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SOBRE CULTURA Y LA IDEA DE UNIVERSIDAD

En su obra teatral "El atormentador de sí mismo", el escritor romano Terencio, coloca el


siguiente verso en boca de uno de sus personajes: "Hombre soy: nada de lo que es humano me
es ajeno". En él, el autor se refiere a la imperiosa necesidad y aún deber del hombre de conocer
y comprender la realidad en la que se encuentra y de la que es parte central y significativa. Sin
embargo, ante este requerimiento, se sitúa el problema de definir "¿Qué es la realidad?" y
"Cómo puede ser explicada la realidad?". Ambas interrogantes se han ido planteando y
respondiendo de manera diversa a lo largo de la historia, ya sea desde el aspecto mágico o
religioso a los interrogantes filosóficos para llegar a la explicación fundada en la verificación de
los fenómenos de acuerdo a la metodología experimental. No hay pues una única realidad ni
podría haberla. Por otro lado, la realidad tampoco es invariable y esta relatividad alcanza no
sólo a las ciencias sociales o culturales sino también al conocimiento científico sea físico o
matemático.

Para llegar al conocimiento científico, el hombre debió partir de un primitivo mundo cuya
concepción era mágico cósmica para llegar a los grandes sistemas filosóficos griegos centrados
en la naturaleza y el hombre. La Edad Media significo un retorno al teocentrismo pero,
paulatinamente, el Renacimiento culminó en lo que hoy llamamos conocimiento científico.

Cada época de la historia, cada sociedad ha dado su peculiar concepción de espíritu académico
científico y establecido sus propias instituciones de educación superior de acuerdo a las
contingencias históricas y sociales. Así pues, cómo fue evolucionando la ideal del conocimiento
desde los mitos a la explicación racional.

Al principio, los hombres explicaban el mundo en función al mito –podían ser elaboraciones
místicas y de un elevado nivel espiritual como sucedió en Egipto pero dejando las
complejidades místicas a la clase sacerdotal y quienes tenían el poder. El pueblo recibía el
conocimiento básico con explicaciones de la realidad como obra de los dioses. Este sistema
complejo también se dio en Mesopotamia –cultura más comercial y de mitos menos complejos
que los egipcios. Y aprendiendo de Egipto, donde un faraón intentó una especie de monoteísmo,
los hebreos desarrollaron la explicación del mundo basada en la creación por un único dios. Los
sumerios y los persas a su vez, creían en el universo como la lucha eterna entre el bien y el mal.
Saberes esotéricos constituyeron el punto de partida del conocimiento elevado y superior de las
civilizaciones.

Pero ¿qué entendemos con el término Civilización? Spranger la define como todo aquello que
constituye o caracteriza el estado social de un pueblo. Es el estado de desarrollo que alcanza una
sociedad formándose en base al sello espiritual que le entrega la Cultura. Si la Civilización
ofrece los medios técnicos para facilitar la vida de los pueblos en la historia, la Cultura es la
energía creadora de los pueblos. Cuando un grupo humano que vive y actúa en determinado
contorno realiza un conjunto de creaciones materiales y espirituales a las que otorga un sentido
superior y estas creaciones son definidas, valoradas y perfeccionadas dirigidas a un determinado
ideal, este grupo humano conforma una cultura (Spranger, 1947)

Toda cultura es así un aprendizaje compartido en un sistema dinámico en cambio permanente.


Como fenómeno compartido proporciona a cada individuo su propia identificación. Es a través
del sentimiento de pertenencia a una cultura y al proceso de aprendizaje que esta conlleva -
desde la infancia- a que el hombre se forje una imagen el mundo en que vive y procure
configurarlo conceptualmente. EN FUNCIÓN A ESTA PERCEPCIÓN E INTERIORIZACIÓN
SIMBÓLICAS DE LOS SIGNIFICADOS, LOS HOMBRES OTORGAN AL ENTORNO, ES
QUE ELLOS ACTÚAN, EVALÚAN Y CREAN EN EL PROCESO DE SU EXISTENCIA.
ESTE SE CONVIERTE EN PRODUCTO DE UNA CONVENCIÓN DEL GRUPO. De esta
manera, la elaboración, la cristalización de las imágenes y los conceptos que se plantean y
proponen, conforman el nivel más visible de toda cultura: los artificios culturales como el
lenguaje, las costumbres, las creencias, la religión, los sistemas ideológicos, la tecnología, las
artes…

