes monos se balanceaba, como una ronda de faunos10 burlones, en las
prominentes ramas de los cercanos árboles, llegando incluso el viento a arrastrar sus
gritos, abucheos y risotadas hasta oídos de Philipps. El elefante así mofado por estos
9
Adamita: profeso del adamismo, secta de ciertos herejes que celebraban sus reuniones desnudos y
tenían por lícita la poligamia.
10
Fauno: ser mitológico, mitad hombre, mitad cabra, caracterizado por su gusto a las fiestas, al vino y
las orgía, muy mujeriegos y propensos a perseguir y seducir ninfas.
histriones cuadrumanos, balanceaba su enorme cabeza, y rumiaba para sus adentros,
como el Micromegas11 de Voltaire, “Estoy tentado por volverme y aplastar a todos estos
insectos”.
»Pero los monos, adivinando el pensamiento de Voltaire y del coloso que recorría
sus tierras, continuaban sus atroces bromas con sumo cuidado de hallarse fuera del
alcance de su trompa o sus colmillos de marfil. El desgraciado elefante, obligado a
hacer caso omiso de sus insignificantes enemigos, proseguía la marcha, trompa gacha,
pareciendo querer decir: “¡Es increíble que no se pueda hacer lo que se plazca en un
terreno que nos pertenece mucho más que a estos saltimbanquis de los árboles!"
»El elefante que avanzaba delante evidenciaba en todos sus movimientos ese pudor
que traiciona al sexo débil, pero que, en las jóvenes elefantas, es todavía más
pronunciado; nada existe más casto bajo el sol que la prometida de esta gran especie
zoológica. Lucrecia12 habría pasado por Mesalina13 en una manada de elefantes. Es un
hecho reconocido. Sin embargo, si debemos dar crédito a Philipps, y sin temer
calumniar a nadie, la joven y púdica desposada del desierto, ocultando su rostro bajo sus
anchas orejas, hizo un gesto con la trompa a su colosal amante, que enseguida lo cazó al
vuelo: señalaba, a una considerable distancia del bosque, un macizo de mirtos14, cuyas
ramas pendían demasiado flexibles para guarecerles de espectadores bufos. El elefante
emitió un barrito de felicidad, como si hubiera dicho en inglés: “¡Very nice!”, y siguió a
su prometida, como el hijo de Ciniras 15 seguía a la rubia Venus cuando el dedo de la
diosa señalaba un bosque de mirtos en Amathonte16 o en la ilustre Rodas.
»Y el reverendo Philipps, camuflándose tras las oportunas hojas de áloe, siguió a
los dos amantes con la emoción propia del neófito que, cuando cualquier profano en la
materia ya se hubiese retirado, asiste a la revelación de temibles misterios. No podía
perder detalle de tan extraordinaria escena; era consciente de que, caprichos del azar, le
era concedido ahondar en uno de esos desafíos que compensa con creces cualquier
esfuerzo: echar por tierra todas las teorías científicas. El momento era solemne: el
poderoso himeneo de los dos colosos iba a consumarse sobre una tálamo nupcial creado
por el sol africano; el desierto se veía embalsamado de aromas como el harén de un
emir; una catarata vecina y un río sin nombre cantaban un epitalamio más bello que el
de Manlius y Junia17; el amor de los centauros y de los titanes parecía sacudir esta tierra

11
Micromegas es el protagonista de un cuento homónimo de Voltaire, un extraterrestre descomunal de
8 leguas de altura (32 kilómetros) que visita la Tierra.
12
Lucrecia, la mujer más virtuosa entre los patricios romanos, fue violada por uno de los hijos del rey,
bajo amenaza de difamarla por adúltera. Ultrajada, Lucrecia se suicidó no sin antes hacer jurar
venganza. A raíz de dicho episodio, la familia real fue expulsada de Roma y se proclamó la República.
13
Libidinosa y bella esposa del emperador Claudio. Según cuenta Juvenal, Mesalina dio rienda suelta a
su ninfomanía llegando a prostituirse, bajo el apodo de Lycisca, en el barrio de Susurra. Asimismo,
salió victoriosa del retó con la prostituta más famosa de Roma, consistente en saber cuál de las dos
podía atender a más hombres en un día.
14
Las flores del mirto (o arrayán) brotan de unos tallos alargados y, al igual que sus hojas y frutos,
proporciona un aceite aromático muy apreciado en perfumería. En la antigüedad era considerada
símbolo del amor y la belleza y, junto a la rosa, se le asociada a la diosa Venus, quien se refugió entre
sus ramas huyendo de unos sátiros.
15
Se refiere a Adonis, fruto de la relación incestuosa entre Mirra y su padre Cíniras, rey de Chipre, a
quien había embriagado para la ocasión. Adonis y Venus protagonizaron un tórrido romance que
acabó en tragedia cuando Adonis fue abatido por un jabalí.
16
Antigua ciudad griega al sur de Chipre.
17
Se refiere al carmen (cántico) LXI de los “Carmina” del poeta latino Cátulo (siglo I. a.C.), donde se
festejan los esponsales del cónsul romano Lucio Manillo Torcuato (implicado en la primera conjura
de Catilina) y Junia Arunculeya.
con arrebatadas voluptuosidades e irrefrenables pasiones, cuando un grito, el grito del
bendito pudor, resuena en el desierto y lo desbarata todo.
»Un remolino de jóvenes monos, ágiles como ardillas, encomendados, sin duda, por
los cuadrumanos mayores, desde lo alto de los cactus y los áloes, valiéndose de garras,
colas y dientes, se precipitaron como una nube de bufones sobre el matorral de mirtos
donde los dos gigantes de la creación tarareaban la primera nota del dueto final de El
Conde Ory18, ineludible escala para toda clase de criatura o amor, tierno prolegómeno a
toda voluptuosidad. El elefante macho lanzó una mirada de soslayo sobre estos
disturbadores del legítimo cariño, y bramando como el Vesuvio antes de la erupción, se
puso a podar, a fuerza de trompazos, todos los tallos del matorral de mirtos que servían
de anfiteatro al público cuadrumano del desierto. ¡Venganza estéril! Durante dicha
devastación, los jóvenes monos saltaban sobre la espalda del elefante, sirviéndoles así
de trampolín para lanzarse a lo alto de los tallos de aloe, mientras se acompañaban de
muecas, aullidos, silbidos, carcajadas, abucheos y aspavientos que sumían en la
desesperación a la púdica prometida, petrificada como el elefante Iravalti19, esculpido
sobre roca, en los templos subterráneos de Élora20. La plaza era ya indefendible para la
pareja de enamorados; los monos no daban muestras de batirse en retirada; la posición
les ofrecía dulces frutas y agua fresca en abundancia; comían, bebían y se reían a un
mismo tiempo como espectadores de los suburbios sentados en la cuarta grada del circo
de Tito21 para ver a elefantes combatir en liza. Se requería, pues, tomar una decisión.
»El desgraciado macho exhaló un profundo suspiro, cuyo sentido fue comprendido
correctamente por su joven desposada, puesto que respondió con las mismas notas al
unísono Esta expansión simultánea de dos corazones primitivos habría enternecido a los
salvajes del lago de los makidas, pero no encontró en torno a los mirtos devastados más
que ecos de estridentes bromas. ¡"Así —pensaban los dos elefantes—, así se acaba de
esfumar este hermoso sueño que habíamos concebido en la oscura espesura del
bosque22! ¡Nuestra vida es muy corta, por desgracia!, ¡no vivimos más que dos siglos!
Pero, en fin, es agradable poder pasar en compañía estos contados minutos de felicidad,
rodeados de las dulces alegrías de la familia y la ternura del amor."
»Por el grado de desesperación reflejado en la frente de ambos elefantes, el
reverendo Philipps adivinó que la persecución de la cual eran víctimas se había iniciado
ya hace mucho en la hondura del bosque de Wiliakarma y que, en cada etapa de su
periplo de enamorados, siempre hallaban alguna nueva raza de cuadrumanos que se
turnaba para, impelidos por una malicia infernal, apagar la antorcha del himeneo, como
dicen en las óperas. Así volvió a quedar patente para este naturalista observador que los
elefantes, estas nobles y sobrias criaturas, estos entes pensantes, tenían alrededor y
sobre sus cabezas unos enemigos encarnecidos que, de continuo, los atormentaban con
mofas, sobre todo en los actos más íntimos de la vida privada. El reverendo Philipps
comparó los elefantes con esos sabios de Grecia que no podían dar un paso por Atenas o
18
“Le Comte Ory”, ópera del compositor italiano Giacchino Rossini (1792-1868), estrenada en París en
agosto de 1828.
19
Iravalti o Airavata, elefante transportador del dios védico Indra (o Vayu). En el Rig Veda, colección
de antiguos himnos y canciones hindúes, Indra se describe como el rey de los dioses.
20
Grupo de templos esculpidos en roca viva al noroeste de Bombay. El más impresionante y
majestuoso de todos es el Templo de Kailasa, flanqueado por elefantes tallados.
21
El famoso Coliseo de Roma. Aunque mandado construir por Vespasiano, Tito terminó las obras e
inauguró el edificio, el mayor anfiteatro del mundo romano.
22
Plinio dedica el comienzo del libro octavo de su "Historia Natural" al elefante por ser el más grande
de los animales terrestres. De ellos dice: "son los elefantes extrañamente vergonzosos y, así, por
vergüenza, jamás se toman si no es en lugar escondido, siendo... de tres en tres años, cinco días, según
se dice, cada vez, y no más; el sexto, se bañan en el río y jamás tornan al rebaño hasta haberlo hecho".
el Pireo sin tropezar con el sarcasmo o la pedrada de un loco. Diógenes, el más
hostigado entre todos ellos, inventó esa sublime broma de la linterna para demostrar que
la tierra no está poblada sino por niños mayores de quince años 23: ¡y cierto que nadie ha
logrado desmentirlo desde entonces! Diógenes, en su ansia de venganza contra la
especie humana, habría llegado incluso más lejos si hubiese tenido conocimiento de
aquellas palabras que pronunció un pobre esclavo negro de La Habana.
»Bajo los ardientes rigores del mediodía, este desgraciado trabajador se encaminaba
a pleno sol hacia la zafra, mientras que dos grandes monos perezosos, sentados bajo el
sombrajo de un chamizo, cascando un coco, entre risotadas sardónicas, contemplaban el
paso de la chusma de los esclavos.
»—¡Ah!, mira que son astutos —decía el negro al tiempo que los miraba—: ¡han
escogido no hablar!
»Philipps, bajo un calor equinoccial de cuarenta y cinco grados Réaumur 24,
abordaba así los arcanos más profundos de la filosofía zoológica a propósito de estos
dos desafortunados elefantes. Sin embargo, no los perdía de vista, a través de la espesa
vegetación de la selva. Obedeciendo a una señal acordada, transmitida quizás en una
lengua aún no clasificada por los filólogos, los dos colosos fingieron separarse y
renunciar a su cita; uno emprendió camino y pareció internarse en el bosque; el otro
prosiguió su marcha rumbo a una elevado promontorio gris, todo desnudo de vegetación
y que resultaba ser una estribación de los montes Lupata. Los monos perseguidores no
cayeron en la trampa: se dividieron en dos bandos para hostigar a los dos amantes,
incluso después del divorcio, y el concierto de estridentes abucheos que se elevó desde
dos puntos contrapuestos fue coreado por el incesante estrépito de millares de loros
burlones, que toman los árboles de África por sus perchas naturales, esperando que se
les pregunte, en las ciudades, si ya han comido.
»La separación de los dos elefantes duró breve; el desgraciado macho, constatando
que esta farsa del divorcio no surtía efecto, y que los pájaros, estos monos alados,
tomaban partido en su contra, volvió sobre sus pasos y resolvió reunirse con su
compañera para, al menos, alentarla y ofrecerle consuelo. El reverendo Philipps, que ya
se disponía a emprender camino de regreso a la bahía de Agoa 25, siguió todavía al
coloso cuadrúpedo con la esperanza de asistir a un desenlace más feliz.
»Si el elefante macho hubiera acelerado el paso, Philipps no habría podido seguirlo;
afortunadamente, debido a las dificultades del terreno, el gigante caminaba lentamente:
de vez en cuando, incluso, se paraba para arrojar melancólicas miradas sobre aquel
delicioso paisaje de apacibles oasis con que África adorna su cintura para agradar al Sol,
su esposo.
»—“No se tiene que ser adivino —meditaba Philipps—, para comprender lo que
pasa por la mente de un elefante a la vista de los arrebatadores parajes por que atraviesa.
¡Que dulce sería —pensará— poder vivir aquí junto a ella, lejos de los sanguinarios
leones y de los estúpidos rinocerontes; poder decirle adiós al perverso mundo; poder
adorar al Sol naciente, este hermoso astro que nos libera de la noche; poder alimentarse
de los frutos de la tierra, respetar al débil, proteger a las gacelas en el abrevadero y
esperar el fin de nuestros días sin crimen, guerra ni remordimiento!"

23
Famosa anécdota del filósofo cínico Diógenes, que cuenta como, portando una linterna, recorría a
mediodía las calles proclamando: “¡Busco un hombre y no lo encuentro!”.
24
Unidad de temperatura en desuso. 56ºC.
25
La actual Bahía de Maputo, en Mozambique, antiguamente conocida por los portugueses como Baía
da Lagoa ("laguna"), y de ahí deriva su nombre en francés d’Agoa y en inglés Delagoa. No confundir
con la actual bahía de Algoa, a 700 km al este del Cabo de Buena Esperanza (Sudáfrica).
»El reverendo Philipps, haciendo suyo este pensamiento, secaba las lágrimas que
corrían por sus mejillas, y añadía, sacudiendo melancólicamente su cabeza perlada de
sudor:
»—“¿Dónde, pues, la felicidad sobre esta tierra, si estos virtuosos gigantes no
pueden hallarla aquí?”
»Y seguía tras el cuadrúpedo siempre a una distancia prudencial.
»De pronto sobrevino, en este drama del desierto, un suceso inesperado que
trastornó la razón del naturalista viajero. Sobre esta tierra de África, siempre
desmembrada en imponente verdor y estéril aridez, Philipps se halló con que de golpe
cesaba la vegetación y, de los bloques de granito, surgían, aquí y allá, empenachados de
nopales espinosos. Las dos bandas de monos nómadas, llegadas a la linde del bosque,
prorrumpieron feroces gritos y se batieron en retirada, como exploradores que
descubren al enemigo, o como vendedores ambulante sin licencia que, sobre el
horizonte de un campo foráneo, ven asomar la faja de un comisario o el casco de un
gendarme. Los dos elefantes alzaron sus trompas hacia el sol, como agradeciéndole la
huída de los bárbaros. Philipps cavilaba sin comprender nada.
»Un terrible valle se abría ante el reverendo doctor como un corredor al infierno. A
derecha e izquierda de los grisáceos picos, rocas despedazadas, pedruscos negros, como
un granizo de aerolitos caído la última noche. El sendero que atravesaba este abrasador
desfiladero parecía conducir a esos reinos del vacío que menciona el poeta26. Después
de la vida exuberante, la misteriosa África mostraba la muerte. Los dos elefantes no
vieron sino en estos horrores más que un Edén de calma y amor. ¡Qué importa la hierba
de un oasis o la ardiente arena, cuando ambos son, como Adán y Eva, después o antes
de la caída! Nunca cama nupcial hecha de marfil, de seda y de oro, le pareció más dulce
al primer rey de Sybaris27.
»¡Es inagotable, en su monstruosa o encantadora fecundidad, esta África interior,
este laboratorio del Sol!
»Los dos elefantes ponían el pie en el valle nupcial, y en sus corazones parecían
renacer la esperanza, cuando dos agudos gruñidos despertaron los mil ecos de estas
lúgubres rocas. Se entraba en el terreno de los mandriles, cuadrumanos feroces y
terribles como leones.
»Encaramados sobre uno de los promontorios del valle, dos monstruosos centinelas,
avanzadilla de toda una tribu, contraían sus hocicos azules, haciendo entrechocar sus
dientes leoninos y agitándose sobre sus manos anteriores, como si advirtieran a los
elefantes: “¡No llegaréis muy lejos!” La desesperación de los dos cuadrúpedos se
manifestó por su súbito abatimiento; pareció que estos colosos se desplomasen sobre sus
cuatro pilares, como templos tetrástilos28 ante el soplo de Atila. Testigo de esta suprema
desolación, el valiente Philipps armó los dos cañones de su fusil de Birmingham e iba a
barrer del valle nupcial a estos dos monstruos, cuando el negro makida que lo
acompañaba hizo un rápido signo que lo hizo apartar el dedo del gatillo; este signo
decía: “No dispare; matará dos, pero vendrán miles que nos matarán.” Esta reflexión
llena de sabiduría hizo palidecer al intrépido naturalista: un frío glacial le penetró hasta
los tuétanos; hasta al más valiente le está permitido temblar ante la idea de verse
devorado por los mandriles. No todos los héroes aceptan por igual cualquier tipo de

26
Se refiere al poeta latino Virgilio (s. I a.C.), que narra en su epopeya la “Eneida” el descenso del
héroe troyano Eneas a los infiernos.
27
Una de las más importantes ciudades de la Magna Grecia, situada en el golfo de Trento. Alcanzó un
elevado esplendor, siendo famosos sus habitantes, los sibaritas, por su dedicación al lujo y la vida
reposada. Este término ha quedado para designar a las personas amantes de placeres exquisitos.
28
Tetrástilo: Edificio que tiene cuatro columnas en la fachada.
muerte. Héctor huía delante de Aquiles, y no temía al dios Marte 29. Eso debe
sobradamente justificar al reverendo Philipps que, en aquella formidable hora en que se
imaginó una legión entera de mandriles emboscada en el valle, abandonó el interés por
la ciencia y cruzó la frontera de las peregrinaciones desconocidas con su fiel negro
makida.
»Philipps no aminoró su paso acelerado sino en terreno seguro, a dos millas
aproximadamente del valle de los mandriles. Muerto de hambre y sed, se sentó bajo una
cúpula de palmitos y árboles de pan, con una fuente de agua fresca: el negro le sirvió
una comida frugal, pero sana, como todas las comidas que la naturaleza dispensa.
»—“Si algo me consuela de mi huida —confesaba Philipps, recobrando sus
desfallecidas fuerzas—, es que estos dos elefantes me habrían conducido, de monos en
mandriles, hasta el cabo de Buena Esperanza si esperaba asistir aún al desenlace. ¡Pero
jamás lo hubiera visto!”
»Esta reflexión, aunque hecha en inglés, fue aprobada por el negro makida, que
conocía muy bien las costumbres de los monos y los elefantes.
»Hacia el fin de la comida, Philipps sintió temblar el suelo y, alargando la cabeza
por encima del matorral de euforbios, vio y reconoció al elefante macho, corriendo, las
orejas gachas y la trompa colgante, en dirección a Wiliakarma. La fisonomía del coloso
ya no expresaba desesperación, sino desaliento; se asemejaba al misántropo Alcestes 30
buscando un apartado retiro donde un honorable elefante hallase la libertad, o todavía al
último de los romanos, un Bruto reprochando a la Virtud: “¡No eres más que un
nombre!31” El noble cuadrúpedo había abandonado a su compañera con intención
evidente de renunciar a los amores y refugiarse en algún tebaico 32 para gozar de los
austeros placeres del celibato. Philipps dejó escapar una lágrima por este gran infortunio
y, tomando las debidas precauciones para no toparse en el mismo camino con el terrible
anacoreta, se dirigió hacia la bahía de Agoa, donde se hallaba anclada su nave.
»Cuando se hallaron fuera de los peligros de esta aventurera expedición y de toda
preocupación científica, el salvaje africano y el reverendo doctor retomaron el lenguaje
que les permitía intercambiar sus pensamientos. Ayudados por una pantomima
expresiva, algunas palabras inglesas, algunas sílabas africanas, ambos se bastaban para
entenderse de maravilla.
»De este modo, el negro makida puso en conocimiento de Philipps la siguiente
reflexión:
»—Maestro, le habría podido ahorrar bien este periplo, contándole todo lo que ha
visto, y sin tener que correr usted ningún peligro. Eso que le ha parecido tan
extraordinario a usted, nos parece de lo más natural a nosotros, gentes de estos páramos.
29
Héctor y Aquiles, personajes del poema homérico la "Ilíada". Tras infligir una severa derrota a los
griegos, los troyanos deciden regresar a Troya para resguardarse de la furia de Aquiles, pero Héctor
decide hacerle frente: “Me propongo no huir... Que Ares (Marte) es a todos común y suele causar la
muerte del que matar desea"; pese a tan firme determinación, al ver aparecer a Aquiles emprende
despavorido la huida, efectuando tres vueltas a las murallas hasta que planta cara a su oponente,
muriendo en el combate.
30
«El misántropo» (1666), de Molière. Alceste, su protagonista, es un hombre que renuncia a cuantas
ventajas están al alcance de su mano, en su empeño moral por ir en contra de las formas hipócritas que
detesta de la sociedad, no usando de ellas para su beneficio.
31
Marco Bruto, hijo adoptivo de Julio Cesar y uno de sus asesinos. Acosado por sus enemigos, prefirió
suicidarse atravesándose con su espada, no sin antes pronunciar: "¡Virtud, no eres más que un
nombre!" Se ha llamado a Bruto el último romano, y hoy se emplea su nombre para designar a un
republicano inflexible que sacrifica todo, incluso su vida, a los principios.
32
Tebaico: lugar aislado de retiro para llevar vida de anacoreta; su nombre proviene del Tebaico,
desierto del Alto Egipto donde, según la tradición, habría vivido San Antón o Antonio Abad (251-
356), monje cristiano fundador del movimiento eremítico.
Sabemos que los monos de toda especie han sido creados por el Gran-Espíritu para
acosar a los sensatos elefantes durante la noche y el día. Sin los monos, los elefantes
serían los hombres más felices sobre la tierra; y son los más desdichados."
»¡El reverendo Philipps, que, en sus trabajos como en sus amores, tanto ha tenido
que padecer las maldades de los bimanos, secó dos lágrimas que no iban dirigidas a los
elefantes!
Sir Charles terminó así su historia, y quedamos sumidos en tristes ensoñaciones.
—Toda esta historia, en el fondo, es demasiado triste —admitió el coronel Feneran
—; vayamos a pasear por el bulevar Italiane...
Por la tarde, no hay cabida para la tristeza sobre este bulevar, ni tan siquiera para el
amor.
Las ruinas de París,
el año 3848 d.C.
Les Ruines de París, l'an de J.-C. 3848,
«Une conspiration au Louvre»33,

El Falansterio34 Atlasiano es, sin lugar a dudas, la más encantadora creación de la


Fraternidad Africana: este rincón de tierra no alberga más que tres mil familias, pero es
propuesto como residencia modelo para todos los pueblos de la Nueva-Francia, desde
Argel hasta las fuentes del Nilo.
La pasión por los altos estudios arqueológicos ha empujado a dos viajeros del
Falansterio Atlasiano a visitar esta antigua tierra de Francia, donde la civilización
alumbró sus primeros destellos, y cuya historia física y moral no es hoy más que un
caos sin guía y sin luz. Denis Zabulon y Jérémie Artémias son las antorchas de la
moderna ciencia. El primero tiene por abuelo el inmortal físico al cual debe el género
humano una paz inalterable. Se sabe que este gran filántropo inventó, hacia el año 3509,
una admirable máquina que destruyó dos flotas de cinco mil naves a vapor y ciento
treinta y tres mil combatientes, en menos tiempo que necesita un reloj para anunciar el
mediodía. El sublime inventor había descubierto que la atmósfera marítima es
inflamable sobre una extensión de cien leguas cuadradas, y se abrasa espontáneamente
por medio de un tizón de amianto y de diamante pulverizado. Antes de este
descubrimiento, las naves, armadas de simples cañones perfeccionados en la Paixhans 35,
no vomitaban más que un millar de bombas incendiarias al minuto, de manera que un
tercio de las dos flotas enemigas sobrevivía siempre después de la batalla. El abuelo
Zabulon, popularizando su filantrópico secreto de destrucción, obligaba a dos flotas a
incendiarse mutuamente hasta la última chalupa y el último marinero. También, desde
hace tres siglos, ya uno no se pelea en el universo; el exceso del mal ha engendrado el
bien.
El universo ha recompensado este generoso descubrimiento concediendo a
perpetuidad a la familia Zabulon, hasta el Juicio Final, una pensión de diez mil
falansterios de oro, hipotecados sobre el tesoro del género humano, en la mina de Quito.
Denis Zabulon gasta noblemente esta fortuna hereditaria, y la pone a disposición de las
necesidades o placeres de los hermanos mapamundanos.

33
Recopilado en el volumen “Une conspiration au Louvre”, inicialmente se publicó por entregas en el
JOURNAL DE TOULOSE (1847), en cuyo título aparecía el nombre de París invertido.

34
Falansterio: comuna autosuficiente de producción y consumo ideada por los socialistas utópicos de
principios del siglo XIX. Debe recordarse que, en 1846, tuvo lugar en Saint-Denis du Sig (Argelia)
uno de los primeros ensayos de colectivismo agrario, de inspiración sansimoniana y furierista.
35
En 1822, el coronel de artillería francés Henri-Joseph Paixhans publica el libro Nouvelle force
maritime, donde preconizaba que el futuro de la Armada se hallaba en buques blindados propulsados a
vapor. Asimismo, fue el primero en diseñar proyectiles cilíndricos con carga explosiva, remplazando a
las viejas balas esféricas y macizas. La primera constatación práctica de esta teoría se produjo en 1853
cuando la flota rusa, dotada de proyectiles del sistema Paixhans, destrozó a la flota turca en Sínope.
Los dos amigos atravesaron en steam-table36 el arroyo que separa África de la
antigua Francia. Con el viento ligeramente en contra, no tomaron tierra más que a
mediodía, aunque habían partido a las cuatro de la mañana. Sus provisiones de viaje se
componían de una hacina de racahut37, cuatro piernas de león, un paté de jabalí y
cincuenta ánforas de vino de Constantina 38. Hicieron sus primeras comidas sobre la
orilla desierta donde se decía que antaño floreció una ciudad llamada Marsella, o
Marsyo, o Marsalias.
Se montaron de nuevo en el steam-table, y por la tarde descubrieron, desde las
alturas, ochenta kilómetros de ruinas musgosas, que, según sus cálculos, debían
pertenecer a la antigua capital de Francia, llamada París, según unos, y, según otros
mejor instruidos, Parigi o Lutétia, palabra que significaba, en una antigua lengua, barro.
Otro sabio, el hermano Dalhia-Dream, se decanta por Parigi, no pudiendo admitir que,
en la antigüedad, una ciudad se haya llamado barro para atraer habitantes hasta ella.
Los asistentes domésticos levantaron una bonita tienda de campaña sobre la meseta
de una enorme ruina, que debía ser uno de esos monumentos llamados arcos de triunfo
en la antigüedad. Se depositaron allí los enseres y las provisiones para el viaje, y la
visita a las ruinas se postergó hasta el día siguiente.
Los dos viajeros atravesaron un vasto y espeso bosque donde las lianas se
enredaban en los árboles, y la alta hierba cubría la tierra, y descubrieron las ruinas de un
templo griego o romano que parecía datar del siglo de Pericles o de Augusto.
Denis Zabulon es uno de los raros sabios que tienen todavía algunas nociones de las
viejas lenguas griega y latina. En los diversos cataclismos que la tierra ha
experimentado, ora causados por los hombres, ora debidos a los elementos, apenas
algunos libros se han preservado para hacer llegar hasta nosotros la filiación de las
lenguas. Denis Zabulon conoce estos libros, o, mejor dicho, los esqueletos de estos
libros, y eso basta para su maravillosa sagacidad de lingüista y comentador.
Denis Zabulon, registrando las ruinas de este monumento griego o romano al oeste
de París, ha descubierto un mosaico bastante bien conservado: se trata de un gran
cuadro donde se representa a una muchacha vestida con una túnica blanca, rodeada de
jóvenes que le ofrece pulseras y anillos de oro. La muchacha, sin prestar la menor
atención a los jóvenes ni a sus presentes, mira a lejos tres cruces alzadas sobre la
cumbre de una montaña, y parece prepararse para una gran decisión. Este mosaico,
según Zabulon, nos ofrece una idea exacta del mobiliario y los trajes de esta época, cuya
fecha conserva: 1848. ¡Qué antigüedad! La gente joven de París lleva vestimentas más o
menos romanas, coraza, brazaletes, casco y sandalias; la muchacha no se cubre más que
con una clámide de anchas pañerías; lleva desnudos los pies, y sus largas trenzas de
rubios cabellos cuelgan hasta sus hombros y su seno.
Veamos mediante qué ingenioso procedimiento arqueológico, Denis Zabulon ha
reconstruido estas ruinas y demostrado el antiguo destino del monumento.
Reuniendo en una sola línea varios fragmentos de piedras contenedoras de letras,
Zabulon ha conseguido rehacer esta inscripción votiva:
DOM. SUB. INV. S. M. MAGDALENAE39

36
En inglés, en el original. Literalmente sería “mesa a vapor”. Es de suponer que se trata de un futurista
sistema de transporte volador, quizás un dirigible.
37
Racahut: mezcla semejante al chocolate, común entre los árabes, compuesta de harina de arroz,
féculas diversas, harina de bellotas dulces, azúcar y polvo de cacao, aromatizada con vainilla.
38
Región vitivinícola de Argelia.
39
Inscripción del frontón de la iglesia de La Madeleine (La Magdalena), templo de inspiración griega.
La inscripción original reza: D.O.M. SUB. INVOC. S. M. MAGDALENAE (Al Gran Dios
Todopoderoso, bajo la invocación de santa María-Magdalena). En 1806 Napoleón dedicó el edificio
Lo que significa claramente:
Magdalena ha encontrado a su marido dentro de casa:
Sub domo invenit suum maritum Magdalena.
El E que sigue encabezaba sin duda otro párrafo con una frase devorada por los
siglos; pero con lo que se conserva de la inscripción basta para probarnos que este
templo había sido dedicado a la glorificación de la virtud doméstica y el recogimiento
virginal del gineceo. ¡Lección monumental dada por los antiguos a sus jóvenes hijas!
Este templo les exhortaba a evitar los lugares públicos, circos, fiestas, paseos, y les
enseñaba también que una persona sensata, sin apartarse del hogar doméstico, podía
encontrar a buen seguro un marido en su casa, así como lo encontró esta Magdalena que
mereció un templo por sus virtudes. El mosaico completa la inscripción y desarrolla el
sentido con el relieve más expresivo. Así, las costumbres de esta época (1848) no se
habían corrompido, como ciertos historiadores lo han insinuado demasiado a la ligera.
Era, al contrario, un noble siglo aquel que elevaba un templo a la virtud aislada, a la
virgen cenobita, al piadoso recogimiento:
Sub domo invenit.
Denis Zabulon y su amigo se adelantaron hacia el este, y, a poca distancia del
monumento de Magdalena, descubrieron, bajo masas de liquen y de hiedra, trozos de
una columna triunfal que, según todas las apariencias, había tenido un revestimiento de
bronce cuando estuvo erguida. El estilóbato permanecía aun en pie; cuatro águilas,
testificando el origen romano de la columna, subsistían todavía, en razonable buen
estado de conservación, a los cuatro ángulos del estilóbato. Pero lo que colmó de alegría
a Denis Zabulon fue una inscripción romana bastante legible, aunque desmembrada,
digamos, por las garras de los bárbaros del Norte. El ilustre sabio logró reconstruir la
inscripción en el orden original, juntando los restos de la placa de mármol sobre la cual
se hallaba grabada la siguiente frase latina:
NEA POLIO. IMP. AUG.
MONUMENTUM BELLI GERMANICI
ANNO 1805
TRIMESTRI SPATIO DUCTU SUB
PROFLIGATI EX AERE CAPTO
GLORIAE EXERCITUS MAXIMI DICAVIT.40

Esta inscripción, aunque escrita en un latín de lo más mediocre, arrojará gran luz
sobre esta historia antigua sumida en tinieblas. Esta columna triunfal ha sido dedicada a
la gloria de un ejército realmente considerable, exercitus maximi, por Nea Polio, general
de Augusto, Nea Polio, imperator augusti. Nada más claro. Es el monumento de la
guerra de Germánico, monumentum belli Germanici, acabada en un trimestre, trimestri
spatio; pésimo latín, pero muy claro. La columna fue construida con el bronce
a la Gloria de su Gran Armada, hasta que se acabó de construir el Arco del Triunfo, que la relevó en
esa función, en 1837 estuvo a punto de ser transformado en estación ferroviaria, la primera de París,
antes de dedicarse definitivamente al culto en 1845.
40
La columna Vendôme, inspirada en la columna de Trajano, fue erigida con motivo del triunfo
napoleónico en la batalla de Austerlitz. La inscripción original reza «Napolio. Imp. Aug, Monumentum
belli Germanici anno mdcccv trimestri spatio ducto suo profligati ex aere capto gloriae exercitus
maximi dicavit», que traducido sería “Napoleón emperador augusto, consagró a la gloria del Gran
Ejército, esta columna, monumento realizado con el bronce capturado al enemigo durante la guerra
de Alemania en 1805, guerra que, bajo su mando, fue acabada en el espacio de tres meses.”
Inscripción absurda tanto por el fondo como por la forma, y que avergüenza leer sobre el estilóbato de
la columna Vendôme pues, en 1805, ¡existía una Academia de Inscripción y Bellas Letras!
capturado a los vencidos, ex öre capto profligati, es decir con todas las monedas de
cobre halladas al enemigo, o con su tesoro, öre.
Nea Polion, general de Augusto, tuvo pues la gloria de terminar la guerra de
Germánico; y elevó esta columna, en París, probablemente bajo el reinado del rey de
Roma, cuyo país se extendía a ambas orillas del Sena, según el historiador. La
inscripción es tanto más valiosa en la medida en que despeja un error cronológico de
dieciséis siglos aproximadamente; fija el reinado de Augusto en 1805; precisa con
exactitud el fin de la famosa guerra de Germánico y, finalmente, prueba que en 1805 la
lengua latina, aunque muy degenerada, era hablada en París. No debió ser, pues, antes
del final del decimonoveno siglo cuando la lengua francesa se formó de la corrupción
del latín.
Denis Zabulon y Jérémie Artémias sintieron ante semejante descubrimiento una
más que justificada alegría, que servía de consuelo a tantas penalidades. ¡Desenterrar un
rayo41 de entre unas ruinas e iluminar la historia, menuda gesta!, ¡y menudo tributo
rendido a la humanidad! Sin duda, el sensato rey Spirigh, entronizado en 3245, prestó
un magnífico servicio al Universo ordenando el incendio de todos los libros y todas las
bibliotecas de Europa, Asia y América. La Tierra se hallaba en un punto en que no
habías espacio más que para libros; los insectos y roedores que viven de los papeles
impresos se multiplicaban de manera espantosa, y habría sido pronto necesario que el
hombre abandonara las ciudades a las bibliotecas y a los versos. El sensato rey Spirigh,
el preclaro conquistador de tres partes del Mundo, ha prestado, pues, un verdadero
servicio a los hombres entregando al fuego estas innumerables montañas de libros, que
no servían más que para contaminar la atmósfera; puesto que se habían vuelto tan
numerosos que su formidable volumen desanimaba a la ciencia y la instrucción. El
sensato rey Spirigh ha querido dar a la historia del Mundo un nuevo punto de partida, y
declarar como carente de valor todo lo acontecido antes de su gloriosa era. Pero, aun
rindiendo homenaje al decreto del rey Spirigh, también debemos muestras de
agradecimiento a los sabios que, por medio de algunas tiras de papel salvadas de las
llamas, y de algunas inscripciones nebulosas, han arrancado a la antigüedad algunos de
sus secretos históricos. Denis Zabulon ha honrado a la ciencia, ya que, con ayuda de tres
líneas latinas, ha colmado la inmensa laguna que el incendio de todas las bibliotecas
había abierto hasta la época actual, 3844.
Continuando sus exploraciones Denis Zabulon acabó por probar que, en el
decimonoveno siglo, los franceses hablaban un latín corrompido, bajo reyes vestidos de
césares. Sin embargo, este planteamiento encontró pronto una singular contradicción, y
nuestro sabio viajero estuvo obligado a meditar mucho tiempo para ponerse de acuerdo
consigo mismo. En medio de un recinto de ruinas circular, que conservaba todavía la
forma de una plaza pública, Zabulon descubrió los fragmentos de una estatua ecuestre
de bronce, unidos por un musgo pegajoso a restos de inscripciones y bajorrelieves. El
traje y el peinado de la estatua no dejaban duda alguna sobre el estatus nacional del
héroe representado. La capa con grandes pliegues 42, los coturnos43 con lazos y la corona

41
Juego de palabras irreproducible en castellano. Rayon significa tanto estantería/librería como rayo. Se
elige esta última acepción para no restar significado a la oración, aunque los párrafos siguientes dan
sentido al juego de palabras.
42
A partir del siglo I, los emperadores romanos comenzaron a utilizar el paludamentum (capa
rectangular púrpura abrochada con una fíbula sobre el hombro derecho) como símbolo de dignidad
imperial.
43
Coturno: calzado griego y romano que cubría hasta la pantorrilla, propio de las clases nobles.
de laurel anunciaban a simple vista un emperador romano 44. El nombre había
desaparecido de la inscripción, pero se leían allí todavía estas palabras:
INTER REGES MAGNOS

Zabulon y Artémias, de mutuo acuerdo, reconocieron al emperador Adriano, el


único césar cuya imagen había llegado hasta nuestros tiempos, en medio de toda clase
de revoluciones geológicas e históricas que han azotado el globo. Aunque el
bajorrelieve junto en la estatua, que parecía contemporáneo suyo, representaba al mismo
héroe de la estatua con un traje que habría provocado violentos accesos de risa en
viajeros menos serios que nuestros dos sabios. El emperador Adriano llevaba puesta una
enorme peluca que sobresalía, con falsa y cómica opulencia bajo las vastas alas de un
sombrero, y caía hasta el cuello de un traje extrañamente tallado. Zabulon y Artémias
explicaron estas diferencias de traje por un método tan natural como ingenioso.
—Adriano —explicó Zabulon— ha hecho un viaje de siete años a través de Europa
y África; cuando viste el traje ligero de emperador, los artistas lo representan tal como
viajaba por las márgenes del Nilo; cuando lleva puesta su vasta cabellera de préstamo,
se lo supone visitando climas lluviosos y fríos del Norte.
—En efecto —añadía Artémias—, los pueblos que han vivido en este país debían
todos llevar enormes pelucas para resguardar sus cabezas contra un clima siempre
húmedo o glacial. La civilización ha demostrado victoriosamente, desde esta época tan
antigua, que el hombre, con su delicada carne, no ha nacido para recibir copiosamente
sobre su cabeza, durante el transcurso de la vida, la catarata del Niágara. Todos estos
monumentos que nos rodean no han sido derruidos, sino que se han diluido como
granos de azúcar bajo un diluvio perpetuo. No se comprende que haya existido un
Faramundo45 bastante anfibio para fundar una ciudad aquí y hacerla diluir en agua de
lluvia o nieve durante veinte generaciones. ¡Qué tardía la sabiduría en llegar al cerebro
humano! ¡Se han necesitado muchos siglos para arrancar a tantos bárbaros de su
catarata natal, de su nieve, de sus nieblas, de su cielo cubierto, de sus chubascos, de su
granizo, y decidirlos finalmente a buscar, en las regiones de Argel, de Constantina y del
Atlas, una tierra habitable y un clima humano! Verdaderamente, no se concibe tan larga
aberración de la antigüedad.
Denis Zabulon hizo descombrar por dos de sus asistentes domésticos un terreno
cubierto de vulgares ruinas, para terminar de leer una inscripción latina cuya primera
palabra no veía: este trabajo de registros hizo salir a la luz fragmentos de una fuente más
o menos erosionada por las aguas de lluvia, y que no había conservado más que estas
palabras sobre un trozo de pilastra:
NIMPHA ... FLUCTUS CREDIDIT ESECILLA SUOS46
—He aquí una valiosa revelación —sugirió Zabulon—: ¡Ninfas! Los parisinos, en
1805, todavía no habían renegado del culto mitológico a las ninfas: si hubiéramos
encontrado esta palabra en un libro, lo tomaríamos, a buen seguro, como expresión de
las creencias de un escritor; pero quien habla es un monumento público, un monumento
nacional, profesión de fe de todo un país. Nimpha fluctus credidit esecilla suos: La ninfa
44
Estatua ecuestre de Louis XIV en la plaza de las Victorias, donde aparece ataviado como emperador
romano; es obra del escultor francés François Joseph Bosio (1769-1845), autor asimismo de los dos
bajorrelieves del pedestal; en uno de ellos, todos los dignatarios aparecen tocados con ostentosas
pelucas, llevando además el monarca un sombrero coronado por un recargado penacho de plumas.
45
Legendario primer rey merovingio y, por tanto, considerado fundador de la monarquía francesa.
46
La fuente de Jean-Gougeon, en el mercado de los Inocentes. Los versos de la inscripción son del
poeta francés neolatino Jean de Santeu (1630-1697), sacerdote que creía en las ninfas. Muchas de sus
poesías adornaban las fuentes de París.
ha creído que estos mares le correspondían; la ninfa de este lugar reivindica su
propiedad; la divinidad reclama sus derechos. Nada más claro. Así, el catolicismo no era
conocido en París en 1805. Además, todo lo que hemos visto, todo lo que vemos en
torno a nosotros, confirma la verdad de este descubrimiento: Hermano Artémias, estos
templos en ruinas, estas cúpulas, estas columnatas pertenecen al arte pagano. El estilo
griego y romano domina estas ruinas. El arte nacional y católico no se revela en ningún
sitio.
Hablando así, Zabulon miró hacia el sur y descubrió las ruinas de un templo griego
sobre la cima de una colina.
—Vayamos a ver aquel templo griego —dijo a Artémias.
Atravesaron aproximadamente cuatro kilómetros de barro y ruinas licuefacidos
antes de alcanzar la cumbre de la colina. Una enorme alegría se apoderó de Zabulon.
Quince columnas acanaladas permanecían en pie, como el peristilo de un templo
ausente. La mitad de una cúpula, coronada por un genio, yacía un poco más lejos; y
sobre los restos del frontón, la palabra Panteón47 se dejaba leer a una considerable altura
con grandes letras en bronce, bajo la fecha de 187548.
—Zabulon, mi hermano —dijo Artémias—, tus suposiciones parecen acertadas, y
mucho más de lo que creías. París conservaba el culto a los dioses en 1875. Este
monumento predominante resumía las creencias religiosas de esta época. La cruz de
Cristo no era conocida en París en 1875; si hubiese sido conocida, la veríamos con toda
seguridad sobre el más alto de todos sus edificios; en cambio, sobre esta cúpula lo que
se alza es un genio pagano. En 1875, París mantenía su fe en los genios. Se representaba
a estos genios con un pie suspendido, los brazos al frente y una llama sobre los
cabellos49.
—¡Oh —exclamó Zabulon—, he aquí la prueba decisiva! Mira bajo tus pies,
hermano Artémias; se trata de una placa de mármol desprendida de un muro de este
cercano monumento, antaño alzado frente al Panteón. Lee estas dos palabras:
JUS ROMANUM.
185350.
—¡JUS ROMANUM! —exclamó Artémias llevándose las manos a la cabeza—. ¡En
1853, París se regía por el Derecho romano! ¡Todavía los padres cortaban la cabeza a
sus hijos, y la esclavitud no había sido abolida! Gran Dios, que la tierra se haya
ensañado largo tiempo en sus errores.
Pronto a finalizar el día, nuestros dos viajeros subieron al steam-table, junto a sus
asistentes domésticos, para ir a dormir a Marsyo o Marsalias, frente a Argel.
Denis Zabulon ha inventado esta máxima:
Viajar es menospreciar el hogar.
Además, nuestro sabio jamás emprendía un viaje de varios días.
«—La vida es corta, —afirma—; vivir consiste en proteger a la familia; toda
distracción ajena es preludio de muerte.»
47
El Panteón o Santa Genoveva, según el devenir de los acontecimientos políticos. Edificio neoclásico
inicialmente consagrado al culto, durante la Revolución fue designado como monumento para
albergar los restos de los prohombres de la patria.
48
Las diversas alteraciones del tímpano del frontón, así como la inscripción del friso, quizá hagan
ironizar a Méry (fallecido en 1866) sobre futuras y previsibles modificaciones.
49
Colosal alegoría de la Fama, de 9 m de altura, realizada por Claude Dejoux (1732-1816), que
coronaba la cúpula del Panteón bajo la figura de una joven alada, luciendo una larga melena al viento
y tocando una trompeta. Hoy su lugar es ocupado por una monumental linterna rematada por una cruz.
50
La facultad de Derecho de La Sorbona, cercana al Panteón.
La Sociedad del Pórtico de los Amigos de la Verdad había ordenado a Denis
Zabulon este paseo por las ruinas de París, y el sabio tuvo que acatarlo. Cuatro días
después de su salida, abrazaba a su familia y amigos que lo esperaban sobre la calzada
de piedra que el malecón de Argel arroja a seis kilómetros de orilla africana; es un
magnífico trabajo; para realizarlo, fue preciso despedazar algunas montañas y hundirlas
mar adentro por medio de la contundente acción de la pólvora refinada. Esta prodigiosa
calzada ofrece al marino una grata ilusión: parece como si el Atlas le tendiese la mano
hasta el horizonte. Al final de la calzada se eleva, como es sabido, un inmenso pórtico
donde los amigos de la verdad se reúnen para hablar sobre la naturaleza de las cosas
entre el infinito del cielo y el infinito del mar. Denis Zabulon dio cuenta de su misión en
un discurso muy detallado, cuya peroración citaremos:
«—Hermanos —dijo Zabulon concluyendo—, el aspecto general de las ruinas de
París tiene cierto aire desolador que encoge el corazón. Ha visto las ruinas de Calcuta,
de Madras, de Canton, ruinas encantadoras, doradas bajo el sol de la India, guarnecidas
de áloe, de nopales y de palmeras, bordeadas por todas partes de verdor y vivos musgos,
animadas por saltos de tigres, y marañas de boas retorcidas en lo alto. ¡He aquí las
ruinas adorables, y maldigo a la mano que quisiera resucitarlos en monumentos! ¡Pero
las ruinas de París, gran Dios! ¡Oh!, ¡la niebla del aburrimiento todavía nubla mi
corazón y mis ojos al recordarlas! Representa un océano de barro negro, levantado en
olas enormes por la tempestad, y súbitamente helado en su loca insurrección. El ojo
apenas distingue la casa del ciudadano de la morada de los reyes y de los dioses. Un
tono uniforme cubre estas colinas artificiales, y el aire no emite otro sonido más allí que
la queja continua de las gotas de agua sobre las hojas, y el graznido de las cornejas que
se arremolinan en la niebla.
»—¡Debe asombrarnos que los habitantes de esta zona inhabitable hayan vivido en
las tinieblas del paganismo, y alcanzado la muerte, generación tras generación, durante
quizás veinte siglos, sin conocer al verdadero Dios! Pues el verdadero Dios no se
manifiesta más que en las regiones espléndidas, a la claridad de las estrellas, hijas de
Dios. Los parisinos, mi hermano Artémias lo testificará, y nuestros descubrimientos no
arrojan duda, los parisinos han vivido bajo la sombra de la muerte y del error. Las
tinieblas físicas son hermanas de las tinieblas morales. Sí, hermanos, nuestras
exploraciones revelan que en 1805 allí fue levantado un templo a todos los dioses, y
como es sabido, sólo Dios es siempre excluido de los panteones.
»—Nuestros descubrimientos históricos, fuera del terreno religioso, no carecen de
interés. Los parisinos han elevado columnas a Néa Polion, general de Augusto, para
celebrar la feliz victoria de la guerra de Germánico; han construido un templo al pudor
del gineceo, lo que por lo menos prueba que el paganismo no amparaba en el hogar la
corrupción de las costumbres; han levantado una estatua ecuestre al emperador Adriano,
hacia 1816, y un bajorrelieve de este monumento nos informa de que los parisinos
llevaban todos enormes pelucas para resguardarse de la pérfida humedad de su clima.
Cuando se vuelve de este paseo por las ruinas de París, se experimenta un justo
sentimiento de orgullo arrojando una mirada sobre el estado actual de nuestra
civilización. Pues somos felices, mis hermanos, de vivir en 3844, cuando todo lo que
podía ser grande, útil, agradable y bonito se ha cumplido. Las ruinas son los hitos de la
marcha a tientas de la humanidad. Cuando un planeta ensaya con vivir, ensaya mucho
tiempo; la infancia del gigante de nueve mil leguas es larga; a la edad de cuarenta
siglos, todavía no se ha destetado de su madre la Experiencia. Felicitémonos por haber
recibido la vida en el mejor momento; y en interés de nuestros hijos, trabajemos con
ahínco por preservar el bien que tenemos, por cambiarlo a mejor.»
Este discurso fue acogido por un silencio solemne, indicio de profundas emociones,
y el gran artista Albert Segor, que tiene su domicilio en el tercer piso del Atlas, entonó
el himno de la fraternidad mapamundana. Cien mil voces repitieron este famoso
estribillo:
¡Hermanos, cantad! He aquí los tiempos anunciados;
Dios, sobre la tierra, ha dispuesto el paraíso.
Exploraciones de Víctor Hummer
Explorations de Victor Hummer,
«Nouvelles nouvelles»

I
EN EGIPTO
En 1810, se hablaba mucho en Munich de Víctor Hummer, joven estudiante recién
salido de la Universidad. Algunos amigos quisieron que ingresara en una asociación
nacional instituida para exterminar a los franceses. Víctor Hummer respondió que no
quería exterminar a nadie, que sus inclinaciones estaban consagradas a la ciencia, y que
toda su vida se proponía vivir en paz en su gabinete de Munich, para elevar un
monumento a su patria y al universo. Hablaba todas las lenguas antiguas y modernas.
Hummer había cultivado especialmente la Historia en la Universidad. Ninguno
conocía mejor que él la causa del auge y decadencia de todos los imperios. Sabía el
griego como el Sr. Gail51, y leía Jenofonte como un veterano de los Diez Mil52. Un día,
se le preguntó de improviso cuál era el cónsul romano que gobernaba en tiempo de
Alejandro el Grande, respondiendo, sin vacilar: «Papirius Cursor». Se abrieron los
veinte volúmenes in-quarto de Catrou y Orín, y se comprobó que había contestado
correctamente.
Hummer se aisló del mundo, y se consagró en cuerpo y alma a la traducción de
Heródoto.
Admiraba profundamente a este historiador, y quería atestiguarle su afecto de un
modo solemne. Hummer no se distrajo de su trabajo a pesar de todo el estrépito de las
batallas contemporáneas. Amigo de lo antiguo, sentía verdadero desprecio por los
soldados alemanes y extranjeros; aborrecía el quepis y el frac blanco. Todo lo que no
fuese falange macedonia era miserable a sus ojos.
Al final de diez años de labor, había devorado su pequeño patrimonio, pero
Heródoto estaba traducido. Le ofreció aproximadamente cien kilogramos de
manuscritos al librero Cotta por diez mil florines. El editor de Leipsick le escribió una
carta encantadora y se negó a imprimir su traducción. Hummer había cursado tres años
de filosofía, y eso lo sirvió en esta ocasión; se acordó de todos los aforismos de los
sabios sobre las contrariedades de la vida, y guardó su manuscrito para hacer de él las
delicias de su entorno doméstico. Leía fragmentos a sus amigos. Al final del año, ya no
tuvo amigos; sólo le quedaba Heródoto.

51
Jean-Baptiste Gail (1755-1829), filólogo francés especializado en griego clásico; sus estudios, ya
discutidos incluso en su tiempo, reflejan una gran dedicación, como atestiguan las más de quinientas
páginas de introducción que acompañan a su edición de la obra de Jenofonte.
52
Jenofonte (431-354). Historiador, militar y filósofo griego. Durante el gobierno de los Treinta
Tiranos, se enroló en la Expedición de los Diez Mil, ejército mercenario contratado por Ciro el Joven
(con quien trabó amistad), enfrentado a su hermano mayor Artajerjes II, rey de Persia. Muerto Ciro en
la batalla de Cunaxa, la expedición quedó a su suerte, debiendo atravesar 1.500 km de territorio hostil
para regresar a Grecia. Jenofonte narra estos hechos en Anábasis.
A fuerza de releerse, fundió su personalidad con la de Heródoto, llegando a creerse
a veces el mismo Heródoto y pensando en griego.
—Lo que falta a mi obra —decía—, son comentarios y notas; el librero Cotta me lo
ha hecho observar con razón. Se tiene que completar la obra. Comentemos y anotemos;
tendré cien editores por uno. Si Alemania me cierra las puertas, iré a París, y el primer
librero del Palais-Royal me dará cien mil francos por mi traducción... ¡Oh, París!
Aún conservaba una pequeña casa valorada en cuatro mil florines; la vendió para
hacer sus comentarios.
—¡Feliz los que disponen así de su dinero para la posteridad! —observaba al
respecto aceptando una letra de cambio sobre la casa de Pastré53, en Alejandría de
Egipto.
Libre de toda preocupación, partió rumbo a Egipto el 15 de marzo de 1822.

Al llegar a El Cairo, cayó víctima de la peste; pero sabiendo que no debía morir de
aquello, puesto que los comentarios todavía no habían sido realizados, se dejó
atormentar por la plaga, sin aceptar otro médico más que la mera casualidad. Sin
embargo perdió un ojo.
«—Es justamente —dijo—, lo mismo que le sucedió a Aníbal en los pantanos
etruscos54».
Se ve que defendía su condición de historiador hasta el final.
Apenas convaleciente, tomó papel vitela alemán, de color grisáceo, y un lápiz
húngaro, alquiló un camello, y salió de la ciudad por la puerta del Kalib.
—Empecemos por el lago Moeris55 —anunció—; Heródoto se ha extendido
complacientemente al hablar de este lago. Ha visto las dos pirámides que se elevaban en
medio de este lago: tenían seiscientos pies de altura, la mitad bajo el agua y la otra al
aire. Se hallaban rematadas por dos estatuas de bronce dorado, y revestidas por sus
cuatro costados por un bonito mármol pulido, traído de las canteras del Mokatan.
Hummer se dirigió en árabe a los fellahs56 que bebían bajo la sombra de la puerta de
El Cairo, y les preguntó el camino al lago Moeris.
Los fellahs miraron fijamente el extranjero y no respondieron.
«—Sin duda —se dijo Hummer—, que me he topado con campesinos estúpidos;
encontraré bien el lago sin ellos. El lago Moeris tiene ochenta leguas 57 de costa, según
Heródoto, que lo ha visto igual que veo yo mi camello. No se pierde un lago como un
vaso de agua».
Y espoleó su montura hacia el Mokatan58.
El sol caía a plomo sobre la cabeza del comentarista de Heródoto; pero la ciencia no
se detiene ante cuarenta grados Réaumur59. Hummer incluso le agradecía al sol, al que

53
Eugène Pastré (1806 - 1868), mercader y armador marsellés.
54
Durante la primavera de año 217 a.C., Aníbal reemprendió su marcha hacia Roma avanzando hacia
Arezzo, atravesando para ello la zona pantanosa entre los ríos Arno y Clani, en esa época
intransitable. Durante esta incursión perdió un ojo a causa del frío.
55
El extinto lago Moeris o Meris, cuyas aguas se nutrían del Nilo mediante el Bahr Yusuf (o canal de
José), brazo fluvial paralelo al curso del río, que periódicamente se viera cegado por sedimentos, lo
que obligó, ya desde el Imperio Antiguo, a dragarlo para combatir la paulatina desecación de lago,
hoy sensiblemente reducido a la superficie salada del lago Karun.
56
Fellah: nombre que reciben los campesinos en el Norte de África.
57
La lieue (legua) francesa equivale alrededor de 4 km.
58
Colina situada al este de El Cairo. Difícilmente Hummer llegaría al lago Moeris, situado en la margen
occidental del Nilo.
59
Equivalente a 50ºC.
llamaba Horus, que le mostrase con claridad la llanura. Hacía un día tan radiante, que se
hubiese descubierto un escarabajo sagrado a dos leguas a la redonda. Esta claridad
cristalina no sirvió más que para probarle a Hummer que no veía nada en absoluto.
Después de cuatro horas de marcha por la arena, vio elevarse dos pirámides en la
dirección de Saqqara 60. Todo cansancio fue olvidado:
—¡Son las pirámides del lago Moeris 61! —exclamó—; las reconozco; pero parece
que el lago se halla seco: ¡no importa, este es su lecho, un lecho de ochenta leguas! Si
no me equivoco, creo descubrir también las ruinas del Laberinto62. ¡Oh!, ¡cuán bellas
palabras he vertido sobre El Laberinto en mi obra de Heródoto! El Laberinto, he escrito,
era un palacio compuesto de cien palacios63; había sido construido por el arquitecto
Cramris, bajo un rey Ptolemeo64, el cual no recuerdo ahora. Este prodigioso edificio,
añado, ocupaba tanto terreno como una ciudad; y se bañaba en el lago Moeris 65, como
un rey de Oriente en una cuba de pórfido. ¡Oh palacio de los palacios!
Acabando estas palabras, descubrió la cima de una tercera pirámide. El camello se
detuvo.
—¡Tres pirámides en el lago Moeris! —se extrañó—; resulta algo chocante; no he
mencionado más que dos, afirmando haberlas visto. Quizás se trate de una sombra;
prosigamos.
Avanzando, descubrió catorce.
—¡Catorce pirámides en el lago Moeris, donde no deberían existir más que dos! —
concluyó Hummer—; esto merece un comentario especial. Quizás la distancia me ha
hecho incurrir en un error de cálculo; vayamos a examinar el fenómeno más de cerca.
Resultó que, al pie de las pirámides de Saqqara, contó diecisiete.
No tenían seiscientos pies66; eran pirámides de ladrillo, de diez toesas67 de altura, en
considerable mal estado, y que habían sido construidas probablemente sin ornato para
dar sepultura a diecisiete pequeños banqueros de Menfis.
—Deben ser los céntimos de las grandes pirámides de Heródoto —sentenció
Hummer—. ¡He aquí patente el genio demoledor de los pueblos!, ¡se destruye un
palacio para construir cien endebles casas!, ¡se derriban dos pirámides para construir
diecisiete! Así merman las grandes cosas. He aquí pues estas famosas pirámides de las
que he hablado. ¡Cuán bellas debieron ser cuando eran sólo dos! Escribamos este
comentario en mi álbum.
Hummer arrastró la mirada en lo que abarcaban sus ojos a través el desierto, y se
dijo:
60
Saqqara es el emplazamiento de la necrópolis principal de la ciudad de Menfis, en la ribera occidental
del Nilo, situada a unos treinta kilómetros de El Cairo. El personaje confunde esta necrópolis con las
de Hawara, cercanas al antiguo lago Moeris.
61
Heródoto refiere emergiendo del lago dos grandes pirámides encumbradas ambas por colosos
sedentes. Probablemente el historiador visitase la región durante la crecida anual del Nilo y lo que
viese fuera las dos antiguas estatuas de granito del faraón Amenemhat III, erigidas ante el
desaparecido templo de Biahmu sobre sendos zócalos que subsisten hoy en día. En 1672, el dominico
alemán Vansleb daba testimonio de dichos colosos, aunque ya descabezados y sin brazos, sitos a la
entrada del canal que regula las aguas del lago.
62
Heródoto afirmaba que El Laberinto superaba en magnificencia incluso a las mismas Pirámides;
reducido hoy a un caótico amasijo de ruinas, su vasta superficie (60.000m2) comprendía una
numerosísima serie de cámaras independientes, agrupadas en hileras y enlazadas entre sí por una
intrincada red de pasadizos.
63
Sorprende esta imprecisión pues Heródoto habla de doce palacios.
64
El Laberinto fue mandado construir por el faraón Amenemhat III durante el Imperio Medio.
65
El nombre de Laberinto deriva del egipcio “lapi ro hunt”, que significa “templo a la entrada del
lago”.
66
El pie equivalía en Francia aproximadamente a 33cm.
67
Toise (toesa): antigua medida de longitud francesa, equivalente a casi dos metros.
«—He aquí los restos del lago Moeris. Sin duda se trata de nuestro lago; tan sólo le
falta el agua. Mis descripciones son sumamente precisas. Me hallo en medio del lago, al
pie de estas diecisiete pirámides; no falta más que encontrar El Laberinto».
Había perdido mucho tiempo en estas exploraciones; la noche caía con rapidez.
Buscando el Laberinto, se extravió.
Vagó largo tiempo dando vueltas y vueltas, hasta que descubrió la choza de un
árabe.
«—Llamemos a esta puerta hospitalaria —se dijo—: ¡con qué felicidad el hijo del
desierto me acogerá!»
Llamó tres veces; la choza estaba desierta. Hummer se acostó sobre la arena,
haciendo de su camello una alcoba con cuatro pilares y una techumbre. El primer rayo
del sol lo despertó de un sobresalto, como si un tizón hubiera quemado su rostro. Hizo
una pequeña comida frugal, y, orientándose con ayuda de un mapa y el sol, comprobó
que no se había alejado demasiado del lago Natroun y del Río sin agua68.
—Heródoto ha hablado del lago Natroun, afirmando que carece de importancia;
aunque sería conveniente explorar el río-sin-agua, anhydropotamos. Empecemos por el
lago, el río se halla muy cerca.
En efecto, encontró un montón de sal, duramente cristalizada, de una media legua
de extensión. De forma inapelable se trataba del lago. Tomó una muestra, y anotó un
comentario. A continuación se adentró en el desierto, siguiendo un valle formado de
pequeñas dunas prolongadas. Hummer reconoció en este valle el lecho del río; no había
una gota de agua, y la arena se calentaba a cuarenta y cinco grados.
Antes de regresar a El Cairo, visitó Arsínoe 69, hoy Fayyum. Heródoto llama a
Arsínoe la provincia de los Rosas: había recorrido esta provincia siempre entre dos setos
de rosales. Heródoto añade que el perfume de Arsínoe llegaba hasta Menfis. Hummer
avanzaba nariz al viento en dirección al perfume: encontró bosques de nopales, repletos
de espinas, pero ninguna flor; en ellos moraban lagartos verdes. El viajero alemán no
vio en la denominación de Heródoto sino una ingeniosa alegoría, y admiró el buen
parecer del historiador griego.
Regresó a El Cairo cargado de preciosos documentos, pero con dos quemaduras de
sol.
—Ha llegado el momento —se dijo— en que debo, respaldado por mis primeros
éxitos, extender mis exploraciones hacia el alto Egipto que Heródoto conociera tan bien,
y sobre el que ambos hemos realizado maravillosas descripciones.

El Alto Egipto estaba en ese momento asolado por la guerra. Los wechabites se
habían rebelado contra Méhémet-Ali, y Ibrahim-Bey remontaba el Nilo con un ejército
para someterlos70. Era necesario que Hummer se proveyera de un firmán71 del virrey, o
que esperara la rendición de los rebeldes. Hummer, malgastadas sus últimas piastras,
resolvió pedir un firmán. Descendió el Nilo rumbo a Alejandría, donde solicitó
audiencia al virrey.

68
La depresión Wadi El-Natroun, 90km al Sur de Alejandría, donde se forman pequeños lagos
estacionales hipersalinos, dejando al descubierto sus lechos secos (wadi en árabe) el resto del año.
69
Arsínoe, o Cocodrilópolis, nombre griego de la antigua ciudad egipcia de Shedet, cerca del lago
Moeris, en la región de Al-Fayyum, y capital de los Ptolomeos.
70
Méhémet-Ali (1769-1849), pachá y posterior virrey de Egipto, a petición del Sultán otomano,
combatió la revuelta de los wechabites (wahabíes, rama fundamentalista suní), siendo su hijo Ibrahim-
Bey quien, en 1818, daba fin a la insurrección recuperando los santos lugares de La Meca y Medina.
71
Decreto soberano de las cortes musulmanas; por lo general, revestidos de su firma autógrafa.
Cuando el sabio de Munich entró en el palacio, Méhémet-Ali fumaba su habitual
narguile, tal y como lo pintase Horace Vernet 72 en ese encantador cuadro donde los
jenízaros son masacrados tan horriblemente. Apoyaba sus pies sobre un viejo león
jubilado, convertido en escabel. Hummer se postró delante del temible escabel y golpeó
tres veces el suelo con su amplia frente, lo que hizo verter lágrimas de la risa al grave
Méhémet.
—He aquí todavía uno —dijo el virrey—, que me va a comparar a la serpiente, al
Fénix, a Faraón, a José en Egipto. Explíquese sin preámbulo, amigo mío: ¿qué desea?
—Estrella del cielo del profeta, sol del oráculo de Menfis, escarabajo...
—Ya es suficiente, vaya al asunto: ¿qué puedo hacer por vos?
—Quiero recorrer la tierra sagrada de sus Estados y conversar con el genio de las
naciones muertas...
—¡De acuerdo! Parta, mi amigo, si así le place. ¡Menuda rabia les ha entrado a toda
esta gente con eso de pasearse por el desierto!, ¿y para ver qué?: piedras, arena y
lagartos.
—He escrito una historia antigua sobre sus Estados, ¡oh, sublime pachá!, y deseo
visitar en detalle el país que he descrito...
—No le comprendo bien, mi amigo; dice que ha descrito mi país antes de visitarlo...
—Yo todavía no lo he visitado; pero Heródoto, el padre de los historiadores, ha
descrito su reino, aproximadamente dos mil años antes de la fundación de su gloriosa
dinastía, y...
—Esto nos lleva demasiado lejos; tengo cien audiencias que dar. Si nos
remontamos dos mil años, no acabaremos hoy. Resumiendo: desea revolcarse en la
arena, es su fantasía, pues vaya; le voy a conceder un firmán. No eres el primer francés
al que recibo. He tratado con Belzoni73, el bailarín sobre cuerda que ha abierto la
segunda pirámide, que ya estaba abierta. He visto Caillaud 74, el orfebre, que ha
encontrado el oasis de Memnon, que no existe. He tratado con Rossignol 75, que ha
probado que el Nilo no debiera fluir como fluye: el Nilo ha seguido su curso sin
escucharle. He estado Champollion76, que explicaba jeroglíficos que mi hijo menor
enterraba bajo una piedra después de haberlas pintado con tinta china. He hablado con
lord Elgin77, quién me ha pedido una pirámide para comer. Todos los días soy hostigado
por este miserable desierto, que no me revierte ni una onza de trigo o de algodón. ¡Eh!,
¡tome mis colosos, mis momias, mis pirámides, mis esfinges, mis cocodrilos, y déjeme
en paz! Vaya a buscar su firmán. ¡Qué Alá os guarde de pleuresías y chacales!
Hummer, por su talante alemán, admiró la pipa del pachá, pero compadeció su
ignorancia. Provisto del firmán, se sacudió el polvo de los pies y se lanzó al desierto.

72
Horace Vernet (1789-1863), pintor francés famoso por sus grandes escenas de batallas.
73
Giovanni Battista Belzoni (1778-1823), explorador y aventurero italiano, pionero de la egiptología.
Antes de dedicarse al lucrativo negocio del expolio arqueológico, trabajó de sansón circense (no como
funámbulo). Al acceder al interior de la Pirámide de Jafra (Kefrén) y descubrir que ya había sido
profanada, grabó junto a la firma de sus predecesores: Scoperta da G. Belzoni 2 mar. 1818.
74
Frédéric Cailliaud (1787-1869), mineralogista y aventurero francés, acompañó a la expedición militar
de Ibrahim-Bey a Sudán con el encargo de dar con el paradero de las legendarias minas de esmeraldas
de tiempos ptolemaicos, compaginó tareas de prospección con estudios arqueológicos en Nubia.
75
Bonfigli-Rossignol, médico piamontés que acompañó a Ismail Kamil, hijo del pachá Mehemet-Ali,
durante sus campañas triunfales por Nubia y Sennar (1820-22), trazando un mapa donde por primera
se describe el amplio arco formado por el Nilo entre la cuarta catarata (Dongola) y la sexta (Jartum).
76
Jean-François Champollion (1790-1832), egiptólogo francés, considerado padre de la egiptología al
ser el primero en descifrar los jeroglíficos gracias a la famosa piedra de Rosetta.
77
Thomas Bruce (1766-1841), más conocido por lord Elgin, tiene la dudosa reputación de haber
expoliado los mármoles del Partenón mientras ocupaba el cargo de embajador británico ante el
Imperio Otomano.
Remontó el Nilo hasta la primera catarata, y contrajo una oftalmía durante el
camino. Fue operado por un árabe, devolviéndole la claridad de los cielos. Hummer
abandonó el caique78, y tomó un camello y un guía para ir a examinar la famosa catarata
del Nilo.
—He hablado mucho —dijo—, de las cataratas en mi historia de Heródoto; y toda
lo que he dicho debe ser verdad, como el resto, exceptuado El Laberinto, sin embargo.
Me pesa El Laberinto en el corazón, a menos que no sea sino una alegoría que aluda a
los cien rodeos por el inextricable desierto, donde el simún79, monstruo más terrible que
el Minotauro, devora a los viajeros desorientados. Estoy listo para adoptar esta opinión.
El Laberinto es una alegoría, como las rosas de Arsínoe. En cuanto a mi capítulo de las
cataratas, me ratifico en mis palabras. El Nilo no es un ser alegórico: desciende desde
las Montañas de la Luna80 y, al abrirse camino, se topa con precipicios; entonces se
despeña81 en catarata como el lago Erie y el lago Ontario, que forman en colaboración la
tromba del Niágara. He dicho, e incluso afirmado, sobre mi honor de historiador, que las
cataratas del Nilo producen tal estrépito que vuelven sordos a los desgraciados
habitantes de los alrededores; hasta he elevado conmovidos lamentos sobre estos
habitantes, azotados por una sordera endémica:
«—¿Oh, infortunados africanos —he exclamado—, por qué no abandonáis estas
ruinas inhóspitas, donde el trueno eterno de las cataratas del Nilo priva de un sentido
precioso a sus hijos en la aurora de la vida?, ¿por qué no vivís en esos tranquilos oasis
con los que el Nilo os honra y recompensa en su sereno fluir?»
«Al llegar al pueblo de los sordos, haré fijar estas palabras, en forma de proclama,
sobre el tronco de una palmera.
«—Cicerón —proseguía en su monólogo—, Cicerón dedicó una bella página del
Sueño de Escipión82 a los mismos desdichados habitantes del pueblo de las cataratas. En
un diálogo entablado entre Escipión el Africano y su sobrino83, el inventor de las
clepsidras; el primero dice, hablando de las estrellas, que hacen tal ruido rodando sobre
su eje, que los habitantes de la tierra son todos sordos sin saberlo ellos; y a estas
palabras, Escipión, que conocía África, ya que era africano 84, cita a sus compatriotas del
Nilo, afectados de sordera a causa de las cataratas 85... Si no me equivoco, creo oírlas
desde aquí.
Hummer divisó en la línea del horizonte un círculo de solitarias palmeras en medio
del desierto. Era el pequeño oasis de la primera catarata. Creyó oportuno tomar sus
precauciones contra la sordera, y se taponó las orejas con cera, como Ulises ante la
proximidad de las Sirenas. De aquí en adelante, protegido contra esa plaga, redobló el
paso de su camello, desafiando el tronar del Nilo.

