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1
Orihuela Burgoa, Ignacio, Diccionario de Derecho Constitucional, Garantías y Amparo, Porrúa, 1998, 5ta
edición, p. 104.
2
Contreras Bustamante, Raúl y otro, Coordinadores, Diccionario Jurídico, tirant lo Blanch,2019, p.693.
3
Pérez González, Edgar, et al., Derecho, Estado de Derecho y Justicia, México, Tirant lo Blanch, p. 9.
en la práctica los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) no están separados y que los
límites al poder han sido removidos del marco jurídico uno a uno; que el ejercicio de los
derechos y libertades sigue siendo una exigencia y no una realidad. Las teorías de
emancipación del Sur y el movimiento decolonial denuncian la hegemonía de una razón y
la eliminación de otras formas ser y pensar. Por ello es difícil aceptar que “la ley es la
expresión de la voluntad de todos o del pueblo” por qué cultural y sistemáticamente se ha
silenciado a una parte de la población que no entra en ese modelo civilizatorio. En suma,
se encuentra el movimiento feminista que crítica del sistema jurídico la opresión en razón
de género a la mujer, imponiéndole desde la norma un rol de crianza y cuidados, entre
otros. La mayoría en el congreso y el centralísimo fiscal pone en entredicho la separación
de poderes que establece la Constitución mexicana. Las nuevas formas de hacer gobierno
en Latinoamérica en los últimos años se han visto caracterizadas por ser gobiernos
populistas y centralistas.
4
Díaz Rueda, Ruth M. et al., Seguridad jurídica en el sistema democrático, México, Tirant lo Blanch, pp. 117-
122
de cosas (fines) cuya existencia depende de la adopción de comportamientos (medios)
que provoquen efectos que contribuyan a su promoción. De esta forma, las definiciones
de los fines y los medios compondrán los requisitos cuyo cumplimiento permitirá verificar
la existencia o no de seguridad jurídica y en qué medida. Por ejemplo, se puede decir que
la seguridad jurídica exige la existencia de un estado de cognoscibilidad normativa; la
cognoscibilidad normativa existe cuando se dan las condiciones de accesibilidad e
inteligibilidad de las normas; la accesibilidad normativa existe cuando el contribuyente es
capaz de conocer las normas que debe cumplir, y la inteligibilidad, cuando puede entender
mínimamente su contenido; el ciudadano puede conocer cuando está en condiciones de
tener acceso material a la norma vigente que debe cumplir, y puede entender
íntimamente su contenido cuando éste sea claro y determinable; y el ciudadano está en
condiciones de tener acceso material a la norma vigente que debe cumplir cuando ésta
sea publicada o cuando la decisión que la prevé sea objeto de notificación personal, y su
contenido es determinable cuando las alternativas interpretativas sean limitadas,
reducidas y comprensibles para el ciudadano común.
En suma, el principio de seguridad jurídica será una realidad efectiva cuando haya
publicación, notificación, lenguaje accesible y un número reducido de consecuencias
previstas. Así, para confirmar si se está promoviendo el principio de seguridad jurídica no
es necesario descubrir si los contribuyentes, y cuántos de ellos, conocen o no las normas
jurídicas, sino, en vez de ello, comprobar si el ordenamiento jurídico contiene reglas al
respecto de la publicación, la notificación, el lenguaje de las leyes y su alcance, y si estas
normas son obedecidas.
Antes se ha definido la seguridad jurídica, en cuanto clase normativa, como principio que
exige la realización de un estado de cosas cuya promoción gradual depende de la adopción
de determinados comportamientos. De este modo, existe una cadena de elementos que
hay que considerar: el principio de seguridad jurídica impone la realización de estados
ideales (de cognoscibilidad, confiabilidad y calculabilidad); la promoción de esos estados
ideales depende de la existencia de condiciones de hecho; la existencia de esas
condiciones de hecho depende de la adopción de comportamientos; la adopción de
comportamientos está determinada indirectamente por el establecimiento concreto de
reglas (decisiones) o directamente por la previsión abstracta de reglas que concretan el
principio de seguridad jurídica. Estos elementos (comportamientos condiciones de
hecho estado de cosas seguridad jurídica) componen la estructura del principio de
seguridad jurídica. Se puede afirmar que la seguridad jurídica es una norma jurídica que
determina la adopción de comportamientos humanos que provoquen efectos que
contribuyan, demostrada o presumiblemente, a la promoción de un estado de
cognoscibilidad, confiabilidad y calculabilidad del Derecho.