Schein (1988, p. 25, 26) explica que una cultura constituye

un modelo de presunciones básicas –inventadas., descubiertas o desarrolladas


por un grupo dado al ir aprendiendo a enfrentarse con sus problemas de
adaptación externa e integración interna- que hayan funcionado lo
suficientemente bien como para ser consideradas como válidas y, por lo tanto,
enseñadas a los nuevos miembros como la manera correcta de percibir, pensar
y sentir aquellos problemas

Toda cultura es así un aprendizaje compartido en un sistema dinámico en cambio permanente.


Como fenómeno compartido proporciona a cada individuo su propia identificación. Es a través
del sentimiento de pertenencia a una cultura y al proceso de aprendizaje que esta conlleva -
desde la infancia- a que el hombre se forje una imagen el mundo en que vive y procure
configurarlo conceptualmente. En función a esta percepción e interiorización simbólicas de los
significados que los hombres otorgan al entorno como producto de una convención del grupo,
es que ellos actúan, evalúan y crean en el proceso de su existencia. Este último aspecto, la
elaboración, la cristalización de las imágenes y los conceptos que se plantean y proponen,
conforman el nivel más visible de toda cultura: los artificios culturales como el lenguaje, las
costumbres, las creencias, la religión, los sistemas ideológicos, la tecnología, las artes…

Planteadas estas palabras introductorias, debemos referirnos a una institución trascendental cuya
misión es tanto conservar la cultura de los pueblos como contribuir a transformarla. Esta
institución es la universidad. Sin embargo, la institución universitaria ha ido cambiando a través
de la historia y nuestro mundo la dirige hoy dentro de la ciencia y la tecnología. Es la
universidad la institución que contribuye decididamente a que estas dos elaboraciones culturales
puedan tener un impacto trascendente y positivo para el mejoramiento de la sociedad

Nuestro mundo está marcado por la movilidad, sea de los individuos, las masas, las situaciones.
Un mundo fundado en que todo es ya posible. Un mundo de jóvenes que representan la gran
fuerza laboral y la cultura alternativa que se desenvuelve en la actualidad. La dominante
presencia de esta juventud es un reto trascendente para estudiantes e investigadores. Formar a
estos jóvenes haciéndoles capaces de tener una comprensión cabal de su realidad y de enfrentar
el futuro con éxito y eficiencia, es la tarea que la universidad debe asumir como perentoria.

Sin embargo, ya no se percibe a la institución universitaria como una institución formadora del
espíritu y la conciencia social. Actualmente, el carácter de ser un centro de formación
profesional y académica es el único que el ciudadano común percibe de esta institución. Una
percepción utilitaria por el ansia social de obtención de un título profesional como fundamento
del capital social –o bien económico- del individuo. La universidad ya no es vista como
institución esencial para la vida cívica.
Pero la formación universitaria no puede concebirse simplemente por la organización de
acciones y experiencias dirigidas a la obtención de un título profesional. ¿Dónde se sitúa en ese
esquema la formación integral del hombre? ¿Dónde se halla la investigación, hecho que otorga
su dignidad al ser universitario?

Así pues, cualquier formación de profesionales y de investigadores, ambas funciones básicas de


la institución universitaria, quedan truncas si no se realizan con un propósito humano libre y
creativo, a través de acciones que conduzcan al joven estudiante a aprehender su entorno
cultural y físico, desarrollando un verdadero imperativo hacia el perfeccionamiento de sí y la
transformación del mundo en que vive, en la medida de sus posibilidades.

Una universidad debe pues formar HOMBRES, en el sentido esencial de la palabra y no


únicamente fríos especialistas científicos y técnicos; debe formar LÍDERES que conduzcan a la
comunidad hacia metas positivas, concretas y de realización colectiva. Potencializar la
capacidad imaginativa y la creatividad, el pensamiento crítico y la actitud científica de las
generaciones jóvenes es el ideal de toda universidad que se precie de serlo. Solo así podrá
fundamentarse una sociedad que responda eficazmente a los conflictos del mundo actual y, ante
todo, hacerlo dentro de la libertad y del derecho.

