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Cualquier teoría sobre la literatura que se presente como consistente tiene que tener
necesariamente estos elementos.
Cada teoría literaria a lo largo de la historia tiende a fijarse en uno de estos cuatro
elementos, el que, en opinión de cada crítico, es el fundamental para explicar la obra:
- Teorías miméticas: las teorías que intentan explicar la obra relacionándola con
la naturaleza.
- Teorías pragmáticas: las teorías que intentan explicar la obra relacionándola
con el público.
- Teorías expresivas: las teorías que intentan explicar la obra relacionándola con
el autor.
- Teorías objetivas: las teorías que intentan explicar la obra relacionándola como
un conjunto autónomo cuyo significado se encuentra en ella misma.
- Las teorías objetivas se producen en el siglo XX y hasta 1960, tras una enorme
revolución en todos los ámbitos. Entienden que la obra se basa en unas reglas
internas y que solo se puede explicar atendiendo a ellas y cumpliéndolas.
Todos los críticos entienden que toda obra tiene un autor y remite a la naturaleza. A
partir del siglo XX, todos los autores son conscientes de que el interés debe recaer en
la obra, ya que todo está ahí integrado.
La obra integra todos estos elementos gracias al lenguaje, a partir del cual se
representa la realidad.
Antes del siglo XX (por poner algo, pero fijo fijo no)
La crítica tradicional ha basado la teoría en ciertos elementos estables: el autor y el
texto, entendido como vinculación a la naturaleza. Entienden que la atención del lector
debe posarse sobre el texto, que trata sobre la vida, la naturaleza, la vida, el hombre…
Para la crítica, la literatura es importante para el lector porque le aporta un
conocimiento sobre la realidad, verdades sobre el hombre, la naturaleza, el estado
anímico del hombre…
El valor de la obra se encuentra en su coherencia temática.
La crítica tradicional (XIX) atendió preferentemente al autor, con nombres y apellidos,
porque de él depende el sentido textual de la obra. Cualquier elemento de su biografía
puede resultar importante para aclarar el sentido del texto.
Según estos críticos, la obra no tiene más que una interpretación correcta, puesto que,
al estar basada en la intención del autor, esta es solo una, y no admite más
interpretaciones.
Siglo XX
Segunda mitad
Con el Estructuralismo, se buscaba un rechazo de la crítica decimonónica, y lo hizo
buscando un rigor científico que les llevó a criticar a la de la primera mitad del XX y
sobre todo a la tradicional.
Entonces, buscaron una crítica objetiva (New Criticism era subjetiva: cada crítico tenía
su método). La postura estructuralista daba importancia al funcionamiento del texto y,
sobre esa base, lo vincula a la cuestión del autor (coincide con el Formalismo ruso de la
Unión Soviética, así como con el Estructuralismo en Europa).
Partiendo del funcionamiento del texto y los sentidos que produce, el Estructuralismo
focaliza su atención en el sistema, en la red de códigos que subyacen en la superficie
del texto. Buscan aquellas convenciones que conforman el texto, es una postura muy
teórica (tienen ideas muy complejas de conocimientos amplios y con estos buscan la
explicación, siendo conscientes de que la obra representa algo mucho más amplio). Los
formalistas partían de que la literatura había que mirarla a través del lenguaje y se
entiende que el lenguaje de la literatura es diferente al cotidiano, simplemente se hace
otro uso y buscan, en ese uso, los efectos estéticos, lo esencial. La significación es algo
impersonal, que supera al crítico. Entienden que el significado de las convenciones es
algo cultural y no individual, buscan significado objetivo. El Estructuralismo pone
énfasis en cómo significa el texto (estructura profunda) y no en qué significa.
A partir de los 80
En la segunda mitad se rechaza al autor y se da importancia al texto. En los 80, vemos
que el texto se ha vuelto problemático.
Se empieza a dar importancia al lector, es decir, el texto es independiente y se
entiende que el lector no es un consumidor pasivo carente de importancia, no es
alguien que simplemente descifra.
El papel que adquiere el lector es mucho más activo. Esto dio lugar a la corriente
“poder del lector”. Desde los 70-80 del XX, la crítica es pragmática y todos los teóricos
de la lectura coinciden en que el sentido textual es un producto del lector individual. El
problema es el sentido que transmite el texto y el sentido que transmite el lector. Esto
supone un rechazo total de la crítica decimonónica.
Hoy en día, el lector juega un papel activo y responde al texto subjetivamente.
Discrepancia entre lo que dice el autor y lo que entiende el lector. Como desciframos
individualmente el lenguaje, hay subjetividad.
Wolfang Iser, cuyo lema es “el autor propone y el lector dispone”, es muy
representativo.
Hace hincapié en el poder del texto hecho por el autor que va abriendo un camino
guiando al lector. Iser introduce una figura que sigue teniendo mucho impacto: el
lector implícito, una figura construida por las estructuras mismas del texto y que
permite activar los efectos que produce sobre el texto.
Es una figura conformada por el texto y, para que esté acabada, debe acabar por
completo el texto. Como también propone Humberto Eco, la interpretación final le
corresponde al lector. El lector no tiene libertad absoluta porque el texto del autor le
da ciertas directrices, tiene libertad pero no toda, ya que el texto lo impide.
En la literatura, necesitamos un conocimiento previo: la lengua; y si no lo hemos
desarrollado nunca, cuesta trabajo, por ejemplo: la televisión es más fácil y solo tienes
que recibir información. Inicialmente, la literatura requiere una habilidad especial.
Para Iser, el texto establece las condiciones y los límites de la lectura. Hay lagunas
textuales que necesitan ser llenadas por el lector, está plenamente aceptado que la
producción del sentido es subjetiva (no totalmente). Hay una confrontación sobre lo
objetivo que está fijado y lo subjetivo que se descifra.
El problema está en encontrar la línea ente el sentido del texto y el que plantea el
lector, entre lo objetivo del texto y lo subjetivo del lector.