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CESAR MUÑOZ GARRIDO

CARTA ABIERTA
A LOS MARES

SANTIAGO DE CHILE
19 4 7
CARTA ABIERTA

A LOS MARES
CESAR M U Ñ O Z

CARTA ABIERTA
A LOS MARES

SANTIAGO DE CHILE
19 4 7
El alba

Un génesis de espuma, un viaje de alborada,


y despues la odisea desnuda de los mares.
El planeta renueva su música salada
su cuna de relámpagos, su cantar de cantares.

Porque caí a la orilla del mar, chorreaba el lodo


la extraña bienvenida de las olas sedientas
y el destino, buceando cadáveres de yodo,
azotaba a rebatos mis pupilas sangrientas.

El caracol del tímpano, extasiado de menta,


rechazó a medianoche las aguas bautismales
y «on el whiski amargo de la aurora violenta
olvidó para siempre los puntos cardinales.
— 6 —

Junto a los esturiones, despavoridos, vi


que huían del abismo los petreles en ronda.
Como una ánima en pena crucé el Reloncaví
aún sin comprender que la tierra es redonda.

Una luna antropófaga acarició mi infancia.


Desde el Golfo de Penas se amotinó mi sangre,
Y, aunque nadie lo crea, me embriagó la fragahcia
de las viejas maderas, trémulas de vinagre.

Tormentas de salitre mordieron mi garganta


con sus dientes de leche. ¡Oh éxtasis marinos!
Escribí a las sirenas un soneto que espanta
y acrósticos de espuma por todos los caminos.

Me abrazaba al baupréz, corría por las landas


persiguiendo los ecos, náufragos infinitos.
Antes de ser grumete el mar me llevó en andas,
por sus mástiles truncos se crisparon mis gritos.
Mi esqueleto salino se amadrinó en los molos,
en todas las riberas, en todos los paisajes.
¡Tan prófugo el silencio! ¡Tan pálidos los polos!
¡Cuántos amaneceres muertos al abordaje!

Columpios de Borneo, en la argolla nasal


de las tétricas islas fui asediado de escamas
y fluyendo hacia el verde degüello de la sal
me perdí a medianoche decapitando lamas.

De furias y madréporas, la tormenta estrujaba


con sus horrendos crótalos mi fría soledad.
¡Qué viático de angustia en la marea brava!
Sólo el S. O. S. rumbo a la eternidad.
Exaltados cabellos. Verdes escaramuzas.
El frenesí salvaje me arrebató los ojos.
¡Hombre al agua! gritaron las ardientes medusas
cuando se dilataban los crepúsculos rojos.

Mamé los plenilunios, olfateando las huellas


donde la Via Láctea amamanta suicidas,
con su azul paladar encallado de estrellas,
con su leche sonámbula, con sus auras perdidas.
Y vi los archipiélagos, sindicatos rugientes
de bosques sumergidos. Ojerosas caletas.
Focas sietemesinas resbalaban silentes
tras las escandinavas de nostalgias secretas.

Leí en el silabario de las constelaciones


la ruta del cetáceo, la llaga de estribor.
Las viejas madreperlas me dieron sus lecciones
y la canela absurda del Martín Pescador.

¡Oh ventrílocuo eterno! ¡Oh lunas germinales!


de las bahías madres, del estrecho egoísta.
Más de alguna península hirió mis lagrimales,
pero mi corazón no las perdió de vista.

Por sus verdes provincias de pámpanos boreales,


chapoteando en los fiordos las estrellas azulan
a las vendimiadoras que abren sus delantales
y las algas marinas de tedio se estrangulan.

Tabú del horizonte, de los pulpos fanáticos


su abrazo de año nuevo tuve que rehuir.
Las mujeres no entienden de sonetos lunáticos.
Las jibias fugitivas no saben escribir.
Encallado en mi sombra, de pié en el universo
la isla del tesoro no floreció en mis manos,
y sobre el mapamundi escribí el primer verso:
Desde hoy los marineros son todos mis hermanos.

Cuando Octubre desgasta su esmeralda divina,


un río de sirenas florece en altamar.
Cuántas veces, soñando, la espuma matutina
me empañó las pupilas, así aprendí a mirar:

Los cielos oceánicos, sus místicas arrugas,


pecosos archipiélagos, sangrientos meridianos,
las corrientes antárticas plagadas de lampugas,
las grúas que prolongan los secuestros arcanos.

Y besé como nadie la cintura del mundo.


¡Cómo amaban entonces las niñas de mis ojos
los ángelus de Chipre/ el nácar moribundo
del amigo ahogado, fermentando de hinojos.

Las Alaskas desnudas con sus senos armiños


seducían pingüinos, embriagados de esplin.
Con las hostias polares comulgaban los niños
encumbrando en la tarde un sueño volantín.