La institución universitaria debe ser un espacio abierto a la discusión, al análisis y la síntesis


productiva en donde el estudiante se forje como persona independiente y asuma una visión de
futuro dentro de un contexto de valores. Sobre todo hoy que existen las herramientas
tecnológicas que posibilitan el reforzamiento de estas competencias, en un proceso cada vez
más interactivo y personalizado. Por otro lado, es vital que la universidad se cuestione siempre a
sí misma en el logro de sus fines, centrada en el espíritu de la época y dirigida hacia el
desarrollo nacional. Actitud que implica un compromiso cerrado con la investigación en un
proceso a realizarse por profesionales y estudiantes que enfrenten los problemas complejos de la
sociedad y ofrezcan alternativas de solución, racionales y viables.

Quienes conforman la comunidad académica universitaria- estudiantes y docentes entendidos


como aquellos realmente comprometidos en el proceso del conocimiento, de la ciencia y la
tecnología- conforman una elite que es continuamente depurada. Se convierten en miembros de
una minoría creadora que orienta –que debe orientar- el rumbo de la nación. Esto implica una
muy grande responsabilidad. Dicha responsabilidad conlleva a dirigir su acción hacia el mundo
que los necesita y para el que han sido formados. Tal es el rol de los intelectuales y de los
hombres de ciencia en el mundo actual: una elite del espíritu que no se encierre en sí misma
sino que se proyecte en forma audaz a la forja de un mundo mejor donde vivir. La
responsabilidad social como una orientación ética universitaria es lo único que puede salvar a
esta institución de la amenaza del antihumanismo que está destruyendo los valores e ideales de
la sociedad.

Toda propuesta de universidad requiere considerar, como punto de partida, una concepción
filosófica específica, siendo cruciales las interrogantes sobre el concepto de HOMBRE, el
CONOCIMIENTO y los VALORES.

La idea de Hombre como categoría ideal a tomar en cuenta para todo proceso educativo debe
tener una visión holística: un integrante del ecosistema, ante el cual se plantea el principio de
responsabilidad. Constituye un ser biológico natural y un ser histórico social que se desarrolla
dentro de un sistema de necesidades, integrando los diversos subsistemas que conforman la
cultura (Schein, 1998). La institución debe preparar a este individuo en todas sus
potencialidades, con el objeto de que cumpla a cabalidad su misión de partícipe en la forja del
país hacia el futuro

El proceso educativo universitario exige entender la idea de Hombre –es decir, del estudiante-
como un ser único y singular en proceso de autorrealización. En otras palabras, las acciones
académicas son diseñadas y realizadas de manera tal que permitan el crecimiento personal de la
persona en forma permanente, procurando la formación de un sujeto responsable,
independiente, crítico de sí mismo y de su realidad. El desarrollo de estas acciones necesita
tener un carácter personalizado. Sin embargo, esa singularidad y personalización se construyen
a través de un aprendizaje compartido con los integrantes del grupo humano.

Así pues, acorde a esta conceptualización, el aprendizaje requiere estar basado en una actitud
que proporcione al estudiante confianza en sus potencialidades, de modo que aprenda a adquirir
seguridad en sí mismo y, a la vez, darse cuenta de sus propias limitaciones. Un ser dirigido a
actuar dentro de un proceso de perfeccionamiento y desarrollo personal, siempre a partir de un
compromiso y relación con los demás miembros de la sociedad.

El aprendizaje universitario tiene como pauta el desarrollo de la creatividad y esta exigencia


requiere de un enfoque global transversal que integre las funciones intelectuales, afectivas,
físicas, sociales e intuitivas de la personalidad del individuo a través de estrategias concretas y
relevantes en todas las especialidades. Un ser humano independiente, responsable y crítico, que
contribuya –eficaz y eficientemente- a la explicación racional de los conflictos y problemas del
mundo y de su entorno enfrentando los retos que este implica. En función a la realidad, el
estudiante habrá de plantear, sistematizar y aplicar alternativas concretas y operativas de
solución tanto en la teoría como en la práctica.