78
Esquife ligero empleado en los mares de Levante.
79
Viento muy cálido, también conocido como siroco, que sopla en los desiertos de Sáhara y Arabia,
arrastra remolinos de arena y generalmente de poca duración.
80
Míticas fuentes del Nilo, mencionada por Ptolomeo y verdadero acicate para la exploración de África;
Henry Stanley (1841-1904), aventurero y explorador galés (nacionalizado estadounidense), fijó su
localización en las Montañas Ruwenzori, descubiertas en 1888 durante su última expedición africana.
81
Juego de palabras irreproducible en castellano: tombe (tumba) y tomber (caer, bajar).
82
El «Sueño de Escipión», narrado en “La República” de Cicerón, en el que Escipión el Africano se
aparece a su nieto adoptivo, Escipión Emiliano el Numantino, revelándole su destino y el de su país.
83
En verdad fue otro miembro de la familia, Escipión Nassica Corculom, quien el año 159 a.C., tras su
campaña por Grecia, introdujo la clepsidra en Roma instalando una en una plaza pública.
84
Escipión el Africano nació en Roma.
85
«Lo mismo que en ese lugar que se llama Catatdupa, en donde el Nilo cae desde las altas montañas,
las gentes que allí viven han perdido el sentido del oído por la magnitud del sonido...» Cicerón, “La
República”. Lib. VI.
A medida que avanzaba, buscaba las desnudas cumbres de la montaña desde donde
el Nilo se precipitaba sobre las orejas de sus lugareños. El desierto y la orilla se hallaban
unidos como el mar en calma. El río fluía sobre una superficie ligeramente inclinada y
sembrada de pequeñas rocas espumosas; era delicioso oír el murmullo de esta agua
contrariada en el silencio del desierto.
Hummer miraba fluir el agua; después se dijo:
—¡Qué horrible estrépito debe arrojar el eco del Nilo contra esta orilla! No sería de
asombrar que todo el pueblo haya seguido finalmente mi consejo y se haya desterrado...
Sin embargo, la catarata no cae desde muy alto... Pasemos a la segunda. La segunda
debe ser semejante al Niágara».
El sabio y su guía se acostaron en unas chozas abandonadas, después de una ligera
comida compuesta de dátiles y agua del Nilo. Hummer no pudo dormir a causa del
estrépito que oía a través de la cera. ¡Al amanecer, ya se hallaba en pie nuestro
incansable comentador!
Caminando rumbo a la segunda catarata, hizo patente su arrepentimiento por no
haber realizado una incursión a las ruinas de Tebas, que los bárbaros llaman Karnak.
—De los dos colosos de Memnon, decía, no sigue más que uno en pie, es decir
sentado. Estos colosos, como he probado, son monumentos erigidos a la gloria de los
dos Osimandias86, que han gobernado «Tebas de las cien puertas» 87 mil novecientos
cuarenta y tres años antes del nacimiento del Cristo, y tres mil setecientos ochenta años
antes de mi nacimiento. Osimandias el hijo ha caído de bruces al suelo, como el ídolo
Dagón88; Osimandias el padre ha resistido89. He olvidado realizar una pequeña visita,
pero la haré. Es el coloso conocido en el mundo bajo el nombre de Memnón. Al salir el
sol, emitía un sonido armonioso, como el suspiro de una lira. Heródoto ha escuchado
este sonido armonioso; Diocleciano lo ha escuchado; Adriano lo ha escuchado; nosotros
lo hemos escuchado90. Diocleciano, cuando trataba de incorporarse a su ejército,
acampado en la tercera catarata, pero a una considerable distancia debido al estrépito,
Diocleciano, me digo, se paró delante del coloso y pasó la noche a sus pies esperando la
aurora. Este ilustre emperador fue sorprendido gratamente al escuchar, hacia las cuatro
de la madrugada, una deliciosa melodía que brotaba de forma inconfundible de entre los
labios de granito rosa del coloso Memnón; y, para atestiguar su gratitud a Osimandias,
tomó su estilete y escribió sobre el pedestal estas palabras:
«YO, DIOCLECIANO, HIJO DE DIOCLES,
HE ESCUCHADO EL CANTO DE MEMNÓN».

Y firmó. El prefecto Mutio, jefe de la décima legión, ha dejado un testimonio


similar. Adriano, cuando construía Antinoo91, iba a menudo a Tebas, y hallaba siempre
86
La primera referencia al fenómeno del Coloso de Memnón se remonta a Estrabón y no a Heródoto.
Asimismo, confunde los Colosos de Memnón, a la entrada del templo funerario de Amenhotep III,
con las colosales estatuas de Ramsés II en la “Casa del millón de años”, conocido indistintamente por
lo griegos como Templo de Osimandias o Palacio de Memnón, ambos en Tebas. Osimandias es una
mala trascripción del primer prenomen de Ramsés II, “Usermaatra-Setepenra” (rey del Alto y Bajo
Egipto).
87
Debido a una desafortunada traducción, durante tiempo se habló de la «Tebas de las cien puertas»,
cuando la palabra griega “pilon” no significaba en la frase de Homero “puerta”, sino “columna”.
88
Dios filisteo con cabeza, torso y brazos humanos, y el resto de cuerpo de pez.
89
Belzoni transportó a Alejandría, rumbo Londres, el busto de uno de los colosos de Ramsés II
procedente del segundo patio de la “Casa del millón de años”; expuesto en el British Museum, es
conocido como “El joven Memnón”, e inspiró al poeta Shelley (1792-1822) su soneto “Ozymandias”.
90
El Coloso cantó hasta la restauración ordenada por Séptimo Severo a principios del siglo III.
91
Antinoópolis, situada enfrente de Hermópolis Magna, en la ribera oriental del río Nilo, fue fundada
por el emperador Adriano en honor a su favorito Antinoo en el lugar donde se ahogó; divinizado, fue
asimilado a Osiris y venerado en su templo denominado Antinoeion.
placer renovado en oír el canto matinal de Memnón. Su favorito, Antinoo el bello, sabía
la melodía de memoria, y la cantaba a la mesa cuando se le rogaba. He aquí muchas
razones para pararme por lo menos una aurora delante del armonioso Osimandias, y
añadir mi firma a aquella de Heródoto, para que no haya laguna en las obras de la
antigüedad.
Después de este monólogo, dirigió la palabra a su guía: se trataba de un joven árabe
de veinticinco años y mirada llena de inteligencia y fuego, que pasaba por guía bien
instruido.
—¿Conoces, mi amigo —le preguntó—, los colosos de Osimandias?
—No, maestro; pero conozco todos los demás.
—¿Has oído hablar de los colosos de Memnón?
—No, maestro; pero he oído hablar de todos los otros.
—¿Conoces la ciudad de Tebas?
—No, maestro.
—¡Véase cómo la ignorancia asola este desgraciado país! ¿Pero conoces Karnak?
—¡Ah! Karnak, sí. Hay colinas, ruinas; allí he cazado pollas de agua.
—¿Has oído hablar de una estatua de piedra que saluda el sol cantando?
—Sí.
—¡Ah!, ¡ya vamos llegamos! ¿Dónde está esa estatua?
—En el río amarillo, en el reino del gran Brededin-Assem, cuyas montañas son de
oro.
—¡Vete a paseo! —exclamó el sabio—; es mejor hablar con esfinges que con estos
locos orientales.
Hablando así, alcanzaron la segunda catarata, que fluía tranquilamente como la
primera; dos cocodrilos dormitaban sobre un lecho de musgo, entre las dos principales
corrientes de la catarata.
—Se trata de animales sordos —dijo Hummer—; pero hagámosles caso omiso, por
temor a despertarlos.
La tercera catarata se parecía a las otras dos, sin deparar en el viajero más
acontecimiento que el de una graciosa familia de ibis dormidos, pico bajo ala, sobre una
pequeña roca verde que dividía las aguas. Hummer devolvió la libertad a sus orejas, y se
embarcó sobre un caique rumbo Dongola92.
Bogando por el río reflexionaba:
—Mi expedición por las tres cataratas será de gran ayuda para la ciencia. Primero,
he constatado la existencia de las cataratas; nada esencial. A continuación, he
reconocido que el consejo que les dimos a sus habitantes lo han seguido rigurosamente,
pues no me he tropezado más que con ibis y cocodrilos sordos. Solo podrían plantearse
objeciones respecto a la altura de las cataratas, pero no serían en rigor. Tienen una caída
de dos mil toesas de altura, aunque parezcan horizontales al observador superficial. En
física y en hidrología, se calcula la altura de los saltos de agua según la elevación de las
montañas donde tienen su reserva. Ahora bien, siendo las Montañas de la Luna la cuna
de las cataratas, estas cataratas tienen dos mil toesas de caída. La de Niágara resulta una
enana. Todo lo que hemos referido en este capítulo, y todo aquello soñado por Escipión
el Africano, se encuentra conforme a la verdad. Ahora me queda por realizar una última
observación, la más importante. Quiero visitar la península de Meroe93.
92
Ciudad al Sur de la tercera catarata, en la orilla oriental, fundada en 1812 por los mamelucos tras su
éxodo a Nubia huyendo de la persecución ordenada por Méhémet-Ali. No confundir con la Vieja
Dongola, 100 km río arriba, en la ribera opuesta, antigua capital del reino cristiano de Makuria.
93
La región de Meroe se emplaza entre las estribaciones de las montañas etíopes y el inmenso recodo
formado por el Nilo entre sus dos mayores tributarios: el Nilo Azul, que se le une a su paso por
Jartum; y más al Norte el Atbara, que desemboca junta a la ciudad homónima. Meroe se convirtió en
Llegando a Dongola, Hummer lucía una hermosa delgadez científica, por lo que su
guía, que era su médico, le aconsejó tomarse un descanso y beber leche de camello.
—¡Tomar descanso —exclamó el heroico Hummer—, cuando Meroe me tiende los
brazos de su península, cuando veo en el horizonte la cuna de estos ilustres
gimnosofistas94 que Heródoto admiraba tanto! ¡A camello inmediatamente, y a Meroe!
¿Donde está Meroe?
El guía repitió Meroe escudriñando arena y cielo.
—¡Cómo! —dijo Hummer indignado—, ¡te las das de guía y no sabes conducirme a
Meroe, cuna de los gimnosofistas, donde Heródoto ha vivido tres años!
El guía permaneció mudo.
—¡Y bien, vayamos pues!... ¿Cómo llamas a ese desierto?
—El Sennaar95.
—¿Eso es el Sennaar? Adelante, Meroe no está lejos.
—¿Quiere atravesar el Sennaar, maestro?
—¿Y por qué no? ¿Acaso soy el primero? Bien que lo ha atravesado Cambise al
frente de cuatrocientos treintadós mil infantes y veintisiete mil jinetes 96, como he dicho.
Aunque bien es cierto que todos ellos murieron de asfixia allá, a este lado, en un valle
que conduce a Etiopía; pero a mí no se me ha perdido nada en aquel valle; me basta con
saber que existe...
—No existe, maestro.
—¿Que no existe el valle?
—No, maestro.
—¡Ah!, ¡pretendes saber más que Heródoto! ¿Cambise no murió de asfixia en un
valle que une Nubia con Etiopía?
—Maestro, es posible que Cambise se muriera de asfixia...
—¡Cómo! ¿Cambise no murió de asfixia...?
—Lo hizo, si así gusta, pero no ha sido en ese valle.
—Se han encontrado huesos de persas en la arena; es un hecho.
—Se encuentran huesos por todas partes del desierto.
—¿Pero persas?...
—Persas, de jirafas, de avestruces, de chacales...
—Está bien, amigo mío, de acuerdo; ¿quieres acompañarme, sí o no?
—No, maestro.
—Iré solo a Meroe; conozco el país mejor que tú. Adiós.
Hummer tomó sus instrumentos matemáticos y comprobó que había alcanzado al
decimonoveno grado de latitud Norte y al cuadragésimo octavo de longitud, meridiano
de la isla de Hierro97. Viajando de noche, bajo las estrellas, durmiendo de día, contando
con la hospitalidad proverbial de los árabes, atravesó sólo el desierto de Sennaar y
encontró el Nilo.
capital de Nubia tras el traslado de la corte desde Napata, cerca de la 4ª catarata.
94
Los griegos designaban como gimnosofista (filósofos desnudos) una clase de sabios ascetas, dotados
de facultades místicas, rayanos con el escepticismo clásico y los actuales faquires o yoguis. Respecto
a los gimnosofistas nubios/egipcios, se cuenta que habitaban, cerca de Meroe, un bosque sagrado
llamado Panos, y que ellos mismos se consideraban descendientes de antiguos bracmanes réprobos.
95
La actual región de Sennar se hallaba al Sur de Jartum, entre el Nilo Blanco y el Azul, aunque el
antiguo sultanato del mismo nombre alcanzaba hasta Dongola, cerca de la 3ª catarata.
96
El legendario ejército perdido de Cambises II, de 50.000 hombres, engullido, según Heródoto, por
una tormenta de arena en pleno desierto libio, entre el Nilo y el oasis de Siwa, sede del oráculo de
Amón.
97
En 1634 Francia adoptó como referente el meridiano de la isla canaria del Hierro (20ºO de París) al
considerarlo el punto más occidental del Viejo Mundo, medida imitada por otros estados europeos,
manteniéndose en Alemania prácticamente durante todo el siglo XIX.
—¡Bien! —sentenció Hummer—, he aquí mi río, y al alcance Meroe. El Nilo,
después de haber recibido el Tekazé98, se repliega sobre sí mismo y forma la península
de Meroe. Veo una caravana que probablemente se dirige a Meroe; tendré que preguntar
el jefe...
«—¡Que la luz del Profeta sea con usted y guíe a sus hermanos en el desierto!» —
dijo Hummer acercándose al jefe de la caravana.
Era un anciano todo vestido de blanco, barba y cabellos inclusive.
—¿Hijo mío, qué mal espíritu del desierto se le ha perdido en esta soledad del
desierto?
—Busco Meroe, cuna de los gimnosofistas y el paraíso terrenal de Nubia. ¿Puede
extender su mano hacia Meroe para guiarme?
—Desde hace sesenta años, hijo mío, atravieso el Sennaar, y nunca oí hablar de
Meroe. El pasado año, vendí una abisinia con dicho nombre a nuestro señor Ibrahim-
Bey.
—¿Cree, padre mío, que el Nilo se repliega sobre sí mismo de esta orilla?
—Es posible que se recoja allá, hacia el levante. No es el camino de las caravanas.
—¡Padre mío, que el Profeta le guarde de las trampas del cocodrilo y le ofrezca
agua fresca al mediodía!
Hummer dio la espalda a la caravana diciendo:
—¡Jamás viose semejante atajo de idiotas! Al llegar a Munich, haré una nota
fulminante contra este pueblo estúpido que no conoce su país. ¡Sombra de Heródoto,
guía mi camello!
Pleno de confianza en esta invocación, resolvió bordear el Nilo hasta el Tekazé.
Agua y dátiles frescos no le faltaban, y eso le bastaba. Todas las mañanas, al amanecer,
lanzaba un rápido vistazo sobre el desierto, y seguía con la mirada el eterno Nilo
hundiéndose en los abismos del horizonte y exhalando una bruma sombría. Sobre las
dos orillas, el blanco desierto se extendía hasta perderse más allá de la vista, dejando al
descubierto, a intervalos, algunos matorrales de nopales o un grupo de palmeras
estériles y agonizantes. El sol no se dejaba entrever más que a través de una atmósfera
cargada de arena flotante y cada grano era en sí mismo una centella; no se sentía, no se
veía, no se aspiraba más que fuego.
Hummer, para refrescar su achicharrada cabeza, recurría a sus monólogos
científicos, diciéndose:
«—La tierra debe haber experimentado un cataclismo desde Heródoto, y este clima
ha cambiado con toda seguridad; puesto que es probado que hemos visto aquí dos mil
ciudades, dos mil, ni más ni menos: Heródoto las ha visto, y yo también, por
consiguiente. Egipto era entonces, como ha dicho Heródoto, una larga calle atravesada
por un arroyo. La calle eran las dos mil ciudades; el arroyo era este Nilo. Seguramente,
todavía subsistan siete u ocho de estas ciudades, convertidas en ruinas; ¿pero qué ha
sido de las otras? La pregunta resulta inevitable y aun así un colegial podría contestarla.
¿En qué se han convertido estas ciudades? ¿Oh viajero frívolo, te atreves a preguntarlo?
¡Helas aquí, helas aquí, por todas partes, delante de ti, por todos lados, bajo tus pies, en
tus sandalias, en tus cabellos, a tus párpados! Estas ciudades eran polvo, como nosotros;
y han vuelto a ser polvo: el tiempo las ha molido como granos de cebada en un mortero.
¡He aquí cuantas ciudades se requieren para formar un desierto de arena! ¡Dos mil. ¡Oh
Heródoto, tu pluma nunca fue sino transmisora de la verdad!»
Hummer paseó su mirada melancólica sobre tantas ciudades convertidas en arena; y
contemplaba en el vacío los templos, las pirámides, los pilones, las galerías que se
98
El río Tekazé es tributario del Atbara (este sí afluente del Nilo), aunque por su longitud es
considerado por algunos como el curso superior del Atbara.
levantaban a ambos lados del río y que hacían del río un ribete monumental de granito.
Este bello espectáculo entusiasmaba de tal manera a Hummer, que saltaba de alegría
sobre su camello. Sin embargo, el calor alcanzaba su maximum homicida; el Nilo
humeaba como una fuente termal, la arena arrojaba fuego, como el espejo de
Arquímedes99; los ibis se asaban en pleno vuelo; los sesos de Hummer se cocían dentro
del cráneo. Un céfiro100 incendiario abrazaba al viajero; se hubiese dicho que el sol
rodaba al rojo vivo por el espacio, o que lenguas aéreas de lava descendían de un volcán
del cielo.
—¡Que agradable —decía el sabio—, que agradable respirar a la sombra de estos
sicomoros101 que antaño se elevaban, como penachos, sobre los templos de esta ciudad!
¡Salvación, Cocodrilópolis102, ciudad magnífica, donde el santo reptil era adorado! No
tienes rival, entre tus dos mil hermanas, salvo la ciudad de Hermes, Hermópolis 103,
porque la divina Hermópolis tiene el más bello de los pórticos, un pórtico cuyo techo es
azulado como el cielo y estrellado de oro como la noche104. ¡Los bárbaros te llaman
Ashmunein hoy, o ciudad de Hermes! Y a ti, Cocodrilópolis, ni siquiera te nombran;
¡dicen que el Nilo ha roído hasta la última de tus audiencias! ¡Oh!, ¡el río sagrado no
devora a sus hijos!, ¡los abreva, los acaricia, llena sus mil cubas de pórfido, para que
bañen sus hermosos cuerpos, pulidos como el ébano, o el seno de la virgen de Meroe!
¡«Qué poderosas las manos del pueblo que arrancó estas dos mil ciudades de las
canteras de la cordillera Libia, y las sembró así, graciosas y fuertes, desde Gondar 105
hasta Menfis! No me canso de admirar esta sucesión infinita de templos tan
profundamente cimentados; estos pilones ensanchados sobre su base; estos obeliscos
prodigados como alfileres de mujer en el mosaico del gineceo; estos colosos, montañas
esculpidas in situ; estas galerías que corren a lo largo del Nilo, como paseos de palmeras
donde se pasean las vírgenes de Isis y de Osiris; estas pirámides que presentan una cara
al sol y dan triple sombra a los peregrinos de las caravanas; estos palacios donde
conversan reyes y sabios; estas hosterías donde se detienen los magos del Oriente;
¡estos caravasares abiertos a las puertas de las ciudades para alegrar con su hospitalidad
al pobre viajero! ¿Quién pudiera enumerar tantas maravillas? ¿Qué ojo los
suficientemente paciente pudiera leer toda esta simbólica historia escrita, en un alfabeto
misterioso, sobre páginas de granito: arabesco inagotable, siempre sellado por el
escarabajo de azul, esa imagen del invisible Ser que sostiene el mundo entre sus dedos?
Contar estos jeroglíficos: más bien contar los átomos de arena que forman este desierto,
o las gotas de agua que el Nilo guarda reservada en los montes abisinios.

99
Famosa leyenda según la cual Arquímedes (287-212 a.C.) ideo un sistema de espejos que lograba
concentrar los rayos del Sol, de tal forma que, desde la distancia, se pudiera incendiar las naves
romanas que asediaban Siracusa.
100
Viento de Poniente.
101
Aparte de su apreciable valor como dispensador de sombra gracias a su amplia y frondosa copa,
contaba con un especial significado religioso, ya que se aseguraba que los dioses tenían su trono en un
sicómoro, y dos sicomoros gemelos flanqueaban la puerta oriental del cielo
102
La vieja Shedyet de los egipcios (rebautizada Arsínoe por Ptolomeo II en honor a su hija y esposa), a
orillas del mermado lago Moeris y sede del culto a Sobek, dios con cabeza de cocodrilo. En su
santuario se veneraba un descomunal ejemplar, “Petsuchos”, considerado su encarnación y objeto de
toda atención propia de dioses. Al morir, era embalsamado y remplazado por otro cocodrilo sagrado.
103
En la antigua Jmun (actual Ashmunein), se adoraba a Dyehuty (Thoth en griego), divinidad con
forma de babuino o cabeza de ibis; benefactor de la sabiduría y la escritura, y mensajero de los dioses;
por analogía se asimila con el dios griego Hermes, dando así el nombre griego de la ciudad,
Hermópolis.
104
La columnata del pórtico del Templo de Thoth se mantuvo en pie hasta 1826, como así atestiguan
dibujos realizados por miembros de una expedición arqueológica.
105
Antigua capital imperial de Etiopía, hoy Patrimonio de la Humanidad.
Hummer permaneció mudo en el pleno éxtasis contemplativo. Sus ojos no podían
apartarse de este magnífico espectáculo del desierto egipcio. Se hallaba entonces por el
quinto grado de latitud Norte y el quincuagésimo quinto de longitud.
—¡Oh! —exclamó, aliviado—¡Meroe! ¡El Nilo se escapa hacia el levante! ¡Ven a
mí, Meroe!
Esta nueva región era desoladoramente desértica; se creería atravesar, antes que
cualquier otro viajero, una de esas zonas del África interior jamás hollada por pisadas
del hombre. Meroe no tiene carretera marcada por hitos; se llega allí por instinto; es una
perla que se busca en la arena y la inmensidad: solo un alemán la podía descubrir106.
A las cinco de la tarde, el sabio se encontraba completamente rodeado de arena,
igual que si se hallase en alta mar; todo a la redonda se extendía ininterrumpidamente el
horizonte; y por todas partes, a esas infinitas distancias donde el desierto se funde con el
oscuro azul del cielo, divisaba, hacia poniente, los mojones negros que marcan a las
caravanas el camino hacia Abisinia. Tamaña soledad se veía entristecida por ese sordo
silencio que no reina sino cerca de las nubes, y que tanto impresiona a los pasajeros de
un aeróstato. Hummer reconocía en todos estos indicios la proximidad de Meroe; su
camello daba muestras de alegría, como si hubiera adivinado el término del viaje.
A medida que el sol descendía a través de las nubes rojas y resquebrajadas del
horizonte de poniente, hacia el cielo de oriente se disipaban las lejanas brumas,
recuperando la atmósfera su transparencia, en tanto que permitía distinguir las cosas
brillando en lontananza bajo una nítida calma. Hummer era como el viajero que
sucumbe al hambre y otea en pos del providencial campanario promesa de una hostería:
a fuerza de escrutar el horizonte, avistó una punta oscura surgir entre los montículos de
arena. No era una ilusión.
La punta se hizo pirámide; Hummer bajó en un valle, y, subiendo a lo alto de la
duna opuesta, distinguió una sucesión de pirámides que resaltaban igual que en mitad de
un campo nevado107. El camello aspiró el aire agitando violentamente las aletas, y corrió
a toda velocidad igual que un caballo árabe. Hummer lloraba de alegría; asistía a la
creación de un mundo, como Adán; la antigüedad se revelaba ante él en medio de una
insondable y desconocida soledad. Meroe, la noble hija de Isis y de Osiris, abandonada
como Ariadna108, había encontrado a un adorador.
—¡Cuántos siglos han transcurrido —se decía Hummer—, desde que por sí sola se
entregase a las caricias del sol! ¡Nadie, antes que yo, se ha atrevido a levantar esta
mortaja fúnebre que la cubre, la mortaja del desierto!
Y el viajero se inclinaba como un amante sobre la imagen adorada, y gritaba al
viento el nombre de la ciudad santa. El grito languidecía sin eco en la inmensa llanura;
no se oía más que al gran Nilo predicando en el desierto.
—¡Cuarenta pirámides! —exclamó Hummer.
Y se abalanzó desde su camello sobre la arena. Besó esta augusta arena y
contempló, embelesado, las primeras huellas de sus pies abriendo por fin un surco en
este océano de polvo. Se frenaba para prestar oído al aplauso de seres invisibles, testigos
sobrenaturales de su heroico valor; alguna vez creía entrever la sombra de Heródoto
sentada y envuelta en una sudario, al pie de una pirámide: no era más que era una vieja
palmera sin hojas que el último simún había barrido de arena; pálidos sicomoros,
106
Fue el escocés James Bruce (1730-1794) quien de forma casual diera con su paradero en 1772. En
1834 el caza-tesoros italiano Giuseppe Ferlini (1800-1870) dinamitó sistemáticamente las cúspides de
sus pirámides, rematadas no en punta, sino en una reducida plataforma con un disco solar de piedra.
107
Situada en un largo valle circundado por una cresta rocosa, la Necrópolis Real de Meroe se compone
de medio centenar de pequeñas pirámides (la mayor no supera los 20 m) sumamente empinadas.
108
Ariadna, “Señora del Laberinto”, se enamoró de Teseo, ofreciéndole su ayuda para dar muerte al
Minotauro. Durante su huída, Ariadna fue abandonada en Naxos por su amado mientras dormía.
inclinados y batidos por el viento, le parecían como un grupo de gimnosofistas
excitados por la discusión y buscando entre ellos la sabiduría.
Hummer se paró delante de estas cuarenta tumbas gigantescas, dispuestas al
tresbolillo y bastante bien conservadas109. En torno a ellas, el suelo se hallaba cubierto
de ruinas amontonadas, como en Tebas, y como en Tebas el viajero buscaba, buscaba el
viajero un lugar donde sentarse a sus anchas para contemplar estas maravillas, cuando al
doblar la esquina de una pirámide descubrió una berlina de cuatro ruedas, al modo
inglés. Menos se espantó Robinson al descubrir la pisada de un humano en su isla, que
el sabio Hummer ante dicha berlina. Al principio la contemplo durante un largo rato con
mirada absorta; luego se acercó de puntillas, espantando a dos avestruces retraídos entre
un matorral de aloe. Hummer advirtió con un vistazo que no se trataba de una berlina
antigua; la rodeó y admiró un trabajo de carrocero muy superior al genio industrial de
los gimnosofistas. Una placa de cobre incrustada bajo el asiento llevaba la siguiente
inscripción:
MILNE. EDGWARD ROOD,
LONDON.
Hummer cruzó sus manos y las alzó sobre su cabeza como el adepto que va a elevar
un grito de angustia. Por un instante creyó que la oftalmía volvía a cegar por segunda
vez sus ojos, y que lo que veía no era sino el sueño de un ciego.
—¡Una berlina inglesa en Meroe! —se dijo—; ¡Milne, London!
Después de una larga pausa, adoptó una determinación:
—Marchemos pues —sentenció—; quizás encuentre los caballos.
En efecto, veinte pasos más lejos descubrió dos hermosos caballos negros que
comían avena en una cuba antigua de basalto: la avena era moderna. Los caballos
miraron a Hummer, y no se asombraron.
—¿Es Heródoto que, afligido por mi cansancio, me envía tan magnífico presente?
—dijo alzando sus ojos al cielo.
Esta idea le gustó, y se divertía en acariciarla, cuando una tercera sorpresa lo clavó
sobre un pedestal de esfinge que iba a franquear.
Había visto a tres europeos, elegantemente vestidos, sentados al este de una
pirámide. Dos de estos señores jugaban al ajedrez, el tercero leía un periódico piramidal.
Un poco más lejos, dos señoras, vestidas de blanco, paseaban bajo sus sombrillas; una
tercera se mantenía melancólicamente aparte mientras bordaba con un bastidor.
Hummer no pudo contener un grito de sorpresa que rebotó contra los cuarenta ecos de
las pirámides. A este grito, el europeo que leía el periódico se levantó; los dos otros
permanecieron encorvados sobre el tablero.
Hummer, no pudiendo ya guardar el incógnito, avanzó con decisión a resultas de su
grito, y tendió la mano al extranjero, que se adelantaba también hacia él con aire
risueño.
—Lamento haberles molestado —dijo Hummer en alemán—; disculpe que haya
disturbado su soledad.
Se le respondió, en inglés y en alemán, que esta tierra pertenecía a todo el mundo, y
cualquiera era libre de pasearse por ella. Hummer, tras ser presentado a los jugadores de
ajedrez y a las tres damas, fue invitado a cenar, lo que aceptó de buen grado.
El inglés del periódico entabló conversación con Hummer para amenizar la espera
hasta la cena.
—¿Ha llegado solo hasta aquí, señor? —preguntó el inglés.

109
Frédéric Cailliaud (1787-1869), en “Viaje a Meroe”, ofrece descripciones e ilustraciones de su estado
antes de la nefasta actuación de Ferlini, así como de monumentos hoy desaparecidos.
—Solo, con mi camello.
—¿Realiza un viaje científico, sin duda?
—Sí, señor; visito este país haciendo comentarios en torno a Heródoto.
—¡Ah!, envíeme un ejemplar; he aquí mi dirección: John Mawbrick, Regent Circus,
en Londres.
—Se lo enviaré desde Munich, puede contar con él. ¿Es un viaje científico también
el que realiza en familia?
—¿Nosotros? Es un viaje de placer; ya hace ocho días que estamos aquí.
—¿En Meroe?
—¿Llama a esto Meroe?; hemos bautizado este país como Mawbrick-Town.
—¿Hace mucho tiempo que abandonaron Londres?
—No, cinco años.
—¡Debe haber visto mucho país, en cinco años!
—No demasiado; venimos del cabo de Buena Esperanza, donde poseemos viñedos:
uno debe cuidar sus propiedades. De regreso de El Cabo, pasando por París, se nos
ocurrió emprender este pequeño paseo por Egipto, para entretener a estas señoras, mi
mujer y mis dos cuñadas; he aquí a los tres hermanos Mawbrick... De excursión en
excursión, hasta aquí nos hemos visto arrastrados. Nuestro guía nos ha prometido un
simún con la nueva luna, y estamos a la espera; no se puede abandonar Egipto sin haber
asistido a un simún.
—Tiene razón. ¿Ha encontrado aquí algún resto de la secta de los gimnosofistas?
—Hemos encontrado muchas momias: ¡estas pirámides están repletas!
—¡Momias de gimnosofistas!
—¡Ah!, no están firmadas: son momias anónimas.
—¿Se pueden llevar?
—Es usted dueño. Contamos entre nosotros, en aquel otro coche de allí, con el
famoso fármaco-químico del Strand, Fallon-White, que hace acopio de estas momias en
sus arcones.
—¿Para la National Gallery de Charing-Cross?
—No, para elaborar con ellas remedios caseros: mezcladas estas momias con
esencia de ruibarbo, se obtiene un licor excelente, como es bien sabido.
—¡Un licor con momias! —exclamó Hummer retrocediendo tres pasos—; ¡un licor
con las cenizas de los gimnosofistas! ¿Acaso no existe ya nada sagrado para los
farmacéuticos?
—¿Qué quiere?, es la moda. White ha patentado su descubrimiento; ya es la cuarta
vez que viene aquí para escoger él mismo su género: sus comisionados lo engañaban de
forma indigna. Le despachaban momias de jenízaros fabricadas en Boulaq110 por un
italiano. Un jefe de casa debe vigilar sus tierras. De Londres a esta pirámide dista poco
más que de Regent-Circus a Richmond. Nuestro globo es muy pequeño. ¿Quiere que
vayamos a cenar? Han dispuesto el servicio entre estas dos esfinges.
Hummer mostró durante la cena un semblante marcado por la sorpresa y la
indignación. Saludó a sus convidados y se sentó en lugar que se le designó. John
Mawbrick le dijo:
—Señor Hummer, excusará a las damas; se están arreglando un poco, despojándose
del desaliño propio del viaje.
El tal John era el único inglés conversador del grupo: los viajes lo habían
afrancesado. Sus dos hermanos meditaban todavía sobre el king’s-gambit111, y habían

110
Antigua ciudad 5 km al Norte del Viejo El Cairo y puerto cairota gracias al lago (ya deseco) formado
por el Nilo a su altura. Absorbida como barrio, su aduana albergó la primera sede del Museo Egipcio.
111
Gambito de rey, en inglés en el original. Se trata de una clásica apertura de ajedrez.
depositado cada uno dos peones sobre sus platos, que empujaban con el cuchillo. Dos
criados, con traje de librea, servían los platos. La mesa había sido dispuesta sobre una
gran losa de granito rosa, sostenida a los ángulos por cuatro esfinges.
—Le ofrecemos una cena sin ceremonias, señor Hummer —justificó John
Mawbrick—; en el campo como en el campo. ¿Desea empezar por estos filetes de buey
al madeira, o por estas supremas de corzo?
Hummer arrojó una mirada de pavor sobre estos platos misteriosos y se detuvo,
pese a la manifiesta impaciencia de su apetito. Creía ver filetes de gimnosofistas; le
parecía que él mismo Heródoto le era servido desmembrado bajo el seudónimo de
corzo.
—¿Señor —inquirió al inglés—, me permite preguntarle de dónde proceden sus
provisiones?
—Chevet112, Palais-Royal, en París; son conservas que hemos comprado de paso.
Eso dispensa, durante un viaje, de engorros de cocina. ¡Ah!, ¡he aquí a las señoras!
Las señoras vestían traje de gala. Se sentaron sobre sillas plegables, se despojaron
de sus mitones, saludando graciosamente a los convidados, y se sirvieron un clarete en
bonitas copas de cristal de Bohemia.
—Y he aquí a nuestro químico —anunció John Mawbrick—. ¡Siempre tarde, señor
White!
El químico pidió agua para una ablución de manos; un criado le acercó un
aguamanil de plata.
—«¿De qué horribles misterios saldrá?» —murmuró Hummer.
Fallon-White era un inglés de sesenta años; de rostro vivo, regular y corriente; y era
calvo, como todos los farmacéuticos de Londres.
—Señor White —dijo John Mawbrick sirviéndole corzo—, tenemos un nuevo
convidado, el Sr. Hummer, de Munich, que nos honra con una breve visita.
Hummer y el Sr. White se saludaron.
—¿Monsieur viene aquí por curiosidad? —preguntó White.
—Sí, señor, por la ciencia.
—No hay gran cosa que ver, como comprobará. Cuando haya caminado entre estos
cuarenta nidos de murciélagos, dirá buenas noches a su compañía. Es cosa de cuarenta
minutos.
—¿Ha trabajado bien hoy, White? —preguntó Mawbrick.
—He acometido el segundo pozo; pero la mercancía está deteriorada allí. De un
total de cuarenta y ocho sujetos a los que he quitado los pañales, sólo he hallado dos
para el comercio. Atacaré mañana el tercer pozo.
«—¡El infame!» —murmuró Hummer por lo bajo.
—Uno tiene que darse prisa en explotar estas antiguallas —prosiguió el
farmacéutico—; la competencia llegará, y no quiero dejarles más que las sobras. Estoy
muy contento con los dos ejemplares que he desmembrado esta mañana; debían ser
gente muy distinguida de la época: se hallaban en urnas y embalsamados con áloe y del
betún de primera calidad.
—¡En una urna!, ¿eso ha dicho, señor? —exclamó Hummer.
—Sí, en una urna. ¿Eso le asombra? He encontrado unas cien así.
—¡Son gimnosofistas! Sólo los gimnosofistas eran embalsamados en urnas. ¡Son
gimnosofistas! ¡Ah!

112
Reputada casa de comestibles de París, cuyas refinadas viandas hacían los honores en las más
prestigiosas celebraciones, llegando a ser posible solicitar sus minutas en lugares tan remotos como
San Petersburgo, incluyendo vajilla, cubertería de plata y cocineros.
—¡Ajá, y aunque fueran de los tories113!
—¿Ha encontrado en las cajas escarabajos?
—Verdes.
—¡Verdes!, eso es: ¡el escarabajo sagrado! No existe ya en Egipto; Meroe es la
única que conserva el escarabajo. ¿Así pues que ha visto escarabajos verdes?
—He comido algunos esta mañana.
—¡Shocking!114 —exclamó de forma melodiosa una de las señoras—; ¿estos señores
no han podido encontrar otra conversación más adecuada para la mesa?
Dicho reproche suspendió el diálogo. La comida se tornó silenciosa. Hummer había
cruzado los brazos y meditaba profundamente. Tras el postre, le fue devuelta su libertad.
Después de haberle prestado cuidados a su camello, Hummer exploró las ruinas de
Meroe. La noche lo sorprendió; en los abismos del desierto, la luna se elevó amplia y
roja, confiriendo a las ruinas un tinte desolador. El viajero sentía congoja en su corazón
viendo a cada paso los rastros de las sacrílegas profanaciones de tumbas.
—¡Qué horror! —comentaba—. Nada dicta que la santidad de un sepulcro prescriba
tras un tiempo convenido; ¿acaso lo que era sacrílego después de un siglo resulta lícito
transcurridos mil años? ¡Oh, virtud!, ¡no eres más que un nombre! 115 ¡El Elíseo116 de los
gimnosofistas hoy convertido en botica de un farmacéutico! ¡Santa y virginal Meroe,
hete aquí entregada a las garras de los bárbaros! ¡Cambises vencido por los ingleses!
¡Qué comentario preparo sobre estas profanaciones!
Enmudeció para escuchar los misteriosos ruidos que atravesaban el aire, y creyó oír
a las sombras de los gimnosofistas clamar venganza y lamentarse por entrar como
elemento aperitivo en la composición farmacéutica del polvo Sedlitz117.
John Mawbrick salió de una pirámide en bata de brocado y abordó alegremente a
Hummer.
—He ordenado preparar su piso —le dijo—, 39, Pyramide-Street, en el entre-suelo.
Soy su vecino; mi criado ha ido al barco a buscar una cama de plumas para usted.
¿Toma té?
Hummer hizo un signo negativo pleno de indolencia y de melancolía. John
Mawbrick continuó:
—Esperamos esta noche, por la vía del Nilo, a la familia Sappleton, que ha pasado
la agradable estancia a Dongola; ¡una familia encantadora! Viene a hacernos una
pequeña visita; bailaremos. ¡Oh, Dios mío, qué buena manera de matar el tiempo!
—¡Bailará en Meroe! —preguntó Hummer con voz consternada.
—¡Ah!, ¿por qué no?; puesto que contaremos con ocho damas y un violín, y una
hermosa y encantadora sala de baile en la pirámide número 7. En este momento me
dirigía al barco para elegir algunas cortinas en nuestro almacén flotante. Toda nuestra
casa de Regent-Circus viaja con nosotros, como ve. Hasta ahora.
Hummer tomó una resolución enérgica.
—Si me quedara aquí —decía mientras apretaba los puños—, sería cómplice de
estas espantosas profanaciones; mi camello tomó descanso y comida para diez días; he
sido testigo de todo: ¡vayámonos, huyamos de esta Meroe tan indignamente violada!
¡Menudos demonios estos ingleses! Se instalan por todas partes, numeran las pirámides
113
Miembros del partido conservador inglés.
114
En inglés en el original: vergonzoso, espantoso.
115
Frase pronunciada por Marco Bruto, hijo adoptivo y asesino de Julio César, antes de suicidarse.
116
Los Campos Eliseos, paraíso de la mitología clásica, contrapuesto al Tártaro, el infierno. “Elysion”
parece derivar de “iaru”, “cañas” en egipcio, referencia al cañaveral que formaba el paraíso egipcio.
117
Sedlitz-powder, receta de botica consistente en dos sobres de polvos: uno azul, con bicarbonato
sódico y sal de Rochelle; y otro blanco con ácido tartárico. Al mezclarlos con agua entran en
efervescencia y es utilizado como purgante.
igual que sus casas; llaman a Meroe Mawbrick-Town; se purgan con gimnosofistas;
bailan sobre tumbas; ¡se burlan de Heródoto, de Dios y de mí! ¡Vayamos a denunciar
estos crímenes a Europa, vayamos!
Atravesando Pyramide-Street para ir por su camello, Hummer vio a los dos otros
ingleses aseándose para el baile delante de un hielo suspendido del cuello de una
esfinge, entre dos girándulas con bujías diáfanas. Las señoras tomaban té detrás de un
biombo.
—¡Oh!, ¡si el cielo de Meroe conservase un solo trueno en su arsenal —dijo
Hummer—, pagaría con mi vida con tal de verlo descargar contra estos Cambises de
guante blanco!
Sin embargo, aprovechando las tinieblas, recogió algunas sobras de corzo y de
filetes de Chevet. Para tranquilizar su conciencia, dijo:
—Imito a los hebreos, in exitu de Ægypto, de populo barbaro118: tomaron las
llanuras119, yo las carnes; Dios me perdonará.
Montó su camello y se hundió en el desierto bien iluminado por la luna, este suave
sol de los viajeros en Egipto.
En su ruta trazado sobre la arena o sobre el Nilo, Hummer cerró los ojos sobre todo
lo que veía; ¡un solo y constante pensamiento lo absorbía el sacrilegio de Meroe! Por la
noche, padecía sueños horrorosos; veía a Heródoto llorando sobre un alambique de
químico, y al Sr. Fallont-White desmembrando a un gimnosofista y colgando sus
pedazos en los escaparates de Chevet.
«—¡Oh!, ¡cuánto lamentó ahora haber sido curado de mi oftalmía!, ¡he aquí para
qué me sirven los ojos» —se decía; al tiempo que encaraba el sol, como el águila, para
volver a ser ciego; pero su párpado se fortalecía.
No fue hasta haber abandonado Alejandría cuando dio inicio a sus comentarios.
Llegando a Génova, había escrito ya dos volúmenes; en la aduana le fueron confiscados
por la policía sarda porque ciertos pasajes arrojaban dudas acerca de la infalibilidad de
la Biblia.
—Los escribiré por segunda vez en Munich —dijo—, añadiendo un nuevo
comentario sobre la aduana de Génova.
Dado que fue oído, dos esbirros lo condujeron a prisión.
Tras dos meses de cautiverio, le fue permitido regresar a Alemania. Ya en Munich,
escribió sus comentarios y dio por concluida su obra, proponiendo su nuevo manuscrito
a todos los editores de Europa. Recibió cartas de todos, felicitándole por su valioso
trabajo, pero negándose a imprimirlo pues Heródoto resultaba demasiado anticuado.
Hummer ha ofrecido su manuscrito a la biblioteca de Munich, donde cualquiera lo
puede consultar; es una obra que prueba, después de otros cien, que la historia ha sido
escrita por fabulistas, y la fábula por historiadores.

II
EN LAS GALIAS
En 1828, el rey de Baviera120 pidió audiencia personal a Víctor Hummer y la
obtuvo.

118
Salmo 114: “In exitu Israel de Aegypto, domus Iacob de populo barbaro.” (Cuando salió Israel de
Egipto, la casa de Jacob entre gentes bárbaras).
119
Juego irreproducible en castellano “plat” significa tanto “llanura” como “plato”.
120
Luis I (1786-1868), rey de Baviera entre 1825 y 1848, hijo y sucesor de Maximiliano I. En 1832, su
segundo hijo fue coronado rey de los Helenos como Otón I de Grecia (1815-1867).
—Señor —le dijo el rey—, está al tanto de mi enorme interés por la historia
antigua, pues la perpetúo en la persona de mi hijo, rey de Grecia y sucesor de
Leónidas121. Me he enterado de sus valientes exploraciones en África, y quiero
recompensarlas; ha llegado el momento de que su precioso manuscrito, arrumbado en la
biblioteca de Munich, recobre la luz mediante su impresión. Le compro su traducción de
Heródoto por cincuenta mil florines, y me declaro su editor.
Víctor Hummer se echó a los pies del rey y golpeó el suelo tres veces con su frente,
a la manera de los persas.
—Crea, señor —dijo—, que ansío dedicar al servicio de la ciencia el dinero que
recibo de Usted. Con esta suma, el mundo me corresponde, y la emplearé en traducir a
Estrabón.
—Eso está bien —sugirió el rey con un laconismo encantador.
El rey estrechó la mano del sabio, y salió como un simple particular.
Víctor Hummer encontró en su mano una letra de cambio sobre el Sr. Reighanum,
en Fráncfort del Mein122, banquero fantástico, que construyó castillos en España para los
alemanes.
Sin embargo, un honrado prestamista de Munich le aceptó la letra de cambio al
cincuenta por ciento de agio, para hacer el honor al endoso del ministro de las finanzas
bávaro. A los ojos de un sabio, nada se parece más a cincuenta mil florines que
veinticinco mil: para quien nada tiene resulta lo mismo en el fondo.
Hummer se lanzó de cabeza sobre el primer in-folio de Estrabón; se redujo al estado
de esqueleto, se volvió diáfano, y terminó su trabajo. El venerable sabio, roído por las
vigilias, no era más que una ilusión que se desvanecía sobre los lugares públicos de
Munich al menor soplo del aire; mirándose en el espejo, no veía nada. ¿Qué importa la
ausencia del cuerpo, si se conserva el alma? No se cultiva la ciencia más que a este
precio.
El alma de Hummer, vestida de un ligero redingote de cutí, marchó para explorar
las Galias a la primavera de 1828. Sólo pagó la mitad de la plaza en el interior de la
diligencia; eran siete viajeros muy cómodos, Hummer incluido.
Por la carretera de Marsella, la reina de las Galias, Hummer decía:
—¡Voy pues a ver esta antigua ciudad, fundada seis buenos siglos antes de Cristo,
esta ciudad contemporánea de los Tarquinos 123, reunir y que Estrabón amaba entre todas
las ciudades galas!
Y diciendo esto, tomó hospedaje en el hotel de la Croix-de-Malte124, en le Cours125.
Al día siguiente, al despertar, se hallaba muy indeciso.
—A ciencia cierta que no sé por dónde empezar mi recorrido 126 —decía—; tengo
que elegir entre el templo de Neptuno, el templo de Apolo Délfico, el templo de Diana
de Éfeso, el templo de Juno Laciniana, el templo de Venus victrix127; además el
121
Rey de Esparta que, durante la Segunda Guerra Médica, halló la muerte, junto a los legendarios 300
hoplitas a su mando, en la heroica defensa del paso de las Termópilas, donde contuvo con su arrojo el
avance del muy superior ejército persa de Jerjes I, impidiendo así la conquista de Grecia.
122
Nombre francés de la ciudad alemana Fráncfort [del Meno], en alemán Frankfurt am Main.
123
Dinastía regia romana, cuyos últimos representantes dieron muestras de tal cúmulo de atrocidades e
inquina, que fueron condenados al destierro, facilitando el advenimiento de la República.
124
Reputado establecimiento de la época desde el cual se midió, en 1692, la latitud de Marsella.
125
Le Cours, una de las céntricas calles de Marsella, cercana al Viejo Puerto. Tras la Peste de 1720 (que
se cobró 40.000 víctimas), fue rebautizada Cours Belsunce, en honor a Monseñor Belsunce, obispo de
Marsella, por su dedicación a los enfermos.
126
Tratándose Marsella de una de las ciudades más antiguas de Francia, apenas conserva vestigios de su
pasado clásico. No fue sino hasta 1967, durante las obras del Centre Bourse, cuando salieron a la luz
los principales restos de la antigua Massalia, hoy visibles en el Jardín de los Vestigios.
127
Victoriosa.
Lacidum, la necrópolis Paradisius, el castillo de Julio César, la casa de Milon, las
termas, la puerta Julia y otro sinfín de antigüedades, algunas de ellas modernas, como la
famosa torre que en 1539128 resistió el asedio emprendido por el condestable de Borbón,
y la bella iglesia gótica de las Accoas129, de los cuales hablan tanto Papon130 como
Grosson131, ambos continuadores de Estrabón.
Llamó al mozo de hostal y le dijo:
—¿Cuál es el templo más cercano?
—Saint-Martin, respondió el chico.
—¡Ajá! —aceptó Hummer—; sucede como en Roma, donde el catolicismo ha
heredado del paganismo. ¿Cómo se llamaba Saint-Martin en la antigüedad?
—No sé, señor. Si quiere verlo, siga la calle y al llegar al final tuerza a la izquierda.
—Está bien, muchacho; no eres demasiado avispado.
Hummer se encaminó hacia Saint-Martin, y vio una iglesia bastante fea, muy
sombría, muy polvorienta, y para nada antigua.
—Amigo mío —le dijo al sacristán que pasaba—, ¿me podría dar algunas
explicaciones arqueológicas sobre...?
El sacristán se giró bruscamente dándole la espalda. Hummer se echó a andar
dejando al azar el descubrimiento de las ruinas.
Vio magníficas calles, barrios opulentos, un pueblo pintoresco y animado; una
ciudad más hermosa, más alegre y más grande que Munich: pero todo eso no le
impresionó lo más mínimo; sentía aprensión por lo moderno, buscaba Massilia civitas y
no la ciudad de Marsella; buscaba ruinas, y no veía más que arquitectos construyendo
edificios. El arquitecto es el enemigo jurado del anticuario; devasta la ruina y se sirve de
lo antiguo para levantar lo nuevo.
Atravesando una calle tan ancha como Sakewil-Street 132 en Dublín, vio el plano de
Marsella en el escaparate del Sr. Chardon133, librero, autor de la Guía marsellesa134.
—He aquí mi asunto —se dijo—; entremos.
El Sr. Chardon mira por Marsella como de su propia hija; él mismo se encarga,
desde hace sesenta años, de la historiografía de la hija de Focea 135. Publica, todos los 1º
de enero, un compendio sumamente elegante que analiza los progresos de Marsella, y

128
Imprecisión histórica, pues el Sitio de Marsella por el condestable Carlos III de Borbón, al servicio
del emperador Carlos V, se produjo en 1524; de hecho, el condestable de Borbón falleció en 1529
durante el famoso Saco de Roma (según la leyenda, arcabuceado por Benvenutto Cellini). El mismo
Méry escribió en 1841 una crónica sobre «Le Siège de Marseille par le connétable de Bourbon».
129
Adrede, Méry menciona algunos monumentos modernos ya extintos en su época, como la antigua
iglesia de Santa María de Accoas (Accoules), demolida en 1794 por haber albergado actividades
revolucionarias; hoy en día, su único vestigio es la torre-campanario.
130
Jean-Pierre Papon (1734-1803), abad e historiador, miembro de la Academia de Marsella y autor de
una Historia de la Provenza en cuatro tomos.
131
Jean-Baptiste Grosson (1733-1800), historiador francés, interesado por la historia de su ciudad natal,
Marsella. Ya en su tiempo se le acusó de superficial y dejarse llevar en sus estudios arqueológicos
más por la imaginación que por el rigor histórico.
132
Se refiere a Sackville Street, hoy rebautizada como O'Connell Street, una de las calles más amplias de
toda Europa, con sus 46 metros de ancho. Ciñéndonos a la comparativa, la amplia calle atravesada por
Hummer no puede ser sino La Canebière, arteria principal de la ciudad que desemboca en el puerto.
133
Joseph Chardon (1758-1840), librero marsellés, con domicilio en Rue La Canebière. Se le conoce
como autor y editor de una "Historia abreviada de Marsella" (1806), así como la publicación anual de
un Almanaque sobre la ciudad.
134
Tableau historique et politique de Marseille, Ancienne et Moderne, Ou Guide fidèle du Voyageur et
des Négocians dans cette Ville. Avec une description de ses Monumens et Établissemens publics...
135
Focea, antigua ciudad griega de Jonia, franja costera sudoriental de Anatolia, cuyos colonos fundaron
Massalia hacia el año 597 a.C.
completa esta rigurosa labor estadística con abundantes reflexiones morales dirigidas a
las mujeres y a la gente joven.
—Señor —le dijo Hummer—, usted ha escrito sobre Marsella, si doy crédito a su
anuncio; ¿tendría la bondad de indicarme los lugares más destacables del viaje, así
como venderme su mapa y su Compendio?
El Sr. Chardon dedicó sus obras a Hummer, llamándole «mi cofrade», y se ofreció
acompañarlo en sus exploraciones. Hummer se volcó en agradecimientos, y tomó su
álbum, bien para dibujar las imponentes ruinas que iba a contemplar, bien para tomar
notas con el lápiz.
—Empecemos por lo más cercano —dijo el Sr. Chardon—. He aquí la calle Saint-
Ferréol; ¿qué le parece esta calle?...
—Una calle muy hermosa —contestó Hummer—, derecha como una I.
—¿Y qué le parece este paraje con sus castaños?
—Bello paraje; aunque los castaños no son de mi agrado.
—¿Creerá, señor, que aquí existió una magnífica iglesia?
—Una antigua iglesia, una basílica136; ¿es posible, señor?
—Ahora ya no queda ni una piedra, como comprobará.
—Ciertamente; hay castaños. Resulta verdaderamente curioso. ¡Diablos!, no
destruyen nada mal ustedes. Pasemos a otra curiosidad.
—Le voy a mostrar ahora la necrópolis Paradisius; he escrito sobre ella en mi obra.
—Y yo en Estrabón. Permita que prepare una hoja de papel para tomar una vista de
este famoso Paradisius.
—Hela aquí —dijo el Sr. Chardon—. El cementerio ya no existe; pero podría
existir, si no se hubiera construido esta calle que ve, y que se llama con razón calle
Paradis.
—¡Francamente lo encuentro muy acertado! Pasemos a otra maravilla y
abandonemos este cementerio perfectamente enterrado.
—Este camino que ve conduce a la famosa montaña inmortalizada por Lucano...137
—¡Qué! —exclamó Hummer—, ¿el camino de la Silva Sacra?
Este bosque sagrado,
por todo hombre y en todo tiempo reverenciado;
este bosque donde los druidas hacían sacrificios humanos; este bosque donde
Trebonio138, lugarteniente de César, cortaba robles enormes, robur, para las galeras de
su flota; ¡este bosque que cubría con su sombra el templo de mármol de Neptuno
Sidonio! ¡Oh!, ¡corramos!
—El bosque aún existiría si los humanos y el tiempo no lo hubieran destruido...
—¡Destruida, la Sacra Silva!, ¿no queda nada?...
—¡Ni un solo árbol!, pero podrá encontrar allí una montaña desnuda donde se elevó
este bosque santo...
—Vayamos a ver de todos modos las ruinas del templo de Neptuno Sidonio...

136
La basílica romana era un edificio civil que servía como lugar de reunión, contratación o
administración de justicia. Su planta longitudinal, con nave central y laterales separadas por hileras de
columnas, fue adoptada como templo por los primeros cristianos.
137
Marco Anneo Lucano (39-65), poeta latino nacido en Córdoba; sobrino de Séneca, educado en el
estoicismo, encabezó la conjura de Pisón, fraguada para derrocar a Nerón, suicidándose tras ser
descubierta. Su obra se ha perdido salvo Farsalia, que narra la guerra civil entre César y Pompeyo.
138
Gayo Trebonio (†43 a.C.). Militar y político romano que acompañó a César durante sus campañas en
la Galia y Britania. En el 49 a.C. estuvo al mando del sitio de Massilia (Marsella). Posteriormente
participaría en el complot para asesinar a César.
—El templo ha corrido la misma suerte que el bosque. Podemos pasar, si lo desea, a
otras antigüedades.
—¡Qué!, ¡tan hermoso templo también convertido en ruinas, sus ruinas en polvo y
su polvo en la nada! Corramos a consolarme en otro sitio.
El Sr. Chardon se hallaba consternado ante la desolación de Víctor Hummer;
caminaba delante de él en dirección a la vieja ciudad, y parecía decirle por sus gestos:
«Espere, voy a intentar mostrarle algo; no desespere».
A la hora en que atravesaban los muelles del puerto, la ciudad se mostraba radiante;
el mundo entero había enviado allí a sus representantes: América, África, Asia, Oceanía,
se paseaban bajo las carpas colgadas, como puentes chinos, desde las ventanas de las
casas a las antenas de los buques. Todos los dialectos de la tierra se cruzaban en esta
Babel naval; era un mosaico ambulante de todos los trajes conocidos y por conocer, de
todos los rostros que el sol matiza entre los trópicos, desde el ébano hasta el bronce. El
aire no tenía suficiente ecos para responder a tanta voz, a tantos gritos, ni a tantos
cantos; el agua del puerto había desaparecido bajo los buques; el bosque sagrado,
despojado de sus hojas, parecía haber descendido desde la montaña vecina para surtir
con sus innumerables mástiles a todas las flotas del universo.
Hummer no se dignó arrojar una sola mirada a esta extraordinaria escena; él hubiera
dado todo Estrabón por ver ante sí, en vez de tan animado puerto, el tranquilo
Lacidum139, desierto y silencioso, y anclados dos trirremes de Trebonio llegados de
Ostia140 por la mañana.
El Sr. Chardon condujo al sabio extranjero a la calle de los Grands-Carmes, y lo
hizo parar delante de la casa n° 55. Era una casa revocada a nueve, y cuya fachada
relucía de un ocre vivo, como la sala de un cabaret de pueblo.
—He aquí —dijo el Sr. Chardon—, la casa de Milon.
—¿Milón el Crotona141? —preguntó Hummer.
—Milón, el asesino de Clodio142.
—Permita, señor Chardon: considero a Milon un hombre desgraciado más que
culpable; Milon mató a Clodio, el hecho es cierto; pero Milón no puede ser llamado
asesino. Bien sabe que Milón viajaba acompañado de su familia, y se cubría con abrigo,
penulatus143, como indica Cicerón144, cuando tuvo la desgracia de encontrar a Clodio
bajo su espada. Ahora bien, si Milón hubiera premeditado su acción, habría dejado en
Roma mujer y abrigo, cosas muy molestas para perpetrar un asesinato. El M. de
139
Lacydon (Lacidum en latín), así llamada la bahía donde los griegos foceos fundaron Massilia y que
daría nombre al antiguo puerto hasta que, en torno a 1840, se construyera el nuevo puerto, La Jolliet,
pasando a denominarse entonces Vieux-Port (Viejo Puerto).
140
Antiguo puerto de Roma en la desembocadura del Tíber.
141
Célebre atleta griego, nacido en Crotona en el 510 a.C., que destacó en la lucha, alcanzando
numerosas victorias en las Olimpiadas. Discípulo de Pitágoras, se le atribuyen numerosas hazañas
inverosímiles tendentes a ponderar su fuerza. La leyenda narra que, tratando de partir un árbol con sus
manos, quedó atrapado por el tronco, siendo así presa fácil de las fieras, escena esculpida con especial
dramatismo por Pierre Puget (1620-1694), pintor, arquitecto y escultor marsellés, y expuesta en el
Louvre; Méry incluyó en el volumen Nouvelles nouvelles (1858) un relato homónimo sobre Pierre
Puget.
142
Tito Milón (95-48), político y agitador romano de la tardo República, promotor de la causa patricia
mediante bandas de sicarios, enfrentado a Publio Clodio (93-52), quien brindaba apoyo similar a la
causa democrática. El infortunado encuentro de ambos bandos, el 18 de enero de 52 a.C. en la Vía
Apia, cerca de Bovillae, originó una sangrienta reyerta que se saldó con la muerte de Clodio y el
destierro de Milón a Massalia, así como la designación de Pompeyo como dictador.
143
Clásico capote de viaje empleado por los romanos.
144
En Pro Miloe, Cicerón redactaría una famosa defensa de Milón, quien en su día abogase por el
retorno de Cicerón de su exilio en Macedonia, cuyo responsable último, así como de la confiscación
de sus propiedades y el derribo de su casa en el Palatino, no era otro sino el mismo Clodio.
Voltaire ha incurrido en el mismo error que usted, en su traducción de un pasaje de
Homero, cuando dice hablando d Aquiles:
El homicida de Héctor en aquel tranquilo momento.
Aquiles había luchado en buena lid con Héctor, no era un homicida. Estas palabras,
homicida y asesino, encierran siempre algo infamante.
El Sr. Chardon se excusó por haber ultrajado la memoria de Milón.
—¿Dice pues —prosiguió Hummer—, que esta casa ha pertenecido a Milon?
—Sí, señor, el n° 55.
—Parece que se cometió el sacrilegio de restaurarla como si fuese nueva.
—No, señor, se ha reconstruido: la otra amenazaba ruina.
—¡Y se ha reconstruido con las ruinas de la antigua casa!
—No, con las ruinas de una casa moderna que tenía cien años. Cada cien años se
reconstruye la casa de Milón: han existido otras tantas así desde el vencedor de Clodio.
No se ha podido encontrar más que este medio de conservar esta preciosa antigüedad.
—¿Bromea, señor Chardon? —dijo Hummer pálido e indignado.
—¡Oh!, raramente bromeo: soy librero.
—¡Es librero, y no se estremece ante el umbral de esta casa!, ¡y no le dan un golpe
de martillo, como se hace sobre el vaso sagrado profanado en el tabernáculo! Vamos,
señor, arrástreme por otras antigüedades.
—Justamente, estamos aquí sobre el bulevar de las Damas145, y...
—¿El famoso bastión146 de las marsellesas durante el asedio del condestable de
Borbón? ¡Oh, cómo es de hermosa la antigüedad! Solo conozco en la historia un gesto
de este género, y es en Cartago147. ¡Por desgracia, las murallas de Cartago han
desaparecido con las heroicas cartaginesas que las defendieron! Al menos, aquí, la
muralla ha permanecido como un monumento a la virtud. Veamos dicho bastión.
—He aquí dicho bulevar; está ante usted mismo.
—Me parece que no veo nada.
—No hay nada en absoluto, en efecto; pero he aquí el terreno donde habría visto
esta muralla, si no hubiera sido derribada.
—¡Pues ha tenido abuelos muy demoledores, señor Chardon!
—¡Ah!, ¡el sarraceno148 y la guadaña149 del Tiempo!
—¡Bah!, ¡el sarraceno y la guadaña del Tiempo, valiente excusa! El sarraceno tiene
buenas espaldas, y el Tiempo también. ¡Los hombres rabian por destruir, y después
cargan las culpas sobre los sarracenos y el Tiempo! ¡El Tiempo!, ¿pero acaso sabe que
el Tiempo, todo lo roedor que quiera llamársele, no comería ni una sola escama de
columna en mil años si no tuviera al hombre por colaborador?

145
“Boulevard des Dames” debe su nombre al baluarte desde el que determinadas damas marsellesas
enfrentaron el asedio del condestable de Borbón; dicho “Bastion des Dames”, como fue conocido
desde entonces, fue derribado a principios del XVIII con el ensanche de la ciudad.
146
En francés la palabra “boulevard”, aparte del significado prestado al castellano, también significa
bastión o muralla, de ahí las expectativas creadas en el protagonista, por lo que en boca de Hummer
adopto el término “bastión”, reservando “bulevar” para cuando interviene M. Chardon.
147
Durante la Tercera Guerra Púnica, Roma puso sitio a Cartago, la cual se armó con maquinaria de
guerra para su defensa, cuyas cuerdas eran confeccionadas con cabellos donados por las cartaginesas,
quienes, asimismo, durante la toma de la ciudad, combatieron con igual tesón al enemigo.
148
La primera invasión sarracena de la Provenza se produce, a mediados del s.VIII, como prolongación
de la acaecida ya en Hispania; expulsados por Carlos Martel, durante el siglo siguiente la región se vio
sometida a continuas razzías que culminaron, hacia 880, con una nueva y duradera invasión de casi un
siglo y que culmina con la batalla de Tourtour (972).
149
Los poetas suelen representar al Tiempo con una guadaña que todo lo iguala o destruye.
—¿Qué quiere? —se excusó el Sr. Chardon muy tembloroso—; estoy desolado por
no poder mostrarse este bulevar, tanto más que una de mis abuelas, la Sra. Vivaux, fue
nombrada sargento-mayor sobre la brecha, el cuadragésimo día del asedio. Le mostraré
su retrato.
—Muéstreme, le ruego, los dos célebres templos del cual he hablado en Estrabón,
el templo de Éfeso y el templo de Apolo Délfico. Debe saber que he comentado que
estos dos magníficos templos se hallaban dentro del recinto de la ciudadela. Muéstreme
la ciudadela.
—He aquí la ciudadela construida por...
—Protys150.
—No, por Louis XIV151. No guarda más que dos piezas de cañón fijas y un mortero
silenciado.
—¿Y mis dos templos?
—Sus dos templos ya no existen.
—¡Oh!, no puede suceder así; ¡necesito por lo menos algunas ruinas, algunos
fragmentos, algunas piedras! ¡Cómo!, ¡he contemplado en Egipto las ruinas del templo
de Hermes, que los bárbaros llaman Ashmunein152, y levantado dos mil quinientos años
antes del Cristo, y no encontraré una piedra de mi Efesion y de mi Apolo Délfico153!
Pero denunciaré a sus abuelos ante Europa, compondré sobre ellos un Misogallo, como
Alfieri154. Señor Chardon, ¿queda claro?
—Comparto su desolación, créame sinceramente, señor. Todo lo que puedo
mostrarle de este lugar es el castillo de Jules César; nos hallamos en la Joliette155.
—¡Ah!, pues veámoslo...
—El castillo de César se alza ante usted...
—¡Vamos, siga!
—¿Siga?... Le ruego me excuse, señor, es un tesoro ya perdido...
—¡Oh, señor Chardon!, si no me contuviera, si no me acallara el dios que ruge en
mi seno...
—Tenemos un templo de Diana allá —dijo rápidamente el Sr. Chardon, cada vez
más asustado ante la cólera del sabio, y queriendo complacerle.
—¡Un templo de Diana!, ¿donde? —exclamó Hummer.

150
Protys, según la leyenda, comandante junto con Simos de la flota focea encargada de buscar nuevos
asentamientos para colonias. Desembarcados en Lacydos, dadas sus óptimas condiciones como puerto
natural, pronto tuvieron encuentro con los nativos, el pueblo ligur de los segobrigas, cuyo rey Nann
les invitó al banquete nupcial de su hija Gyptis, la cual, atendiendo a la costumbre ligur, debía elegir
contrayente entre los invitados. Diose el caso que la hija del rey desdeñó a los pretendientes locales y
escogió a Protys, que enseguida pasó de huésped a yerno del rey, recibiendo la joven pareja como
regalo de bodas las tierras donde fundar la nueva ciudad.
151
A raíz del levantamiento marsellés durante La Fronda, Luis XIV, tras la toma de la ciudad en 1660,
ordena levantar dos fortificaciones a la entrada del puerto: Fuerte Nicolás, vasto complejo situado en
el muelle sur y popularmente conocido como Ciudadela; y Fuerte San Juan, al norte, referido por
Méry.
152
Ashmunein acoge las ruinas de la antigua Jnum egipcia, de donde deriva el nombre actual a través del
copto Khnumu; principal centro de culto a Thoth, dios egipcio análogo al griego Hermes, por lo que
durante los Ptolomeos la ciudad fue rebautizada como Hermópolis Magna.
153
Sobre el promontorio de “La Tourette”, que en su día ocupase el templo de Apolo, se edificó hacia el
870 un recinto fortificado como defensa ante los constantes ataques sarracenos, acogiendo su interior
la iglesia de Sant-Laurent, aunque el actual templo, en estilo románico provenzal, data del s.XII.
154
El Misogallo, obra miscelánea del italiano Vittorio Alfieri (1749–1803), inspirada en los
acontecimientos de la Revolución Francesa, supone un fiero y punzante alegato antifrancés al
considerar que se había traicionado el ideal de libertad tras los excesos sangrientos del Terror.
155
El puerto nuevo de Marsella, inaugurado en 1844, situado fuera de la rada natural, al NO de la
ciudad.
—Venga, señor, venga... ¿Ve bien esta iglesia?
—Sí, es bastante fea.
—Es la iglesia Mayor, la Major156. Hay sabios que dicen que es el templo de Diana.
—Estos sabios no pretenden nada: Diana nunca ha pasado por allí.
—Eso es lo que les he dicho; pero otros sabios han fijado el emplazamiento del
templo de Diana, allá, hacia ese lado... siga mi dedo...
—¿En el mar?
—Sí, en el mar. El mar ha roído las tierras y derribado este bello templo; pero se
puede ver todavía.
—¡Se puede ver!
—Se puede ver en el fondo del agua, aseguran los mismos sabios, cuando el mar se
halla en calma.
—¿Y qué se ve?
—Se ven piedras cubiertas de algas y espuma, que han pertenecido sin duda a algún
monumento. No se distinguen muy bien las piedras, pero algas y espuma se dejan
distinguir perfectamente... Otros sabios afirman también que este mismo mar bañaba el
templo de Venus Pyréna157...
—¿Dónde ubican el templo de Venus Pyréna?
—Siga con la vista esta cadena de montañas, a nuestra derecha; allá donde termina
es un cabo: el cabo Creus158...
—¡El cabo Creus!, ¡y el templo de Venus Pyréna! ¡Oh, Estrabón! Tome mi primer
volumen manuscrito, y verá que el templo de Venus Pyréna se elevaba sobre las
montañas que separan la Galia de la Iberia. Tengo en mi gabinete dos mapas antiguos
realizados antes de la invención de las cartas y del grabado. Uno es llamado mapa
Teodosiano159; el otro, mapa de Eratóstenes 160. El sistema geográfico de Eratóstenes
regía en tiempos de Estrabón: es él el que ha determinado el verdadero emplazamiento
del templo de Venus Pyréna. Sus sabios, que lo ubican al final de estas montañas, son
unos ignorantes161.
El Sr. Chardon quedó consternado; cruzó indolentemente los brazos y miró al mar,
como un hombre que está al final de su erudición y que no tiene nada más que añadir ni
mostrar.
—¿He aquí pues todo lo que su ciudad tiene de antigua? —preguntó Hummer.
—He aquí todo —dijo el Sr. Chardon con voz emocionada.
—Es decir, que se resigna a no tener nada en absoluto.
—¡Ah, señor, qué le vamos a hacer!

156
Desde el s.V, sobre las posibles ruinas del templo de Diana, se han sucede distintos templos
cristianos, aunque la Antigua Catedral de “La Major”, bello ejemplo de románico provenzal, data de
mediados del s.XII. La Nueva Catedral de “La Major”, iniciada en 1852, no fue consagrada hasta
1896.
157
Venus Pirenaica.
158
Promontorio abrupto y rocoso de 672 m de altitud en la comarca gerundense del Alto Ampurdán, al
norte del golfo de Rosas, que constituye el punto más oriental de la península Ibérica.
159
Tabla Teodosiana (o Tabula Peutingeriana), mapa original del s. I y revisado el s.IV, cuyo diseño no
muestra las masas de tierra en su proporción correcta, sino un esquema gráfico de la red de carreteras
del Imperio Romano trazadas con líneas rectas (sirvan de ejemplo los mapas de las líneas de metro).
160
Eratóstenes (276-194), célebre matemático, astrónomo y geógrafo griego que, mediante un ingenioso
método trigonométrico y atendiendo a la sombra proyectada por el Sol, midió la circunferencia de la
Tierra con un admisible margen de error para la época. Dichos cálculos le sirvieron para trazar un
mapa de todo el orbe conocido, publicado en 1822 por Gottfried Bernhardy en Berlín.
161
Si bien Estrabón sitúa el templo de Venus en el cabo Creus, su verdadero emplazamiento se hallaba
en Portvendres, ciudad de origen griego cuyo nombre actual deriva del latín "Portus Veneri" (Puerto
de Venus). Con todo, ambos enclaves distan cientos de kilómetros de Marsella.
—¡Una ciudad que ha tenido el honor de ver Tarquinos, y que no tiene un mísero
pedrusco del tamaño de un puño que mostrarme! Munich no creerá nunca eso. Me
tendré que conformar con las antigüedades modernas; por favor, tendrá a bien
enseñarme la torre de Sainte-Paule, que fulminaba con su culebrina el campo de los
españoles162.
El Sr. Chardon bajó lo vista.
—¿También destruida? —exclamó Hummer.
El Sr. Chardon hizo una señal melancólica de afirmación.
—¡Destruida!, ¿y por qué?
—Porque era demasiado vieja y molestaba el alineamiento.
—No permanezco ni un solo cuarto de hora más aquí; muy agradecido, señor; parto
al instante para Arlés, y sacudo el polvo moderno de mis zapatos. Adiós.