Junto a la piedra pómez, mis trajes marineros.


Los Domingos sacaban sus cachitos al sol.
Mis castillos de arena, mis sueños bucaneros,
todos se evaporaron como se va el alcohol.

¡Oh! el fracaso sin límites de mi primera fuga,


nadie me conocía, paria de los andenes.
El mar era un fantasma, el cielo una tortuga
gangrenada de nubes, resbalando en mis sienes.
Las esponjas sin rumbo no enjugaban mi llanto.
Las olas se empinaban por mi duro perfil
con hurañas salivas. Mis llagas mientras tanto
me injertaban el yodo predilecto de Abril.

De mis vagabundajes regresaba sereno,


el hambre entre los pómulos, la fiebre en el frontal.
Junto á la Cruz del Sur siempre fui el ladrón bueno.
Las anclas y los clavos son del mismo metal.

Igual que una Verónica de cabellera suelta,


deshilando su edad de tímidos rosales,
mi madre, leche y lágrimas, esperaba mi vuelta
para lavar mi rostro con sus manos juncales.

Y enjugaba en mis ojos, el mar, la luna llena


de la gran aventura, su resaca inmortal.
Yo entonces recordaba aquella Nochebuena
que descubrí en sus huellas al viejito Pascual.

Mi padre era un rastrojo de Miércoles ceniza,


un recuerdo sin sombra, un eslabón andino.
Mi madre era un torrente de ternura sumisa
con una timidez de evangelio divino.

Sus llaves a la antigua, su pan, sus delantales.


En su pecho mecía la tierra del hogar.
Soñaba que eran cinco los puntos cardinales,
mi madre, azul crepúsculo, nació a orillas del mar.

Tal vefc, pienso, por eso, crepita entre mis venas


la inmensidad, las agrias praderías del mar.
El polvo de la tierra me estrangula y apenas
su cuna de silencio me podía amarrar.
— 10 —

Y me iba en las tardes, como se va la vida,


de lejos me llamaban sus violines ascetas
con el mismo sabor de una letra vencida
y hasta los perros vagos se creían poetas..

Después el mismo mar, tal vez arrepentido,


como un Cristo de espuma me ha lavado los pies,
con sus sales proféticas, taciturno exprimido,
con su verde parábola que me dice: Así es.

Y en los globos terráqueos, enjaulados países


donde los niños sueñan con locos papagayos.
También los andarines con sus báculos grises
fueron de esa ruleta los más fieles vasallos.

¡Oh heraldos submarinos! ''Barracudas" radiantes


vinieron del insomnio a serpentear esquifes.
Para las grandes furias, los grandes tripulantes,
para la muerte eterna, los fieros arrecifes.

Yo no sé donde muere la estrella vespertina,


como tampoco sé su idioma forastero.
Empapado en distancias, sinónimo de espina
le di caza a los astros con mi arpón ballenero.

¡Oh la copa del mar! ¡Oh lívidos flotantes!


Sus moribundos vértigos desafié con mi tórax.
Istmos tuberculosos sollozaban distantes
diezmados de escorbuto, trashumados de bórax.

Mar adentro, las islas, los pájaros fragatas.


Las últimas burbujas, los verdes estertores
del alisio almirante, carcomido de ratas
y el gris amanecido de peces voladores.
— 11 —

¡Oh tímidas Islandias! Remotas oceanías.


Fui nadando sin tregua cara a cara a la luna,
las olas divagaban absurdas travesías
de cráneos vagabundos y canciones de cuna.

Y entre crucificados trinquetes hice alarde


de multiplicar peces con mis claves marinas.
Nadie se ha preguntado ¿y por qué aquella tarde
no robó el ladrón bueno su corona de espinas?

Tan salobre la sal, golpeada la ribera,


la niebla agonizante, el mástil sumergido
que al llamado del bosque aúlla en primavera.
Tan fría la intemperie, tan lejano el olvido.

Es verdad que en mis sueños descubrí mi potencia.


Si en vez de Sursum Corda grité: ¡Aguas arriba!
fué por que los grumetes, anfibios de la ausencia,
no saben del maná que flota a la deriva.
Por los islotes huérfanos de limos taciturnos
carillones de sílice sirgaron mi sonrisa.
Qué de besos anónimos en mis viajes nocturnos,
jarcias fosforescentes gemían en la brisa.
Más allá del otoño, en los días sin grúas
fué un amargo ostracismo mi sueño de timones
y no bebí el alcohol azul de los papúas
gritando; no me olvides, entre los malecones.
¡Oh Guineas frenéticas! donde destila el mar
su ironía de albatros, sus resacas soberbias.
Después, las tardes cíclopes, su oro crepuscular
hundían en el vientre de sus bahías ebrias.
— 12 —

Y ahora acongojado, frente al amanecer,


no sé si a medianoche los jíbaros verdugos
mi corazón hirvieron, o si yo sin querer
enredé en el Atlántida sus postreros mendrugos.

