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(el género literario es apunte, resumen, lluvia de ideas de cosas leídas…. De a poco irá
tomando forma como texto más ordenado 😊 )
Metodología
Existen tres maneras distintas de estabilizar el equilibrio entre el escuchar y el hablar. Hay
animadores vocacionales con muchas bocas y sin orejas; otros con boca y una sola oreja y,
finalmente, los que tienen una boca y dos orejas.
El que tiene muchas bocas sin orejas es un “animador vocacional” que habla, se presta para
dar consejos a los jóvenes, les dice a los padres cómo educar a sus hijos, predica, anuncia
muchas cosas, pero no escucha a los jóvenes ni intenta escuchar el misterio de Dios. Su punto
de partida son sus propias preguntas, sus psicologismos baratos, el esquema de las vocaciones
que se leyó del catecismo y sus propias expectativas.
El animador vocacional con boca pero sólo con una oreja se dedica a escuchar a los jóvenes,
pero sólo se queda con la parte superficial de lo que ellos le dicen. Si, ante la invitación
vocacional, algún joven dice “no” ahí se acaba el proceso de animación. Quiere iniciar su
trabajo con jóvenes que ya vayan bien decididos, que ya lleven el hábito puesto. Es un
animador incompleto que no sabe leer por debajo de ese primer “no” de un joven, no se
detiene a buscar el misterio del plan de Dios para ese joven que, aparentemente dice “no”,
pero en el fondo vive una profunda tensión por buscar algo aún desconocido.
- Es capaz de escuchar con amor y respeto a los jóvenes y, en esa escucha atenta, busca
hábilmente el misterio del proyecto de Dios: Acto misterioso y místico que se revela sutil y
paulatinamente.
- Se pone, ante todo, en contacto con Dios. No es el mercante reclutador que trabaja para que
las parroquias y los colegios no se queden sin curas.
- Sabe escuchar más allá del “no” aparente. Porque con ese “no” aparente un joven no expresa
lo que de verdad quisiera.
- Vive su propio ministerio como llamado. Al ayudar a un joven en sus búsquedas vocacionales
yo descubro y redescubro un modo por el que Dios me llama a mí en este momento de mi
vida.
Ilusión: creer que la animación vocacional ha En todo lugar hay posibilidad y necesidad de
de realizarse en lugares determinados, lo cual trabajar la pastoral vocacional.
ha llegado a ser criterio de alguna fundación
de comunidad religiosa.
Urge pasar de la patología del cansancio y de la resignación que atribuye la crisis vocacional a
la crisis de los jóvenes de hoy. Ver nuestros errores y fallos a fin de propiciar un nuevo impulso
creativo hacia una ardiente motivación vocacional. La bendición de Dios vendrá en el
crecimiento, no siempre visible y cuantificable, en las personas llamadas. Ningún joven se
siente animado por la tristeza, por la resignación ni por el seol.
El estudio sociológico de Garelli demostró una situación muy distinta a la que describen los
cuervos de la Pastoral Vocacional. Éstos han devaluado la figura del animador vocacional
considerándolo alguien que trabaja con números rojos, piensan que su trabajo es inútil porque
ideas de los jóvenes van por otro lado, porque la crisis es irreversible, que hay que ir a otro
lugar… Así deprimen y se deprimen.
La escuela abdica cuando enseña sin educar, cuando hace repetir nociones sin
comunicar las pasión por la búsqueda. Y es que el tiempo de la experiencia escolar es el
momento en que se forman la autoestima, la confirmación de la propia identidad, el camino
hacia la autonomía, el descubrimiento de que nada se alcanza sin sacrificio… El profesor educa
con su personalidad, independientemente de lo que enseñe.
El grupo abdica de su función educadora cuando sólo es una manada que anula al
individuo en la masa. La experiencia relacional con los propios compañeros es el verdadero
filtro interpretativo de todo mensaje educativo. El grupo es el lugar del descubrimiento y de la
expresión del yo, de la enajenación a la relación y aceptación del otro, de la confrontación
estimulante para el crecimiento en la síntesis equilibrada entre identidad y pertenencia. En la
interacción acontece el crecimiento recíproco a causa de la alteridad.
La Iglesia abdica cuando los creyentes no son capaces de traducir el mensaje cristiano
en una ética socialmente válida para construir una sociedad digna. Es necesario atreverse más
en la función de dar razón de nuestra esperanza, por el contrario, lo poco incisivo del
testimonio de los creyentes, así como la incongruencia entre mensajes y comportamientos, no
educan.
Ya no podemos hablar de crisis vocacional, sino más bien de crisis del acompañamiento
vocacional (o de los acompañantes vocacionales). El estudio es positivo, dado que tal cantidad
de jóvenes toma en serio el ideal vocacional en forma totalmente autónoma y libre, pero, por
otra, la abdicación de los educadores, como otro dato puesto en evidencia es inquietante.