Una hora después, Hummer rodaba en el coche de postas por la carretera de Arlés.
Atravesó, por la tarde, el Ródano sobre el puente de hierro 163; y, dando por supuesto
no hallarse alejado de Ugernum, preguntó por Ugernum a todos los caballeros del 17º
de Cazadores que paseaban bajo los árboles de la orilla. Nadie, ni en el ejército ni en lo
civil conocía Ugernum.
—¡Resulta extraordinario cómo se extravían las ciudades en este país! —
reflexionaba Hummer—. Vayamos a visitar el desierto de la Creus o la Crau 164; veremos
si este desierto no se ha extraviado, también él, en el desierto.
La misma noche, de velada con los huéspedes, en el hostal de Beaucaire,
casualmente se enteró, por boca del cura, que Beaucaire era el Ugernum de Estrabón.
—¿Quedan algunas antigüedades? —inquirió Hummer.
—No hay más ruinas que las del castillo de los señores de Beaucaire —respondió el
cura—; eso ni merece una ojeada.
Al Amanecer, entraba a caballo en la Crau.
—Aquí me vuelven recuerdos de mi Egipto —decía, reiniciando sus monólogos de
viajero solitario—; es el desierto, es el verdadero desierto, con la pequeña diferencia de
que en Egipto hay granos de arena y aquí gruesas piedras. ¿Veamos, qué he dicho junto
a Estrabón al hablar de esta Crau? He dicho que este desierto se hallaba a cien
estadios165 del mar; que su extensión era circular y medía cien estadios de diámetro, lo
que le da el triple de cuerda. Es necesario creer las palabras de Estrabón en cuanto a
estas medidas: andaba siempre compás en mano.
»Posidonio166 cree que esta Crau era antaño un lago; yo también lo creo; añadiré
incluso que era un lago de agua salada y que era alimentado por el mar, o, en otros
162
Durante el asedio de Marsella por el condestable Borbón, la torre de Sainte-Paul se hizo célebre entre
los sitiados por el gran número de bajas que causó entre los enemigos.
163
El ya desaparecido Puente Colgante entre Tarascón y Beaucaire, obra del ingeniero Jules Seguin
(1796-1868) y abierto al tráfico en 1829. Estratégica encrucijada de caminos ya desde tiempo de los
romanos, quienes construyeron el castrum Ernaginum, en la orilla oriental (Tarascón), y el castrum
Urgenum, en la margen opuesta (Beaucaire) para controlar el tráfico fluvial por el Ródano y la vía
Domitia, ruta de enlace entre Italia e Iberia y primera calzada romana trazada en la Galia.
164
El desierto de La Crau, al este del gran Ródano, vasta estepa pedregosa y semiárida de escasas
precipitaciones y frecuentemente azotada por el viento mistral. Durante los s.XVI y XVII, la
explotación de sus ricos acuíferos para el riego transformó parte del árido llano en un oasis.
165
Antigua medida griega de longitud equivalente a 192 m. También existía un estadio egipcio de 158
m.
166
Posidonio (135-51), político, astrónomo, geógrafo, historiador y filósofo, fundador y máximo
exponente de la estoa media, toda su obra se ha perdido. Infatigable viajero, se valió de su amistad con
Pompeyo para sus exploraciones geográficas: Hispania, África, Sicilia, Dalmacia, Galia, Liguria...
términos, que el mar cubría toda esta extensión de piedras, y que se ha retirado después.
Con mi dictamen y el de Posidonio, se puede fundar un buen juicio. Será más difícil
respecto a Esquilo167, aunque me cueste estar en contradicción con este gran poeta
griego. En su bella tragedia titulada: Prometeo liberado de sus cadenas, el gran Esquilo
ha hablado de la Crau, lo que prueba que Esquilo conocía la Crau. En esta tragedia,
Prometeo le dice a Hércules:
«Escucha, Hércules: llegarás al pueblo intrépido de los ligures 168
para combatirlo y someterlo; pero pronto no tendrás más flechas para tu
arco ni piedras para tu honda. Entonces Júpiter, sintiendo compasión
por ti, divino hijo de Alcmena, hará caer tras tus pasos un granizo de
piedras redondas, con las cuales aplastarás a los ligures».
»Me cito este pasaje textualmente. He aquí pues el origen de la Crau, según
Esquilo. Estrabón, por lo común serio, se ha permitido una broma al respecto. «Júpiter
—ha dicho Estrabón—, hubiera hecho mucho mejor aplastando él mismo con estas
piedras a los ligures169». En el fondo, Estrabón quizás tenga razón; puesto que Júpiter
estaba decidido a obrar un milagro, debió realizarlo más redondo. Tuvo que llevarle
mucho tiempo a Hércules matar un ligur tras otro a golpe de piedra: no resultaría el
menor de sus doce trabajos. ¡He aquí pues este desierto donde Hércules lapidó a un
intrépido pueblo! ¡Cuán grato poder amenizar lo tedioso del camino con semejantes
evocaciones literarias! Prosigamos. Atendiendo a lo escrito, por mi maestro Estrabón, el
desierto de la Crau se asemeja tanto al desierto de Egipto, que ofrece al viajero el
fenómeno del espejismo. En Egipto nunca he visto un espejismo; tampoco resulta
asombroso, puesto que se trata de un fenómeno. Estrabón ha sufrido un espejismo en la
Crau170; ha visto allá, en el sur, un oasis de colinas verdes, palmeras, sicómoros, fuentes,
cascadas, jazmines y jóvenes arlesianas tocadas con la cinta de Isis, el ánfora sobre la
cabeza, conversando de amor entre ellas, bajo la higuera del pozo. Estrabón picó
espuelas a su caballo, en dirección a este encantador oasis; y a cada tiempo de galope
veía desaparecer una palmera, una cascada, un sicómoro, una arlesiana; cuando se halló
ante el oasis, no encontró más que las piedras. Es una de las más ingeniosas bromas que
la benéfica naturaleza les pueda jugar a los alterados pobres viajeros. Veamos si no
descubro algún asomo de espejismo al horizonte».
Hummer descendió del caballo y miró en derredor en busca del espejismo de
Estrabón; no descubrió más que pedregales en todo lo que abarcaba su vista a la
redonda; el cielo parecía una cúpula azul tendida sobre el desierto, como para preservar
bajo campana este antiguo arsenal de Hércules. El sol vigilaba fijamente a Hummer y
las piedras, como el ojo de un anticuario pegado tras el fanal. Hummer se enorgullecía
al ser el único hombre que, aquel instante, el sol se molestaba en observar. Creyó deber
rendirle cortesía e inclinarse por respeto. El astro, agradecido, se deslizó treinta y cinco
grados Réaumur171 entre la franela y su piel. ¡El sabio del Norte dio un brinco azuzado
por el aguijón del fuego!

167
Esquilo (525-456), prolífico dramaturgo griego, considerado padre de la tragedia griega, de cual solo
nos han llegado seis piezas y una atribuida, “Prometeo encadenado”, primera parte y única
conservada, salvo fragmentos, de la trilogía completada por “Prometeo liberado” y “Prometeo
portador del fuego”.
168
Pobladores autóctonos del arco occidental Mediterráneo, anteriores a las sucesivas olas invasoras.
Los asentados en la Provenza ya habían asimilado la cultura celta antes de la conquista romana.
169
El comentario corresponde en verdad a Posidonio, no haciendo Estrabón sino recogerlo.
170
Cabe señalar que Estrabón nunca visitó ni la Galia ni Iberia, viéndose obligado a servirse de otros
autores como Posidonio, Polibio, Eratóstenes o Artemidoro.
171
Más 44º C.
Hummer montó lo más aprisa su caballo para ponerse tras de otro fenómeno
señalado por Estrabón.
—Es en este desierto —decía— Estrabón ha puesto el famoso Bóreas negro172,
también llamado el bise, del griego bis, que significa negro, de ahí que se diga pain
bis173. «El Bóreas negro —dijo Estrabón—, levanta las piedras del desierto, las agita en
el aire, las hace caer en lluvia y las dispersa a su antojo como briznas voladoras, stipulas
volantes. El Bóreas arrolla al caballo y al caballero, como en el cántico de Moisés174,
equum et ascensorem; agarra un soldado, el primero que encuentra, un vélite, un
hastatus, un vexillaire, un prince175; lo despoja de sus armas, lo desviste, le arrebata su
casco, lo desnuda; después lo lleva, como una mera sombra, de piedra en piedra, y lo
deja agonizando sobre un cerro de césped». Estrabón ha visto estas cosas, pues ha
hablado sobre ellas, y yo las creo, pues las he traducido. ¡Levántate, Bóreas negro!...
¡levántate para el traductor de Estrabón!
El aire mantuvo su inocente serenidad. El Bóreas negro, dormido, desde Estrabón, y
débil como todas las viejas plagas, se levantó hacia mediodía bajo el nombre moderno
de mistral176, y silbó en los cabellos de Hummer. Las piedras se quedaron en su lugar, y
el jinete sobre su caballo. Hummer hizo todos sus esfuerzos para dejarse llevar; le abrió
al Bóreas negro los faldones de su amplio redingote; no pudo perder más que su
sombrero, que rebotó de piedra en piedra, se elevó cien veces como un aerostato, cayó
cien veces como un aerolito, y se desvaneció como un planeta extinto en las
profundidades del desierto. Hummer no echó de menos su sombrero más que a las
puertas de Arlés, puesto que no pudo saludar a la ciudad favorita de Constantino: tenía
siempre por costumbre saludar a las ciudades antiguas por respeto.
—Heme aquí ahora en mis terrenos —dijo Hummer—. No sé si comenzar mis
exploraciones por el promenoir o por el teatro, o por el palacio de Constantino.
Vayamos en a pasear en primer lugar por el promenoir. Todos los autores han hablado
del promenoir de Arlés; pero lo que amo sobre todo, a propósito de este promenoir, es
un epigrama de Marcial177. ¡Oh!, ¡cuán despiadadamente se burló este astuto poeta de
cierto Cliton que tenía muchos acreedores, y siempre interponía una estatua entre él y su
acreedor cuando paseaba por el promenoir178! ¡Gran Dios!, ¡cuántas estatuas deben
acumularse en este preciso punto de la ciudad, puesto que el deudor Cliton tenía tantos
acreedores! ¡Por desgracia!, deudor y acreedores están muertos, pero las estatuas han
permanecido. ¡Qué lección para los acreedores!, ¿la aprovecharán?

172
En Estrabón “Melam Bóreas”, literalmente “Devorador Negro”. Bóreas es, en la mitología griega, el
dios del frío viento del Norte que trae el invierno. Poseedor de una enorme fuerza y un violento
carácter, era representado como un anciano alado con barbas y cabellos desgreñados, portando una
caracola y vistiendo una túnica de nubes.
173
Bise, moreno. Pain bise, pan Moreno.
174
Poema bíblico, incluido en el Deuteronomio, que celebra el famoso episodio del mar Rojo.
175
Equum et ascensores: caballo y jinete. Vélite: soldado de infantería ligera. Hastatus: piquero, lancero;
Vexillaire: abanderado, porta estandarte. Prince: soldado de primera línea de vanguardia.
176
Viento del noroeste que sopla en dirección a la costa desde el delta del Ebro hasta el golfo de Génova.
Frío, seco y violento, alcanza con facilidad los 100 km/h, pudiendo sobrepasar los 200. Este carácter
virulento se intensifica en la zona de Marsella, donde está presente la mitad de los días del año.
177
Marco Marcial (40-104), poeta satírico latino nacido en Hispania, destacando por sus epigramas, los
cuales, cuando no caen en lisonja fácil al poderoso, toman el pulso de la sociedad romana y, con
precisa concisión, nos desvela un rico universo de pícaros y vividores.
178
El promenoir (paseo) hace referencia al foro, plaza, por lo común porticada, escenario de la vida
pública romana, que concentraba los principales edificios políticos, religiosos y económicos. El
desnivel de la explanada del Foro de Arlés fue corregido mediante criptopórticos, galerías
subterráneas frecuentadas durante las horas más intensas de calor como lugar de paseo.
Desmontó ante el hotel de la Plaza de los Hombres, y pidió hablar con el mesonero.
Éste, de una alta y antigua estatura, se presentó con linteo179 en la mano, como para
conducir al viajero al cuarto de baño.
Hummer se maravillado ante esta acogida:
—¿Cómo se llama? —le preguntó.
—Pinus —respondió el mesonero—; lea mi nombre sobre mi letrero.
En efecto, se leía en letras de oro PINUS sobre un fondo de mármol negro.
—¡Pinus! —exclamó Hummer—; ¡por fin!, esto cambia de cara. ¡Pinus!, que se
declina... Pinus sacra Jovi180. ¡He aquí un nombre arlesiano!... Señor Pinus, tenga la
bondad de indicarme el promenoir.
El mesonero repitió dos veces la palabra mirando el cielo.
—El promenoir del cual habla Marcial —prosiguió Hummer—, del cual habla
Marcial a propósito de Cliton y de sus numerosos acreedores.
—¡Ah!, no me ocupo de los asuntos de los demás —dijo el Sr. Pinus—; tanto peor
para aquellos que tienen acreedores.
—¡Oh!, antiguos acreedores, muertos, enterrados desde hace dieciséis siglos;
acreedores a los cuales ya no les quedan más letras de cambio.
—Escuche, señor, si tomara la molestia de llamar en esta puerta, pregunte por el Sr.
Rigoul; es un ujier de audiencia181 jurado.
—¡Diablos!, ¿a cuentos de qué un ujier? ¿Cómo nombran la plaza dónde existen
tantas estatuas como acreedores pueda tener un hombre?
—Aquí no tenemos más que la plaza de los Hombres, ésta; es posible que haya
acreedores, pero no estatuas, como ve.
—¿Qué es esta cornisa que veo allí?
—Aquello se llama el palacio de Constantino182.
—¿Esta cornisa es el palacio de Constantino?
—Sí, señor; así lo llama todo el mundo.
—¡Ah!, ¿Y qué ha sido del resto, oh, arlesianos, puesto que el gran Constantino no
vivía en una cornisa?
—El resto ha sido destruido por los sarracenos.
—¡Todavía hay sarracenos por aquí! ¿Y de su teatro romano, que ha sido?, ¿los
sarracenos también lo han destruido?
—Si quiere ver el teatro romano, se le conducirá hasta allí.
—¿Así pues existe?
—No existe, pero se conoce el emplazamiento donde estuvo. ¿Quiere tomar la
molestia de acompañarme? Voy a mostrárselo.
—¿Mostrar qué?
—Nada, pero todos los extranjeros van a visitar esa nada; es bastante curioso.
Recientemente, un viajero ha llorado delante.
—¿Delante de qué?
—Delante del teatro romano.

179
Linteum, en latín lienzo de lino, una especie de toalla.
180
Pino sagrado de Júpiter. Para evitar que Cronos devorase a Zeus/Júpiter al nacer, triste destino de sus
otros hijos, su esposa se ocultó y dio a luz en una cueva del monte Ida, la cima más alta de Creta
(2.460 m), en cuyos pinares se criaría el joven Zeus; de ahí la consagración del pino a
Zeus.
181
“Audencier” tan sólo se emplea en francés para designar al ujier encargado de llamar las causas en las
audiencias de los tribunales, mantener el buen orden, abrir y cerrar las puertas, etc.
182
Los únicos vestigios exentos del Forum, parte del frontón y dos columnas de un templo, se hallan
encastrados a la fachada del hotel Nord-Pinus (el edificio actual data de 1865), en la Place du Forum,
antigua Place des Hommes.
—¿El que ya no existe?
—Precisamente por eso ha llorado dicho viajero; no habría llorado si el teatro
hubiera existido.
Hablando así, llegaron delante de las dos columnas, únicos restos que han
sobrevivido el teatro de Arlés183.
—¡He aquí —anunció el Sr. Pinus—, lo que los sarracenos nos han dejado!
—Dos columnas bastante sólidas —contestó Hummer—; están todo cubiertas de
clavos.
—Es que estas columnas pertenecían a un zapatero que exponía sus mercancías
colgadas de estos clavos.
—¿Un zapatero sarraceno?
—No, señor, un arlesiano que había colocado estas columnas en su tienda, un
hombre honrado e intachable, por demás.
—¡Un malvado que debería haber sido aplastado por estas columnas como Sansón,
si los dioses inmortales conservasen en el corazón un ápice de sangre capitolina!
Hágame servir la cena, y me marcho.
—¿Señor, no desea ver las Arenas184?
—Lo veré después de cenar, al claro de luna; ¿existe, al menos, estas Arenas?
—Ajá; no las hallará en muy buen estado por culpa de los sarracenos.
—Está bien; durante la espera, ¿tendría la bondad de decirme cuántas bocas tiene el
Ródano185?
—Tiene siete, señor; siete u ocho, o seis.
—No es del parecer de Polibio.
—¡Ah!, ¿qué quiere?, no se puede ser de la misma opinión que todo el mundo.
—Polibio186 cuenta dos solamente. También es cierto que Polibio no es del mismo
parecer que Timeo187, que cuenta tres; y Artémidoro188 no es de la opinión ni de uno ni
de otro, y cuenta cinco. Todo eso es muy difícil de conciliar. Es necesario que le escriba
al señor prefecto de Bocas-del-Ródano, me informará sobre las mismas. Veamos, señor
hospedero, ofrézcame una cena a la vieja usanza; supongo no tendrá reparo, pues
tampoco abundan los viajeros en su casa.
—¡Oh!, eso bien me da igual. Los viajeros se vuelven cada día tan exigentes, que
los mesoneros nada preferirían mejor que jamás hospedar.
—¡Ah!, ¡menudo sistema! ¿Y de qué viven los mesoneros sin viajeros?
—¡Ah, señor, siempre se vive! Son los viajeros quienes nos arruinan e impiden
vivir. Por fortuna, no vienen. ¿Qué quiere que vengan a hacer aquí?
—¡Muy original! Por mi parte, no le arruinaré; raramente como. Déme algo frugal,
algún producto del país. ¿Tiene salchichón de Arlés?

183
Actualmente sólo permanecen en pie dos columnas de la escena, a parte de una reducida y deteriorada
sección del graderío englobada a la muralla durante el Medievo.
184
El anfiteatro de Arlés es conocido como Les Arénes, y toma su nombre del latín harena, que
designaba tanto al propio ruedo del anfiteatro como a las luchas de gladiadores.
185
Es precisamente en Arlés donde el Ródano se divide en dos brazos, formando la región del delta
llamada la Camargue.
186
Polibio de Megalópolis (200-118), historiador griego adscrito al Círculo estoico de Escipión, al que
acompañó en sus expediciones más famosas, como el sitio y destrucción de Cartago y Numancia. Su
extensa y rigurosa Historia Universal constaba de 40 tomos.
187
Timeo de Tauromenio (350-260), historiador griego, discípulo de Isócrates, escribió una historia, hoy
perdida, con Sicilia como principal argumento. Si bien Polibio inicia su historia en el punto donde
termina la de Timeo, no dudó en tacharle de "fantasioso".
188
Artémidoro de Éfeso (en torno al año 100 a.C.), recorrió la práctica totalidad del orbe mediterráneo,
periplos plasmados en los 11 tomos de su desaparecida geografía; a fines del pasado siglo apareció, un
papiro que contenía el libro relativo a Iberia, que incluía un plano inconcluso de la misma.
—No, señor, lo esperamos de Marsella.
—Entonces, conversemos mientras esperamos el claro de luna. ¿Cómo matan el
tiempo en este país?
—¡Bueno! Tomamos el fresco delante del zaguán, jugamos a la petanca 189,
cazamos.
—¡Ah!, ¿es un país de caza?
—No, no hay caza; pero cazamos por el mero placer de cazar.
—Mil perdones si le pregunto así; recojo observaciones sobre costumbres
modernas, en las antiguas ciudades, con el fin de comprobar el progreso o la decadencia
de la especie humana. Vea que mi curiosidad se fundamenta en un principio serio, por
encima del frívolo interés de la holganza. Todavía una pregunta: ¿Cómo pasan sus
noches?
—No las pasamos; nos vamos a la cama después de cena. Dormimos mucho.
—¡De acuerdo!, todas sus respuestas le serán remitidas al secretario de la Academia
de Munich.
El posadero se inclinó.
—Ahora que ya se ha pasado la hora de mi cena, hágame servir el café, y
condúzcame a las Arenas.
—¿Podrá prescindir del café esta noche?
—¿Por qué no?, cuando viajo tengo por costumbre vivir de privaciones. Vayamos a
las Arenas.
Hummer se dejó conducir a través de un laberinto de callejuelas, y, cuando llegó en
medio de un caos de chozas amontonadas190, donde la luna sentía pena al hacerse de día,
el posadero le dijo:
—He aquí las Arenas.
—¿Dónde pues? —exclamó Hummer.
—¡Calle! —dijo el posadero en voz baja—, va a desvelar a los que duermen.
—¡Ah!, ¿alguien duerme aquí? ¿Alguien habita en estas chozas?
—Desde luego, señor.
—¿Y qué hacen estas chozas en el anfiteatro?
—También a causa de los sarracenos, ¿comprende?
—No comprendo.
—Nuestros antiguos se refugiaban en las Arenas para defenderse del paso de los
sarracenos.
—¿Pero por qué no salen los modernos, ahora que los sarracenos ya no pasan?
—Ha arraigado la costumbre: están bien aquí; no pagan alquiler; no temen al
mistral.
—El Bóreas negro, el bise, bis, negro. Pero impiden ver las Arenas; ocultan la
antigüedad; ¡convierten en cloaca el anfiteatro del emperador Gallo 191! ¿Quién
reconocería en estas innobles cabañas el famoso dístico que Marcial compuso aquí?
Omnis Cæsareo cedat labor amphitheatro,
Unum pro cunctis fama loquatur opus192.

189
Cadrette en el original, modalidad del juego de petanca practicada en la Provenza formada por dos
equipos de cuatro miembros, disponiendo cada jugador de dos bolas para lanzar.
190
El recinto de las Arenas se convirtió en refugio y fortaleza urbana, dotándose de cuatro torres de
defensa y acogiendo dos capillas y doscientas viviendas, algunas incluso entre los mismos graderíos.
No será hasta 1825 cuando se inicie su restauración, inaugurándose en 1830 con un festejo taurino.
191
Treboniano Gallo (206-253), emperador romano tristemente famoso por perseguir a los cristianos
durante su breve mandato, durante el cual se realizaron significativas mejoras en las Arenas para
acoger los festejos con motivo de su victoria contra las tribus bárbaras.
—¡Ah!, ¡Dios mío!, hable más bajo, despertará a estos pobres peones portuarios que
duermen.
—Respeto por los obreros que duermen; ¿pero por qué han instalado su dormitorio
común en este venerable coliseo?
—Los sarracenos...
—¡Váyase a paseo con sus sarracenos! Los sarracenos son los que duermen aquí;
los sarracenos son los zapateros que clavan sus zapatos en columnas del proscenium; los
sarracenos son los que levantan sus burguesas alcobas en el podium augusto de los
senadores; los sarracenos son los que cavan alcantarillas en los altæ præcinctiones193
donde tomaban asiento los plebeyos vestidos de colores oscuros; ¡los sarracenos son los
que han cortado la antigüedad en rebanadas para construirse cabañas que no valen un
denario parisis194!; los sarracenos...
Un huracán de voces surgió por entre las cien ventanas abiertas y cortó el alegato de
Hummer en dos: una parte rodó de pórticos a vomitorios; la segunda se perdió en el
vacío. El posadero se escabulló ágilmente bajo un rayo de luna al escuchar la terrible
palabra marrias195 cargada de cierto matiz de ironía e ira. Hummer creyó tener dentro
sus oídos todo el rugir de los leones que el prefecto de Barca196 le enviaba al procónsul
arlesiano del emperador Gallo.
El laberinto de chozas del anfiteatro pronto se llenó de blancos fantasmas en busca
del imprudente anticuario perturbador del sueño público. Hummer, que en su calidad de
sabio no estaba obligado a mostrar valor, comprendió el peligro y emprendió la huida
con esa maravillosa agilidad que le conferían un cuerpo diáfano y cotidianos ayunos.
Afortunadamente podía decir, como Bías197: Omnia mecum porto; tenía toda su fortuna
con él.
El pavor acortaba el camino. Hummer había dejado tras sus pasos Arlés, y aún oía
esas voces coliseínas, aún veía ante sí esos fantasmas que buscaban un sabio que
devorar. En su carrera, había atravesado una llanura inmensa, esfuerzo facilitado por el
Bóreas negro que, recién salido de la cama, arrastraba al sabio como una brizna
voladora de las Geórgicas198, o como al caballero de Estrabón. A veces Hummer, al
volar, redingote desplegado, por delante de una ruina a cielo abierto, acumulaba tales
rugidos que una oreja humana se hubiera desprendido. Era el Bóreas negro que se
precipitaba ruina adentro y la animaba como a una orquesta de mil instrumentos,
sacando de este teclado del azar una sinfonía comparable a la tormenta de desolación
que se eleva en una ciudad tomada al asalto. Las piedras, musgos, hiedras, líquenes,
hendiduras, salientes, lloraban, aullaban, reían, chillaban, se estremecían, como si

192
“Toda obra humana debe ceder al anfiteatro del César, / la fama celebrará únicamente ésta por todas”,
de sus “Espectaculares”, escrito para celebrar la inauguración del Coliseo de Roma el 80 d.C.
193
Proscænium: el proscenio, situado entre la escena y la orquesta, espacio destinado a los actores;
podium: primera fila del anfiteatro reservada a grandes personalidades; praecinction: corredores
anulares de distribución que separaban los distintos graderíos.
194
Parisis: se decía de aquella moneda acuñada en París, cuyo valor era una cuarta parte más alto que la
acuñada en Tours.
195
Marrias: en occitano-provenzal, truhán, miserable.
196
Barcelona tomaría su nombre, según la tradición, del conquistador cartaginés Amílcar Barca, padre
de Aníbal, quien durante la Segunda Guerra Púnica habría fundado la ciudad que posteriormente
refundarían los romanos como Barcino, tal y como aparece ya en el mapa de Ptolomeo.
197
Bías de Priene, filósofo del siglo VI a.C. y uno de los Siete Sabios de Grecia. Sometida su ciudad
bajo asedio por Ciro, al tiempo que sus vecinos se disponían a huir llevando consigo sus bienes más
preciados, al ver partir al sabio con las manos vacías, le preguntaron, a lo que contestó: «Todo lo llevo
ya conmigo», dando a entender que todo le era prescindible salvo su sabiduría.
198
Extenso poema escrito por el poeta latino Virgilio (70-19 a.C.), dividido en cuatro libros, supone una
loa a la vida del campo y una descripción de las labores agrícolas.
Beethoven199 o Meyerbeer200 hubieran confiado la partitura de un nocturno infernal a
este espantoso director de orquesta que Estrabón llama el Bóreas negro.
Víctor Hummer, llevado como una sílfide a través del aire, fue depositado por un
calderón de viento a la entrada de un gran pueblo sombrío que parecía haber descendido
en roca viva todo entero desde la montaña para recibirlo: era el pueblo de Las Baux 201.
En Francia, se conoce Tombuctú, pero no se conoce Las Baux. Francia es un país poco
conocido.
Dañado por el viento, tatuado por las piedras, aturdido por el estrépito de la
tormenta, muriéndose de hambre y de sed, Hummer buscó, bajo los rayos de la luna
roja, el letrero de un hostal, o una de estas luces que brillan detrás del cristal como
sonrisa de la Providencia.
Marchaba por una calle bordeada de altas y bellas casas, cuyas puertas y ventanas
se encontraban abiertas al Bóreas negro y resonaban como si fuesen de bronce. Hummer
no se atrevía a elevar un grito de angustia, por temor a revivir de nuevo la estupenda
escena de fantasmas del coliseo de Arlés; delante de cada casa se detenía; subía los
grandes peldaños de losas desvencijadas e inestables, y arrojaba una mirada de terror y
estupefacción a la vasta y sonora escalera, iluminada a plomo por la luna a través de las
grietas del tejado. Estas casas tenían fisionomías atroces: una sobre todo, con sus dos
ojos de buey en la fachada, su alta ventana central, asomada sobre el balcón derruido, su
ancha puerta abierta sobre una escalera carcomida, se parecía a una gigantesca máscara
de teatro antiguo; e infernales ecos de risa empujados por el viento rechinaban sobre la
escalinata, agitando sus hierbajos como la barba de un gigante.
Hummer buscaba una puerta cerrada a fin de llamar allí como un peregrino: para su
desgracia, todas las puertas estaban abiertas; o, mejor dicho, no existían puertas; parecía
que sus habitantes se las hubieran llevado montaña arriba, cómo hizo Sansón en Gaza202.
El desafortunado sabio que moraba semejante soledad se detuvo en una desértica plaza
donde lloraba una encina203, anciana encanecida y deshojada; durmió sobre una cama de
césped tumulario, y se permitió hacer tranquilamente esta reflexión:
—Si no es Herculano204, es Satanás disfrazado de pueblo.
Habiendo dicho eso, se desmayó.
Cuando recobró el sentido, se hallaba acostado sobre un lecho de alga amarilla, a
orillas de un extenso estanque205 semejante a un mar que se ha dejado aprisionar por la
tierra. A su lado una carreta, un mulo negro quieto y un campesino comiendo coquinas
y pan blanco. Habíase levantado el sol hacía varias horas; sus vigorosos tonos avivaban
el verdor agonizante de los bosques de olivos y corrían como un incendio sobre el
estanque. A la derecha, una ciudad surgía del agua, agitando locamente las llamativas

199
Ludwig van Beethoven (1770-1827), compositor alemán considerado como el principal precursor de
la transición del clasicismo al romanticismo.
200
Giacomo Meyerbeer (1791-1864), compositor de ópera alemán, favorito del público parisino por sus
composición al estilo "Grand Opéra", de las que son ejemplos "Los hugonotes", "Roberto el Diablo".
201
A 15 Km. de Arlés, pintoresco pueblo, situado en el corazón de los Apilles, primeras estribaciones
alpinas desde la costa, durante el s.XIX fue despoblándose hasta casi convertirse en pueblo fantasma;
hoy en día se ha convertido en centro de atracción turística gracias a su singular arquitectura.
202
Sansón, personaje bíblico (Jueces, 13) dotado de una fuerza hercúlea y protagonista de hazañas
portentosas, una de ellas consistente en arrancar de quicio las puertas de la muralla de Gaza, con sus
dos pilares y cerrojo, dejándolo todo en la cumbre del monte frente a Hebrón.
203
Juego de palabras irreproducible en castellano: "chêne vert", encina, y "chien vieil", perro viejo.
204
Ciudad romana cercana a Nápoles, ya gravemente dañada tras el terremoto del año 62, destruida junto
a la vecina Pompeya durante la erupción del Vesuvio del 79, quedando sepultada bajo una compacta
capa de lodo y cenizas que preservaron sus ruinas en un excelente estado.
205
Especie de albufera al oeste de Marsella, cuya riqueza ya fue explotada por los romanos, que lo
llamaban Stagnum Mastromela y que lo conectaron al mar mediante el canal de Caronte.
campanas de sus tres iglesias; a la izquierda, el horizonte se hundía en líneas
blanquecinas e indecisas, que podían ser montañas o nubes de una mañana de
primavera.
Hummer se encontraba bajo ese estado tan nuestro en que, alguna vez, de noche,
con sueño ligero e inquieto, soñamos con que nos hallamos dentro de un sueño y
esperamos despertarnos con impaciencia. Interrogó al campesino; pero se le respondió
en una lengua sorda, gutural, ruda, que rebasaba por arriba o por abajo la inteligencia de
los políglotos. Sin embargo, Hummer comprendió, por los gestos expresivos y
reiterados del campesino, que había sido recogido inconsciente en el pueblo desierto de
Las Baux, y conducido a orillas del estanque, trasladado a continuación, después de un
alto, a esta pequeña ciudad de los tres campanarios. Hummer dio gracias al campesino y
le ofreció su monedero, que fue rehusado con orgulloso desdén.
Hummer fue trasladado a la ciudad de Las Martigues, esta Venecia provenzal 206. Se
instaló en el hotel Cours, con el Sr. Castellan, donde lleva una vida de ictiófago 207 que
rápidamente devuelve una saludable excitación a la sangre más empobrecida. Hummer
se restableció allí, tras una estancia de tres meses, y partió para Munich plenamente
recuperado de salud, un poco receloso en cuanto a las antigüedades, y en busca de una
nueva pasión.

206
Efectivamente, Martigues es conocida como la Venecia provenzal ya que se halla situada a orillas del
canal de Caronte, aguas que nutren los numerosos canales sobre los que se levanta la ciudad.
207
Ictiófago: Que se alimenta de peces.
Un gato, dos perros, una cotorra,
una bandada de golondrinas
Un chat, deux chiens, une perruche, un nuage d'hirondelles,
«La chasse au châstre»

Costumbres de los loros y de las cotorras. - Por qué viven con los hombres.
- Historia auténtica. - Saint-Leu-Taverny. - Paisajes. - De qué me sirve mi
cotorra. - Cómo se abren las jaulas. - Una embajada de niños. - Una
expedición donde no quedo a la zaga del sultán Amurat IV. - ¡Demasiado
tarde! - Debate parlamentario... y anecdótico. - El gato del museo de
Marsella.- Su muerte y resurrección. - Sus impresiones de viaje. - El Reloj
del Museo. - Aníbal, Hernán Cortés y Robinson evidenciados por un
cuadrúpedo.

Saint-Leu-Taverny, 1º Octubre 1854.

El loro es un error de la naturaleza, error que ha sido corregido por la cotorra.


Hablaremos un día de la cotorra multicolor, la flor viva más hermosa de la India.
Hoy nos ocuparemos de la cotorra verde, ese pájaro con cuello dotado del don de la
palabra como el loro, pero sin abusar emitiendo gritos intolerables, dignos de un
aclamado tenor.
Es triste decirlo, pero la verdad ante todo: si los loros y las cotorras se hallan a sus
anchas entre los hombres; si les miran como a viejos conocidos; si les piden la limosna
de la comida con un tono de voz tan meloso, es que la naturaleza ha destinado a estos
pájaros a vivir en la sociedad de los cuadrumanos. Sin educación primera, todo animal
ama o teme lo que sus instintos le aconsejan querer o temer. Los loros y las cotorras son
los parásitos de los monos; vuelan sin cesar en torno a los árboles donde estos histriones
de los bosques rompen las cáscaras de las frutas, devastan el árbol del pan, cascan los
cocos; estos pájaros parlanchines, cuyo pico es demasiado débil para semejante tarea,
recogen las migajas del festín, e, instruidos en la escuela oratoria de los monos, lo
agradecen imitando sus gritos, y les dicen, como pueden, que han comido muy bien.
Así, la buena acogida que estos pájaros hacen al hombre no es demasiado halagüeña
para el género humano. También debe decirse en verdad que el ojo de la cotorra carezca
de esa delicadeza en el gusto que permite distinguir a un viejo fauno del Apolo de
Belvedere208. Quizás todavía el pájaro reconozca que el hombre es más hermoso que el
mono; mayor razón entonces para buscar su sociedad con más placer. A su favor decir
que los pájaros que no requieren de los monos para vivir con lujo, son muy tímidos y
temen al hombre como un buitre áptero, es decir sin alas.
208
Copia en mármol del original en bronce del escultor griego Laócres y que en la actualidad se expone
en la Sala Belvedere de los Museos Vaticanos.
Los loros y las cotorras manifiestan, en los bosques, las mismas costumbres
glotonas que les conocemos en las ciudades, sobre sus perchas. No se contentan con la
comida frugal de la pepita; lo codician todo; se agitan delante de todas las golosinas;
piden probar cada plato que pasa sobre una mesa; les gusta, por gula insatisfecha, todo
lo que el hombre parece amar. Libres en los bosques indios, estos pájaros poseen sin
duda apetitos más voraces; su pico puede fácilmente trabajar una caña de azúcar o
desgranar una espiga de arroz, pero la diversidad en las platos es su pasión irresistible;
entonces son capaces de seguir, de árbol en árbol, a cuadrumanos tan golosos como
ellos y más hábiles en variar el festín.
Este preliminar era indispensable para la historia que vamos a contar; si parece
fabulosa, citaremos como testigos a todos los habitantes del pueblo de Saint-Leu-
Taverny. No nos han del faltar testimonios.
Hacia finales del último verano, vivía en este bonito pueblo de Saint-Leu. Adoro
esta residencia campestre, donde nada recuerda a la ciudad. Se encuentra allí un museo
natural de copias de originales pintados por ilustres paisajistas de la escuela del Norte.
Existe un Wynantz, con sus grandes árboles recortándose entre los estrechos sembrados
por donde cruza un cabrero; un Berghem, en el que una pastora con falda roja destaca
sobre un fondo verde; un Ostade del estío; un Demarne, donde se extienden los grandes
pastos; un Asselyn, con horizontes infinitos; los Jean Miel, con sus escenas rústicas; los
Jean Breughel, con sus bosques atravesados por caravanas campesinas; Van-der-Neer209,
con sus claros de luna solares, reflejados sobre la tranquila superficie de las aguas. Es la
naturaleza septentrional, la otra hermana y, sin embargo, siempre bella bajos los rayos
estivales. Pueden verse también allí lavaderos junto a fresnedas, donde jóvenes
muchachas trabajan como Andrómaca210 y Nausica211, princesas del blanqueo, y cuelgan
el lino de las ramas de un sauce risueño; se encuentran allí arroyos límpidos que corren
por las calles; amplios establos donde los gallos se pasean orgullosamente como reyes
en un palacio; hosterías donde el fuego chisporrotea al abrigo de chimeneas feudales; y,
por todos lados, sobre el tejado de las casas bajas o en los claros de los cruces, se
distinguen grandes arboledas, restos de bosques sombríos, de bellos jardines donde
todas las flores se ponen de acuerdo para embalsamar el aire y alegrar la vista.
Cuando se tienen muchos pájaros en la jaula, se está obligado a transportarlos al
campo. Conduje pues los míos a Saint-Leu, para hacerlos gozar de este delicioso
paisaje.
Me gustan mucho las cotorras, y desgraciadamente mi afecto por estos pájaros es
interesado. En lo crudo del invierno de París, me digo, como consolación, mirando a
estos pájaros indios:
—Si soportan aquí un frío de diez grados de frío, entonces yo también lo aguanto.
Mi afecto es de un egoísmo indignante. Hay, además, muchos afectos como este, y
en los cuales las cotorras no entran para nada.

209
Representantes de la escuela paisajista flamenca: Jan Wynants (1625-84), Nicolaes Pieterszoon
Berghem (1620-1683), Adriaen van Ostade (1610-1685), Jean-Louis Demarne (1744-1829), Jan Miel
(1599-1663), Jan Asselyn (1610-1652), Jan Brueghel el Viejo (1568-1625) y Aert van der Neer
(1603-1677).
210
Andrómaca, modelo de esposa ejemplar, vio como su padre, su esposo Héctor y sus hijos morían a
manos de Aquiles durante el asedio de Troya, siendo posteriormente tomada como prisionera y
concubina por Pirro, hijo de Aquiles.
211
La princesa Nausica, hija de rey Alcinoo, halló al náufrago Ulises mientras lavaba la ropa en el río
con sus sirvientas, ofreciéndole ropa y hospitalidad al tiempo que quedaba prendada del héroe, amor
que declinó Ulises para regresar a Ítaca en pos de su fiel Penélope.
Entre otras cotorras multicolores de las cuales Buffon 212 no habla, tengo una muy
joven, muy salvaje, y reacia a la educación. Escucha las lecciones de todas las fórmulas
del repertorio de su raza, pero no repite nada. Un pajarero que he consultado me ha
sugerido:
—Se tiene que poner en compañía de un loro.
¡Consejo pérfido!, sabría entonces demasiado.
Estaba pues en Saint-Leu, encerrada en una jaula asomada a la campiña; gozaba de
una vista magnífica; un horizonte de colinas, de bosque, de jardines y de flores por
doquier, y de los cantos de pájaros entre los árboles, y no de un organillo ni la cavatina
de ruedas del ómnibus.
Llega un día en que hasta las jaulas mejor cerradas se abren. ¿Quién las ha abierto?
¿Ha sido Usted? —No. —¿Ha sido Usted? —No. —Así pues mi jaula se abrió por sí
sola, y la cotorra emprendió vuelo a través del gran camino del aire.
Cuando suceden estas catástrofes domésticas en París, se hace imprimir quinientos
carteles y se prometen cincuenta francos de recompensa. Transcurren seis meses; la
cotorra no aparece. Se ahorran cincuenta francos. Sirven para pagar los carteles. Todo
no se ha perdido.
Este procedimiento no es conocido en Saint-Leu. Hay un niño que ejecuta muy bien
un solo de tambor, convoca a los transeúntes en un lugar dispuesto por el ayuntamiento,
en la plaza de la Fuente, delante del hostal de la Cruz-Blanca, les anuncia el objeto
perdido, promete una justa recompensa e indica el domicilio donde convenientemente se
recompensará su restitución.
Tuve pues que recurrir a este niño; interpretó su papel como un hombre serio;
indicó el domicilio de la cotorra, calle del Castillo, 32.
Se inició su búsqueda por todas partes.
La sociedad parisina y artística en medio de la cual me encontraba en Saint-Leu
tomaba el más vivo interés por la cotorra, y por lo general no confiaban en volver a
verla.
Las razones aportadas por cada uno ofrecían apariencias engañosas. En París, se
decía, el primer recadero de la esquina encuentra una cotorra que echó el vuelo; este
pájaro, que no ve más que casas y no oye sino omnibuses, no pide nada mejor que poder
regresar; pero en un pueblo rodeado de bosque, jardines y fuentes, una cotorra ha
encontrado su vida en libertad y sus perchas naturales. Ya no la volveremos a ver.
Nada es tan triste como una gran jaula que ha perdido a su inquilino alado; se
restituye allí con la imaginación al pájaro encantador; se lo ve brincar sobre los barrotes,
lustrar sus plumas con su pico, desplegar todas sus gracias de ángel, estremecerse
delante del grano de azúcar ofrecido por dos bonitos dedos. La ausencia envolvía con su
pesar este pequeño Edén cercado. La mirar entre lágrimas, y, al menor canto aéreo, se
cree que el hijo pródigo va a regresar.
Durante quince días, el vocero ejecutó tres veces sus solos de tambor; nadie ya
acudía al llamamiento; hacía su prédica en el desierto.
A punto estaba de decir en cada instante estas lamentables palabras:
—¡Es necesario vestir luto!
Afortunadamente, no se había levantado la veda. Los cazadores no sienten piedad,
sobre todo los novatos; no están versados en ornitología; al amanecer, pueden confundir
una cotorra con un perdigón y hacer fuego. Una sensata medida policial había dispuesto

212
Georges Louis Leclerc (1707-88), Conde de Buffon, célebre naturalista francés autor de una
monumental "Historia Natural" en 44 tomos que recopilaba el conocimiento científico con un fin
eminentemente divulgativo.
el 15 de septiembre como apertura de la temporada de caza; nada temía todavía al
respecto durante mes y medio.
Un día, vimos llegar a una delegación de niños, cubiertos de sudor; el mayor de
todos tomó la palabra y dijo que se había visto la cotorra en el parque del castillo de
Boissy.
Toda la delegación afirmó tal cosa, y se ofreció para acompañarme a dicho parque.
—¿Se halla muy alejado? —pregunté.
Un coro infantil respondió:
—Tres leguas.
En Saint-Leu, no se han admitido todavía los kilómetros. Se llama incluso al alcalde
señor le bailli213. El ferrocarril se halla muy retirado de Saint-Leu.
—¡Tres leguas! —repuse—, resulta todo un viaje, y el calor aprieta fuerte hoy.
Les pedí a los niños cinco minutos de reflexión; uno me los concedió.
En ese momento, trabajaba para mi Historia de Constantinopla y había llegado al
reinado de Murad, o Amurat IV (1635)214; por la mañana incluso había escrito sobre la
larga campaña de Asia, cuando este glorioso sultán partió de Scutari 215 para ir a la toma
de Bagdad, en el mes de julio. Era joven y encantador; vivía en un palacio delicioso
sobre el Bósforo; pasaba por un dios entre los creyentes; tenía en sus tesoros todas las
riquezas de las Mil y Una Noches, y un bonito día lo abandona todo para atravesar los
desiertos de fuego, los valles de nieve, los ríos sin puentes, las llanuras sin agua, para ir
a asediar Bagdad.
Me sonrojo por mi debilidad ante semejante ejemplo, y, no teniendo nada de lo que
tenía Murad IV, me puse en campaña a pleno mediodía, para asediar a la cotorra en un
parque mucho menos alejado que Bagdad.
Las enseñanzas de la historia son muy útiles en ciertas ocasiones.
Atravesábamos una llanura muy semejante a aquella donde Luculo 216 descubrió los
cerezos. Iba en cabeza de los niños, que merodeaban según el uso de los ejércitos en
ayunas y los colegiales de vacaciones.
Llegamos al parque de Boissy. El jardinero del sitio, deseoso de tener la honrada
recompensa, me señaló el árbol donde la cotorra se había mostrado todos los días
precedentes; me mostró también sobre el césped las pepitas de mijo y los restos de pan,
dispersados por los niños, que interpretaban el papel de la Providencia; me mostró
incluso el cuenco de agua límpida donde el pájaro fugitivo aplacaba su sed después de
sus comidas; en fin, me mostró todo, excepto la cotorra. Me acordé de los versos que
Orfeo le dirige a Eurídice perdida217; los canté sobre un aria de Rossini; los ecos, que se
lamentan por responder, respondieron solos a mi voz todo a lo largo del río:

213
Antiguos funcionario que administraba justicia en nombre de un señor o una localidad.
214
Murad IV (1612-1640), rebautizado Amurat por Racine; pese a su temprana muerte, conocido como
el último gran sultán del Imperio Otomano gracias a sus victorias militares, destacando la toma de
Bagdad (1638), y haber restaurado la paz del estado, hecho sólo empañado por su extrema brutalidad.
215
Scutari (hoy Üsküdar), antigua ciudad del Bósforo situada en la orilla asiática frente a Estambul, de la
que hoy forma un populoso suburbio
216
Lucio Luculo (118-56 a.C.), destacado político y militar romano, vencedor de la última guerra contra
Mitrídates VI, rey del Ponto (costa noreste de Turquía). Según Plinio el Viejo, a su regreso a Roma,
Luculo lleva consigo la cereza, fruta descubierta en Kerasus (actual Giresun) durante sus campañas.
217
Muerta Eurídice, su marido Orfeo lamenta amargamente su pérdida a orillas del río Estrimón tocando
canciones tan lastimeras que ninfas y dioses le aconsejaron descender al infierno en pos de su amada.
Con su música como única arma, sortea numerosos peligros, ablanda el corazón de los demonios,
arranca lágrimas a los tormentos (por primera y única vez) y logra convencer Hades para permitir a
Eurídice regresar a la tierra bajo la condición de no mirarla durante viaje de retorno, pero Orfeo,
vencido por su afán, incumple su promesa, desvaneciéndose Eurídice para siempre en el aire.
Toto referebant flumine ripæ218.
El jardinero inclinó la cabeza diciéndome por adiós la eterna frase de los
arrepentimientos:
—¡Ah!, ¡si hubiese venido ayer!
No había venido ayer; la desgracia de este retraso era irremediable. Se les tuvo que
dar sin embargo una pequeña gratificación a estos niños, que habían alimentado a la
cotorra a sus expensas durante quince días.
A mi regreso, respondí con un triste silencio a las preguntas que se me planteó. Fue
admitido unánimemente que el pájaro había seguido, como Mme. Deshoulières 219, los
prados floreados que riega el Sena, y que llegaría a Havre220 si un cazador no la detenía
de camino.
Algunos días después, Bernard, el conductor de ómnibus de Franconville, vino a
anunciar que había visto la cotorra en los Plessis 221, a muy poca distancia de la estación.
M. Decroix, dependiente en Saint-Leu, nos confirmó lo mismo. Fue para mí un rayo de
luz; adopté el tono inspirado del oráculo de Delfos, y dije:
—En este preciso instante, afirmo que antes de un mes la cotorra habrá regresado a
su hogar.
Algunos me propusieron apuestas, las acepté, con la legítima esperanza de ganarlas.
Una tarde, a la velada, bajo los árboles, alguien me preguntó si persistía en mis
apuestas.
—Más que nunca —respondí—, y me presto a aceptar nuevas.
Se quiso conocer la causa secreta de mi convicción inquebrantable; cedí a este
deseo, y empecé así:
—Saco mi convicción de una historia bastante curiosa, que ha tenido por teatro el
museo de Marsella en 1842. Es un capítulo de historia natural inédita, como toda la
historia natural, además...; se trata de un gato...
A esta palabra, fui interrumpido como un diputado en la tribuna. Se exclamó a coro
que se trataba de una cotorra y no de un gato.
Calmé con un gesto a los interruptores y a las jóvenes interruptrices 222, y les rogué a
continuación esperan a bien el final.
Todos callaron, conticuere omnes223, y retomé gravemente:
—En 1842, vivía, con el guardián del museo de Marsella, un gato muy viejo y muy
melancólico; había abandonado todas las costumbres de la pequeña raza felina; ya no
lustraba su piel con su pata; ya no adoptaba hermosas poses de esfinge; ya no se
interesaba por el aquelarre de la bodega; ya no se ponía delante de la ventana para ver
pasar los perros; todo le era indiferente. Parecía meditar sobre un suicidio; en Menfis,
hace cuatro mil años, se habría velado por él; pero en nuestra época, estos animales han
perdido su antigua consideración; se les acusa de causar el mal por simple placer; y se
les prefiere a los perros, porque devuelven caricia por patada. Los gatos son víctimas de
su lógica y de su justicia. Algunas personas, dotadas todavía del sentir egipcio, rinden
homenaje a sus nobles cualidades.
218
“Todo retorna a la orilla del río.”
219
Antoinette Du Ligier de la Garde Deshoulières (1638-1694), poetisa francesa que se granjeó la
amistad y admiración de las más eminentes figuras literarias de su época, llegando a ser reconocida
por Voltaire como la mejor poetisa francesa, si bien su obra no ha soportado el paso del tiempo.
220
Le Havre, ciudad del noroeste de Francia, situada en la orilla derecha del estuario del Sena.
221
Localidad cercana a París rodeada escarpadas laderas y extensos bosques.
222
En castellano, no existe palabra, como en francés, que designe a la persona que interrumpe a otra que
está hablando, por lo tanto, para seguir la línea de original, adopto interruptor (aunque en castellano
sólo se aplica a objetos) y el femenino interruptriz (siguiendo el modelo francés “interrupteur-trice”.
223
“Todos enmudecieron.”
A los ojos de alguna gente, los gatos tienen la culpa de envejecer; en cuanto dejan
de ser jóvenes, ya no son gatos; entonces, se traman contra ellos tenebrosos complots; se
les advierte un aire amenazador; se les prodiga insultos, y estos pobres animales buscan
un rincón sombrío donde arrastrar allí los últimos días de su vejez, dejando leer, en sus
ojos entornados y sobre el frunce de su frente, todo lo que piensan acerca de la
ingratitud de los hombres y los caprichos de los niños.
A resultas de un complot tramado en el museo, se convino que el gato de la entidad,
culpable de vejez, fuese metido en una bolsa y confiado a un campesino, amigo de los
perros, que se encargaría gratis de precipitarlo, desde la cumbre del Salto de Marruecos,
al mar.
El Salto de Marruecos es una peña escarpada, camino del pueblo de Rove, a tres
leguas de Marsella. Existe una leyenda sobre este precipicio; la contaría de buen grado,
pero, si nos embrollamos todavía en este episodio, ya no encontraremos la cotorra al
final.
El campesino cumplió, sin remordimiento, con esta ejecución. A su hora suprema,
el gato había recobrado toda la energía de su juventud; se resistió contra el esbirro
revolviéndose con garras y dientes; pero tenía que vérselas con un agricultor de dura
epidermis que no soltó su presa y la precipitó desde la cumbre de la montaña, guardando
la bolsa por espíritu de economía.
Esta mala acción se había cometido en un museo repleto de reliquias egipcias y,
sobre todo, de momias de gatos, domesticidad que se remonta a los faraones.
Un año, o catorce meses después, para ser más precisos, el guardián del museo,
entrando a medianoche, oyó sobre la escalera una queja aguda e intermitente que le
causó cierto desasosiego. Después, clavando sus ojos, por deber de inspección, sobre el
hueco de una ventana interior, vio, en la más suplicante de las poses, al gato del Salto de
Marruecos... La hora de la noche le hizo creer en una aparición fantasmal; cobarde
como todos los guardianes, iba a caer de rodillas y pedir gracia, cuando un rescoldo de
sentimiento viril lo detuvo: encontró más honorable abrir raudo la puerta de su cuarto y
refugiarse allí, protegiéndose con señales de cruz.
La noche fue mala; durmió poco, y soñó con que el Museo era asediado por momias
lúgubres, guiadas por Champollion224.
Al día siguiente, a la hora en que los fantasmas se desvanecen ante del sol, se vio al
gato tumbado indolente sobre una estera, delante de la puerta del museo egipcio.
Inmediatamente se operó un vuelco a su favor; se le dispensaron grandes atenciones; se
le colmó de cuidados; finalmente, se le trató como a un joven perro o como a un joven
gato. Solamente, en ocasiones, se escuchaba esta exclamación de sorpresa:
—¡Cómo diablo ha vuelto!, ¡debe ser brujo!
El más asombrado de todos fue el campesino verdugo; retrocedió tres pasos, cruzó
las manos sobre su cabeza y ejecutó la famosa pantomima de Talma 225, precipitando a
los galos desde la cima del Capitolio, en Manlius226.
Los galos no volvieron a casa: se los había precipitado demasiado bien.
Confiado absolutamente respecto a su futuro, el viejo gato rejuvenecía a ojos vista,
y se entregaba incluso, como pasatiempo, a jugueteos infantiles. Estos seres, que
224
Jean-François Champollion (1790-1832), egiptólogo francés, considerado padre de la egiptología al
ser el primero en descifrar los jeroglíficos gracias a la famosa piedra de Rosetta.
225
François Joseph Talma (1763-1826), actor francés que transformó los convencionalismos de la
escena francesa simplificando el vestuario y renunciando a la declamación afectada, siendo precursor
del teatro romántico.
226
Antoine de La Fosse, (1653-1708), dramaturgo francés cuya obra más conocida es "Manlius
Capitolinus", adaptación de "Venice Preserv’s” del inglés Thomas Otway (1652-1685), a su vez
basada en la "Historia de la conjura de los españoles contra Venecia en 1618" del abad de Saint-Real.
llamamos animales, pues no tememos nos contesten, tienen una elevado concepto sobre
el sentimiento de desdicha y felicidad, y adoptan siempre una conducta y un aspecto
conformes a su estado de ánimo. El gato desgraciado se olvida, se resigna, se descuida y
adopta los aires de un filósofo estoico, que hace un perpetuo monólogo sobre las
vicisitudes de la vida; pero, si llega a brillar un rayo, sacude su indolencia, busca el sol,
se pavonea sobre los muros, iza sus orejas, se sienta orgullosamente en público, y se
redime ante sus propios ojos sacudiéndose de su piel, con el peine de su pata, todas las
manchas de la pobreza.
Así hacía el gato del Salto de Marruecos; apenas se le reconocía, tanto lo habían
recobrado los cuidados del baño.
En esta época, me alojaba en el museo de Marsella, y esta historia sucedió ante mis
ojos. Hice todos los esfuerzos inimaginables para explicarme este regreso, después de
una ausencia de catorce meses, y hablaba a menudo sobre él incluso con el director del
Museo de historia natural, mi amigo Barthélémy Lapommeraye 227, hombre astuto,
aunque muy sabio. Incluso un día emprendimos juntos camino al Salto de Marruecos, y
desde esta altura, viendo Marsella a lo lejos, toda rodeada de colinas, innumerables
bastidas228 y olas marinas, comprendimos todavía aun menos de qué recursos se había
valido el gato para volver a su casa.
Me gusta entregarme con obstinación tras una idea igual que en conseguir un mate
al ajedrez o un trick imposible al whist229. Un día, la casualidad de una cadena de
pensamientos me condujo sobre la pista del descubrimiento, y exclamé, como el ilustre
geómetra230:
—¡He resuelto el problema!
Los gatos, como los pájaros, poseen un sentido del oído de cuya fina percepción
nuestra sorda oreja humana apenas puede proporcionarnos una vaga idea. Ahora bien, el
gato del museo, fallidamente precipitado desde el Salto de Marruecos, se agarró
probablemente a los pinos y a las saxifragas231 que cubren la montaña; recuperado del
susto, y debiéndose a la vida, como todos los de su raza, pensó en serio cómo regresar al
hogar testigo de sus juegos de infancia, de donde había sido arrancado por un enemigo
externo.
Aquí empieza una odisea que eclipsa el genio inventivo del héroe de Homero.
Ulises es un hombre de métodos vulgares frente a nuestro gato. Comparado con el del
marqués de Carabás232, simplemente un necio. Prefiero la fachada del Louvre de
Perrault233.
El gato nunca había visto el mar, monstruo inmenso, temido por todos los animales
de la raza felina, sobre todo por los leones. Nuestro desgraciado desterrado se apartó
rápido de esta jauría de olas tempestuosas que ladraban bajo el precipicio. Alcanzada la

227
Christophe Jérôme Barthélemy Lapommeraye (1796-1869), naturalista francés nacido en Marsella,
director del Museo de historia natural de dicha ciudad y autor de diversos tratados de zoología.
228
Nombre que en la Provenza se da a las pequeñas casas de campo.
229
Whist: juego de naipes jugado en parejas donde cada equipo debe alcanzar seis bazas, recibiendo el
nombre de trick aquellas que superen este número.
230
Se refiere al geómetra Arquímedes, del cual se cuenta que al descubrir los fundamentos del famoso
principio que lleva su nombre, exclamó “¡Eureka!”, que en griego significa: “lo he hallado”.
231
Saxifraga (del latín "saxum", piedra, y "frangere", quebrar), plantas de fácil arraigamiento en
terrenos encrespados gracias a sus fuertes raíces, capaces, según autores como Plinio, de romper las
piedras.
232
El marqués de Carabás, falso título del amo del Gato con botas, personaje de uno de los cuentos
recopilados en 1697 por Charles Perrault (1628-1703) en sus Cuentos de mamá ganso.
233
Claude Perrault (1613-1688), hermano del escritor Charles Perrault, arquitecto, médico y naturalista
francés, a quien se debe la Columnata del Louvre (fachada oriental), modelo del clasicismo francés;
asimismo, como naturalista es autor del tratado “Mecánica de los animales”.
tranquila cumbre de la montaña, aguzó el oído y oyó, con el levantar de la aurora, un
lejano ruido bien conocido por él, el ruido de una gran ciudad que se despierta, el
carillón de las campanas, los redobles de tambor, el estrépito de las ruedas de las
carretas camino del mercado.
—La ciudad está allí, por este lado —se dijo—; avancemos hacia su ruido; después,
ya veremos.
El campo ofrece grandes recursos a los gatos silvestres; viven de la caza, como los
salvajes makidas234; la caza abunda: hay saltamontes, cigarras, ratas de campo, ranas,
una carta muy variada en definitiva, como anuncian los carteles de los pequeños
restaurantes parisinos. El agua se encuentra a discreción.
Junto a estas ventajas, existen grandes inconvenientes: hay cazadores marselleses
que, no hallando sino siempre ausencia de caza, se vengan contra el primer gato que se
cruzan; hay campesinos, celosos de sus cotos; hay perros, que se creen obligados a
ladrar a toda diligencia y todo caballo que pasa por la carretera, y convierten estos
parajes muy peligrosos; pero un viejo gato que sabe cómo cuidarse advierte desde lejos
todos estos peligros, y se mantiene a raya gracias a la infalible precisión de su vista.
Además, el gato está dotado de una extraordinaria paciencia, sabe acurrucarse, durante
un día entero, en refugio seguro, tras una concienzudo inspección con el oído y el
olfato; sabe esperar la noche, oscura madre protectora, y su ojo fosfórico, iluminando
las tinieblas, lo conduce sobre senderos desconocidos para sus enemigos.
Nuestro pobre viajero ha franqueado pues, sin tropiezos, el campo, siempre guiado
por el ruido de la ciudad, ruido más nítido cada día. Ya era una proeza, sin duda, haber
llegado hasta los límites del fielato 235; pero tenía que encontrar una casa en una ciudad
de ciento sesenta mil almas, que solo había atravesado una vez y dentro de una bolsa.
Marsella es una ciudad que se asemeja bastante a Constantinopla debido a la
abundancia de sus perros vagabundos. Todo marino tiene un perro al cual se liga
estrechamente; pero, en el momento de partir, abandona a su fiel amigo en un hostal, y
el animal, privado de su dueño, se pasa la vida buscándolo por todos los barrios de
Marsella. De esta misma manera, Constantinopla se ha venido poblado desde Mahomet
II236. Nuestro gato conocía esta plaga vagabunda; pues, durante diez años, desde lo alto
de la ventana del museo, había visto desfilar todas las especies caninas, desde el moloso
de Laconia hasta el King’s Charles; uno tenía que avanzar pues con una prudencia
meticulosa, explorar el terreno a tientas, evitar la luz del día, no confiar más que en las
tinieblas, mantener bien abierto los ojos sobre los tragaluces de las bodegas, vivir
frugalmente, contentarse con poco, como la rata de Horacio, contentus parvo237,
finalmente, mudar de domicilio todos los días antes del alba, para acercarse más a la
casa y ganar terreno hacia el objetivo.
Es momento de desvelar qué tenía en cuenta el gato viajero.
Un gran estrépito, mezcla de todos los ruidos, de todos los murmullos, de todos los
clamores, le había dado a conocer el punto del horizonte donde se encontraba la gran
ciudad. Una vez llegado a Marsella, contaba con un ruido particular y muy conocido,
que le debía señalar el barrio donde estuvo su cuna. Mientras no oyera este ruido
especial, tenía que andar, andar siempre, lejos de los perros, lejos de los hombres, lejos
de los niños, lejos del día.
234
Tribu africana rivereña del Nilo que habita en la provincia sudanesa de Equatoria
235
Antiguos puestos de aduana situados a las entradas de la ciudad donde se gravaban las mercancías.
236
Mohomet o Mehmed II Fatih (1432-1481), el Conquistador, apodo que recibió tras la toma en 1453
de Constantinopla, tras 53 días de asedio, lo que supuso la caída del Imperio Romano de Oriente.
237
Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.), poeta lírico y satírico latino, cuyas obras son elogio de una vida
retirada (beatus ille) e invitación de gozar de la juventud (carpe diem). La frase “contentus parvo”
(contento con poco) pertenece a sus Sermones.
El museo de la ciudad posee un reloj que cuenta con el privilegio de tocar siempre
algo. Las horas no le bastan. Toca los cuartos y los octavos, y hace incluso preceder
cada repique de una ligera cavatina de advertencia. No hace falta estar prevenido para
escucharlo. El concejo municipal asigna diez francos cada año al Sr. Charlet,
conservador de este reloj. Durante el debate anual del presupuesto, algunos miembros,
enemigos de los excesos, reclaman una reducción para tapar el agujero que los
cincuenta millones del canal del Durance238 han dejado en las arcas municipales.
Durante diez años, nuestro gato viajero había oído resonar este verboso reloj sobre
su cabeza. En su juventud, había jugado tantas veces con el plomo de este reloj y
detenido sus movimientos, para gran desesperación del Sr. Charlet, que temía entonces
por su reducción, escuchando el silencio inexplicable de su hijo. Mientras nuestro pobre
gato, errando de bodega en bodega, no oyera el repique del tejado paternal, se decía a sí
mismo:
—No estoy en el barrio, vayamos más lejos.
Y, sin impaciencia, sin desaliento, volvía a ponerse en marcha bajo las tinieblas con
las mismas precauciones, prestando oído a los relojes, y no oyendo nunca el suyo, aquel
que habría reconocido en un concierto de todos los campanarios italianos.
La casualidad, que jamás sirve a los desgraciados, podría haber encaminado más
rápido al animal en la dirección correcta, y ahorrarle tantos días malos; pero dada la
duración de la ausencia, catorce meses, es válido suponer que tomó el camino más
largo, y que no llegó finalmente al barrio del museo sino después de haber recorrido
todas las ventanas de la vieja ciudad.
Alejandro, Aníbal, Hernán Cortés239, Robinson Crusoe, se han valido de mucha
menos inteligencia y estratagemas que este gato, en su campaña de doce meses. Si
hubiera podido escribir su odisea, no habría lectura más emocionante. El número de
peligros que ha conjurado, el número de cálculos que ha realizado debe ser prodigioso.
Y cuando finalmente ha oído en lontananza, a medianoche, el repique prolongado de su
reloj, no acababa todo para él; todavía quedaba mucho camino por recorrer y muchas
batallas que librar con los perros. Primero, uno no debía dejarse llevar atolondradamente
por un júbilo peligroso; tan cerca del objetivo, no debía comprometer el éxito
precipitándose demasiado. Un hombre habría fracasado ante semejante situación; el
animal, sin haber leído el más mínimo capítulo sobre los peligros de la fatal exaltación
atolondrada, procedía como el primer día; dominando sus emociones ante esta alegría
que cubre con una venda los ojos y hace encallar en puerto; no ha quiso dejar nada a la
casualidad, incluso en su última etapa, en su último arroyo, en su último muro, en su
último paso; y ha llegado sano y salvo. Qué lección para el hombre que llega a tonterías
tras reflexionar; o quién aprende matemáticas para sostener que 2 y 2 hacen 5, y estudia
cartas geográficas para romper contra un escollo.
Terminada mi historia, uno me preguntó qué relación podía establecerse entre la
odisea del gato y la cotorra volada. Respondí que todavía no había llegado el momento
de establecer esta relación, pero que llegaría tarde o temprano. Uno me preguntó de
nuevo sobre la continuación de la historia del gato del museo; respondí que no había
tenido continuación, e incluso que casi había sido olvidada, a causa de otra historia
sobrevenida en el mismo establecimiento, y que absorbió la atención de los naturalistas.
La cotorra fue olvidada a su vez, y se quiso conocer esta nueva historia.

238
Canal de 85 km que abastece a Marsella con agua del río La Durance, cuya ejecución, iniciada en
1839 y que duraría diez años, requirió tender 18 acueductos y perforar numerosos subterráneos.
239
En el original figura como Fernand Cortès.
—Ésta —retomé—, no tiene relación alguna con la cotorra volada, señalaría un
naturalista de profesión. Me atrevo a sostener lo contrario, y creo que están relacionadas
de cierta manera, como espero demostrar cuando la cotorra haya regresado a su jaula.
Una muestra general de incredulidad acogió esta última frase. Propuse nuevas
apuestas; uno se calló, y este silencio esperaba la historia prometida.

II

Cástor y Pólux. - La tumba de Milón. - Los perros lazzaroni. - Crimen y


castigo. - La lengua de los animales. - Volvamos a mi cotorra.

En esta ocasión, digo, se trata de dos perros del museo; se les llamaba Cástor y
Pólux240, aunque no fueran hermanos. Cástor era un verdadero moloso; Pólux, un joven
caniche de pequeña talla. Les unía una estrecha amistad, como a los dos hermanos de
Helena cuyos nombres llevaban. En general, los animales conocen la amistad; más aún,
cuando se juntan, no se enemistan. El león vive con el perro en la misma jaula, y estos
dos amigos nunca riñen; lo que prueba todavía la superioridad del hombre sobre los
animales.
Cástor, el moloso, había adoptado la costumbre de echarse la siesta, en verano,
sobre una tumba de piedra fría que se expone en el museo, y que, se dice, ha albergado
los restos de Milón, el homicida de Clodo, cliente de Marco Tulio Cicerón, el ilustre
exiliado de Roma. Disculpen esta erudición fácil e inoportuna.
Pólux no se echaba siesta; él cumplía con su deber de guardián; se paseaba por el
museo de los sarcófagos y vigilaba a los extranjeros, para ladrar en caso de robo de
antigüedades foceas. Se sentía muy orgulloso de su empleo, y cuando se cerraban las
puertas del museo y todo había pasado conforme a las leyes, se presentaba con alegría
ante el conserje, para recibir, como gratificación, una caricia de su mano.
Un día, a la hora de la siesta, sin rastro alguno de extranjero ante los sarcófagos y
los yesos del museo foceo; Pólux, no temiendo ningún robo, salió a la plaza para
descansar de sus labores de inspección y enredarse en correteos con algún joven perro
de su misma edad y amigo del juego.
La plaza del museo estaba desierta bajo un calor de treinta grados Réaumur 241; pero
había muchos perros, según la costumbre. Esto sucedía antes de la invención de la
carreta municipal que retira del adoquín a la especie hidrófoba, durante la estación
cálida. Unos pasaban rápidamente, como si asuntos importantes los requiriera en otro
sitio; los otros se paseaban sin objeto, como peripatéticos cuadrúpedos; se los hallaba
bajo los árboles, durmiendo como lazzaroni242, o se los veía de dos en dos, como perros
esculpidos sobre las pilastras de un pórtico. El joven Pólux, no viendo más que amigos
en este club al aire libre, buscaba un jugador; pero su apariencia de perro aristócrata
despertó los recelos de esta jauría indigente; se respondió con gruñidos sordos a sus
proposiciones amistosas, y el más huraño de todos cayó, con sus dientes afilados, sobre
Pólux, lo tumbó y a punto estuvo de matarlo in situ. Los otros perros asistieron a dicha
escena con estoica serenidad.
240
Gemelos y hermanos de Helena y Clitemnestra, hijos de Leda, violada por Zeus metamorfoseado en
cisne. Al morir Cástor, Pólux, inmortal, convenció a Zeus conceder el mismo don a su hermano,
alternándose desde entonces ambos como dioses en el Olimpo y como mortales en el Hades.
241
37,5º C.
242
Lazarone, palabra italiana que designa a los pordioseros del puerto de Nápoles. En plural se
construye lazzaroni, a la manera italiana.
Pólux escapó de la mandíbula del asesino, sacudió su vellón devastado, y, en apenas
unos saltos, había alcanzado el umbral de su entidad. Sin pararse delante del conserje,
que no lo habría comprendido, anduvo derecho a la sala de los sarcófagos, puso sus dos
patas anteriores sobre la tumba de Milón, y dejó escapar de su gaznate algunas notas
llenas de expresividad y de vocales lastimeras.
Cástor se levantó lentamente, saltó fuera de la tumba, aguzó sus patas sobre las
losas, acabó de despertarse, lanzó una mirada de soslayo sobre Pólux, y tomó, con la
calma del poderoso, camino de la gran puerta del museo. Llegó al umbral, se paró
bruscamente, se sentó sobre sí mismo y esperó a Pólux.
¿En ese momento, qué sucedió?, ¿qué intercambio de palabras tuvo lugar? La
ciencia no lo puede explicar; pero he aquí lo que ocurrió.
Cástor, después de adquirir la certeza de no golpear a inocente por culpable,
abandonó su pose de Hércules en reposo, y marchó en solitario, con paso tranquilo,
hacia el asesino de Pólux. No fue un combate, fue una ejecución; el culpable rodó por el
polvo y lo ensangrentó. Aplicado el castigo, Cástor tornó camino del museo, donde
Pólux lo colmó de caricias y gritos de alegría. El moloso vengador aceptó estas
muestras amistosas con frialdad, como demostrando no ser merecedor de tal
agradecimiento por tan insignificante servicio; y regresó a la sala para terminar su siesta
al fondo de la tumba de Milón.
En la Historia de los Perros célebres243, no hallo nada comparable a esta escena de
Cástor y Pólux; me fue dado poder verla, y los que como yo la vieron no pueden
explicarlo todavía. Es necesario admitir, como yo, que estos dos perros tenían alguna
clase de lengua para comunicarse sus pensamientos; debe admitirse que Pólux le dijo a
Cástor:
—Un perro enorme ha tratado de asesinarme, aquí, en esta plaza.
Esto no es todo; debe admitirse algo todavía más repulsivo a la razón; debe creerse
que, sobre el umbral del museo, Cástor preguntó:
—¿Dónde está? —y que Pólux señaló claramente a su atacante entre una jauría de
perros de todo tamaño y color. Pólux le habría respondido:
—Es ese braco grande, el que tiene tres manchas de fuego.
Seguramente, la lengua que murmuran los animales, cuando viven juntos, no tiene
ninguna relación siquiera con la más imperfecta de las lenguas primitivas de los
salvajes; pero les basta tal cual para las necesidades de su asociación; su vocabulario es
muy limitado; se compone de algunas modulaciones más o menos vivas, que tienen un
significado muy preciso entre dos animales desde hace mucho tiempo amigos.
Desarrollaré un día este sistema apoyándolo en observaciones que he realizado, y que lo
completarán. Por lo demás, la sabiduría india, artífice de fábulas y diálogos entre
animales, ofreció a otras gentes antes que a mí la primera idea de este sistema; así, me
abstendré bien de reclamar los derechos de autor.
Tras la historia de Cástor y Pólux, mis amigos quisieron volver su atención sobre el
capítulo de la cotorra; pero una simple observación cortó brevemente al tema.
—La historia de la cotorra comienza —les dije—; crece y la dejamos que eche el
vuelo. Así, pues, esperemos; dispongan sus pérdidas y hablemos de Sebastopol244.

243
Parafrasea el título de la vasta obra (diez tomos) del historiador griego Diógenes Laercio (s.III d.C.),
“Vida de filósofos ilustres”, obra meticulosa aunque carente de rigor filosófico.
244
La toma de Sebastopol (1855), tras un largo asedio de dos años, por las tropas franco-británicas puso
fin a la Guerra de Crimea, conflicto bélico que enfrentó a la Rusia zarista con una coalición
encabezada por Francia y Gran Bretaña. La mención a dicho suceso nos permite fechar los sucesos de
este relato.
III

Aventuras y peregrinaciones. - La campana de Saint-Leu. - Gran noticia.


Adoptó la pose de Napoleón en Austerlitz. - Una urraca. - Duelo sobre un
cerezo. - Las golondrinas. - Insurrección formidable. - El sitio del
campanario. - La voz del reloj. - Insomnio de mi cotorra. - Descomunal
batalla. - Vuelta a la jaula.

