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Los orígenes de la República


calvinista de Ginebra
Antonio Rivera García
Religión y política. Controversias históricas y retos actuales PÁGINAS/EDITORIAL/AÑO: 81-
107/Pamiela, col. Universitas

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Hacia un calvinismo lat inoamericano (1986)


Leopoldo Cervant es-Ort iz

Reforma prot est ant e y est ado moderno


Jose Ant onio Alvarez-Caperochipi

Un Calvino Lat inoamericano para el siglo XXI. Not as personales (2010)


Leopoldo Cervant es-Ort iz
Los orígenes de la República calvinista de
Ginebra
ANTONIO RIVERA-GARCÍA
(Universidad Complutense de Madrid)

El siglo XVI es un siglo de crisis en el sentido de que es un tiempo


de profundos cambios constitucionales en Ginebra. Asistimos en
esa centuria al fin del señorío episcopal y al nacimiento de Ginebra
como república independiente, al triunfo de la Reforma y, por últi-
mo, a la transformación de la ciudad independiente en una república
calvinista. Todos estos cambios son el resultado de graves conflictos
que enfrentaron, en un primer momento, a Eidguenots y Mammelus,
a los patriotas partidarios de la independencia y a los seguidores del
obispo nombrado por Saboya; y, después, al partido calvinista y al de
los libertinos o vieux genevois. Examinaremos, por tanto, los conflictos
que acabaron por alumbrar la república calvinista de Ginebra.
1. El señorío episcopal de Ginebra durante la Edad Media
Después de la devolución del segundo reino de Borgoña al empe-
rador Conrad el Sálico, en el siglo XI, la señoría episcopal de Ginebra
se incorporó al Santo Imperio y aumentó su autonomía e indepen-
dencia. Bajo el obispo Arducius de Faucigny (1135-1185), la ciudad
recibió del emperador Federico Barbarroja la inmediatez imperial y la
consagración de la situación del obispo como príncipe imperial. Esto
significaba que, fuera del poder del obispo, Ginebra sólo dependía
del emperador.1 El obispo era entonces el señor de la ciudad, príncipe
imperial y cabeza de una extensa diócesis. Su Iglesia era la catedral
de Saint-Pierre y, desde la primera mitad del siglo XI, estaba asistido
por un conseil de clercs, los canónigos (chanoines), que formaban el
capítulo catedralicio. El obispo, como alto dignatario eclesiástico, no
podía ejercer algunos poderes y derechos que le eran reconocidos,
y por ello necesitaba de agentes laicos: el avoué (advocatus) para la

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defensa militar y ejecutar las sentencias; y el vidomne (vice-dominus)
para ejercer la jurisdicción civil y otros asuntos temporales. Los condes
de Ginebra eran los que ejercían la avouerie, e intentaron desposeer
al obispo de sus derechos sobre la ciudad de Ginebra; el vidomnat era
un feudo de los condes de Saboya.2
A pesar de la autonomía de la ciudad de Ginebra, en dos ocasiones
al menos su independencia fue cuestionada: en 1156, el emperador
Federico Barbarroja estableció una auténtica avouerie imperial, en
beneficio del duque Berthold IV de Zaehringen, en los obispados
de Sion, Lausanne y Ginebra, pero Arducius de Faucigny obtuvo del
mismo Federico la revocación. Y en 1365, el emperador Carlos IV
de Luxemburgo confió al conde de Saboya Amadeo IV el vicariato
imperial sobre nueve diócesis, incluida Ginebra. Una vez más fue ne-
cesaria la intensa negociación del obispo para que revocara el mismo
emperador el vicariato imperial un año después de su concesión.3
La historia ginebrina de los siglos XIII y XIV está marcada por
la rivalidad entre los condes de Ginebra y los de Saboya. Después
de diversos enfrentamientos y tratados, la dinastía de los condes de
Ginebra se extinguió en 1401, pues el conde de Saboya Amadeo VIII
(1391-1451) compró en esta fecha a un elevado precio el condado
de Ginebra.4 A partir de ese momento el obispo tuvo enfrente como
gran rival a los condes de Saboya, que se van apropiando a lo largo
de los siglos XIV y XV de Faucigny, Pays de Gex y del condado de
Ginebra, y entre cuyos objetivos principales en esta región de Suiza
se encontraba la anexión de la ciudad de Ginebra.
Las tensas relaciones entre los condes de Saboya y los obispos de
Ginebra desaparecen después de que Saboya controle la elección de este
episcopado. Ello tiene lugar cuando el conde –después, duque– Amadeo
VIII se convierte en el Papa Félix V y se reserva en 1444 el obispado
de Ginebra. Tras su abdicación en 1449 es confirmado por su sucesor,
el Papa Nicolás V, como obispo de Ginebra, y obtiene del mismo Papa
el privilegio para que le suceda su hijo Luis. Finalmente, en virtud del
concordado de 1451 concluido entre el Papa Nicolás V y el duque Luis
de Saboya, la Casa de Saboya logra el derecho de presentación sobre los
obispos de Ginebra, o lo que es lo mismo, controla la señoría episcopal

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hasta la adopción de la Reforma y la independencia de Ginebra. La
celebración del concordato no significa que la ciudad fuera anexionada
por Saboya, ya que mientras esta última casa ampliaba su dominio sobre
Ginebra, se iba desarrollando el movimiento comunal que se encuentra
en el origen de la república. En la última parte del siglo XV, obispo e
instituciones comunales pasan a ser los dos sujetos políticos principales
y enfrentados del señorío episcopal.
Inicialmente, fue la misma casa de Saboya la que favoreció, incluso
con asistencia militar, el movimiento comunal para restar poder al
obispo. Pero el movimiento ciudadano acabó generando una corriente
patriótica que se volvió contra el poder extranjero que le había ayu-
dado en un principio. Tiene lugar entonces un cambio de alianza
que culmina con las franquicias concedidas por el obispo Adhémar
Fabri en 1387. Cuando obispado y Saboya coincidan a partir de
mediados del siglo XV, el movimiento comunal se convertirá en la
única oposición a Saboya.
En el plano económico, el nacimiento de este movimiento ciuda-
dano está ligado al desarrollo de mercados regulares (forum). Entre los
siglos XII y XIII se van ampliando tales mercados hasta convertirse
en ferias internacionales que alcanzan su apogeo en el siglo XV, y que
contribuyen de manera decisiva al desarrollo económico de la ciudad
y a su aumento demográfico. Con las ferias se desarrollan las opera-
ciones de crédito que convertirán a la Ginebra del siglo XV –sobre
todo gracias a los Médicis– en una de las principales plazas bancarias
occidentales.5 En menos de medio siglo, entre 1407 y 1449, la po-
blación se dobla. Con cerca de doce mil habitantes se convierte en
una de las ciudades suizas más pobladas, aunque como dice L. Binz la
cifra de su población será siempre inferior a su influencia económica,
religiosa y cultural. Sin embargo, entre 1450 y 1480, las ferias de
Ginebra van perdiendo importancia, y, en especial, disminuyen las
transacciones financieras. Entre las causas de este declive, cabe destacar
las medidas de boicot adoptadas por el rey francés Luis XI a partir de
1462 para favorecer las ferias de Lyon. En este año, el rey prohíbe a los
comerciantes franceses y extranjeros residentes en el reino frecuentar
las ferias de Ginebra; y después, en 1463, hace coincidir las fechas