No se trata sólo de insistir en los principios teóricos o invocar una nueva teología sino
de reformular el auténtico camino pedagógico de la vocación.
2.1. Sembrar
Una crisis común en sacerdotes jóvenes es una depresión provocada por interpretar la
pobreza de los resultados interpretada como fracaso. ¿Quién ha dicho que el resultado debe
ser inmediatamente visible? El número es un criterio pagano e irrealista. Si, ante la
convocatoria de cierto animador vocacional, se acercan sólo dos jóvenes, estos dos son la
cosecha de lo que otros habían sembrado años antes.
Hay que sembrar en todas partes como el sembrador del Evangelio que no se fija en la
calidad del terreno. Este derroche es generosidad divina que siembra en el corazón de cada
viviente su plan de salvación.
Por el contrario, la propuesta suele plantearse dentro de círculos muy estrechos: los
chicos buenos, los que van a misa, los acólitos, los miembros de movimientos, los que leen el
misal mensual, etc… Entonces, algunos que han sentido un ideal vocacional, que nadie les ha
dirigido una propuesta por no pertenecer a estos “lugares sagrados”, resultan abortados
vocacionalmente. No hay correspondencia entre nuestras previsiones-prejuicios y la efectiva
disponibilidad vocacional.
El animador vocacional no se queda en los espacios de siempre. Tiene gusto por las
trans-fronteras, por los lugares inusuales y por los confines.
- Tu vida es preciosa, algo grande que tú nunca hubieras podido merecer o conquistar.
- Por consiguiente, no puedes seguir otro camino fuera de ese diseño impreso en las raíces
de tu propia naturaleza que te define.
Todo tiempo es bueno para sembrar. Lo que hay que tener claro es la pastoral vocacional
adecuada para cada etapa de la vida. No creer que la semilla crece sola sino cuidarla,
acompañarla, repetir la siembra con respeto a los procesos y ritmos de maduración.
La semilla más pequeña de todas es la vocación (Mt. 13, 31) porque no suscita
consentimientos inmediatos. Al principio, el mismo titular del proyecto divino suele negarla,
tomarla a broma, con miedo o desconfianza.
Es una semilla obstinada pero frágil que requiere cuidados. Es pequeña porque Dios respeta
nuestra libertad y no impone. Pero también es la más grande de todas las semillas porque es
aquella condición de vida que lleva a la plena realización de la humanidad.
2.2. Acompañar
La imagen es el camino de Emaús (Lc, 24, 13-16), donde Jesús se hace compañero de
viaje de los dos discípulos tristes y desilusionados, como tantos jóvenes de hoy.
La Samaritana es conducida al pozo por un deseo natural que Jesús sabrá transformar.
Ella busca agua, que en Palestina es escasa. Jesús la espera ahí porque sabe que tarde o
temprano ahí se la va a encontrar.
Jesús nos rompe así la lógica de la espera de quien se conforma con rezar por las
vocaciones en su capilla pero no da un paso hacia el mundo juvenil ni se esfuerza por
comprenderles con benevolencia y amor.
Como Jesús, hay que identificar los pozos: lugares, momentos, provocaciones,
expectativas, situaciones y acontecimientos que los jóvenes consideran fuentes de felicidad.
Ahí donde tarde o temprano pasan con sus cántaros (cuestionamientos, sueños mal
interpretados, deseos inhibidos de libertad profunda y deseos de ser escuchados).
Esto no significa tanto ir a los lugares físicos donde se divierten (a los antros) sino, sobre
todo, ir a los lugares psicológicos: a sus modos de sentir y vibrar, donde brotan mensajes que
ellos mismos no logran interpretar. El reto del animador vocacional es: reconocer y descifrar
estos mensajes para orientar una búsqueda de sentido de la vida.
Para esto, no es posible partir de las propias posiciones y preguntas, sino de aquellas
que plantea el joven mismo.
Hace falta que nuestros ambientes eclesiales lleguen a ser pozos: fuentes de vida, de
verdad, de sentido y de experiencia de una felicidad nueva e impensable. Porque los jóvenes
suelen buscar razones para vivir y morir, para amar y sufrir, en otros lugares. Ya no podemos
justificarnos diciendo que esto depende de la cultura de hoy.
2.3. Educar
Educar, de e-ducere, es sacar afuera el mundo interior del joven, lo que tal vez él mismo
desconoce. Jesús es hábil para provocar que los discípulos relaten el motivo de su desilusión:
sus expectativas irrealistas, equivocación de fondo. Y es que la vocación no es sólo renuncia
dolorosa como si el proyecto de Dios fuera frustrar la felicidad de sus hijos.