Yendo a posarse sobre los árboles de los Plessis, la cotorra había dado un gran paso
para regresar; en mi opinión, manifestaba una voluntad evidente de acercarse de Saint-
Leu. El recuerdo del Museo de Marsella no me dejaba ninguna duda sobre el desenlace.
Las cotorras comparten un don muy raro con los hombres; saben escuchar, aman
escuchar. En estos pájaros, el sentido del oído absorbe continuamente, y, si tuvieran una
completa conformación de resortes en el órgano del habla, Dios sabe todo lo que
aprenderían de memoria y todo lo que repetirían. Desgraciadamente, el mecanismo de la
pronunciación es muy limitado en su pico, y su repertorio poco variado. A pesar de esta
insuficiencia de medios, las cotorras se creen obligadas a prestar oído atento a todos los
ruidos exteriores, y lo que los otros animales que escuchan hacen por miedo a un
peligro, las cotorras lo hacen por su instinto, que es el amor a la audición.
De todos los ruidos exteriores que asaltaban varias veces al día los oídos de la
cotorra, nuestra heroína, el ruido de la campana de la iglesia era el más resonante. Se
despertaba al primer ángelus, se dormía después del último. Probablemente, debió
realizar algunas tentativas con el gaznate para repetir el repique; pero no lo consiguió, lo
que le ganó más estima y afecto por este inimitable vecino.
Desde la copa de los árboles de los Plessis oyó esta voz del campanario, como una
voz doméstica que lo llamaba en la jaula, y obedeció, sin prever, ¡por desgracia!, las
tribulaciones que lo esperaban y que han tenido por testigo todo el pueblo de Saint-Leu.
En el parque de Boissy, no oía la campana de su pueblo; también permaneció una
prolongada estancia sobre los árboles de este castillo. ¿Por qué abandonó este paraíso
terrenal, donde nada le faltaba, donde nada la turbaba? Este es un misterio sobre el que
he tratado de profundizar. Su instinto claramente le decía que se hallaba en el verdadero
dominio de las cotorras, en un bonito bosque indio, bajo un cielo cálido; pero buscaba
por los alrededores todo lo que esta naturaleza maternal le debía ofrecer, es decir, las
cotorras sobre las ramas, las cañas de azúcar, los arrozales y los monos proveedores.
¿En vez de esto, qué veía? Una banda de niños, tomados por monos, que desmigajaban
pan sobre el césped y no subían nunca a los árboles. Esto tenía que trastornar el cerebro
de una cotorra. Por eso, para huir de este cuadro que nublaba su instinto, emprendió
vuelo por encima de los árboles del castillo, y, habiendo divisado a lo lejos el oasis de
los Plessis, en el centro de una llanura de trigo espigado, se trasladó inmediatamente, y
allí es donde escuchó la campana de Saint-Leu.
Una mañana, el Sr. Adrien, el hábil coreógrafo de la Puerta Saint-Martin, llega y me
|sugiere:
—Todo el pueblo está en rumor; ¡la cotorra está en el campanario de la iglesia!
Si se permite comparar las pequeñas cosas con las grandes, como dijo el divino
poeta245, adopté la pose estoica con que el pintor Gérard presenta a Napoleón en el
cuadro de la Batalla de Austerlitz. Rapp246, todo sofocado, llega para anunciar, como
noticia inesperada, la victoria. El Emperador lo mira y parece decirle:
245
La cita pertenece a una égloga del poeta latino Virgilio.
246
Jean Rapp (1771-1821), general francés que jugó un papel crucial en la batalla de Austerlitz (1805) al
dirigir su caballería de mamelucos contra el grueso de la Guardia Imperial Rusa.
—La conocía antes que usted.247
Bajamos a la plaza de la iglesia; la muchedumbre acudía allá. Saint-Leu nunca
había visto una cotorra; era un acontecimiento. Todos los ojos recorrían el campanario,
desde la base hasta su gallo dorado, que servía de veleta; pero nadie veía ninguna pluma
verde. Sin embargo no estaba permitido dudar; varias personas dignas de fe, entre otros
el guardián de las tumbas de la iglesia, el Sr. Decroix, su vecino más cercano, y el Sr.
Thomas Chassain, propietario del hotel de la Cruz-Blanca, afirmaban que el pájaro
había pasado la noche en la jaula del campanario, pero probablemente recorría el campo
a esta hora.
La muchedumbre se obstinaba todavía en mirar el campanario.
Esta conducta del pájaro era natural; había acudido a una voz conocida, que le
recordaba tantos festines y golosinas; pero, no habiendo encontrado ninguna mano
generosa junto a la voz, tuvo que pensar en iniciar la busca de la comida matinal. El
apetito de estos pájaros se impacienta ante el menor retraso.
Es sabido que el pueblo de Taverny se halla a continuación de Saint-Leu; estas dos
localidades podrían tener el mismo nombre. Ahora bien, ese día, el Sr. Fallet, panadero
en Taverny, paseando por su jardín, oyó un gran ruido de alas y de hojas cerca de un
cerezo, y, avanzando con precaución, asistió muy de cerca a un curioso espectáculo, del
cual ha levantado acta. Su relato nos permite suponer que las cosas sucedieron como las
vamos a describir por necesidades de la anécdota.
Con esa rapidez en fijar la vista de la cual gozan todos los pájaros, incluso en su
vuelo más veloz, la cotorra descubrió un árbol coloreado a la india; era un cerezo
granado de frutas. El rojo es el imán de un pico. Nuestra heroína descendió sobre este
árbol, que le recordaba al caqui de India. Experimentó sin duda una viva alegría viendo
flotar en torno a ella estos sabrosos racimos de rubí, que prometían un festín inagotable.
Los pájaros también tienen su hado; habent sua fata248. El pico de la cotorra se abrió y
se cerró; un escalofrío la sobrecogió; delante de ella vio un pájaro que no hablaba su
lengua. Entre los animales, como entre los hombres (antes de 1815) 249, todos los que no
hablan la misma lengua son enemigos. Era una urraca, que venía a ejercer su oficio de
ladrona sobre las cerezas del Sr. Fallet. La gazza ladra250 tomó a la cotorra, pájaro
desconocido, por un gendarme verde, y se precipitó sobre ella para apuñalarla de un
picotazo. Las dos armas rostrales de estos dos pájaros no son de la misma dimensión; el
sable corto del dragón, frente a la lanza del cosaco. Nuestra cotorra defendió
valientemente el honor de su uniforme; se sirvió de una frondosa rama como de un
escudo, y, no exponiendo pluma alguna al pico de su enemiga, lanzaba vivamente el
suyo y lo retiraba rápido como un rayo, género de esgrima que ningún maestro le había
enseñado y que habría asombrado a Grisier251. Esta lucha duró un cuarto de hora largo, y

247
François Gérard (1779-1837), pintor neoclásico francés, conocido por sus trabajos como retratista,
también autor de grandes escenas como "Napoleón en la Batalla de Austerlitz" (Sala de Batallas de
Versalles), donde el Emperador, rodeado por todo su mando mayor, asiste a la llegada al galope del
General Rapp, quien le anuncia la victoria y señala al Príncipe Repnín, ayuda de cámara del zar, entre
los prisioneros. La frase que pronunció Napoleón resultó ser menos solemne: “Cuántas damiselas de
San Petersburgo lamentarán este día”.
248
“Tienen su hado”.
249
En 1815, año de la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo y del nacimiento de la Santa Alianza,
pacto entre los vencedores (al que más tarde se sumaría Francia) que daría lugar a la Europa de los
Congresos, que promovía celebrar conferencias periódicas para resolver litigios y mantener la paz.
250
“La gazza ladra” (“urraca ladrona”, en italiano), ópera del compositor italiano Gioachino Rossini
(1792-1868); basada en un suceso real ocurrido en un pueblo cerca de París, cuenta la historia de la
sirvienta Ninetta, personaje muy próximo al de Cenicienta, condenada a muerte tras ser acusada del
robo de unos cubiertos de plata que, más tarde, se demostró habían sido robados por una urraca.
el Sr. Fallet prestó el mismo interés que un español hubiera mostrado ante una corrida
de toros.
Desesperándose por vencer y temiendo ser vencida, la urraca voló hacia el bosque,
y la cotorra, componiendo sus alas y no creyéndose segura sobre las hojas de este árbol,
buscó asilo en la Chaumette, pequeño arrabal de Saint-Leu, donde los árboles y las
aguas no faltan.
Durante una semana, la cotorra se ocultaba de día entre los verdes macizos de la
Chaumette; temía a las urracas; pero todas las tardes, después del ángelus, volvía a su
morada del campanario, esperando encontrar allí su jaula querida, tan locamente
abandonada por esa engañosa ilusión que se llama la libertad de los campos.
Daba así a cada instante mentís a esta famosa máxima: una libertad tempestuosa es
preferible a una esclavitud tranquila252; su tempestuosa libertad se lo volvía intolerable,
y habría dado todo el valle de Montmorency253 por su pequeño retiro enrejado, donde
recibía tantas caricias, golosinas, pipas de girasol, sin la preocupación del día siguiente.
Había adoptado esta otra máxima del pueblo que pasa de la anarquía a la dictadura: la
seguridad vale más que la libertad.
Por desgracia, nuestra joven heroína debía... mas no anticipemos acontecimientos,
como decía el buen Ducray-Duminil254, en la edad de oro de la novela, in-12 255, mal
impresa sobre papel de estraza, pero entrañable.
A causa de su lejanía del ferrocarril, el pueblo de Saint-Leu ha conservado los
privilegios agrestes de las aldeas de Gessner 256 y de Florian257. Todas las golondrinas del
valle de Montmorency, asustadas por los vagones, los silbatos y el humo negro, se han
refugiado bajo los apacibles tejados de Saint-Leu. Allí disfrutan del descanso de los
antiguos días; construyen sus nidos, establecen sus familias, y no temen que un brutal
convoy aparezca para llevarse todas estas felicidades domésticas, celebradas por
Florian. En Saint-Leu, se puede cantar todavía la romanza;
Que quiero ver las golondrinas
En mi ventana, todos los años, etc.
En la gran calle de Saint-Leu, estos bonitos pájaros, tan bien descritos por
Toussenel258, nuestro gran naturalista, son tan familiares, que se vuelven peligrosos; so
pretexto de anunciarles la lluvia a los agricultores, rasan alegremente la tierra, y, en su
vuelo atolondrado, rozan con un ala aguda las mejillas y los ojos de los transeúntes que
no son agricultores. Fuera de este inconveniente, nada es tan encantador como el juego
vivo de estas hijas del aire, de estos silfos259 de abril, de estos relámpagos alados.
251
Augustin Grisier (1791-1865), maestro de esgrima francés que impartió clases en Rusia asistió a los
acontecimientos de la Revuelta Decembristas (1825), plasmados en la novela "Le maître d’armes"
(1840), escrita por Alejandro Dumas padre (1802-1870) en estrecha colaboración con el mismo
Grisier, al que se debe un clásico entre los tratados de esgrima, "Les Armes et le duel" (1847).
252
“Malo periculosam libertatem quam quietum servitium.”
253
Pequeña región natural situada al noroeste de París.
254
François Guillaume Ducray-Duminil (1761-1819), novelista francés famoso por sus aventuras
folletinescas destinadas al público juvenil, marcadas por un tono moralizante en que la inocencia y la
virtud triunfaban siempre.
255
Antiguo formato de impresión.
256
Johann Conrad Gessner (1516-1565), naturalista suizo cuya "Historia Animalium" se considera el
principio de la zoología moderna.
257
Jean-Pierre Claris de Florian (1755-1794), escritor francés, sobrino de Voltaire, famoso por sus
Fábulas y diversas novelas pastoriles.
258
Alphonse Toussenel (1803-1885), socialista utópico, discípulo de Fourier, que se sirvió de sus
estudios sobre los animales ("L'Esprit des bêtes. Le monde des oiseaux, ornithologie passionnelle")
como vehículo para sus ideas políticas.
259
Según los cabalistas, espíritus bondadosos del aire.
Las golondrinas desconfían de los campanarios, y no le falta razón a su instinto
maternal; saben que, en los agujeros de estos edificios, se alojan nocturnas aves rapaces
que destrozan los nidos y hacen llorar a las madres a la sombra de los álamos, populeâ
sub umbrâ260. Los pájaros se hallan siempre en país enemigo, y no sabrían tomar
demasiadas precauciones.
Las golondrinas adultas habían visitado el campanario de Saint-Leu, y el resultado
de la investigación resultó satisfactorio: un campanario muy nuevo, construido en 1850,
a expensas del príncipe Luis-Napoleón261; una joya de campanario digna de guardar bajo
campana de cristal. Ninguna grieta, ni fisura, ni morada para un búho. Nicticorax in
domicilio, como dijo el salmista262. No había pues nada que temer para los nidos y los
huevos en este sentido, por lo menos durante medio siglo; y la madre se veía a feliz por
sus niños, matrem filiorum lætantem263.
De repente, una golondrina, la primera de todas, que todavía no había alcanzado la
juventud, una golondrina que se había levantado al alba, rasó sobre el nuevo
campanario, y vio un pájaro verde, no clasificado por la ornitología de Saint-Leu,
sacudiendo al aire sus plumas húmedas, y afilando su pico corvo contra una clave
ojival264. Es necesario reconocer correctamente el peligro; este era, para la golondrina,
un búho disfrazado, un búho maligno que se pintaba de verde para engañar al espía. La
golondrina tocó a rebato y alertó del peligro sobre los tejados; una chispa eléctrica
recorrió dos cornisas de nidos; tuvo lugar un consejo de ancestros, al pie de una
chimenea; se predicó la cruzada contra el ave rapaz del campanario.
La cotorra no sospechaba de ningún modo tal alarma; buscaba siempre su jaula, y
acabó posándose sobre el tejado del hotel de la Cruz-Blanca, donde tienen parada los
omnibuses del ferrocarril. Posada así, en el más absoluto aislamiento, se parecía a ese
pájaro del que hablan las Escrituras, pasar solitarius in tecto265.
En este instante, una oscura lluvia de golondrinas cayó sobre el mismo tejado entre
agudos gritos; todos los niños de Saint-Leu han tomado partido por la cotorra, y baten
sus manos para espantarle las golondrinas. Nuestra heroína muestra su pico a los pájaros
de la primavera, que, no creyendo poder hacer frente a semejante pico, se baten en
retirada y van en busca de refuerzos para sitiar a la cotorra. En el pueblo, todos los
trabajos son abandonados; todos quieren asistir a la batalla; alguien nos envía un
despacho telegráfico; acudimos para hacer valer nuestra voz e interpretar el papel de
Austria266... La cotorra se asusta ante el concurso de la muchedumbre, se zambulle del
tejado, y se zambulle entre la espesa frondosidad de un nogal que se halla en el patio del
hotel de la Cruz-Blanca.

260
“Bajo la sombra del álamo”.
261
Luis Napoleón Bonaparte (1778-1846), príncipe francés, rey de Holanda., conde de Saint-Leu,
hermano menor de Napoleón I y padre del futuro Napoleón III; está enterrado precisamente en Saint-
Leu.
262
Salmo 101: “...Similis factus sum pellicano solitudinis factus sum sicut nicticorax in domicilio.”
(Estoy como una lechuza del desierto, soy como un búho entre las ruinas.)
263
Salmo 102: “Qui conlocat sterilem in domo matrem filiorum laetantem alleluia.” (Él honra a la mujer
estéril en su hogar, haciendo de ella una madre feliz.)
264
La clave es la piedra con que se cierra el arco, en este caso ojival.
265
Salmo 101: “Vigilavi et factus sum sicut passer solitarius in tecto.” (Estoy desvelado, y me lamento
como un pájaro solitario en el tejado.)
266
Mención al papel ambiguo jugado por Austria durante la Guerra de Crimea (1854-1855); mientras
Rusia creía que Austria, correspondiendo a los servicios presentada durante las revoluciones de 1848,
se alinearía a su favor, o permanecería neutral, resultó que Austria acabó apoyando a la coalición
franco-británica, aun sin declarar la guerra a Rusia, al negarse a garantizar su neutralidad.
Una cotorra sobre un nogal repleto de nueces maduras, es como un avaro en plena
mina californiana267; nuestra heroína no podía contener su alegría; se había olvidado de
las urracas, de las golondrinas, de los cerezos; había encontrado un restaurante eterno.
En ese mismo instante vimos correr una oscura nube sobre la línea de los tejados:
era una imponente bandada de golondrinas; dichos pájaros demostraron gran coraje
cuando no hallaron al enemigo; visitaron el tejado de la Cruz-Blanca e inspeccionaron
las bocas de las chimeneas; cumplido el deber, la bandada se dispersó, y cada familia
regresó en su cama suspendida.
Pudimos estudiar a las golondrinas en esta ocasión, y comprendimos que no tenían
intención alguna de atacar el temible pájaro; su plan de ataque no tenía en el fondo nada
de belicoso. Querían reunir una masa compacta, asustar al enemigo y expulsarle del
territorio de Saint-Leu, propiedad exclusiva de las golondrinas.
Si no fuera por el extraño recuerdo de la jaula que turbaba de vez en cuando a
nuestra cotorra, su existencia empezaba a adoptar todas las condiciones para ser feliz.
¿Qué le faltaba?, tenía un nogal, a la vez jubilación segura y mesa delicada; y, por la
noche, tenía una morada en el campanario.
Pasó doce días en el nogal de la Cruz-Blanca; íbamos a menudo a merodear en
torno al árbol, con la esperanza de atraerla haciendo oír nuestras voces amigas; no
reconocía estas voces, pues nunca habían resonado en sus oídos por los amplio cielo de
la campiña, y había olvidado, alrededor del nogal, su tono dentro de un salón.
Todos los animales son muy agradecidos por los servicios prestados. El
reconocimiento es hijo del instinto, la ingratitud hija de la razón. Mucho más, los
animales que no tienen, como nosotros, una precisa percepción de los objetos exteriores,
están agradecidos hacia todo aquello que los liga, sean hombres o cosas. Así, nuestra
cotorra contemplaba su nogal y su campanario como dos bienhechores: uno le protegía
contra los peligros del hambre, el otro contra los peligros de la noche. Día a día crecía
este sentimiento de gratitud; y el pájaro, curtido tras una larga experiencia de doce días,
habiendo puesto en orden su vida, y conociendo mejor sus gustos y sus rutas, evitaba
mostrarse al crepúsculo de la mañana y de la tarde, sobre las afilados salientes del
campanario, por miedo a provocar por segunda vez la estupenda insurrección de las
golondrinas de Saint-Leu.
Sí, por muchos proyectos de futuro que se hagan en este mundo, lo imprevisto está
siempre allí, emboscado en el camino, para trastocar todo.
Si no tuviéramos, como garantes de nuestro relato, todos los habitantes de un
pueblo vecino, no nos atreveríamos a escribir el desenlace de esta historia; además, hay
peripecias que es imposible inventar, si el azar no las inventa. Ninguna mentira de
fabulista tiñe nuestro relato. Nunca historia mereció mejor su nombre.
El concejo de Saint-Leu había aprobado el gasto de un magnífico reloj para el
campanario de la iglesia; un reloj de ciudad, un reloj serio, de la firma Lepaute 268, como
el que tiene el honor de hacerse oír en el Louvre, entre las estatuas de Jean Goujon269.

267
La famosa Fiebre del oro de California tuvo lugar entre 1848 y 1855, y se calcula que cerca de
trescientas mil personas, no todos gambusinos (nombre conque los mexicanos bautizaron a los
mineros), emigraron a una hasta entonces casi despoblada California con la esperanza de hacer
fortuna.
268
Familia de relojeros franceses a cuyas precisas manos se deben algunos de lo mejores relojes
parisinos, como el de la Real Escuela Militar, el de los Inválidos, el de la Bolsa y aquí mencionado del
Pabellón del Reloj del Louvre.
269
Jean Goujon (1510-1565), escultor y arquitecto francés que realizó diversos trabajos para el Louvre,
como las Cariátides de la tribuna para músicos del Salón de Baile, o las Alegorías de la fachada de La
Cour Carrée.
Este reloj, complemento ideal para la bonita iglesia de Saint-Leu, debía debutar el
día de la fiesta del pueblo; fiesta encantadora, enmarcada por la bella plaza del
ayuntamiento, a la sombra del vecino bosque, que presta sus árboles a los paseantes.
Una tarde, después de ocho, la cotorra abandonó su querido nogal, y, según la
costumbre, fue a posarse bajo la cornisa del campanario; con el pico bajo el ala, dormía
tranquila, como en el desierto, sobre la piedra de una pagoda, inaccesible a las
serpientes, esos enemigos nocturnos de los pájaros, cuando fue despertada por una voz
desconocida que estallaba bajo sus patas: ¡era el reloj!... Tocaba, por primera vez, las
nueve, con esa plenitud de medios que acompaña siempre a un tenor virgen de sí
bemoles y un reloj todavía exento de humedad.
Lo desconocido resulta espantoso para los hombres, y más aún para los pájaros.
Cuando hicieron su aparición, el fuego griego270, el cañón, y el arcabuz de gancho271
aterrorizaron a los más valientes. Nuestra cotorra saltó nueve veces bajo la ojiva, y
tembló estremecida a lo largo de todo su plumaje. Sin embargo, como ella contaba con
la amistad hasta entonces tan fiel de su campanario protector, creyó haber oído mal, así
como sucede a menudo en nuestra casa, cuando un amigo nos suelta un primer epigrama
en público. Antes de que obscurezca, se espera el segundo. Nuestro pobre pájaro esperó
pues, y su amigo el campanario, que volvía a ser mudo y bueno, se durmió de nuevo. Al
toque de las diez, se despertó todavía estremecida, y con el silencio de la noche, que
acentúa la intensidad del sonido, se creyó brutalmente expulsada de su asilo, y se dejó
caer, medio muerta del susto, sobre un tejado vecino. Esta noche fue terrible. Para
colmo de males, los jóvenes parisinos que salían del baile de la fiesta atravesaban la
calle, aullando con melancolía lo que llaman alegres estribillos. Faltaba poco para que
perdiera la cabeza una simple cotorra destinada a la vida de la soledad india. Las doce
campanadas de medianoche, eternamente repetidas por el eco de la montaña, colmaron
la desolación del desgraciado pájaro. Le parecía imposible reconciliarse de ahora en
adelante con un campanario que la acosaba durante el descanso con empeño tan
evidente. Ya no había más asilo para ella, más protección, más amigo. Los primeros
resplandores del alba la encontraron pálida de insomnio y de terror sobre el canalón de
la casa del Sr. Maréchal.
El día siguiente había de prolongar las angustias de la noche.
Fue de nuevo una golondrina la que dio la alarma, al avistar al terrible pájaro en el
terreno consagrado a los nidos. Esta vez, los pájaros de la primavera resolvieron asesar
un golpe definitivo
Se enviaron embajadores a las golondrinas del pueblo de Taverny; se propuso una
liga ofensiva y defensiva; se trataba de los intereses generales de los grandes suburbios,
amenazados por un Atila verde y tanto más temible pues estaba solo.
Al instante, una nube de golondrinas cubrió Saint-Leu, y, ¡cosa asombrosa!, este
ejército, el más numeroso que las golondrinas hayan puesto en pie, no se atrevió a atacar
a la cotorra; era siempre el mismo sistema, el mismo plan. El pájaro, que no se creía tan
temible, se asustó, emprendió vuelo sin rumbo y se perdió en el inmenso torbellino de
golondrinas; un cálculo de cazador avezado evaluaba su número en tres mil. Todo el
pueblo estaba emocionado; se esperaba a cada instante ver caer muerta a la cotorra
desde lo alto de la nube enemiga; este extraño combate entre una multitud contra un
solo ser duró todo un día; fue un día festivo para Saint-Leu. Se suspendió la recogida de
frutas; se olvidaron los cuidados del hogar y del campo. Todos los ojos, clavados en el
cielo, miraban la tempestuosa pelea del cielo; era, al contrario que los juegos del Circo;

270
Fuego griego: mezcla inflamable que aria en al agua y se empleaba para abrasar naves.
271
Tipo de arcabuz que se sujetaba mediante un gancho a un caballete anclado en el suelo, de tal forma
que soportase el retroceso del arma al disparar.
la batalla se libraba a cielo abierto, el drama se representaba sobre las cabezas del patio
de butacas. A cada momento, nuevos reclutas llegaban, ya que los gritos de alarma
habían resonado sobre los nidos Franconville, Saint-Prix, Ermont y a lo largo de toda la
línea del ferrocarril. Cuando la nube descendía, podía verse a la heroica cotorra
repartiendo picotazos a los temerarios que se acercaban demasiado cerca. No hay más
que un ejemplo de semejante defensa en la historia: Alejandro el macedonio luchando
en solitario, en la ciudad de los oxidracos272, contra una nube de enemigos, y todavía el
héroe de Macedonia vestía coraza de pies a cabeza, lo que lo sitúa con ventaja al
compararlo con la cotorra de Saint-Leu.
En fin, nuestra pobre heroína, que había agotado sus fuerzas en una lucha
sobrehumana, y que ya no encontraba sustento en el desgastado mecanismo de sus alas,
hizo un esfuerzo supremo; traspasó la línea inferior del enemigo y cayó, haciendo
remolinos, sobre el tejado de la casa del Sr. Maréchal. Allí, resuelta a esperar la muerte,
hundió su pico en un canalón y se cubrió bajo las alas, como César bajo su manto273.
El Sr. Maréchal tomó una escala, bajo los aplausos de todo el pueblo, subió al
tejado de su casa y se apoderó del pájaro sin que opusiera la menor resistencia.
No hemos asistido a esta última lucha; nos ha sido contada por el Sr. Lucien Pigny,
el propietario de los encantadores baños de Saint-Leu. Vimos, con alegría, llegar al Sr.
Adrien y al Sr. Maréchal que traían la cotorra rodeados por todos los niños del pueblo.
El pájaro fue repuesto en seguida en su jaula; sacudió sus plumas, tomó un baño de agua
fresca, emitió un grito feliz, y, con esta feliz despreocupación, privilegio de los pájaros,
alargó el pico sobre un grano de azúcar, lo tomó con su pata como si de una mano, y
continuó su vida de cotorra esclava, como si nada en absoluto la hubiera perturbado en
su apacible serenidad.
El ejército de las golondrinas ha regresado a sus barrios. La calma se ha
restablecido por todas partes. El recuerdo de estos acontecimientos perdurará durante
mucho tiempo en Saint-Leu; han sido y serán todavía entretenimiento para las largas
veladas del invierno.

272
La actual Multan, en el Punjab paquistaní, antigua capital de los malios. Durante una de sus últimas
campañas asiáticas, Alejandro encabezó el asedio de la ciudad; tomando una escala para salvar las
murallas, al romperse esta quedó aislado de sus hombres, debiéndose batir bravamente espada en
mano, momento en que una flecha atravesó su coraza hiriéndole gravemente.
273
Según cuenta el historiador romano Suetonio (69-140) en su "De vita Caesarum", al verse César
rodeado de puñales "...envolviose la cabeza en la toga y bajóse con la mano izquierda los paños sobre
las piernas, a fin de caer más noblemente, manteniendo oculta la parte inferior del cuerpo."
Las dos batallas
Les Deux Batailles,
«Nouvelles nouvelles»

—¡Señor —le dije—, no hubo en la antigüedad filósofos de su talla!


El Sr. Thomas Paulus, tras estas palabras, las primeras desde nuestra salida del club
donde de forma fortuita le había conocido, se inclinó con una modestia falta de orgullo
y me estrechó enérgicamente la mano.
—¿Y ahora —añadí—, sabe lo que le sucederá?
—¡Oh!, ¿quién lo sabe? —contestó el Sr. Paulus
—Yo lo sé. ¡Es tan fácil ser profeta! Isaías, Jeremías y David han ejercido el más
fácil de los oficios... Tenga, señor Paulus, tome la molestia de mirar el cielo en
dirección las torres de Westminster...
Nos hallábamos sobre el puente Frères-Noirs; en Londres; se habla mejor sobre los
puentes que en cualquier otro sitio.
El Sr. Paulus siguió la indicación de mi dedo y miró el cielo. Las nubes de poniente,
dibujadas en líneas horizontales, se asemejaban a una colección de agujas de
Cleopatra274 volcadas sobre arena de oro.
—Mañana —le dije al Sr. Paulus—, el viento de noroeste soplará con gran
violencia; es mi predicción.
—¿Y bien? —observó el Sr. Paulus curvándose como un signo interrogativo.
—¡Y bien! —retomé—, le predije fácilmente, y sobre datos ciertos, que, a pesar de
su maravillosa ciencia filosófica, la posteridad no sabrá si vivió en Alemania ni
recordará su nombre. Sin embargo nosotros conocemos, en 1852, al filósofo Bías275, el
cual vivió seiscientos nueve años antes de Jesucristo, en tiempos del astrónomo Tales de
Mileto276. Ahora bien, este Bías no dejó nada escrito; se limitó a afirmar: omnia mecum
porto (llevo todas mis riquezas conmigo); y todavía no estoy muy convencido de que
dijese estas palabras como tampoco de que Cambronne277 dijese la suya. En definitiva,
conocemos a Bías, pero nadie le conocerá jamás a usted, que ha descubierto tan elevada
verdad filosófica.
274
Las Agujas de Cleopatra, nombre de tres imponentes obeliscos (del griego οβελισκο, aguja) de cerca
de 21 metros de altura y 180 toneladas. El que se halla en París procede del Templo de Luxor; donado
en 1826 a Francia, y erigido en 1833 en su emplazamiento actual. Los otros dos obeliscos de igual
nombre proceden de la ciudad de Heliópolis y fueron trasladado por Augusto a Alejandría para ornar
el Caesarium, templo construido por Cleopatra en honor a Marco Antonio; actualmente presiden el
Embarcadero Victoria de Londres y el Central Park de Nueva York.
275
Bías de Priene, filósofo del siglo VI a.C. y uno de los Siete Sabios de Grecia. Sometida su ciudad
bajo asedio por Ciro, al tiempo que sus vecinos se disponían a huir llevando consigo sus bienes más
preciados, al ver partir al sabio con las manos vacías, le preguntaron, a lo que contestó: «Todo lo llevo
ya conmigo», dando a entender que todo le era prescindible salvo su sabiduría.
276
Tales de Mileto (639-546 a.C.), el más destacado de los Siete Sabios de Grecia, su vida se halla
envuelta tras la bruma de la leyenda; sus estudios abarcan áreas como la Geometría, el Álgebra, la
Astronomía..., aunque realmente es conocido por ser el primer filósofo de la historia al iniciar la
indagación racional sobre el Universo.
277
Pierre Jacques Étienne, vizconde Cambronne (1770-1842), general francés herido durante la Batalla
de Waterloo, donde se le atribuyen dos frases memorables al ser conminado a rendirse por tropas
británicas; según Víctor Hugo, contestó: "La garde meurt et ne se rend pas" (la guardia muere, pero
no se rinde); otros en cambio, más prosaicos, afirman que exclamó "Merde!" (¡Mierda!).
—Será culpa mía quizás —aclaró el Sr. Paulus—, si no soy conocido. Será culpa
mía —repitió con abatimiento—. ¿Por qué no tuve el coraje de leer mi discurso ayer,
durante la última sesión del Congreso de la Paz?
—No es valor lo que le ha faltado.
—Sí, tiene razón, no es valor —convino el Sr. Paulus—; temí verme pidiendo la
clausura transcurridos diez minutos; y luego, por otra parte, mi descubrimiento
filosófico hubiese contrariado demasiados prejuicios nacionales y belicosos; tan sólo
hubieran sido defendidos por el Sr. Víctor Hugo 278 y el Sr. Émile de Girardin 279 en la
sesión del congreso.
—Pero —le dije—, con eso hubiese bastado. Estas dos eminentes figuras equivalen
a una mayoría en cualquier sitio cuando de alta filosofía se trata. Asimismo, considero
que todo el congreso le hubiera escuchado hasta el final. Sus batallas habrían causado
honda sensación, y se halla tan convencido de su derecho que... "
El Sr. Paulus me interrumpió con firmeza y añadió:
—Sí, completamente convencido, y lo repetiré sin cesar: los hombres no han librado
sino dos batallas razonables. Todas las demás no tienen ni un atisbo del sentido común,
y todas se parecen, en la historia moderna principalmente. Resulta de una monotonía
abrumadora. Siempre sucede que, a las cinco de la mañana, un general montado a
caballo cruza un arroyo y mantiene un intenso tiroteo con el enemigo. A continuación el
cañón lo acompaña; un humo espeso como la niebla de Londres en diciembre cubre
ambos ejércitos, de modo que todo el mundo tira al azar hasta agotarse las municiones.
Los que ya no tienen ni pólvora, ni balas, ni proyectiles de cañón, emprenden la huida.
Se han disparado dos millones de balazos de fusil, doscientos mil cañonazos, y se ha
matado a mil seiscientos hombres. Cae la noche 280 y se acaba, para reanudarse al día
siguiente, y siempre así hasta la paz; entonces, se abrazan, se conceden cuatro pulgadas
de mal terreno a orillas de un río, y cada pueblo por su lado eleva un arco triunfal donde
se proclama el pueblo más valiente del universo; el resultado de todo esto en ambos
países no es sino una muchedumbre de pobres mujeres, madres o esposas, que lloran
vestidas de luto. He aquí la moraleja de todo este revuelo. Las batallas matan muchas
mujeres sobre todo; lo que resulta de lo más honorable para el género que se dice
humano.
—Lamento infinitamente para la causa humanidad, —le dije a Sr. Paulus—, que su
discurso se haya quedado en su bolsillo; no hablemos más de ello.
—Salgo esta noche para Munich —retomó el Sr. Paulus—; ¿tiene alguna comisión
que encargarme?
—Sí, haga imprimir su discurso en Munich.
—Imposible.
—¿Por qué imposible, Sr. Paulus?
—¡Ah!, así es. ¿Se puede escribir lo que se quiere, en este mundo? Hay siempre una
maraña en el capítulo de la reputación que se enreda entre la pluma y los dedos. Tengo
un tío rico que ha servido como general, y que ha hecho pintar en su casa una galería de
cuadros que representan todas las batallas cargadas de humo donde ha cruzado un
arroyo a las cinco de la mañana. Este tío me desheredaría.
278
Víctor Hugo (1802-1885), el más importante de los escritores románticos en francés. Consagró gran
parte de su obra a la política; en 1851, con el golpe de estado que conduciría a Napoleón III al trono,
haría un llamamiento a las armas «Cargad el fusil y estad atentos») que cayó en saco roto.
279
Émile de Girardin (1806-1881), periodista, publicista y político francés, que popularizó la prensa
parisina abaratando el precio pero a su vez aumentando la tirada y, consecuentemente, el número de
anunciantes. Asimismo, su diario "La Prensa" acogió los primeros folletines.
280
Juego de palabras irreproducible en castellano: La nuit tombe, que puede traducirse como “caída la
noche” o “la noche tumba”.
—Pero después de la muerte de su tío...
—¡Oh!, es un tío que amenaza con volverse eterno, y cuento todavía mucho más
con la generosidad de su vida que con las eventualidades de su muerte. Es él quien ha
corrido con los gastos de mi viaje en Londres. Puedo permitirme pronunciar un discurso
contra la manía de las guerras; ¡pero si lo imprimiese, desgracia mía!
—No es —le dije—, su discurso lo que lamento: un discurso se puede rehacer
siempre; en interés del género inhumano, lamento sus dos batallas.
—Entonces —me sugirió el Sr. Paulus—, podemos arreglar quizás todo eso. Quiere
mis dos batallas, pongo mi discurso a su disposición. Hechas-en que le gustará, si no
tiene tío general.
—Tuve —según me han contado—, dos tíos nativos de la Ciotat; serían hoy
concejales y padres de una numerosa familia, como todos los padres ictiófagos de la
Ciotat; pero ellos se hicieron matar tontamente, en la flor de la vida, en 1813, a bordo
del navío Romulus281, frente al cabo Brun.
—¿Entonces se halla totalmente libre, no tiene reputación que guardar?
—Ninguna.
—Paseemos todavía un rato, y le entregaré mis dos batallas de regreso al hotel.
El Sr. Paulus ha cumplido, y, al hilo de su historia, he escrito la mía. No he
cambiado más que la forma del relato.

PRIMERA BATALLA
La isla de Yezo282 es poco conocida, pese a su gran tamaño; está situada hacia el
cuadragésimo grado de latitud, entre el mar de Japón y el mar Tarrakaï283.
Esta isla se hallaba sometida antaño al dominio de dos príncipes que designaremos
por el título de emires, puesto que este título es conocido más que el de saïb o saëb. Es
inútil añadir que una enemistad perpetua reinaba entre estos dos emires. La paz es cosa
muy aburrida en la isla de Yezo. Sólo conocemos a un rey que, viviendo en una isla,
nunca haya soñado en guerrear: es Robinson, y aún debe añadirse que cuando se
encontraba solo.
Los dos emires se concedían sin embargo largas treguas, cuando se habían divertido
lo suficiente con la guerra. Un convenio, que se pierde en la noche de la India, fijaba
una manera muy simple de reanudar las hostilidades. Había dos estatuas de falsos ídolos
a orillas de la bahía de los Volcanes; el emir cansado de la paz daba órdenes para arrojar
al agua la estatua de su vecino, e inmediatamente ambos bandos volvían a tomar las
armas. La historia nos cita un hecho análogo durante la segunda guerra púnica. Se sabe
que Sagunto, bajo protección romana, no podía ser atacada sin encender las antorchas

281
Espuria batalla naval y última ganada por la armada napoleónica, que tuvo lugar el 13 de febrero de
1814. El almirante Julien Cosmao (1761-1825), recibió orden de abandonar Génova rumbo Tolón,
siendo interceptado por la escuadra británica, bloqueo que consiguió burlar tras librarse un intenso
combate. La memorable maniobra del navío de primera clase Romulus, al mando del capitán Rolland,
logrando evadir el cerco británico al recortar cerca de la costa el cabo Brun bajo fuego enemigo, fue
seguida con entusiasmo por numeroso público desde el promontorio que domina la rada de Tolón.
282
La isla de Hokkaido, al norte de Japón, antiguamente conocida como Yezo (Jesso en el original),
nombre con el que, en japonés antiguo, eran conocidos sus primeros pobladores, los ainu, etnia no
emparentada con ninguna de la región.
283
Tarrakaï, nombre con que antiguamente se conocía en Francia a la isla Karafuto o Sajalín, y por
extensión al mar que la baña, más conocido actualmente bajo la denominación rusa de mar de Ojotsk.
de la discordia. Aníbal, buscando un pretexto para la guerra, atacó Sagunto284, y rompió
así la paz entre romanos y cartagineses.
El emir que gobernaba la parte sur de la isla de Yezo se llamaba Bouen-Naz-Bouen-
Dabaz; era un Hércules indio de treinta y dos años, con un rostro cuadrado, mejillas
enjutas de un metal moreno, ojos de ébano en ebullición, soberbia nariz aguileña, boca
felina y mentón redondo como la empuñadura de una pistola. Cuándo este titán corría
desnudo y a caballo sobre la arena de la orilla, se asemejaba al último centauro
buscando al último lapita para invitarlo a cenar285.
El serrallo activo de Bouen-Naz-Bouen-Dabaz se componía de veinte jóvenes
muchachas; cuarenta y cinco sultanas validas286, o amas retiradas, formaban su serrallo
inactivo. Todo este bello sexo era feo, en general; pero allí se encontraban algunas
arrebatadoras excepciones, venidas de la isla Sajalín, de Mongolia y de orillas del mar
de Ojotsk. Estas mujeres tenían todas las exquisitas delicadezas de nuestras europeas
más bellas; cuándo se sentaban sobre las trenzas para interpretar con el bin287 una
marcha tártara, se habría creído ver un museo de estatuas cinceladas, según el modelo
griego más hermoso, sobre bloques de marfil mate. El emir las amaba a todas por igual,
como un bárbaro que nuestros vodeviles y nuestras romanzas todavía no han inducido al
monoerostismo de la civilización. También, cuando el desafortunado La Pérouse288 hizo
escala en el estrecho que lleva su nombre, en la punta de la isla de Yezo, chocó con
estas arraigadas costumbres indias, depositó en los archivos del cabo Spanberg un
ejemplar comentado de la Nueva Eloísa289 para corregir las costumbres poligámicas de
los bárbaros de Yezo y unirlos al culto de Saint-Preux. Es el navegante D’Entrecasteaux
quien constata este hecho290.
A la hora en que el sol iluminaba las tejas de oro del palacio del emir, las mujeres
iban al lago vecino, y jugaban como nereidas en el zafiro de las aguas puras, a la sombra
de los frondosos tamarindos. Cien hombres armados, escalonados sobre las orillas,
tenían orden de mantener a raya a profanos y Acteones 291. Todo ojo indiscreto era
castigado con la ceguera. Sólo el emir se concedía el derecho a contemplar el juego
juguetón de las jóvenes sultanas de Yezo, y se brindaba ordinariamente dos pipas de
opio a este espectáculo, desconocido por los sensatos europeos.
284
La heroica resistencia de Sagunto (cuya población escogió inmolarse antes que la rendición, hechos
relatados por Tito Livio), frente al asedio de Aníbal en 219 a.C., supuso el inicio de hostilidades que
desencadenaron la II Guerra Púnica, al romperse el pacto que el límite de expansión púnico en Iberia.
285
Los lápitas, estaban emparentados con los centauros, nacidos de la unión entre Néfele, diosa de las
nubes, e Ixión, rey de los lápitas. Durante la boda del hijo de Ixión, los centauros trataron de violar a
la novia y a otras mujeres, lo que desencadenó la guerra entre centauros y lápitas, de la que salieron
victoriosos estos últimos.
286
Título que los turcos otorgaban a la madre del sultán reinante.
287
Bin o vina, instrumento de cuerda originario de la India, semejante a una cítara dotada de dos cajas de
resonancia; existen distintas variantes emparentadas con el también indio sitar.
288
Jean François de La Pérouse (1741-1788), marino francés que realizó una expedición científica
alrededor del mundo con objeto de completar los descubrimientos llevados a cabo por James Cook en
el océano Pacífico; su expedición naval naufragó sin dejar rastro cerca de la isla de Samoa en 1789.
Dio nombre al estrecho que separa las islas de Hokkaidô (Yezo) y Sajalín.
289
“Julie ou la Nouvelle Héloïse” (1761), novela del filósofo franco-suizo Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778), historia de un amor imposible entre el tutor Saint-Preux y su joven pupila Julie, marco
bajo el cual expone sus principios pedagógicos.
290
Antoine Bruny d'Entrecasteaux (1737-1793), marino francés que exploró la costa de Australia
mientras buscaba infructuosamente la expedición desaparecida de La Pérouse. Sería el marino y
explorador francés Jules Dumont D'Urville (1790-1842) quien en 1828 diera con el lugar del
naufragio de expedición La Pérouse.
291
Mientras Acteón practicaba la caza descubrió a Artemisa bañándose en un río, no pudiendo apartar la
vista al quedar fascinado por su belleza; al ser descubierto, la diosa lo castigó transformándolo en un
ciervo al que enseguida devoraron sus cincuenta sabuesos.
De golpe, una plaga más terrible que la peste, el cólera, llegado desde Japón, asoló
el sur de la isla de Yezo. Una mañana, las jóvenes hijas del serrallo, al salir
completamente mojadas de las frescas aguas del lago, fueron presas de las secas garras
del cólera, y esa misma noche el emir se encontró tremendamente viudo; ya no le
quedaban más que las sultanas sexagenarias, exentas de los peligros del baño. ¿Cómo
describir la desesperación de Bouen-Naz-Bouen-Dabaz? Rompió sus pipas, sus
porcelanas de Japón, sus figurillas chinas, sus péndulos ingleses de Cox292, que tocaban
a mediodía durante tres horas, y quiso romperse él mismo con sus puños de bronce. Se
parecía a Augusto rogando a Varo293 que le devolviese sus legiones, o a un soberbio
gallo pidiendo a un cocinero exterminador que le devuelva su serrallo guisado con arroz
y azafrán.
En esta época, prosperaba en la corte del emir un mandarín ilustrado, llamado
Leutz-zi; había sido expulsado de Pekín por crimen de agravio contra China; en una
ocasión intentó probarle al emperador que el sol era eclipsado por el disco lunar, y que
el dragón negro jamás estaba envuelto en dicha operación celeste. Todos los sabios se
manifestaron contra el innovador; la Academia de Zhé-hol, apodada la luz del mundo,
se reunió conmocionada, y, sin escuchar las explicaciones de Leutz-zi, condenó al fuego
el libro del mandarín y a su autor también. El emperador conmutó la pena en exilio. Se
le hicieron plegarias al dragón negro rogándole prosperidad para China y que no
estrangulara al sol.
El emir Bouen-Naz-Bouen-Dabaz hizo llamar al mandarín y le consultó.
—Señor —le dijo el mandarín después de haber reflexionado—, comprendo su
desesperación; no tengo, yo, más que una mujer, nacida a Chonk-foo, la ciudad de las
hermosas chinas: la he perdido, a mi divina Kia-ni (que significa sin pies). La muerte ha
estuvo a punto de llevárseme. ¡Cuánto más debe sufrir usted, que acaba de perder
dieciséis bellas muchachas como dieciséis lunas en todo su esplendor! Escúcheme,
príncipe; existe remedio a su desgracia. La naturaleza ha dispuesto por todas partes justo
remedio contra el mal. Le pido tres noches para descubrir un consejo.
—Mucho tiempo, tres noches —contestó el emir—; ¿qué haré durante la espera?
—Leerá mi libro sobre los eclipses, y fumará el opio que le facilito —respondió el
mandarín—; le garantizo un dulce sueño.
Mientras, las viejas sultanas honorarias, miembros del serrallo inactivo, y
respetadas por el cólera, se arriesgaron a bañarse en el lago, bajo riesgo de contraer la
plaga, ¡tan grande es la ambición entre las mujeres de Yezo!; incluso, sobornaron a los
guardias y los corrompieron con bolsos de cauríes294, moneda de conchas arrastradas por
el mar hasta las playas de las Maldivas; los guardias, seducidos por tan extremada
prodigalidad, simularon vigilar el pudor de las sultanas sexagenarias y alejar a los
profanos que osaban asomarse por las orillas del lago. El emir no cayó en la trampa; se
sentó en el quiosco del lago, y no mostró sino sus hombros desdeñosos a esta colección
de pudores de sesenta años.
El día convenido, el mandarín ilustrado se presentó ante el emir y le dijo:
—He resuelto su asunto.
—Veamos —dijo el emir.
292
James Cox (1723-1788), relojero inglés que realizó numerosos de péndulos y autómatas de estilo
oriental, principalmente para la India y China.
293
Publio Quintilio Varo (46 a.C.-9 d.C.), militar romano, recordado por la desastrosa derrota de
Teutoburgo, en la que perdió la vida junto con tres legiones. Suetonio, en su “De vita Caesarum”,
afirma que Augusto cayó en un estado depresivo tras conocer la noticia, y cada vez que recordaba el
suceso se lamentaba repitiendo: "Vare, Vare, legiones redde" (Varo, Varo, devuélveme mis legiones).
294
Pequeña concha marina, blanca y brillante, que desde la antigüedad ha servido de adorno o amuleto,
llegando a ser usada como moneda de cambio en la India y la costa índica de África.
—Un misionero me ha dejado una historia romana en veinte volúmenes, escrita por
los reverendos padres Catrou y Rouille295; es allí, glorioso emir, donde he encontrado
remedio a sus males. Había en Italia, setecientos cincuenta y tres años antes de la era
cristiana, un jefe de bandoleros llamado Rómulo, que tomaba el título de rex o
gobernador. Ahora bien, este gobernador no tenía mujeres, ni para él ni para su tropa; lo
que le causaba gran trastorno, puesto que quería fundar una ciudad. ¿Que hizo este
astuto jefe? Invitó a un gobernador vecino, llamado Tacio, a unos juegos...
—¿Qué juegos? —interrumpió bruscamente el emir.
—¡Ah! —retomó el mandarín—, la historia no entra en detalle respecto a estos
juegos de bolos. Para el caso, carecen de importancia. Los juegos son una mera
anécdota. Todos los pueblos tienen juegos a los cuales se entregan con pasión. Tacio
cayó en la trampa; gobernaba sobre los sabinos, y condujo a todas las jóvenes sabinas
hasta Rómulo. Mientras se jugaba a los bolos sobre la arena del Tiberis, que la historia
llama de forma imprecisa Tíber, en su manía por deformar todos los nombres, a una
seña de Rómulo, todas las jóvenes vírgenes sabinas fueron raptadas por los
bandoleros296. Es así cómo Roma fue fundada, afirman los historiadores. Glorioso emir,
se encuentra en una situación análoga, con la diferencia de que es el príncipe más
poderoso de Asia, y que Rómulo no era más que un aventurero. Tiene por vecino al
emir Mouz-Abi, que cuenta con un serrallo muy bien aprovisionado; invite a Mouz-Abi
a cualquier juego; dígale que traiga consigo a las mujeres de su capital, y, a la señal
acordada, sus soldados raptarán todo el bello sexo de Mouz-Abi.
—Mandarín —dijo el emir, quién había escuchado a su anfitrión con benevolente
atención—, su historia es un cuento azul y no tiene ni pizca de sentido común. ¿Cómo
quiere que este Tacio, que conocía el apuro femenino de su vecino Rómulo, líder de los
bandidos, haya cometido la estupidez de conducir a sus mujeres a un juego de bolos? Es
necesario ser tan ingenuo como un lector europeo para prestar fe a semejantes
pamplinas. Si me atreviera a hacer la misma proposición al Tacio Mouz-Abi, mi vecino,
me respondería poniendo la uña de su pulgar derecho sobre la punta de su nariz y
agitando los cuatro dedos restantes en dirección a mi harén desierto. Mouz-Abi conoce
mi aflicción; sabe que el cholera-morbus297 ha matado no sólo a mis jóvenes odaliscas,
sino incluso a todas las jóvenes y bellas mujeres de mis estados. Se olería la trampa a
una legua, y correría con los gastos de invitación.
—En este caso —repuso el mandarín—, buscaré otro remedio.
—En fin, he encontrado algo mejor —continuó el emir—, y mañana lo conocerá.
Y al día siguiente, el Aníbal de Yezo destruía Sagunto, o, para ser más precisos,
precipitaba al mar la estatua del ídolo adorada por los súbditos de Mouz-Abi.
¡Era la guerra, una guerra a muerte!
A la noticia del sacrilegio, Mouz-Abi montó a caballo y predicó la guerra santa a
sus soldados. Este emir, cuyo retrato figura en la colección de Solwins, era un hombre
de treinta y siete años. Tenía todos los atributos externos del amante fogoso: una
anchura de espaldas y férreos costados; un enorme desarrollo óseo en las regiones del

295
François Catrou (1659-1737), jesuita francés, autor de una pomposa “Histoire romaine” en veintiún
volúmenes, acompañada por notas críticas y geográficas del también jesuita francés Pierre-Julien
Rouille (1689-1761); publicada entre 1725 y 1737, elogiada en su tiempo por su rigor.
296
El Rapto de las Sabinas, leyenda fundacional de Roma, según la cual, Rómulo, su fundador y primer
rey, invitó a unos juegos a sus vecinos, los sabinos, que acudieron, junto a su rey Tito Tacio,
acompañados de sus mujeres. Durante los juegos, a una señal, cada romano raptó a una mujer, lo que
desencadenó la guerra; cuando se libraba la batalla final, las sabinas raptadas, tomadas como esposas
por los romanos, se interpusieron entre ambos ejércitos para evitar una masacre.
297
El médico inglés Thomas Sydenham (1624-1689), apodado el Hipócrates Inglés, acuñó el término
cholera morbus para distinguir el cólera como enfermedad del cólera como conducta irascible.
cerebelo, y esta contundente fealdad propia de un acreedor auvernense que anuncia
pasiones volcánicas desconocidas por nuestros Arturos, nuestros Oscar y todas las
cabezas de cera animal escapadas de los muestrarios de un peluquero parisino. Por lo
tanto, Mouz-Abi era digno de tener sometido a sus pasiones un serrallo opulento; y, en
cuanto se enteró del sacrilegio del emir rival, cuya preocupación doméstica conocía,
adivinó el propósito oculto de esta nueva guerra y juró sepultarse bajo el sari sedoso de
su última sultana, o reavivar la hoguera de Sardanápalo298 antes que acordar un nuevo
tratado de paz.
El ejército del emir Bouen-Naz-Bouen-Dabaz se puso pronto en marcha con un
ardor bien comprensible. Era un ejército de viudos muertos de hambre por un ayuno
intolerable; ya no se trataba de pelearse por sus altares y sus hogares, cosa fácil de
encontrar por todas partes de Asia bajo un árbol: se trataba de un objetivo mucho más
serio, y el único razonable en la vida. El sol, que ha iluminado desde la creación tantas
estúpidas batallas, sonreía a este ejército de viudos y avivaba su llama, aunque no lo
necesitaran.
Los dos ejércitos se encontraron en un encantador valle, cubierto de flores
silvestres, bañado por agua fresca y engalanado con todos los encantos del amor. A la
vista de este Edén, donde faltaban todas las Evas, el ejército del emir viudo entonó el
canto de guerra, compuesto para la ocasión, con un terrible acompañamiento de luos299 y
gongs chinos. Con este himno a la viudez herida, nuestra marsellesa es un vodevil
pastoral, una romanza de Florian300, un seis por ocho de Rameau301. He aquí la
traducción abreviada del estribillo:
Enrojezcamos las aguas de nuestros ríos,
Las mujeres aman a los más fuertes;
A nosotros las viudas
De todos los muertos.
Debiera citar por completo este canto de guerra, pero faltan analogías para muchas
palabras. ¡Desgraciadamente!, ¿cómo expresar, en nuestro frío y pobre idioma la poesía
de las lenguas orientales? ¡Es comparar el sol con la luna, Homero con los versos de un
confitero, Virgilio con la prosa de un ujier! Un torrente de ecos arrastró esta armonía de
volcanes hacia el ejército de Mouz-Abi, y todos los soldados arrojaron a la maleza sus
armas de fuego, innecesarias para los valientes. La pólvora ha sido inventada por un
monje, es decir por un cobarde.
Se luchó cuerpo a cuerpo con las armas forjadas en las armerías de Malasia; puñales
cortos, fiables, sólidos, que son tan efectivos en las espantosas exterminaciones de los
amoks302. Se escuchaba el castañeteo de dientes de mandriles; se veía brotar lava
espumosa entre los labios; todos los brazos se retorcían como anillos de serpiente, y los
pechos se abrían enrojecidos bajo las dentelladas leoninas y heladas puntas de los kris 303
298
Legendario rey de Nínive (algunos lo identifican con Arsubanipal), que, viendo sitiada su ciudad e
intuyendo la inminente derrota, decidió suicidarse junto a todas sus mujeres y caballos, así como
incendiar su palacio y la ciudad, para evitar que el enemigo se apropiase de sus bienes.
299
El luo es precisamente el gong chino.
300
Jean-Pierre Claris de Florian (1755-1794), escritor francés, sobrino de Voltaire, famoso por sus
Fábulas y diversas novelas pastoriles.
301
El francés Jean-Philippe Rameau (1683-1764), compositor de numerosas óperas, algunas de ambiente
bucólico, y teórico musical, cuyos tratados sobre armonía fueron referente ineludible hasta principios
del siglo XX.
302
Súbito y espontáneo ataque de ira homicida, que fuerza a la persona afectada a correr locamente
armada, atacando a todo aquel que se cruce a su paso. El nombre procede de la palabra malaya meng-
âmok, que significa “atacar y matar cegado de ira”, pues fue allí donde se detectó por primera vez.
303
Daga malaya, puntiaguda y con hoja serpenteada de doble filo.
malayos. Un estruendo de ruidos guturales, fieras exhalaciones, risas estridentes, cóleras
epilépticas, recorrían como una solfatara 304 viva a lo largo de toda la fila de indios, y
convertían esta batalla en un duelo de volcanes. Las flores del valle aplastadas bajo el
fango rojo, las rumorosas aguas de las fuentes mezcladas con la sangre humana, los
arbustos arrancados de cuajo al paso de un huracán de fuego; la ardorosa respiración de
tantos pechos abiertos en cráteres; los alegres gritos de las aves carroñeras convidadas a
un festín inagotable, todo conformaba un cuadro de desolación que jamás pintor alguno
hubiese soñado. Todavía faltaba por desencadenarse un suceso a partir de cual la batalla
adquirió un cariz todavía más espantoso. Los dos emires rivales se encontraron: dos
titanes, dos centauros discutiéndose un serrallo de Deyaniras 305 desnudas. En torno a
ellos, los puñales se cruzaban como puntas de flechas, arrojando destellos bajo los rayos
del sol; el espacio era tan estrecho, que era necesario abrirse paso sumando más
cadáveres sobre el fango escarlata de las flores. De golpe un lúgubre grito de duelo se
alzó sobre el sordo murmullo de la batalla: el emir viudo había asertado un golpe mortal
a su rival. Gritos de victoria respondieron a dicho grito fúnebre. Un mortal desaliento se
apoderó repentinamente de los soldados del emir vencido; se los vio precipitarse en
desbandada sobre a las rápidas aguas del torrente, ganar las cimas del valle, coronadas
por umbrosos árboles, o huir como una siniestra bandada de quebrantahuesos espantada
por el sol.
La ciudad de Néoulah, residencia del desafortunado emir Mouz-Abi, se halla
encantadoramente situada junto a un delicioso lago. La proximidad a un inmenso baño
público y gratuito parece del todo necesaria entre los pueblos bárbaros. El extremo más
alejado del serrallo del emir se adentra en el lago igual que un cabo, y los quioscos de
las mujeres abren sus persianas a la soledad de las aguas y a las grandes arboledas. Así
el campo y el lago envuelven con su perfume y su delicioso frescor los aposentos de las
mujeres del emir. Un mirador a increíble altura domina el serrallo, y desde lo alto de su
plataforma se avistan la llanura y los lejanos horizontes de la isla de Yezo, hasta
confundirse con el mar.
Las numerosas viudas del emir Mouz-Abi, movidas por una curiosidad común entre
las mujeres bárbaras, habían subido al punto culminante del mirador para, desde la
lejanía, ver llegar al emisario victorioso, pues no dudaban del triunfo de su indómito. El
historiador se atreve a insinuar, sin embargo —los historiadores son capaces de todo—
que algunas de estas odaliscas hacían secretos votos por un cambio de emir. ¡Calumnia
bien arriesgada!, pues ¿qué filósofo puede penetrar en el corazón de las mujeres de la
isla de Yezo?
Una espesa polvareda se levantó, como una nube, desde el horizonte enemigo, y el
ejército victorioso se pronto mostró ante los telescopios del serrallo con sus banderas
amarillas, cargado con un león rojo en palo 306. Al frente de todos, el emir Bouen-Naz-
Bouen-Dabaz se hacía destacar por su apresurada carrera; se habría creído ver al capitán
de un buque naufragado corriendo al festín de Baltasar 307. Ante esta desoladora
perspectiva, las mujeres viudas cumplieron con su deber: profirieron el alarido habitual,
304
En los terrenos volcánicos, abertura por donde salen, a diversos intervalos, vapores sulfuroso
305
Deyanira, princesa guerrera y tercera esposa de Hércules. Cuando un centauro llamado Neso trató de
violarla, Hércules le disparó una flecha envenenada; agonizante, el centauro convenció a Deyanira de
que su sangre le aseguraría el amor eterno de su esposo. Deyanira hizo untar con sangre de Neso la
túnica de cuero de Hércules, que murió lenta y dolorosamente; Deyanira, desconsolada, se suicidó.
306
En blasonería, posición erguida o levantada del animal.
307
El Antiguo Testamento relata como, mientras el rey Ciro de Persia marchaba sobre Babilonia, el rey
Baltasar, para demostrar su confianza en las sólidas defensas de su ciudad, organizaba frecuentes
banquetes; durante uno de ellos, una mano surgió entre las brumas y escribió un enigmático mensaje
que sólo pudo interpretar el profeta Daniel, quien predijo el fin de Baltasar y su reino, esa misma
noche, Baltasar era asesinado y Ciro entraba victorioso en Babilonia (539 a.C.).
y se desmayaron sobre las mullidas alfombras tejidas en el valle de Cachemira. Tras
este homenaje rendido a los mânes308 del difunto, se levantaron y bajaron en sus
aposentos para engalanarse con sus más ricas telas y esperar acontecimientos.
Aquí el historiador alemán, animado por las libertades de su lengua, hace una
descripción babilónica de las increibles escenas que siguieron a la victoria del emir. La
delicadeza francesa nos impide seguir al narrador germano en la última fase de su
relato. Nos bastará tapar con un velo la estatua del Pudor, al ejemplo del poeta latino, y
exclamar con él: ¡Qualis nox!, ¡dii deoeque!309 El latín, en palabras, se atreve con todo,
como el alemán. Hagamos votos para que la osadía de estas dos lenguas espolee algún
día al tímido francés.

SEGUNDA BATALLA
Con el deseo de que el lector ahondara en el espíritu filosófico de esta historia,
hemos dotado a la primera batalla de un desarrollo que debe faltar a la segunda: bastaría
con explicarla en breves líneas; trataremos, sin embargo de ser menos concisos, puesto
que semejantes lecciones no se repiten dos veces. Tanto peor para el género inhumano
si no saca provecho.
Se sabe que Nueva Zelanda se halla dividida en dos islas por el estrecho de Cook:
una se llama Ika-Namawi, la otra Tavaï-Poennamoo310. Quizás exista faltas de ortografía
en estos dos nombres bárbaros, pero cito de memoria, como siempre, y no pierdo
tiempo en pasearme sobre una carta geográfica para corregir mis errores. Además, en mi
casa jamás poseo un atlas ni un libro: los alquileres son muy caros en la calle Lamartine;
sería demasiado costoso añadir a los muebles indispensables un libro o un atlas, cosas
muy inútiles por demás. La memoria no paga renta y se aloja totalmente gratis; si
cometo un error, la culpa es de los propietarios, que piden a los escritores precios
exhorbitados por sus pisos. Mi historiador alemán es más hábil, pues no cita el nombre
de las dos islas y remite al lector al capitán Cook 311, indicando el volumen y la página,
como si cada uno albergara consigo un surtido con todos los in-quarto de los viajeros
ingleses.
Cook, que trazando rumbo al polo lo que conquistó fue una puñalada en la isla
Hawai o Owihée312, hizo escala en Ika-Namawi (denominación francesa), donde se
encontró con una especie de viejo sachem313 que le preguntó:
—¿Los blancos libran batallas entre ellos?
—Sí —respondió el capitán Cook—, libran bastantes.
El sachem hizo un gesto de asombro que asombró al ilustre viajero inglés.
308
Nombre con el que los romanos designaban el alma de los muertos.
309
Qualis nox fuit illa, di deaeque (¡Qué noche aquella, oh dioses y diosas!) Versos pertenecientes al
Satiricón, novela del escritor latino Petronio Árbitro (20-66), que narra las grotescas y divertidas
andanzas (algunas de carácter obsceno) de tres pícaros durante el reinado de Nerón; sólo se conservan
algunos fragmentos, siendo el más extenso “El festín de Trimalción”, descubierto en 1650.
310
Ika-Namawi (o Isla Norte) y Tavaï-Pounamou (o Isla Sur).
311
James Cook (1728-1779), navegante y explorador británico; durante sus expediciones por el Pacífico,
documentó numerosas islas y costas, algunas ignotas, otras descubiertas con anterioridad por
navegantes españoles; asimismo, mapeo toda la costa neozelandesa, descubriendo el estrecho que
separa sus dos islas y hoy día lleva su nombre.
312
Tras su fallido intento de cruzar el estrecho de Bering, Cook regresó en 1779 a Hawai, sobre la que se
atribuyera su descubrimiento un año anterior (honor que corresponde al español Juan de Gaetano en
1544). El robo de un esquife por algunos nativos, fue castigado con el apresamiento del rey de Hawai,
Kalaniopuu, lo que desencadenó un altercado en plena playa, saldado con la muerte del propio Cook.
313
El sachem es el Jefe de la Tribu entre los indios de América del Norte.
—¡Ah!, ¿se matan también? —añadió al salvaje en esa maravillosa lengua muda
que por desgracia ya no se habla en Europa más que en los deliciosos ballets de
Théophile Gautier314.
—Nos masacramos también —respondió Cook.
—¿Y por qué? —preguntó el salvaje doblándose como un signo interrogativo.
Esto puso en un aprieto a Cook, él mismo que sorteaba las malezas pedregosas del
archipiélago de las Malvinas y al que nada desconcertaba. Miró el cielo, el mar, las
montañas de Ika-Namawi, y respondió, para salir de un apuro, con un zumbido de
consonantes sin vocales.
El sachem no se contentó con esta respuesta e insistió sobre su primer porqué.
Cook buscaba palabras en el diccionario pantomímico de Oceanía, y no encontraba
ninguna para explicar de un modo honorable las causas que forzaban a los blancos
civilizados a degollarse entre ellos: ¡qué sátira le jugaba la guerra a su conocimiento!
Entonces el sachem dio un nuevo giro a su pregunta, pues era muy terco, como todo
insular:
—¿Que hacen con sus muertes después de una batalla? —pidió de ello estilo muy
claro.
—Los enterramos —respondió Cook.
—¿Eso es todo? —se extrañó el sachem.
—¡Sí! —dijo Cook riendo con esa flema propia de un marino inglés, incluso de un
inglés terrestre.
El sachem enderezó de golpe su torso y, asombrado, abrió sus enormes y vítreos
ojos. Este movimiento, difícil de comprender, significaba en estilo salvaje y filosófico:
¡"Cómo!, ¡oh, vosotros los blancos, que matáis hombres únicamente por el simple
placer de enterrarlos! ¡Cuán, atroz barbarie de la civilización!
No fue sino hasta su segundo viaje a la Nueva Zelanda cuando el capitán Cook
comprendió el sentido de la última pantomima del sachem.
Ahora bien, durante este intervalo, he aquí lo que había sucedido.
La tribu del Albatros, que vivía en la isla Ika-Namawi, padecía un terrible invierno;
el vecino polo lo colmó de todos sus horrores. Un hambre atroz se extendió sobre esta
desolada tierra; las orillas, siempre azotados por formidables huracanes, ya no permitían
a las piraguas de los pescadores adentrarse al mar, y la pesca había desaparecido
también en los pequeños golfos agitados. Se veían reducidos a vivir de las últimas rapas
desecadas por los rayos de un sol desde hacía ya mucho tiempo oculto.
Todos cuantos han nacido desean vivir; es un defecto general entre la especie
humana bajo todas las latitudes. Un salvaje de Nueva Zelanda encuentra que la vida
tiene su dulzura, del mismo modo que un millonario de la plaza de Vendôme. Es así
como Dios lo ha querido. El jefe de la tribu del Albatros, viendo a sus súbditos perecer
de hambre y viéndose perecer también él, se apiadó de los otros y de sí mismo, y adoptó
una trascendental resolución.
Declaró la guerra al rey de la tribu de la Foca, que vivía en la isla de Tavaï-
Poennamoo, separada de Ika-Namawi por el estrecho de Cook.
Esta pobre tribu vecina se moría también de hambre, y su rey se disponía a declarar
la guerra, cuando la iniciativa partió del rey del Albatros. Esta inspiración simultánea
honra el genio de estos dos guerreros del cuadragésimo grado sur, veinte veces más
helado que su equivalente del norte. Los geólogos explican eso muy bien.

314
El conocido escritor romántico francés Théophile Gautier (1811-1872), es autor del libreto del no
menos conocido ballet "Giselle", basado en la obra De l'Allemagne (1835) del poeta alemán Heinrich
Hein (1797-1856) y estrenado en 1841.
No había tiempo que perder por ambos bandos; las últimas provisiones de raspas
acababan de agotarse en un solmene festín; ¡sin un milagro, dos pueblos honrados y
virtuosos se iban a morir de hambre!
La tribu del Albatros cruzó el estrecho a nado y con las mazas entre los dientes,
para encontrarse la mesa puesta en la orilla extranjera. Así numerosos estudiantes,
bajando desde lo alto del Panteón315, atraviesan el Sena para venir a celebrar una fiesta
universitaria en las mesas de un restaurante del Palais-Royal. Cada país tiene sus
costumbres. No es más difícil para los salvajes atravesar un estrecho en busca de una
cena económica, que a los parisinos atravesar el Sena, sobre todo desde la abolición del
peaje sobre el puente de las Artes.
La tribu de la Foca, formando armada sobre la orilla, esperaba a la del Albatros con
los dientes temblequeando. La batalla se libró igual que la de Alejandro en el paso del
Gránico316. Para hacerse una idea exacta, es necesario ir al Louvre y mirar el cuadro de
Lebrun317.
Me gustaría saber por qué combatían los macedonios. Alejandro luchaba por su
gloria, todos los historiadores lo afirman, y la posteridad conoce su nombre; ¿pero qué
sabio podría citarnos tan solo el nombre de un soldado muerto en el paso del Gránico?
¡Cuán superior pues es la sabiduría de los soldados de la Foca y del Albatros! Ellos
sabían por qué se peleaban después del cruzar el estrecho, y ningún pintor ha
consagrado una sola tela a esta lógica exterminación.
La batalla no duró más que una hora, ¡tanta hambre padecían los soldados! Ciento
treinta cinco guerreros de la tribu de la Foca quedaron sobre el campo mortal. Los
vencedores encendieron un gran fuego con brezos y asaron la caza de la batalla, como
se acostumbra en la fiesta de las Loges, cerca de Saint-Germain-en-Laye. El festín fue
copioso, y el inmenso excedente de provisiones saladas cruzó el estrecho para satisfacer
el legítimo apetito de las mujeres y los niños de la tribu del Albatros. Esta sensata
expedición, tan felizmente consumada, les permitió esperar la vuelta de la pesca y de la
bella estación.
Así, desde hace seis mil años, no ha habido más que dos batallas razonables; una
librada en Yezo, la otra en Nueva Zelanda. Eso no prueba que Francia ya no deba
combatir, sino que debe al menos esperar a tener veinte razones contra su futuro
enemigo; diecinueve no bastan.

315
En la colina que domina el Panteón se halla la antigua Universidad de La Sorbona.
316
La batalla del Gránico (334 a.C.), al noroeste de Turquía, cerca del emplazamiento de Troya, fue la
primera en que Alejandro se enfrentó y derrotó a los persas.
317
Charles Le Brun (1619-1690), pintor y teórico del arte francés, uno de los artistas dominantes en la
Francia del Rey Sol, Luis XIV, quien le encargó una serie sobre las Batallas de Alejandro Magno,
entre las que se halla El paso de Granique.
Un chino en París
Un chinois à Paris,
«Nouvelles nouvelles»

París, 16º día del 9º mes de la luna.


YO I-SIANG-SENG (EL DOCTOR I),
A TCHING-BIT-KÉ-KI (SECRETARIO DE SÉPTIMA CLASE).

Al recibir esta carta, se dirigirá a Hangzhou 318, el templo amarillo de Fo319, y


quemará una vara de alcanfor por mí, pues he llegado vivo a París. He realizado cinco
mil trescientos veinte li320, desde la desembocadura del Hoang-ho321, arriesgando mi
vida a cada li bajo mis pies; ¡y Dios me ha protegido siempre!
¡Cuánto mis ancestros se dignan velar por mí, más que nunca, en este momento!
París es un campo de batalla donde las balas de cañón son reemplazadas por ruedas y
caballos. Los que no tienen ruedas y caballos perecen miserablemente en la flor de la
vida. Hay diecisiete hospitales para los heridos. He visto un hospital con esta
inscripción a grandes letras: HOSPICIO DE INCURABLES; los heridos que son llevados allí
saben así, al entrar, que no saldrán de allí más que muertos. Se les advierte. Es muy
caritativo por parte de los doctores. ¡He así como los bárbaros comprenden la
civilización!
A pesar del sensato precepto del Li-ki322 y la ley de Menou323, he tomado un coche
de cuatro ruedas, llorando de antemano por la suerte de tantos desgraciados que iba a
mandar al Hospicio de Incurables. Pero no existen sino dos maneras de vivir en París: es
necesario aplastar a los demás o ser aplastado. He escogido la más prudente.
Me he hecho conducir al río para mis primeras abluciones. Estaba a punto de
cumplir este acto sagrado, cuando un agente de policía me ha amenazado con su porra.
Mirando el río me he consolado fácilmente. No tiene la transparencia y el verde límpido
de nuestro encantador Yu-ho324, que fluye en Pekín bajo el puente de mármol
Pekhiao325. El Sena es cenagoso y amarillento; también desciende al mar para allí tomar
baños. Lo espero a su regreso.