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de las ferias de Lyon con las de la ciudad imperial. A partir de este
momento la supervivencia de las ferias de Ginebra va a depender de
los comerciantes suizos y alemanes, que, por lo demás, influirán en
la suerte de esta ciudad sobre el plano político y religioso.6
Para comprender la Ginebra anterior a la independencia, debemos
conocer la organización de la comuna en el siglo XIV, después de la
concesión de las franquicias por el obispo Adhémar Fabri (1387).
Franquicias que suponen en el fondo la carta o constitución que reco-
noce las « libertés, franchises, inmunités, us et coutumes » ginebrinas.7
Las leyes dadas por este obispo se caracterizan por el anti-romanismo
de algunas disposiciones en materia judicial y la consagración del
procedimiento de la costumbre local (oral y en lengua vulgar); por la
tolerancia con respecto al préstamo con interés (protección general
de la persona, propiedad y derechos de sucesión de los usureros); por
la concesión de libertades fundamentales a los ciudadanos; y por la
consagración (art. 23) del derecho de los ciudadanos a elegir cuatro
síndicos.
A lo largo del siglo XV se van consolidando toda una serie de
instituciones ciudadanas o republicanas. Empezando por el Consejo
General, que reunía a los jefes de familia o têtes de maison. Con esta
denominación no sólo se aludía a todos los ciudadanos y burgueses de
Ginebra, sino también a los simples habitantes que no podían ejercer
ninguna función pública. Los ciudadanos eran los titulares del derecho
de ciudadanía transmitido en línea directa; es decir, debían ser hijos
de un ciudadano o de un burgués y haber nacido en la ciudad. Eran
además los únicos que podían acceder a las principales magistraturas.
Los burgueses, en cambio, habían recibido por carta de burguesía su
derecho a participar en esta institución; y los habitatores (o incolae)
eran los extranjeros que habían comprado el derecho de habitar en la
ciudad. Pues bien, el Consejo General, que adquiere gran relevancia
durante el siglo XV, debatía sobre los asuntos de la ciudad de ma-
nera similar a como lo hacía la Landsgemeinde de los cantones de la
Suiza central.8 En 1491 decretaba tal Consejo que toda cuestión de
gran importancia, como el establecimiento de un nuevo impuesto o
préstamo, debía contar con su consentimiento.

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En segundo lugar, las franquicias reconocían la existencia de cuatro
síndicos que debían ser elegidos anualmente por el Consejo General.
Al finalizar su cargo, y en presencia del secretario y de dos comisarios
o gens de bien elegidos por el Consejo General, debían rendir cuentas
ante los nuevos síndicos. Se desconfiaba de los hombres necesarios, y
por ello en 1491 se decidió que un síndico sólo podía ser reelegido
después de un intervalo de seis años. Como entonces, en un mundo
dominado por los principios republicanos clásicos, todo ciudadano
o burgués estaba obligado a aceptar las funciones que el pueblo le
demandaba, el síndico que rechazaba su elección era castigado con
una multa de diez florines y, según lo dispuesto en 1484, con la pri-
vación de la burguesía.
En tercer lugar debemos mencionar el Consejo Ordinario (tam-
bién denominado Petit Conseil o Conseil Etroit), que tenía extensas
competencias para administrar la ciudad. Con el paso del tiempo
acabará convirtiéndose en el auténtico gobierno de la ciudad. Ya
existía antes de la Carta de 1387, pero no tenía reconocimiento legal
y era un cuerpo puramente consultivo. A principios del siglo XV se
componía de los cuatro síndicos en el cargo, de cuatro antiguos sín-
dicos, ocho consejeros, un tesorero y un clerc o secretario. Se reunía
inicialmente una vez por semana, el martes. Más tarde, cuando los
asuntos pasaron a ser más numerosos y complejos, se reunirá dos
veces, martes y viernes.
Por último cabe hablar del Consejo de los Cincuenta (L), luego
de los Sesenta (LX). El primero fue creado en 1457 con extensos
poderes, salvo el de alienar bienes de la ciudad, para suplir al Consejo
General. Los cincuenta eran elegidos inicialmente por los síndicos y
el Gran Consejo. Seguramente, el peligro exterior que representaba
la casa de Saboya se encuentra en su origen, pues en caso de nece-
sidad no siempre resultaba fácil convocar una asamblea tan extensa
como el Consejo General. Más tarde, en 1502, pasó a convertirse
en el consejo de los LX y subsistió hasta los últimos tiempos de la
antigua república.
Podríamos decir, para concluir este primer apartado, que, al fina-
lizar el siglo XV, Ginebra tenía una compleja constitución mixta: el

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obispo, asistido por un vidomne dependiente del duque de Saboya,
era el elemento monárquico; el Consejo General, el democrático; y
el aristocrático estaba representado por el consejo ordinario, dentro
del cual se integraban como primi inter pares los cuatro síndicos, los
cuales eran elegidos por el Gran Consejo y actuaban únicamente con
el asentimiento del Pequeño Consejo.
2. La lucha por la república independiente de Ginebra
2.1. El triunfo de los Eidguenots
El primer tercio del siglo XVI está marcado por la lucha por la
independencia de Ginebra, esto es, por la liberación del poder que
concentraban el obispo y el duque de Saboya, los cuales representa-
ban por aquel entonces los mismos intereses. Como en tantas otras
ocasiones, el aumento de la presión fiscal que imponen el duque y el
obispado influyen en el despertar del patriotismo y en la resistencia de
los ciudadanos ginebrinos. La ciudad se divide en aquel periodo en dos
grandes partidos: por un lado, el de los patriotas ginebrinos –que son
partidarios de la alianza con los confederados helvéticos– o Eidguenots
(tomado del alemán Eidgenossen, confederados), cuyos seguidores eran
mayoritariamente comerciantes; y, por otro, los colaboradores de Sa-
boya o Mammelus (nombre de los cristianos apóstatas y súbditos del
Sultán que se pasaban al Islam), cuyo principal argumento se basaba
en que la sumisión al duque garantizaba la paz civil.
Durante algunos años, y a pesar de la decidida oposición patriótica,
se impuso el aplastante dominio de los partidarios de Saboya, que
culminó con tres hechos: la instalación del duque Carlos III en Ginebra
durante los años 1523 y 1524; la persecución y ejecución de líderes
Eidguenots como Amé Lévrier; y la supresión de algunas libertades
del pueblo, como supuso, por ejemplo, que el duque se atribuyera el
derecho de veto en la elección de los síndicos. No obstante, la política
internacional acabó favoreciendo a los Eidguenots. A este respecto es
fundamental observar el cambio de alianzas de Saboya, que pasó de
su asociación con Francia, la cual era aliada de los suizos desde 1516,
a la colaboración con el emperador Carlos V. Este cambio influyó en
que los cantones, particularmente Berna, volvieran –la primera com-

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bourgeoisie se remonta a 1477– a pactar con Ginebra. Así, en 1526,
los Eidguenots consiguieron concluir un pacto de combourgeosie con la
católica Friburgo y la reformada Berna. Sin el apoyo militar de estos
cantones hubiera sido impensable el triunfo de los patriotas ginebri-
nos, quienes presentaban la alianza helvética como algo necesario para
contrarrestar el poder de Saboya y lograr la anhelada independencia.9
La respuesta no se dejó esperar y, desde 1528, el duque de Saboya
ejerció una presión continua sobre Ginebra, si bien, por temor a la
intervención de los suizos, se limitó a actuaciones de tipo indirecto,
particularmente al establecimiento de bloqueos.
En 1534, el affaire Portier, protagonizado por el secretario del
obispo Pierre de La Baume que participó en un complot a favor de
Friburgo, sirvió para que la ciudad arrebatara al obispo el último atri-
buto de su poder, el derecho de gracia, que el prelado quería ejercer en
favor de su secretario. En aquella situación, los síndicos y el Consejo
rechazaron las lettres de grâce del obispo, y Portier fue ejecutado. En
julio de 1534, el obispo, que había abandonado la ciudad el año an-
terior, intentó apoderarse de la ciudad por la fuerza con la ayuda del
duque. En agosto, Pierrre de La Baume decretó la excomunicación de
Ginebra y transfirió la administración episcopal a Gex. Los síndicos y
el Consejo respondieron con la notificación al capítulo de la vacante
de la sede episcopal y la petición de que nombrara un vicario. Tras
no obtener respuesta, apelaron a Roma contra la transferencia de la
corte y de los oficios episcopales a Gex. Nuevamente sin respuesta,
el 1 de octubre de 1534 declararon la sede episcopal vacante, ocupa-
ron la residencia del obispo y retomaron el conjunto de las regalías
episcopales, incluida la de acuñar moneda.10 Ginebra fue desde ese
momento una república independiente.
El asunto Portier adquirió una gran significación porque no sólo
supuso la ruptura definitiva con el obispo y el comienzo de la inde-
pendencia, sino también el fin de la combourgeoisie con Friburgo. A
partir de esta fecha, Berna, oficialmente reformada y zwingliana, se
convirtió en la única potente aliada de Ginebra,11 y, en el fondo, en
el cantón encargado de garantizar la libertad de la antigua ciudad
del Sacro Imperio Romano. Función que aún resulta más evidente a