Como consecuencia de todo ello, los indicadores de la seguridad jurídica serán justamente
las condiciones —requisitos, criterios, parámetros— que pueden definirse de forma previa
y abstracta como adecuadas y necesarias para el aumento, demostrado o presumible, de
los estados de cognoscibilidad, confiabilidad y calculabilidad del Derecho.
Subyace en el concepto propuesto la comprensión del Derecho, no precisamente como un
objeto dado, ni como un objeto que el intérprete deba construir por completo, sino como
una actividad argumentativa reconstructora de sentidos normativos basada en postulados
hermenéuticos y de aplicación.
La seguridad jurídica deja así de ser una mera exigencia de predeterminación para
materializar un deber de control racional y argumentativo. Este cambio de perspectiva
demuestra que se trata de una realidad que implica elementos que deben impregnar el
proceso de aplicación del Derecho y no simplemente estar presentes en su resultado. Se
modifica el foco de análisis de la seguridad jurídica, alejándolo de la “seguridad de
significado” (Bedeutungssicherheit) hacia la “seguridad de criterios” (Kriteriensicherheit) a
fin de proporcionar, de antemano, parámetros previos y abstractos para problemas
interpretativos posteriores y concretos.
De este modo, en vez de algo ya hecho (“el Derecho como seguridad”), la seguridad
jurídica denota algo a construir (“un derecho a la seguridad”); en lugar de “certeza
semántica”, la “controlabilidad argumentativa”; en el espacio de la “actividad descriptiva”,
un “conjunto de actividades reconstructivas y decisionales”. Se intenta, con ello, superar la
concepción de la seguridad jurídica como garantía de contenido, basada en el paradigma
de la determinación, a favor de una seguridad jurídica como garantía de respeto, fundada
en el paradigma de la controlabilidad semántico-argumentativa y cuya realización
depende de elementos, dimensiones y aspectos que han de ser conjunta, sintética y
equilibradamente evaluados.
Esta constatación impide que se busque seguridad por medio de la supuesta descripción
de contenidos normativos. La seguridad debe buscarse en una adecuada teoría de la
argumentación. Solo el uso de las formas argumentativas es suficiente para demostrar lo
que los textos legislativos significan.
5
Ferrer Mac-Gregor, Eduardo (coord.), Diccionario de derecho procesal constitucional y convencional,
Consejo de la Judicatura Federal, PJF, Instituto de investigaciones jurídicas, UNAM, pp. 964-966.
(Fernández Rodríguez, 1998). Por lo tanto, desde este punto de vista se estima que solo es
inconstitucional la inacción del legislador que cumple esas características. En la
arquitectura de un Estado democrático de derecho es el Poder Legislativo el encargado de
emanar las normas que desenvuelvan los preceptos constitucionales que requieran tal
proceder. Por ello, parece lo más adecuado que la omisión inconstitucional se predique
sólo del legislador, aunque en sistemas presidencialistas se podría introducir alguna
matización en ello. El periodo excesivamente prolongado a la hora de actuar introduce la
necesidad de un proceder casuístico que analice individualmente las circunstancias de
cada supuesto.
La ineficacia de la norma constitucional sería la negativa consecuencia de una situación de
este tipo. Ello permite excluir aquellos supuestos en los que, pese a la ausencia de un
adecuado desarrollo, el precepto constitucional tiene una vigencia tan efectiva que
cumple las previsiones constitucionales en cuanto a su aplicabilidad.
En los diversos casos de derecho comparado, en líneas generales, se sigue esta idea de
ausencia de actuación legislativa referida a una concreta previsión constitucional,
insertándose, por lo tanto, en el ámbito de las tesis obligacionistas. También la
jurisprudencia que reconoce su existencia camina por una línea grosso modo similar. La
existencia en la Constitución de preceptos de obligatorio y concreto desarrollo, que se
pueden denominar encargos al legislador, es el argumento jurídico más poderoso en favor
de la existencia de esta institución. Estos encargos son normas constitucionales de eficacia
limitada que, dada la previsión explícita o implícita en ellas contenida, resultan de
obligatorio y concreto desarrollo para que cobren eficacia plena. Se trata de normas
incompletas que requieren para su eficacia la interposición del legislador. Como es sabido,
los textos constitucionales no pueden agotar la regulación de las materias que abordan,
tanto por razones prácticas como por exigencias del carácter abierto que ostentan. Esto
convierte en inevitable la existencia de tales encargos, que se caracterizan por su
estructura (generan una obligación de desarrollo) y no por su contenido material.
Del mismo modo, juegan en defensa de esta figura el propio carácter normativo de la
Constitución, el principio de supremacía de la misma y la función transformadora que
desempeña.