Un error común es dirigir la atención sólo a los que manifiestan interés vocacional y abandonar
a los que, en un principio , han dicho que no. El educador sabe hacer aflorar la realidad del yo,
conoce los subterráneos del corazón, acompaña en esta ardua peregrinación hacia las raíces
del yo y sabe interpretar el mensaje que hay dentro de ese aparente “no”. Se trata de
descifrar, en el misterioso tejido de la existencia humana, el hilo conductor del proyecto
divino. Porque, finalmente, Jesús nos permite hacer lo que en verdad nos gusta en
profundidad y elegir lo que más amamos.
La memoria afectiva de los discípulos llega a ser tocada y sanada por la Palabra, mientras que
esa memoria bíblica se propone completamente afectiva. La Palabra acoge toda la complejidad
de la historia de vida, sin rechazar un solo acontecimiento, para darle sentido, sobre todo a las
situaciones más dolorosas. Nuestra tarea consiste en ayudar al joven a encontrar la progresiva
manifestación del llamado vocacional en su historia de vida, a descifrar nexos y vínculos entre
los acontecimientos, para así reconocer la presencia luminosa-escondida de Dios. Trabajo que
ha de realizarse por escrito.
Entonces la oración vocacional, más que de petición, es lucha y tensión durante esa excavación
que busca acoger las expectativas, interrogantes y deseos del Otro. No es una oración que
pueda esperar respuestas inmediatas. Es la súplica de quien busca una luz que dé sentido para
su vida y concluye en una confianza plena como Pedro: ¿a quién iremos? Sólo tú tienes
palabras de vida eterna (Jn. 6, 67-68).
2.4. Formar
Éste es el momento conclusivo del acompañamiento personal: la propuesta de una
modalidad existencial que lleve a plena maduración aquella promesa de vida y expectativa de
verdad que la persona lleva dentro.
Al final del relato, los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al mismo tiempo que ellos
reconocen también su propia identidad y misión. La formación cristiana no es imposición de
definiciones dogmáticas y reglas de comportamiento que han de recibirse en sumisión ante
cierta autoridad.
Jesús, en ese recorrido pedagógico con los discípulos de Emaús, hace evidentes dos
principios: Pedir el máximo y la responsabilidad por el otro.
El joven necesita retos. Pedirle algo fácil es ofenderlo. Hay que proponerle grandes
ideales, más altos que sus capacidades actuales.
Cada uno es responsable del otro. No se puede pensar la propia vida y el propio futuro
fuera de la responsabilidad por el prójimo. La parroquia debería proponer habitualmente a los
jóvenes ofrecer el tiempo libre a los demás, a los más débiles y necesitados, provocar el
voluntariado, no como algo heroico ni extraordinario sino como acto de amor.
La vocación es el reconocimiento del yo. Por eso arde el corazón de quien se escucha
relatado por las palabras que dice Jesús. El joven lee en la Pascua de Jesús el porqué de sus
propias depresiones y se le abren nuevos horizontes, una nueva vida que festeja con Jesús que
parte el pan con él.
Por último, la vocación es sabiduría. Algunos mega encuentros católicos son enfatizados por
muchos pero, con todo y su euforia y gritos de “aleluya” y “viva el papa”, no han llegado a ser
sabiduría. La sabiduría es estable y definitiva, más allá de la sensación momentánea. Sí implica
sensibilidad, pero también conciencia y un profundo cambio de estilo existencial, nueva escala
de valores al grado de ya no querer nada más que lo que se ha descubierto, como Pablo, que
todo lo que antes consideraba ganancia ahora lo ve como pérdida, o basura, por motivo de
Cristo (Fil. 3, 8).
Este es el momento en que la persona puede hacer una elección de vida. El animador
vocacional debe estimular con valentía esta dirección.
- No podemos improvisarnos como gurús consejeros y menos hacer dependencias con las
personas.
- Siembrá en todas partes sin descartar algún terreno y nunca te creas dueño de la semilla.
- Cuidado con el surgimiento de “vocaciones” aparentemente muy seguras que pudieran pedir
su ingreso al seminario por subir de escalón económico. El objetivo no es llenar el seminario
sino colaborar con la verdad.
- Busca los pozos de los jóvenes, insertate en sus búsquedas. Sos colaborador de la verdad
pero también de la felicidad de los jóvenes.
- ¿Sabés indicar con claridad cuál es tu pozo? Sos más que un administrador de servicios
religiosos.
- Aprendé con paciencia el arte de acompañar al joven hacia su centro, hacia la verdad de sí
mismo, a nombrar sus demonios sin temor, a confiar en que Dios no condena por eso sino ama
y libera.
- Pedile el máximo con respeto a su etapa. Ayúdale a tomar consciencia de que ha recibido en
abundancia.
- Sé preciso y lógico, sigue, no tu instinto, sino un programa inteligente y organizado, como los
verbos vocacionales. Los aspirantes no son tus compañeros de diversión.
- Este esquema de los cuatro verbos podría ser una camino de formación permanente.
Acompañamiento vocacional.
Belo Horizonte.
Amedeo Cencini.
Joan Chittister.