Zanzibar del ensueño. Remontando la vida


donde el azul a veces madruga de suicida,
delirante de sal, fui el único testigo.

Aquí está el mar cantando, cantando a la distancia.


En su infancia perpetua fué un caracol mi infancia.
Aquí está el mar, el mar, este es el mar, mi amigo.
Ló adolescencia

Contra todos los vientos, hacia todos los mares,


desde los golfos parias al arco de mi frente
el fardo de los días derrumbó mis cantares
y el nítido equinoccio de mi sueño doliente.
Más alto que los mástiles, pero también más triste
que una Siberia muda, que un letargo invernal,
con mi harapo de nubes, capitán, tú me viste
en mi primera cita con la aurora boreal.

Me celaron las olas, las palmeras desnudas


con su voz desgreñada de sílabas fragantes,
los días renegados de neblinas ceñudas
teñían el mar rojo de unos labios distantes.
Meridianos humildes lamían a los muertos.
Del fondo de los siglos caían las palabras
y la palabra amada con los brazos abiertos
era como un suplicio de vocales amargas.

Fugitivos siniestros, los pájaros beodos,


también iban buscando un delirio de amor.
Escudriñando el alba, desgarrada de yodos,
gemía el horizonte un beso embriagador.
— 14 —

Las golondrinas mueren, mueren crucificadas


cuando la Cruz del Sur enciende sus maderos,
donde los arco-iris desangran otoñadas,
las golondrinas mueren en cielos extranjeros.

Todo gime, la noche, los meses andariegos


con los astros a cuestas, ebrios turbantes rojos.
¡Ah! mis ojos hundidos son dos buzos noruegos
que en noches oceánicas van buscando sus ojos.

Y he besado las dunas como si fueran senos,


como si fueran duros lactarios pensativos.
La tarde se despeina, turgente de venenos,
sacude sus entrañas de fuegos primitivos.

A veces, siento el eco de su mirar profundo.


Su fragancia absoluta se desliza en mi sombra
y he salido a su encuentro por las tardes del mundo
y he besado los cielos cuando el cielo la nombra.

El nocturno doliente agoniza en crisálidas


como un azul sonámbulo en el perfil marino.
Presiento sus caricias, como dos rosas pálidas
que envuelven la tristeza sin fin de mi destino.

Y fué entonces, allá lejos, ¡Eureka!, junto al mar.


Era tú que corrías, eras tú bienamada,
tu cabellera suelta, ámbar crepuscular,
tu diadema de amor, tu organdí de alborada.

Y te hablé ¡Oh! mis manos en tus manos menudas.


Tus oios me miraban, yo mirando tu vida
me ahogaba en el río de tus trenzas desnudas
roñando en el regreso antes de la partida.
— 15 —

Dime si me aguardabas desde antiguas distancias,


desde los días náufragos, desde otra edad sombría.
La noche se desviste, se extremecen mis ansias,
la avidez de mis sueños te van haciendo mía.

Nací, quiero que sepas, un Martes de agonía


de un año entristecido que no puedo olvidar,
me abrazé a la cintura de Septiembre, venía
de la tierra de nadie a la entrega del mar.

Desde ahora, tú y yo. Mis besos serán tuyos,


y en el plural del sueño serán míos tus besos.
Naranjal de mi boca, estruja tus capullos,
desde ahora tú y yo, rosedal de mis besos.

Tu silencio da al cielo de mis poemas grises.


Tu sonrisa al otoño que tu misma deshojas.
El ancla de tu acento va escarbando raíces
como escarban los niños un trébol de cuatro hojas.

Eres el eco azul, eres la carcajada


de los lirios de Octubre sobre la tierra trunca.
Anoche nos miramos tanto que a la alborada
al vernos cara a cara nació el beso de nunca.

¡Oh el cénit de los besos! Somos corrientés locas.


Mujer, somos corrientes de amor y de tristeza.
Soy más de tus pupilas, tú eres más de mi boca,
aún hay tantas islas donde nadie se besa.

Ebria toda de amor, junto a mí palideces


como frehte a los mares palidecen las lunas.
Reencarnados al alba, como hermanos siameces
nos vió la marejada, renaciendo en las dunas.
— 16 —

¡Oh el estar junto al mar! Tendidos, neptunianos.


La canción de las islas canta en tu cabellera.
El dialecto salino nos enlazó las manos
y un nudo en la garganta nos ató a la ribera.

Dulcemente la noche nos dá la bienvenida,


aquí no llega el mundo a sirgarme resabios.
¡Qué grandes son mujer los ojos de tu vida'
¡Qué grandes son mujer los besos de tus labios!