La libertad de conformación del legislador debe darle un importante margen de maniobra
temporal y material, pero no puede ser un permiso para desconocer indefinidamente las
obligaciones de desarrollo constitucional y la especial vinculación de la norma básica. El
principio es la necesidad de desarrollo que reclaman los encargos al legislador, la
excepción la constituye el retraso en ese desarrollo, que como tal excepción necesita de
justificación si quiere imponerse, al menos momentáneamente. Otra opción perjudica el
proyecto de futuro que diseña la Constitución, desvaloriza el carácter normativo de la
misma e, incluso, puede coadyuvar a una mutación constitucional.
En la actualidad esta categoría está prevista en diversos casos en el derecho comparado.
En las dos últimas décadas su reconocimiento en el derecho positivo sufrió un moderado
aumento. En el ámbito de las Constituciones nacionales, podemos citar a Angola, Brasil,
Ecuador, Portugal, Timor y Venezuela. No a nivel constitucional, pero sí prevista en la
legislación de la jurisdicción constitucional, tenemos los supuestos de Costa Rica y
Hungría.
En Constituciones regionales la encontramos en Argentina (Río Negro, Tucumán), Brasil
(en casi todas sus Constituciones locales) y México (Chiapas, Quintana Roo, Tlaxcala,
Veracruz).
Asimismo, en distintos supuestos la inconstitucionalidad por omisión se reconoce, de una
u otra forma, a nivel jurisprudencial. Serviría como ejemplo Alemania, Andorra, Austria,
Bélgica, Colombia, España, Estados Unidos, Italia, Nicaragua, Perú, República Dominicana
o Rumanía.
Una de las más complejas cuestiones a las que se enfrenta esta figura es logar una
articulación práctica aceptable y eficaz, que se cohoneste adecuadamente con la
arquitectura institucional del sistema respectivo. Las diversas soluciones de derecho
comparado atestiguan que ello no es una tarea pacífica.
Respecto a las vías procesales que se podrían emplear, las opciones son diversas: una
acción abstracta de inconstitucionalidad por omisión residenciada en la jurisdicción
constitucional; una acción concreta de inconstitucional, que el juez ordinario eleva al
tribunal constitucional; aceptar la procedencia de una acción de protección de derechos
fundamentales ante semejantes omisiones; o el uso de sentencias constitucionales
atípicas, como recomendaciones al legislador o sentencias aditivas. La opción de las
sentencias constitucionales atípicas se ha revelado en la práctica como efectiva y
respetuosa con el equilibrio institucional, aunque en ello es necesario no prescindir de las
dosis de autolimitación que deben caracterizar a un tribunal constitucional.
De igual forma, a veces se prevé que detectada la omisión se comunique al órgano
legislativo sin más (art. 283 de la Constitución de Portugal) o para que adopte las medidas
necesarias (art. 232 de la Constitución de Angola; art. 103.2 de la Constitución de Brasil,
que es una vía de fiscalización abstracta). En otros supuestos, se le da un plazo al
legislador para que actúe (art. 436.10 de la Constitución de Ecuador; también las dos
provincias argentinas citadas; Chiapas; Quintana Roo; Tlaxcala —tres meses—; Veracruz),
o se le da un plazo y, de ser necesario, los lineamientos de su corrección o los principios,
bases y reglas normativas a regular (respectivamente, art. 336.7 de la Constitución de
Venezuela, y art. 88 de la Ley de Justicia Constitucional de Coahuila).
También, en el marco de algunas acciones protectoras de derechos, el tribunal
competente para el control puede dictar las órdenes o instrucciones que garanticen, en el
caso concreto, y sin más especificaciones, el ejercicio de estos derechos, definiéndose las
condiciones para esa satisfacción directa del derecho. Ello está pensado más bien para el
ámbito legal y administrativo, aunque en algún caso se puede interpretar que también es
posible esgrimir esta acción ante una omisión inconstitucional. Sirve como ejemplo el
mandado de injunção brasileño (previsto en el art. 5.LXXI de la Constitución, un
mecanismo de control concreto e inspirado en el writ of mandamus anglosajón). Esta
figura procede ante la falta de norma de desarrollo que torna inviable el ejercicio de
derechos y libertades constitucionales.
Asimismo, se puede establecer la reparación patrimonial del ciudadano perjudicado en sus
derechos por la omisión inconstitucional. En cambio, otros mecanismos de solución
resultan criticables y no aceptables, como el dictado provisional de la normativa que falta
por parte del órgano de jurisdicción constitucional. Ello excede las funciones que ésta
debe asumir de conformidad con su naturaleza y afecta de manera desproporcionada al
principio de libertad de conformación del legislador.