Por lo tanto, la universidad tiene como misión FORMAR individuos y futuros profesionales
creativos, reflexivos, proactivos, capaces de generar permanentemente ideas y posibilidades
llevándolas a su realización en producciones originales y viables; que desarrollen una
sensibilidad que les haga capaces de aprehender los valores de su medio y su cultura y los
interpreten analíticamente tanto en forma personal como integrantes de una comunidad. Es
decir, un individuo que se adapte en forma flexible a las circunstancias y coopere con los
problemas de su entorno de manera efectiva, entendiendo el sentido ético de su vocación.

No sólo debe procurarse la consolidación, acrecentamiento, creación y difusión del


conocimiento sino dirigirse hacia la transformación del mismo y su aplicación en la realidad,
con la mira en el bien común. Esto implica comprender al CONOCIMIENTO como un
procesamiento analítico y crítico de la información que el individuo recibe desde la naturaleza y
a través de los múltiples canales socioculturales. Es resultado de la capacidad productiva y
creatividad individual de los sujetos y de la interacción con el medio y con sí mismos, el acervo
teórico práctico otorgado por la cultura a los hombres a lo largo del tiempo. Conforma tanto el
sistema de la ciencia y sus implicancias, la técnica, la ideología, los sistemas de organización
del trabajo y de producción, el lenguaje y el arte. La universidad en un país como el Perú tiene
necesariamente que tomar en cuenta también al conocimiento proveniente de la tradición, el
cual requiere considerarse como objeto de estudio tanto desde un punto de vista valorativo y
formativo como de investigación.
¿Es demasiado idealista incidir en que toda universidad deba constituir una comunidad
educativa vinculada por los valores de libertad, justicia y equidad, integración y trabajo en
equipo, cooperación y solidaridad, compromiso, actividad creadora, proactividad y
emprendimiento, calidad y exigencia, autonomía, integridad y honestidad, perseverancia,
tolerancia y respeto por la diversidad? ¿Qué somos como institución sino el producto de ideales
que la historia ha ido planteando como imperativos de toda colectividad? Es por eso que si
afirmamos que el accionar universitario inmediato se dirige hacia la autorrealización individual
hay que entender que este proceso solo adquiere su trascendencia en tanto tenga como objetivo
principal y consecuencia lógica el desarrollo humano en la sociedad.

El mejoramiento y la forja de una sociedad que brinde oportunidad a la autorrealización


personal a través de la universidad es una concepción que no puede ser utilitarista sino estar
basada en una visión historicista del proceso de socialización: requiere la institución
universitaria dirigirse hacia la construcción de un futuro viable que brinde solución a los
problemas del presente pero, ante todo, proyectándose al mundo por venir. Proceso que no
puede tener lugar sin un adecuado conocimiento de la realidad mundial, regional y local tanto
por parte de los estudiantes como de los docentes.

La institución universitaria viene a ser y necesita ser, por lo tanto, un espacio abierto a la
discusión, el análisis y la síntesis productiva. Aspecto que tiene hoy una singular proyección
debido a las herramientas tecnológicas informáticas. Estas permiten el reforzamiento de las
competencias propuestas en un proceso cada vez más interactivo, personalizado y autónomo. En
síntesis, la universidad de nuestro tiempo debe ser un espacio en el cual se forje al estudiante
como persona independiente y en el que asuma una visión de futuro dentro de un contexto de
valores.

ALFREDO ALEGRÍA ALEGRÍA

Referencias

Alegría Alegría, A. (2018). Reflexiones sobre didáctica: Perspectivas Universitarias. Trujillo:


Gráfica Real

Jaspers, K. (1984) Origen y meta de la historia. Madrid: Alianza Editorial

Schein, E.H. (1988) La cultura organizacional y el liderazgo. Una visión dinámica. Barcelona:
Plaza & Janes, pp.15,26, 30-34

Fichte, J., Humboldt, A. von, Schleiermacher, F., Weber, M. (1956). La Idea de La


Universidad en Alemania. Buenos Aires: Sudamericana

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