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partir de 1536, una vez que Berna conquista las posesiones saboyanas
de los alrededores del lago Léman.
2.2. La nueva constitución mixta: una república aristocrática
con elementos democráticos
Entre 1527 y 1534, los Eidguenots emprenden profundos cam-
bios institucionales. Según Dufour, no les inspira tanto un espíritu
aristocrático cuanto la preocupación pragmática y maquiaveliana de
asegurar su poder frente a sus adversarios, aún activos en los consejos
restringidos.12 Fundamentalmente disminuyen el papel del órgano
democrático, el Consejo General, y sientan –mas allá de que les anime
o no aquel espíritu– las bases del régimen aristocrático que llevará a
su término la república calvinista. De forma sintética podemos decir
que los ginebrinos, basándose en el modelo de la república de Fri-
burgo, instituyen en 1526 un consejo intermedio, el Consejo de los
Doscientos (CC), que aminoraba la relevancia del Consejo General. A
partir de entonces cuando había que tomar una decisión importante
en situaciones difíciles o urgentes, se convocaba, bien al Consejo de
los LX, bien al Consejo de los CC. En 1534, esta última institución
es ratificada, después de que el Gran Consejo decida por unanimidad
que sea mantenida.
Para la elección de los síndicos, los confederados desmontan en
1528 el colegio electoral establecido por el duque de Saboya en 1519,
y confían su designación previa al nuevo Consejo, el de los CC, aun-
que después tal elección deba ser ratificada por el General. Se impone
asimismo el sistema de cooptación o de elección recíproca entre los
tres consejos restringidos (Ordinario, CC, LX). Así, en 1530, el Gran
Consejo quita a los síndicos el derecho de designar a los miembros
del Pequeño, y lo confía al de los CC. A su vez, la designación de los
miembros de este último y de otro nuevo consejo intermedio, el de
los LX, corresponde al Petit Conseil. Todo ello pone de manifiesto
que, en contra de lo que suele escribirse desde el decimonónico libro
de Fazy, son los Eidguenots, y no Calvino o los refugiados calvinistas,
quienes disminuyen la importancia de las instituciones democráticas
y sientan las bases del régimen aristocrático de Ginebra.13

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También tienen lugar diversas transformaciones en las instituciones
judiciales. Para empezar, la justicia criminal pasa a ser ejercida por los
síndicos, asistidos por miembros del Consejo. En lugar del vidomne,
aquel cargo dependiente del duque de Saboya que se encargaba de la
jurisdicción correccional y civil, se crea en 1529 el Tribunal du Lieu-
tenant. Se trata de una corte de justicia formada por un Lieutenant de
la justice, que durante tres siglos fue el primer magistrado del orden
judicial (era elegido por el sínodo general por un año y sólo podía
ser reelegido, como los síndicos, después de tres años), y cuatro au-
diteurs. En 1534 se crea la figura del Procurador General, que asumía
funciones de ministerio público, representaba los intereses del fisco y
mantenía los derechos de la comunidad. Es decir, intervenía en todos
los procesos en los que el interés público estuviera en juego. Más tarde
se le atribuyó una cierta iniciativa política y en algunas circunstancias
llegó a hacerse el campeón de los intereses populares.14
2.3. La lucha conjunta por la independencia y por la Reforma
En los años previos a la independencia tuvo lugar una creciente
intervención de los síndicos y del Consejo General en los asuntos ecle-
siásticos, pues como era lógico el capítulo catedralicio o los canónigos
pertenecían al bando saboyano de los Mammelus. En un principio,
esta intervención de los confederados en el ámbito eclesiástico adoptó
una posición neutral, pues pretendían salvaguardar la paz religiosa
para satisfacer las exigencias contradictorias de sus dos aliados, la
católica Friburgo y la protestante Berna. Se entiende así que no sólo
expulsaran a predicadores extranjeros y reformados como Antoine
Froment, sino que también vigilaran a vehementes antiluteranos
como el dominico Guy Furbity.
Pero tras la ruptura con Friburgo y la huida del obispo, esto es, tras la
independencia de Ginebra, la ciudad siguió la vía de la Reforma. Bajo la
influencia de Berna, los consejos empezaron a tomar medidas que iban
en la línea protestante: en agosto de 1535, el Consejo de los Doscientos
suspendió la celebración de la misa; y unos meses más tarde, el 21 de
mayo de 1536, el Consejo General decidió adoptar oficialmente la fe
reformada, la «saincte loix evangellique et parolle de Dieu».

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El conflicto entre Saboya y Ginebra fue determinante para que la
ciudad optara mayoritariamente por la Reforma. Sin embargo, una
parte de la población, ajena a la esencia espiritual de la Reforma, sólo
la apoyó por motivos políticos o patrióticos. Fue esta parte la que se
manifestó contraria a la reforma integral –religiosa y política– de la
república que propuso Calvino. Por lo demás, el movimiento refor-
mador de los humanistas, que contaba en Ginebra con la señera figura
del médico Cornelius Agrippa, sólo tuvo alguna influencia entre los
individuos más cultivados, mas nunca logró penetrar en los medios
de la burguesía comerciante y en el petit peuple.15
3. El triunfo de la república calvinista
3.1. De la república fundada por los Eidguenots a la
república calvinista
Para comprender la transformación de la república de Ginebra
en una república calvinista es conveniente tener en cuenta algunos
hechos históricos. Todos ellos están relacionados con el conflicto que
enfrentaba a los partidarios del reformador de la ciudad de Ginebra,
Calvino, con los libertinos o vieux genevois que luchaban por el control
político y social de la reforma religiosa.
Recordemos algunos de esos eventos históricos. Calvino se detiene
en Ginebra en julio de 1536, de camino a Estrasburgo. Farel le convence
para que se quede en la ciudad y desarrolle aquí la reforma religiosa.
Unos meses más tarde, el 16 de enero de 1537, los dos reformadores
presentan una constitución eclesiástica con el título de Articles sur le
gouvernement de l’Église. Entre otras cosas, la nueva ordenación prevé
la celebración mensual de la Santa Cena y la excomunicación de los
indignos; el establecimiento de una confesión de fe y de un catecismo;
y una jurisdicción matrimonial mixta, en la que intervienen magis-
trados civiles y ministros del culto.16 La característica principal de
esta constitución consiste en que la Iglesia se convierte en un poder
independiente. Los consejos de Ginebra se oponen, sin embargo, a
esta independencia. En concreto, rechazan el derecho eclesiástico de
excomunicación de los indignos, pues quieren imponer a los ministros
la admisión de todos en la Santa Cena. Ante la insubordinación de

