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Los rumores dicen algo de verdad, y por eso la gente los cree; pero a la vez deforman esa
verdad porque contienen ideas falsas. Algo así ocurre con la vocación. Mucha gente piensa que la
vocación es un don grande, y es cierto; pero a la vez piensan que ese don sólo es dado a algunos. De
ahí la expresión “hay que tener vocación” referida a algunos caminos que se consideran especiales.
La vocación no es un privilegio para los piadosos o para los buenos. Es un don gratuito para todos.
Depende más del amor a Dios, de su corazón, que del hombre.
Nadie “tiene” vocación como se tiene un tesoro o un objeto. Nadie se gana la vocación a
partir de sus méritos personales. Tampoco a base de “generosidad”. Los personajes bíblicos que son
llamados se complacen en mostrar su pequeñez. A ellos la vocación les hace aún más humildes y
pequeños. La comprenden como un don que los sobrepasa en exceso. Son hermosos los rasgos de
humildad que manifiestan María, Jeremías, san Pablo... fueron llamados para ser santos, pero no por
ser santos con anterioridad. Isaías se considera un hombre de labios impuros, y Pedro, al
comprender la identidad mesiánica de Jesús, le pide: apártate de mí porque soy un pecador.
Las personas que Dios llama se hallan indefectiblemente unidas a la historia del pueblo y a
su destino de salvación. Así, la vocación de Moisés es inseparable de la esclavitud del pueblo en
Egipto y de su nuevo camino de libertad en el desierto: serán ustedes un pueblo santo, un pueblo de
reyes y de sacerdotes. La vocación de cada uno de los profetas marca una etapa en la vida del
pueblo y un llamado para todos. La vocación de María es como el preámbulo del Nuevo
Testamento y de un nuevo pueblo, que será como familia de Dios. La vocación de san Pablo está en
el origen de la expansión de la Iglesia entre los paganos. Tu vocación tampoco existe desconectada
de la vocación y necesidades del pueblo. Si consideras la posibilidad de ser-para-Dios, debes
considerar igualmente la posibilidad de ser-para-el- pueblo.
El hombre actual tiene dificultades para comprender este sentido universal y desprendido de
la vocación porque es muy individualista. Con frecuencia tenemos la impresión de que todo lo
podemos solucionar con nuestras fuerzas y consideramos sólo nuestras necesidades personales
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como criterio de elección. No es raro que adquirir un puesto en la vida signifique escalar sobre los
demás. En este sentido tu esfuerzo por conocer el llamado de Dios es un esfuerzo contracultural. La
vocación no se puede comprender sino como un humilde servicio en medio del pueblo y de ninguna
manera es un privilegio sobre los demás.
Es importante que al meditar sobre tu futuro vocacional lo hagas en estrecha relación con
las necesidades sociales. Sintonizar con el pueblo de Dios y sus urgencias, llevar estos
pensamientos a la oración, trabajar apostólicamente por ayudar, compartir tu proceso vocacional
con personas que están en esta sintonía. Todo esto te llevará a plantear tu futuro desde la sensata
postura de quien considera el ambiente social que marca nuestra vida. Por ese ambiente social Dios
te llama; a ese ambiente social te envía.
No te engañes pensando que por tus propias fuerzas vas a responder. Es mejor que cultives
la actitud humilde de quien conoce su pequeñez. Que la vocación no te separe del pueblo, como si
fueras alguien especial, sino que te integres a ese pueblo, te abajes cuanto puedas, para que sea sólo
Dios quien llame. Considera con frecuencia cómo el llamado gratuito de Dios da a todos una
idéntica dignidad, porque lo más valioso de nuestra vida no lo hemos construido, sino lo recibimos
gratis. Si aún no percibes el llamado, quizá porque piensas que es sólo para personas
extraordinarias, afina el oído, abre tu corazón con sencillez y seguramente escucharás, como una
brisa, a Dios que toca a tu puerta, al prójimo que necesita de ti.
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Como sabes, toda historia tiene unos personajes. El elenco se forma a partir de dos o tres
personajes importantes y existen muchos otros secundarios. Hay que describir con precisión al
protagonista de la película, que en este caso eres tú. Ahora es el momento de acercarnos a los
detalles de tu personalidad, para que sea auténticamente la “historia de tu vida”.
Efectivamente, para responder a Dios hay que reconocer cuáles son los medios con que
contamos y cuáles las deficiencias. Al describirte a ti mismo, te invito a elaborar el inventario de tu
personalidad, para que sepas mejor qué valores y qué antivalores se ponen en juego en tu respuesta
a su llamada.
Para ello espero que te sirvan estas preguntas. Acuérdate de escribir en tu libreta, para que
luego lo puedas comunicar mejor con tu acompañante.
a) Cuando me miro a mí mismo, ¿qué siento? ¿me gusta ser como soy? ¿Acepto mi cuerpo tal
como es? ¿qué es lo que más me cuesta aceptar?
b) ¿Qué ocurre con mi origen social? ¿acepto la condición económica de mi familia, con sus
riquezas y limitaciones? ¿alguna vez me he avergonzado de ellos? ¿cómo me relaciono con
personas de clase más alta o más baja que la mía?
c) ¿Me conozco a mí mismo? ¿cuáles son mis principales cualidades? ¿cuáles mis principales
defectos? ¿temo darlos a conocer?
d) ¿Cómo reacciono ante las personas? ¿Soy tímido, espontáneo, abierto, impositivo,
comunicativo, reservado, manipulador...?
e) ¿Hay momentos en los cuales me percibo como egoísta o pecador? ¿en qué ocasiones? ¿en
esos momentos suelo recurrir a la ayuda de Dios por medio de la confesión?
g) ¿Qué imagen doy de mí ante los demás? ¿esta imagen de mí mismo, me preocupa? ¿por
qué?
k) ¿Me importan los demás, lo que les ocurre y lo que son? ¿o soy indiferente ante ellos?
¿hago algo a favor de quienes pasan más necesidades?
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l) ¿Comparto mis sentimientos con alguien? ¿o tiendo a esconder lo más profundo de mis
afectos?
m) ¿Soy dócil ante los consejos o llamadas de atención que me hacen las demás personas?
¿alguna vez he pedido que me corrijan?
n) ¿Me dejo llevar por la presión de la moda o por el que dirán? ¿pienso que tengo una
personalidad definida o soy uno más en una multitud?
o) ¿Tengo la capacidad de aprender de los demás, sobre todo cuando responden a los grandes
problemas de la vida?
p) ¿Me tomo tiempo para pensar las cosas? ¿Cómo está mi capacidad de reflexión o de
introspección?
q) ¿Qué tengo pensado para mi futuro... le temo o me apasiona? ¿Qué me gustaría llegar a ser?
¿Cómo me preparo desde ahora? ¿Qué otros proyectos o inquietudes tengo en mi vida?
¿Cómo me preparo para elegir mi vocación?
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Dedica un tiempo de tu oración personal para pedir por los sacerdotes, religiosos y
religiosas, porque su vocación es sostenida por la gracia del Espíritu Santo.
Medita las palabras de san Ignacio: El que piensa que es para algo, es para poco; el que
piensa que es para mucho, no es nada.
Criterio de discernimiento