Instaurado para garantizar el principio de división de poderes, se plantea una invasión de las
esferas competenciales establecidas en la.
La controversia constitucional es un juicio de única instancia que, ante la Suprema Corte de Justicia
de la Nación plantean la Federación, un Estado, la Ciudad de México o un Municipio, para
demandar la reparación de un agravio producido por una norma general o un acto que, en
ejercicio excesivo de sus atribuciones constitucionales, fue responsabilidad de alguno de los
órganos de gobierno citados, lo que conculca el federalismo, transgrede el reparto de
competencias constitucionales.
6
Azar López, Bernardo Anwar y de la Fuente Rodríguez, Jesús, Derecho Procesal Constitucional, Tirant lo
Blanch, México, pp. 86-87.
7. Órganos Constitucionales Autónomos:7 Son aquéllos creados inmediata y
fundamentalmente en la Constitución, y que no se adscriben a los poderes tradicionales
del Estado.1 También pueden ser los que actúan con independencia en sus decisiones y
estructura orgánica, depositarios de funciones estatales que se busca desmonopolizar,
especializar, agilizar, independizar, controlar y/o transparentar ante la sociedad, con la
misma igualdad constitucional.2 Cabe destacar que la fracción IX del artículo 3º de la Ley
Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental señala como
órganos constitucionales autónomos para efectos de transparencia al Instituto Federal
Electoral, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Banco de México y a las
instituciones de educación superior a las que la ley otorgue autonomía.
9
Fix- Zamudio, Hector y Valencia Carmona, Salvador, Derecho Constitucional Mexicano y Comparado, ed
Porrúa, 1999, pp 990-991.
recibieron la denominación de jueces menores, que conservaron por bastante tiempo.
Dichos jueces menores eran nombrados por el Ejecutivo a propuesta en terna del tribunal
superior. 43
La Constitución Federal del 5 de febrero de 1857 no hizo referencia expresa al municipio,
que sólo reguló en forma escueta la relación con el gobierno del Distrito Federal, tomando
en cuenta que el artículo 72, fracción VI, otorgaba al Congreso de la Unión la facultad de
regular el gobierno del Distrito Federal y de los Territorios, de acuerdo con el principio de
la elección popular de las autoridades políticas, y de acuerdo con este precepto se expidió
la ley de 20 de diciembre de 1882, por la cual se regularon las elecciones de Los jueces y
magistrados del Distrito Federal (elección indirecta), y entre las citadas disposiciones se
estableció en el artículo 20, fracción
VI, que los jueces de paz serían electos por los colegios electorales de su respectivo
territorio jurisdiccional.
Sin embargo, en el periodo que sigue a la restauración de la República de 1867, la relativa
autonomía municipal se menoscabó de manera creciente, y en especial la de los
ayuntamientos de las capitales de los estados, los que son absorbidos por los
gobernadores y esto repercute indudablemente en la autonomía judicial de los propios
municipios. 14
En el texto original de la Constitución Federal del 5 de febrero de 1917 que actualmente
nos rige, sólo reguló la situación de los jueces municipales, como lo había hecho la carta
anterior, en el Distrito y en los Territorios Federales, ya que los mismos se dividían en
municipalidades a cargo de un ayuntamiento de elección popular (artículo 73, fracción VI,
bases la y 2a.), en tanto que los magistrados y los jueces de primera instancia eran
nombrados por el Congreso de la Unión (base 4a.).
Al respecto, la primera ley orgánica de los tribunales del fuero común de los propios
Distrito y Territorios Federales del 9 de septiembre de 1919, estableció jueces de paz y
jueces menores en cada municipio, los cuales eran electos por los ayuntamientos, en
escrutinio secreto y por mayoría absoluta de votos (artículos 17 y 18 de citado
ordenamiento).
La reforma constitucional del 20 de agosto de 1928 al citado artículo 73, fracción VI, de la
carta federal, suprimió la organización municipal en el Distrito y en los territorios federales
y modificó el sistema de nombramiento de los jueces de paz y de los menores, los
primeros designados por los tribunales superiores respectivos, a propuesta en terna que
hiciera la autoridad superior administrativa de la circunscripción respectiva, y los segundos
se manera directa (artículos 121 y 114 de la Ley Orgánica de los Tribunales del Fuero
Común en el Distrito Federal y Territorios Federales, promulgada el 31 de diciembre de
1928).