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los reformadores el día de Pascua de 1538, tanto el Consejo de los
CC como, un poco después, el General deciden destituir y expulsar
a Farel y Calvino. El primero se instala en Neuchâtel, y el segundo
en Estrasburgo, donde, con el apoyo de Martin Bucer, organiza una
comunidad reformada de refugiados franceses.
En 1540, después de diversos avatares en los que no vamos a dete-
nernos, acaban triunfando en Ginebra los amigos de los reformadores,
y, en septiembre de 1541, Calvino regresa a esta ciudad. Es entonces
cuando realmente logra no sólo la reorganización de la Iglesia, sino
de toda la comunidad civil. En primer lugar elabora las ordenanzas
eclesiásticas, que son aprobadas por el Consejo General el 20 de
noviembre de 1541. Tales ordenanzas, que serán más tarde revisadas
por el propio Calvino en 1561, dotan a la Iglesia de Ginebra de una
especie de constitución escrita.17 De acuerdo con ellas, la Iglesia pasa
a tener cuatro ministerios: el de los Pastores o ministros encargados
de la predicación; el de los Doctores encargados de la enseñanza;
los doce Ancianos, que deben trabajar junto a los ministros en el
Consistorio y se ocupan del control de la disciplina; y los Diáconos
encargados del ejercicio de la caridad y de instituciones como el
Hospital general. Las ordenanzas también regulan minuciosamente
la administración de los sacramentos –el bautismo y la Santa Cena–,
la celebración de los matrimonios, la sepultura, la visita a enfermos
y presos, la enseñanza religiosa de los niños, etc. Pero sobre todo las
ordenanzas evitan –siguiendo el espíritu de Bucer, el reformador de
Estrasburgo– la subordinación de la Iglesia al poder político.
Con estas medidas, aparte de transformarse –como dice Dufour–
la dispendiosa ciudad de las ferias en un «austero convento laico»,18
se instaura una tensa relación de coordinación entre ambos poderes,
el eclesiástico y el civil. El primero asume desde aquel año la función
de asesorar sobre la legislación y velar por la pureza de las costum-
bres. Para este último fin, el Consistorio, de composición mixta, se
convierte en la genuina institución encargada de la policía de la fe
y de las costumbres, que, en los casos graves, puede requerir incluso
la intervención de la espada, en manos exclusivamente de los magis-
trados políticos.

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En este contexto podríamos valorar, aunque no podemos tratar
ahora esta cuestión en profundidad, la vieja hipótesis de Jellinek: la
lucha de Calvino por la independencia eclesiástica se encuentra en
la raíz remota de los futuros derechos universales que los ciudadanos
exigen como límites de la acción estatal. Lo mínimo que podemos
indicar ahora es que las modernas declaraciones de derechos del
hombre y del ciudadano se hallan lejos del contexto cultural y con-
ceptual que estamos describiendo, aunque es cierto que en la Ginebra
del siglo XVI asistimos al nacimiento de un republicanismo o de
una concepción de la respublica que rompe con algunos supuestos
premodernos.
Nos parece que en Ginebra se impone un inestable equilibrio entre
el poder de los magistrados y el de los pastores. La separación entre
las dos esferas no es la liberal, la que, al menos en teoría, conduce a
la indiferencia de una esfera con respecto a la otra. En Ginebra, la
autonomía o separación del poder civil y eclesiástico no estaba reñida
con la intervención de la república en la esfera religiosa, como de-
muestra el célebre asunto Servet, o con la participación de la Iglesia
en la disciplina moral o social de los ciudadanos.
En los siguientes años, Calvino, cuya misión legislativa será re-
tomada por algunos de sus colaboradores como el jurista Germain
Colladon, interviene decisivamente en la elaboración de los deno-
minados edictos civiles, que regulaban el derecho civil y penal de la
ciudad, y de los edictos políticos. Igualmente establece la reforma
de las costumbres con, entre otras medidas, la elaboración de las
Ordennances somptuaires, y reorganiza la enseñanza con la fundación
en el año 1559 del Collège y la Académie, con los cuales aspiraba
a establecer un sistema escolar completo, desde la infancia hasta la
entrada en la vida profesional.
De todo ello podemos extraer la tesis de que la figura premo-
derna del legislador, que todavía está presente en el Contrato Social
de Rousseau,19 es adoptada en Ginebra por Calvino, por el teólogo
extranjero que no es admitido como burgués hasta el final de su vida;
precisamente en 1559, la fecha en la que, aparte de la fundación del
Collège y la Académie, publica la última edición de la Institución de

92
la Religión Cristiana. En realidad, este teólogo-legislador pertenece,
como diría Maquiavelo, a la estirpe de los profetas desarmados, aunque
su triunfo desmienta la conocida tesis del italiano –formulada en el
capítulo VI de El Príncipe– de que dichos profetas han terminado
fracasando.20 Premoderno, extranjero y teólogo desarmado, tales son,
en definitiva, las principales características de Calvino.
Pero el partido calvinista o de los predicadores no lo tuvo fácil.
Contó desde el principio con una decidida resistencia procedente
del bando de los vieux genevois, de quienes se presentaban como los
herederos de los antiguos valores de los Eidguenots. El partido anti-
calvinista defendía, en afinidad con las Iglesias dirigidas por los prín-
cipes alemanes, el protestantismo impuesto en Berna y las posturas
politiques, es decir, la dirección civil de la Iglesia. Además, para este
partido, los reformadores eran extranjeros que querían ejercer una
influencia que sólo les correspondía a los patriotas. El antagonismo
era antes social que religioso, pues tenía más que ver con diferencias
de orden disciplinario que doctrinal.21 La conformidad doctrinal de
las dos partes enfrentadas en Ginebra se puede apreciar en el caso
Servet (1553), en cuya trágica condena y muerte no estaban menos
comprometidos los perrinistas que Calvino. El reformador fue quien
denunció al antitrinitario ante el magistrado; y el Consejo Ordinario
presidido por Ami Perrin fue el que, después de consultar a las Iglesias
reformadas suizas, condenó a Servet a la pena de muerte por herético,
cismático y por blasfemar en relación con la Santa Trinidad.
Los perrinistas, el bando anti-calvinista liderado por Ami Perrin
y que contaba con el apoyo de Berna, lograron ser mayoría en las
elecciones de 1553. El mismo Perrin pasa en ese momento a ocupar el
cargo de primer síndico de la ciudad. Las medidas contra los pastores
y los refugiados no se dejan esperar. El nuevo magistrado comienza
prohibiendo el acceso de los pastores al Consejo General; cuestiona
seguidamente el derecho a la excomunión del Consistorio; y acusa
a los refugiados de numerosos males, en especial, de la subida de los
precios.22 En el verano de este año todo parece indicar que el fin de la
obra del profeta desarmado está cerca, pero en ese momento estalla el
asunto Servet y Calvino recupera parte de su popularidad. Dos años

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después, en 1555, gana de nuevo el partido calvinista, ya que son
elegidos como síndicos cuatro decididos partidarios del reformador.
El 16 de mayo de este año los perrinistas desencadenan una revuelta
en varios puntos de la ciudad, pero no logran triunfar y sus principales
líderes deben huir a Berna. La derrota es completa porque los calvinistas
aparecen ahora como los auténticos defensores de la independencia
de Ginebra frente a las presiones de Berna, el cantón que apoyaba
al partido antifrancés o perrinista. Se comprende así que la relación
con este cantón empeore, y más teniendo en cuenta que la alianza
debía expirar en 1556. Sin embargo, los acontecimientos exteriores,
la reaparición de la amenaza del duque de Saboya, el vencedor de los
franceses en San Quintín en agosto del 57, vuelve a reforzar aquella
vieja alianza.
3.2. Los extranjeros refugiados en Ginebra
A partir de 1555, los partidarios del reformador consiguen que
aumente el número de refugiados que obtienen la carta de burgue-
sía. Sólo en la primavera de 1555 fueron recibidos en menos de un
mes sesenta nuevos. La consolidación de la república calvinista, o
de la «Roma protestante», está estrechamente unida al profundo
cambio que en la ciudad supone el denominado Primer Refugio, y,
fundamentalmente, la admisión de los extranjeros como burgueses.
Debido a este cambio, en 1558 ya no se puede encontrar en Ginebra
a ninguno de los miembros del Consejo Ordinario que habían adop-
tado la Reforma protestante en 1536. Un tercio de sus descendientes
ya habían abandonado la ciudad.23 Aunque en años anteriores había
comenzado la llegada de exiliados por motivos religiosos, el inicio
del Primer Refugio (el segundo tendrá lugar tras la Revocación del
Edicto de Nantes) tiene lugar realmente a finales de la década de los
cuarenta, sobre todo a partir de las persecuciones de la nueva fe en
Francia e Italia, hacia 1548 y 1550, y después en la Inglaterra de María
Tudor, entre el 53 y el 58. Otro de los momentos de gran recepción
de extranjeros sucedió tras la matanza de San Bartolomé en 1572. La
colonia de refugiados más numerosa fue la francesa, pero no podemos
ignorar que, entre los acogidos, hubo también ingleses, italianos e
incluso algunos españoles. Como consecuencia de esta intensa inmi-