318
Houang-Szu (en el original), capital de la provincia de Zhejiang, en la República Popular China. De
ella llegó a decir Marco Polo que era “la ciudad más suntuosa y elegante del mundo”.
319
Fo (Buda), palabra sánscrita que significa “El Iluminado”, y que fue conferida por sus creyentes al
Siddhartha Gautama (563-483 a.C.), fundador del budismo.
320
Li: 1 = 500 metros aprox.
321
El río Amarillo.
322
Uno de los cuarto "ching" (clásico) del confucionismo. El “Li-ki” (Li-chi, o Libro de Ritos), versa
sobre todas las esferas de la actividad humana, y continúa siendo aún la guía más autorizada del
comportamiento correcto para todo chino cultivado.
323
El “Manu Smriti” (traducido como Leyes de Manu/Menou), compendio védico sobre reglas y códigos
de conducta que deben regir sobre los hombres y la sociedad, revelado a Menou tras el último diluvio.
324
Gran Canal, también llamado Yu-ho (Río Imperial), la vía navegable más larga y antigua construida
por el hombre, extendiéndose 1.795 km desde Pekín para desembocar al sur en el río Amarillo.
325
Puente que cruzaba el Gran Canal y conducía a la calle de la Tranquilidad (Chang’an Jiē). Su nombre
completo era Pe-yu-Ho-Khiao; la terminación yu-Ho-Khiao significa “puente sobre el Yu-Ho”.
Alguien me ha dicho que los cristianos se hacen llevar abluciones a domicilio, al
precio de dos fens326: he pedido una. Es una tinaja de hojalata, muy parecida a los
ataúdes del cementerio de Ming-t’ang327. Uno se acuesta allí, las manos sobre el pecho,
como un cadáver dormido en la creencia de Fo.
He pagado la ablución, y la he devuelto a su domicilio, sin tocar los bordes con mis
dedos, por miedo a mancharme.
En París, cada casa es gobernada por un tirano, llamado portero o conserje. Hay
veinte mil porteros que afligen a un millón de habitantes y les hacen padecer una vida
bien difícil. De vez en cuando, París hace una revolución para derrocar a un buen
diablo328 al cual llaman rey, pero París nunca ha derrocado a los veinte mil porteros.
Mi portero acoge mis demandas con largas carcajadas, y, cuando lo amenazo, me
espeta:
—¡Es usted un chino!
Puesto que cree insultarme gritándome el nombre de mi país, respondo con la
horma de su zapato a su grito:
—¡Es usted un francés!
«Devuelva insulto por insulto» —nos dijo el sensato Menou.
Estas son algunas de las cosas que más me han impresionado a mi llegada a París.
Mi primer deber, en mi calidad de sabio del Ming-t’ang, la primera sociedad
científica del universo, ha sido visitar la Biblioteca Real, apodada aquí vasto depósito de
todos los conocimientos humanos. Este asilo de meditación, de recogimiento y de
estudio, está situado en la calle más ruidosa de París; los millones de libros que encierra
tiemblan continuamente con el adoquín que los sostiene. Es como si nos recogiéramos
para el estudio, entre el puente Tchoung-yu-Ho-Khiao329, donde se venden todos los
gatos de Pekín, y la calle Toung-Kiang-mi-Kiang330, donde se arrojan fuegos artificiales
noche y día.
Un sabio del lugar me ha recibido con gran cortesía y me ha ofrecido un sillón.
—Señor —le he dicho en francés bastante inteligible—, le estaría muy agradecido
si me prestara por un instante la historia de las dinastías de los cinco hermanos Loung, y
de los sesenta y cuatro Ché-ty; sabe que estos gloriosos reinados empiezan
inmediatamente después de la tercera raza de los primeros emperadores, la de los Jin-
hoang, o emperadores de los hombres, para distinguirla de la segunda, los Ty-hoang,
emperadores de la tierra.
El sabio no parecía saber eso. Se llevó a la nariz granos de opio ennegrecido, y,
después de haber reflexionado un poco, me contestó:
—Lao-yé, no tenemos eso.
Parecía muy contento de saber que lao-yé es el equivalente a señor, me lo ha
repetido mil veces en nuestra conversación.
—Sabe, señor —le he dicho a continuación—, que después de los gloriosos
reinados de Koung-san-ché, de Tchen-min, de Y-ty-ché y de Houx-toun-ché, sucedieron
los reinados más gloriosos todavía de setenta y once familias, y que tanta gloria fue
326
fuens (en el original): moneda china divisionaria del yuan: 1 yuan = 100 fens.
327
Ming-tan-y (en el original, y más abajo como Ming-tang), “Pasillo de la Luz”, lugar de culto ubicado
justo en el centro del palacio imperial, representación a escala del cielo y la tierra, cuyo recorrido
ritual por el “Hijo del Cielo” (Tiānzi) remarcaba su autoridad como emperador (huangdi). Las tres
veces en que el autor menciona el Mingtang resultan pues confusas.
328
“Renverser” (derrocar/arrollar)... “diable” (diablo/carretilla de dos ruedas), juego de palabras
irreproducible en castellano.
329
Puente una milla al sur de la ciudad que cruzaba el Gran Canal.
330
En dicha calle se hallaba la Misión Rusa (Hoei thoung kouan), centenaria delegación del zar en
Pekín, y anexo el convento ortodoxo de la Purificación.
borrada por el advenimiento del inmortal emperador Ki331, el mayor músico del mundo
y el inventor de la cortesía china. Querría consultar, en este vasto depósito de todos los
conocimientos humanos, la historia del inmortal Ki.
La nariz del sabio se alargó una segunda vez sobre la caja de opio ennegrecido;
abrió a continuación un inmenso pañuelo de Madrás 332, e hizo, sacudiendo la cabeza, la
mano y el codo, un gran estrépito muy similar a un acorde prolongado de bin333. Cuando
esta tormenta del cerebro se calmó, dobló su madrás, lo hizo pasar cinco veces bajo su
nariz, y me contestó:
—No tenemos la historia del inmortal Ki, su emperador.
—¡No tiene pues nada! —le dije con esa calma propia de nuestra sabiduría, y que
humilla a los sabios de los pueblos bárbaros a los que la antorcha de Menou no ha
iluminado.
El sabio cruzó sus manos e inclinó la cabeza cerrando los ojos, lo que significa nada
en la lengua del universo.
Continué sin embargo mis demandas:
—¿Ya que no tiene libros en este vasto depósito de todos los conocimientos
humanos, tiene por lo menos cartas geográficas?
—¡Oh!, ¡cartas! —dijo con una sonrisa de sabio resucitado—, tenemos todas las
cartas, desde la carta del emperador romano Teodosio, hasta la dama de corazones.
Dicha respuesta, como se me ha sugerido después, se trata de una broma propia de
un hombre serio que se relaja de su trabajo con una buena ocurrencia.
—Quiere pues mostrarme —le dije—, la carta del Celeste Imperio llamada Taï-
thsing-i-thoung-tcki334.
El pañuelo de Madrás subió sobre la cara del sabio; la caja de opio negro fue abierta
una vez más, y una ondulación de la cabeza empolvada de blanco me anunció que dicha
carta no existía en este vasto depósito.
—Espere —me dijo de repente, con una viva expresión de alegría—, le mostraré un
estante de libros chinos que será de su agrado. Sígame, lao-yé.
Yo le seguí.
Bajamos las galerías subterráneas, iguales a los templos indios de Elephanta 335; el
aire viciado de alcanfor y aceite de ballena; a derecha e izquierda, se podían ver, sobre
estantes, una gran cantidad de bustos de yeso de todos los grandes hombres de este país,
todos ellos muertes, porque en Francia, alguien me ha comentado, no existen nunca
grandes hombres en vida.
—He aquí —me dijo—, la estantería de libros chinos.

331
Qin Shi Huang (260-210 a.C.), primer emperador bajo el cual se unificó toda China, al que se debe
además la estandarización de medidas y de la escritura, eliminando los sistemas locales. El famoso
ejército de 7.000 guerreros y caballos de terracota a tamaño real, se hallaron cerca de su mausoleo.
332
La ciudad india de Madrás (actual Chennai), en el golfo de Bengala, de donde es originario el madrás,
sarga fina de algodón de vivos y variados colores, popularizó hasta el punto de convertirse en
vestimenta tradicional en algunas islas de las Antillas como pañuelo anudado a la cabeza.
333
Bin o vina, instrumento de cuerda originario de la India, semejante a una cítara dotada de dos cajas de
resonancia; existen distintas variantes emparentadas con el también indio sitar.
334
Carta geográfica del Imperio Chino publicada en 1744.
335
La isla de Elephanta, cercana a Bombay, cuenta con una serie de templos tallados en la roca y
profusamente decorados con esculturas, que se supone datan de entre los siglo IX y XIII
Dichos libros chinos son persas; contienen vocabulario en lengua hoeï-hoeï336 y en
chino, y diecisiete cartas de los príncipes de Turfán337, de Camul338 y Samarcanda339.
Agradecí al sabio con esa sencilla cortesía ideada por nuestro inmortal Ki, y salí de
la Biblioteca.
Atravesando la gran calle vecina, observé a varios grupos de curioso en la esquina
de una estrecha encrucijada. Había un montón de telas y de andamiajes que escondían
algo muy curioso sin duda, puesto que todo el mundo lo miraba, aunque no se viera
nada.
Pregunté a mi cochero. Era hombre bien instruido, lo cual me dio una alta noción
sobre la ciencia y espíritu de los de su profesión.
En la esquina de esta encrucijada, se estaba elevando un monumento a la gloria de
un poeta célebre, nacido en París y muerto en París. Mi sabio conductor me resumió en
dos palabras la historia de este gran hombre: su nombre era Molière; compuso obras
maestras que fueron silbadas; fue perseguido por la corte, martirizado por su mujer y
sus acreedores, y murió miserablemente, sobre el teatro, entre dos velas de sebo. Se le
negaron los honores de sepultura a su cadáver. El reconocimiento de sus compatriotas le
elevaba un monumento, para vengarlo de los dolores de su vida, doscientos años
después de su muerte. En todo asunto, el francés está muy vivo; mas en materia de
reconocimiento, se toma dos siglos de reflexión.
¡Oh, nobles hijos del Celeste Imperio, cuando la madre de Confucio murió, bajo el
reinado de Suming, el gran escultor Sa-feï le elevó este bello monumento, donde la
ilustre mujer es representada yendo a pedirle a Dios la fecundidad sobre el monte Ni-
Kiew!
He visitado el palacio imperial del rey; ¡nuestro palacio imperial de Pekín, Zǐjìn
Chéng340, es siempre la maravilla más asombrosa que existe bajo la luna! El palacio
imperial del rey de los cristianos es muy estrecho, muy negro; pero tiene numerosas
chimeneas, extremadamente elevadas y adornadas con una cabeza radiante, gozando el
honor de representar el sol. He preguntado a los transeúntes qué significa ese sol
esculpido sobre las chimeneas; todos ellos me han dado esta respuesta sin respuesta:
«¡Ah!, ¡es verdad, hay un sol!» Y han seguido su camino.
El jardín de este palacio es tan pequeño y tan bien alineado, que con un vistazo se
abarca y ve todo. Allí buscará en vano la grandeza y poesía de nuestro Zǐjìn Chéng, de
seis li de circunferencia y que alberga un mundo de arcadas, de galerías, de puertas de
tejas amarillas, de árboles magníficos, de árboles enanos, de puentes, de flores, de
canales, de pequeñas cascadas, de estanques con surtidores, de templos de tejado
dorados, de torres de marfil con campanillas de plata, de tigres con cabezas de mujer y
de graves leones de melenas rizadas. En París, sólo las voces y el ajetreo son alegres y
recuerdan la fantasía y el capricho; todo el resto es frío, exacto, trazado con tendel y
calculado a punta del compás. Se encuentran números por todas partes, la imaginación
336
El idioma tártaro, incluido dentro de las lenguas túrquicas, emplea para su escritura un alfabeto
basado en el árabe.
337
Turfán, en la actual región china de Xinjiang, conocida antiguamente como Gushi, ciudad oasis e
importante enclave de la ruta de la seda; asimismo, Turfán es fuente de numerosos escritos en lenguas
persas relacionados con el maniqueísmo, así como con el cristianismo nestoriano.
338
Camul (Khamil en mongol), nombre de la actual ciudad de Hami, en la región china de Xinjiang y
punto de paso obligado para las caravanas de la ruta de la seda.
339
Samarcanda, en la actual Uzbekistán, una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo; fue
capital del reino timurida, fundado por el legendario Tamerlán (1336-1405), y alcanzó gran
prosperidad por ser escala de la ruta de la seda.
340
Tsu-kin-tchhing, en el original., que significa literalmente, «Ciudad Púrpura Prohibida», paralelismo
con la «Constelación Luminosa Púrpura», donde la Estrella Polar, al igual que el emperador sobre la
tierra, se halla en el centro.
en ningún sitio. ¿Sabe lo que uno encuentra entre los vendedores de tapices? ¡Escenas
mal pintadas, tomadas todas de la vida burguesa y real! ¿Se concibe uno semejante
locura? ¡Quieren ver sobre sus biombos y pantallas de chimenea las mismas cosas que
ellos mismos hacen, con su ridículo traje europeo! No tendrán nunca la idea de
materializar, sobre una tela, un sueño de flores, de mujeres, de fuentes, de pájaros de
oro; una escena fantástica, iluminada por la aurora de la primavera o la luna llena del
verano. Les pedirán a sus tejedores de tapices una escena con nodriza, una boda de
pueblo, la partida de un joven soldado al ejército, el hogar de unos recién casados, un
padre maldiciendo a su hijo, una señorita tocando el piano delante de sus padres. Los
biombos y las chimeneas son decorados con escenas de este género, de manera que todo
lo recreado sobre los tapices se repite en el salón. Eso les divierte mucho.
«No hay piedra grande que carezca de orgullo para imitar la
montaña de Tyrgheton»,
dice un versículo del Li-ki.
Pues, en París, han tenido la idea de imitar nuestra ancha y eterna calle de la
Tranquilidad, Chang’an Jiē341, que bordea el palacio imperial de Pekín en toda su
extensión, y llega hasta la más bella de las dieciséis puertas de nuestra gran ciudad, la
puerta de la Gloria Militar, Tian’anmen342. Estaba orgulloso al atravesar su calle de
Rivoli343, soñando que habían querido tentar una burda imitación de nuestra
incomparable Chang’an Jiē. Mi orgullo nacional triunfaba.
Siguiendo esta calle he llegado a otro palacio donde residen los cuatrocientos
setenta emperadores que gobiernan París, Francia y África, y que llaman diputados. Se
necesitan pequeños trozos de papel, bastante indecentes, para entrar en este palacio. Se
entregan los trozos de papel a un señor que tiene el rostro colorado y la nariz insolente,
y uno es presentado. Los cuatrocientos setenta emperadores se hallan totalmente
encajonados al fondo de un oscuro pozo, que parece alumbrado por la luna en cuarto
menguante. Un emperador de una rostro dulce y paternal, llamado Sr. Sos-é 344, gobierna
a los cuatrocientos sesenta y nueve restantes emperadores, vestidos y peinados bastante
mal todos. Conversan muchos, se pasean, se intercambian travesuras, duermen, escriben
cartas a sus esposas, mientras un emperador, subido al estrado, canta en voz baja algo
misterioso, y con cierto aire monótono que me ha recordado nuestro himno de los
ancestros, sin el acompañamiento del lo345 nacional. Cada emperador tiene derecho a
subir al estrado y cantarse a sí mismo su aria favorita, dando la espalda al Sr. Sos-é. Le
he hecho esta pregunta a un vecino:
—¿Señor, cómo llaman a este juego?
—El gobierno representativo, me ha respondido.
No se lanzan fuegos artificiales en París salvo en la fiesta del rey, lo que me hace
insoportable la estancia en esta ciudad. Este espectáculo maravilloso no divierte pues a
los parisinos, puesto que no se les ofrece más que una vez al año; ¿y si no les divierte,
341
Tchhang-ngan-Kiaï (en el original), o Calle de la Tranquilidad, ancestral vía que atraviesa de este a
oeste la ciudad imperial, cuyo punto intermedio es la explanada de frente a Tian’anmen, acceso a la
Ciudad Prohibida.
342
Thsiam Men (en el original), cuya traducción real sería Puerta de la Paz Celestial, acceso por el sur al
recinto de la Ciudad Prohibida que sólo se abría en ocasiones solemnes. El autor incurre en una de sus
frecuentes imprecisiones, pues la Puerta de la Gloria Militar (Shenwumen) es su entrada norte.
343
La calle de Rivoli (inicialmente calle Imperial) proyectada durante el I Imperio como gran paseo
aportalado, y ampliada dentro de la reformas urbanísticas planteadas por Georges-Eugène Haussmann
(1809-1891), artífice del trazado del actual París de grandes avenidas y bulevares.
344
Paul Jean Pierre Sauzet (1809-1876), presidente de la Asamblea Nacional francesa durante los
últimos años de la monarquía de julio.
345
Lo = gong.
por qué se queman fuegos artificiales durante la fiesta del rey? Le he planteado esta
cuestión a un hombre que se hace llamar un amigo, al Sr. Lefort, el vecino de mi
desamueblado dormitorio; me ha respondido: «No le comprendo». Por lo común, esta es
la contestación que siempre acude a mis oídos. Se diría que les hablo en chino.
Viéndome privado de estos bellos fuegos artificiales que alegran Pekín, cada tarde voy a
pasar las horas en la Ópera. Es un teatro donde se paga a pregoneros al precio de
cincuenta mil tchakhi por año. Cuando un joven desconsuela a su familia por sus gritos,
se le encierra en un conservatorio, donde un profesor de gritos le da veinticuatro lunas
de lecciones. El alumno entra a continuación en la Ópera, y hace su oficio delante de
cincuenta instrumentos de cobre que gritan mil veces todavía más alto que él. Usted
bien comprenderá que todo buen chino, acostumbrado desde su infancia a la melodía
suave del himno a la Aurora, no podría sufrir dos veces los pregoneros de este teatro;
por eso hecho en la Ópera mis adioses la primera tarde. No fue sino al enterarme de que
allí se representaban, por espíritu de contradicción francesa, otras piezas en las que
nadie decía una palabra, cuando regresé a la Ópera. Estas piezas son interpretadas
silenciosamente por bailarinas; y se llama ballet. Reconozco mi agrado por este
espectáculo: no existe nada más admirable en París; de esta forma uno deja de añorar el
mismísimo Pekín, al contemplarlas. Figúrese a cincuenta mujeres que no hablan y
bailan a las mil maravillas, sobre sus pies chinos. He tomado un palco para el ballet.
Hay una bailarina nombrada Alexandrine, con el sobrenombre de Figurante a causa
de su figura. Tiene magníficos cabellos negros y apenas tiene pies; los pocos pies que
tiene se pierden en un perpetuo torbellino de trenzados346 y de piruetas que asombran la
vista. Durante diez noches —¿lo creería?— he observado a esta bailarina con especial
atención; llegué a olvidar la alta misión de la cual soy investido, y las cuarenta
revoluciones de doce lunas que pesan sobre mi espalda.
Una tarde, la puerta de mi palco se abrió, y un señor sumamente tímido se inclinó al
entrar y me dijo respetuoso:
—Rayo del Celeste Imperio, estrella del Tian347, me concede la gracia de poder
preguntarle a usted.
Le hice el signo universal que significa: «Hable».
Habló.
—Soy un decorador de la Ópera —me dijo—, y en estos momento doy los últimos
retoques a un quiosco chino que debe representar en el ballet de la China abierta348 o los
Amores de Ma. Antorcha de Pekín, ¿tendría la bondad de venir, en el entreacto, a echar
un vistazo en mi obra para sugerirme útiles correcciones?
—Señor —le contesté—, su petición es de mi agrado; indíqueme el camino, le
seguiré.
—¡Cielos! —exclamó—, ¡mis deseos se ven colmados!
Tras caminar algún tiempo por húmedos subterráneos, llegamos tras los bastidores
de la Ópera.
El decorador me mostró su obra, y, verdaderamente, no tuve más que prodigarle
elogios. El quiosco resultaba del mejor gusto chinesco.
Detrás de nosotros existía un gorjeo de dulces e infantiles voces que me hizo girar
con inconsciente brusquedad. Era un grupo de jóvenes bailarinas que aprovechaban la
libertad del entreacto, charlando como mudas dispensadas de una obligada abstinencia.
Un relámpago cegó mis ojos: ¡La Srta. Alexandrine estaba allí!
346
Entrechat: paso de saltos en que el bailarín brinca en el aire y rápidamente cruza las piernas una
delante de la otra, movimiento que puede repetirse hasta diez según el virtuosismo del artista.
347
Tian o Tien = Cielo.
348
Tras la I Guerra del Opio sino-británica (1839-1842), China fue obligada a abrir sus mercados a las
potencias extranjeras.
Busqué al decorador para no perder la compostura; había desaparecido. Invoqué las
almas de mis gloriosos ancestros, y les pedí el valor y la calma de espíritu, estas dos
virtudes que asisten a los héroes en los peligros y los amores.
La Srta. Alexandrine mantenía la pose de una reina: su cuerpo esbelto y flexible no
se sostenía más que por el pie izquierdo, sobre el cual se arqueaba orgullosamente,
mientras que el pie derecho ondulaba de derecha a la izquierda, la punta baja y doblada
en pico de buitre. Nunca china de Tongzhou349 ha quebrado su pie con semejante vigor
para seducir un kolao (ministro) en desgracia. Mis ojos se abrieron sobre este pie
maravilloso, y ya no se separaron de él.
Hágase idea de mi asombro, cuando oí la picarona voz de la Srta. Alexandrine,
dirigiéndome la palabra con la desfachatez propia de un capitán de los tigres de la
guardia imperial.
—¿Señor —me dijo—, nos hará el honor de asistir al estreno de nuestro ballet
chino?
Abandoné el pie para subir al rostro de la bailarina, y formulé, con un acento
parisino imitado bastante bien, esta refinada respuesta:
—Allí estaré —señora—, para posar mis ojos sobre sus pies.
La Srta. Alexandrine tomó mi brazo con insolencia, adentrándome por un paseo de
de biombos con ruedines:
—Así pues, mi buen señor —me dijo—, parece pues que China existe y que el río
Amarillo no es un cuento azul. Veamos, hábleme con francamente, ¡todos los chinos no
son de porcelana? ¿Los hay pues que andan y hablan como usted y como yo? Creía que
no había en el mundo otro chino más que Auriol350, de Franconi351. ¿Conoce a Auriol?
Todas estas preguntas se me dirigieron con una rapidez que suprimía las respuestas.
A su última palabra, la bailarina, llamada en escena por un golpe de arco 352, soltó
bruscamente mi brazo, y saltó como una gacela tarareando el aire del paso que iba a
bailar. No tuve fuerzas para seguirla, y esperé el fin del paso en el mismo lugar, con la
esperanza que vendría a reclamarme las respuestas que le debía.
En efecto reapareció, y le ofrecí mi brazo. Ya no parecía acordarse de sus
preguntas. Su alegría había desaparecido; una preocupación contraía su bonito rostro.
—¿Ha visto qué público más frío esta noche? —me dijo—. ¿Existe una Ópera en su
país?
—No, señora.
—¡Ah!, ¡qué monicaco353 de país, donde no hay Ópera! ¡Y bien!, ¿qué hace
entonces en su casa?
—Nos aburrimos allí, señora, ya que allí no se halla usted.
—¡Deténgase, zalamero!... Es igual, cuentan con bonitos abanicos en su país. El
sobrino de un par354 de Francia me regaló un abanico chino a primeros del año; una joya
adorable: las varillas eran de marfil, con incrustaciones de filigrana de plata, y sobre la
349
Thong-chou-fo (en el original), antigua ciudad cercana a Pekín y entrada norte al Canal Imperial, hoy
en día convertida en uno de los distritos municipales de la capital. No confundir con Nantong, ciudad
ribereña del Yangtze, con la que hasta el siglo XVIII compartía nombre.
350
Jean-Baptiste Auriol (1808-1881), polifacético artista circense (funámbulo, saltador, caballista y
equilibrista), célebre por haber ideado un personaje cómico considerado el primer payaso. Durante sus
años en París, llegó incluso a actuar con la troupe en el baile de carnaval de la Ópera.
351
La familia Franconi, reputados caballistas que durante la primera mitad del XIX estuvieron a cargo
del parisino teatro ecuestre Cirque Olympique.
352
Momento en que el arco ataca las cuerdas del violín.
353
Magot (en el original en francés) significa tanto macaco como monigote de motivos orientales,
principalmente chinos.
354
Miembros de la cámara del poder legislativo francés, es decir, tanto del Congreso de Diputados (la
Asamblea Nacional) como del Senado.
tela dos gatos amarillos que jugaban con un gallo. Lo he perdido durante una pieza de
Musard355.
—Es muy fácil de reemplazar, señora; he traído treinta y tres abanicos de Chengde.
—¡Ah! ¡Dios mío!, ¿y qué hará con dicha colección?
—Son regalos para las mujeres de los ministros y de los embajadores.
—¡Bah!, ¡las mujeres de los ministros se burlarán bien de sus abanicos! Sus rostros
son fríos. Las primeras bailarinas se morirían de un disgusto, si tuviera sus treinta y tres
abanicos.
—Señora, estarán a la puerta de su casa mañana.
—No hay nadie más francés que usted, señor... ¡He aquí sin embargo un hombre de
esos que llamamos chinos!... Le voy a dar mi dirección; recuérdela bien: «Señorita
Alexandrine de Saint-Phar, calle de Provenza **, primero». Mi conserje recibe mis
regalos a partir de las siete de la mañana, y los entrega escrupulosamente en mi doncella
después de mediodía.
Hizo una pirueta y desapareció.
De regreso a mi hotel después del espectáculo, quise sumirme en serias reflexiones,
pero un gran desorden bullía en mi cerebro. Conoce mi harén de Kéh-Emil: es el más
modesto de los harenes; apenas cuento en él con quince mujeres de Chengde 356, de
sangre tártara, y quince de Tongzhou, de pura sangre china: no hablo de una veintena de
concubinas, que me llenan de amor propio: pues bien, si la Srta. Alexandrine de Saint-
Phar entrase en este harén, eclipsaría a mis mujeres más amadas, como la luna llena
asomando sobre el monte Tyrgheton hace empalidecer las pequeñas estrellas de la
aurora. Sí, he sentido desgraciadamente que reunía sobre una sola cabeza los treinta
amores que había encerrado en mi modesto harén. ¡Será un triste destino! ¡Felices los
tres mandarines de séptima clase que me han acompañado a París! Cenan en la Peña de
Cancale; comen buey ante las narices de Menou; asisten a las veladas de los kolaos, y
¡no conocen el pie de la Srta. Alexandrine de Saint-Phar!
Al día siguiente, a las ocho, envié al conserje los treinta y tres abanicos, con una
caja de té Satouran.
Después del medio del día, me vestí como un hombre de corte; me puse mi más
bello gorro amarillo-canario, adornado con una pluma de leu-tze357, y me vestí con mi
traje de mandarín color claro de luna, con mangas de crepé limón. Mi espejo me decía
que me parecía al joven Tcheou, el príncipe de la Luz, que resucitó ante las puertas
Ming-t’ang.
Enardecido por mi espejo, me presenté ante la Srta. Alexandrine, dejándoseme
pasar con la más sorprendente facilidad. Me pareció que su traje de calle le hacía más
grande; sólo su pie seguía siendo el mismo. Este pie vivía de un perpetuo movimiento
convulsivo; se hubiese dicho que encerraba el alma de la bailarina, y que la joven mujer
pensaba con los dedos de sus pies.
—Señor —me dijo cogiéndome con familiaridad las manos—, soy la más feliz de
las mujeres; su regalo es verdaderamente de reyes. Siéntese en este sillón, y charlemos
un rato. Le voy a presentar a mi pequeña hermana: un ángel, ya verá.
Una muchacha de doce años, traviesa como un bonito mono, se precipitó sobre mi
vestido y me despeinó.
—¿Qué le parece mi hermana menor? —me preguntó la bailarina.
355
Philippe Musard (1792-1859), compositor y director de orquesta francés, célebre por haber dirigido
los famosos bailes de la Ópera, organizados principalmente en Carnavales, durante los cuales estrenó
el conocido cancán.
356
Zhé-hol (en el original) o Jehol, residencia estival de los emperadores de la dinastía Qing durante el
siglo XVIII, y considerada la puerta de Mongolia.
357
Especie de cormorán de color negro que es empleado en China y Japón como ave pescadora.
—Parece su hermana —respondí con una mirada llena de expresividad.
—¡Ah!, ¡la palabra es linda!, querido doctor.
—¿Cómo se llama esta linda niña, señora?
—No tiene todavía nombre, querido doctor; espera a su padrino, es un uso de ballet.
¿Quiere ser su padrino?
—De muy buen grado, señora.
—Veamos, busque un bonito nombre; un nombre de sus países...
—¡De acuerdo!, la llamaré de buen grado Dileri... es un nombre mogol...
—¿Qué significa?...
—Alegría del ojo. ¿Es bien acertado, señora?
—Dileri es encantador. ¡Los mogoles tienen nombres de esta dulzura, y siguen
siendo mogoles!, ¡es fabuloso! Señorita Dileri, dé las gracias a su señor padrino.
—¿Destina al teatro a esta linda niña?
—¡Su ahijada en el teatro!, ¡qué va, querido doctor, preferiría cien veces antes
meterla en un convento! La vida de una comediante es un infierno. Los talentos puros
no se pueden abrirse carrera. Los celos los acallan; la intriga los quema vivos en aceite y
con gas. Tienen que dar coba respetuosamente a los autores para obtener un trozo de
papel. Uno me había prometido un solo en Giselle358, y no tengo nada. Sin embargo,
aparte del amor propio, el público me adora; pero me pisa los pies la Srta. Fatmé, la
protegida de tres grandes periódicos y otros dos pequeños. Aborrezco la intriga, y nunca
he visitado el palco de un periodista o de un autor. Mi compromiso ha cesado, presento
mi dimisión y regreso a la vida privada, adiós.
Con esta maravillosa sutilidad que el espíritu de Fo ha inculcado en el cerebro de
sus creyentes, y que nos hace tan superiores a todos los hombres de la tierra, le pregunté
indolente a la Srta. Alexandrine si qué opinión le merecía el matrimonio.
—¡Dios mío! —me contestó, cruzando sus hermosos pies sobre un taburete de
terciopelo—, no es el matrimonio al que temo, sino al marido. No conoce a los maridos
franceses, mi querido doctor. ¡Ah!, ¡cuán egoístas! Se casan con una bonita mujer para
tener una esclava, a pesar de que la ley prohíbe la trata; y, cuando la mantienen
encadenada en sus hierros, se la muestran como una curiosidad foránea a sus amigos
para desesperarlos. Así pues, ya que China es abierta, ¡iremos a buscar maridos a China!
Querido doctor, no encontraría en París a un esposo que diera a su mujer treinta
abanicos, así, sin ceremonias, como se dan los buenos días... ¿Los chinos son buenos
maridos, querido doctor?
—Señora, quiénes sino ellos han inventado la luna de miel.
—Lo sospechaba. ¡Qué lástima que los chinos tengan los ojos así!
—También, señora, vendremos a buscar a nuestras esposas en París.
—¡Verdaderamente, querido doctor, es adorable! y me siento muy confusa por sus
bondades... ¡no sé cómo corresponder a sus cumplidos y regalos!... ¿Le puedo ofrecer a
su gente un palco para cuatro? Se interpreta Giselle mañana. Mi primo ha escrito un
drama para el Ambigu359; le voy a pedir un palco para usted; se interpreta esta noche.
¿Quiere aceptar un abono de un mes para el ferrocarril de Rouen? ...
—Gracias, señora; le agradezco sus ofrecimientos igual que si los aceptara... Tengo
que pedirle una gracia...
—Una gracia se concede siempre; pida.
358
“Giselle”, ballet en dos actos estrenado en París en 1841, con música de Adolphe Adam (1803-1856)
y libreto de Théophile Gautier (1811-1872), basado en el libro de leyendas germanas “De
l'Allemagne” (1835) de Heinrich Heine (1797-1856).
359
El Teatro de l'Ambigu-Comique, fundado en 1796 en el bulevar del Temple por Nicolas-Médard
Audinot (1741-1783), cuyo abierto repertorio era representado por muñecos de madera, marionetas,
niños e incluso acróbatas.
—He traído una hoja de papel y tinta china, y le suplico me permita hacer el retrato
de su pie derecho.
—¡Ah!, ¡qué idea chinesca! —exclamó la bailarina con una carcajada infinita—;
¡llama a eso una gracia!... Tome su lápiz, querido doctor; le entrego mi pie. ¿Quiere
copiarlo al natural o con sandalia de odalisca?
—Quiero pintarlo tal y como está en este momento.
—Como quiera. Entretanto, me distraeré con mi pequeña hermana mirando las
ilustraciones de sus treinta y tres abanicos.
Al tercer abanico, tenía entre sus manos el precioso pie con sorprendente
semejanza; la bailarina, echándole un vistazo, lanzó un grito de admiración y dijo:
—Querido doctor, ha copiado mi pie derecho de un plumazo.
—Señora —le respondí—, se ha dicho de mí que copiaría el viento, si pudiera verlo
pasar. He copiado su pie, que es más ágil que el viento.
—Si continúa así, temo enamorarme de usted, querido doctor, yo, que he cerrado mi
puerta a un príncipe griego, el otro día, y a dos banqueros.
El candor de la inocencia se reflejó en el rostro de la bailarina; me incliné con
respeto ante esta ingenua mujer, que me abría así su corazón, sin rodeos.
Despidiéndome de ella, tuve la felicidad de rozar con la comisura de mis labios las
puntas de sus dedos, encantadores como sus pies.
El kolao de asuntos exteriores me esperaba a las cinco para pedirme informaciones
sobre el ceremonial empleado a Chengde y en Pekín para recibir a los embajadores
europeos, y para sondearme sobre los arcanos de la política china frente a la reina
Victoria.
Durante esta audiencia, me vi acosado con distracciones, y debí cometer muchos
errores. ¡Haga el Tian que mis distracciones no atraigan un día la desgracia sobre el
Celeste Imperio! ¡Mientras el gran kolao de los cristianos me hablaba, pensaba en el pie
de la Srta. Alexandrine de Saint-Phar! Ya verá cómo este pie conmocionará Pekín.
A la tarde, después de mi cena, alguien me remitió un billete perfumado, cuyo papel
se parecía a dos alas de mariposa. He aquí lo que leí:
«QUERIDO DOCTOR,
«Se dice que ha importado de su país un montón de adorables
muebles chinos. Dileri, su encantadora ahijada, se ha alegrado tanto con
sus abanicos, que quiere conocer todas las riquezas de su padrino;
¡capricho de niño! Le he prometido llevarla mañana a su casa, a
mediodía.
«Su ahijada le da su frente a besar, y yo le pongo a mis pies.
«ALEJANDRINA DE SAINT-PHAR».
Sabe, mi querido Tching-bit-Ké-ki, que no he embarcado gran cantidad de nuestras
bagatelas. No hice acopio más que de una pequeña provisión de regalos para los kolaos
y los agos360. Afortunadamente, cuando recibí el billete de la Srta. Alexandrine, nada
chino había salido aún de mi gabinete. Sin embargo, encontraba que mis pobres
riquezas eran indignas de ser honradas con la mirada de la divina bailarina, y resolví
hacerme más rico de lo que era.
Gracias a informaciones de buena fuente, recurrí a Darbo, calle Richelieu, y
Gamba, calle Neuve-des-Capucines, dos vendedores reputados por sus muebles chinos.
Compré en su casa dos biombos, una pagoda en pasta de arroz; dos especieros de clavo,
cuatro jarrones con tulipanes; dos servicios de mesa de porcelana, además de un juego
de té para el harén; una mesa de alcanforero con incrustaciones de ciprés; cuatro
360
Agos; hijos del emperador.
mandarines con arcilla del Hai361; doce zapatos de mujeres; un ábaco de vendedor, un lo
con su arco, dos platos de tam-tam362; un parasol; dos leones con rizos 363; el arado del
emperador Tsieng-long.
Buena parte de estos objetos chinescos estaba hecha en París; desconfié sobre todo
del arado imperial: pero en conjunto la falsificación resultaba bien lograda, y sólo la
mirada de un mandarín podía distinguir lo verdadero de lo falso. Tampoco regateé el
valor de los objetos, y pagué una suma elevada, treinta y siete mil lan.
Al llegar la noche, me hallaba predispuesto a tener felices sueños, así que me dormí
con el pie en la mano.
Dediqué las horas matinales del día siguiente a poner en orden todas mis riquezas
chinas, y a darles acomodo satisfactorio para exhibirlas.
—Qué felicidad —me decía a mí mismo—, si se dignara señalar con el pie la más
preciosa de estas bagatelas y dijese: ¡«Querido doctor, déme eso para mi gabinete!»
Por fin llegó mediodía, y la puerta se abrió... ¡Oh!, ¡la ciudad de las huríes 364 será un
día destruida por haber olvidado dar a luz a la Srta. Alexandrine de Saint-Phar! Su
belleza virginal me fulminó. La divina bailarina conducía a su pequeña hermana de la
mano. Tiró su chal y su sombrero sobre el primer sillón, me estrechó la mano y corrió
por todo el salón, haciendo piruetas delante de cada mueble chino con gritos de
admiración que me llegaban al corazón.
Cuando hubo agotado todas las fórmulas de entusiasmo, me dijo:
—Querido doctor, en verdad lamento ahora haberle traído a su ahijada; pide todo lo
que ve. ¡Oh!, ¡los niños!, ¡nunca se les tendría que mostrar nada! Lo cierto, querido
doctor, es que yo también soy así. Si tuviera que elegir aquí, me vería en un buen
aprieto. No me atrevería a tomar nada, por miedo a tener que arrepentirme al día
siguiente.
Diciendo estas palabras con una locuacidad graciosa, dejaba asomar su pie derecho
fuera del más corto de los vestidos; habría seducido el más virtuoso lama de Linqing365.
—Señora —le contesté—, permítame sugerirle un modo que la dispense de elegir.
—¡Ah!, sí, veamos, querido doctor, enséñeme ese método.
—Se servirá de él, señora... ¿lo jura?
—Se lo juro...
—¿Mantendrá su juramento?...
—Lo haré.
—¡Pues bien!, señora, coja todo.
La bailarina levantó graciosamente sus brazos, echó su cabeza hacia atrás, y vi su
cuello de marfil agitarse bajo las convulsiones de una carcajada, como el gaznate de un
pájaro que canta de felicidad.
—¡He aquí un hombre extraño! —exclamó—; ¡después de su muerte tendrían que
disecarlo!... ¿Cómo, querido doctor, acaso no conoce a las mujeres?, ¿no sabe a qué se
expone? ¿Qué diría si le tomase la palabra?
—Diría que es mujer de palabra, y que sabe mantener un juramento.
—No, no, no bromeemos... ¡Querido doctor! Quería ponerme a prueba...

361
Peï-ho (en el original), río que atraviesa Pekín, cuyas aguas son característicamente fangosas.
362
Gong chino.
363
Los perros de Fo, habituales a la entrada de los templos y palacios chinos, que, pese a su nombre, son
figuras de león (animal consagrado a Buda) con largas melenas rizadas.
364
Según el Islam, bellísimas mujeres creadas como compañeros de aquellos que alcanzan el Paraíso.
365
Linching (en el original), situada en la provincia de Shandong, en la confluencia del río Wei y el Gran
Canal, en la antigüedad importante centro textil y productor de ladrillos vidriados, como la mayoría de
los que hoy en día pueden contemplarse en la Gran Muralla o la Ciudad Prohibida.
—De ningún modo; hablo en serio. Todos estos muebles chinos ya no me
pertenecen: son suyos.
—Entonces, es el emperador de China disfrazado de señor. ¡Viva el emperador!
—Soy —exclamé cayendo a sus pies—, soy un simple mortal que ha olvidado su
sabiduría debido a vuestra belleza.
—¡Levántese pues, doctor!, levántese —dijo la bailarina con un rostro que se hizo
súbitamente severo—: ¡nada de tonterías delante de su ahijada! ¿Qué quiere que piense
esta niña? ¡Irá con mil chismorreos a la familia! ¿Acaso nunca ha visto los Niños
tremendos de Gavarni366? ¡Son chivatos, estos inocentes!
Me levanté confuso excusándome lo mejor que pude: su cólera pareció calmarse;
me tendió la mano, y arrojó un prolongado suspiro:
—¡Ah!, ¡verdaderamente! —prosiguió—, si tuviera todas estas cosas bonitas en mi
salón, me creería más feliz que la sultana validé367.
—Esta noche, señora, mi salón chino estará en su casa.
—Pues bien, querido doctor, le voy a preparar su vivienda. ¡Por la rareza del hecho,
deseo que su promesa sea en serio, no es cosa de humillar a los parisinos! ¿Quiere
hacerme posar para el pie izquierdo? No es molestia. ¿Qué hará con un solo pie? Se
necesita su par.
—Señora, no me atrevía a pedírselo...
—¡Ah!, yo soy generosa; no hago las cosas a medias.
—¡Que de gracia y de bondad! Señora, no es un miserable salón el que se le tiene
que ofrecer; querría poner a sus pies la pagoda del arrabal de Wai Cheng 368, que tiene
zócalos de porcelana y tejas de oro masivo.
—¡Eso me iría, querido doctor, sobre todo las tejas!... ¿Está mi pie bien puesto
así?... Puede poner allí su mano, no es una reliquia...
—Mi dibujo está acabado, señora, pero mi reconocimiento no acabará nunca. ¿Le
podré ir a rendir mi homenaje mañana?
—Mañana... querido doctor... espere, es un mal día, bailo; tengo cinco horas de
battements369...
—¿Pasado mañana?
—Pasado mañana... es sábado; ceno con mamá todos los sábados... El domingo,
estoy libre como el viento. ¿Quiere ir a Versalles el domingo? Comeremos un
encebollado con el guarda forestal, y beberemos leche... Sé versos sobre Versalles, se
los recitaré.
Gran palacio del gran rey, Versalles, bajo tus árboles
Quiero ver en tus aguas reflejarse tus mármoles;
Amo ...
¿Acepta? ¡Bien!, ¡decisión acordada! ¡Oh, cuánto necesito respirar un poco el aire
campestre!... El domingo pues, querido doctor: mi coche estará delante de su puerta a
mediodía. Soy puntual como un reloj de Bréguet370. Adiós.»

366
Paul Gavarni, seudónimo de Sulpice Guillaume Chevalier (1804-1866), caricaturista e ilustrador
francés. Gran parte de su obra se editó en la afamada revista La Charivarí, como su celebrada serie de
litografía Les enfants terribles (1832-42), en la que inocentes (o malintencionados) niños ponen en
aprietos a los mayores con sus inoportunas ocurrencias o comentarios
367
Validé: durante el Imperio Otomano, la madre del sultán regente.
368
Vai-lo-tchhing (en el original), la ciudad exterior o china, en contraposición a Nei Cheng, la ciudad
interior o tártara, tradicional división de Pekín. Durante la época imperial, la ciudad tártara estaba
reservada a la minoría reinante manchú y, por ende, vedada a la mayoría han, que residía en la
llamada ciudad china.
369
En ballet, movimientos consistentes en abrir y cerrar la pierna que trabaja.
Verdaderamente, en China, no tenemos mujeres. La mujer es la única cosa que
nuestros ancestros han olvidado inventar. Si la Srta. Alexandrine apareciera en Pekín,
arrasaría el Celeste Imperio. No puede hacerse una idea de esta encantadora criatura,
vivaz como un pájaro, que habla como canta, que anda como salta, haciendo a la vez
toda clase de cosas deliciosas, y que arroja dulces y luminosas miradas como
fragmentos de estrellas en el bazar del cielo. Abandonando mi salón, dejó allí una
tristeza sorda que quebrantaba mis nervios. Experimenté la necesidad de ocuparme de
esta mujer para no sucumbir al veneno del aburrimiento. Mis órdenes corrieron por las
cuatro esquinas de mi calle. Necesitaba ruedas y brazos. Prodigando el dinero, había
puesto de camino, al cabo de una hora, mi salón de muebles chinos. Antes de la hora de
cenar, mi bella bailarina había recibido todo.
¡Qué dulce noche se me ofrecía! Tenía uno de sus pies a cada mano, y me decía:
«Ahora, ella me bendice; eleva mi generosidad por encima del trono del Tian; ¡con
sus ojos, un solo hombre existe, yo! El resto de la tierra ha desaparecido.»
¡Con qué impaciencia esperé ese dichoso domingo que tanta felicidad me prometía!
Habría querido romper todos los relojes, pues parecían haberse confabulado contra mí
una conspiración general para eternizar el sábado. A pesar de la mala voluntad del
tiempo, es necesario siempre que las horas fluyan; y el domingo, un siglo después de
once horas, esperé que llegara el mediodía.
Estaba en mi balcón, y devoraba con mis ojos todos los coches... ¡A las seis había
agotado todos los simones y todos los cabriolés de París, y estaba solo!
¡Solo!, ¡cuando se me prometió ser dos! Encierra esta decepción toda la frustración
de la desesperación.
Tuve el valor de esperar al día siguiente.
En el primer momento conveniente de visita, corrí en el domicilio de Srta. de Saint-
Phar.
Un conserje ciertamente burlón me dijo:
—La señorita de Saint-Phar marchó al campo.
—¿Y cuándo volverá? —inquirí con voz mortecina.
—De Pascuas a Ramos —respondió el conserje.
Al retirarme, oí una de esas carcajadas que ha musicalizado una familia de porteros.
¡Sin noticias de la Srta. de Saint-Phar! Cada tarde de Ópera, asistía al ballet; ya no
bailaba; su nombre había desaparecido del cartel, igual que su cuerpo de su casa.
¿Podía envilecer mi dignidad de representante del Celeste Imperio hasta mendigar
la limosna de informaciones a propósito de una bailarina? ¿Que diría y pensaría de mí el
gran kolao de los asuntos exteriores en su palacio del bulevar de Capucines? Era
necesario sufrir y callarme; sufrí y me callé.
El cuadragésimo día después del fatal domingo, atravesé una larga y ancha calle
cuyo nombre he olvidado; tengo por costumbre leer los letreros, y éste me asombró con
estupor:
EN LA CIUDAD DE PEKÍN
MUEBLES CHINOS A PRECIO FIJO.

Echando un vistazo al escaparate, tras el cristal reconocí sin dificultad una parte de
mis antiguos regalos, y entré en la tienda para conocer el precio fijo de mis mercancías,
y recomprarlos si el vendedor no era demasiados exigente.
Un grito involuntario brotó de mi gaznate; la vendedora era una joven: ¡era la Srta.
de Saint-Phar!

370
La casa de relojes Bréguet, fundada en 1775, en París, por el prestigioso relojero suizo Abraham-
Louis Bréguet (1747-1823), famoso por haber aportado innovaciones como el turbillón.
Me vi anonadado e inmóvil como un compatriota mío de que por el que se
regateaba junto a mí. Pero la bailarina me lanzó una sonrisa encantadora, y sin
interrumpir su pequeño trabajo de bordado, me saludó con una sublime sangre fría:
—¡Ah!, buenos días, caro doctor. Es usted muy amable al hacernos una pequeña
visita. Vea si tenemos aquí alguna pequeña cosa de su gusto. Su ahijada tiene el
sarampión. ¡Pide todos los días noticias sobre su padrino, la querida Dileri!
Crucé mis brazos sobre mi pecho y sacudí la cabeza; pantomima que había
observado en un drama del Ambigu, y que significa: ¡Infame!
La Srta. de Saint-Phar me miró de soslayo, levantó los hombros, cortó un hilo rojo
con sus dientes y me dijo:
—A propósito, querido doctor, me he casado... ve en mí una mujer casada hace
quince días: señora Télamon. Le presentaré a mi marido. Ya verá, un hombre apuesto.
Puede llegarle con su cabeza hasta la cintura, si se alza sobre los talones... Mire, helo
aquí.
Saludé bruscamente, y salí con una furia que requerí dominar pensando en el kolao
del bulevar de los Capucines. Un rápido vistazo sobre dicho marido, verdadero o falso,
me bastó para reconocer al supuesto decorador que vino a invitarme a ver un quiosco
que montaba entre los bastidores de la Ópera. Había sido víctima de la Ópera. Había
sido víctima de una horrible maquinación, nada más evidente. No quedaba pues
resignarse.
Quince días después, me puse un disfraz de subalterno, y caí en la imperdonable
debilidad de ir a merodear al crepúsculo delante de la tienda de mis muebles chinos,
para ver por última vez al indigno ídolo de mi amor.
El colosal marido desempolvaba un mandarín de porcelana, y le oí murmurar estas
horrorosas palabras:
—Si este monicaco del doctor I osa volver a pisar nuestra casa, lo hago disecar, y lo
vendo por quince luises.
¡Oh, no!, jamás veré más este monstruo de belleza; tendré el valor del hombre y del
sabio; cumpliré con mi noble misión hasta el final, y me encontrarás pronto digno de ti,
ciudad santa que la luna ilumina con tanto amor cuando el monte Tyrgheton suspende
este astro en su cima como una linterna de tela de Nankín371.
Hay en esta ciudad de París médicos especialistas para curar las enfermedades de la
humanidad. Hay médicos que no tratan más que a los niños de teta; otros que no los
atienden más que después del destete; otros que se dedican a los enfermos sexagenarios
y en adelante. Hay carteles por cualquier rincón de sus calles y anuncios en los
periódicos que proclaman mil remedios infalibles para las seiscientas enfermedades de
las cuales el célebre Pi-Hé ha encontrado origen en el cuerpo humano. Se han inventado
en París procedimientos admirables para poner una nariz sobre los rostros privados de
dicho adorno, o para alargarlo cuando son demasiado cortas. Se fabrican dientes de
marfil para ancianos, cabellos para calvos, piernas para cojos, ojos para tuertos, lenguas
para mudos, cerebros cuerdos para locos, manos para mancos, orejas para sordos,
maravillosos embalsamamientos para hacer vivir a los muertos.
¡Un solo remedio ha sido olvidado, un remedio contra el amor desdichado! En
China, no conocemos el amor. Esta pasión ha sido inventada en Francia por un trovador
llamado Raimon372. Desde hace cinco siglos causa grandes estragos. Se estima en once
millones setecientos treinta y ocho el número de asesinatos, muertes por languidez y

371
Nanking (en el original), en la provincia sureña de Jiangsu, capital imperial en diversos períodos y
floreciente centro intelectual y artístico, con una importante escuela literaria y pictórica.
372
Raymond (en el original) o Raimon de Miraval (1180-1220), trovador rosellonés aclamado en su
época, famoso por canciones donde celebra el amor puro y la fidelidad de los amados.
suicidios causados por esta plaga. Es casi el doble de las catástrofes domésticas
atribuidas al cólera desde el reinado de Aurangzeb373. El gobierno francés jamás ha
tomado ninguna medida para combatir el avance de esta epidemia; al contrario, paga
con opulencia cuatro teatros reales donde se celebra el amor y otra plaga mortal llamada
champán. El Sr. Scribe374 ha ganado cien mil francos de rentas celebrando el champán y
el amor a cuenta de los teatros del gobierno.
Al salir de la tienda de mis muebles chinos vendidos por la Srta. Alexandrine de
Saint-Phar, reconocí que había visto preso de un rapto de amor y me resulta imposible
describirle el arrebato de cólera que prorrumpí contra el trovador Raimon. Ya pasado,
pensé seriamente en curarme, y devoré en un día todos los carteles y todos los anuncios
con la esperanza de encontrar un remedio salvador. ¡Curas inútiles! Visité al médico del
hospicio de Incurables, y le pregunté si no contaba en el establecimiento con algún
sujeto atormentado por esta enfermedad moral desconocida en nuestros harenes. El
médico alzó los hombros y me dio la espalda. Mi ardía la cabeza con todos los fuegos
del delirio; mi corazón latía con violencia; mis ojos se enturbiaban. El fantasma de la
Srta. Alexandrine bailaba siempre ante mí con una gracia estupenda; mis orejas estaban
llenas de su voz de bengalí375. ¡Por desgracia, ya no vivía más!
«¡Sed médicos —dijo el sensato Menou—, curaos vosotros mismos!»
Esta sentencia me hizo reaccionar de súbito. «Ya que los doctores franceses no han
inventado nada para curar el amor —me dije una mañana—, inventemos un remedio, y
liguemos un nombre chino a este gran consuelo para la gente europea que sufre».
«Si puedo —añadí a mis propias palabras—, vivir ocho días sin pensar que la Srta.
Alexandrine, me veré curado. Imposible permanecer en mi habitación; allí, todo me
recuerda a la mujer infiel; y, además, la soledad nunca sana las heridas del corazón, las
agrava. Los paseos por el campo son todavía más peligrosos. El campo es buen
confidente del amor. Las calles, los bulevares, los teatros están llenos de mujeres, y la
especie a menudo nos recuerda al individuo. Es necesario pues vivir una semana
olvidando la ingrata belleza. ¡Una semana de constante olvido »!
Fo me ha inspirado. ¡Demos gracias a Fo!
París está lleno de monumentos de gran altura. Elijo cuatro: las torres de Notre-
Dame376, el Panteón377, la columna Vendôme378, la torre Saint-Jacques379. Pagando
algunos fuens, se llega a la cumbre de estos edificios, vigilados por un conserje muy
amable. Resolví consagrar mis días a subir y a bajar las escaleras de estos monumentos
sin tomar descanso. Solamente, para romper la monotonía de estos descensos y de estas
ascensiones, cuando llegaba a la plaza de Vendôme, emprendía carrera en cabriolé hasta
373
Aureng-Zeb (1618-1707), emperador del Imperio mogol desde 1658 y considerado como el último de
los "grandes mogoles".
374
Augustin Eugène Scribe (1791-1861), dramaturgo francés que alcanzó gran celebridad en su época, y
cuya ingente obra (no pocas veces en colaboración con otros autores) han pasado al olvido.
375
Pájaro de la familia de los pinzones, de vivos colores y dulce canto.
376
Catedral de París, cuyas torres gemelas alcanzan 66m de altura. En ella se desarrolla la trama de la
celebérrima novela de Victor Hugo “Nuestra Señora de París” (1831), que narra la historia del
jorobado Quasimodo y su amada, la gitana Esmeralda.
377
Última morada de los hombres ilustres de la patria, sobre la colina de Santa Genoveva y 82m hasta la
cúpula, constituía el punto más elevado de la ciudad, privilegio que cedería a la Torre Eiffel, bautizada
como “Nuestra Señora de la Calderería” por Mauppassant.
378
La columna Vendôme, de 44m, situada en la plaza del mismo nombre, erigida por Napoleón para
conmemorar su triunfo en la batalla de Austerlitz, e inspirada según el modelo de Columna de
Trajano, en Roma.
379
Campanario de estilo gótico flamígero, de 58m de altura, erigido entre 1509 y 1523 y único vestigio
de la iglesia de Saint Jacques de la Boucherie, destruida en 1797; fue adquirida por el ayuntamiento de
París en 1836.
el despacho de billetes del ferrocarril de Versalles, y recorría seis veces este camino con
los ojos cerrados. A llegar la noche, regresaba a mi casa, y, después de una comida
frugal, dormía un sueño profundo. En mis sueños, me figuraba que unos gigantes me
balanceaban en un columpio sujeto a la luna por un clavo de oro; y el terror que me
causaba esta visión era tan vivo, que ahuyentaba al fantasma de Alexandrine del espacio
infinito por el que saltaba entre las estrellas y el Panteón.
Al octavo día, los cuatro conserjes me cerraron la puerta de sus monumentos
públicos, señalándome que abusaba de estos edificios e invitándome a pasear por otro
sitio. No siendo todavía completa mi curación, remonté camino a Versalles; tomé plaza
en un vagón atestado, y rodé durante cinco días enteros entre la orilla derecha y la orilla
izquierda bajo el más saludable aturdimiento.
Al final de dos semanas, el remedio triunfaba. Volviendo la vista atrás, a través de
este torbellino de escaleras negras, de columpios infinitos, de sofocantes vagones, vi,
tras una lejana bruma, la inalcanzable imagen de Alexandrine, y no la reconocí. Me
parecía que la historia de mi amor pertenecía a un siglo y un mundo ya apagados.
Tan solo por un instante me vino a la memoria el recuerdo de la Srta. Alexandrine.
Contando las piezas de oro guardadas en mi caja, me entristeció el enorme vacío dejado
por los treinta y siete mil lan gastados en muebles chinos de Darbo y Gamba. El espíritu
del comercio y la industria, hijos del genio chino, me ha inspirado bien en esta ocasión.
Me hallo en vísperas de recuperar mis bellos lans perdidos. He mandado insertar en la
cuarta página de los periódicos de todas las tendencias este anuncio:
CURACIÓN RADICAL
DEL AMOR DESDICHADO
¡¡¡EN QUINCE DÍAS!!!
Consultas de mediodía a dos por el doctor I,
calle Neuve-de-Luxembourg
No se paga más que antes de la curación.
¡Oh!, ¡lo reconozco, no me esperaba semejante triunfo! ¡Qué ciudad, qué pueblo!
¡Cuán rápido se ponen de moda las nuevas doctrinas! El primer día, he atendido
trescientas consultas de veinte francos; el segundo día, me he visto forzado a solicitar
cuatro guardias municipales en la prefectura de policía; mi gabinete era tomado al
asalto. Ahora, atiendo en mis consultas doce personas a la vez; así se avanza más
rápido. La semana próxima inicio un curso abierto al público en la sala del Ateneo, a
cinco francos la entrada. El Sr. Lefort380 me ha dicho que esta moda no durará mucho y
debo aprovechar la racha. Se teme, además, que el prefecto de policía nos haga cerrar
las puertas de los monumentos. He firmado, por tanto, un arriendo por un mes con el
propietario de la torre Saint-Jacques; se compromete a tratar a mis enfermos con un
abono de quince días. Los dos ferrocarriles de Versalles están molestos. Uno me ha
preguntado si le había pedido patente de invención al ministro, uno me habría dado,
como al Sr. Daguerre381, una buena pensión de seis mil francos. Mi más preciada
recompensa la hallo en la bendición unánime de mis felices y curados clientes; me van a
conceder una medalla de oro. Es un entusiasmo inaudito. Cinco enfermos
empedernidos, de veinte a cincuenta y siete años, liberados gracias a mí de los estragos
380
Quizá se refiera a Marie-Madeleine Lefort, hermafrodita con cuerpo de mujer y rostro de varón que
se dio a conocer en París a mediados del siglo XIX; exhibida de niña en circos, a edad adulta dio
valiente testimonio de su existencia y es el primer hermafrodita del que se conservan documentos
gráficos.
381
Louis Daguerre (1787-1851), inventor francés, pionero de la fotografía gracias al daguerrotipo,
primer proceso fotográfico comercial. Si bien el gobierno francés pensó en dotarle con una pensión, a
la postre compró sus derechos del daguerrotipo.
de una pasión de vodevil, se han constituido en herederos de mis doctrinas, y las harán
florecer después de mi marcha. Se proponen comprar por acciones la torre Saint-
Jacques, y añadir doscientos peldaños a su escalera.
El Tian no ha dado a este mundo ningún mal incurable; ha puesto el nenúfar junto a
la pimienta, y al madero que cierra la esclusa junto al torrente de Kiang-ho. Le
corresponde al hombre descubrir el remedio. El Tian sabe siempre lo que hace; y
nosotros, hacemos lo que no sabemos.
Mi espíritu está tranquilo; mi corazón es ligero como todo lo que está vacío. Voy a
despedirme ahora del kolao de asuntos exteriores y corregir todas las faltas de
diplomacia que he cometido cuando era perseguido por el pie de la Srta. Alexandrine de
Saint-Phar.
EL DOCTOR I.
La caza del «châstre»
La chasse au châstre,
«La chasse au châstre»

PREFACIO CORTO Y NECESARIO


Un día, Alexandre Dumas382 paseaba a plena luz del día por una de esas colinas
marsellesas que sienten aversión a la vegetación. Él marchaba a paso ligero; yo lo
seguía a distancia, como si hubiese escrito: de repente el gigante literario y carnal se
detuvo, preso de estupor; se requiere algo admirable para asombrar a Dumas.
Y admirable era, en efecto. En la cumbre de aquella desnuda colina se alzaba un
cimeau.
—¿Que es aquello? —me preguntó Alexandre.
—Un cimeau383 —le dije.
—¡Me lo tengo bien merecido! Tradúzcame del griego provenzal al francés.
—Intraducible, como un verso de Homero.
—¿Pero para qué sirve esta cosa intraducible?
—Adivine.
—Es la Esfinge sobre el monte Citerón. No tengo tiempo para ser Edipo 384. Dígame
la palabra.
—Se la vendo.
—¿Su precio?
—Permanezca un día más en Marsella.
—Pago el doble; me quedaré dos días.
—¡Qué buen negocio hace! ¡Vea en qué dilema le habría dejado! Esta noche,
embarcaría en la Maria-Antonietta rumbo a Italia; este cimeau le perseguía como un
fantasma, se cerniría sobre usted a lo largo de las crestas desnudas de los Apeninos...
—¡Quiere pues decirme la palabra! —interrumpió Dumas con brusquedad—; le he
pagado al contando.
—Un cimeau —le contesté entonces—, es un mástil de sesenta pies de altura, allí
dispuesto para atraer a las aves de paso en septiembre y en octubre. Hay cincuenta mil
cimeaus y cincuenta mil cazadores sobre el territorio de Marsella.
—¿Y cuántos pájaros? —me preguntó Alexandre.
—No hay tales.
—¡Y que hacen los cincuenta mil cazadores, en presencia de estos pájaros ausentes!
382
Es de sobra conocida la estrecha amistad y mutua admiración que se profesaron el autor y Alexandre
Dumas "padre" (1802-1870).
383
Cimeau: arbusto despojado de hojas cuyas ramas sirven de perchas para que las aves de paso, atraídas
por el reclamo de algunos ejemplares enjaulados, se posen a tiro del cazador, oculto en su puesto,
“poste”, por lo general una choza recubierta de follaje.
384
A su paso por el monte Citerón, cercano a Tebas, la Esfinge se interpuso a Edipo, retándole a resolver
un enigma so riesgo de morir: “¿Cuál es el único ser que, sin cambiar de forma, sucesivamente tiene
cuatro, dos y por último tres pies, y mientras más pies tiene, más débil es?” Edipo respondió: “El
hombre, porque al nacer gatea, cuando crece camina y ya viejo se ayuda de bastón”. La Esfinge,
desesperada al ver descifrado su enigma, se arrojó al vacío, y Edipo se convirtió en rey de Tebas.
—Hablan en pequeñas cabañas llamadas postes385 y cantan arias de Guillermo
Tell.386... ¡No conoce la historia del Châstre387!
Dumas, que conoce todas las palabras de todas las lenguas, y que las inventaría
todas si, por fortuna, no existieran, retrocedió ante esta palabra y describió con su torso
un soberbio signo mayúsculo de interrogación.
—Un châstre —le dije—, es un pájaro raro, el avis rara388 de los antiguos, un
pájaro augural389; el avis castrorum, como decían los romanos marselleses. Se ha
suprimido avis, se ha desnaturalizado castrorum, y, por corrupción progresiva, ha
quedado châstre: las etimologías no surgen de otras. De Aquæ Sextiæ se ha llegado a
Aix390, de Massilia a Marsella391, de Civitas en Le Ciotat392, de Segoregium a Arlés393, lo
que resulta aún peor. Las generaciones tienen la manía de poner a pedazos los orígenes
de las palabras. Testigo este epigrama:
Alphana394 viene de equus, sin duda;
Conmigo, convendrá también
Que viniendo de allí hasta ahora,
Ha cambiado mucho por el camino395.
Ahora bien, un músico marsellés vio un día uno de estos châstres sobre su cimeau;
hizo fuego y lo perdió. En países con caza, esta desgracia habría hecho sonreír al
músico; pero aquí, malograr un pájaro, es malograr un fenómeno; también nuestro
cazador se puso a perseguir su châstre de remese396 en remese, y esta persecución febril
lo condujo hasta Roma, bajo el consulado de Sr. de Norvins397.
Entonces, conté toda la historia del cazador músico a Dumas, y lo incité a escribirla
si la encontraba digna de su público, es decir del universo.
Dumas partió para Italia, donde permaneció una larga estancia.
Encontrándome en Viena, en Dauphiné, bloqueado por las nieves en un invierno
muy riguroso, y no pudiendo continuar mi camino, me instalé en el hostal de los Tres

385
Poste: puesto de caza.
386
Guillaume Tell, estrenada en París en 1829, extensa y última ópera del italiano Gioacchino Rossini
(1792-1868), compuesta al estilo de la grand opera, de gran dificultad técnica para los intérpretes.
387
Si bien el plumaje del macho del mirlo negro es completamente de dicho color, en ocasiones se
avistan ejemplares albinos, es decir, un châstre o “mirlo blanco”, expresión sinónimo de rareza.
388
Rara avis: ave única.
389
Una de las supersticiones romanas era creer que se podía adivinar el futuro a través del canto, el
vuelo o, incluso, las vísceras de los pájaros, labor encomendada oficialmente al augur, de cuyos
pronósticos dependía entablar o no una batalla o el emplazamiento de una nueva ciudad.
390
Aix-en-Provence (Ais de Provença en occitano y Ais de Prouvènço en provenzal), antigua capital de
la región histórica de Provenza. Fue fundada como Aix (Aquae Sextiae) el 123 a.C. por el cónsul
romano Sextius Calvinus, que le puso el nombre.
391
Fundada por los griegos foceos hacia el 600 a.C. como Massalia, no sería hasta el 49 a.C., a raíz del
enfrentamiento entre Pompeyo y Julio César, que fuese anexionada por Roma, latinizado su nombre
por el de Massilia y despojada de su tesoro en favor de Arlés.
392
La Ciotat (en occitano provenzal La Ciutat o La Ciéuta) es una villa portuaria de Provenza, al oeste
de Marsella.
393
Arlés (Arle en provenzal), fundada por los griegos en el siglo VI a.C. bajo el nombre de Theline,
siendo conquistada por los celtas saluvios el 535 a.C. (rebautizándola como Arelate) y por los
romanos el 123 a.C. convirtiéndose así en la primera ciudad romana fuera de Italia.
394
Alfana: caballo corpulento, fuerte y brioso.
395
Epigrama del humorista Giacomo de Cailly (1604-1673), más conocido por su anagrama D’Aceilly,
donde parodia la etimología propuesta por Gilles Ménageun (1613-1692) en su obra “Origini della
lingua italiana” (1669): “equus, equa, eca, naca, faca, facana, fana e alfana”.
396
Lugar de descanso donde un pájaro se recupera después del vuelo.
397
Jacques Marquet de Montbreton de Norvins (1769-1854), militar y diplomático francés, jefe de
policía en Roma durante la ocupación napoleónica. Escribió una biografía de Napoleón.
Reyes, y, esperar el deshielo, me puse a escribir mi crónica de Poncio Pilato en Viena398.
La nieve caía incesantemente sobre la carretera de París. Un recuerdo meridional llevó
mi pensamiento hasta las cálidas colinas donde falta la caza, pero no falta el sol, y de
ensueños en ensueños soñé la historia del châstre. Creyendo que Dumas se había
olvidado de este pájaro rodeado de monumentos en Italia, escribí mi caza, y la publiqué
en la Revista de París399. Dumas, por su lado, escribía una deliciosa novela sobre el
mismo asunto400, y le daba amplias proporciones con esa prodigalidad de espíritu, de
gracia, de encanto, que dos mil volúmenes no han agotado todavía, y que otros dos mil
no agotarán.
Dumas no conocía mi Caza del châstre de la Revista de París; si hubiera pensado
que algún día escribiría la suya, nunca habría publicado la mía. Algunos estudiosos se
han dignado a menudo ocuparse de esta doble caza, y es por ellos que ofrezco esta
explicación.

I
En el mes de octubre 1811 o 12, el Sr. Chay, feliz soltero, uno de los artistas más
distinguidos del Mediodía, cazaba en su colina, no lejos del mar, a las puertas de
Marsella: eran las cinco de la mañana.
La caza del Mediodía es bien diferente de la del Norte. En nuestras comarcas, no es
el cazador quien menudea, sino la caza. No hay caza. Todo marsellés capaz de portar un
arma es cazador por derecho: tiene un fusil y un morral.
He aquí cómo se practica la caza.
El cazador se levanta a las tres de la mañana, camina una o dos leguas, y llega con
un cargamento de jaulas a su cabaña, llamada poste. Cuelga en los árboles sus jaulas
llenas de pájaros, que han hecho voto de silencio; se encierra en su poste, carga su fusil,
mira las estrellas, medita, se pasea para sacudirse el frío, mastica hojas de pino, respira
las fragancias de la colina, asiste al levantar del alba, de la aurora, del sol y del viento;
contempla el mar, maldiciendo las nubes, suspira ante el bise401 del Norte, realiza un
croquis del paisaje, y a las diez regresa a la ciudad, feliz y risueño: ha cazado.
Y vuelta a comenzar al día siguiente.
El cazador se mete en gastos enormes para darse este placer; es increíble todo lo
que tiene que gastarse para obtener un poste bien situado. También, cuando una extraña
fatalidad condena a un tordo a muerte a manos de cazador marsellés, este tordo ha
llegado alguna vez a costar quinientos francos al cazador. Uno de mis amigos, el Sr.
Blanc de Radas, me ha servido un asado que evaluaba en mil escudos; había seis
escribanos hortelanos402 sobre el plato.
Era pues una de dichas cazas a la que se entregaba el Sr. Chay, con todo el ardor de
un artista del Mediodía.

