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BERNITA DE CHOKHERCAMIRI

 
 

I
Nuestra patria es un emporio de extrañas leyendas: cada monte,
cada río, o cada recodo de la extensa geografía boliviana, tiene su
tradición, su leyenda, o por lo menos un cuento que le da fisonomía
mágica y torna más bella su naturaleza. Somos un pueblo en que la
realidad se confunde con lo mágico, la historia con la leyenda, y
como pocos pueblos en el mundo, nuestro origen se pierde en una
propia concepción cosmogónica y mítica. Nada de lo nuestro es
prestado: todo tiene la belleza de la autenticidad.

II
En el camino que va de Quime
a Inquisivi
, del departamento de La
Paz
, existe un lugar en que el viajero apura el paso temiendo
rezagarse y quedar frente a un despoblado nebuloso, que los
ancianos lugareños dicen que allí se ha detenido la noche y el frío es
intenso y perenne. ¡Ni el sol se atreve a descubrirlo con su luz!
Chokhercamiri
denominan el sitio y desde el camino de herradura
se distinguen las ruinas en lontananza como una mancha parduzca
del horizonte. De nadie se sabe que hubiera aportado a
Chokhercamiri
y para todos los vecinos de los alrededores es un
lugar maldito, donde queda para siempre quien se atreve a pisar su
suelo.
Chokhercamiri
tiene una extraña leyenda que hoy relato para ti,
caro lector.

III
Lo que hoy son escombros y figuras informes de greda, lugar
fabuloso y terror de los peregrinos, en tiempo antiguo era un pueblito
riente y verdoso; la vida transcurría sin problemas y todo reflejaba
dicha, alegría y fiesta. Allí moraba una familia de campesinos, cuya
única hija, de extrema belleza, era cuidada celosamente a fin de que
no la descubrieran ojos extraños. Ningún hombre se había atrevido a
cortejarla. La jovencita permanecía encerrada en una habitación de
la choza y la llave del candado la guardaba el padre.
Una noche cuando ella descansaba de su fatigosa labor de tejedora,
sintió que un cuerpo extraño se acomodaba a su lado. Despertó
sobresaltada y a la luz del mechero vio a un hermoso mancebo que
muy cuitado le demandaba amores; era bello y delicado; la
muchacha bien impresionada no pudo negarse y condescendió a los
requiebros y solicitudes pecaminosas del joven. Desde esa vez,
noche a noche se sucedieron las extrañas visitas. Cuando más
densa era la oscuridad, misteriosamente llegaba a su lado y al primer
canto del gallo también misteriosamente desaparecía.
Pasó algún tiempo. El amor de los jóvenes se hacía intenso. Los
padres notaron que su hija iba empalideciendo; presumieron que la
falta de sol y actividad por el encierro que le Imponían era la causa.
Le preguntaron si algo sentía. La muchacha respondió -nada-. Calló
su secreto. Nunca lo comunicó a otra persona; pero pasados algunos
meses sintió germinar un nuevo ser en sus entrañas.

IV
Llegó el día del alumbramiento y nació un niño que era mitad
humano y mitad bestia. El torso era de un hombre y de la cintura
para abajo terminaba en una cola de serpiente. La muchacha
apenada de su vástago lo ocultó entre los pliegues de su vestido y
pidió a su madre le trajera una olla pequeña. En aquella vasija ocultó
a su hijo. Dicen le alimentaba nada más que de sebo y leche, lo
único que podía pasar el niño.
El endriago fue creciendo y la mujercita, pidió otra olla más grande;
la madre también accedió, pero extrañada por el nuevo pedido que
cada cierto tiempo se repetía; exigiendo siempre una olla más
grande que la anterior.
Un día decidieron descubrir en qué utilizaba las ollas. Bernita, que
así se llamaba la campesina, una mañana salió al mercado en busca
de alimentos para su hijo, porque en su casa le habían negado el
sebo y la leche. Los padres que aprovecharon la ausencia de la hija
ingresaron al cuarto para descubrir el secreto; horrorizados
encontraron que dentro de la olla más grande se movía un monstruo
de cara horripilante que al verlos empezó a emitir terroríficos
gruñidos.
Aterrados de la verdad que ocultaba la muchacha, corrieron a
confesar al párroco del lugar, quien llegó a la casa, observó al
monstruo, y luego de aspergearle con agua bendita, dijo: -“Este es
hijo del demonio- agregando -debe ser quemado previniendo
grandes desgracias y calamidades que puede traernos si lo dejamos
vivir”.
Bernita rechazó airada la sentencia del cura, pero se sintió impotente
para defender a su hijo, porque todo el pueblo respaldaba al
sacerdote.
Esa noche se recogió a su encierro y lloraba sin consuelo por el triste
fin que darían a su hijo el cura y los vecinos; cuando de improviso, se
presentó en la habitación el apuesto mancebo y le dijo: “Bernita,
nuestro hijo no debe ser quemado mañana, sino cuando yo lo
ordene; si ellos desobedecen mi pedido, este pueblo quedará
encantado para toda la eternidad”. Luego de decir aquello
desapareció.
Bernita rogó al pueblo que no quemaran a su hijo, que este acto
cruel podía traerles tremendos castigos. Los vecinos, duros al pedido
de la madre, apilaron leña y quemaron al niño monstruo, entre
algazaras y griterías, avivando el fuego homicida. Cuando habían
terminado su terrible labor, dejando desconsolada a la madre,
inexplicablemente, en la naturaleza, hasta aquel momento tranquila,
se levantó un remolino de aire que fue esparciendo las cenizas del
cadáver y cubriendo el pueblo de polvo ceniciento y de oscuridad.
 
En ese instante todo quedó encantado, nadie pudo moverse del lugar
en que se encontraba, todos permanecieron pegados a la tierra y se
tornaron en estatuas de barro y aún el sol recogió sus rayos de luz,
dejando al sitio en permanentes tinieblas hasta el fin de los siglos.
Dicen que allí se ocultan ingentes tesoros, cuyo único dueño es el
dios del mal, y cuando un extraño, ávido de apoderarse de ese oro y
de esa plata se acerca al lugar, solo encuentra la muerte, porque
también se convierte en estatua.
Esta es la leyenda de Bernita de Chokhercamiri
que fue la
enamorada del Demonio.

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