94
gración, los viejos ciudadanos, los que habían tomado el poder en
el momento en que triunfa la Reforma en Ginebra, son a finales de
siglo superados en número por el elemento extranjero.24
Los refugiados provocaron un aumento considerable de la población
ginebrina e influyeron en la transformación demográfica,25 social y
cultural de la ciudad. El Primer Refugio significó asimismo una au-
téntica renovación económica de la que hasta 1540 era la villa de las
grandes ferias comerciales. La llegada de centenares de artesanos y de
gentes dedicadas a diversos oficios (impresores, orfebres, artesanos del
textil, etc.) en una ciudad de vocación tradicionalmente comercial,
provocó una transformación de la economía y la aparición de nuevas
actividades e industrias, como la edición de libros, la confección de
prendas de seda (la industria del drap), la relojería, etc. Un buen ejem-
plo de este cambio nos lo proporciona la industria de la edición. De
su inexistencia en los años anteriores a la llegada de Calvino, pasó a
convertirse, tras el Primer Refugio en la década de los cincuenta, en la
primera industria de la Ginebra reformada. Se dio además la paradoja
de que la austera ciudad calvinista, caracterizada por severas normas
suntuarias, se estaba distinguiendo por elaborar para la exportación
numerosos productos de lujo.26
Calvino fue siempre un gran defensor de los extranjeros persegui-
dos por motivos de fe, más allá de que su hospitalidad no llegara a
los que consideraba heterodoxos. Cuando leemos sus Comentarios a
la Epístola a los Romanos de Pablo de Tarso, y sobre todo cuando nos
detenemos en los pasajes dedicados a la hospitalidad debida a los ex-
tranjeros, difícilmente podemos dejar de pensar que el reformador, al
escribir aquellas páginas, tenía en mente la conversión de Ginebra en
la Roma protestante.27 Mas a pesar de la victoria del partido calvinista
en 1555, el reformador no siempre consiguió imponer su criterio en
relación con los refugiados. Prueba de ello es que los consejos gine-
brinos rechazaron la propuesta de Calvino de elegir como miembros
del Consistorio no sólo a los ciudadanos y burgueses, sino también a
los extranjeros y habitantes que no pertenecían a la burguesía. Bièler,
desde una posición favorable a la reforma de Calvino, opina que ese
rechazo se debió a que los sínodos de la ciudad todavía estaban de-

95
masiado apegados a la identificación medieval de la comunidad civil
con la eclesiástica.28
3.3. La política exterior y el conflicto de Calvino con Berna
En el marco de la política exterior,29 tan fundamental para la
supervivencia de Ginebra como república independiente, durante el
siglo XVI el enemigo sigue siendo Saboya, la aliada de España, y sus
principales aliados Berna y Francia. La amenaza de aquella potencia
sobre Ginebra vuelve a ser especialmente intensa en 1564, fecha del
tratado de Lausanne que restituye a Saboya los territorios conquista-
dos por Berna en 1536, y que coloca a Ginebra entre los principales
objetivos del héroe de San Quintín, el duque Emmanuel-Philibert.
Ante semejante peligro, en 1579, Enrique III de Francia, Berna y el
cantón católico de Soleure concluyen el Tratado de Soleure para pro-
teger a Ginebra de Saboya. Pero la amenaza se hace realidad en 1585,
cuando el duque instaura un bloqueo draconiano sobre la ciudad; y
más aún en el 89, tras desencadenarse el conflicto armado, en reali-
dad una serie de escaramuzas locales en los alrededores de Ginebra.
Como en otras ocasiones, la ciudad pudo resistir los ataques por el
apoyo de Francia y de los helvéticos. La guerra acaba en 1593, con
la tregua general entre los Ligueurs, los aliados de Saboya, y Enrique
IV de Francia, aliado de la Roma calvinista. La tregua se renueva
después del tratado de Vervins de 1598 entre Francia y España, pero
realmente acaba la amenaza con el tratado de Lyon de 1601 concluido
por Francia y Saboya.
Las relaciones con los aliados tampoco estaban exentas de problemas.
Por un lado, Berna exigía, en contraprestación a su apoyo, que Ginebra
no extendiera su territorio. Por otro, el cantón influía decisivamente
en la política interior de Ginebra y en la oposición al partido calvinista
que reivindicaba la autonomía de la Iglesia. Las mismas relaciones de
Calvino con este cantón fueron muy difíciles.30 Al final de su vida, en
su Discours d’adieu aux ministres, el reformador ginebrino realizó un
balance muy negativo de sus relaciones con Berna. Ya, desde el principio,
poco después de la disputa de Lausanne y la introducción de la Reforma
en el Pays de Vaud, que dependía de Berna, Calvino fue objeto –en
octubre del 36– de los ataques de Pierre Caroli. Este último acusaba a

96
Viret, Calvino y otros reformadores ginebrinos de arrianismo, es decir,
de negar la Trinidad. Aun siendo exculpado el autor de la Institutio tanto
por el sínodo de Lausanne como por el de Berna, los ataques de Caroli
tuvieron una gran repercusión en las ciudades suizas.
El poder civil de Berna, que siempre reclamó las competencias en
materia eclesiástica, contribuyó en cierto modo a la expulsión del gran
reformador, cuando éste quiso que la Iglesia de Ginebra siguiera su
criterio con respecto a la determinación de días festivos, el uso del pan
sin levadura para la Cena, etc. Calvino no prestaba especial importan-
cia a estas diferencias de culto, pero no podía admitir que la materia
eclesiástica fuera regulada por el poder civil. De ahí su enfrentamiento
con el Consejo de la ciudad y su ulterior expulsión.
Otros episodios demuestran la oposición de Berna a la teología
y política eclesiástica de Calvino. Un nuevo hito de las relaciones
conflictivas entre los clérigos de Ginebra y el cantón suizo aconteció
en 1547, después de que Pierre Viret publicara De la vertu et usage
du ministere de la parolle de Dieu, y veladamente criticara en la carta
dedicatoria de este libro la excesiva intervención de la autoridad civil
de Berna sobre cuestiones eclesiásticas. En este contexto, en el Pays
de Vaud, los magistrados del cantón no pusieron ningún obstáculo
a los zwinglianos rigurosos liderados por André Zébédée para que
combatieran la teología calvinista. En 1549, Calvino criticó una nueva
injerencia del poder civil de Berna sobre los asuntos espirituales, pues
con el fin de frenar los enfrentamientos dogmáticos, la autoridad civil
helvética había decidido que los coloquios semanales, en donde los
pastores discutían de exégesis y dogmática, dejaran de ser semanales
y pasaran a reunirse sólo cuatro veces por año.
Otro episodio célebre fue el denominado affaire Bolsec. En 1551,
Jérôme Bolsec fue detenido en Ginebra por sus ataques públicos
contra la doctrina calvinista de la predestinación. Seguidamente, las
autoridades de Berna, junto con las de Zurich y Basilea, rogaron a
los ginebrinos que moderaran su posición. Expulsado de Ginebra,
Bolsec se estableció en Thonon, bajo el poder de Berna, se unió con
Zébédée y prosiguió sus ataques a Calvino. En relación con este tema,
en 1555, el senado de Berna acabó prohibiendo predicar sobre la