398
“Ponce Pilate a Vienne”, incluido en su colección “Contes et nouvelles”
399
Publicado por entregas en febrero de 1837 en la REVUE DE PARIS con el título "La chasse d'un
artiste"
400
Alexandre Dumas “padre” publicaría en 1841 su versión de "La chasse au chastre" (adaptada al
teatro en 1850), donde el propio Méry aparece como personaje que presenta a Dumas al cazador.
401
Bise, nombre que recibe el viento del cierzo en la comarca de Marsella.
402
El ortolan (nombre en francés), ave migratoria del género de las emberizas, que nidifica en Europa e
inverna en África, preciada pieza para cazadores y exquisitez de la cocina francesa que se mastica
íntegro (huesos incluidos), generalmente cubriéndose la cabeza bajo una servilleta.
Escrutaba los cielos y no veía aparecer nada, como de costumbre, cuando su
estrella, que en ese preciso momento brillaba al horizonte, le envió un pájaro al pequeño
pinar.
La oscuridad protegía al desventurado volátil.
El Sr. Chay aguzaba la vista, desde el macizo, a la luz de la constelación de la Osa
Mayor, dormida sobre la colina del Norte; veía o creía ver algo opaco que se agitaba en
el límpido verdor; apuntó su fusil en dirección hacia esa forma imprecisa, lo apoyó
sobre su mejilla, sin atreverse a disparar, por miedo a hacer fuego sobre una ilusión.
Un cazador del Mediodía muestra sumo cuidado en cobrarse un pájaro; estas
ocasiones son raras, como dice La Fontaine403, y tales fenómenos se hacen caros.
El día se obstinaba en no despuntar; el Sr. Chay contaba las estrellas; seguían
siendo tan sólo trece, mal número: siete del Carro404 y seis de Orión405, más un planeta
extraviado406 que parecía esperar el sol.
Finalmente el alba dejó caer por Oriente un pliegue de su manto de ópalo 407; el
meteoro se deslizó en largas estelas fosfóricos, de pino en pino, hasta el bosque del Sr.
Chay.
Una luminosa claridad traicionó de repente al pájaro oculto; el cazador lo vio
rodeado de una aureola crepuscular; se tuvo que ceder a la agitación del deseo. El fusil,
mal apuntado, hizo fuego, después de haber advertido el pájaro por unos largos fuegos
artificiales surgidos del cebo; todavía no había sido inventado el pistón408.
—¡Ha caído! —dijo el cazador imitando con un grito sordo el ruido que hace un
pájaro al caer.
Y corrió bajo el árbol que había servido de percha al pájaro; recogió varias piedras
cubiertas de musgo y trozos de corteza, pero no encontró el pájaro. Tan solo una pluma
había quedado entre las agujas resinosas del árbol; el Sr. Chay se apoderó rápidamente
de esta pluma, como muestra de una torpeza y de una huída, y la observó con mirada
melancólica, con sonrisa del dolor.
La aurora de rosáceos dedos409 caía a plomo, en ese momento, sobre la pluma que el
Sr. Chay acababa de insertar a su ojal como decoración ornitológica.
—¡Cielos! —exclamó el Sr. Chay—, ¡era un châstre!, ¡es una pluma de châstre!
¡Pérdida irreparable! No era aquí una desgracia ordinaria. El fenómeno era doble.
El châstre es un pájaro augural, y no aparece sino en contadas ocasiones. ¡Feliz el
cazador que regresa a la ciudad con semejante trofeo! Es grande ante los otros
cazadores, como Nemrod410 ante Dios.
403
«Il faut les ménager, ces rencontres sont rares», verso de una de las “Fables” (1668), «El lobo y el
cazador» (“Le Loup et le Chasseur”), de Jean de La Fontaine (1621-1695), moralista y poeta francés.
404
La Osa Mayor se compone tanto de las siete estrellas comúnmente conocidas como el Carro
(prácticamente visible todo el año en el hemisferio norte), como de una colección de estrellas más
débiles que forman la cabeza y los pies de la Osa.
405
Orión, el Cazador, constelación cuyas estrellas brillantes y visibles en ambos hemisferios durante
invierno, la hace fácilmente reconocible.
406
Venus, visible al amanecer y el ocaso, es normalmente conocido como Lucero del Alba o Lucero
Vespertino; cuando es visible en el cielo nocturno, se le reconoce por su intenso brillo parpadeante.
407
Referencia a la diosa Aurora, que todas las mañana precedía a su hermano Helios (el Sol) para
anunciar el día guiando su rutilante carro y extendiendo su manto rosicler sobre la tierra. Su pasión
por el Orión no fue correspondida
408
El mecanismo de disparo existente hasta el primer tercio del siglo XIX era la llave de pedernal, donde
la ignición del cebo (pequeña carga de pólvora requerida para la detonación) se iniciaba en el exterior,
mientras que con la introducción del pistón se realizaba impulsando un émbolo en el interior.
409
Epíteto usado profusamente por Homero en “La Ilíada”: “la hija de la mañana, Eos (Aurora) de
rosáceos dedos.”
410
Cazador legendario mencionada en Génesis 10,8 (“Como Nimrod, valiente cazador ante el Señor”) y
fundador del imperio asiriobabilónico; es posible que oculte a Ninurta, dios guerrero de los asirios.
El Sr. Chay repitió: ¡Era un châstre!, en todos los tonos, y se habría acompañado de
su violoncelo si lo hubiese tenido bajo sus dedos.
El desgraciado lanzó una mirada sobre la campiña, inundada ya por los rayos de un
sol burlón. El cielo se hallaba desierto y silencioso; ni un pájaro bajo el azul. El Sr.
Chay cargó su fusil de doce tiempos, y avanzó por el bosque, sacudiendo con el pie
todas las hojas muertas y amontonadas que pudieran ocultar un châstre; escudriñando
las ramas altas, escuchando el zumbido de las moscas, confundiendo una avispa al vuelo
como un pájaro, y maldiciendo, de doce en doce pasos, el crepúsculo, los fusiles de
pedernal y las constelaciones que ofrecen una claridad engañosa.
—¡Aquí está!
Nuevo grito del Sr. Chay: se trataba, en efecto, del châstre; se había levantado de
una mata de hierbas a los pies del cazador. El fusil había disparado instintivamente, pero
en vano, y había derribado dos piñas. El pájaro agitaba triunfalmente sus alas augurales,
y abandonaba el bosque por la colina, la colina por la llanura, la llanura por la orilla del
mar. El Sr. Chay se lanzó valientemente tras los rastros aéreos del châstre. Eran
entonces las ocho de la mañana.
El ardor de la persecución fue admirable en los primeros arranques; el Sr. Chay se
ensañó con el pájaro, que tomaba descanso cada mil pasos, como si los hubiera contado,
y volaba siempre en el momento en que el fusil apuntaba en su dirección. El cazador y
el pájaro franquearon así varias llanuras y algunas montañas: el cazador aplacaba su sed
con pámpanos de vides más sedientas que él.
Ya la alta cadena que empieza en la cabeza de Puget y acaba en el cabo de
Montredon411 había dejado tras sus pasos el Sr. Chay y tras sus alas el châstre; los dos
viajeros habían dejado a su derecha Cassis y La Ciotat, y seguían la larga y ancha
llanura que se extiende de Signe a Saint-Cyr; ambos se hallaban cansados; caía la
noche; el bonito pueblo de Saint-Cyr encendía las ventanas de sus casas. El Sr. Chay,
muriéndose de hambre, de sed, de cansancio, de todo, depositó su fusil a la puerta del
albergue del Águila negra, donde se aloja a pie y a caballo.
El châstre encontró morada quién sabe dónde.
Para el viajero a pie, el albergue nocturnos torna en la imagen del paraíso. El Sr.
Chay se hizo servir una buena cena con la que aguantar hasta el desayuno, se hizo
buscar una excelente cama, y se acostó, alimentado y feliz. Por la noche, soñó que
tomaba al châstre en su mano.
Al amanecer, ya se hallaba en pie, como acostumbraba: el cazador adora el alba.
Antes de retomar camino a Marsella, lanzó un vistazo y un suspiro hacia las felices
campiñas de Le Castellet, donde presumía que el huidizo pájaro había hecho su morada
de noche.
El Sr. Chay bordeaba en ese instante un muro medio derrumbado, cubierto por el
amplio follaje colgante de un alcaparro: con el extremo de su fusil agitó dichas hojas
con ese runrún sordo que emite el cazador encadenando una retahíla de erres. Un
precipitado batir de alas y un pequeño grito anunciaron la presencia del pájaro. El
châstre había volado, el Sr. Chay había de nuevo disparado al aire su fusil, y corría,
entre las viñas, tras del humo, del plomo y del pájaro.

411
El macizo de las Calanques (Calas) se extiende a lo largo de 20 km desde Les Goudes, al Sudoeste de
Marsella, y Cassis, hundiéndose al mar en escarpados acantilados entre los que surgen pequeñas calas
(palenques), algunas de ellas sólo accesibles desde el mar. La cota más alta del macizo es el monte
Puget (565m), que debe su nombre al escultor marsellés Pierre Puget (1620-1694).
El camino de Marsella había sido olvidado. De remise en remise, de valle en valle,
el Sr. Chay llegó, por la tarde, a la bella ciudad de Hyères 412, que embalsama el
horizonte con sus naranjos.
El Sr. Chay nunca había visitado Hyères; le gustaban las naranjas con locura. Antes
de acostarse, tuvo la fantasía de pasearse por el bello jardín de las Hespérides 413,
propiedad del Sr. Filhe. Con el fusil bajo el brazo, caminaba con esa graciosa oscilación
de hombros con que acostumbra el cazador provenzal. La luna se mostraba en su
plenitud, y su luz estallaba tan viva sobre las copas de las palmeras como la luz del sol
de París sobre los olmos del bulevar Montmartre en el mes de agosto. El artista cazador
atesoraba, ignorándolo, como todos los meridionales, un gran fondo de poesía en ser. Se
abandonaba indolentemente a una dulce contemplación, y respiraba, con sensual
melancolía, los perfumes del tomillo y del naranjo, voluptuosas emanaciones que
sacudía sobre su cabeza el soplo nocturno del mar.
—¡Ah! —dijo el Sr. Chay—, si tuviera mi violoncelo, ejecutaría de buen grado
aquí: Campos paternales de José en Egipto414.
Después retrocedió un paso hacia atrás, y dobló su cuerpo como una llave de
interrogación sobre una planta parietaria 415 que la luna plateaba débilmente: era un
alcaparro. La planta respondió con un ligero rumor de hojas; el cazador se levantó
sorprendido al momento, y preparó su fusil.
A cinco pasos, sobre una rama seca, deshojada y saliente, apareció un pájaro que
sacudía sus plumas y se estremecía de placer al frescor de la noche. Era el châstre.
Dos motivos clavaron416 el gatillo del fusil bajo el índice del cazador: no era
consecuente disparar sobre un pobre pájaro a cinco pasos; el Sr. Chay poseía la
suficiente delicadeza para no abusar de su posición. A esa distancia, además, el châstre
hubiese desaparecido, como Rómulo en medio de la tormenta 417; el volcán lo hubiera
quemado vivo. Otra consideración: estaba prohibido en Hyères, como en todas partes,
ponerse a disparar con el fusil a las once de la noche. El Sr. Chay, reprimiéndose por
este doble motivo, renunció a disparar contra el pájaro, que no tardó de dormirse, el pico
bajo el ala, con la despreocupación propia de un colegial al borde de un pozo.
Esperando el día, el Sr. Chay contempló el sueño de la inocencia, y de vez en
cuando hacía una recreación general del drama sangriento que se disponía a interpretar a
los primeros resplandores del alba. Apuntaba contra el ave adormecida al amparo de la
luna; lo asaba en su imaginación, le aderezaba con salsa de alcaparras, lo devoraba con
los ojos.
El Sr. Chay se hallaba en ayunas, y tomaba sus comidas como podía.

412
Hyères (Ieras en provenzal) es bien conocida por su naranjales, que ya desde el siglo XVIII servían
de reclamo a los turistas (quizá a la fascinación que causaba entre los aristócratas el Invernadero de
naranjos de Versalles; asimismo, la localidad recibe el sobrenombre de Hyères-les-Palmiers por el
gran número de palmeras que la adornan (se estiman hoy en día en torno a 7.000).
413
Con el mitológico nombre de “Jardín de las Hespérides” era conocido el jardín del castillo de Filhe,
bastida del siglo XVIII donde se cultivaban plantas y árboles exóticos y al que se accedía a través de
una monumental puerta enrejada. En 1866 (año en que fallece Méry) dejó sitio al actual Hôtel du Parc.
414
“Champs paternels” (también conocida por su arranque, “Vainement Pharaon”), aria de la ópera
Joseph en Égypte, del compositor francés Étienne Nicolas Méhul (1763- 1817), estrenada en 1807.
415
Planta cuyas semillas suelen brotar entre las grietas de los muros o rocas, por lo que son frecuentes
verlas en muros, murallas, torres y acantilados marinos.
416
? “Clavar”: antiguamente, inutilizar un cañón introduciendo en el “oído” (orificio por donde se
introduce la mecha) un clavo de acero a golpe de mazo.
417
Existen varias versiones de la muerte de Rómulo, una de ellas narra como fue arrebatado por los
cielos en medio de una tempestad provocada por su padre Marte.
A fuerza de mirar su reloj para hacer avanzar el alba, la vio finalmente despuntar
sobre las laderas de Hyères. Entonces retrocedió diez pasos tarareando mentalmente el
aria de moda de Berton:
Cuándo se fue siempre virtuoso,
¡Cuánto se quiere ver levantar la aurora!418
Apuntó tranquilamente al châstre, lo encañonó con el fusil, y apretó el gatillo.
La llave se cayó con indolencia sobre el rastrillo 419, y el eco de la mañana siguió
siendo mudo. ¡Por desgracia, la pólvora de la cazoleta se había licuefacido con la
humedad de la noche!
Un enérgico juramento del cazador despertó al châstre de un sobresalto; desplegó
sus alas y voló hacia el horizonte del Mediodía. El Sr. Chay juró ante los naranjos
colindantes que tendría el châstre muerto o vivo, pájaro o cazador; y se lanzó por la
carretera del Var. Esta vez su pasión de cazador rayaba en el delirio. Arrancaba todos
los alcaparros de la carretera, comía las alcaparras, disparaba al châstre a quinientos
pasos, bebía el agua del torrente en su carrera, como el rey David, no escuchando ni su
estómago arruinado, ni sus entrañas revueltas, ni sus pies lastimados.
Los labios temblorosos, los ojos vidriosos, las manos azules a causa de la hinchazón
de las venas, los cabellos rebeldes bajo el fieltro, la frente tatuada de anchas placas de
sudor y sangre, al día siguiente entraba en Niza, y se sumergía, agonizante, en una cama
del hostal del Águila negra.

II
La protectora naturaleza le concedió un sueño reparador de dieciocho horas. Al
despertarse, llamó para pedir comida. Un mozo de hotel subió, se inclinó ante el Sr.
Chay, y le dijo:
—Che domanda la sudó eccellenza?420
—¡Sin duda —exclamó el cazador en provenzal—, estoy en Italia! Voy a morirme
de hambre; no sé italiano. ¡Al diablo el châstre!
Ante tales extremos, recurrí a la lengua universal, y le indiqué al chico que me
moría de hambre.
—Brodo, manzo, vitello!421 —sugirió el mozo.
—Brodo, manzo, vitello —respondió el Sr. Chay desesperado.
Y se vistió. Tomando su chaleco, una idea terrible lo asaltó: su última moneda de
cinco francos se había quedado en Hyères. Su monedero se alargaba sin blanca sobre el
mármol de la chimenea; las lágrimas invadieron sus ojos.
Hizo un monólogo, única cosa que podía hacer gratis en ese momento.
—¡Así —exclamó—, me tendré que contentar con plantarme tristemente delante de
la cuenta cuando alguien me la presente, y desconozco la lengua del país para
justificarme! Murámonos de hambre, si es necesario, pero seamos honrados, y no
toquemos la impagable comida hasta tener la certeza de poder pagar al dueño del hostal.

418
«Quand on fut toujours vertueux, Qu'on aime à voir lever l'aurore!», aria de la exitosa ópera
«Montano et Stéphanie», estrenada en París en 1800, del compositor francés Henri Berton (1767-
1844)
419
Pieza sobre la que chocaba el trozo de sílex anclado en la llave, de tal manera que provocase la chispa
que prendía la pólvora inicial depositada en la cazoleta requerida para la deflagración del disparo.
420
¿Que desea su excelencia?
421
¿Potaje, cordero, ternera?
Acababa de tomar semejante determinación heroica, cuando el chico entró,
perfumando el cuarto con los exquisitos platos dispuestos sobre una bandeja. El Sr.
Chay hizo un noble gesto de rechazo, y le mostró al chico la puerta para él y para sus
platos.
—Quiero un violonchelo —dijo el Sr. Chay.
—No capisco422 —respondió el chico agitando la cabeza negativamente.
—Un gran violino, una cosa che fa cosi.423
Y hacía un signo expresivo rascando la espalda de una silla con la baqueta de su
fusil.
—Ah! —respondió el chico—, una bassa cantante!, un violoncello!; eso n'e uno
nell hostería.424
El chico bajó y subió enseguida, con un violonchelo que depositó a los pies del Sr.
Chay.
Un resplandor de alegría recorrió las mejillas del desafortunado cazador. El Sr.
Chay abrazó tiernamente el violonchelo, como a un amigo al cual se encuentra en país
extranjero.
—¡Ah! —dijo con melancólica expresión—, ¡olvidemos los horrores del hambre y
de la miseria con el sacro culto de las artes! Comamos con un aire Méhul.
Afinó el instrumento, apreció su hermosa calidad sonora, y preludió el solo que
acompaña el avivar las llamas del altar, en el segundo acto de La Vestal425.
—Es el clarinete el que hace este solo —dijo—; ya que estoy en Italia, si encuentro
a Spontini, le aconsejaré reemplazar el clarinete por el violonchelo. ¡Qué diferencia de
efecto! ¡Veamos, un poco de Méhul, divino Méhul! La gran aria... Vanamente Faraón...
El violonchelo sonaba, vertiendo sus notas a través de la resonante escalera de la
hostelería. Los naturales del país idolatraban la música francesa, acudieron de todas
partes; escucharon boquiabiertos; aplaudieron a rabiar. Se publicó, en Niza, que Apolo
había cruzado el Var426; por la tarde, circulaban por la ciudad treinta sonetos que
empezaban todos por: O Febo francese, dio della musica427. Sin embargo, Apolo estaba
todavía en ayunas.
El dueño de hotel entró respetuosamente en el cuarto del Sr. Chay, y le pidió, en
una especie de lenguaje mezcolanza de todos los idiomas del Mediterráneo, si de buen
grado no daría un concierto en la gran sala del hostal, a dos francos el billete.
Fue un rayo de luz para el Sr. Chay.
—Muy gustosamente —respondió—; no tiene sino hacerme anunciar y preparar la
sala; ¿cree que haré dinero?
—Respondo de cincuenta escudos —contestó el mesonero.
—Bien —dijo el Sr. Chay—, anúncieme para mañana, y hágame servir comida.
El Sr. Chay elaboró su programa:
«Serenata de Montano y Stéphanie.
«La caza de El Joven Henri428.
«El Châstre, nocturno con variaciones.
422
No comprendo.
423
Un gran violín, una cosa que hace así.
424
¡Un bajo cantante! ¡Un violonchelo! Hay uno en la hostelería. (en provenzal).
425
La Vestale, estrenada en París en 1807, la obra más celebrada del compositor italiano Gaspare
Spontini (1774-1851), una de las figuras más destacadas de la ópera seria francesa durante las
primeras décadas del siglo XIX.
426
El Var, río que nace en los Alpes y desemboca cerca de Niza. Antiguamente servía de frontera entre
Italia y Francia hasta la anexión por esta última del condado de Niza, en 1860
427
Oh, Febo francés, dios de la música (en provenzal). Febo o Phoebus es la forma latina del griego
Phoibos, «brillante», un apodo usado en la mitología clásica para el dios Apolo.
«Cuando se fue siempre virtuoso, etc.
«Vanamente Faraón,
«Niza, Niza mía, adiós429, dedicado a los aficionados de Niza,
por el SR. CHAY».
—¿Permanecerá una larga estancia en Niza? —preguntó por el mesonero tomando
el programa.
—¡Oh, no!; desearía marcharme inmediatamente después del concierto.
—¿Ha terminado así pues sus asuntos?
—Sí; ¿cuál es el camino más corto para regresar a Marsella?
—¡Ah!; dispone de una buena ocasión: pasado mañana, la Virgen de los Siete-
Dolores, un hermoso bricbarca, parte por la mañana para Tolón; un mero paseo.
—A fe mía, tiene razón. ¡Bien!, hágame el favor de reservarme un pasaje a bordo de
ese bricbarca. ¿Cuándo llegaremos a Tolón?
—Por la tarde, antes de que anochezca; durante esta estación, siempre sopla viento
favorable.
—¡Magnífico!; tanto mejor pues no conozco Tolón. He llegado a Hyères sin pasar
por Tolón. Iba con prisas. Perseguía un pájaro. ¡Ah!
El concierto resultó un tanto frío, pero le proporcionó doscientos francos al Sr.
Chay.
—Con esta suma —dijo—, tengo de sobra con la mitad para regresar al país.
Y repartió cien francos entre los muchachos del hotel.
Dicha munificencia del artista causó un revuelo de admiración.
Al día indicado, el bricbarca que llevaba al cazador largó velas rumbo a Tolón.
El tiempo era espléndido, como siempre sucede cuando se abandona un puerto. El
Mediterráneo encabrillado de pequeñas olas alegres y espumosas, y el titileo de sol en
cada gota de agua. Las velas a todo trapo; la proa de cobre quebrando las olas con el
suave murmullo de un monólogo italiano. El alga, la roca viva, las conchas, el alquitrán,
embalsamaban el buque, y estos perfumes avanzan a su paso.
El Sr. Chay paseaba sobre el puente, con la actitud de un hombre feliz. “¡Qué bello
espectáculo!”, se decía, y se sentía orgulloso de sí mismo, sonreía al mar, apretaba
fuertemente sus brazos en torno a su pecho, daba gracias al châstre y a su ángel
guardián.
El capitán se había sentado al pie de un mástil y comía.
—¿Magnífico tiempo, no es así, capitán?
—Viento de tierra —dijo el marino.
—¡Ah!... ¿y entonces?...
—¡Bien!, entonces...
—Sí —dijo el Sr. Chay.
Y miró hacia el horizonte y tarareó un aria.
El capitán continuó su interrumpida comida sin asomo de querer retomar la
conversación.
El Sr. Chay se acercó al timonel y dijo:
—¡Viento de tierra, eh!
El timonel no respondió. El Sr. Chay regresó con el capitán.

428
“Le jeune Henri”, estrenada en 1791 como “La jeunesse de Henri IV”, y revisada en 1797; sólo la
famosa obertura de “La Chasse” fue acogida triunfalmente, quedándose como pieza de repertorio.
429
“Ecco quel fiero istante, / Nice mia, Nice addio”, Uno de los nocturnos para tres voces del músico
austríaco Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), con textos tomados del poeta italiano Pietro
Metastasio (1698-1782).
—Esta noche —dijo frotándose las manos—, tomaremos un tazón de ponche con el
capitán, en Tolón.
El capitán sacudió la cabeza.
—¿Capitán, no es el cabo Sicié, lo que vemos allá?
—¡Maldito demonio inglés! —exclamó de repente el capitán—; ¡todavía ellos!,
¡están aquí!
Y tiró su comida al mar.
El Sr. Chay retrocedió tres pasos.
—¡Los ingleses! —exclamó—, ¡hay ingleses!, ¿dónde están?
—Cuatro, cinco, seis, siete fragatas —dijo el capitán poniéndose de pie.
—¿Y cree que nos detendrán? —preguntó el pálido artista.
—¡Oh, no!, seguramente no.
—¡Ah!
—Voy a encender mi pipa, y con mi barril de pólvora, haré saltar el bricbarca.
—Escuche, escuche —dijo el Sr. Chay con ese tono de falsa seguridad que insufla
un extremado pavor—, escuche...
—¡Está bien!, escucho, veamos... ¿Pilotin, donde está mi pipa?
—¡Bueno!, tenga en cuenta los padres de familia, yo por ejemplo, que lleva a bordo,
que proporcionan pan a una mujer y siete niños... Piense en su señora... en su esposa...
—Soy soltero...
—¡Enhorabuena! Considere...
—Considere, considere; considero, señor comediante, que no deseo acabar remando
sobre los pontones de estos pillos ingleses. ¿Me entiende?
—Perfectamente, capitán, no nos alteremos
—¡Basta!, señor comediante; déjenos maniobrar tranquilos; diríjase a la parte de
atrás y ruegue a Dios.

III
Las brumas de la mañana se habían disipado, y la flota al completo de Hudson
Lowe430 se mostraba toda al descubierto. Las fragatas y las embarcaciones formaban una
línea de crucero imposible de franquear por el velero más liego sin ser apresado.
—¡Por un châstre! —se decía a sí mismo el Sr. Chay, acodado sobre la toldilla y
con lágrimas en los ojos.
El capitán ordenaba formidables maniobras. Todo el buque estaba en movimiento.
Una embarcación inglesa progresaba a flor de agua como un caimán sobre su presa.
—¡En nombre de Dios! —exclamó el Sr. Chay, con las manos cruzadas—,
volvamos a Niza, capitán.
—¡Pardiez!, señor comediante, una sola palabra más y le hago fusilar.
En ese momento la campana sonó y desapareció.
—¿Quién ha tocado? —preguntó el capitán.
—Nadie —respondió la tripulación.
—¡Ah!, comprendo.
—¿Quién ha llamado? —preguntó el Sr. Chay al timonel, en voz baja.

430
Hudson Lowe (1769-1844), general británico que durante las guerras napoleónicas participó en
destacadas y decisivas acciones navales en el Mediterráneo; pero como de verdad es conocido es por
el dudoso honor de haber sido el férreo carcelero de Napoleón durante su confinamiento en Santa
Elena.
—Es una bala de cañón del treinta y seis que nos ha pasado sobre la cabeza —
respondió el timonel riendo.
El Sr. Chay se cubrió la cabeza con sus anchas manos, y se sentó sobre el puente.
—Aguante, señor —dijo el timonel—, he aquí otro más del treinta y seis, lo he oído
silbar. Un pie más a la izquierda, y ya nos veríamos hundidos. Y tres... cuatro... cinco...
¡torpes! En Trafalgar431, nos tragamos diez mil sobre el Plutón.
—¡Y por un châstre! —susurraba el Sr. Chay.
—¿Que dice el señor?
—Nada.
—¡Niños!, ¡niños!, ¡a sus camarotes! —se oyó rugir al capitán como al mismísimo
mistral.
Era un viejo lobo de mar que había pasado su vida con las balas de cañón; el olor de
la pólvora le hacía estremecer de alegría; su corazón se hallaba alquitranado 432 igual que
su sombrero.
El Sr. Chay se levantó tímidamente para mirar por encima de la borda; lo que vio
erizó sus cabellos. Una embarcación a cien pasos, una bocanada de humo blanco y un
relámpago.
Esta vez se oyó estallar la madera de popa.
—¡Buen disparo! —el timonel.
—¡A las armas!, ¿que hace ahí, señor pasajero? —exclamó el capitán—; ¡y su fusil
pues! Vaya a buscar su fusil. Espero que no lo hayan detenido por cazar a las gabians433.
El Sr. Chay se estremeció; se deslizó, ovillándose, hacia la escotilla, y su pie
temblaba sobre la escala del entrepuente.
Su desafortunado fusil, inclinado melancólicamente contra un ángulo de la cabina,
reavivó más aún en el espíritu del Sr. Chay todos sus aciagos recuerdos.
—¡Aquí está!
Había toda una historia tras estas dos palabras, que el cazador pronunció
sordamente.
Y como le flaqueasen sus piernas, se dejó caer de lado sobre una hamaca y
encomendó su alma a Dios.
Los artistas tienen el sistema nervioso muy agudizado; sucede siempre que tras una
violenta excitación sigue una reacción, los nervios se distienden, el marasmo se infiltra
en los huesos, el cerebro se entumece, y el sueño domina los sentidos. Fue a resultas de
esta teoría fisiológica que el Sr. Chay se durmió tras peder el conocimiento.
La hamaca mecía sus sueños, horribles y extraños a causa del vaivén. Vio ingleses
que llevan sombreros tocados de plumas de châstre; estos ingleses le decían goddam,
goddam434, y lo encarcelaban en un violonchelo. Vio balas de cañón del treinta y seis
que servían de péndulo a campanas errantes. Vio una embarcación irrumpir a toda vela
en la sala de conciertos de Niza, tanto al Faraón como a José, colgados de las palmeras
de Hyères, que le gritaban bravo en egipcio. Vio también al divino Méhul, vestido de
capitán de navío, y componiendo un cañón en tres troneras.

431
La batalla de Trafalgar tuvo lugar el 21 de octubre de 1805, frente al cabo de Trafalgar (Cádiz),
donde fuese derrotada la escuadra franco-española, dirigida por el incompetente (en palabra del propio
Napoleón) almirante francés Pierre Villeneuve (1763-1806), por la armada inglesa, al mando del
legendario Horatio Nelson (1758-1805), que hallase muerte en el transcurso de la contienda.
432
La brea líquida o alquitrán, que mezclada con pez, sebo y aceite de pescado, se usaba en caliente para
calafatear y pintar las maderas y jarcias.
433
Gabian: gavia, gaviota en provenzal.
434
Goddam: maldito, en inglés.
Estos sueños prolongaron infinitamente el sueño del cazador. Al despertar, se halló
en plena noche cerrada. Aguzó el oído, y oyó un largo y débil silbido, como si una
bandada de almas pasara atravesara sus oídos. Eso fue todo lo que oyó.
—Creo me hallo en la nada —susurró sacudido por un escalofrío.
Esta convicción tomaba a cada instante nueva fuerza. El silencio siempre absoluto,
impenetrables las tinieblas.
—¡Oh!, ya no cabe duda, me hallo en la nada —se repitió en una especie de oración
mental—; ¿y ahora, que puedo hacer para vivir en este estado?
En esta tesitura, el Sr. Chay resolvió no hacer nada en absoluto, y se felicitó por
semejante resolución.
Se hallaba desde hacía algunas horas en ese estado de inmovilidad sepulcral,
cuando oyó ruido de pasos no lejos de él.
—¿Quién anda allí? —dijo con voz fantasmal.
—¡Oh!, ¡oh! —gritó una voz—, ¡se halla acostado todavía, señor comediante!
Venga, venga, en pie. Hemos llegado, ya hemos tocado puerto.
El Sr. Chay saltó de su hamaca.
—¡Puerto! —dijo.
Y anduvo a tientas, guiado por una débil luz. Chocó contra la escala, subió, mirando
las estrellas que brillaban sobre su cabeza, y no tardó en ver frente a él las luces de una
ciudad, y en respirar esos intensos olores que desprenden los astilleros435.
—¡Sí, henos aquí en Tolón! —dijo.
Y su corazón se llenó de alegría.
—¿Sabe que nos hemos escapado de una buena? —el Sr. Chay comentó al oído al
timonel.
—La Santa Virgen ha hecho un milagro: nos ha enviado una buena tormenta justo
en el momento en que íbamos a ser abordados. ¿Qué le ha parecido nuestra maniobra?
—¡Oh!, ¡magnífica maniobra!
—Con una tormenta que nos hacía navegar a diez nudos.
—¡Hemos tenido una tormenta! —exclamó el Sr. Chay con un pavor retrospectivo.
—¡Y cómo! ¿No la ha visto?
—Sí. ¡Ah, qué tormenta!... ¡Virgen Santa!
Y se retiró aparte para recitar la Salve Regina y tomar su fusil.
A continuación, ligero por completo de equipaje, subió a uno de estos barcos que
vienen a ofrecerse a los buques cuando arriban, y en tres golpes de remos tenía bajo sus
pies el muelle sólido de un puerto.
—¡Bendito sea Dios!, heme aquí en Tolón, a diez leguas de Marsella —dijo con
contenida alegría. Ahora, un buen hostal y a acostarse.

IV
Entró en una calle ancha y trazada a cordel, donde algunas tiendas se hallaban
abiertas todavía. A la claridad del farol de un hostal, vio un águila negra pintada sobre el
letrero.
—Otra vez un águila negra —dijo—, vayamos a la primera venida.
Y entró.
—¡Muchacho, un cuarto y una buena cama! —exclamó desde el vestíbulo.

435
Tolón ha sido tradicionalmente la base naval y el astillero más importante de la Armada francesa en
el Mediterráneo.
Un chico taciturno, dormido bajo su gorro blanco y en un estado visible de
sonambulismo, lo introdujo en un cuarto, depositó una antorcha sobre la mesa y salió.
—Y he aquí —dijo el Sr. Chay—, cómo se recibe a los viajeros cuando no se cuenta
con el bagaje de un gran señor; ¡y yo no llevo ni un paquete!
Habiendo hecho esta reflexión melancólica, se desvistió voluptuosamente y se
sumergió en la cama igual que en un baño fresco.
Este sueño, ligero como el equipaje del artista, pagó el atraso de todos los
insomnios; resultó tranquilo, risueño, y adornado con sueños de marfil.
El sol y el Sr. Chay se levantaron a la vez, como dos amigos que comparten la
misma cama.
El Sr. Chay llamó; el chico subió y vio caer sobre la mesa un escudo de cinco
francos tras esta frase:
—Aquí tienes por el cuarto y para ustedes.
Y el cazador bajó lentamente la escalera, el fusil enfundado bajo el brazo.
—¡Diantre! —dijo el Sr. Chay—, sí posee hermosas calles Tolón. Si tuviera tiempo,
de buen grado iría a visitar el Arsenal 436. Pero lo esencial es partir para Marsella y llegar
allí antes de que anochezca.
Se acercó a un grupo de cocheros estacionados, con sus coches, en una gran plaza, y
les preguntó si hacían la ruta de Marsella.
Uno de estos cocheros asintió con la cabeza y mostró su coche, en el cual tres
viajeros ya sentados esperaban al cuarto.
—¿Podemos partir de inmediato? —preguntó por el Sr. Chay.
El cochero subió sobre su escaño respondiendo afirmativamente por segunda vez.
—¡Ah! —dijo el Sr. Chay alojándose en su rincón n° 4—, ¡ya he recobrado una
racha de suerte! Todo me sale bien desde ayer. Hacía ya tiempo.
Y saludó educadamente a sus tres compañeros de viaje, que permanecieron
silenciosos. El coche partió al galope.
El Sr. Chay se desesperaba por momentos ante el tedioso silencio que entristecía el
coche. Había hecho ya algunas tentativas para iniciar conversación. Decía: «Avanzamos
a buen ritmo»; o: «Hace un día magnífico»; o: «Es mejor viajar así que por mar ».
Todas estas exclamaciones caían en vacío. Se tenía que proceder más directamente.
Dirigiéndosele a su vecino, el Sr. Chay le dijo:
—¿Sabe, señor, si llegaremos temprano?
—Alle venti tre437—respondió al vecino.
—Alle venti tre!..., ¡el señor es italiano!, ¿signor italiano?
—Signor.
—¿De Niza?
—Di Firenze... Florencia.
—¡De Florencia!, diablos, se halla bien lejos de su país!... ¿Y ustedes, señor?
Disculpe, me parece haberle visto en alguna parte... ¿no es de Marsella?
—Signor, no... di Livorno.
—¡Ah!, es de Livorno. No conozco Livorno...
El cuarto viajero tomó la palabra y dijo:
—Io sono di Pisa438.
—¡Ah! —exclamó el Sr. Chay riendo—, ¡resulta algo insólito, tres italianos y un
francés!
—Hablo un poco el francés —dijo el viajero de Pisa.

436
Nombre por el que es conocido el puerto militar de Tolón.
437
A las veintitrés.
438
Yo soy de Pisa.
—¡Tanto mejor! —respondió el Sr. Chay—. Comprendo el italiano, pero no lo
hablo. Señor, si puedo serle de alguna utilidad en Marsella, puede disponer de mí.
—Es muy amable.
—Trato de ponerme en su lugar; en un país extranjero uno a menudo se topa con
problemas. ¿No conoce Marsella?
—No, Señor.
—¡Ah!, ¡la encontrará una hermosa ciudad! ¡Oh., es mucho mejor que Tolón!... ¿Va
a Marsella por asuntos de negocio?
—A Marsella, no... Voy a Florencia.
—Entiendo, ¿va a embarcarse en Marsella rumbo a Florencia?
—No, voy a Florencia.
—¿Por mar?
—Por tierra.
—¿Teme al mar?
—No.
—¿A causa de los ingleses quizás?...
—¿Ingleses?, no le comprendo bien... Le digo que voy en Florencia junto a estos
dos señores.
—¡Ah!, estos dos señores van a Florencia también. Les llevará al menos diez días
de camino...
—¡Oh, el francés siempre de broma... ¡Diez días!, esperamos llegar esta misma
noche.
—¿A Florencia?
—Pues sí.
—¿En este coche? —dijo el Sr. Chay sorprendido.
—Sí, en este coche.
—¿Pasando por Marsella?
—E che diavolo! ¡Marsiglia!
—¿Pero de dónde viene ahora?
—Livorno, como usted...
—¡Yo vengo de Livorno! —exclamó el Sr. Chay con un acento inaudito.
—¡Eh!, ¡diavolo!, ¿cómo llama a la ciudad que hemos abandonado esta mañana?
—¡Tolón! Es en Tolón donde desembarqué anoche.
El pisano y sus dos compatriotas lanzaron una enorme carcajada: El Sr. Chay los
miraba con ojos vidriosos.
—¡Un momento!, ¡un momento! —gritó el Sr. Chay—; ¡oiga, eh, eh, cochero!,
¡conductor!... ¿acaso habré tomado un coche por otro? ... ¡conductor!
El conductor detuvo los caballos, bajó del pescante, y asomó por la portezuela.
—¿Dónde me lleva? —preguntó el Sr. Chay—; dove antade?, dove caminate?,
mounte ana?
—¡Eh!, à Firenze —respondió el conductor.
—¡A Florencia!, ¿se burla de mí?, bájeme ahora, allí, en ese pueblo ... Creo que es
el Bausset... Tenga aquí cinco francos... Iré a Marsella andando.
***
—¡Me he librado de una buena! —dijo el cazador abriendo la puerta de un taberna;
¡chico, ponme cerveza y agua!
Una lozana muchacha apareció, sonrisa en boca, diciendo:
—No c’e bierra439.
439
No hay cerveza.
—¡Pero son todos italianos aquí! —se extrañó el Sr. Chay—. ¿Cómo llaman a este
pueblo? Él nomo dicho qué vilagio?
—Ponto d'Era.
—¿No es el Bausset?
—Ponto d'Era.
—Nunca oí hablar de dicho pueblo... y después de Ponto d'Era, che si trova?... ¿El
Bausset?
—Doppo Ponto d'Era, Empoli.
—E doppo Empoli, el Bausset?
—Firenze.
El S. Chay dejó caer las palmas de sus manos sobre la mesa, y su lengua se paralizó.
Necesitó un cuarto de hora para recobrar sus sentidos; un vaso de aguardiente le
devolvió algo de fuerzas; salió para inspeccionar la localidad.
Algunos soldados de un regimiento francés paseaban por la plaza del pueblo; el Sr.
Chay creyó necesario dirigirse a sus compatriotas para aclarar sus dudas, puesto que le
costaba tanto creerse tan lejos de su país, que necesitaba la demostración más clara, la
más precisa, la más evidente, para entregarse a la desesperación.
—Camaradas —les dijo a los militares—, ven a un pobre francés desorientado en su
camino; ¿cuál es el nombre de la ciudad más cercana?
—Livorno —respondió un sargento.
—¡Ah!, ¡Dios mío, lo sospechaba! ¿Y, dígame, a continuación, cuál es la siguiente
ciudad que se encuentra al final de este camino?
—Florencia.
Este nombre frenó en seco las preguntas de los labios del artista. El militar esperó
un instante. Después, viendo que ya no se le preguntaba:
—¿Eso es todo lo que desea? —dijo.
—Sí, sargento.
La estatua de sal, sobre el gran camino de Sodoma440, no se quedó más inmóvil que
el Sr. Chay sobre el gran camino toscano.
En el destelló que brotó largo tiempo después en ojos del artista, se hubiese
adivinado que acababa de tomarse una firme determinación y sería cumplida.
—¡Sí, sí —se decía el Sr. Chay dirigiéndose a la salida del pueblo—, sí, ha de
acabarse con la vida! ¡Châstre infernal!

V
Y cuando estuvo en los campos, sobre la carretera de Florencia, sacó su fusil de una
funda de sarga gris, cargo un cartucho de bala en el cañón, y, pidiendo perdón a Dios
por el crimen que iba a cometer, apoyó su frente sobre el orificio del fusil. Su acto de
contrición pronunciado en latín terminó con esta exclamación: ¡y por un «châstre»!
Buscaba el gatillo con la punta de un dedo del pie, cuando el ruido de pasos sobre la
calzada suspendió la ejecución. Dos jóvenes pasaban, y uno de ellos, observando el Sr.
Chay de pie, fusil en mano, sobre las orillas floreadas del Era, se acercó a él, y le dijo
con acento francés:
—Dove sono el rovine del tempio etrusco?441

440
El Génesis narra como Dios condenó a las ciudades de Sodoma y Gomorra a sucumbir bajo fuego de
azufre, pero antes previó a Lot y su familia para que huyesen, con la promesa de no volver la vista
atrás; la esposa de Lot no pude vencer a la tentación y, como castigo, fue convertida en estatua de sal.
441
¿Donde están las ruinas del templo etrusco?
El Sr. Chay le respondió bruscamente en provenzal:
—Ana vo demanda aï pastre d'aqui (vaya a preguntárselo a los pastores de allá).
El joven viajero tradujo orgullosamente así la respuesta a su compañero.
—Adelante, a mano derecha, a tres pasos de aquí.
Y escribió sobre su álbum esta observación juiciosa:
El campesino de la Toscana es un apasionado de la caza; habla un
italiano áspero y gutural, y afecta cierta brusquedad hacia los
extranjeros, ya sea porque el dominio del francés le es oneroso, ya sea
que su carácter agreste se halle despojado de esta urbanidad toscana tan
afamada en el universo.
Mientras el joven francés escribía estas líneas, el Sr. Chay percibía un ligero batir
de alas entre las cañas y las plantas acuáticas de la orilla. Un instante después, apuntaba
hacia una polla de agua y hacía fuego. El pájaro cayó sobre una corriente lateral del
pequeño río; el cazador saltó sobre las cañas de junco y capturó su presa flotante.
—¡En la cabeza!, ¡en la cabeza! —gritaba.
Y su frente irradiaba orgullo. Mientras cargaba de nuevo su fusil, se planteó tan
reveladora reflexión:
—En esta región —se dijo—, nidifican pollas de agua; ¡adelante, mi muchacho!
Y viósele alargar sus pasos por las bellas alamedas al borde del camino, donde los
olmos se casan con las viñas según el procedimiento virgiliano442.
Pronto entró en aquel risueño valle tan caro a los ensueños de Alfieri 443, el valle del
Arno, agreste y voluptuoso en sus contornos de colinas, tan alegre con sus villas de
persianas verdes, tan fresco con su río de ondas azules y lascivas. Nuestro cazador,
llevado por naturaleza a la contemplación, cayó en un dulce éxtasis; abrazó el valle en la
persona del primer árbol que encontró, ruborizado de su suicidio abortado.
Y abandonándose a la contemplación del hermoso paisaje con ese aturdimiento de
artista que pasa de la desesperación a la alegría; tarareaba arias de ópera de la época,
disparaba su fusil cada cuarto de hora, con igual placer tanto si acertaba como si
malograba el pájaro, dichoso al fin de hallarse en un mundo nuevo, y bendiciendo al
châstre por haberle concedido esta dulce felicidad.
En noche cerrada, llegaba a Florencia y entraba en el hotel del Águila negra,
Borg'ogni santi. Llamó al cameriere, y generosamente le entregó quince piezas de caza
abatidas en el valle de Arno.
Este mozo del Águila negra era un antiguo soldado francés puesto fuera de
combate.
—¿Parece —le dijo al Sr. Chay—, que es un hábil cazador?
—Me jacto de ello —respondió el artista.
—¡Bueno!, se encuentra en un país bueno para la caza; si no teme el cansancio,
como creo, debería realizar algunos excursiones por las montañas, allá, al lado de
Poggibonssi444 y de Siena: caza uno allí cuanto desea.
—¡Ah! —exclamó el Sr. Chay.
—Sí, señor —continuó el mesonero—; hay codornices, tordos, rascones, perdices.
—¡Diantre!, buen país.
442
La costumbre de sembrar vides junto a los olmos aparece referida ya en los tratados de agricultura de
Varrón y Plinio, así como en las “Bucólicas” del poeta latino Virgilio (70-19 a.C.): “cuando haya
tomado vuelo la viña y abrace los olmos con sus vigorosas ramas...”
443
Vittorio Alfieri (1749-1803), dramaturgo italiano prerromántico, más en el contenido de su obra, que
en el estilo, aún anclado en el clasicismo.
444
Proverbial es la imprecisión toponímica de Méry, así que han sido corregidas las localidades de
Poggi-Bonzi, Torrinieri, Radicoffani, Ponte-Centino, Baccano, y los lagos Vicoli y Baccano.
—Yo he cazado allí incluso châstres.
—¡Ha cazado allí châstres!
—Cien veces.
—Mañana por la mañana parto para... ¿Cómo habéis dicho?
—Poggibonssi.
—¿Sí, me escribirá este nombre en un papel y vendrá ponerme de camino, no es?
—Gustosamente.
Al amanecer, el Sr. Chay, en pie y armado, pidió la cuenta a pagar; el cameriere le
respondió, en nombre del mesonero, que no se debía nada, y que se le agradecía mucho
su regalo.
—¡Vaya! —dijo el Sr. Chay en un aparte—, puedo viajar así de un extremo al otro
del mundo, siempre y cuando encuentre que darles a los mesoneros. ¡Bien pensado!,
¡continuemos!
Y emprendió camino a Poggibonssi y los Apeninos.
Ya atardecido, en Siena y cargado de caza, se paró en medio de la gran calle que
atraviesa la ciudad, en el hostal del Águila negra. El artista le ofreció todavía
liberalmente su trofeo de caza al cameriere, que en contrapartida le sirvió una excelente
cena, lo alojó en un magnífico cuarto adornado con la imagen de santa Catalina de
Siena, y lo condujo al día siguiente hasta la carretera de Torrenieri.
Este económico método de viaje centuplicó el ardor del artista. Surcó con un lento
reguero de sangre las llanuras tristes de Torrenieri, los valles pantanosos de Riccorci, las
cresterías volcánicas de Radicofani, las orillas torrenciales del Paglia, los antiguos
terrenos de Porsenna445 frente a Ponte de Centina, los brezos de Aqua-Pendente, los
arenales del lago de Bolsena, los viñedos de Monte-Fiascone, el inmenso desierto que
conduce a Viterbo, el criminal bosque que parte de Viterbo, que asciende hasta las
nubes y desciende hasta el lago de Vicolo; los pinares de Ronciglione, la pradera que
circunda el Bracciano y las landas monótonas de La Storta. En cinco días, había
recorrido sin tropiezos la cadena de los Apeninos.
Una noche, a eso de las nueve, entró en una ciudad desconocida y sin farolas.
Fatigado, nuestro infatigable cazador, en la esquina de una plaza, divisó un café, y entró
en él para descansar un rato. Se hablaba francés junto a él, en un corrillo de
parroquianos que bebían vasos de agua.
—Disculpe —dijo el Sr. Chay al más afable de los tertulianos—, ¿tendría la bondad
de decirme el nombre de esta ciudad?
—¿Qué ciudad? —dijo el tertuliano.
—Aquella donde he llegado, ésta.
—¿Es una broma, señor?
—No, en serio, de veras.
—¡De acuerdo!: en Roma.
—¡Virgen Santa!, ¡en Roma! Indíqueme un hostal cerca de aquí.
—Atraviese el monte Citorio, cruce la plaza de Sant’Angelo y el hostal de la
Torretta será de su agrado.
—Mil gracias, señor.

VI

445
Porsenna, rey etrusco de Clusium (actual Chiusi), quien, atendiendo a los ruegos del derrocado
Tarquino el soberbio, último rey romano, asedió Roma; si bien las distintas fuentes discuten sobre si
llegó a conquistarla, lo cierto es que no llegó a restaurar la monarquía.
El Sr. Chay se instaló en un pequeño cuarto de la Torretta, se hizo servir un brodo
salpicado de queso parmesano que no era de Parma y durmió ese sueño que la leyenda
atribuye a los Siete Durmientes446, patrones del sueño.
Mientras dormía, cierta agitación tenía lugar en el barrio Trastevere 447. La policía
francesa temía un movimiento popular semejante al que había estallado, algunos años
antes, contra nuestras autoridades republicanas en Roma. Grupos de conspiradores
habían sido vistos, en las altas hierbas del Arco de Jano448, afilando sus puñales sobre
una piedra del templo de Vesta. El Capitolio 449 amenazaba al Vaticano desde lo alto de
su torre, y el Vaticano amenazaba al cónsul de Napoleón.
Ignorante de cuanto acontecía en la ciudad y siempre en pie al alba, el Sr. Chay
tomó su fusil, y preguntó por el camino de la campiña al cameriere de la Torretta. Se le
respondió con un cuádruple gesto que designaba los cuatro puntos cardinales.
Nuestro cazador entró en la calle de los Coronari, atravesó el puente Sant’Angelo,
el fusil bajo el brazo, y se detuvo, con aire inquieto, delante de la ciudadela que fuese
tumba de Adriano450, y que era custodiada en ese momento por un batallón del 117º
ligero.
Aunque no estuviera todavía en la campiña, el Sr. Chay avanzaba con los oídos bien
abiertos, como si hubiera esperado encontrar caza en la misma ciudad.
En una mata de saxífragas, de alcaparros y de margaritas que colgaban de la cornisa
del sepulcro imperial, el Sr. Chay vio o creyó ver los felices jugueteos de dos châstres
atolondrados y provocadores. En el momento en que inclinaba su mejilla derecha sobre
su muñeca derecha, extendiendo el índice, para parodiar la posición del arma, un
comisario de policía, llamado Gobet451, lo agarró por el cuello de su traje, y le dijo:
—¡Le detengo en nombre del Emperador!
—Sias fouèl? 452 —exclamó el Sr. Chay en provenzal.
Gobet desarmó el cazador, y lo condujo brutalmente al cuerpo de guardia del
emperador Adriano.
Fue el asunto de un instante. En su sobrecogimiento, el Sr. Chay olvidó el poco
francés que, como todo buen marsellés de su época, no sabía.
Un comisario de policía italiano le sometió a un primer interrogatorio:
—Tuo passaporto, birbante?453

446
En tiempos del emperador Decio (249-251), siete jóvenes de Éfeso se ocultaron en una gruta para no
abjurar de su fe cristiana; sorprendidos mientras dormían, sus perseguidores cegaron la gruta,
condenándolos a una muerte segura, pero un siglo después, reinando Teodosio (379-395), al abrirse la
gruta, los siete jóvenes despertaban del largo sueño en que habían permanecido todo este tiempo.
447
El Transtiberino, barrio de clase humilde y de calles angostas, situado al sudoeste de la ciudad, y que,
como indica su nombre, se halla al otro lado del Tíber, en su orilla derecha.
448
El cuádruple Arco de Jano, también llamado Ianus Quirinus, erigido como punto de encuentro para
mercaderes (no confundir con el desaparecido Templo Ianus Quirinus, cuyas puertas permanecían
siempre abiertas en tiempos de guerra). Durante el Medievo se añadió sobre su ático una fortaleza
(quizá con restos de Templo de Vesta), demolida en 1827 para devolverle su aspecto original. Se
conservan grabados de época que muestran su estado de abandono y la profusión de plantas invasoras.
449
Sobre la colina del Capitolio albergaba los principales edificios legislativos romanos, y
posteriormente albergaría el Palazzo dei Senatori y el Palazzo dei Conservatori, cámaras de
representación popular.
450
El Mausoleo de Adriano (actual Castel Sant' Angel), a orilla del Tíber, frente al Pons Aelius (actual
Ponte Sant'Angelo). Erigido como panteón familiar del emperador Adriano (76-138), pronto pasó a
convertirse en fortaleza, integrándose a la Muralla Aureliana en el 403.
451
En cetrería, “chasser au gobet” significa caza con azor o gavilán.
452
¿Está loco?
453
¿Tu pasaporte, bandido?
—Ah!, siès un arleri darnagas! —respondió el Sr. Chay en provenzal—: Veni de la
Bastido: perezoso gès dè papiè454.
—Forestiere senza passaporto!; e un capo di vendó455.
—Ti diou, tonto, què siou un cassaïre, què mi trufi dè tú456.
—Sei un Catilina457! Ti conosco, fue prigione, súbitamente!
—Marrias dè bachin! Sè mi toquès maï, ti garci un basseou, què ti fara veirè touti
lei lumèa!458
El Sr. Chay elevó su mano por encima de la cabeza para poner en práctica esta
amenaza.
Cuatro soldados lo agarraron y lo arrojaron al fondo de un calabozo, donde fueran
depositadas, el 15 de julio de 138, las urnas lacrimatorias que contenían las lágrimas
vertidas por los romanos al conocer la muerte de Adriano.
Ingresando en prisión, el Sr. Chay sostuvo enérgicamente, siempre en provenzal,
sus derechos de ciudadano francés; pero el jefe del puesto, subteniente del 117 ligero, y
nativo del Calvados459, juró por su honor que tal bandido hablaba una lengua bárbara
desconocida en el Imperio francés.
El tribunal permanente de Borgo-Nuovo460, constituido para hacer fusilar a los
conspiradores a las veinticuatro horas, mandó llamar al Sr. Chay: se le amenazó con
torturarle si no daba el nombre de sus cómplices y si no hablaba una lengua humana,
comprendida por los jueces o los intérpretes declarados.
El Sr. Chay alargó su puño hacia los magistrados, exclamando:
—Maï lou boun Diou mi tirara pa deï patos d'aquéli brégan?461
Con sumo gusto hubiera sido fusilado el Sr. Chay detrás del Circo de Nerón 462; pero
la esperanza de descubrir cómplices no permitió precipitar sentencia, y revistió la
solemnidad de una sesión regular. En virtud de su poder discrecional, el presidente hizo
pues intervenir en la causa el sabio Mezzofanti463, que conocía todas las lenguas del
universo, y era la personificación misma de la Torre de Babel.
El lingüista universal interrogó el Sr. Chay en cincuenta y dos lenguas y cuarenta y
siete dialectos; pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Entonces, girándose hacia los
jueces, les dijo, en un tono de profunda melancolía:
—Este hombre es incomprensible para mí.
—¡Se trata de la artimaña de un taimado conspirador! —exclamó el gran preboste
imperial—; la desbarataremos.
—Sè n'en trouvas dè plu bestiari, va vaou dirè a Roumo464.

454
¡Eres un estúpido alcaudón!... Vengo del campo: no dispongo de papeles. (El alcaudón, pequeña
rapaz que tiene por costumbre insertar sus presas en espinas a modo de despensa).
455
¡Un extranjero sin pasaporte! Es el jefe de una banda.
456
Te digo, estúpido, que soy cazador, que me burlo de ti.
457
¡Eres un Catilina! ¡Te conozco, a prisión, inmediatamente! Lucio Sergio Catilina (108-62 a.C.),
político romano, que ha pasado a la historia como ejemplo de conspirador al encabezar la llamada
Conjuración de Catilina (64 a.C.), revuelta populista severamente sofocada por el Senado, viendo
término en la batalla de Pistoria, donde Catilina murió valerosamente. Famosss son las “Catilinarias”
de Marco Tulio Cicerón (106 -43 a.C.) denunciando la conjura
458
¡Miserable golfo! ¡Si me tocas de nuevo, te doy un puñetazo que te hará ver todas las estrellas!
459
Departamento francés de la Baja Normandía, bien alejado de la Provenza.
460
Barrio romano situado entre el Castillo de Sant’Angello y el Vaticano.
461
¿Pero el buen Dios no me librará de las garras de estos bandoleros?
462
El Circo de Nerón se hallaba situado en la colina del Vaticano (por aquel entonces a las afueras de la
ciudad), prácticamente donde se levanta la catedral de San Pedro.
463
Giuseppe Caspar Mezzofanti (1774-1849), cardenal y lingüista, renombrado políglota del que, se
dice, era capaz de hablar correctamente 60 lenguas.
464
Si no encuentra uno más tonto, lo iré a llamar en Roma.
El sabio Mezzofanti, que no había quitado ojo al desgraciado artista, pidió permiso
al tribunal para aportar una observación sobre un detalle que le había llamado la
atención:
—Ilustrísimos señores, —dijo—, este conspirador, sin patria y sin lengua, lleva
sobre su ojal una pluma de aquel pájaro augural, que Plinio 465 llama el pájaro de los
campos, castrorum avis, en francés châstre. Este descubrimiento quizás sea de gran
utilidad a ojos de la justicia.
El gran preboste, revestido con funciones de procurador imperial, acogió la idea del
sabio romano con sonrisa de triunfador.
La pluma augural se volvía una nueva prueba irrefutable.
La palabra le fue dada al acusador público.
Este magistrado se levantó, y, arrojando sobre el Sr. Chay una soberbia mirada de
indignación, comenzó el siguiente exordio:
«¡Hasta cuando abusaréis de nuestra paciencia, oh conspiradores! 466 ¡Acaso los
centinelas del 117º ligero que vigilan el Compidoglio467 y la ciudad no os harán desistir
de vuestros indignos propósitos»!
Pasando a continuación a exponer su acusación, dijo en toro severo:
«Este conspirador pertenece a ese ejército de malvados que ha establecido su campo
en las gargantas de Etruria, in faucibus Etruariæ468; su signo de adhesión es una pluma
de châstre, el pájaro augural de Cayo Duilio469; y, en eso, los conjurados de hoy imitan a
los conjurados de Catilina, que adoraba un águila de plata, aquilam argenteam470, y
llevaba en su ojal una pluma de este pájaro.
«Aquí, mis ilustrísimos señores —añadió al acusador a su discurso—, aquí el
crimen es evidente, palpable, claro como la luz del día. El acusado ha sido detenido en
flagrante delito. Andaba, arma en mano, al frente de una banda clandestina, para asaltar
la ciudadela y degollar a los soldados del 117º ligero.
«Fit via vi, rumpunt aditus, primosque trucidant»471.
«¡Oh!, tantos crímenes merecen al fin un terrible castigo, y llamamos sobre la
cabeza del culpable, como dijo Cicerón, a los rayos de Júpiter Stator 472 y la cólera de los
dioses infernales».
Después de semejante acusación y en ausencia de todo abogado que litigara la causa
del desgraciado cazador provenzal, el tribunal se retiró de la cámara del consejo.

465
Plinio el Viejo (23-79), escritor y naturalista, del cual sólo nos ha llegado una “Historia Natural” en
37 libros, dedicando el X a los pájaros.
466
Parafraseando el primer discurso de las “Catilinarias”, de Cicerón: “Quousque tandem, Catilina,
abutere patientia nostra?” (¿Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia, Catilina?).
467
La colina Capitolina o Capitolio.
468
“Castra sunt in Italia contra populum Romanum in Etruriae faucibus conlocata”, del primer discurso
de las “Catilinarias” de Cicerón.
469
Cayo Duilio, cónsul romano que, durante la I Guerra Púnica, consiguió la primera victoria naval
romana contra Cartago, en la batalla de Milas (260 a.C.), gracias al empleo del “ corvus”, “garfio”
que, al extremo de una pasarela levadiza, inmovilizaba las naves enemigas permitiendo su abordaje;
“corvus”, asimismo significa en latín “cuervo”, lo que origina la cómica confusión del abogado.
470
“Quo etiam aquilam illam argenteam” (“Cuando sé que has enviado el águila de plata”),
”Catilinarias”, IX, 24. Las águilas eran las enseñas de las legiones y, como señala Cayo Salustio (86-
34 a.C.) en “De Catilinae coniuratione”, se creía que dicha águila era “...quam bello Cimbrico C.
Marius in exercitu” (“...la que portó C. Mario contra los cimbrios”).
471
“La fuerza se abre camino, rompe toda entrada y acaba con todo aquel que le haga frente” , del II
libro de la “Eneida”, de Virgilio, refiriéndose a Aquiles.
472
El Templo de Júpiter Stator (protector de la ciudad) fue escogido deliberadamente por Cicerón para
convocar al Senado, el 8 de noviembre de 63 a.C., y pronunciar su famoso discurso contra Catilina.
La deliberación no se hizo larga. Después de algunos minutos, el tribunal reanudó la
sesión. El Sr. Chay era condenado a muerte por unanimidad.
Fue llevado al calabozo de Adriano; el desafortunado cazador se hallaba en un
estado físico y moral digno de piedad.

VII
Estas cosas sucedían en Roma bajo el consulado de Sr. de Norvins, célebre
historiador de Napoleón. Cuando la sentencia de muerte le fue comunicada, el Sr. de
Norvins quiso, antes de la ejecución, someter al condenado a un último interrogatorio.
El Sr. Chay fue conducido pues ante el prefecto imperial.
El Sr. de Norvins escribe en un excelente francés e italiano, sino que además
comprende también los diversos idiomas de nuestras provincias meridionales. Entendió
perfectamente lo que le decía el desgraciado artista. La buena fe, el candor, la inocencia
del cazador provenzal, estallaron pronto en este nuevo tribunal.
Lo hubo aplazado e instrucción nueva, basada en el itinerario de caza que
proporcionó el viajero; y, al final de estas longitudes necesarias, sucedió la inevitable
absolución.
El Sr. de Norvins, que ante la odisea del artista marsellés persiguiendo al pájaro
augural primero había hecho sonreír primero y después soñar, se interesó vivamente por
el Sr. Chay y le procuró un buen cargo en la administración.
El artista cazador permaneció tranquilamente en Roma hasta 1814.
Tras la paz, regresó a retomar su poste en Marsella; y desde entonces, campesino
sedentario, soltero cada vez más feliz, deja pasar su vida entre el violoncelo y el fusil a
dos tiempos.
Un amor de seminario
Un amour de séminaire,
«Contes et nouvelles»

Conocí en el seminario de Issy473 a un joven seminarista a quien solo nombraré por


su apodo, Adrien; su familia es de Compiègne474; en la actualidad, reside en París, vive
con holgura y goza de buena reputación entre el vecindario, lo único que pueden
ambicionar los burgueses.
Adrien fue irresistiblemente impulsado por su vocación hacia el estado eclesiástico;
dejó el colegio Enrique IV475, y, sin dignarse atravesar París, corrió a encerrarse en este
tranquilo y frío seminario, que se divisa entre bosquetes de árboles, después del pueblo
de Vaugirard476.
Nada le sonreía en este mundo, a la edad en que la misma desgracia se ríe; pleno de
de alma y de fe, confundió la naturaleza de sus sensaciones apasionadas; se consideró
destinado para esos éxtasis místicos en que el sacerdote se funde de amor al pie del
altar, donde su corazón es una fiesta continua; se decía, el pobre niño: Quiero ser Pablo
o Jerónimo477, sin pasar como ellos entre el mundo y la impiedad.
Lo acompañé a menudo en sus paseos por las alamedas del parque de Issy; nos
adelantábamos hacia el parapeto que domina los prados del Sena: París bramaba a
nuestra derecha, como una ciudad tomada al asalto; el río huía, llevándose su tesoro de
cadáveres y de inmundicia; ante nosotros Chaillot ascendía hacia Passy 478, en la nube
industrial de la bomba a vapor479. Todo se hallaba triste.
Adrien me decía: «Este París que vemos es la imagen del mundo; el mundo nos
esconde sus heridas, sus dolores, sus angustias, para mostrarnos lo que hay sereno y
amable. Así, esta gran ciudad nos oculta sus casas, sus palacios, sus calles; vemos de
ella sólo sus campanarios y sus santas cúpulas; déjese atrapar por este artificio de la
ciudad criminal; entre, encontrará bajo sus pies tantas zancadillas y fango, que no tendrá
más ocasión de mirar allá arriba, y pensar en Dios.»
Llevaba en el corazón muchos pensamientos como este, y se los decía a sus amigos,
en las horas de esparcimiento, la tarde después de vísperas, delante de la melancólica
capilla del parque, cuando el vapor del último grano de incienso pasaba con la brisa bajo
los árboles, y el “Pange lingua”480 todavía vibraba en nuestros oídos; melodía

473
El Séminaire de Saint-Sulpice, en Issy (rebautizada Issy-les-Moulineaux en 1893), a orillas del Sena,
6 km al suroeste de París, hoy suburbio de la capital. En su época servía de lugar de vacaciones y
reposo para los miembros de la orden de los sulpicianos.
474
Ciudad francesa situada a 65 km de París, en la confluencia de los ríos Oise y Aisne.
475
Actual Lycée Henri IV, uno de los más prestigiosos de Francia, fundado en 1796, según el devenir
político adquirió distintos nombres, sustentando el de College Henri IV entre 1815-48.
476
Antigua villa cercana a París, anexada en 1860. El antiguo camino a la villa (antaño calzada romana,
hoy Rue de Vaugirard, la calle más larga de París) partía directamente desde la colina de Santa
Genoveva o del Panteón, por lo que el joven Adrien no requeriría cruzar París rumbo Issy.
477
San Pablo y San Jerónimo llevaron cierta vida disoluta antes de encauzar su camino a la santidad.
478
Chaillot, villa sobre la colina del mismo nombre, a orilla del Sena, situándose más al norte la villa de
Passy, en 1860 anexadas ambas a la capital dentro del distrito XVI.
479
Para abastecer París, en 1783 se instaló a orillas del Sena una bomba hidráulica a vapor que elevaba
el agua a un depósito sobre la colina de Chaillot, salvando un desnivel de 330 m.
480
Himno eucarístico escrito por Santo Tomás de Aquino (1225-74) para la festividad de Corpus Christi.
encantadora y casta que nos convertía en hombres viejos, devolvía nuestros pasos
ligeros sobre la tierra, y nos aconsejaba buenas acciones.
Un día, el superior llamó al joven Adrien, y le dijo:
—Implorad las luces del Espíritu Santo; será subdiácono en la próxima ordenación,
dentro de un mes.
Adrien se estremeció de alegría. Iba a romper el último lazo que lo ataba al mundo,
y pronunciar votos temibles, que ya no puede romperse sin pactar con el infierno.
Volvió su mirada hacia París, y le dijo: «¡De hoy en ocho días nada habrá en común
entre nosotros, oh Babilonia! ¡Estoy dispuesto para los votos!»
El jueves siguiente, el día de paseo, los jóvenes seminaristas caminaron hasta
Versalles; Adrien se había alejado de sus condiscípulos y meditaba sólo sobre el césped
que conduce a Trianon481. Su alma se hallaba tranquila, totalmente alejada del mundo,
pura como el alma de un serafín; pero, ¡por desgracia!, sentía en el fondo de este
sosiego religioso burbujear, a ratos, una quemazón indefinible que no parecía dirigirse a
Dios. El día era hermoso, el aire tibio, el macizo perfumado; Trianon y Versalles se
intercambiaban sus espléndidos recuerdos, y hablaban de sus nobles historias nunca
apagadas. Seguramente la imaginación mística de Adrien distaba mucho de todos los
pensamientos profanos aún ligados al castillo de Luis XIV: de pronto, el joven
seminarista oyó repentinamente como una voz tentadora murmuraba a su oído los
nombres de Fontanges y de la Vallière 482. Cerró los ojos, y se paró para recogerse en
Dios; salmodió lentamente la oración de tarde, “Procul recedant somnia”483; tomó luego
su rosario, y lo desgranó con un dedo convulsivo, pronunciando las palabras de San
Bernardo: «El servidor de María nunca perecerá.»484
Por primera vez en su vida, no pudo dar a un pensamiento carnal distracción
piadosa; al abrir de nuevo los ojos para seguir su camino, su primera mirada halló la
columnata de Trianon, voluptuoso en sus bosques como un templo de Gnido o de
Amato485; puso las manos sobre sus labios para prohibirles respirar este aire de suave
languidez que se infiltraba en su pecho como un veneno incendiario; luego abrió su
libro de oficios, para fortificarse, con las palabras del Salmista 486, contra la tormenta de
su corazón. ¡Que no habría dado por ser transportado de pronto, por un ángel, a su celda
del seminario, totalmente empapelada con versículos escogidos del Eclesiastés,
totalmente perfumada del amor de Dios! ¡Asilo casto, colocado bajo la protección de
santo Louis de Gonzaga487, patrón de la pureza! Pero sobre el césped de Trianon, suave
a los pies como el terciopelo de la habitación de una reina, bajo estos bellos árboles que
todavía parecían suspirar los himnos de fiesta del gran rey, en este lánguido parque
estrepitoso de pájaros y de fuentes, nada prestaba apoyo salvador al pobre clérigo; sobre
las páginas benditas de su breviario, él veía cartas mágicas y nombres de mujeres;
contra su voluntad, pronunciaba estos nombres, y estos nombres parecían fundirse en su
boca en rocío amargo. Los árboles de Versalles, con sus claras armonías, la saltos de los
surtidores sobre el sonoro cristal de los estanques, los lascivos gorgoritos de los
481
Palacete al noroeste del parque de Versalles, levantado sobre los terrenos de la villa del mismo
nombre, lugar de retiro para los monarcas.
482
Angélique de Fontanges (1661-1681) y Louise de La Vallière (1644-1710), ambas amantes de Luis
XIV.
483
El célebre himno “Te lucis” cantado en Completas: “Procul recedant somnia et noctium
phantasmata!” (¡Libradme de los malos sueños y de los fantasmas de la noche!).
484
“Servus Mariae nunquam peribit.”
485
Las ciudades griegas de Gnido, en la antigua región de Caria (actual Turquía), y Amato, al sureste de
Chipre, donde existieron dos famosos templos dedicados a Afrodita.
486
Conócese así al rey David, al que tradicionalmente se le atribuyen la mayoría de los Salmos.
487
San Luis Gonzaga (1568-1591), jesuita italiano canonizado en 1726 y declarado patrono de la
juventud por una vida ejemplar de abstinencia no exenta de penitencias para permanecer casto.
ruiseñores, inundaban los bosquetes de sílabas brillantes; todas estas voces mezcladas
parecían nombrar Fontanges, Montbazon488, Vallière, Maintenon, Montespan489; y en los
claros del parque, las estatuas, veladas de sombras flotantes, o coloreadas de rayos,
aparecían a lo lejos con formas que respondían a estos gracioso nombres de mujeres; se
habría creído ver, sobre pedestales, a estas amantes reales, de pronto divinizadas,
recibiendo sobre sus altares el incienso y las flores en el mismo lugar donde tanto
habían vivido, tanto gemido, tanto amadas.
—¡Oh, cuán mala es la soledad para quien no está con Dios! —dijo Adrien
temblando de miedo—. Bien razón tiene la Sabiduría: no debe temerse la
muchedumbre; nada se ve en la muchedumbre; pero aquí, en este desierto, todo se
puebla de imágenes impuras. ¡Oh, Dios mío!, tú que tantas veces me salvaste de los
fantasmas carnales de las noches, sálvame del demonio de mediodía. ¡A demone
meridiano!490
Iba al encuentro de sus amigos, oía sus alegres voces, cuando dos damas se le
aparecieron repentinamente, como si hubieran surgido del fondo de la tierra.
La de mayor, la madre sin duda, le dijo:
—Su compañía no anda lejos de aquí, señor cléerigo; siga usted esta alameda, y la
encontrará en el gran estanque.
Adrien quedó desconcertado.
—Señora... —contestó.
Y él se detuvo bruscamente sin poder continuar.
La dama debió atribuir la confusión a la timidez del eclesiástico; ella añadió:
—Creí que usted buscaba a sus amigos, señor clérigo, parecía indeciso en su paso.
Le pido perdón si interrumpí sus meditaciones piadosas.
Adrien hizo un esfuerzo para encontrar algo que se asemejara a una respuesta.
—No, señora.... Les agradezco mucho... En efecto, buscaba a los seminaristas... no
conozco bien este parque, y...
—Usted es sulpiciano, sin duda —dijo la dama.
—Sí, señora, sulpiciano; vinimos a pasear por Versalles.
—El paseo es un poco largo —dijo la otra dama con una sonrisa celeste.
Adrien cerró los ojos, hizo una profunda reverencia, y se fue sin poder siquiera
balbucear los formulismos al uso.
Semejante turbación que lo había sobrecogido era bien natural en el corazón del
pobre clérigo: jamás había visto, bajo un graciosos sombrero de paja, brillar e irradiar el
rostro así de bello de una joven; era la deslumbrante encarnación de la gozosa y
opulenta salud, la expresión ideal de la virgen de sangre noble, la virgen rubia, rosa,
aterciopelada y suave, creada para Trianon y Versalles, como Fontanges o Montespan.
Adrien corría sin rumbo sobre el césped, como trastornado por una tempestad interior;
la imagen divina todavía persistía tras sus ojos, su voz melodiosa en su oído; abrió su
breviario y lo cerró; tomó su rosario y lo abandonó sobre el césped; separó de su libro el
retrato de Santa Catalina de Siena491, que le servía de referencia; besó este retrato con
488
Marie de Rohan-Montbazon, Duquesa de Chevreuse (1600-1679), noble francesa conocida por su
implicación en numerosas tramas palaciegas.
489
Athénaïs de Mortemart, marquesa de Montespan (1640-1707), una de las favoritas más famosas de
Luis XIV, remplazada en el lecho real por la institutriz de sus hijos, Madame de Maintenon (1635-
1719), quien llegaría a ser segunda esposa de Luis XIV, en matrimonio morganático y secreto.
490
En italiano en el original. En la “Vulgata” de San Jerónimo, el Salmo XC insta a combatir “ab
incursione daemonio meridiano” (los asaltos del demonio meridiano), entendido como el pecado de la
acedia (apatía y desasosiego que tienta al clérigo a abandonar su vocación), aunque aquí parece
reducirse a la tentación lasciva en horas de vigilia.
491
Catalina de Siena (1347-1380), santa romana, conocida por sus prácticas mortificantes, así como por
los estigmas que padecía tras sus visiones divinas.
labios y, bajo la obsesión carnal que lo devoraba, estos besos devotos que daba a la
imagen de la santa se transformaron en besos profanos, devoró el retrato. Asustado de
su ilusión, e inseguro como después de una crisis de amor, se apoyó en un árbol, lanzó
al cielo una mirada de desamparo y le devolvió el grito del Calvario: ¿Elie, Elie, por
qué me has abandonado?492 Y así como su ojo descendiera del cielo a la tierra, percibió,
al extremo de la alameda, el vestido blanco de la joven, su sombrilla apoyada sobre sus
livianos hombros, su mano izquierda sujetando un ramo de flores; Adrien lo siguió unos
minutos con mirada agonizante; había desaparecido detrás de los cuadros de césped; la
perdía y la reencontraba según caprichos de las alamedas; finalmente el macizo del
bosquete se cerró sobre ella, impidiendo que entre los claros luciese ya más un solo
pliegue del vestido blanco ante los ojos del pobre Adrien.
Los seminaristas alcanzaron a Adrien; uno de sus íntimos amigos lo halló sentado
bajo un árbol, los ojos fijos y vueltos hacia el bosquete donde la visión se había
desvanecido.
—Te buscamos, Adrien —le dijo—, desde hace dos horas, sostengo tesis contra
estos señores; jugamos a la Sorbona493; nos faltaste, tú que eres el gran casuista de la
casa. Sabrás que se me trató de hereje; hablábamos sobre la gracia; sostuve, yo, que el
hombre pecaba sólo por insuficiencia de la gracia; creo que, si la gracia fuese suficiente,
el hombre jamás pecaría. ¿Soy un hereje, Adrien?
Los seminaristas rodearon a Adrien; se hallaba pálido como un cadáver.
—Señores —les dijo—, si me lo permiten, hablaremos sobre esto otro día; no me
encuentro bien.
No necesitó añadir otra excusa para dispensarse de defender tesis sobre la gracia
suficiente: su estado de debilidad era visible; se le prodigaron esos cuidados afectuosos
y fraternales que se encuentran en la vida del seminario. Pero, esta vez, se ruborizaba
ante estos cuidados, porque la causa secreta que los había hecho necesarios era una
causa criminal; se vio forzado a mentir a Dios y a sus hermanos; él les dijo que una
súbita ráfaga de calor bajo el frescor de los árboles le había fatigado, que un poco de
descanso y la oración le devolverían indudablemente sus fuerzas. Se encontró todo eso
natural; se llamó un coche; dos seminaristas subieron con él, reemprendiendo camino de
París.
La noche que prosiguió a este día no se digno conceder una hora de sueño al pobre
Adrien; después de los ejercicios de la noche, había permanecido rezando en la capilla;
allí, su corazón había recuperado un poco de calma: el perfume místico del incienso y la
cera apagada, la religiosa claridad de la lámpara del tabernáculo, las imágenes de ambos
querubines tapándose con sus alas, el cuadro venerado de San Louis de Gonzaga, todo
en esta capilla le retornaba emociones que le eran queridas, seráficos recuerdos que le
vivificaban la sangre. Después, regresó al dormitorio común donde tantas veces había
dormido el tranquilo sueño que Dios dispone junto a la almohada del justo; pero esta
noche Dios parecía haber abandonado a Adrien. ¡Cuando el joven seminarista cerraba
los párpados, era sacudido bruscamente de su cama por una voz dulce como la de un
ángel, y esta voz, ¡para su desgracia!, no descendía del cielo; él rogaba, y rogaba sólo
por sus labios; hundía su cara sobre la almohada para absorber todos sus pensamientos
en Dios, en una actitud de meditación que le era habitual; entonces entreveía un
inmenso, oscuro, desconocido horizonte, donde se arremolinaban mares de destellos; el
día parecía deslizarse gradualmente sobre ese fondo de pizarra como la noche.
492
Según Mateo XXVII, 46, Jesús pronunció en la Cruz: "Eli, Eli, lama sabactani?” (Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?), pertenecientes al comienzo del Salmo XXII.
493
Antiguamente (y todavía en tiempos de Méry), tan sólo hacía referencia al Collège de Sorbonne, sito
en la colina de Santa Genoveva, institución donde se impartía Teología, no siendo hasta fines del
s.XIX cuando el nombre se extendiese a toda la Universidad de París.
Sobre vahos indecisos como los del alba, bajo umbrías transparentes como el follaje
de las acacias, flotaba una imagen aérea, una cara rosa con cabellos rubios y miradas de
azul: luego, la visión huía, el horizonte recuperaba su tono inicial, miríadas de centellas
pálidas se arremolinaban aún en el infinito. Era la visión del delirio; la oración era una
obra muerta, el sueño no llegaba.
Una semana transcurrió con días y noches enturbiados por los mismos fantasmas. El
jueves recuperó el paseo. Adrien vio de nuevo el parque de Versalles; se alejó, como la
primera vez, de sus amigos; se sentó en la alameda de Trianon con la actitud
desocupada de un hombre que espera. Nada apareció. El césped era dulce, el aire
embriagador, la luz serena; pero todo este paisaje le parecía pálido y muerto.
Su vestimenta imponía demasiada consideración y reserva para que pudiera
aventurarse a interrogar a las personas que salían de estas pequeñas granjas, esparcidas
en el bosque, y que parecían estar al tanto de la procedencia y costumbres de los
paseantes; porque Adrien se había entregado a la idea de que ambas damas tenían su
domicilio en el parque, o por lo menos que vivían en Versalles, y esta suposición,
acariciada con complacencia, ahora equivalía a una certeza. Recorrió las largas
avenidas, registró el parque en todo su radio, en todos sus bosquetes más secretos; visitó
los dos Trianon494 a la carrera; las galerías estaban desiertas, y al guía que explica los
cuadros le costaba seguir a Adrien, porque ni escuchaba ni miraba: se deslizaba sobre el
entarimado pulido. Saliendo a la terraza, Adrien oyó una voz que decía: «Este pobre
sacerdote está loco». El rubor subió a su cara; él compuso repentinamente su paso, y,
volviéndose hacia el que había hablado, dijo con mucha dulzura: «No tengo el honor de
ser sacerdote, soy sólo un simple tonsurado».
Cierta desesperación se apoderó del pobre Adrien; pues había traicionado, ante los
ojos del mundo, el secreto tormento de su corazón; había entregado su sotana al insulto
del transeúnte, su interior estaba pues al descubierto; su pasión estaba escrita sobre su
cara. Con qué semblante se atrevería a presentarse ahora delante de sus superiores, y
mentir; ya que no sólo con la doblez de la palabra obra la mentira: la cara muda miente
también cuando toma una expresión contraria al estado del alma y el corazón.
Ese día, después de la cena en el seminario, el superior tomó familiarmente el brazo
de Adrien, y lo condujo a una pequeña alameda del jardín que termina en la fuente.
—Es pues el próximo jueves, mi querido niño —le dijo—, que ingresa en las
órdenes sagradas. Veo con gran alegría que posee, desde hace tiempo, esa gravedad, esa
compostura decente que exige su santa profesión. Le observo mucho, Adrien, porque le
quiero, y le felicito sinceramente en el santo lugar. No es que perciba, bajo esa
apariencia un poco atolondrada, alguna reserva mundana; pero, créame, el reflejo de un
pensamiento piadoso sienta mejor en la cara del levita que la sonrisa alegre, por muy
inocente que sea.
El superior se dio cuenta de que las lágrimas corrían sobre las mejillas de Adrien, y
añadió:
—No le hago en absoluto un reproche, mi querido niño. Su vida pasada, aunque un
poco distraída, es pura; nadie lo sabe mejor que yo, que recibí todas sus confesiones del
tribunal sagrado. Alabando sus resoluciones presentes, no crea que censuro su conducta
pasada. Veo, en este cambio que se produjo en usted, que una buena inspiración llegó de
arriba. Acude en aquella época de la vida donde debe despojarse de lo que resta en usted
de la levadura del viejo hombre; va a entregarle a Dios, sin retorno, su alma y su cuerpo;

494
Al sudeste del Gran Trianón se halla el denominado Pequeño Trianón, pequeño palacete mandado
construir por Luis XV para una de sus favoritas, Madame de Pompadur, quien no pudo verlo acabado,
no así su sustituta en el lecho del rey, Madame de Barry.
dignamente ha comprendido su nueva posición, sus nuevos deberes; rindo gracias a
Dios, por usted y por mí; no llore, Adrien; eres puro ante los hombres y ante Dios.
Adrien abrazó al superior, y se dirigió hacia la capilla del parque evitando con
cuidado cualquier encuentro, pues no tenía palabra digna que intercambiar con sus jefes,
sus amigos y la santidad del lugar.
A pesar de todas estas precauciones, fue abordado por un alegre condiscípulo de
regreso de la capilla.
—¿Recibiste tus ornamentos de París? —le preguntó apresuradamente a Adrien.
—No todavía —respondió Adrien con vacilación.
—¿Pero qué esperan pues para enviártelos? Hay que escribirle mañana al ecónomo
de Saint-Sulpice495; yo recibí los míos; son soberbios, demasiado bello tal vez para un
subdiácono. Acabo de probármelos; mi sotana me molesta un poco bajo el brazo; el
paño es magnífico: quería devolverlo a París para hacer corregir este defecto; pero no
tenemos tiempo que perder; sufriré un poco durante la ceremonia. ¡Sabes que será larga
la ceremonia! Ordenaremos a veintidós subdiáconos, a catorce diáconos, a dieciocho
sacerdotes. Será un monseñor quien oficie. ¿No conoces mi estola?
—¿Tu estola? No.
—Soberbia, y totalmente en seda blanca; te la mostraré por la mañana. Fue mi
hermana quien lo bordó.
—¿Tienes una hermana?
—¡Cómo!..
—¡Oh!, sí, tienes una hermana; es cierto, lo había olvidado.
—Que feliz, tú, Adrien, olvidas todo lo que pertenece al mundo; sueñas sólo con
Dios; no te costará pronunciar tus votos; ¿no es así, verdad?
—¡Oh!, gracias a Dios, espero que... Y tú, ¿echarás de menos algo de este mundo
que abandonas el próximo jueves?
—Yo, Adrien… ¿qué decirte?... no sé…
—Echarás de menos algo, no eres sincero conmigo; vamos, habla...
—¡No tan alto!, pueden escucharnos... ¡Dios mío!, ¡cómo te has dado cuenta,
Adrien!...
—Vamos, vamos, háblame, dime, ¿qué añorarás?
—¡Escucha! Sólo puedo hacerte esta confidencia a ti. Sabes que me gusta
apasionadamente la música: ¿sabes que interpretamos cuartetos, cada jueves, en casa de
mi primo, calle de Pot-de-Fer?
—¡Sí, sí, después de... Y bien, en casa de tu primo, había...
—Había otros dos de mis amigos que están en el Conservatorio, y hoy toqué por
última vez con ellos mi parte del violoncelo. ¡Oh!, ¡cuánto lloramos al separarnos!
—¿Eso es todo lo qué lamentarás?
—¡Eh!, ¡no es bastante! En fin, me dije que había que hacer este sacrificio a Dios.
El próximo jueves, debíamos interpretar la sinfonía en do. ¡Oh! ¡Qué feliz eres,
Adrien!...
La noche caía, el candoroso joven no vio la horrible contracción que desfiguró las
pálidas mejillas de Adrien. Un instante después, ambos clérigos entraban en la sala del
jeu de paume496, donde el encuentro estaba animado. Adrien, aprovechándose del
tumulto, subió al dormitorio para velar.

