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Introducción (5 minutos):
Lectura de Cita bíblica y contexto:
Evangelio de San Juan 3, 14-21
Los seres humanos, niños, jóvenes y viejos nos impresionamos y nos dejamos
llevar por la apariencia de las personas: su rostro, su porte, sus palabras, su forma
de hablar, su gran personalidad, sin detenernos a mirar el corazón, que es lo que
realmente vale.
Cuándo el profeta Samuel iba a buscar un nuevo rey, casi unge al hijo mayor de
Isaías, porque lo vió muy guapo y alto, pero Dios lo detuvo y le dijo: «No mires su
apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es
como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira
el corazón.». 1 Samuel 16, 7. Fue así que Dios guió a Samuel hasta David, un
pastorcito joven con un corazón lleno de valores.
Esta historia es una gran lección. La mayoría de las veces los jóvenes, nos fijamos
en lo externo de las personas. La mayoría de chicas y chicos por ejemplo preferimos
a aquellos que son altos o altas, delgadas, bonitas, o guapos, etc. Damos valor a las
personas por lo que vemos por fuera, olvidando lo que poseen en el corazón. En
cambio Dios no mira eso, él mira dentro de nosotros ¿Que hay dentro tuyo? ¿eres
pura cáscara? tal vez seas física, intelectual o socialmente alguien impresionante,
pero nunca olvides que tu verdadero valor está en tu corazón y que es allí donde
mira Dios.
Esto quiere decir que todo lo externo se acaba, nos arrugamos, nos debilitamos,
nuestro cuerpo cambia y finalmente nos queda solo lo de adentro, nuestro carácter,
nuestro espíritu. Un carácter hermoso y que despierta en otras gran admiración o un
carácter con una pésima manera de actuar.
Así mismo, los fariseos se preocupaban sólo por guardar las normas externas sin
detenerse a pensar que los pensamientos y deseos del corazón son los que dan
realmente el valor a nuestras acciones. Dios ve el corazón del hombre sin detenerse
en las apariencias. No es fácil desapegarse de las opiniones de los demás; es más,
muchas veces actuamos por temor a lo que los demás piensan de nosotros y no
hacemos aquello que es correcto.
El ser cristiano es una llamada a la santidad, a amar a Dios con todo el corazón. Por
eso debo preguntarme cada día, ¿he hecho algo simplemente para complacer a los
demás y por eso me he olvidado de hacer el bien? Si algún día encuentro que la
respuesta es sí, debo aceptar que actué hipócritamente. Aún así, Jesús nos ofrece
su perdón y su amor, y nos llama a ser valientes y a tomar responsabilidad por
nuestras acciones y nuestras intenciones. ¿Estoy dispuesto a seguirlo?
Conclusión (5 minutos):
Recapitulación:
Resume los puntos clave, al recapitular, refuerzas los mensajes clave y les
proporcionas un marco para comprender cómo el amor divino se entrelaza con sus
propias experiencias y elecciones.
Para la persona creyente, la sinceridad con Dios tiene un rostro que refleja sencillez,
naturalidad, franqueza. La persona sincera no se enreda ni se complica por dentro,
no busca lo aparatoso en lo exterior, sino que hace de lo ordinario de cada momento
algo extraordinario tocado por la bondad de su corazón. El reverso de este
semblante es la afectación, el glamour, la pedantería, la jactancia que tanto nos
aleja de los demás y crea un envolvente vacío existencial.
La raíz de la falta de sinceridad se halla en la soberbia. A aquel que cree que todo lo
puede conseguir por sus muchas cualidades y esfuerzos, le será muy difícil
reconocer el misterio en su vida y a la vez descubrir lo positivo que poseen los
demás. Esa ceguera le hace perder objetividad ante su propia historia, la culpa de
sus fallos siempre la tendrán los demás, será incapaz de someterse a la verdad, de
valorar el amor y la amistad. Por eso, el soberbio intentará desplazar a Dios, ignorar
a sus semejantes y sus labios no proferirán una palabra veraz.