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Mar seco y oscuro, que sólo iluminan las estrellas que cuelgan de los postes. Heme
aquí navegando por tus aguas misteriosas, temblando, no sé si por el frío o el miedo de
hallarme perdido. Silencio perturbado por la decadente melodía que arrastra a las
profundidades. Peligro y gusto culposo, los pies no se detienen ante el abismo y marchan a
paso decidido, el pulso se acelera y la ansiedad crece. ¿Qué hago aquí? Es mejor regresar.
Aunque ya es tarde…
Sirenas que me llevan hasta su escondite. Demonios marinos, tan reales en este
océano artificial, me asaltan tan lóbrego haciéndome añicos. Soy simples guijarros que
mañana cualquiera pisará por la acera; el alba se acerca, las arcadas me asaltan. Soy
consciente de que una vez más soy la víctima, su víctima. Las he visto de todos tipos,
sirenas de grandes ojos, en cuyo encanto ni siquiera intuyes peligro, de sonrisa angelical,
cuyo juego de seducción advierte el infierno cercano, las místicas, sin duda darías la vida
por ellas. El final es el mismo: las heridas y el vacío se mezclan con las pocas ganas de
vivir que dejan el ser arrastrado por su canto. ¡Malditas las noches de insomnio cuando
cantan más fuerte! Los cigarros insuficientes y el sabor alcalino por el alcohol en mi lengua
reseca alargan las horas.
Sirenas, ¿Podrían hacer del silencio su amigo? Sólo por un momento, en lo que
concilio el sueño. Salir de cacería esta noche es inútil, la marea es baja y el naufragio
inevitable. No tengo ánimo de lucha, además los vientos no soplan a favor en popa. ¿Cómo
es que escucharlas puedo? Lejanas son, lo sé, sus aguas están más allá del limite de la
moral, uno que ya he cruzado y, como todos los límites rotos, es fácil violar nuevamente.
Respirar sal me quema los pulmones, la oscilación me nubla el juicio y los puertos lejanos
aún son, queridas amigas. Viaje largo, un solo destino, encontrarme de nuevo con ustedes.
Ustedes que no dejan de pervertir a las almas inocentes con sus doctrinas depravadas, que
incurren en una doble condenación: la suya y la de quienes las escuchan. Nadar hasta donde
cantan, dejarse envolver por sus notas, es abrir la caja de pandora guardada en el alma.