495
Histórica iglesia de París, construida en honor a San Sulpicio el Pío, salvada de ser destruida durante
la Revolución Francesa gracias a albergar en su interior un gnomon, diseñado por Henry Sully (1680-
1728), artilugio que permite determinar astronómicamente los equinoccios.
496
Jeu de paume (juego de mano, pues en sus orígenes se jugaba sin raqueta), antecesor del tenis, que se
disputaba en cancha cerrada similar a la del frontón, pudiendo utilizarse sus muros para el rebote.
Fue una de esas noches ardientes, como las conocen en el claustro aquellos hombres
desafortunados que confundieron la naturaleza de su organismo, que primero
expusieron, frente del altar, la llama interior que les devoraba, porque la consideraban
santa, y que más tarde la ahogaron para reavivarla en un hogar profano, llevándose
siempre con ellos pesares, angustias, remordimientos, como el criminal sacrílego que
apagó la lámpara del santuario para, al amparo de la noche, robar los vasos del
tabernáculo y entregar luego los cálices consagrados a las sensualidades de un labio
impío, en esas orgías mundanas de las que se entristecen los bienaventurados.
La más aciaga de estas noches cubrió finalmente a Adrien con sus tinieblas, y a
punto estuvo de ahogarle bajo el doble abrazo de la pasión y la desesperación. Al pie de
su cama, una mano amiga había expuesto, con cierta coquetería propia de seminario, las
vestimentas sagradas del subdiaconato: una bella sotana nueva, objeto de envidia para
los jóvenes tonsurados; un cinturón de seda tornasolado, la estola, el manípulo, estas
insignias de las más puras, de las más santas funciones. Adrien veía todo esto como el
esclavo mira la cadena que se va a remachar a sus pies. Era al día siguiente cuando
debía revestir, en Saint-Sulpice, este uniforme de los soldados del Dios. Todavía unas
horas, y el dedo del arzobispo colocaría entre el mundo y Adrien una barrera que ningún
poder puede revocar sin dar alegría al infierno y entristecer a los ángeles.
Adrien se durmió un instante; fue el demonio sin duda quien le envió este sueño.
Una víspera agitada lo hubiera salvado tal vez; este momento de descanso lo perdió.
¡Él tuvo un sueño! Parecía hallarse en el parque de Versalles, sobre el césped que
conducía al gran estanque, y oyó, a su izquierda, a través del rumor de las hojas, una
voz que le llamaba por su nombre, una voz dulce como la primera nota de amor que la
alondra entrega a la aurora, sobre la copa de un álamo italiano. Se detuvo delante de la
estatua de Diana, que lo miraba con ojos azules y vivos. Una sensación no
experimentada hasta entonces trastornó al pobre Adrien dormido; sintió vergüenza de sí
mismo; la estatua bajó de su pedestal, y lanzó alrededor de su cuello sus brazos de
mármol, pulidos y aterciopelados como la epidermis de una virgen de quince años. Las
fuentes de la rotonda jugaban con pequeños chorros melodiosos; la enramada resonaba
cantos aéreos, como una pajarera de mil pájaros; el césped era un mosaico de
heliotropos que acariciaban despacio la planta de los pies desnudos y embalsamaban el
aire con el más peligroso de los perfumes. Adrien cayó lánguido sobre el césped; apenas
oía vagamente el juego de los chorros y el canto de las aves; trató de hablar, la palabra
se derritió sobre su labio convulsivo… Se despertó aterrorizado.
A la pálida luz de su lámpara semi apagada, percibió su estola puesta en cruz al pie
de su cama.
—¡No, no! —exclamó—, ¡jamás!, ¡jamás! ¡Ya que Dios me abandona, abandono a
Dios!
Era el día de días, el día solemne, la fiesta de los elegidos; a las primeras claridades
del alba, el seminario entero se despertó con alegría. Un ruido alegre inundaba los
corredores del dormitorio común. Los más diligentes ya habían invadido los coches que
debían conducirlos a París.
Adrien, aturdido con este inusual tumulto, se vestía maquinalmente sin responder a
las acusaciones de pereza que sus amigos le lanzaban a través de la puerta y del delgado
tabique.
Al principio, el superior recomendó el silencio más riguroso, lo que tranquilizó un
poco más a Adrien. La santa caravana atravesó Vaugirard y llegó temprano a Saint-
Sulpice, todo ya relumbrante de velas, todo perfumado de incienso.
Una inmensa muchedumbre atestaba la iglesia; el altar se hallaba engalanado con
magnificencia; un numeroso y flamante clero rodeaba el trono donde el arzobispo atraía
todas las miradas. Los clérigos admitidos a la ordenación aguardaban en semicírculo
dentro del santuario; las estatuas de los evangelistas parecían sonreírles desde lo alto de
sus pedestales. Adrien dejaba caer la cabeza sobre su pecho; se entregaba a la
resignación.
El archidiácono elevó la voz y dijo:
—Que los que deben ser ordenados subdiáconos se acerquen.
Y fue llamándolo a cada uno por su nombre. El neófito apelado respondía: Adsum
—presente—. Adrien nada respondió. El archidiácono repitió el nombre. Adrien
respondió: Absum —ausente—. Nadie cayó en la cuenta.
Una mujer se deshacía en lágrimas delante de la rampa del santuario; era la madre
de Adrien. Había llegado por la mañana, al alba, de Compiègne, para gozar de la
felicidad de su hijo; ¡ella también se hallaba muy alegre, ella, la santa mujer! Tan sólo
separaba sus ojos del tabernáculo para fijarlos en Adrien; su orgullo maternal habría
querido poner a todos los asistentes en la confidencia de su felicidad: ella colocaba
sobre este hijo adorado todos los consuelos prometidos a su vejez; ella veía, en un
futuro muy próximo, el día de inefable júbilo donde el sacerdocio sería conferido a
Adrien; ella lo seguía a su primera misa, a su primer sermón; ella miraba con
complacencia el altar donde el hijo rezaría por la madre en el Memento de la
consagración, el púlpito donde Adrien debía subir para anunciar a los hombres la santa
palabra del Dios. El mundo profano no puede comprender todo el tesoro de alegría que
existe en el fondo del corazón de una madre que ve iniciar a su hijo las augustas
ceremonias, los divinos misterios del altar. La madre de Adrien irradiaba alegría.
El arzobispo se prosternó sobre los peldaños del altar; el corazón entonó las letanías
de los santos. Era lo gloriosa enumeración de la milicia triunfante, que infunde coraje a
los que todavía combaten en este valle de lágrimas.
Adrien prestaba oído distraído a estas invocaciones resonantes que ejercen una
santa violencia sobre los bienaventurados, con el fin de que ellos intercedan por los
vivos. Rogábamos a Pablo497, que de perseguidor se volvió mártir; rogábamos a Juan498,
que murió en la puerta Latina; Esteban 499, que fue lapidado; Lorenzo500, que alababa a
Dios sobre los tizones; Cosme y Damián 501, Gervasio y Protasio502, estos Niso y
Euríalo503 de nuestra leyenda; Santa Teresa504, que sólo consentía vivir con la condición

497
Antes de famosa conversión camino de Damasco, San Pablo persiguió a los primeros cristianos.
Murió decapitado en Roma, privilegio del que disfrutó como ciudadano romano, pues la crucifixión se
reservaba a los que no gozaban de ciudadanía.
498
La tradición afirma que San Juan fue condenado a morir en una olla de barro llena de aceite
hirviendo, martirio realizado en Roma junto a la Porta Latina, dentro de las Murallas Aurelianas, pero,
fuera de morir, milagrosamente salió ileso, siendo condenando al exilio en la isla de Patmos.
499
San Esteban, protomártir, es decir el primer mártir cristiano, lapidado a las afueras de Jerusalén,
martirio al que San Pablo asistió (pero sin participar) antes de su conversión.
500
San Lorenzo fue quemado vivo en una parrilla y, en medio del martirio, exclamó: “Assum est, inqüit,
versa et manduca” (asado estoy, denme vuelta y coman).
501
San Cosme y San Damián, hermanos médicos procedentes de Arabia, que tras sobrevivir a distintos
martirios, finalmente fueron decapitados por medio de una espada.
502
San Gervasio y San Protasio, hermanos gemelos milaneses, hijos de san Vidal y santa Valeria que,
tras el martirio de sus padres por negarse a adorar a los ídolos, fueron decapitados.
503
Según relata el poeta latino Virgilio (s.I a.C.) en la “Eneida”, rodeados los troyanos, Niso y Euríalo
se adentran en posiciones enemigas para prevenir a Eneas, pero al ser descubiertos inician se huida,
alcanzando la muerte Euríalo, por lo que Niso retrocede para vengarle y morir sobre el cadáver de su
amigo, siendo exhibidas su cabezas ante las tropas de Eneas.
504
Santa Teresa de Jesús, religiosa y escritora española, también conocida por sus arrebatos místicos,
durante los cuales padecía terribles visiones y estigmas en el cuerpo.
de sufrir: Jerónimo505, que pensaba en las delicias de Roma bajo la palmera del desierto;
Agustín506, a quien su madre Mónica reconcilió con Dios...
A este nombre, Adrien levantó precipitadamente la cabeza y echó una mirada rápida
a la muchedumbre; vio una cara inundada de lágrimas y de alegría, una cara bien
conocida, muy querida, bien venerada; vio a su madre, otra Mónica, que rezaba sin duda
por él, nuevo Agustín. La santa mujer saludó a su hijo sonriendo a través de sus
lágrimas; Adrien no devolvió el saludo; fijo un largo rato sus ojos sobre aquel rostro,
donde se dibujaba tanta emoción de felicidad, con el fin de sacar de allí algo de coraje
para la terrible prueba de aquel día. Por desgracia ¡el infierno velaba!
Las letanías terminaron; el archidiácono condujo a los clérigos ante el trono del
arzobispo, y les dijo:
—La santa madre Iglesia católica solicita que usted otorgue el subdiaconato a estos
eclesiásticos aquí presentes.
EL ARZOBISPO:
—Sabéis si son dignos.
Un suspiro ahogado subió hacia la bóveda.
EL ARCHIDIÁCONO:
—Tanto como la humana debilidad lo permite, afirmo que son todos dignos de esta
función.
EL ARZOBISPO:
—¡Oh, mis hijos bien amados!, sean libres de todo deseo carnal que combate contra
el alma; sean puros y castos como conviene a los Ministros de Cristo. “Vos, filii
dilectissimi, estote assumpti a carnalibus desideriis, quæ militant aversus animam;
estole nitidi, puri, casti, sicut decet ministros Christi.”
Estas palabras vibraron armoniosamente en la iglesia, y la boca sagrada que las
pronunciaba les otorgaba una unción que penetraba los corazones y los purificaba de
todo dejo terrenal; fallaron en su efecto casto sobre Adrien y lo despertaron sobresaltado
como aguijones. En el lenguaje más devoto existe cierta voluptuosidad misteriosa que
nos hace fantasear sobre el mundo, si no nos conduce repentinamente al cielo. Los que
pasaron de la adolescencia a la pubertad tras los muros de un monasterio tan sólo saben
que una emoción indefinible surge de pronto para abordarles, cuando la oración se torna
en acentos apasionados, en palabras de amor, en versículos aromáticos y dulces, a los
cuales responden voces de jóvenes vírgenes, voces dulces, como el sonido al golpear y
agitar una campana de oro. El alma funde de languidez estas sílabas latinas que hablan
de rosas místicas, de lirios de Sarón507, de torres de marfil508, del plátano a orillas de los
arroyos, bellas y morenas vírgenes, del bien amado que espera la hija de Sion sobre un
lecho de bálsamo y cinamomo. Ante todos estos emblemas castos de la Iglesia y del
esposo, el neófito arde, como en un hogar profano; aprieta sus brazos contra el lino
blanco, contra la tela bendita de la que es revestido, y este lino y esta tela encienden la
pasiçon en sus manos al tocarlos; si respira, la tentación penetra en su interior con los
perfumes de las flores que cubren el altar, con el olor irritante de la cera y el incienso; si
abre los ojos, ve a jóvenes de rodillas, mucho más peligrosas en su santo pudor que la

505
Antes de escribir la "Vulgata", San Jerónimo se retiró para hacer penitencia al desierto del Calquis,
sureste de Antioquía, durante cuya estancia soportó numerosas tentaciones carnales, la mayoría
relacionadas con sus recuerdos de la sensualidad y lascivia de Roma.
506
San Agustín llevó una vida disoluta y practicó el maniqueísmo antes de su definitiva conversión, en
la que tuvo un papel fundamental su madre, Santa Mónica.
507
La Biblia menciona numerosas veces la rosa (no lirio) de Sarón, identificada hoy día con una planta
bulbosa que crece en las planicies de Sarón (Israel), cuya flor es similar a la de los tulipanes.
508
En el Cantar de los Cantares, 7, 4: "Collum tuum sicut turris eburnea" (tu cuello, como torre de
marfil).
cortesana sobre su carro; si escucha, oye sus voces; si se recoge y cierra los ojos, ¡oh!,
entonces el infierno se suma al cuadro: es un combate eterno entre una carne siempre
débil y un pensamiento piadoso que viene de arriba y nunca lo salva.
Así es como la voz del mundo, tomando prestada una lengua mística, retenía a
Adrien sobre los peldaños del altar. Él tenía sólo una palabra que decir para servir a
Dios, si no obstante se puede servir a Dios cuando se lleva en el fondo del corazón una
imagen a la cual se ofrece un sacrificio en secreto.
En estos días decisivos, el pensamiento es tan rápido que puede resumir en un
instante todos los alegatos del mundo y de Dios. Adrien miró a su alrededor y vio sólo
una resignación dulce y feliz sobre las caras de sus amigos; miró el altar y vio un
abismo; recordó la fórmula de los votos y retrocedió ante un perjurio inevitable. Detrás
de él, vio el mundo con sus seducciones, su estruendo, sus locuras; otro abismo —se
dijo—, condenación eterna en ambos lados. Entre estos dos precipicios, un ángel se
alzó, la virgen rubia de Trianon; graciosa imagen, una sola vez entrevista, y para
siempre presente. Adrien abrigó hallar este fantasma, incluso en el sagrado atrio; se
preguntó si podría olvidarle: no, no, la aparición radiante lo seguiría a todas partes en su
vida de sacerdote, al púlpito, al confesionario, a la consagración: la envolvería con un
tejido de sacrilegio. En este momento, dónde todavía puede pensar en ella sin pecar,
¿qué pueden la voz del arzobispo, el canto del archidiácono, las salmodias lentas y
piadosas de sus amigos? Adrien se halla en Trianon; pisa un césped de terciopelo; oye el
roce de un vestido, el sonido de una voz angelical; recuerda el sueño de la última noche;
enfrentándose a la sensación de voluptuosidad febril que le indujo al pecado en su
despertar, y cierra sus ojos para no ver a su madre, a su pobre madre jubilosa por su
hijo.
—¿Quién me llama? —exclama el joven. Pálido y convulso, sus amigos lo rodean y
lo conducen al prelado.
—Reciba —le dice el arzobispo—, esta estola blanca de la mano de Dios…
Un gran revuelo se organiza en el santuario; la ceremonia se interrumpe; un grito de
mujer resuena por la iglesia; la muchedumbre se agita, observa, interroga: Adrien había
huído del altar, como un toro de manos del sacrificador.
Al día siguiente, en una pequeña casa de Compiègne, la madre de Adrien le hablaba
así:
—La misericordia del Dios es grande, hijo mío; te llamaba a su lado, resististe a su
voz; pero te perdonará. Nos salvamos en el mundo como en la Iglesia, con tal que
vivamos según los preceptos del Dios. Todavía puedes encontrar una santa felicidad en
el matrimonio, con una mujer y niños; cuán digna vocación es la de padre de familia;
educar criaturas para amar y servir a Dios, es una misión cristiana que Dios recompensa,
cuando es santamente cumplida. Escucha a tu madre, Adrien, reza sobre todo con fe,
fervor y confianza, con el fin de que Dios te conceda la mano de la esposa escogida,
como él hizo en otro tiempo con Rebeca509. Sí, encontrarás digna de ti aquella por la que
haces votos; unirás vuestras dos almas; será la carne de tu carne, los huesos de tus
huesos; no llores más, niño, ven a abrazar a tu madre, a tu buena madre que vive sólo
por tu vida, que sufre por tus dolores, que será tan feliz por tu alegría…
—No sabes cuánto necesito tus palabras, mi buena madre —le decía Adrien—;
¡oh!, háblame siempre así; repíteme que buscaremos a esa mujer celeste, que le
encontraremos en cualquier rincón de este mundo, a menos que no sea uno de aquellos
ángeles a quienes Dios enviaba en otro tiempo a los hombres, cuando eran puros. Tu

509
La Biblia narra como un ya envejecido Abraham envió a uno de sus siervos en busca de esposa para
su hijo Isaac, para lo que viajó hasta Mesopotamia (patria de Abraham) y, con ayuda de Dios, halló a
Rebeca, con quien regresaría ante su amo para esposarse con Isaac.
voz ya curó mi fiebre, vivificó mi sangre; ¡me encuentro fuerte y sereno! ¡Oh!, ¡qué
horrible escena, ayer en la iglesia!, ¡di, madre mía, qué escándalo!
—No pensemos más en esto, hijo mío…
—¡Sí, madre mía!, no pensemos en eso más... ¡Es abrumador!...
—¿No prefieres estar libre hoy de todo pacto con la Iglesia, que encadenado por los
votos que te habrían vuelto acaso sacrílego?...
—¡Oh!, ¡sí!, ¡sí!... ¡madre mía, sacrílego!... Estoy tranquilo, estoy feliz… Nosotros
la encontraremos, ¿no es así?
—¿A quién, hijo mío?
—Al ángel...
—¡Oh, sí! Adrien, el ángel de Trianon; estate tranquilo... Dios nos ayudará: Dios
permite el amor casto. El matrimonio es un sacramento…
—Sin duda, es un sacramento instituido por Jesucristo, como la ordenación...
Podemos santificarnos en todos los estados... Todo el mundo no puede ser sacerdote…
—Bien, hijo mío, acabas de sonreír; es un síntoma de curación... Déjame tu mano,
que te tome el pulso... No tienes más que una agitación muy ligera… casi nada...
Resulta un milagro después de la mala noche que tuviste…
—Que tuvimos, madre. ¿Crees que ella vive en Versalles?...
—¿Quién?...
—La mujer...
—¡Ah!..., pues claro, Versalles o París... Nosotros la encontraremos, amigo. Sueña
con tu recuperación, esto es el más urgente.
—Me hallo completamente bien, madre; puedo levantarme, puedo andar; mañana
quiero ir a Versalles.
—No, amigo, espera, no te hallas lo suficientemente fuerte.
—¡Entonces pasado mañana! ¿Crees que sea rica?
—¡Tú también eres rico! Mis bienes son tuyos. Tienes veinte mil francos de renta;
con tu fortuna podemos aspirar a un empleo en la corte: joven, rico y bello, ¿qué mujer
te rechazaría por esposo? A menos que…
—¿A menos que?...
—Se halle ya comprometida...
—¡No, no, es imposible! Una persona joven de dieciséis años a lo sumo... ¡Oh,
madre, qué feliz eres de no amar a una mujer!
—¡Hijo!, escúchame; pasaste una noche bien agitada; créeme, duerme un poco; el
sueño cura: no te abandono, me quedo junto a tu cabecera; velaré tu sueño.
—¡Mi buena madre! Sí, tienes razón; voy a dormir una hora. Si mi sueño resulta
penoso, despiértame... Temo a los sueños… Recita, para mí, mientras duermo, el himno
“Tu lucis ante terminum”510; aparta los malos sueños.
—¡Sí, mi niño, que tu buen ángel te cubra con sus alas! Duerme, rogaré.
Tiempo después, la ciudad de Compiègne engalanó con banderas tejados y
campanarios; celebraba una gran fiesta real; el castillo resplandecía de antorchas; el
parque bullicioso de ruido y muchedumbre. Adrien, siempre melancólico, porque el
ángel de Trianon había subido a los cielos, como le decía a su madre, Adrien vino a
mezclarse entre la muchedumbre para impregnarse un poco de su desenfado y
distracciones. Mil grupos de curiosos se habían reunido sobre la terraza del castillo, y
todas las miradas parecían converger sobre un solo punto. Adrien se dejó ganar por el
contagio de la curiosidad; también miró en la misma dirección: todos estos ojos seguían
con admiración a una dama magníficamente engalanada. Adrien se dobló desfallecido
510
Himno cantado en Completas: “Te lucis ante terminun...” (Antes de que termine la luz del día), cuya
segunda estrofa continúa “Procul recedant somnia...” (Aleja de nosotros los sueños).
sobre sus rodillas; sus vecinos se alarmaron y le tendieron las manos para levantarle,
porque se encontraba pálido como un cadáver.
—¡Ahí está, finalmente! —exclamo. Lo hicimos sentar en un banco de césped... Sus
dos brazos se alargaron hacia la aparición...
—¿Sabe quién es esa mujer? —le preguntó a la persona que lo había socorrido en
su debilidad.
—Pues sí, señor —respondió.
—¡Usted lo sabe!
—Pero si todo el mundo lo sabe, mi buen señor.
—¡El ángel de Trianon! ¡Oh, qué bella es!.. ¿Qué hace aquí?...
—Acaba de casarse...
—¡Casarse!... ¿Y con quién?
—¿Pero de dónde sale, mi querido Señor?
—¿Con quién?...
—Con el rey de los Belgas.
Adrien lanzó un grito lúgubre y cayó de bruces al suelo.
Pero no murió de aquello. Dios y su madre le ayudaron. Adrien es hoy un magnífico
esposo, en Batavia511; se casó con la sobrina del gobernador, y enseña el catecismo a los
esclavos malayos.

511
Actual Yakarta, capital de Indonesia, en la isla de Java, antiguo enclave comercial de la Compañía
Holandesa de Indias Orientales.
El sabio y el cocodrilo
Le savant et le crocodile,
«La chasse au châstre»

Parece éste el título de una fábula y, sin embargo, lo que voy a contar es una
historia verdadera.
La ciudad de Belfast, en Irlanda, está llena de sabios: la ciencia anda allí por las
calles como entre nosotros el ingenio.
Al llegar a Belfast me sorprendió la fisonomía general de los transeúntes; todos los
rostros recuerdan figuras geométricas del mismo modo que en París todo paseante
recuerda un vaudeville del Gymnase, de las Varietés o del Palais Royal ribeteado de
estribillos de canciones.
El señor Adamson, uno de esos innumerables sabios que llevan la derecha por las
aceras de Belfast, era muy rico, a pesar de ser sabio; por esta causa, le faltaba la
felicidad. Todas las mañanas, al despertarse, se hacía esta pregunta: ¿Por qué el viajero
Bruce512 no ha descubierto la península de Meroe513?
Todos los hombres atribuyen su desgracia a una especialidad cualquiera.
He conocido a un honrado ciudadano que se dejó morir de tristeza porque en 1830
fue excluido de los cuadros de la guardia nacional por motivo de torpeza militar. No
podía coger su fusil con la mano diestra y ninguna de sus dos manos era diestra. Vicio
radical.
Adamson estudiaba el mapa de Bruce desde las Montañas de la Luna514 hasta
Hermópolis515 y no encontraba en él aquella península que el verídico Heródoto había
visto con sus propios ojos como yo os estoy viendo. Esta preocupación minaba
profundamente al grave irlandés.
Un día se proveyó de un par de medias de Dublín y se embarcó para Egipto a través
del canal de San Jorge, del de la Mancha, de Francia y del Mediterráneo.
En su camino no se dignó ver nada. Le absorbía por completo la península de
Bruce.
Llegó al Nilo y no saludó a las Pirámides, inaudita descortesía que no causó la
menor sensación en aquellos estoicos monumentos, y, después de un alto de algunas
horas en El Cairo, prosiguió su viaje hasta las ruinas de Karnak.

512
James Bruce (1730-1794), explorador escocés que emprendió la busca de las fuentes del Nilo,
creyéndolas localizar erróneamente en el lago Tana (Etiopía), verdadero origen del Nilo Azul,
descubierto con anterioridad por el explorador jesuita español Pedro Páez (1564-1622).
513
La península de Meroe (a veces también llamada isla) ocuparía la región comprendida entre los dos
mayores afluentes del Nilo: el Nilo Azul (que se une al Nilo Blanco en Jartum), y más al Norte el
Atbara (que desemboca al Nilo en su ciudad homónima).
514
En el año 150 d.C., el geógrafo griego Ptolomeo, basándose en relatos de mercaderes, trazó un mapa
del Nilo donde figuraban lagos y montañas nevadas, fijando el nacimiento del Nilo en Las Montañas
de la Luna. El explorador galés Henry Stanley (1841-1904) descubrió, en su última expedición
africana, las cumbres nevadas de los Ruwenzori, fuentes secundarias del Nilo, entre los lagos Alberto
y Edward.
515
Ashmunein acoge las ruinas de la antigua Jnum egipcia, de donde deriva el nombre actual a través del
copto Khnumu; principal centro de culto a Thoth, dios egipcio análogo al griego Hermes, por lo que
durante los Ptolomeos la ciudad fue rebautizada como Hermópolis Magna.
Dedicó una mirada negligente a los augustos colosos de Memnon, a las criptas de
Osimandias, a los hipogeos de Sesostris, a los pilonos de Isis, a los obeliscos de Luxor y
a todas las maravillas de la Tebaida516.
Siempre Nilo arriba, vio Latópolis 517, Elethya518, Apollinópolis519, Ombos520 y
Syena521, hoy castigada con el bárbaro nombre de Asuán. Las ruinas de estas ciudades
antiguas no fueron premiadas ni con una sola admiración: aquello era humillante para el
Egipto de Sesostris.
Un día, el calor era tan sofocante a mediodía, cosa muy natural en el trópico, que el
sabio Adamson se dejó seducir por la frescura del Nilo y se decidió, por primera vez en
su vida científica, a tomar un baño en el sagrado río.
Miró a su alrededor con una atención minuciosa y no descubrió a ningún ser vivo.
El desierto merecía su nombre.
Ni siquiera había allí una estatua de Isis, de Ibis, de Anubis o de Serapis. El Nilo se
deslizaba con un silencio religioso y en su orilla izquierda bañaba ruinas soberbias y
anónimas que remontan, por eslabones de rocas, hasta la vieja Elefantina522.
Adamson, tranquilizado por la soledad y la ausencia de policemen, se zambulló en
las aguas vivas del Nilo después de haber dispuesto cuidadosamente sus vestidos y su
calzado en la desierta orilla.
El sabio dio las gracias a la Naturaleza, buena madre que colocaba así un río tan
fresco al lado de una arena tan ardiente.
Saboreaba esta voluptuosidad del baño, desconocida de la ciencia, y tuvo ocasión de
recordar sus primeros ejercicios de nadador niño sobre las playas de Kingstown, y así,
abandonó la estación de la bañera fluvial y nadó como un ignorante río adentro.
Cuando estaba entregado a las dulces expansiones de un tritón de agua dulce, oyó
un soplo amenazador y, a poca distancia, vio una flor del Nilo: una bocaza abierta,
ornada de dientes de león y con dos ojos echando lumbre.
El sabio se acordó en seguida, pero ya demasiado tarde, de una fábula que comienza
de este modo: «Los perros de Egipto beben siempre corriendo a lo largo de la orilla del
Nilo por miedo a los cocodrilos».

516
Siguiendo el curso del Nilo, Egipto se subdividía en la Tebaida (Alto Egipto), Heptanomida (Medio
Egipto) y Delta (Bajo Egipto).
517
La actual Esna, estratégico paso para las caravanas camino del Senar, antigua Iunyt, (Ta) Senet
egipcia y Latópolis griega, cuyo nombre deriva de Lates niloticus, pez sagrado enterrado en la ciudad;
sólo se conserva la magnífica sala hipóstila del Templo de Jnum.
518
La antigua Nejab egipcia, actual El-Kab, donde se veneraba a la diosa-buitre Nejbet, protectora
durante los nacimientos y las guerras; su nombre griego, Eileithyaspolis, proviene de su asimilación
con la diosa griega Eileithyia.
519
La actual Edfu era el punto desde donde partían caravanas hacia el oasis de Jarga, las minas del
desierto oriental y el mar Rojo. Su primer nombre fue Uetyeset-Heru (donde Horus es alabado), y en
tiempos grecorromanos Apolinópolis Magna, al identificarse Horus con Apolo. El templo ptolemaico
de Horus es el mejor conservado de Egipto.
520
Ombos, la moderna Kawm Umbu, llamada Nubt (colina de oro) por los egipcios al ser punto de
partida hacia las minas de oro de Nubia y Etiopía. Alberga un curioso templo dual y simétrico
dedicado a los dioses Horus y Sobek, por lo que en la antigüedad también era conocido como "el
castillo del Halcón" o "la casa del Cocodrilo".
521
La actual Asuán, antigua Suanu egipcia y llamada Siena (Syene) por los griegos. Situada al norte de
la primera catarata, frente a las islas Elefantina y File (esta última actualmente anegada por el lago
Nasser), debió su importancia a sus abundantes canteras de granito abastecían a los grandes
monumentos egipcio. Todavía puede contemplarse el inacabado obelisco de Asuán, de 42m de altura.
522
La isla de Elefantina, situada frente a la parte Sur de Asuán, albergaba la ciudad de Abu, donde se
halla el famoso Nilómetro descrito por Estrabón, escalera donde se medía la crecida del Nilo.
—¡Oh sabiduría de los perros! —exclamó e hizo con manos y pies los mayores
esfuerzos para alcanzar una pequeña isla de arena, escollo de las barcas, tabla de
salvación de los nadadores.
Era, en efecto, un cocodrilo de la más hermosa especie: un lagarto colosal y anfibio,
más feroz que el tigre de Bengala o el león del Atlas523.
Nadaba detrás del sabio que, aunque flaco por sus estudios, ofrecía aún un bocado
agradable para la glotonería de un cocodrilo en ayunas.
Adamson ganó felizmente las orillas de la pequeña isla con el cocodrilo a sus
alcances; creía haber sentido a veces hasta un soplo caliente que pasaba por la planta de
sus pies, temperatura horripilante en un baño frío. Aquel soplo le había espoleado.
Tocó tierra, pero en el momento en que iba a entregarse a la alegría se acordó de
que el cocodrilo es anfibio y, viendo una frágil palmera aislada en aquel escollo, se
abrazó a su tronco y trepó hasta la copa con la agilidad de una ardilla.
Si Adamson hubiera pertenecido a la especie de los falsos sabios, a la especie de los
que están dotados de un vientre prominente, se hubiera visto perdido sin remedio; por
fortuna, a los veinte años había resuelto quince proposiciones de Euclides, ejercicio
meditativo que lo había hecho adelgazar a ojos vistas y lo había vuelto apto para trepar a
las palmeras.
Adamson se acomodó lo mejor que pudo en la parte del árbol en donde las ramas y
las hojas se extienden, se remontan, vuelven a caer, se cruzan, según los caprichos de su
vegetación independiente y, cuando hubo asegurado bajo sus pies una base sólida, miró
al Nilo.
Sus ojos se cerraron de espanto un instante: el cocodrilo salía del agua, sacudiendo
su caparazón de relucientes escamas y andaba como un pez convertido en cuadrúpedo,
hacia el pie de la palmera.
El sabio repasó en seguida en su memoria todo lo que Plinio y Saavers habían
escrito sobre los cocodrilos y creyó encontrar citado en estos naturalistas que los
cocodrilos podían trepar a las palmeras.
—¡Oh! ¡Dios mío de mi vida! ¡Haz que mis compañeros los sabios, que se engañan
en cada página, se hayan engañado también en ésta!
De repente experimentó un nuevo escalofrío de terror, al acordarse de una noticia
que había insertado en Belfast-Review y en la cual él mismo aseguraba que los
cocodrilos trepaban a los árboles como gatos.
Hubiera querido arrojar su noticia al fuego; pero ya no era tiempo, todo Belfast la
había leído, había sido traducida al árabe y ningún autor en Oriente la había refutado, ni
siquiera en Cocodrilópolis524.
El feroz anfibio llegó al pie del árbol y testimonió un vivo contento al descubrir al
nadador a través de los claros de las ramas; dio algunas vueltas alrededor, volvió a
mirar, luego se detuvo como para convertir el sitio en bloqueo, en la imposibilidad de
tomar la plaza por asalto.
Aquí rindamos homenaje a la verdadera ciencia.
Adamson, a pesar de las preocupaciones del momento, experimentó un vivo acceso
de justo dolor; reconoció que su noticia había incurrido en un notorio error de historia
natural; pero se prometió no corregirla nunca si por milagro escapaba al peligro.

523
León del Atlas o Berbería, la subespecie de mayor porte e inconfundible por su abundante y espesa
melena negra, del que sólo se conservan ejemplares en cautividad. En su día habitó el Norte de África,
siendo deificado en Egipto bajo la figura de la diosa Sekhmet.
524
Ciudad a orillas del lago Moeris donde eran enterrados los cocodrilos sagrados, donde gozaban de
especial veneración como supuesta encarnación del dios Sobek. Asimismo, en sus proximidades
destacaba el conjunto de edificios denominado El Laberinto, descrito por Heródoto y Estrabón.
La noticia había sido escrita con convicción y demostraba que los cocodrilos subían
a las palmeras; hecho adquirido por la ciencia. Imposible rectificarla, incluso después de
escapar de un cocodrilo que no había podido subir a una palmera del Nilo.
Un sabio debe ser inquebrantable en sus convicciones.
Todavía recordaba un detalle que había constatado sobre las costumbres de
cocodrilos, mientras los estudiaba en su estudio de Belfast, siguiendo el ejemplo de M.
de Buffon, que los observaba en el castillo de Montbard.
“Los cocodrilos”, había escrito Adamson, “derraman lágrimas como nosotros, lo
que parecería indicar una cierta sensibilidad en las mucosas lacrimosas y, por tanto, una
propensión innata a la piedad, un sentimiento muy desarrollado en muchos animales. Es
cierto que mis colegas los naturalistas han dado, en escarnio, el nombre de lágrimas de
cocodrilo a las lágrimas falsas vertidas por los hipócritas; pero estos colegas caen en un
gran error. La hipocresía, un vicio puramente humano, no se reconoce en animales de
alta raza. Si los cocodrilos lloran, es porque están conmovidos, y es a la fuente de sus
verdaderas lágrimas a lo que deben los honores que les han rendido los sabios egipcios.
Estos anfibios caritativos fueron adorados en los templos con el mismo rango de
dioses.”
Tras citarse a sí mismo en voz alta, adoptó un aire de súplica que provocó
conmiseración.
La postura del cocodrilo tomó un carácter alarmante. El bloqueo existía en toda su
evidencia estratégica. La ciencia podía así adquirir un nuevo hecho: los cocodrilos no
trepan, pero bloquean. Asunto para una nueva noticia que, sin desmentir la primera,
daba una nueva astucia de guerra a la inteligencia de los animales.
Tendido a la larga, en toda su desmesurada longitud, el cocodrilo desafiaba el sol
como un lagarto y no daba muestras de la menor impaciencia; esperaba a que el sabio
bajase y el movimiento de su cola anunciaba toda la alegría que hacía nacer en él el solo
pensamiento de este inevitable festín.
Por su parte, el sabio estudiaba las costumbres del monstruo y, una vez concluida la
parte científica, volvía a estremecerse como un agonizante suspendido de las fauces de
un león.
Las horas de bloqueo tienen doscientos cuarenta minutos, pero pasan como las
otras; el tiempo rápido marcha a menudo con muletas, pero marcha siempre y no se
detiene nunca.
El sol se puso como el día anterior; la noche vino con un crepúsculo muy corto y su
último rayo mostró la última mirada del sabio bloqueado que el cocodrilo seguía en su
horizontal y desesperante inmovilidad.
Rebuscando en sus recuerdos para hallar una situación semejante, un consuelo o
una esperanza, Adamson encontró a su compatriota Robinson Crusoe, nacido en York,
el cual, como medida de precaución, pasó toda una noche sobre un árbol después de su
naufragio.
El árbol de aquel ilustre solitario era probablemente una palmera; el domicilio era,
pues, posible, aunque duro. Robinson confiesa que hasta llegó a dormir.
Por lo demás, en las posadas inglesas se encuentran también lechos tan duros como
la copa de una palmera: saludables reflexiones que ofrecieron cierto consuelo a las
angustias del desgraciado sabio de Belfast.
Esto le recordó un viaje de quince días que había hecho a Londres para visitar a su
colega, Mr. White, un químico erudito, inventor de la purga familiar, un remedio
compuesto por la esencia de alcanfor extraído de las venerables momias de Meroe. Mr.
White le dio un dormitorio, en el que había una cama somnífera de la especie granítica,
introducida en Londres por la Sociedad de los Enemigos del Sueño. Todo Londres ha
podido dormir en estas camas desde Guillermo el Conquistador, 1066. Adamson se
debatió durante cinco noches entre las espinas y las rocas de su hospitalaria concha, y
por la mañana, al alba, fue al parque de Saint-James, para saborear dos horas de puro
sueño sobre el verde césped, después de haber rezado su oración a los Siete Durmientes,
muy venerados en la capilla de Saint-Patrick, en Dublín.
Este recuerdo le resultó agradable. Un ciego recuerda con deleite la época antes de
quedarse ciego. Adamson extrañaba la cama de Mr. White, pues al menos había
aprendido por experiencia que uno no muere de insomnio, incluso después de quince
noches sin dormir, y el pensamiento lo fortaleció.
Adamson durmió poco aquella larga noche; tuvo varios sueños cortos, pero
impresionantes; soñó que estaba sentado ante los académicos de Belfast leyéndoles una
nota demostrativa de que los cocodrilos, como las esfinges, eran una cosa inexistente y
que fueron los egipcios quienes inventaron ese animal fabuloso.
Al final de aquel sueño creyó sentir en sus mejillas una rociada de lágrimas de
cocodrilo; se despertó sobresaltado y por poco no se cae desde lo alto de la palmera
sobre la cola de su guardián adormecido.
Esto le obligó a ser más circunspecto; hizo frente al sueño y se sujetó los párpados
con el dedo para impedir que se le cerrasen. ¡A qué no se llega por conservar la vida!
Al salir el sol, Adamson vio con desesperación que nada había cambiado en el
estado del bloqueo.
No era sólo el cocodrilo el que cubría el terreno ocupado la víspera; durante la
noche, el monstruo, hambriento, había tendido afortunadas trampas a los inocentes
peces procedentes del Nilo Blanco y se había reconfortado con una medianoche como
un sibarita de la antigua Cartuja de Villeneuve-lez-Avignon 525, donde la cocina de
vigilia e ictiófila526 ha obtenido tan maravillosos progresos.
La orilla de aquella islita estaba cubierta de residuos de raspas todavía
ensangrentadas, lo que constituía un buen triste espectáculo para el sabio. «Pues —se
dijo— si este monstruo encuentra con qué mantenerse así todas las noches, el bloqueo
no acabará nunca y caeré de inanición en la bocaza de este voraz enemigo».
Este razonamiento no carecía de justeza y provocaba una insurrección de cabellos
en la cabeza del sabio.
El estómago, máquina independiente del espíritu y que tiene exigencias inexorables,
reclamaba dos comidas al pobre Adamson, la de la víspera y la de por la mañana. El
murmullo del hambre llegaba hasta los oídos de Adamson y parecía difícil de apaciguar.
Dos sabios que se encontrasen en semejante caso de hambre, tendrían a mano
recuerdos de las historias de sitios y de naufragios; el más fuerte devoraría al más débil,
para conservarle un compañero útil para la ciencia. Pero Adamson estaba solo y veía
con acertado espanto el hambre combinada con el bloqueo, como sucedió en Génova
bajo Masena527.
Entre otras cosas que ignoraba, aquel sabio no sabía que las palmeras producen
frutos exquisitos, sabrosos, carnosos, con los que los árabes viven muy bien, a partir de
Adán, primer colono de Arabia.
Ahora bien, un rayo del sol naciente, a través de las hojas macizas, reveló
espléndidos racimos de dátiles a los ojos hambrientos del sabio.
525
Monasterio cartujo de Val Benedictino, fundado en el s. XIV por Inocencio VI, cuyo mausoleo se
encuentra en el convento. Cuenta con importantes frescos de Matteo Giovannetti
526
Alimentación a base de pescado.
527
André Masena (1758-1817), general francés napoleónico que alcanzó fama durante el Sitio de
Génova, afrontando heroicamente el cerco de la Coalición hasta verse forzado a capitular acosado por
las enfermedades y el hambre, siendo autorizadas sus mermadas tropas a retirarse con todos los
honores.
En Belfast, Adamson almorzaba con una tajada de carne y dos raciones de jamón de
York rociadas de oporto; hubo que dar tregua a aquellas dulces costumbres
gastronómicas y contentarse con estos vegetales providenciales, maná del desierto.
Después de almorzar, vino a asaltarle un extraño pensamiento: se acordó de un
comentario del libro egipcio Sethos528, en el cual otro sabio ha probado que los
cocodrilos son los vengadores naturales de todos los ultrajes cometidos en Egipto por
los bárbaros.
—Esto parece razonable —pensó—, pues si los cocodrilos no sirven para vengar los
ultrajes, ¿para qué sirven estos horribles animales?
Su conciencia le reprochaba todas las irreverencias de las que se había hecho
culpable al atravesar Egipto sin saludar las sombras piramidales de los faraones y los
colosos del divino Osimandias529.
Le quedaba el recurso de los grandes criminales agonizantes; se arrepintió e hizo
voto, si escapaba del cocodrilo vengador, de besar los pies del Memnon tenor530, que
canta una cavatina al salir el sol.
Hacer una promesa da una cierta tranquilidad de ánimo. Miró al monstruo cerbero 531
para cerciorarse de si el voto había hecho algún efecto sobre sus escamas. Pero el
monstruo seguía montando la guardia y parecía no haber oído tal promesa.
Una sed ardiente devoraba al sabio. ¡Nueva desgracia del bloqueo! Los dátiles dan
mucha sed. ¿Cómo beber? El desgraciado Tántalo532 veía bajo sus pies un vasto río y se
moría de sed. El Nilo tenía un murmullo irónico y se contentaba con refrescar el aire sin
prestar ni una gota de agua a los labios resecos del infeliz sitiado.
Comparándose con su compatriota Robinson Crusoe, tuvo que convenir que todas
las ventajas de la situación estaban con este último.
En efecto, Robinson pasó una noche en un árbol, pero pudo bajar de él al día
siguiente; mató unos cuantos loros, con los que pudo darse el lujo de sustituir a los
guisados de pollo; bebió agua clara y ron; se paseó bajo una sombrilla; se construyó una
guarida, no descubrió ningún cocodrilo y encontró a Viernes533.
—¡Feliz Robinson! —decía en voz baja el sabio—. ¡Feliz isleño! ¡Rey y súbdito a
un tiempo! ¡Y aun se atrevía a quejarse el ingrato!... ¡Me gustaría verlo en mi lugar,
encaramado en esta palmera!
Desde luego, había que convenir que las quejas de Robinson eran insultos a la
Providencia.
¡Así somos! ¡Nos quejamos siempre de nuestras desgracias! ¿Pero acaso Adamson
era más razonable cuando hacía acusaciones contra su compatriota de York? ¡Ay!, de
ninguna manera. Este hombre, encaramado en una palmera, no sabía que aquel mismo

528
Nombre grecorromano del faraón Seti I.
529
Colosales estatuas de Ramsés II en la “Casa del millón de años”, en Tebas. Osimandias es una mala
trascripción del primer prenomen de Ramsés II, “Usermaatra-Setepenra” (rey del Alto y Bajo Egipto)
530
Únicos vestigios del templo funerario erigido por el faraón Amenhotep III cerca de Medinet Habu,
los colosos de Memnon eran famosos desde la antigüedad pues, a la aurora, el orientado más al sur,
conocido como coloso parlante, emitía un silbido al filtrarse el rocío evaporado por sus grietas
causadas, según Estrabón, por un terremoto en el año 27 a.C.,.
531
Cerbero (en griego "demonio del pozo"), descomunal perro de tres cabezas que guardaba la puerta del
Hades (el inframundo griego) impidiendo salir a los muertos y entrar a los vivos.
532
Como castigo por sus crímenes, Tántalo fue condenado eternamente a vivir en un lago del Tártaro
con las aguas hasta la barbilla y sin poder probar gota, pues estas se retiraban en cuanto amagaba
beber; asimismo sucedía con las frutas de un árbol que tendía sus ramas a la altura de su boca.
533
Nombre con el que Robison Crusoe bautizase al indígena que halló en la isla desierta.
día, a aquella misma hora, el infortunado sabio francés Adolfhe Petit 534 era devorado
por un cocodrilo ante las ruinas de Ombos.
Los hombres harían bien en no quejarse por su suerte. ¡Adolphe Petit, un sabio
olvidado después de un cuarto de siglo! Todos los periódicos de Europa dieron noticia
de su deplorable muerte, y no se le vertió una lágrima; ¿Por qué?: ¡porque lo había
devorado un cocodrilo! Por lo tanto, un hombre debe elegir un tipo de muerte adecuado
si desea ser honrado con oraciones fúnebres y flores en su tumba; debe perecer de tisis o
miseria, y pronunciar unas pocas palabras bien sentidas al expirar; pero si se le ocurre,
como a Adolphe Petit, correr tras las insondables fuentes del Nilo, o tras los arcanos de
los jeroglíficos, y es detenido en el camino por un monstruo del Nilo, ¡vaya! luego, su
muerte quedará registrada simplemente como un obituario, y las burlas servirán como
comentarios. ¿No es realmente gracioso que un científico sea devorado por un
cocodrilo? Adamson, que conocía el humor del público en Irlanda, se compadeció más
de sí mismo cuando pensó que un bromista de Belfast haría un vodevil en lugar de una
oración fúnebre, una broma antiirlandesa, como el famoso Irlandés en Londres535. ¡Sé
una víctima de la ciencia, después de eso!
En aquel instante, unas tenues nubecillas cubrieron el sol y Adamson experimentó
un movimiento de alegría; esperaba una buena lluvia y ponía ya sus manos en hueco
para hacer una orgía hidráulica con el regalo del cielo.
Pero su alegría fue corta, porque se acordó de aquella desesperante inscripción:
Limite delle piogge: límite de las lluvias, que el valeroso viajero italiano Rossignol536, el
amigo de Belzoni537, ha grabado en su mapa del Nilo.
La palmera de Adamson estaba fatalmente emplazada en la latitud que oscurece el
cielo, pero que jamás moja. Y para quitarse la sed de su imaginación, recitó un pasaje de
la Jerusalén de Tasso538, donde pinta a los cruzados bebiendo, en sus cascos
desbordantes, una milagrosa lluvia sobrevenida después de los largos rigores de un cielo
de bronce. Con aquellos versos, aunque pronunciados en una mezcla de italiano y de
inglés, se le hizo la boca agua.
El cocodrilo parecía adivinar el sufrimiento del Tántalo de Belfast y al paso de las
aguas del Nilo bebía grandes sorbos, mientras lanzaba a la palmera miradas oblicuas y
burlonas. Las burlas de los monstruos son intolerables, Adamson se indignó atrozmente
y esto le causó una nueva irritación de su sed.
Posaba sus miradas por el Nilo con la esperanza de descubrir una barca de vela o de
remo, y de lanzar un grito de angustio a sus ocupantes; pero esta esperanza era ilusoria
en aquellos parajes peligrosos, situados más arriba de los rápidos, como dice Bruce. La

534
Con las imprecisiones habituales, se trata de Antoine Petit, naturalista y botánico francés que, durante
una expedición científica a Etiopía, halló muerte el 3 de junio de 1843 al ser arrastrado por un
cocodrilo al fondo del agua cuando cruzaba el río Tekezé en barco de regreso a Gondar.
535
El irlandés en Londres; o el feliz africano, adaptación teatral por el actor y gerente irlandés William
Macready el Viejo (1755–1829) de una farsa anterior titulada El lacayo intrigante, donde presentaba el
contraste entre un sirviente irlandés y otro africano.
536
Bonfigli-Rossignol, médico piamontés que acompañó a Ismail Kamil durante su campaña triunfal por
Sudán (1820-22), trazando el primer mapa que describía el amplio arco formado por el Nilo entre
Dongola y Jartum. Parece difícil que se trate del mismo Giuseppe Rossignol/Rossignani, agente
piamontés de Drovetti que atentase en Karnak contra Belzoni, quien lo tachara de “renegado”.
537
Giovanni Belzoni (1778-1823), cazatesoros y singular pionero de la egiptología, cuyas aventuras por
Egipto quedaron plasmadas en su “Narrative of the Operations and Recent Discoveries Within the
Pyramids, Temples, Tombs and Excavations in Egypt and Nubia.” (1820).
538
Torquato Tasso (1544-1595), poeta barroco italiano, autor de “Jerusalén liberada”, poema
ambientado en el asedio de Jerusalén durante la I Cruzada; sus últimos años se vio aquejado por la
locura.
soledad conservaba su silencio do muerte: sólo se veían unas ruinas negruzcas, donde se
plantaban los ibis, inmóviles como signos de admiración.
Involuntariamente el pensamiento del sabio volvió a fijarse en Robinson Crusoe.
—Aquel isleño —se decía—, ha cometido el gran error de murmurar tanto contra
una desgracia que me parece tan feliz, pero mi compatriota tenía cosas buenas. Había
nacido inventor. Se hizo pan, se fabricó una sombrilla, un traje y hasta una pipa. La
privación lo hacía ingenioso. En esta palmera, Robinson habría encontrado agua. Vamos
a ver, ¿qué es lo que se le habría ocurrido?
Reflexionó mucho tiempo para inventar algo al estilo de Robinson, y el fuego
interior de su pensamiento acabó de quemar su lengua; creía tener ascuas en la boca;
había llegado a ese extremo en que habría vendido su alma al diablo por una gota de
agua.
El Nilo deslizaba continuamente ante él sus ondas suaves y majestuosas.
¡Oh necesidad, madre del ingenio! ¡Jamás abandonaste a los discípulos de
Robinson!
Antes de descubrir el proceso hidráulico, que era un diminutivo de la máquina de
Marly, Adamson quiso rendir un acostumbrado homenaje a su deber de crítico. Era la
hora en que se encerraba en su despacho de Belfast para señalar un error literario u oral,
en su revista The Old Critic, hoja independiente, que, teniendo la dicha de no tener
suscriptores, aparecía o no aparecía, según al capricho de su editor.
Se volvió hacia su secretario ausente y le dictó el siguiente artículo:
“Generalmente consideramos el Robinson Crusoe de Daniel Defoe
como una obra maestra. Este es otro de esos errores tan comunes en la
crítica rutinaria, en los sesudos críticos de Panurgo 539. Es un libro
encantador, pero que necesita ser rehecho, y lo haré de nuevo, si Dios
me libera de las trampas del Nilo. Robinson, tras su naufragio, acude
todos los días al pecio y acumula en su cabaña suficientes materiales
para construir una aldea. Crea recursos con los elementos que ha
encontrado en el pecio. ¡Eso es mucho trabajo, cierto! Todos haríamos
lo mismo en su lugar. Mi Robinson también sobrevivirá a su naufragio,
pero llegará a su isla, pauper et nudes, pobre y desnudo, y sin pecio. Es
entonces cuando su imaginación tendrá que ser fructífera para sacar de
la nada su pequeño mundo; es entonces cuando la industria del solitario
se verá obligada a explotar prodigios. He aquí una reflexión que nunca
hubiera hecho, si siempre hubiera vivido como un hogareño ilustrado.
¡Qué hermoso libro habría escrito Simón el Estilita 540 si hubiera fundado
una revista, saliendo de su columna, después de treinta años de
meditación!”
El sabio batió palmas, como si se hubiese aplaudido a sí mismo; había descubierto
un procedimiento hidráulico. ¡Qué poca cosa es necesaria para dar un poco de alegría a
la humanidad! Ahí tenemos a un hombre encaramado en una palmera, a un agonizante
destinado a las fauces de un cocodrilo, y que encuentra el secreto de satisfacerse, porque
ha inventado un medio equívoco de llevar a sus labios algunas gotas del agua salobre
del Nilo.
Adamson, orgulloso de competir con su compatriota de York, puso en seguida
manos a la obra: arrancó varias ramas muy largas y las ató por sus extremos por medio
539
Personaje de Gargantúa y Pantagruel, del escritor humanista francés François Rabelais (1494-1553),
astuto, ingenioso, diestro en el manejo de los lenguajes.
540
Simón el Estilita (390-459), santo asceta cristiano cuya fama radica en el hecho de haber elegido como
penitencia pasar 37 años en una pequeña plataforma sobre una columna.
de filamentos arrancados del árbol y enrollados entre los dientes y los labios. Hecho
esto, esperó el momento en que el cocodrilo daba una pequeña vuelta por el río a fin de
cumplir con sus deberes pequeños de anfibio y dejó caer dulcemente su bomba aspirante
hasta la orilla donde ella empapó de agua las esponjosas hojas flotantes de su extremo.
Esta cuerda vegetal fue luego retirada con gran precaución y dos labios calcinados
se precipitaron sobre las últimas hojas mojadas de agua dulce, y doblemente dulce.
Nunca gastrónomo invitado a un festín parisino saboreó con mayor voluptuosidad una
copa llena por la Náyade541 escarlata que fluye delante de Burdeos.
Nuestro sabio reía de contento, como un colegial; y, no teniendo cosa mejor que
hacer, repitió la experiencia y se entregó, sin medida, a todos los excesos de la
intemperancia para pagar a sus pulmones un largo atraso de sed. Tántalo no había
inventado eso.
A Adamson le causaba risa sobre todo la idea de burlar a su cocodrilo, que sin duda
se tenía bien merecida semejante burla.
Una vez tranquilizado sobre las dos primeras necesidades de la vida, Adamson se
acordó de que, durante las horas húmedas de la última noche, había sufrido algunos
accesos de pérfido frío; la carencia de toda vestimenta le parecía favorable durante los
ardores tropicales del día, pero había que pensar en vestirse por la noche.
Había además otro motivo que espoleaba al sabio para descubrir, como Robinson,
un traje decente.
—¡Con qué cara me atrevería yo a presentarme en público, si una providencial
barca de salvamento pasara por delante de mí! —decía el juicioso sabio.
Cuando hubo dicho o pensado aquello, Adamson cogió en su alcoba aérea una
cierta cantidad de hojas enormes y, sentándose como un sastre, confeccionó una levita
vegetal que, sin llegar a ser de última moda, tenía un carácter primitivo bastante
pintoresco.
Con dos hojas tuvo suficiente para el gorro de dormir, que no carecía de cierta
elegancia y no dejaba nada que desear al lado de nuestros horribles sombreros de día.
El autor de todos estos ingeniosos hallazgos se testimonió a sí mismo su
satisfacción, estrechándose entre sus brazos; se encontraba con casa, vestido,
alimentado, sin sed, a expensas de la Naturaleza.
Toda felicidad es relativa. Adamson se estimaba muy dichoso y, en lo tocante a
ingeniosidades, miraba con desdén a Robinson Crusoe, desde toda la altura de su
palmera.
Cuando reflexionaba muellemente sobre su dicha, vio al cocodrilo al pie del árbol y
el monstruo le pareció agitado de un mal pensamiento. No se equivocaba. El cocodrilo
también había reflexionado. No pudiendo tomar la palmera ni por asalto, ni por bloqueo,
recurría a la mina y a la zapa. Los enormes dientes del monstruo se pusieron a la obra y
roían la base del árbol con un feroz encarnizamiento.
El cocodrilo parecía haberse pronunciado la frase:
—Ya es hora de que se acabe todo esto.
Y mientras oía, estremecido, los chasquidos de una monstruosa mandíbula en la
base de su cobijo, Adamson tuvo la feliz idea de encomendarse a Simón el Estilita, el
anacoreta del capitel.
La disposición de los molares y de los incisivos de los cocodrilos está hecha de tal
modo que no pueden socavar la base de una palmera; estos monstruos no pueden roer
más que de lado; descortezan superficialmente, pero no profundizan. La sabia
Naturaleza ha querido de este modo dar asilo en las palmeras a los desgraciados
perseguidos por los cocodrilos.
541
Ninfa de los ríos o las fuentes, clara referencia al río Garona.
El sabio ignoraba también esta particularidad orgánica de la impotencia maxilar del
zapador con escamas. Plinio y Saavers, mencionan dicha circunstancia tranquilizadora;
pero aquellos dos naturalistas no podían ser consultados en aquel momento en el
capítulo Cocodrilo.
Adamson clavaba sus miradas en la base de operaciones; pero, colocado demasiado
alto y demasiado mal para apreciar el peligro, esperaba a cada instante ver caer el árbol
de la salvación, y sus cabellos se erizaban bajo su turbante de hojas ante la idea de ser
lanzado en la boca del monstruo, y de hacer su entrada en el animal por entregas
sangrientas, como en un sepulcro de escamas y sin epitafio que anunciase las virtudes
del difunto a la posteridad de Belfast.
El cocodrilo sostuvo así varias horas su trabajo de zapa hasta que un cierto
desaliento se manifestó en sus mandíbulas; entonces recurrió a otro expediente: el de
sacudir la palmera con su cola de bronce. El árbol se mantenía firme, pero sus sacudidas
no eran tranquilizadoras para el sabio; sufría una especie de temblor de tierra, y su
habitación de hojas se agitaba con ondulaciones convulsivas.
De vez en cuando un racimo de dátiles se separaba de una rama y caía sobre las
escamas del cocodrilo, lo que ocasionaba que el monstruo redoblase su furia, como el
asaltante que recibe un proyectil lanzado desde las murallas.
La caída de dátiles ofrecía también a Adamson otro motivo de espanto: ¿qué iba a
ser de él si toda su provisión de comestibles desaparecía así poco a poco? Nunca otro
hombre sufrió semejantes angustias, por lo que, finalmente, nuestro sabio, después de
haberse convencido de que la vida no vale la pena de ser defendida a semejante precio,
resolvió precipitarse desde lo alto de su atalaya para encontrar el reposo de la muerte.
Lleno de esta idea de desesperación, se puso de pie sobre la copa del árbol, separó
las ramas que podían sostenerle al borde del precipicio y, adelantando un pie, afirmó el
otro con toda su fuerza, y no se precipitó.
Un pensamiento generoso lo retenía al borde del abismo: Adamson no tenía familia,
ni mujer, ni hijos, ni sobrinos; debía, pues, conservarse cuidadosamente sobre la tierra
como el único representante de los Adamson.
El hombre es siempre así de ingenioso cuando se trata de transigir con la
desesperación.
Si tiene descendencia, quiere vivir para sus hijos; si está solo en el mundo, quiere
vivir para prestarse un servicio a sí mismo y no morir enteramente. Non omnis moriar,
dice el poeta latino542.
También recordaba vívidamente todo lo que había escrito contra el suicidio en los
días de su vida feliz. El suicidio, decía, es el acto de desesperación incurable y egoísmo
desinteresado. Los antiguos honraban el suicidio en la persona de Curtio 543, Bruto544,
Catón545, pero los antiguos desconocían la verdadera moral. Sólo el gran poeta Virgilio
ha estigmatizado el suicidio en los admirables versos del sexto libro. ¡Oh!, exclama,
¡cómo sufren en el infierno esos suicidas que han vuelto contra ellos manos violentas!
¡Oh! ¡Cómo quisieran volver a subir a la torre y soportar aún la dura pobreza y los
dolorosos trabajos!

542
Horacio (65-8 a.C.), “Odas” III.
543
Marco Curtio, joven soldado romano que se inmoló arrojándose al vacío con su caballo para sellar la
gran sima abierta en el Foro durante los primeros tiempos de la República.
544
Marco Bruto (85-42 a.C.), hijo adoptivo de Julio Cesar y uno de sus asesinos. Acosado por sus
enemigos, prefirió suicidarse atravesándose con su espada, no sin antes pronunciar: “¡Virtud, no eres
más que un nombre!”.
545
Catón el Joven (95-46 a.C.), político romano que, antes de rendirse a Julio César, aún convaleciente
tras su fallida tentativa de suicidio, se extrajo los intestinos para acabar con su vida.
... Quam vellent aethere in alto nunc
et pauperiem et duros perferre labores ...!
Hagamos algo por Virgilio: sacrifiquemos mi desesperación; ¡Conservemos la vida,
tengamos el coraje de no morir!
Adamson se testimonió un gran reconocimiento después de haber tomado esta
heroica resolución; incluso llegó a tratarse de cobarde por haber amparado un instante el
pensamiento de servir de pasto a la voracidad de un monstruo anfibio; una vez realizado
este deber, volvió a sentarse en su sillón vegetal y tomó las más minuciosas
precauciones para precaverse de una caída.
¡Oh, quién podrá sondear nunca el corazón humano, y sobre todo el corazón de los
sabios! ¿Quién lo creería? Nuestro solitario de la palmera, repuesto de sus primitivos
errores, encontró una distracción bastante curiosa en el espectáculo de aquel cocodrilo
encarnizado contra un tronco fuertemente incrustado en la roca de un escollo.
Las ondulaciones, tan alarmantes al principio, le daban ahora la sensación de un
columpio; sonreía con gesto paternal ante los esfuerzos del monstruo, le dirigía
epigramas ingleses y le trataba hasta de goose, de rascal y de naughty boy546.
El acento anguloso que acompañaba a esos insultos irritaba al monstruo, que
contestaba con un chasquido de conchas bastante armonioso para los oídos de un sabio
de Belfast.
Decididamente, la palmera era inquebrantable. Adamson triunfaba.
Se acordó del capítulo que Séneca ha escrito sobre la manera de construir el edificio
de nuestra felicidad en todas las situaciones de la vida, y él se decidió a construir
también el suyo.
Vislumbró un porvenir dichoso. ¿Qué le faltaba? Tendría un buen clima, un
alimento frugal, pero sano, una soledad encantadora, Agua dulce con profusión; incluso
esperaba poder un día detener a su paso a los pichones de Etiopía y ponerlos a asar al
sol. Abundancia de comestibles.
En cuanto a los placeres, tendría a sus pies un río maravilloso, ruinas misteriosas,
un cocodrilo divertido, en fin, todo cuanto hace falta para pasar horas agradables.
Además, en sus negocios, podía seriamente preparar manuscritos sobre el estudio
antiguo de las tierras que se extendían delante de él hasta los montes de las Esmeraldas
y los montes de Ajas, soledades inmensas donde se elevan las ruinas de los templos de
Júpiter y Apolo, entre Berenice y Nechesia547.
Contento con estas nuevas ideas, pensó seriamente en establecer su habitación de un
modo más confortable. La dividió en tres room distintos y separados por tabiques de
hojas; así andaba de un room a otro para hacer un ejercicio higiénico y saborear los
placeres del propietario. Su gabinete de trabajo contenía varias ramas de hojas de
palmera sobre las cuales podía escribir como sobre un papel, por medio de un estilete de
corteza.
Su comedor, dinning-room, abundaba en dátiles frescos y secos, que llovían en su
boca. La bomba hidráulica, más perfeccionada todavía, tenía su rincón especial. Sólo
echaba de menos una cosa: un par de guantes.
La felicidad nunca es completa.
Todos los días amanecían puros y serenos; con cada aurora, Adamson prestaba
atento oído al desierto, y oía la cavatina del coloso de Memnon 548; así, pues, todas las
mañanas tenía su velada de ópera.