97
predestinación y celebrar la Cena según el rito calvinista. En el asunto
Servet, del año 1553, el cantón, como el resto de las Iglesias reforma-
das de la confederación suiza, avaló la dureza de Calvino. Pero ello
no impidió que, en Berna, Niklaus Zurkinden –que, por paradójico
que pueda parecer, continuó siendo amigo de Calvino durante toda
su vida– levantara, sin ninguna censura pública, la voz en favor de la
libertad religiosa y en contra la muerte de los heréticos.
Las diferencias entre Berna y Ginebra en relación con los asuntos
religiosos alcanzó su punto culminante en los años 1558 y 59, cuando
Pierre Viret reclamó una vez más una ordenanza que concediera a la
autoridad eclesiástica la facultad de pronunciar la excomunión. Berna
reaccionó destituyendo de su puesto a Viret y a cuarenta ministros que
se contaban entre sus seguidores, todos los cuales se exiliaron a Ginebra.
Como es lógico, fueron bien acogidos en una ciudad que, después de
los sucesos comentados de 1555, identificaba la lucha por la autonomía
eclesiástica con la lucha por independizar Ginebra de su aliado suizo.
Para concluir este apartado, podemos añadir que, ya en el siglo
XVII, la relación con Francia pasa del decidido apoyo concedido por
Enrique IV a una especie de protectorado por parte de Luis XIV. La
protección del Rey Sol despertaba en aquella época la permanente
sospecha entre los ginebrinos de que planeaba la anexión de la repú-
blica, como, por otra parte, tuvo lugar con Estrasburgo en 1681. El
protectorado que ejercía el rey de Francia sobre Ginebra se encontraba
en cierto modo compensado por el que a su vez ejercía Berna y Zu-
rich. Finalmente, en 1697, en virtud del tratado de paz de Ryswick,
Ginebra fue reconocida como parte del territorio helvético,31 y, al
menos, desapareció el peligro de anexión por Francia.
3.4. Las instituciones políticas: la acentuación de la tendencia
aristocrática
Como apuntábamos antes, Calvino también colaboró activamente
en los denominados edictos políticos de 1543. Se trata de las Ordon-
nances sur les offices et les officiers, adoptadas por el Consejo General
el 28 de enero de aquel año y revisadas en 1568, que reglamentaban
todo lo relativo a la organización de poderes, elección, competencias
y prerrogativas. En el fondo, Calvino no hacía más que retomar y

98
consagrar el régimen político en vigor desde su llegada a Ginebra.32
Como el legislador de Rousseau, el reformador tenía muy en cuenta
el suelo sobre el cual había de levantarse la república.
Un análisis rápido de los Edictos de 154333 nos permite apreciar,
en primer lugar, que los cuatro síndicos siguen siendo elegidos cada
año –el martes que precede al primer domingo de enero– por el
Consejo General. Ahora bien, los elige de entre una lista de ocho
candidatos que le son presentados por el Pequeño Consejo y el de los
Doscientos. El General podía rechazar estos candidatos, pero entonces
los dos anteriores sínodos intermedios debían proponer nuevos aspi-
rantes. Después de la elección de los síndicos, el lunes siguiente, los
cuatro nuevos magistrados, los cuatro síndicos salientes y el tesorero
convocaban el Consejo de los CC, el cual se encargaba de elegir o
reelegir al Pequeño Consejo. Cada miembro de los CC indicaba los
nombres de los miembros del Petit Conseil que deseaba mantener, con
la excepción de los cuatro antiguos síndicos, que, salvo que hubieran
cometido alguna falta, permanecían en el consejo sin controversia
alguna. En relación con los candidatos rechazados, el nuevo consejo
ordinario se reunía y elaboraba una lista que debía doblar el número
de elegidos para que el Consejo de los CC decidiera. Tras ser consti-
tuido, el Pequeño Consejo procedía a la elección del Consejo de los
LX y de los CC.
Aparte de los consejos, los Edictos de 1543 enumeraban un cierto
número de magistrados y funcionarios. Debemos mencionar en pri-
mer lugar al tesorero, que era elegido por tres años de acuerdo con el
siguiente sistema: el Consejo Ordinario presentaba dos candidatos al de
los CC, el cual seleccionaba a uno, que a su vez debía ser confirmado
por el Gran Consejo. También incluían los edictos la existencia de dos
Secretarios de Estado, nombrados por un tiempo indeterminado por
el Consejo Ordinario, el cual los sometía al sufragio del Consejo de
los CC. Los principales magistrados del orden judicial seguían sien-
do el Lieutenant, junto a sus dos asistentes, y el Procurador General.
En esta cuestión se repetía el procedimiento: el Consejo Ordinario
elaboraba una lista de candidatos que doblaba el número de los que
debían ser elegidos para estas funciones judiciales, y el de los CC elegía

99
a los que consideraba mejores. El Gran Consejo sólo tenía derecho
de veto; en caso de ejercerlo, el Petit Conseil o Consejo Ordinario
debía reiniciar el proceso. Los oficios secundarios eran numerosos
(sobresalía el de capitán general, encargado de velar por la seguridad
interior de la ciudad, pero también cabe mencionar los oficios de
sautier, châtelains y curiaux, maître d’artillerie, essayeur y maître des
monnaies, capitaines de quartiers, etc.), y dependían directamente de
los Consejos Ordinario y de los CC.
Este repaso manifiesta que los edictos, prosiguiendo la tenden-
cia establecida por los Eidguenots, amplían las competencias de los
consejos restringidos (Ordinario, LX, CC). De esta forma, podemos
afirmar que la Ginebra calvinista es una república aristocrática, en
la cual sobrevive una institución democrática, el Consejo General,
que cada vez tiene menos competencias, y que, debido al sistema de
cooptación de los sínodos restringidos, tiene muchas dificultades para
controlar tales consejos. Como ya sabemos, el General conserva el
derecho de elección de los síndicos, sobre una lista de ocho candidatos
preseleccionados por los consejos restringidos, y el derecho de veto
sobre el Lieutenant de la justice. Pero los edictos de 1543 sustraen la
fundamental iniciativa legislativa al Gran Consejo.34 Más tarde, en
1570, los consejos restringidos asumen plenamente el control de las
finanzas públicas, de modo que, para establecer o aumentar nuevos
impuestos, los Consejos Ordinario y de los Doscientos ya no necesi-
taban la autorización del Grande.
Desde el 43, el Petit Conseil y los síndicos estaban asumiendo
en la práctica el poder ejecutivo, cuyas atribuciones se extendían
a la administración corriente de la ciudad y a la seguridad interior
y exterior. La tendencia oligárquica a concentrar el poder en pocas
manos se incrementó durante la guerra contra Saboya (1589-1593),
pues durante esos años se mantuvo un reducido consejo secreto de
guerra que, compuesto por siete miembros, asumió poderes extraor-
dinarios y colaboró estrechamente con el Consejo Ordinario.35 En
relación con la seguridad, consejo y síndicos contaban con la ayuda
del capitán general. Cargo que fue suprimido en 1547, con motivo
de la revocación de Ami Perrin como capitán general. La rotación de

