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Para llegar al conocimiento científico, el hombre debió partir de un primitivo mundo cuya
concepción era mágico cósmica para llegar a los grandes sistemas filosóficos griegos centrados
en la naturaleza y el hombre. La Edad Media significo un retorno al teocentrismo pero,
paulatinamente, el Renacimiento culminó en lo que hoy llamamos conocimiento científico.
Cada época de la historia, cada sociedad ha dado su peculiar concepción de espíritu académico
científico y establecido sus propias instituciones de educación superior de acuerdo a las
contingencias históricas y sociales. Así pues, cómo fue evolucionando la ideal del conocimiento
desde los mitos a la explicación racional.
Al principio, los hombres explicaban el mundo en función al mito –podían ser elaboraciones
místicas y de un elevado nivel espiritual como sucedió en Egipto pero dejando las
complejidades místicas a la clase sacerdotal y quienes tenían el poder. El pueblo recibía el
conocimiento básico con explicaciones de la realidad como obra de los dioses. Este sistema
complejo también se dio en Mesopotamia –cultura más comercial y de mitos menos complejos
que los egipcios. Y aprendiendo de Egipto, donde un faraón intentó una especie de monoteísmo,
los hebreos desarrollaron la explicación del mundo basada en la creación por un único dios. Los
sumerios y los persas a su vez, creían en el universo como la lucha eterna entre el bien y el mal.
Saberes esotéricos constituyeron el punto de partida del conocimiento elevado y superior de las
civilizaciones.
Pero ¿qué entendemos con el término Civilización? Spranger la define como todo aquello que
constituye o caracteriza el estado social de un pueblo. Es el estado de desarrollo que alcanza una
sociedad formándose en base al sello espiritual que le entrega la Cultura. Si la Civilización
ofrece los medios técnicos para facilitar la vida de los pueblos en la historia, la Cultura es la
energía creadora de los pueblos. Cuando un grupo humano que vive y actúa en determinado
contorno realiza un conjunto de creaciones materiales y espirituales a las que otorga un sentido
superior y estas creaciones son definidas, valoradas y perfeccionadas dirigidas a un determinado
ideal, este grupo humano conforma una cultura (Spranger, 1947)
Planteadas estas palabras introductorias, debemos referirnos a una institución trascendental cuya
misión es tanto conservar la cultura de los pueblos como contribuir a transformarla. Esta
institución es la universidad. Sin embargo, la institución universitaria ha ido cambiando a través
de la historia y nuestro mundo la dirige hoy dentro de la ciencia y la tecnología. Es la
universidad la institución que contribuye decididamente a que estas dos elaboraciones culturales
puedan tener un impacto trascendente y positivo para el mejoramiento de la sociedad
Nuestro mundo está marcado por la movilidad, sea de los individuos, las masas, las situaciones.
Un mundo fundado en que todo es ya posible. Un mundo de jóvenes que representan la gran
fuerza laboral y la cultura alternativa que se desenvuelve en la actualidad. La dominante
presencia de esta juventud es un reto trascendente para estudiantes e investigadores. Formar a
estos jóvenes haciéndoles capaces de tener una comprensión cabal de su realidad y de enfrentar
el futuro con éxito y eficiencia, es la tarea que la universidad debe asumir como perentoria.
Sin embargo, ya no se percibe a la institución universitaria como una institución formadora del
espíritu y la conciencia social. Actualmente, el carácter de ser un centro de formación
profesional y académica es el único que el ciudadano común percibe de esta institución. Una
percepción utilitaria por el ansia social de obtención de un título profesional como fundamento
del capital social –o bien económico- del individuo. La universidad ya no es vista como
institución esencial para la vida cívica.
Pero la formación universitaria no puede concebirse simplemente por la organización de
acciones y experiencias dirigidas a la obtención de un título profesional. ¿Dónde se sitúa en ese
esquema la formación integral del hombre? ¿Dónde se halla la investigación, hecho que otorga
su dignidad al ser universitario?
Toda propuesta de universidad requiere considerar, como punto de partida, una concepción
filosófica específica, siendo cruciales las interrogantes sobre el concepto de HOMBRE, el
CONOCIMIENTO y los VALORES.
La idea de Hombre como categoría ideal a tomar en cuenta para todo proceso educativo debe
tener una visión holística: un integrante del ecosistema, ante el cual se plantea el principio de
responsabilidad. Constituye un ser biológico natural y un ser histórico social que se desarrolla
dentro de un sistema de necesidades, integrando los diversos subsistemas que conforman la
cultura (Schein, 1998). La institución debe preparar a este individuo en todas sus
potencialidades, con el objeto de que cumpla a cabalidad su misión de partícipe en la forja del
país hacia el futuro
El proceso educativo universitario exige entender la idea de Hombre –es decir, del estudiante-
como un ser único y singular en proceso de autorrealización. En otras palabras, las acciones
académicas son diseñadas y realizadas de manera tal que permitan el crecimiento personal de la
persona en forma permanente, procurando la formación de un sujeto responsable,
independiente, crítico de sí mismo y de su realidad. El desarrollo de estas acciones necesita
tener un carácter personalizado. Sin embargo, esa singularidad y personalización se construyen
a través de un aprendizaje compartido con los integrantes del grupo humano.
Así pues, acorde a esta conceptualización, el aprendizaje requiere estar basado en una actitud
que proporcione al estudiante confianza en sus potencialidades, de modo que aprenda a adquirir
seguridad en sí mismo y, a la vez, darse cuenta de sus propias limitaciones. Un ser dirigido a
actuar dentro de un proceso de perfeccionamiento y desarrollo personal, siempre a partir de un
compromiso y relación con los demás miembros de la sociedad.
Por lo tanto, la universidad tiene como misión FORMAR individuos y futuros profesionales
creativos, reflexivos, proactivos, capaces de generar permanentemente ideas y posibilidades
llevándolas a su realización en producciones originales y viables; que desarrollen una
sensibilidad que les haga capaces de aprehender los valores de su medio y su cultura y los
interpreten analíticamente tanto en forma personal como integrantes de una comunidad. Es
decir, un individuo que se adapte en forma flexible a las circunstancias y coopere con los
problemas de su entorno de manera efectiva, entendiendo el sentido ético de su vocación.
La institución universitaria viene a ser y necesita ser, por lo tanto, un espacio abierto a la
discusión, el análisis y la síntesis productiva. Aspecto que tiene hoy una singular proyección
debido a las herramientas tecnológicas informáticas. Estas permiten el reforzamiento de las
competencias propuestas en un proceso cada vez más interactivo, personalizado y autónomo. En
síntesis, la universidad de nuestro tiempo debe ser un espacio en el cual se forje al estudiante
como persona independiente y en el que asuma una visión de futuro dentro de un contexto de
valores.
Referencias
Schein, E.H. (1988) La cultura organizacional y el liderazgo. Una visión dinámica. Barcelona:
Plaza & Janes, pp.15,26, 30-34