546
Goose: familiarmente “tonto, bobo”. / Rascal: “granuja, pillo”. / Naugthy boy: “niño travieso”.
547
Berenice y Nechesia, antiguos puertos egipcios en el Mar Rojo.
548
El fenómeno cesó tras la restauración ordenada por Séptimo Severo a principios del siglo III.
Luego se divertía viendo al cocodrilo, y, cuando estaba satisfecho de él, le enviaba
algunos dátiles podridos que el monstruo tragaba glotonamente, lo que hacía reír a
carcajadas al grave Adamson.
Entre la comida y la cena se entregaba al estudio y a la meditación; abría la
biblioteca de su memoria, y, leyendo a Heródoto, visitaba con él el Laberinto o las
márgenes del lago Moeris, o Arsinoe, la provincia de las rosas. Otras veces seguía al
emperador Adriano por las orillas del Nilo hasta la ciudad de Antinoo549.
Cuando un pensamiento profundo iluminaba su cerebro, le grababa en un papiro y
se complacía grandemente en releerlo veinte veces.
En sus cortos paseos por una rama horizontal, gustaba de contemplar el lejano valle
de Cambises, y dedicaba una lágrima a aquellos sabios y desgraciados egipcios tan
cruelmente aniquilados por persas imbéciles y crueles.
Antes de dormirse, se daba a sí mismo un curso de Astronomía bajo aquellas
espléndidas constelaciones, tan apreciadas de los caldeos y de los escultores del zodíaco
del Tentíris550.
Ningún vecino envidioso espiaba su conduela ni censuraba sus actos; ningún
periódico se ocupaba de él; ningún policeman lo detenía con su porra; ningún
recaudador le reclamaba impuestos indirectos.
Era libre como el aire de su habitación y se reía amargamente de todos los
sarcasmos que el misántropo Alcestes551 lanza contra los humanos.
—¿Por qué Alcestes —se decía— no se refugia en un capitel o en una palmera,
como Simón o como yo? ¡Cuántas fiebres y preocupaciones se ahorraría!
Y la Ciencia siempre ganaba algo, y Adamson finalmente admitió que era el
enemigo del trabajo de gabinete. Antes de visitar este país, tomaba todas las visitas de
Heródoto por artículos de fe, creía en la verdad evangélica de todos los historiadores y
de todos los viajeros. Así, desde lo alto de su palmera, lanzó una sonrisa de incredulidad
a los dos mil pueblos que un día bordeaban el Nilo, desde Siena hasta la mar; dudó
mucho de los cuarenta palacios, revueltos como un montón de naipes, en el lago Moeris,
para componer los meandros inextricables del Laberinto; y se echaba a reír cuando
pensaba que sus compañeros de casa en Belfast todavía creían firmemente, en la fe de
Heródoto, que en medio del lago Moeris había dos pirámides de seiscientos pies de
altura, coronadas por dos estatuas de oro. Luego saltó de Heródoto a Estrabón y pidió, si
escapaba del cocodrilo, visitar el sur de la Galia y atrapar a Estrabón en el acto de un
viajero fabulista. Así, dijo, con mi experiencia de hoy, es imposible creer que haya, en
Provenza un viento negro llamado bis, hoy mistral, que hace revolotear en el aire los
enormes guijarros de la Crau, dar marcha atrás a las mulas de paso seguro, pede tuto, y
desconcierta a los jinetes.
Este deseo no se ha cumplido, según la costumbre. Después del peligro, se procura
olvidar el voto, lo cual es una suerte para Estrabón.
Dejemos un instante a nuestro feliz anacoreta en su palmera y descendamos a la
orilla izquierda del Nilo, donde un nuevo incidente de esta historia va, para desgracia de
Adamson, a revelarse.

549
Antinoopolis, ciudad fundada por el emperador romano Adriano a orillas del río Nilo en el mismo
lugar donde apareció ahogado el cuerpo de su favorito y amante Antinoo, quien sería divinizado
asimilándolo a Osiris y venerado en su templo, denominado Antinoeion.
550
Tentiris, la actual Dendera y Iunet egipcia, importante centro de peregrinación por albergar uno de los
fragmentos del despedazado cuerpo de Osiris. Sin embargo, la fama de Tentiris se debe al templo
dedicado a la diosa Hathor, sobre cuyo techo se edificó una capilla con la representación zodiacal,
actualmente conservada en el Louvre.
551
Protagonista de “El misántropo”, de Moliere
Mr. Darlingle, sabio botánico inglés, buscaba lotos amarillos en las orillas desiertas
del Nilo. Heródoto ha visto lotos amarillos, pero Heródoto tenía el privilegio de ver
cosas ausentes, y entre otras, dos pirámides de seiscientos pies de altura en medio del
lago Moeris. Muy bien podía, pues, haber visto también lotos amarillos. Cierto es que
desde su época han desaparecido, lo que obliga a los botánicos concienzudos a seguir
buscando siempre.
Por esta razón, Mr. Darlingle caminaba a través de la cadena líbica, husmeando por
todas las hendiduras del terreno donde podía sospecharse que se iban a encontrar lotos
amarillos. Dos árabes armados con sendas carabinas acompañaban al sabio.
Hay cosas que trastornan la imaginación cuando se las encuentra en el desierto.
El viajero Caillaud552 refiere que se sobrecogió de espanto al descubrir las cuarenta
pirámides de la península de Meroe. Caillaud no tenía razón para asombrarse en esta
ocasión. Con justo motivo se quedaría uno helado de espanto al encontrarse en medio
del Sahara un precioso comercio aislado con la inscripción Gabinete de lectura.
Por todo ello, Darlingle estaba en su derecho, cuando exhaló un grito de espanto al
descubrir en la orilla izquierda del Nilo dos botas, una erguida y altiva, otra
muellemente inclinada, como fatigada de un largo reposo. Nada más tonto que ver dos
botas que esperan al portero en el vestíbulo de un hotel modesto; pero el sentimiento
que pueden despertar en la orilla desierta del Nilo, no puede expresarse con palabras. Se
da un grito y se retrocede de terror. Las dos serpientes de Mercurio 553 inspirarían menos
espanto.
Hay que decir también que las ropas abandonadas en bloque en la orilla del Nilo
habían desaparecido, sea porque la corriente del río se las hubiera llevado, sea porque
un cocodrilo omnívoro se las hubiera tragado de pasada.
Sólo las botas habían quedado de pie y un poco aparte, en un pedestal de rocas.
Ahora comprenderéis el legítimo espanto del botánico inglés. Al pronto creyó que
aquellas dos formas de calzado eran un juego natural y una doble aspereza de la roca
líbica; pero, al acercarse, reconoció la autenticidad del cuero y retrocedió horrorizado,
como lo hubiese hecho ante un espectro que sólo hubiera dejado ver sus botas.
Los dos fieles árabes, naturales de Ombos, no habían visto nunca en su vida botas;
se asustaron del pánico del botánico y dispararon valerosamente a los dos bultos de
cuero, que cayeron atravesados por cuatro balas. Esta ejecución no podía tranquilizar el
ánimo de Darlingle; sin embargo, agradeció a los árabes su abnegación y les hizo notar
su reconocimiento con un gesto expresivo.
El botánico se puso a contemplar las dos botas tumbadas, que en su nueva posición
parecían todavía más extrañas en medio de un desierto.
Desde lo alto de su palmera, Adamson oyó los disparos de los árabes y tembló; un
ruido de armas anuncia siempre entre los salvajes la presencia de un hombre civilizado.
Salió de su alcoba, pasó al vestíbulo, separó algunas hojas que velaban la dirección del
este y vio tres hombres que venían a molestarlo en su soledad y en su meditación; pero
pronto, la debilidad humana venció: y determinó hacer señales de apuro a aquellos tres
seres humanos.

552
Frédéric Caillaud (1787-1869), explorador francés, como miembro de una expedición militar egipcia,
remonta el Nilo, alcanzando Meroe en 1823, experiencia plasma en “Voyage à Méroé” (1826), obra
de indiscutible valor hoy en día pues aporta datos e ilustraciones de monumentos hoy perdidos.
553
La leyenda cuenta que en cierta ocasión Mercurio (Hermes para los griegos) separó dos serpientes
que estaban entrelazadas en mortal combate; ambas pasaron a formas parte de su caduceo (bastón
alargado coronado por dos alas, señal del mensajero de los dioses, y enroscado por dos serpientes, que
simbolizan la paz y la concordia).
Cortó una larga rama de palmera, la despojó de sus hojas menos en su extremo, y la
agitó por encima del árbol como un instrumento chino, mientras con la otra mano
lanzaba al Nilo racimos de dátiles, los únicos proyectiles que tenía a su disposición.
El botánico, rodeado de ese silencio conocido tan sólo por los aeronautas, se volvió
nada más oír el ligero ruido causado en el río por una granizada de dátiles, y esta vez
experimentó una sorpresa aún mayor que la primera.
La aparición de las botas fue olvidada: vio una palmera agitando un enorme
penacho en ausencia de la más leve brisa y tal descubrimiento le causó una alegría
infinita después del primer movimiento de sorpresa. Habría dado todos sus lotos
amarillos a cambio de esta fantástica palmera.
Abriendo su álbum de viajo, Darlingle se apresuró a registrar en él su
descubrimiento, y escribió lo que sigue:
Se encuentra en el Alto Egipto una especie de palmera que tiene las
propiedades del áloe, con la diferencia, sin embargo, de que el áloe
después de haber lanzado su tallo a veinte pies por encima del suelo, lo
mantiene inmóvil, mientras que la palmera del Alto Egipto agita
verticalmente su tallo superior con una regularidad de movimiento
prodigiosa. Hemos dado a este árbol el nombre de palmera Darlingle.
Una vez escrito esto, el botánico dibujó su palmera y se la enserió a los dos árabes a
falta de otro público por el momento.
Aquellos hijos del desierto, con sus ojos de lince, acababan de descubrir una forma
humana bajo el espeso follaje de la palmera de la isla y con sus gestos se lo mostraban
al botánico que, absorto por la fortuna de su descubrimiento, y la belleza de su dibujo,
no comprendía los gestos de los árabes y sólo pensaba en la sensación que produciría la
palmera Darlingle en el mundo de la ciencia.
Los dos árabes seguían insistiendo, por lo que Darlingle, a pesar del deseo que tenía
de no ocuparse más que de sí mismo, se vio obligado a seguir la dirección de los dedos
indicadores.
La pantomima de los árabes era clara como la palabra:
—Mire usted —decían—; mire usted aquella pequeña isla; verá usted una criatura
humana en la palmera; está en peligro; nos hace señales y debemos socorrerla
enseguida.
Darlingle preparó su pequeño catalejo encogiéndose de hombros, como quien hace
una concesión cortés, y miró distraídamente la palmera Darlingle.
Tercera sorpresa de la misma hora, y esta tercera borrando el efecto de las dos
anteriores. Había visto distintamente un rostro, e incluso un rostro inglés, dibujarse
entre dos hojas, y una mano que sacudía una rama despojada y coronada de un penacho.
Recogió su anteojo con tristeza, volvió a leer su artículo, volvió a mirar su dibujo, y
después de reflexionar, como Bruto554, para saber si destruiría a sus dos hijos o los
dejaría vivir, se decidió por lo último.
—¡Pues bien! ¡Qué le vamos hacer! Lo que está escrito, está escrito; no borraré ni
una sola palabra. Además, si el áloe existe, la palmera Darlingle también habría podido
existir, si la Naturaleza la hubiera reconocido como útil; yo la reconozco útil y la
mantengo.

554
Lucio Bruto, legendario fundador de la República tras la violación y posterior suicidio de Lucrecia,
causa del destierro de los Tarquinos, quienes tramaran una conjura para reinstaurar la Monarquía junto
con los propios hijos de Bruto, a los que sentenció a muerte y presenció su ejecución.
Una vez tomada esta resolución, los tres hombres celebraron consejo; se trataba de
encontrar una barca y socorrer a aquel viajero en peligro; uno «le los arabos propuso
una solución que fue adoptada.
Se pusieron en marcha hacia Asuán, que estaba a unas cuantas millas de distancia
en el desierto; y, después de dos horas abrasadoras y de una rápida carrera a través de
los montones de arena, alcanzaron aquel poblacho, que fue una ciudad en tiempos de
Heródoto.
Darlingle enseñó al primer pescador una moneda de oro y una barca, pantomima
que siempre se comprende. La barca fue echada al agua; y el botánico, designando al
marinero la dirección fluvial, le dijo altivamente como si hubieran podido entenderle:
—¡A la isla de la palmera Darlingle!
Hubiera bastado el dedo indicador. Descendieron por el Nilo.
En medio de estas emociones, la verdadera ciencia no había ganado sus derechos, y
un incidente muy vulgar acababa de absorber el pensamiento de Adamson.
El perro de los dos árabes, atormentado por la sed canina, y no teniendo otra agua
bajo la lengua que la del Nilo, se acercó al río, dando muestras de gran alegría; posó
como una esfinge, estiró sus dos patas delanteras en el Nilo y se entregó en silencio a
una orgía de agua, como un gourmet sentado en una mesa donde fluyen el jerez y el
oporto.
—¡Es grave! —se dijo Adamson a sí mismo.
Y se puso a pensar profundamente, con la mirada fija en el perro.
El fabulista Fedro, pensó, fue el primero en inventar la fábula del perro bebiendo en
el curso del Nilo. Los eruditos repitieron la mentira del fabulista, y en Bristol, si me
atreviera a decir la verdad ahora, a destruir la fábula, me apedrearían hasta la muerte; es
un hecho adquirido en la historia natural de los perros. ¡Pero qué importa un hecho
aislado! Lo serio es aprender en cada momento, en la vida de la experiencia viajera, que
existen multitud de fábulas zoológicas, sin contar las demás. Después del perro egipcio,
caímos en el escarabajo verde. No hay ninguno de este color; Heródoto vio escarabajos
verdes, y como esto fue mucho antes de la invención de los lentes verdes, uno no puede
imaginarse a un Heródoto con gafas. La mentira solo se admite. Y los caballeros de
avestruz, ¿verdad? Cambise tenía uno en su ejército, afirmó Mr. O'Piern, mi colega.
Mientras Adamson pensaba así, le llegó una ayuda inesperada de Asuán.
Pronto la isla de la palmera Darlingle fue avistada en el horizonte y, a medida que
se iban acercando, los árabes de los ojos de lince testimoniaban alguna inquietud y
cambiaban signos de inteligencia.
Pasado un cuarto de hora, no había lugar a dudas: habían visto realmente un enorme
cocodrilo que vagaba en torno a la palmera. Participaron su descubrimiento al botánico,
que alcanzó su cuarta sorpresa del día y tembló de espanto bajo cuarenta grados
Réaumur555
Sin embargo, declaremos en honor suyo, que no quiso por un miedo demasiado
visible, comprometer la dignidad fluvial de Inglaterra ante los ojos de la Arabia desierta;
disimuló «su espanto, muy natural por lo demás en un botánico habituado a coger flores
y que no tenía nada que hacer con los monstruos anfibios del Nilo.
Los árabes hablaban entre ellos tranquilamente como gentes acostumbradas a cazar
cocodrilos; renovaron el cebo de los cartuchos ingleses, siempre infalibles y patent-
Safety, buscaban para sus pies apoyos sólidos y recomendaban al remero las más
grandes precauciones en los movimientos.
El cocodrilo veía llegar la barquichuela como una presa o como un peligro; se
aprestaba a la defensa o la huida, seguía la importancia y el número de los agresores.
555
50º C.
Tumbado a la orilla del río, inmóvil corno un cocodrilo disecado, tenía sus fauces
abiertas, para tragarse en seguida al primer enemigo que pusiese pie en tierra.
Los dos árabes, grandes conocedores de las costumbres de esos monstruos, se
mantenían de pie en la proa de la barca; apuntaron, pronunciaron una sílaba al mismo
tiempo y sus dos disparos parecieron uno solo.
Las balas habían entrado por el único punto vulnerable, la boca abierta, y
recorrieron toda la longitud interior del animal. El monstruo sacudió la cabeza con
cómicas contorsiones que provocaron una franca alegría en los palcos principales de la
palmera; y vomitando bocanadas de sangre negra sobre la arena, cerró sus ojos bañados
de lágrimas y no volvió a moverse más.
Adamson arregló el desorden de sus vestidos vegetales, buscó por costumbre sus
guantes y, al no encontrarlos, descendió con las más delicadas precauciones, para no
romperse la levita y ahorrar una exclamación de shoking al compatriota, a quien había
reconocido como tal desde lejos por su cabello y por sus guantes.
Los árabes son graves, pero su seriedad se desvaneció en una risa loca, cuando
vieron el traje de Adamson.
El propio botánico, tranquilizado por la muerte del cocodrilo, se mordió los labios
para evitar a su compatriota el espectáculo de una hilaridad inglesa, muy fuera de lugar
en semejante ocasión.
El botánico y el sabio se estrecharon las manos a la moda de su país y se contaron
sus historias. Adamson rogó a Darlingle que tuviese la bondad de contener, mediante
una orden, las risas inmoderadas de los dos árabes, pues estaba decidido a quejarse de
esto ante el cónsul de su país. Entonces Darlingle tuvo una idea más completa que la de
San Martín: se quitó su levita de cutí gris y se la dio generosamente a su compatriota.
Adamson se retiró aparte, se arregló un poco y se abrochó cuidadosamente.
El cocodrilo fue colocado de través en la popa de la barca, como pieza de
convicción, y Adamson quiso bajar un momento a la orilla para calzarse.
El momento de la partida fue solemne. Desde Byron, los ingleses han tomado la
costumbre de saludar a las islas o a los continentes que abandonan sin esperanza de
retorno. Adamson saludó a su palmera y besándola, dejó algunas lágrimas en su corteza.
Hizo luego una colección de todas las hojas que le habían servido para mobiliario y para
los restantes usos domésticos. Aquellas preciosas reliquias estaban destinadas a la
galería nacional de Charing-Cross. En nombre de la ciudad de Londres, Darlingle dio
las gracias al sabio y no perdió ocasión de pronunciar un speech de una hora en el
mismo lugar donde aquel donativo había sido hecho tan generosamente.
Por su parte, Adamson se mostró generoso con el botánico; le dio las gracias en
nombre de la ciencia, por aquel precioso descubrimiento de la palmera Darlingle, que
añadía un individuo más a la gran familia de las palmeras; prometió incluso escribir en
la Revue de Belfast una noticia probatoria de que esta palmera, recién descubierta por el
infatigable celo de Darlingle, pertenecía a la especie, llamada improvisadora, de los
áloes del Ceilán.
Los árabes escuchaban y miraban con los ojos desmesuradamente abiertos a
aquellos dos ingleses que hablaban tanto tiempo en pleno desierto, bajo un sol que
tuesta la frente y la hace echar humo, como a la carne sobre las parrillas.
Luego se marcharon por vía terrestre al poblado de Asuán, donde Adamson
encontró un traje árabe completo y una hospitalidad digna de los siglos de Abraham y
de Jacob.
El hombre que hubiera entrado en una ciudad europea con el traje que llevaba
Adamson habría sido encarcelado por vagabundo y juzgado a los tres meses.
El sabio y el botánico se unieron desde aquel momento en una estrecha amistad. El
uno renunció a la península de Meroe y el otro a los lotos amarillos, y pensaron en
hacerse nombrar cónsules en alguna residencia de la India; tenían títulos evidentes para
ello y no desconocidos por el Gobierno inglés.
En consecuencia, aprovecharon la salida de la primera caravana para atravesar el
desierto y alcanzar El Cairo.
Adamson —¡cosa rara!— se acordó de su promesa después de pasado el peligro.
Besó los santos dedos del pie del coloso de Osimandias y, al ver las pirámides, se dignó
hacerles el más gracioso saludo. Los dos amigos encontraron el paquebote de Malta en
el puerto de Alejandría y desembarcaron en seguida en aquella isla inglesa, flor del
mundo, fior del mondo, como dicen los malteses.
Allí Darlingle y Adamson se distribuyeron el trabajo: Adamson escribió en el
periódico Malta-Times un artículo admirable sobre el intrépido viajero botánico
Darlingle, que había descubierto la palmera Darlingle con peligro de sus días, matando
dos reptiles negros de la especie del Cobra-Capel.
El artículo estaba ilustrado con un dibujo en madera del nuevo árbol agitando su
penacho en el aire. Darlingle, a su vez, anunció al mundo la atrevida expedición de Mr.
Adamson, que se había aventurado más allá de la tercera catarata, había comprobado las
cartas geográficas de Bruce y matado dos cocodrilos por medio de la electricidad.
Estas dos relaciones precedieron en Londres la llegada de los dos viajeros. El First
Clerk las envió en seguida a White Hall y los felicitó por sus descubrimientos. Pero no
paró ahí la cosa. Recibieron un rent de quinientas libras y una comisión de cónsul en
dos de las mejores residencias de la India.
La palmera Darlingle fue añadida, en efigie, a la colección del Zoological-Garden,
y el cadáver del cocodrilo muerto por electricidad fue suspendido del techo de una sala,
en la galería de Charing-Cross.
Todas las cosas de este mundo son así poco más o menos.
Los que han meditado sobre el hombre no se asombrarán de leer el final de esta
verdadera historia.
Adamson representa hoy a Inglaterra en Chandernagor: posee una soberbia
mansión a orillas del Ganges; cuenta con siete elefantes en sus establos, da órdenes a
diez servidores; se ha casado con una encantadora india; gasta el lujo de un nabab556.
¡Pues bien! Muchos días, en sus ratos de ociosidad consular, echa de menos la dulce
vida que llevaba en su habitación aérea de la palmera de la isla. ¡Más aún! Echa de
menos el espectáculo emocionante que le daba el monstruo anfibio; echa de menos su
sed ardiente tan deliciosamente apagada con gotas de agua.
El aburrimiento, esa sed del alma, se apodera a veces de él tan violentamente que se
encuentra dispuesto a abandonar sus elefantes, su mansión, su mujer, para volver a ver
su palmera y pasar en ella una quincena, for night.
Si el gobernador le concede un permiso a Adamson, ese proyecto se realizará.
¿Acaso el infortunio es la felicidad? Esto explicaría el porqué no la encontramos
jamán en el mundo. ¡Meditemos!

556
En la India musulmana, gobernador de una provincia; por extensión, hombre sumamente rico.
La pesca del león
La pêche au lion,
«Une conspiration au Louvre»557

La gente ilustrada conoce a Belzoni558, célebre viajero que ha descubierto la


segunda pirámide y publicado una obra sobre el Egipto y sobre el curso del Nilo desde
el Takeze559 hasta el mar, olvidándose, sin embargo la península de Meroe, que según
Heródoto, fue la cuna de los gimnosofistas y tiene el privilegio de haber conservado
sobre las espinas de sus higueras chumbas el escarabajo sagrado, tan querido de los
sacerdotes de Isis.
No os alarméis de la seriedad con que principio.
—El fastidio es hijo de lo grave, y retrocede siempre en vista de un parricidio, que
haría los libros muy divertidos si se cumpliese. Lo que el fastidio, por piedad filial, no
se atreve a hacer, hagámoslo nosotros ahora.
Belzoni, antes de abrazar la honrosa profesión de sabio era volatinero 560, y mientras
Mehemet-Ali, embebido en los cuidados de la herencia de los faraones, y privado de un
buen consejero, como José dejaba caer sobre su barba la cabeza llena de una aguda
inquietud; llamó a Belzoni, que aun no se había hecho sabio, y le pidió que bailase sobre
una cuerda tendida entre dos palmeras 561. Este ejercicio es muy penoso en Egipto, y el
sudor del funámbulo, empapando la cuerda, la hizo resbaladiza.
Belzoni cayó varias veces y presentó su dimisión.
El Sr. Hogges, de la Real Sociedad de Londres, le aconsejó que se convirtiese en
sabio, y él obedeció. Es bastante difícil en Egipto adquirir la ciencia después que el gran
Omar hizo a la humanidad el inmortal servicio de incendiar la biblioteca de
Alejandría562; lo que consuela a los bibliotecarios de hoy que se encuentran establecidos
en muy estrechas bibliotecas. Sin embargo, Belzoni tuvo la dicha de adquirir una
elevada reputación en la ciencia, fumando mucho en pipa delante de la inscripción de la
columna de Pompeyo563 y explicando al Sr. Hogges algunos jeroglíficos, como las
charadas de año nuevo y los enigmas del Charivarí564.

557
Inicialmente publicado por entregas en el JOURNAL DE TOULOSE (1847).
558
Giovanni Belzoni (1778-1823), cazatesoros y singular pionero de la egiptología, cuyas aventuras por
Egipto quedaron plasmadas en su “Narrative of the Operations and Recent Discoveries Within the
Pyramids, Temples, Tombs and Excavations in Egypt and Nubia” (1820).
559
Méry cae en el error, habitual en su época, de confundir el Atbara, último tributario del Nilo a la
altura de la antigua Meroe, con su afluente el Takeze, a quienes algunos consideran como curso
superior del mismo pues realiza un recorrido más largo antes de unirse ambos ríos.
560
Belzoni, nunca fue funámbulo, sino forzudo circense bajo el alias «Sansón Patagónico», su número
estrella, la “pirámide humana”, consistía en izar sobre una barra hasta doce personas del público.
561
El verdadero fin de la audiencia ante el pachá tuvo por fin mostrar el funcionamiento de una
novedosa rueda hidráulica ideada por Belzoni, demostración resultó ser un rotundo fracaso. Más tarde
tendría ocasión de aplicar dichos conocimientos hidráulicos en su etapa de expoliador arqueológico.
562
La tradición cristiana atribuyó al califa Omar (Umar ibn al-Jattab, 581-644) la orden de incendiar la
Biblioteca de Alejandría tras conquistar Egipto en 642; en verdad, tal “honor” corresponde al patriarca
Teófilo de Alejandría en 391, con la aquiescencia de Tedosio el Grande.
563
La columna de Pompeyo, Alejandría, considerada antaño único vestigio de las 400 columnas del
Biblioteca “hija”, y en verdad perteneciente al desaparecido Serapio, templo anexo a esta, del cual fue
recuperado para erigir un monumento al emperador Diocleciano (245-313).
Un día el Sr. Hogges leyó en un periódico inglés la traducción de un folletín de los
Débats, en el cual el célebre compositor Hector Berlioz565, que también es un hombre de
singular talento y estilo, indicaba un nuevo medio de atravesar los desiertos arenosos sin
exponerse a los viejos inconvenientes de este viaje: Se trataba de subir en un globo
aerostático, suspendido y uncido a un dromedario566, unido él mismo a un fellah567.
Puede ser que este proyecto no pasase de una ingeniosa chanza del diestro escritor;
pero el Sr. Hogges lo tomó por lo serio, y lo comunicó a Belzoni. El ilustre italiano, que
se acordaba de la cuerda horizontal, sonrió al ensayo de la cuerda vertical, y pidió mil
libras al Sr. Hogges por tener el honor de acompañarle en su viaje aéreo. El Sr. Hogges
le dijo:
—Yo, como todo inglés, no me detengo por mil libras; ahí va mi orden sobre El Sr.
Julio Pastré568, en Alejandría. Los gastos de nuestra expedición serán tan considerables,
que esta suma desaparece entre la masa. Es necesario luego que el virrey nos dé permiso
y que envíe árabes hasta las Montañas de la Luna 569, presumidas fuentes del Nilo, para
establecer allí, bajo buenas grutas, depósitos de zinc y de todo género de provisiones.
Yo pagaré el zinc, las provisiones y los árabes. Nos falta toda la provisión de película de
tripa de buey que hay en Alejandría para redondear un globo inmenso. En fin debemos
tener dromedarios de relevo para atender a los tiros y renovarlos cuando sea necesario.
Entonces Belzoni le dijo:
—El Sr. Hogges, lo que me decís me alienta a pediros mil libras más para ser más
digno aun del honor de acompañarles. Una ocasión semejante no se presenta sino una
vez, y yo quiero aprovecharla. Yo tengo en Venecia una mujer muy querida y tres hijos.
Una lágrima asomó los ojos de Belzoni y el Sr. Hogges, enternecido, le concedió
todo lo que pedía.
—Ahora sabed el objeto de este viaje; todo viaje debe tener un objeto serio —dijo
el Sr. Hogges—. No quiero hacer un viaje aéreo para divertir a los avestruces, a los
tántalos y cocodrilos. La Europa nos contempla como de costumbre. Quiero terminar la
obra penosa empezada ya por Mongo Park570, Pritchi571, Bruce572, Rossignol573 y muchos
otros: quiero descubrir las fuentes del Nilo sin ser incomodado, como los que nos han
precedido, por el calor, los insectos, el polvo, la arena y las gibas de los dromedarios.

564
Famoso periódico francés fundado en 1832 por Charles Philipon, donde colaboraron dibujantes y
caricaturistas, acaso más destacados que los mismos hombres de pluma.
565
Hector Berlioz (1803-1869), compositor francés y figura destacada del Romanticismo.
566
Jules Verne (1828-1905), recuerda en “Cinco semanas en globo” (1863) el relato de “un autor francés
muy ingenioso” donde sus personajes viajaban en globo arrastrados por un animal de tiro.
567
El agricultor tradicional del Norte de África.
568
Jules Pastré, perteneciente a la familia de armadores radicada en Marsella y con sedes en distintos
puntos del Mediterráneo, entre ellos Alejandría, sin duda el más importante.
569
Las legendarias Montañas de la Luna, consideradas por Heródoto las fuentes del Nilo, cuyo
emplazamiento fue avanzando hacia el Sur según las expediciones se adentraban cada vez más en el
corazón de África, y hoy localizadas en los Montes Ruwenzoni, entre los lago Alberto y Eduardo.
570
Mungo-Park (1771-1806), explorador escocés que emprendió varias expediciones en busca de las
fuentes del Níger, el otro gran enigma africano junto al Nilo. Tras padecer innumerables penalidades,
y haber remontado 1.600 km del Níger, murió ahogado en su huída tras una refriega con los haussa.
571
Probablemente el explorador escocés Joseph Ritchie (1788-1819), que en 1818 emprendía, junto a
George Lyon (1795-1832), una expedición que, atravesando el Sáhara, procurara describir el curso del
Níger; un año después moría víctima de las fiebres al sur de Libia.
572
James Bruce (1730-1794), explorador escocés que emprendió la busca de las fuentes del Nilo,
creyéndolas localizar erróneamente en el lago Tana (Etiopía), verdadero origen del Nilo Azul,
descubierto con anterioridad por el explorador jesuita español Pedro Páez (1564-1622)
573
Bonfigli-Rossignol, médico piamontés que acompañó a Ismail Kamil, hijo del pachá Mehemet-Ali,
durante sus campañas triunfales por Nubia y Sennar (1820-22), trazando un mapa donde por primera
se describe el amplio arco formado por el Nilo entre la cuarta catarata (Dongola) y la sexta (Jartum).
Así podremos descubrir el origen del Nilo, a no ser que el Nilo no tenga origen, lo cual
sería contrario a la costumbre de todos los ríos del mundo. Desde el reinado de Jorge III,
la tesorería ha gastado setenta millones para encontrar la cuna del Nilo; con esta
cantidad se podría haber hecho beber porter y sherry a todos los obreros hasta el fin de
Inglaterra, dado el caso que Inglaterra tenga fin, lo que no creo. Hoy haremos esa
expedición a mis expensas y el lord de la tesorería tal vez me reembolse después lo que
haya gastado.
—Entonces —dijo Belzoni—, esto me autoriza a pediros mil libras más, porque soy
el único sabio agregado a esa expedición.
—Concedido —dijo el generoso Hogges.
Necesitáronse tres meses para organizar todo lo necesario para el globo. Belzoni
empleó este tiempo en abrir algunos nuevos pozos en la segunda pirámide y descubrió
dos minas de momias vírgenes, de la especie de las que el Sr. White, alquimista en
King-William-Street (calle del rey Guillermo) en Londres, hace lavar con limpieza para
las enfermedades de la laringe.
Estando ya todo dispuesto, Belzoni, el Sr. Hogges y su esposa, joven alejandrina de
unos treinta años, se embarcaron en el Nilo y subieron por él hasta las negras rocas del
File574. El Sr. Hogges había recibido lecciones aerostáticas de un discípulo de
Gamerin575, que se había hecho musulmán en el Cairo para obtener un serrallo en odio al
matrimonio. Belzoni, con su natural inteligencia, adivinó en seguida todo el mecanismo.
Acababan de hacer, en Ashmounein576 y Asuán577, un ensayo general con todos los
accesorios y había dado muy buenos resultados. Iban a lanzarse a los aires bajo
favorables auspicios y a respirar en Egipto aquella frescura aérea que el Mont-Blanc
guarda en sus picos. Viajar de este modo era, según el sabio italiano, edificar bajo sus
pies una serie de montañas hasta el infinito economizando las bases.
No tardó en desarrollarse ante su vista el desierto desnudo y seco. La señora Hogges
amenazó a su marido con precipitarse entre dos cocodrilos dormidos en un lecho de
cañas sí no la aceptaba como compañera en este hermoso viaje. El Sr. Hogges, más por
temor a los proveedores del serrallo que a los cocodrilos, dio la mano a su valerosa
esposa y la embarcó en la vasta navecilla. Se desarrolló una cuerda interminable hecha
en la cordelería del virrey, y la sujetaron con una enorme argolla de hierro a una correa
de cuero que rodeaba el espacio comprendido entre las dos gibas de un dromedario. Un
árabe conducía al animal. El globo se elevó majestuosamente en el aire.
Al elevarse por encima del nivel del calor, Belzoni, el Sr. Hogges y su esposa se
sintieron estremecerse de júbilo. Desde lo alto, la vasta llanura se les presentaba con una
blancura deslumbradora y al contrario que a los aeronautas del Mont-Blanc, la tierra les
parecía cubierta de nieve, lo cual les daba mayor sensación de frescor. La Sra. Hogges
cogió su chal y los dos viajeros, que como José, habían dejado sus capas en Egipto578,
empezaron una partida de ecarté579.

574
La isla de Filé (Pilak en egipcio y en griego Philae) quedó sumergida a mediados del siglo XX bajo
las aguas de la presa de Asuán, aunque sus templos fueron trasladados al cercano islote de Agilkia.
575
El francés André Jacques Garnerin (1769-1823), uno de los pioneros de la aerostación y el primer
hombre en arrojarse con paracaídas desde un globo (1797).
576
La antigua Jmun egipcia y Hermópolis Magna griega, al noroeste de la moderna Mallawi, ciudad de
gran relevancia político-religiosa a mitad de camino entre Menfis y Tebas.
577
Al norte de la primera catarata, llamada Suanu por los egipcios, pasó a ser la Syene grecorromana,
fue en sus inicios el mercado de la cercana isla de Elefantina, para después convertirse en escala
obligada para las caravanas que se adentraban a Nubia y al desierto.
578
El famoso episodio en que el casto José (Gen 39,7-12), logra escapar del acoso de la mujer de Putifar,
capitán de la guardia del faraón, pero ésta, en su huida le arrebata su capa, la cual mostrará como
prueba cuando, despechada, lo acuse de haber pretendido violarla.
El globo, llevado al trote del dromedario, más ágil que el del caballo, dejaba atrás el
flojo viento: volaban doce nudos por hora. Al medio día, el Sr. Hogges dejó el juego
para hacer notar un error geográfico de Bruce, que se ha olvidado de consagrar en sus
mapas un punto negro a la península de Meroe. Desde la barquilla del globo se
descubrían, a la izquierda y bajo una zona ardiente, las cuarenta pirámides que Heródoto
el Verídico ha contado con sus diez dedos.
Llegada la noche, el globo descendió hasta las gibas del dromedario. Los viajeros
habían llegado ya al oasis de Belk-Alzir, que sirve, por decirlo así, de peristilo vegetal al
valle profundo donde el ejército de Cambises580 fue asfixiado por el Kamsin581, de
regreso de su expedición contra las augustas narices de los dioses y esfinges de Egipto.
Al amanecer del siguiente día, el globo volvió a emprender su vuelo: treinta árabes
enviados de antemano al oasis habían dispuesto lo necesario para la segunda ascensión.
Era el segundo relevo. A partir de este punto el termómetro Fahrenheit señalaba ya 33°,
y cuando el globo ascendió cuanto daba de sí la cuerda el mercurio bajó hasta 4°. El
aspecto del país se iba haciendo espantoso. Hacia el norte se expendían desnudas
montañas, que podían ser muy bien una desviación de la espina dorsal del Mokatan 582,
perdida en el desierto. La Abisinia se destacaba con todos sus horrores entre cuatro
horizontes; algunos oasis se percibían como puntos negros sobre un mapa, a grandes
distancias unos de otros. Los avestruces parecían golondrinas tocando la tierra. Una
ráfaga de viento superior arrebató las cinco cartas de las manos de Hogges en el
momento en que éste decía: copo, triunfo y pase mi rey, y les quitó toda distracción.
Solo Belzoni bajaba de vez en cuando para tratar de coger un águila en el aire.
Cuando el inmenso obelisco de Asuán señaló mediodía 583, como una aguja solar
sobre un cuadrante, el Sr. Hogges se tendió sobre un montón de cuerdas para dormir la
siesta, y su esposa le imitó. Belzoni, abandonado por sus compañeros y no sabiendo qué
caerse, se enamoró de la señora Hogges y compuso un soneto en italiano, que escribió
con lápiz, con intención de ofrecérselo cuando tuviera ocasión. Es indispensable que un
italiano componga sonetos.
La Sra. Hogges se despertó un poco antes que su esposo, y Belzoni la presentó su
declaración, con una graciosa sonrisa. El soneto empezaba así:
Arel cielo teca bellezze.
La Sra. Hogges leyó el soneto y se excusó con no comprenderlo. El atrevido
Belzoni cogió la mano de la joven viajera y la estrechó fuertemente. Ella, sublevada por
esta impertinencia, arrojó un grito, y el Sr. Hogges brincó sobre su almohada.
Este era un marido muy celoso y desconfiado: al despertarse vio la turbación en el
rostro de Belzoni, y una tinta de cólera púdica en las morenas mejillas de su esposa. El
soneto no tardó en ponerle al corriente de lo que había pasado; estaba sobre las rodillas
de su esposa, y el viento se había olvidado de arrebatarlo.
El Sr. Hogges se apoderó de aquel cuerpo del delito y lo tradujo al inglés lanzando a
cada frase una mirada llena de indignación sobre el infame seductor aéreo. Belzoni
bajaba la vista como un culpable. El esposo tan cruelmente ultrajado, meditaba un duelo
579
Juego de cartas, cuyo nombre literalmente significa en francés descarte, muy popular durante el s.
XIX debido a la rapidez de sus partidas y sencillez de sus reglas.
580
Famosa leyenda según la cual un ejército de 50.000 persas, enviado por Cambises II para someter al
oráculo de Amón, ubicado en el oasis de Siwa, pereció asfixiado bajo una tormenta de arena. Aquí
Méry vuelve a incurrir en un error, pues el oasis de Siwa se halla en el desierto libio.
581
El simún, viento cálido y húmedo que sopla desde el desierto.
582
Colina situada al este del El Cairo.
583
Según la leyenda, Eratóstenes de Cirene (276-197 a.C.) calculó la circunferencia de la Tierra
basándose en que, al mediodía, durante el solsticio de verano, un obelisco en Alejandría proyectaba
sombra, lo que no sucedía en Asuán (próxima al Trópico).
a veinte pasos; su esposa tendía los brazos hacia la tierra como para suplicar al cielo que
salvara su honor y su marido. El momento era solemne, el silencio espantoso, la altura
desmesurada. Solo algunas águilas, únicos testigos de aquella escena, pasaban tocando
la barca.
Una violenta sacudida transmitida por la cuerda al globo, distrajo los ánimos de
aquella escena de celos. Sin duda alguna cosa terrible amenazaba a los viajeros. El Sr.
Hogges guardó el soneto en su cartera, y abrió los cinco tubos de su anteojo de larga
vista para examinar el estado de las cosas de la tierra. Lo que vio le heló de espanto. El
árabe conductor había desaparecido, y el dromedario huía al extremo de su cuerda
perseguido a todas crines por dos leones.
—¡Estamos perdidos! —gritó el Sr. Hogges, y cedió el anteojo a su esposa, que
miró y palideció bajo las tintas morenas de su figura alejandrina. Belzoni estaba absorto
en su amor que había echado ya profundas raíces en su corazón: las pasiones caminan
aprisa en globo; es el ferrocarril del amor. Belzoni, sentimental como Petrarca584,
componía otro soneto sobre la dicha de morir con la señora Hogges, y ser sepultado con
ella en la misma tumba, en el vientre del león:
Nella stessa tomba, colla mia Laura.
Los dos leones alcanzaron al dromedario, y el globo se paró repentinamente en su
carrera como el sol al mandato de domé. La emoción de los dos esposos Hogges había
llegado a su colmo, y se cedían mutuamente el anteojo, como dos vecinos en el teatro,
para ver declamar a un tenor de cien mil francos, cuando no canta. Belzoni se
abandonaba interiormente a todo el delirio de su amor, y suposición era tan tranquila
como la de Daniel en el foso de los leones.
Sin embargo, según la relación infalible de su anteojo, los leones no perdían el
tiempo; se hubiera podido decir qué habían sufrido un dilatado ayuno en el desierto
desde el gran festín del ejército de Cambises. Uno de los leones, la hembra sin duda,
desprendió un cuarto de dromedario, y lo llevó probablemente a sus hijos, domiciliados
en las grutas del Mokatan abisinio.
El león que quedaba se tendió a manera de vacilante esfinge, delante de los otros
tres cuartos del camello, como un lazarone585 delante de un plato napolitano, y se puso a
devorar trozo a trozo el tiro que conducía el globo.
—¡Dios mío! —exclamó el Sr. Hogges abrazando a su mujer—, ¿que va a ser de
nosotros?
Esta insolencia de la felicidad conyugal irritó a Belzoni, y se sintió vivamente
inclinado a coger a aquel feliz esposo, y arrojarlo, por encima de la barquilla, a la hoya
de los leones, a guisa de postre para cuando hubieran terminado la comida del
dromedario.
—He aquí un león —decía Hogges como para explicarse el resultado de la crisis—;
he aquí un león que va a devorar hasta el último pedazo, hasta el último hueso de su
presa. Sin duda tardará muchos días en acabar de comer el dromedario; se irá y volverá
con frecuencia, a sus horas de apetito, como se va a una fonda. Después, cuando lo haya
devorado, ¿qué será de nosotros? Van a faltarnos los víveres. El globo quedará
estacionado como un buque anclado; y si cortamos la cuerda, Dios sabe que viento nos
llevará. Los cuatro puntos cardinales son cuatro abismos, cuatro escollos, cuatro torres
de Ugolino; no nos queda ninguna esperanza. También por esta vez quedarán ignoradas

584
Francesco Petrarca (1304-1374), cuya obra principal “Canzoniere”, publicado primero como “Rime
in vita e Rime in morte de Madonna Laura”, está dedicado a su amada, Laure de Noves.
585
Lazarone, palabra italiana que designa a los pordioseros del puerto de Nápoles. En plural se
construye lazzaroni, a la manera italiana.
las fuentes del Nilo. ¡Oh!, cielo, único vecino que nos puede socorrer, ¡ven en nuestro
auxilio!
El Sr. Hogges había razonado bien. El apetito no es eterno, ni aun en el estómago de
un león.
Este, después de haber comido las dos gibas y bebido algunos litros de sangre
fresca, se retiro con alegre paso, sacudiendo su crin o jugando con el extremo de su
cola, con las aristas de los nópalos, y arrojando de cuando en cuando melosos rugidos,
como un gastrónomo que tararea una canción después de una buena comida.
—Pero, ¿que decís de esto, señor Belzoni? —exclamó Hogges, cruzando las manos
sobre su frente—; tenéis una tranquilidad ofensiva para nosotros... ¿Qué tenemos que
hacer? ¡Dadme un consejo!
—¡Ah! —dijo Belzoni con misteriosos suspiros—: la vida me es odiosa, me es
indiferente ser enterrado en las nubes o en otra parte. Vuestra felicidad me indigna, y
solo pido veros morir en mis brazos.
—Señor Belzoni, ¡tened compasión por esta pobre mujer que llora y tiembla!
—¡Señor Hogges, bien sabéis que yo pierdo las tres mil libras de nuestro tratado,
que son setenta y cinco mil francos en moneda francesa!
—Tened compasión por mí.
En estas conversaciones llegó la noche, y tuvieron que resignarse a pasarla en el
mismo sitio. Oían mugir bajo su navecilla a las bestias feroces, como se oyen en el
lecho de una posada los graznidos procedentes de los pantanos; de cuando en cuando la
hospedería de tripa de buey experimentaba alguna brusca sacudida: esta era sin duda
producida por algún animal carnívoro que al pasar arrancaba alguna costilla al
dromedario y hacían una media noche.
Belzoni tarareaba por lo bajo una octava del Tasso, corno un gondolero veneciano
anclado delante de San Marcos. Hogges, armado de una percha, ahuyentaba las águilas;
que tomando el globo por una montaña adormecida sobre una nube, amenazaban
romper la tripa de un picotazo y dar paso al gas evaporado. Esta noche fue muy larga;
sin embargo, la señora Hogges gozó de algunas horas de sueño.
Al amanecer del día siguiente el catalejo permitió distinguir el destrozo que los
convidados habían causado sobre el blanco mantel del festín. Quedaban aún algunas
migas de dromedario; el esqueleto se mostraba en toda su sangrienta desnudez, y, si una
hambre extrema no llevaba por aquel lado algún animal en ayunas, o aficionado a los
huesos descarnados, debían esperar habitar eternamente en la regia de las nubes: el
globo pasaría al estado de planeta fijo y servirla de media luna a los astrónomos
abisinios.
El pesado esqueleto del dromedario continuaba teniendo la cuerda del globo sujeta a
su argolla de hierro, y los aéreos navegantes no podían abordar en los huesos del
esqueleto, porque las fieras de las cercanías no dejarían de ir a devorar a los viajeros que
hubiesen descendido valiéndose de su cuerda de salvación: el statu quo era tan
desesperado como todos los demás procedimientos.
Desgraciadamente reinaba la discordia en la población del globo aerostático. Las
más ardientes pasiones se entrechocaban. Solo dos hombres componían aquel pueblo
agitado por el viento sobre un cráter de leones, y los dos campos se preparaban para
destrozarse mutuamente. Si hubieran tenido dos prensas en el equipaje de la navecilla,
habrían dado a luz dos periódicos, y la mujer hubiera abierto un gabinete de lectura.
¡Este es el hombre! Admiraos después de las violentas disputas de los griegos, cuando
Mahomet II estaba a las puertas de Constantinopla, amenazando a la cruz con los dos
cuernos de la media luna turca.
Belzoni, deseando una paz honrosa, hizo a la señora Hogges una proposición muy
extraña.
—Miss —le dijo—, las leyes inglesas y vuestra religión autorizan el divorcio, ¿no
es eso?
—Sí, señor —dijo Hogges.
—Consiento en ayudarles en este peligro si firmáis este escrito que he redactado la
noche pasada, a la luz de la luna.
—¿Queréis mil libras más? —dijo Hogges.
—Menos que esto; os pido que os divorciéis de vuestra esposa.
—¡Cielos! —gritó Hogges, como si pidiera socorro de algún vecino.
—Si vaciláis corto la cuerda, y nos vamos los tres a viajar a la luna. Vuestra vida
depende de un hilo; tengo abierta la navaja; soy vuestra parca; voy a cortar.
Hogges detuvo el brazo de Belzoni.
—¿Y las fuentes del Nilo, señor Belzoni, y las fuentes del Nilo?
—Lo mismo me importan a mí las fuentes del Nilo que un vaso de agua: amo a
vuestra esposa, y rasgo el globo como no me ofrezcáis hacer pronunciar vuestro
divorcio ante un tribunal inglés en cuanto descendamos a la tierra.
—¡Y lo hará como lo dice! —exclamó la señora Hogges enjugando sus ojos con
una nube—. Querido Hogges, sacrifícate por tus hijos y olvídame.
—Ya veis que vuestra esposa admite el divorcio —dijo Belzoni.
—¡Oh! ¡Dios mío!, ¿y cómo no aceptarlo en nuestra posición? —dijo la viajera—.
¡Estamos cuatro mil varas por encima de las leyes humanas y del código social!
Hogges arrugo su frente y pidió un cuarto de hora de reflexión. Belzoni hizo una
señal de asentimiento y sacó su reloj. Pasado el cuarto de hora, el Sr. Hogges renovó la
conversación diciendo:
—¿Sabéis, señor Belzoni, que lo que me pedís es horrible?
—Aquí tenéis, señor Hogges —dijo Belzoni, volviendo a coger su cuchillo—, aquí
tenéis lo que ha producido un cuarto de hora de reflexión. Blister, os lo repito, amo a
vuestra esposa; la amo con un amor de doce mil pies sobre el nivel del mar; la amo
como puede amarse en las puertas del Paraíso. Es una pasión indomable; no tratéis,
pues, de contrariarla. Además, ningún derecho tenéis ya sobre vuestra esposa.
—¡Oh!, ¡esto es demasiado! —gritó Hogges—; ¡que no tengo ya derecho sobre mi
esposa! ¿Y quién me ha quitado ese derecho?
—Nuestra nueva posición, mister. Vuestros lazos están rotos. Lo que habéis
contratado en la tierra ningún valor tiene en las nubes. Reflexionadlo mejor: vuestra
existencia depende de un hilo.
—Señor Belzoni, sed justo...
—¡Estoy enamorado!
—Y yo también, señor Belzoni, yo también estoy enamorado de mi esposa.
—¡Insolente! —gritó Belzoni—; cuidado con lo que habláis, o temed mi encono.
¿Cómo os atrevéis a hablarme de vuestro amor?
—¡Pero hombre, creo que tengo derecho para ello! —dijo Hogges con dignidad—;
¿no soy el esposo legal de mi esposa?
—¡Desventurado! —gritó Belzoni levantándose con una violencia que le faltó poco
para que volcaran—, ¡desventurado!, ese divorcio que me negáis puedo tomármelo yo.
El corte de esta hoja de acero va a lanzarnos a las regiones de lo infinito, vamos a subir
a tales altitudes que necesitaremos cinco años para bajar. Al término de este viaje os
precipitaré en el espacio, como hizo Mentor con Telémaco, y la señora y yo quedaremos
solos en nuestro palacio flotante; libres como el aire, dichosos de vivir sin testigos; no
recibiendo leyes más que de nosotros mismos, libres del yugo de los déspotas,
comiendo águilas y bebiendo lluvia; humillando a la tierra desde lo alto de nuestra
barquilla ; burlándonos de los cadis de Egipto y de los comisarios de Londres; fundando
un nuevo mundo, como Adán y Eva, y educando a nuestros hijos en ideas de grandeza y
libertad, que el lodo de Londres no les podría dar. Luego descenderemos a algún sitio
hospitalario, en el interior del África, cerca de un lago rodeado de árboles; nuestra
familia nacida en el cielo traerá a la tierra las virtudes que le faltan y la ciudad que
edifiquemos nosotros y nuestros hijos, será una ciudad virgen y pura de todos los males
inveterados que vuestros habitantes y ciudadanos de Europa trasmiten a sus hijos de
generación en generación. Este es mi plan; meditadlo con toda la detención posible, y si
no sois el último de los hombres, lo aplaudiréis y os precipitarais vos mismo para no
estorbar mis designios y para libraros por ese medio de presenciar el espectáculo de
nuestra felicidad.
—Señor Belzoni —dijo Hogges profundamente conmovido por esta alocución—,
me pedís una cosa que es superior a las fuerzas humanas. Permitidme recordaros las
ideas del honor. Hay una fábula que dice:
Dos gallos vivían...
—Al diablo con vuestras fábulas, señor Hogges —dijo Belzoni—, a mi no me
gustan. Los ingleses siempre tenéis en la boca cuentos de gallos. Aquí no estamos más
que vos y yo que somos hombres, y esa señora no es mía.
—¡Respetad a mi esposa, ó yo sabré hacerla respetar aquí!
—¡Pues bien!, precisamente es lo que yo quiero —dijo Belzoni, cuya paciencia se
había acabado—; es necesario que esto concluya, y la suerte de las armas decidirá.
Elegid testigos, hora y sitio.
A estas palabras, la señora Hogges, que había escuchado toda esta conversación con
la cabeza cubierta por una nube, salió de su vaporoso asilo y, arrojando un grito
lamentable, se precipitó entre los combatientes, como Hersilia entre Tacio y Rómulo en
el cuadro de David586.
—¿Qué vais a hacer, insensatos? —gritó—: ¿no tenéis un metro de terreno a
vuestros pies y queréis formaros en batalla? ¿Y qué sería de mí si cayerais los dos
mortalmente heridos?
Tal vez el hambre me obligará a pesar mío a alimentarme con vuestros cuerpos,
pero cuando estas débiles provisiones se acabaran, ¿a que celestial albergue me
dirigiría? ¿Qué mercado hay abierto en medio de estas nubes? En nombre del cielo,
nuestro vecino, tened compasión por esta pobre mujer aislada, a quien vuestro loco
furor puede privar al mismo tiempo de un amante y de un esposo.
Después, arrodillándose a los pies de Hogges, añadió con dulce y tierno acento:
—Hogges, ¿sigues amándome?
—¡Que si te amo! —respondió el esposo vertiendo dos lágrimas que las nubes
absorbieron en seguida.
—¿Me amas como en aquella dulce luna de miel que hemos pasado en la fonda de
Starand Garter, en Richemond, aquella isla de Citerea de los recién casados del
condado de Midlesex?
—Sí, querida esposa; te amo como el día en que atravesé el Charing cross para
casarme contigo en San Martin.
—Pues bien, pruébame por última vez tu amor.
—Habla y serás obedecida.
586
Se refiere al “Rapto de las sabinas”, donde el pintor francés neoclásico Jacques-Luis David (1748-
1825), recrea la escena en que las sabinas se interponen entre sabinos (padres o hermanos) y romanos
(raptores y posteriores maridos) para evitar la inminente matanza. En el centro de la imagen figura
Hersilia, hija del líder sabino Tacio, y al mismo tiempo esposa de Rómulo, cabecilla romano.
—Hogges, estamos en una triste situación...
—¡Vive Dios! Demasiado lo veo.
—No; no lo ves, querido Hogges. Somos tres en una barquilla fija, y somos
demasiados para que pueda contenernos. Uno de nosotros debe ser sacrificado a la
felicidad de los otros dos, y te he elegido a ti para ser sacrificado.
—¡A mí! —exclamó Hogges; y hubiera retrocedido un paso de muy buena gana si
hubiese tenido terreno para ello.
—A ti —prosiguió su esposa—. El Sr. Belzoni no cede: su amor ha echado
profundas raíces, y no renunciará para que tú se lo agradezcas.
—¡Oh! ¡Dios mío!, ¿qué discurso es el que me hacéis? —exclamó Hogges.
—Calma, Hogges, calma. Ya lo ves, yo estoy tranquila y no soy más que una débil
mujer aislada entre dos desiertos. Además, Belzoni ha tenido la bondad de someternos
un plan admirable y mucho más hermoso y razonable que el del descubrimiento de las
fuentes del Nilo, el cual es probable que no tenga fuentes. El plan de Belzoni es
providencia; él y yo, su indigna colaboradora, estamos sin duda destinados a fundar una
colonia modelo en un país extraño. Quererse oponer a la realización de un plan tan
hermoso, es querer levantar un sacrílego obstáculo a la realización de los futuros
destinos de la humanidad. Hogges, acuérdate que eres presidente del Philantropic-club
de Londres, y que tu deber es inmolarte por nosotros dos en particular, y por el universo
en general.
—Sí —dijo Hogges—; soy el presidente del club filantrópico, pero soy misántropo
como todos los filántropos de Londres. Sabes esto tan bien como yo. Sabes que nuestra
filantrópica institución tiene por objeto remediar los males de los salvajes del cabo de
Hornos y del Van-Diemen, y que componemos todos los meses cien discursos acerca de
aquellos caníbales; pero sabes también que cerramos los ojos sobre ochenta mil mujeres
de Londres que noche y día se pasean sin zapatos y sin virtud por las calles. Así, pues,
déjate de chanzas pesadas; ya sabes que no tengo humor para prestar ningún servicio al
género humano.
—Tanto peor para vos, caballero —replicó su esposa con seguridad—. Habéis sido
siempre egoísta en la tierra, y seguís siendo lo mismo en el cielo.
—¡Pero mujer —exclamó Hogges—, no puedo aceptar lo que me propones!
—¡No es aceptable para los poltrones, caballero!
—Mujer, ponte en mi lugar.
—Caballero, me quedo en donde estoy.
—Vamos a ver, señora, ¿dejaríais vuestra posición para probar una caída vertical
desde la altura del Mont-Blanc?
—Si, señor.
—Pues bien, probadlo; os presento una altura tres veces mayor.
—¡Ah!, ¿os burláis de mi, caballero? Es así como os acordáis de los preceptos de
galantería francesa que os enseñaron en la Grammar-School de Birmingham. ¡Dónde
estamos, Dios mío!, ¿en qué país vivimos? ¡Un hombre; un caballero inglés se atreve a
proponer a una señora que se tire de lo alto del Mont-Blanc, como si fuera una
avalancha! Sois un infame, caballero...
—Está muy bien —dijo Hogges, con un espanto disfrazado de tranquilidad.
—¿Vais pues a arrojaros? —dijo su esposa señalándole el abismo con el dedo.
—¡Señora! —dijo Hogges—, si continuáis ejerciendo contra mí esa tentativa de
homicidio con premeditación, os denunciaré a los tribunales.
—Podéis hacer lo que gustéis, caballero.
—Señora, ya sabéis cuanto detesto las disputas de familia.
—Sí, verdaderamente las detestaseis, habríais ya saltado por encima del borde de
esta barquilla, y nosotros estaríamos ya tranquilos.
—Y yo habría muerto allá abajo, en el desierto arenoso.
—Y eso qué importa, si con vuestro sacrificio hubierais hecho el bien general del
pueblo de este globo aerostático.
—Pero, ¡por Dios!, también yo formo parte de este pueblo.
—Pero estáis en minoría, caballero.
—Soy la tercera parte de él.
—¡Oh!, por favor, caballero, dejad a un lado esos vergonzosos cálculos estadísticos.
El noble Curcio587 no perdió tantas palabras cuando se precipitó en el abismo para salvar
al pueblo romano. Sostén
—¡Bah!, lo de Curcio es una fábula.
—¡Cobarde!, no insultéis a los héroes.
—Yo hubiera querido ver en mi lugar a ese Curcio.
—En vuestro lugar, hubiera saltado a la primera intimación, junto con su caballo.
El silencio reinó algunos momentos.
Si aquella pequeña colonia aérea compuesta de un trío sin armonía social, no
hubiese estado dominada por la anarquía, aquel desgraciado pueblo hubiera podido
gozar de un espectáculo verdaderamente soberbio, porque la luz del día, debilitándose
por grados, permitía ver una serie de espejismos reproducidos hasta el infinito. La
mirada de un espectador tranquilo hubiera seguido en su fantástica exhumación una
larga calle, compuesta de dos mil ciudades colosales regadas por el Nilo, que se
extendían desde Elefantina hasta las provincias de las Rosas, aquella graciosa y
perfumada Arsinoe, que nuestros bárbaros geógrafos llaman simplemente Faioun.
Heródoto vio aquella maravillosa calle, que no era otra cosa que el antiguo Egipto;
cuando este prodigio tiene lugar, se cree asistir a la completa resurrección de aquel
imperio, como si las mil catacumbas devolvieran a las ciudades del Nilo una proporción
de momias más numerosa que los granos de arena de Suez y Ofir. El Egipto está hoy
dividido en trozos sobre los bordes de su río, siempre joven; pero la mágica virtud del
espejismo, lo recompone de tiempo en tiempo, por los secretos del prisma desconocidos
de los físicos. Se ven las interminables procesiones de Isis y Osiris, desfilando por la
calle de las Esfinges, bajo las columnas del templo de Luxor, se siguen con la vista las
oleadas de la multitud, bajo los arcos de las cien puertas de Tebas; se admiran los
sacrificios de Anubis, en el santuario de oro y azul del templo de Mermes, y las
pléyades de astrónomos, descendiendo al subterráneo de Temtris. Pero el más
maravilloso de todos estos suntuosos cuadros antiguos, exhumado de este modo por la
descomposición de los rayos solares, es el que representa el laberinto del lago Marsi.
También es fácil distinguir en los límites del horizonte, las dos pirámides de seiscientos
pies de altura, coronadas por dos estatuas de bronce dorado, que el verídico Heródoto ha
visto, como yo os veo a vosotros, y que según Estrabón, fueron sepultadas en las
profundas aguas del lago.
Nuestros tres viajeros, de los cuales dos eran sabios, no vieron ninguna de estas
maravillas.
Hogges parecía un aerolito; estaba petrificado: creía que había caído de la luna, y
que se había detenido en mitad del camino.

587
Según recogen Cicerón y Tito Livio, en el 363 a.C. se abrió un abismo en medio del Foro. Los
augures revelaron que sólo se sellaría arrojando a su interior el tesoro más preciado de Roma. El joven
patricio Marco Curcio afirmó que el tesoro más valioso de Roma no podía ser sino un valiente
ciudadano, así que montando su caballo se inmoló precipitándose al fondo del abismo, el cual se cerró
de inmediato.
—La señora Hogges ve las cosas perfectamente —dijo Belzoni con dignidad—, y
apruebo sus palabras. La sabiduría de su discurso no ha hecho mas que aumentar la
violencia de mi pasión; ahora más que ames, conozco que nada podrá desunir nuestros
corazones, acabamos de escribir nuestro pacto de amor en el cielo.
—En verdad —dijo Hogges con una voz de estatua enternecida—, que jamás me he
encontrado en semejante asombro y confusión; caigo de las nubes.
—¡Caed!, ¡caed! —dijo su esposa—; seguid esa buena inspiración y dejadnos el
campo libre. Os ofrecemos ir todos los días a llorar sobre vuestra tumba, dado caso que
podáis encontrar una, allá abajo con la protección de Mehemet Ali...
—¡Estoy perplejo! —murmuró Hogges.
—Vamos, querido Hogges —dijo su esposa con persuasivo acento—, vamos, tiraos;
el primer paso es el que cuesta; ya veréis después cuán fácilmente continuáis... ¿Vaciláis
aun, esposo imprudente? ¿Queréis que os convenza con una última y victoriosa razón?
¡Pues bien! Hogges, aquí la tenéis; padre ingrato, ¿os olvidáis que habéis dejado en el
Cairo dos hijos pequeños, en la fonda de Colon?
—¡Oh!, no; no lo he olvidado —dijo Hogges muy conmovido.
—¿Y qué va a ser de esos niños? —gritó su esposa.
—¿Si yo muero?
—No; si tenéis la cobardía de vivir. ¡Oh, desgraciado!, estos pobres niños se verán
huérfanos y se alistarán como tambores en el ejército del virrey. Sr. Belzoni, jure
tomarlos bajo su protección.
—¡Lo juro! —dijo Belzoni.
—¡Y bien! —prosiguió la mujer—, ¿dudas aún, después de este ejemplo de entrega
que el Sr. Belzoni acaba de darte? ¡Acaso no conoces que existen en la historia muchos
padres que se sacrificaron para sus niños 588: ¡Bruto589, Abraham590, Ícaro591, Ugolino592!
¡Añade un nombre más a esta lista paternal, y piensa que al fondo de estas
profundidades cuarenta siglos te contemplan 593! ¡Procedamos, mi querido Hogges, un
solo movimiento!
—¡Llama a eso un movimiento —murmuró al infeliz esposo con melancolía—, un
movimiento que me proporcionará una caída de dos mil de toesas!... ¡Oh, si!, podía,
como Ugolino, sacrificarme por mis hijos comiéndomelos como cena, y así
conservarlos mientras viva su padre para salvarlos de la desdicha de ser huérfanos!
Diciendo eso, tomó uno de sus pies con sus manos y lo deslizó por el borde de la
barquilla. La Sra. Hogges aplaudió y exclamó:
—¡Por fin se decidió! ¡Mis pobres niños vivirán y nosotros también!

588
Resulta cómico que ninguno de los ejemplos que menciona la señora Hogges a continuación hagan
referencia al sacrificio paterno, sino más bien todo lo contrario.
589
Lucio Bruto, legendario fundador de la República tras la violación y posterior suicidio de Lucrecia,
causa del destierro de los Tarquinos, quienes tramaran una conjura para reinstaurar la monarquía junto
con los propios hijos de Bruto, a quienes no dudó en sentenciar a muerte y presenciar su ejecución.
590
El “Génesis” relata como Yaveh, para probar a Abraham, le ordenó que sacrificara a su único hijo
Isaac, pero en él último momento un ángel lo detuvo, cuando ya empuñaba el cuchillo.
591
Dédalo, constructor del Laberinto cretense, ideo unas alas uncidas con cera para escapar, junto a su
hijo Ícaro, de Creta, donde el rey Minos los tenía presos; pero durante el vuelo, Ícaro se acercó
demasiado al Sol, desprendiéndose sus alas y precipitándose al mar, mientras Dédalo conseguía llegar
a Sicilia.
592
Al conde toscano Ugolino della Gherardesca (1220-1289), condenado a morir emparedado, junto a
sus hijos y sobrinos, en la torre pisana de Muda, se le atribuye la sórdida leyenda (acrecentada por
Dante, que lo sitúa en el último círculo su “Infierno”) de sobrevivir más tiempo practicando la
antropofagia.
593
Parafraseando la famosa cita, y desliz histórico, de Napoleón en la Batalla de las Pirámides (1798):
“¡Soldados, pensad que desde la cima de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan!”
Belzoni detuvo el segundo pie en el mismo instante en el que se alzaba para seguir
al otro.
—Está bien así —le dijo—, estoy orgulloso de usted, señor Hogges; conténteme
con menos de lo que iba usted a hacer. Me conformo con el divorcio; ¿firmará?...
—¿Pero por qué —dijo la mujer—, arreabatarle al Sr. Hogges el privilegio de
escoger él mismo la clase de sacrificio? Podemos divorciarnos de todas maneras, y, si
mi adorado esposo se inclina po una caída de dos mil toesas de altura, esto zanja toda
dificultad ulterior, y asegura mucho mejor el futuro de nuestra colonia africana y la
felicidad de nuestros niños.
—Es justo —dijo Belzoni—, no es necesario discutir sobre gustos. El Sr. Hogges es
libre de escoger.
—Prefiero firmar —dijo Hogges sin meditarlo.
—Piénselo mejor —dijo la mujer—; quizás lamentará algún día, en tierra, esta
ocasión aérea de concertar otro divorcio que conciliaba todos los intereses domésticos y
le garantizaba la tranquilidad de un futuro despejado de nubes.
—No —resolvió Hogges—, pensándolo bien, me expongo de buena gana a
semejantes arrepentimientos.
—Tenga cuidado, esposo mío, tenga cuidado; cuando usted se encuentre abajo,
testigo de nuestra felicidad, se dirá: «¡Oh! ¡Si aún me hallase allá arriba, con un pie
fuera de la barquilla, y tan bien situado para sacrificarme por la felicidad de mis hijos!»
—¡Pues bien! Me resigno a hacer esta exclamación. Prefiero firmar.
—¡Imprudente! —murmuró la señora Hogges—. ¿Veamos, señor Belzoni, usted
que goza de buen juicio, qué haría en la situación de mi marido?
—¡Oh! Me precipitaría en el acto.
—¡Porque usted me ama, usted, señor Belzoni, pero él... él... este ingrato, jamás me
amó!...
—¡En fin —dijo Belzoni—, habrá que conformarse con un vulgar divorcio: nuestra
felicidad no debe ser exigente...
Un nuevo incidente sacado del fondo mismo de la situación, vino a distraer a los
viajeros del asunto del divorcio. Los alimentos se agotaron; el hambre clamaba, desde la
víspera, y las entrañas de los viajeros avisaban de la hora de la cena. ¡Por desgracia, dijo
el poeta, el hambre es mala consejera, malesuada fames!594 Belzoni, que comía como un
funámbulo, enseguida se quejó de su circunstancia, y murmuró sordas amenazas que
recordaron la balsa del naufragio de La Medusa595.
—Señor —le dijo a Hogges—, la cuestión del divorcio resulta ahora secundaria;
hay que cenar ante todo. Nuestra estancia aquí puede prolongarse, y no hay hostal en la
vecindad, ni mercado. Yo soy el más fuerte, luego usted es el más débil, y, si esto dura
un día más, me veré obligado a volverme antropófago en aras de mi supervivencia. La
señora también debe sobrevivir, y la ley le ordena alimentarla. Mañana, salvo un
milagro, estaré obligado a sacrificar un viajero para dar de comer a los otros dos. Ve,
señor Hogges, como el divorcio es inevitable en ambos casos.
El Sr. Hogges dobló cabeza como un preso salvaje en la isla de Robinson.
Un león pasaba en ese instante por tierra, y su rugido suspendió dicha conversación.
El telescopio fue apuntado sobre el último pedazo del dromedario.
594
El poeta latino Virgilio (70-19 a.C.), en su sexto libro de la Eneida, caracteriza de esta forma al
Hambre, cuando enumera los monstruos que moran en el vestíbulo del Orco.
595
En 1816, el navío La Méduse naufraga frente a Mauritania; el pasaje ilustre alcanza la costa en botes,
mientras el grueso de la tripulación es abandonado en una improvisada balsa donde se viven terribles
escenas de suicidio, asesinato, canibalismo... antes de ser rescatados sus únicos 15 supervivientes tras
dos semanas a la deriva. El hecho alcanzó fama gracias al cuadro “Le Radeau de la Méduse”, de
Théodore Géricault (1791-1824).
¡Tarde venientibus ossa!596
Tal fue la reflexión que pareció hacer este rey de los animales ante el último
fragmento del esqueleto. Sin embargo, aún quedaba un pedazo más delicado: el cinturón
de cuero atado al gancho de hierro. Fontaine dijo:
Los lobos comen glotonamente597.
¿Que hubiese dicho sobre los leones? Éste, seducido por el olor, se precipitó sobre
el cinturón de cuero y se lo tragó con glotonería. Una viva sacudida puso en movimiento
el aeróstato. El animal había engullido en su pecho el gancho de hierro, y sus furiosos
saltos atestiguaban dolores por encima de las fuerzas leoninas. El globo, después de
largo tiempo estacionario, se agitaba convulsamente, pero sin dirección fija. Flotaba al
azar, según el capricho de su conductor estrangulado.
—Firme este papel —dijo Belzoni a Hogges—, y le salvo...
—Firma pues —dijo la esposa—; es un caso forzoso.
Hogges lanzó un suspiró y firmó.
Belzoni tomó la cuerda y la sacudió con fuerza, como un pescador que siente que el
pez ha mordido el anzuelo. El león lanzaba rugidos de agonía y se resistía con los
últimos esfuerzos de su vigor. Un supremo estertor resonó en la soledad, y el monstruo
se desplomó con todo su peso de cadáver sobre la arena, trasmitiendo al globo un
enérgico impulso descendente.
—Y ahora —dijo Belzoni—, ayúdenme los dos; nuestras seis manos a la cuerda, y
sobre todo a la vez.
La esperanza de la salvación redobló las fuerzas de los viajeros. Belzoni, vigoroso
como un funámbulo, y acostumbrado a maniobras con cáñamo trenzado, suplía el
cometido de dos caballos de tiro. El león ascendía majestuosamente a cada esfuerzo de
las seis manos unidas, y, cuando se halló en el fondo de la barquilla, Belzoni le cortó las
cuatro patas y algunos suculentos filetes; luego, abandonando el resto a los buitres, le
dijo al Sr. Hogges:
—El viento sopla hacia Elefantina; vamos a cenar nuestra pesca, y esta tarde
dormiremos en las chozas de Asuán.
El globo, abandonando su cautiverio, surcó el aire con la rapidez de una flecha,
mientras que los tres convidados se ocupaban en familia de los preparativos de su festín.
Belzoni, que era el más vigoroso, de nuevo abusó de su fuerza y se cogió la mejor tajada
del león; pero tuvo la galantería de servirle a señora Hogges los pedazos más delicados.
Así como Belzoni había previsto, el aeróstato descendió en el oasis de Siena o
Asuán598 poco antes de la puesta del sol. Se hallaban en tierra habitada.
—¡Señor Hogges —dijo Belzoni tendiéndole la mano—, rompo el papel firmado
allá arriba y os devuelvo a vuestra mujer!
La señora Hogges hizo un ligero ademán de despecho.
—Era una broma, discúlpeme, —continuó Belzoni—; me aburría allá arriba, y quise
inventar algún juego para matar el tiempo. Después del ecarté, jugamos al divorcio.
Recobre a su mujer, como premio de consolación.
Al día siguiente se embarcaron por el Nilo y durmieron hasta las pirámides de
Gizeh.

596
“Sólo huesos, para los que llegan tarde”, proverbio latino que avisaba que los que llegasen tarde a la
mesa no podían esperar encontrarse otra cosa sino los huesos.
597
Verso extraído de la fábula de “El Lobo y la cigüeña”, de Jean de La Fontaine (1621-1695).
598
Asuán, antigua Suanu egipcia y llamada Syena por los griegos.

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