100
los cargos, especialmente de los síndicos, garantizaba la movilidad y
evitaba la corrupción; si bien, tras la muerte de Calvino, los compo-
nentes del Pequeño Consejo tenderán a ser inamovibles o vitalicios.
Con la estabilidad del siglo XVII, el Consejo de los CC se reforzará
en detrimento del Ordinario, llegando a despojar a este último de
una de sus mayores prerrogativas en materia judicial: la competencia
para juzgar las causas civiles en última instancia.36
En suma, la nueva república calvinista se construyó sobre la base
institucional o política establecida por los Eidgenots. Se trataba de un
plural sistema de consejos que, si al principio, tuvo el aspecto de una
genuina constitución mixta, tras la desaparición del obispo y del vidom-
ne se quedó sin el elemento monárquico. Una vez que desapareció el
enfrentamiento entre el obispo y la ciudad, resultó casi inevitable que
el elemento aristocrático representado por los consejos restringidos,
en la medida que asumió el gobierno o administración de la ciudad,
tuviera cada vez mayor importancia. Calvino no hizo más que forta-
lecer la tendencia que establecieron los Eidgenots, pero con la novedad
de que fomentó la apertura de todas las instituciones a los refugiados
extranjeros. Aquí, y no en el aristocrático sistema de consejos, es donde
se encuentra más bien la raíz de la revolución calvinista.
4. Un republicanismo no maquiaveliano
La república calvinista de Ginebra contradice un buen número de
los supuestos sobre los que se sustenta el republicanismo clásico, ma-
quiaveliano y harringtoniano. No olvidemos a este respecto que en la
ciudad suiza se impone una religión que no es un mero instrumentum
regni; que la república se sustenta sobre la acogida de los extranjeros;
que no depende del pueblo en armas, como en Maquiavelo, ni de la
propiedad inmueble, como en Harrington; que no puede extenderse
territorialmente como el modelo romano-maquiaveliano; que con-
cilia los deberes ciudadanos con la profesión de comerciante; y que,
en contra de lo que a veces suele decirse, no es un regnum Christi.
En el fondo es la religión calvinista la causa principal que determina
la mayoría de los hechos anteriores. Sin ella no habría sido posible
armonizar la virtud cívica con el cristianismo, ni desvincular dicha

101
virtud cívica de la militar, ni la recepción de extranjeros o refugiados
calvinistas, ni la coexistencia pacífica de virtud y comercio; coexistencia
que explica por qué se trata de una república basada en la propiedad
mobiliaria, y no inmueble.
Analicemos brevemente cada uno de estos factores. Empecemos
por el más importante, la religión. Ciertamente, lo que Maquiavelo
dice que puede hacer la religión por la comunidad política, «mantener
en su estado a los hombres buenos y avergonzar a los malos»,37 es lo
que hace la religión en Ginebra; pero sin que aquí se desnaturalice,
sin que se convierta en instrumentum regni, y de ahí, seguramente,
su mayor eficacia. En realidad, como ya sostenía siglos antes el filó-
sofo musulmán Alfarabí, los profetas nunca han necesitado acudir al
secreto o a la mentira: son conscientes de que sólo una minoría –los
elegidos en Calvino– pueden acceder directamente a la verdad, y que
la mayoría debe conformarse con el reflejo –no con la mentira– de
la verdad. O dicho en lenguaje calvinista, deben conformarse con
esa imitación de la palabra y voluntad de Dios que son en el fondo
las instituciones temporales. De ahí que, para ser comprendido, el
profeta desarmado, al igual que los del pasado, deba expresarse con
semejanzas, similitudes, metáforas y otras figuras retóricas relacionadas
con la mimesis, que, si bien resultan ajenas al lenguaje moral relativo
a la libertad del cristiano, no son un engaño ni algo contrario a la
religión. La perfecta comprensión de ese concepto no aristotélico de
mimesis, nos exigiría detenernos en la Eucaristía calvinista y en su
concepto de símbolo. Por otra parte, la compleja teología de Calvino,
ya apuntada por Lutero con la conocida como Zwei Reiche Lehre,
permite diferenciar el discurso sobre las imperfectas y provisionales
instituciones temporales del discurso sobre la comunidad perfecta, el
regnum Christi, que sólo se hará presente con el fin de los tiempos.
No es, desde luego, un republicanismo basado, como el maquia-
veliano, en el pueblo en armas. Si algún lugar contradice la sentencia
del florentino, allí donde hay buenas armas hay buenas leyes,38 ese
lugar es Ginebra. Además, la crítica de Calvino a la tradición militar
mercenaria de los suizos nunca tiene el sentido patriótico de la crítica
maquiaveliana. Ni siquiera, en contraste con los sectáreos posterio-

102
res de la revolución inglesa, es un firme partidario de las armas para
defender la fe.39
Los comerciantes y los profesionales liberales, muchos de ellos
de procedencia extranjera, son las clases sobre las que se sustenta
la ciudadanía de Ginebra. Esto supone invertir el republicanismo
maquiaveliano con su condena de los comerciantes extranjeros que
corrompen las costumbres. Pero también se aleja del republicanismo
harringtoniano que, como señala Pocock, se basa sobre todo en unos
determinados fundamentos materiales de la personalidad del ciu-
dadano. Para el inglés, el ciudadano debía disponer de la suficiente
propiedad inmueble que le garantizara el ocio para actuar en público o
en la asamblea donde debía hacer visible su virtud.40 Por el contrario,
Ginebra era una república de comerciantes y, como sucede más tarde
con la república holandesa, estaba fundada en la propiedad de bienes
muebles y en el dinero. Por eso, en contra de lo que sucede en las
sociedades fundadas en la distribución de la tierra, no podía legislar
contra la usura que tan importante es para incentivar las transacciones
comerciales (como se recordará, ya las franquicias de 1387 admitían
el préstamo con interés). Asimismo, en una república donde la ex-
tensión territorial estaba vedada por su principal aliado, Berna, era
casi forzoso que, para sobrevivir, el peso del comercio superara en la
balanza al peso de la tierra.
La Ginebra de Calvino todavía está lejos de los futuros debates
entre republicanos y liberales, pues en aquella ciudad la clásica virtud
ciudadana era compatible con el comercio. Las riquezas, aparte de ser
signos de la gracia de Dios, debían estar al servicio de las necesidades
de la comunidad. Esta manera antiliberal de ver las cosas, la encon-
tramos todavía en un autor como John Locke que, en una carta que
escribe en 1694 a su amigo Wiliam Molineux, comenta que «cada
uno, de acuerdo con el lugar en que le ha colocado la divina provi-
dencia [de acuerdo con su vocación], debe trabajar por el bien público
tanto como sea capaz, sin lo cual no tiene derecho de alimentarse».41
En otra ocasión declara que «el trabajo por amor al trabajo», y no en
beneficio del semejante, «es contra natura».42 Calvino no se hubiera
expresado de otra manera. Pues bien, en la tarea de hacer compatible

103
la profesión de cada uno –la del comerciante en Ginebra– con la vir-
tud cívica y con la cristiana, con las virtudes relacionadas tanto con
el bien temporal de la comunidad civil como con el fin espiritual de
la eclesiástica, es donde la severísima censura social impuesta por las
ordenanzas calvinistas y por el Consistorio va a demostrar toda su
eficacia. Por otra parte, debemos reconocer que en la síntesis ginebrina
de virtud cívica y cristiana, de causa patriótica y calvinista, influye
decisivamente la derrota de los perrinistas.
Una república basada en el comercio y la religión, y no en las armas,
necesitaba para su independencia de poderosos aliados. Ciertamente,
la ayuda de los cantones suizos, sobre todo de Berna, y de Francia
permitió a Ginebra que no fuera conquistada por Saboya, en aquella
época aliada de España. Mas tal ayuda exigió serias contraprestaciones
que explican algunas de las más importantes debilidades de esta re-
pública. Al final, la incorporación a Suiza le permitirá, por lo menos,
hacer frente al peligro francés.
Por último cabe decir que, pese a una extendida opinión, en
Ginebra no se impone ni una teocracia ni una república de santos.
Para comprender esta afirmación es preciso advertir que el elemento
milenarista o apocalíptico está constantemente presente en todos los
hombres de estos siglos de transición hacia la modernidad, desde
Calvino hasta Hobbes o Harrington. Para Calvino, una teocracia o
bibliocracia debía ser algo parecido a lo que se estableció en Münster
en los años treinta, un efecto de la denostada Reforma radical. En
su opinión, la república y la Iglesia temporal eran imperfectas, pero
útiles para conservar la vida presente hasta el fin del mundo, que
debía suponer la desaparición de todos los órdenes u oficios civiles
y eclesiásticos.43 Calvino nunca pensó que la república de Ginebra
fuera o pudiera ser una ciudad de santos o perfecta; y, porque no era
esta ciudad eterna, resultaba necesario acudir al lenguaje del deber y
a la disciplina moral o social.
Casi un siglo después, Hobbes y Harrington, los enemigos de la
república de los santos, de la deriva sectárea del calvinismo, y sobre
todo de la independencia de la Iglesia, siguen concediendo al milenio
un papel muy importante en sus reflexiones, si bien adoptan posturas

104
muy distintas en relación con este tema. Para Hobbes, el Leviatán
se convierte –como diría Schmitt– en un katechon, en la fuerza que
difiere el fin de la república, la consumación de los tiempos. Ha-
rrington, al igual que el autor del Leviatán, persigue el control civil
del clero, mas para lograr este objetivo situado en las antípodas de
la república calvinista emplea la retórica del milenio en un sentido
completamente diferente. Su Oceana se presenta como el verdadero
regnum Christi, como el reino del Hijo (la comunidad mosaica fue el
reino del Padre)44 o como la comunidad política inmortal. Se trata
entonces de una peculiar teocracia, de una república en la que todos
los ciudadanos son igualmente libres bajo Dios, y donde, por tanto, ya
no tiene sentido aquella reivindicación que se encuentra en el origen
de la Reforma calvinista de la ciudad de Ginebra: la independencia
de la Iglesia.

105
NOTAS

1. A. Dufour, Histoire de Genève, PUF, París, resulta fácil convencerles de una cosa, pero
2001, p. 17. es difícil mantenerlos convencidos. Por eso
2. Para este párrafo, ibid., pp. 10-11. conviene estar preparado de manera que
3. Este párrafo en ibid., pp. 17-18. cuando dejen de creer se les puede hacer
4. Ibid., p. 15. creer por la fuerza.» (N. Maquiavelo, El
5. Ibid., p. 25. Príncipe, Alianza, Madrid, 1981, p. 50).
6. Ibid., pp. 31-32. 21. A. Dufour, op. cit., p. 51.
7. Ibid., pp. 21-22. Seguimos también el 22. Cf. A. Biéler, op. cit., p. 109.
resumen que de ellas hace H. Fazy en su 23. A. Dufour, op. cit., p. 52.
libro Les constitutions de la République de 24. Ibid., p. 59.
Genève, H. Georg, Genève y Bâle, 1890, 25. La población de Ginebra se dobla entre
pp. 13-27. 1536 y 1564, pues llegaron a la ciudad
8. Para todo lo explicado en este párrafo, A. reformada diez mil refugiados varones y
Dufour, op. cit., p. 22; y para los párrafos adultos, cifra que debe ser incrementada
siguientes me baso en H. Fazy, op. cit., con un número indeterminado de mujeres
pp. 28-41. y niños. Hacia 1560, la población de la
9. A. Dufour, op. cit., p. 36. ciudad alcanzó veinte y un mil habitantes,
10. Ibid., pp. 41-42. para descender después a dieciséis mil. Cf.
11. Ibid., p. 45. P. Benedict, «Calvin et la transformation de
12. Ibid., p. 37. Genève», en M. E. Hirzel y M. Sallmann
13. H. Fazy (op. cit., p. 57) consideraba que la (eds.), Calvin et le calvinisme. Cinq siècles
sustitución de las instituciones democráti- d’influences sur l’Église et la Société, Labor
cas por oligárquicas se debía a la influencia et Fides, Genève, 2008, p. 30.
de los refugiados que habían vivido bajo 26. A. Dufour, o. c., p. 73. Y para las cues-
instituciones monárquicas: «le régime tiones económico-sociales, cf. ibid., pp.
oligarchique s’établit insensiblement, grâce à 59-60.
l’immigration croissante des réfugiés français 27. «Ceux qui crient –escribía Calvino en su
et italiens qui apportent à Genève l’esprit et Sermón sobre 1 Timoteo– contre les étrangers,
les traditions des pays monarchiques». et qui même prendront ce mot pour injure,
14. Ibid., op. cit., pp. 40-41. ceux-là ne sauraient mieux protester qu’ils ne
15. Cf. A. Biéler, La pensée économique et so- sont pas dignes d’être nombrés au rang des
ciale de Calvin, 2.ª ed., Georg ed., Genève, enfants de Dieu, de n’être reçus en son Eglise
2008, pp. 50-51. non plus que chiens ou pourceaux» (cit. en P.
16. A. Dufour, op. cit., p. 47. Benedict, op. cit., p. 15). En su Comentario
17. En relación con las ordenanzas, cf. A. a la Carta a los Romanos (XII, 13) señala
Dufour, op. cit., p. 48. que una parte de la caridad consiste en la
18. Ibidem, p. 53. hospitalidad, «en cette amitié, humanité
19. J.-J. Rousseau, Del contrato social, Alianza, et libéralité, qu’on montre à l’endroit des
Madrid, 1994, pp. 45-49. étrangers, parce que ceux-là son dépourvus
20. «Esta es la causa de que todos los profetas plus que tous les autres, vu qu’ils sont loin
armados hayan vencido y los desarmados des gens de leur connaissance […] moins les
perecido. Pues además de lo ya dicho, la hommes communément tiennent compte de
naturaleza de los pueblos es inconstante: quelqu’un, plus il doit nous être en grande

106
recommandation, et plus nous devons en 40. J. G. A. Pocock, El momento maquiavélico,
avoir soin» (J. Calvin, Commentaires bibli- Tecnos, Madrid, 2002, p. 472.
ques. Epître aux Romains, Kerygma-Farel, 41. R. Ashcraft, La politique révolutionnaire et
Estados Unidos, 1978, p. 297). les «Deux traités du gouvernement» de John
28. A. Biéler, op. cit., p. 131. Locke, PUF, París, 1995, p. 288.
29. En esta materia de política exterior, sigo 42. Cit. en J. Dunn, La pensée politique de
A. Dufour, op. cit., pp. 61-66. John Locke, PUF, París, 1991, p. 254. Para
30. Para todo este subapartado dedicado a Dunn, los valores calvinistas de Locke
las relaciones de Calvino con el cantón de –aprendidos de su padre en Somerset– con-
Berna, me baso en el capítulo de E. Campi, tinuaban reflejándose en estas opiniones.
C. Moser, «Entre amour et crainte. Calvin 43. En su Comentario a I Corintios (15, 24)
et les conféderés», en M. E. Hirzel, M. expone Calvino estas tesis: «Nous savons
Sallmann (eds.), op. cit., pp. 33-63. bien que toutes principautés et honneurs ter-
31. A. Dufour, op. cit., p. 78. riens n’appartiennent sinon à la conservation
32. Ibid., p. 50. de la vie présente; et par conséquent sont une
33. Cf. H. Fazy, op. cit., pp. 48-60. partie du monde ; et de cela s’ensuit que ce
34. Se consagra entonces la siguiente regla: sont choses temporelles. Tout ainsi donc que
«que rien ne sois mis en avant entre les Deux le monde prendra fin, aussi fera la police, le
Cents qui n’ait été traité au Conseil étroit, ni magistrat, les lois, les distinctions des ordres,
au Conseil général avant de n’avoir été traité et toutes choses semblables. Il n’y aura plus de
tant au Conseil étroit qu’entre les Deux Cents» différence entre le maître et le serviteur, entre
(cit. en A. Dufour, o. c., p. 50). le roi et quelque roturier, entre le magistrat et
35. Ibid., p. 56. l’homme privé. Et qui plus est, les principautés
36. Ibid., p. 70. entre les anges prendront fin alors ; et en
37. N. Maquiavelo, Discursos sobre la Primera l’Eglise le ministère et autres offices ; en sorte
Década de Tito Livio, Alianza, Madrid, que Dieu exercera sa puissance et principauté
1987, p. 64. par soi-même seulement […]» (cit. en Biéler,
38. N. Maquiavelo, El príncipe, cit., p. 72. op. cit., p. 268).
39. Sobre la oposición de Calvino al militaris- 44. J. G. A. Pocock, op. cit., p. 478.
mo, véase A. Biéler, op. cit., pp. 119-124.

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