Tu mínima cintura, tus senos de avanzada


donde sembré mi amor antes de conocerte.
Todo en tí va emigrando cuando de madrugada
me abrazas como huyendo de la vida y la muerte.

Tus rodillas sonríen, sonríen tus caderas.


Una raza cautiva en tu pecho palpita,
la acaricio., de noche, bajan por sus laderas
mis rebaños de besos con su fiebre inaudita.

Tus manos me recuerdan los marfiles lunáticos


y el opio que destila la luna en Singapur.
Tus cabellos descienden como otoños asiáticos
cuando tus dos ojeras avanzan hacia el Sur.

Amada, en aquel tiempo, tu misma confundiste


la densidad del alma, su despecho estelar.
Mirabas triste el mar, siempre mirabas triste,
las olas conjugaban, partir y regresar.

Todavía soñabas, soñabas todavía


una hoguera infinita en los atardeceres.
Los amores vencidos, como un escampavía
se escurrían preñados de adioses da mujeres.
— 17 —

Y fué entonces mi aliento abrazado a tu aliento.


Después los días grises con su angustia lunar.
El mantel desteñido, el visillo sangriento
de tu convalescencia, tus ansias de llorar.
Tus miradas son frases de silencio. No llores.
Tus pupilas han dejado húmeda la ventana.
¡Qué grande es la tristeza de los grandes amores!
No llores que te siento cada vez más lejana.
¡Oh el amargo secreto que sangra en tu corpiño,
siempre me irá siguiendo con paso familiar.
¡Cómo llora el futuro cuando abortan un niño!
¡Cómo hubiese corrido por la orilla del mar!

Hoy no hablemos de aquello naranjal de mi boca


Hoy no hablemos de aquello, hoy no hablemos de
[nada.
Olvida aquel silencio crispado que provoca
con la pregunta exangüe de una voz coagulada.

El era todo amcr, era mi amor y el tuyo,


era el amor del mar, infinito en creciente.
Dijiste: ¡qué dirán! y murió por tu orgullo,
dije, no puede ser y murió humildemente.

Y es nuestro propio amor tendido entre nosotros.


Un quejido extraviado que a lo lejos delira.
¿Nos podremos besar como se besan otros,
sin reproches, sin lágrimas, si hasta el viente suspira.

Bien sé que en Navidad hay risa en los jardines.


Cierra bien la ventana. No mires tu regazo.
Ama en tu desamor, la edad de los jazmines,
él tendría esa edad en el último abrazo.
— 18 —

Todo es vacío ahora, las sienes del suicida


que de lejos salpican, tu vientre, mis palabras.
La luna en cuarentena, la copa de la vida
se desborda en sollozos y cenizas macabras.

Bésame inmensamente, el tiempo nos devora.


Nuestro amor, tú lo sabes, va gimiendo al pasado,
como un Judas extrañó que arrepentido llora
sobre nuestras mejillas por el beso no dado.

Enjuga, muerde, apaga mi frente alicaida.


De nuestros besos caen, sangrientos crucifijos.
En tus pechos desnudos ya no tendrán guarida
mis sienes, mis dos labios, la huella de mis hijos.

La palidez del agua, su destino de nieve.


Nuestro amor grita, sangra... Es inútil llorar.
No te alejes del mar, el silencio es tan breve.
Tan sórdida la tierra, no te alejes del mar.

Tu pañuelo de lágrimas, borrachas las gaviotas,


adiós, amada, adiós, ya dieron la partida.
Eres como un recuerdo con las dos alas rotas.
¡Qué grandes eran mujer los ojos de tu vida!

En ellos, florecía la ansiedad de los mares.


Alta luz, río abajo, la dicha de ojos verdes.
Amargos Dardanelos, ermitaños polares
te gritaron mi nombre, tal vez no lo recuerdes.

Yo a veces te recuerdo, limítrofe del sueño


y la Isla del Diablo aúlla en mis ojeras.
Quiero olvidar tu olvido ¡Oh náufrago risueño!
Quiero enterrar conmigo todas las primaveras.
— 19 —

Y en la ronda del whiski, gris, sediento, nublado,


el letargo del vino busca a ciegas tu pecho.
El saber de tu nombre es un sabor crispado
en el sur del olvido, un gemido deshecho.

Tus sandalias de novia se las puso el olvido.


¿En qué vino enigmático he perdido tu acento?
Se me fué entre los dedos, tal vez lo he confundido
con un terrón de azúcar, agridulce y sangriento.

La sal con su indolencia, sus diás toles de espuma


me fueron asediando de huiros oceánicos.
Patagonias hurañas, dentelladas de brumas
curvaron mi . sonrisa de arreboles satánicos.

De ahí mi adolescencia de brújulas alcohólicas.


De ahí aquel tatuaje de índole estrellada.
Mi horóscopo marino de carlingas diabólicas.
De ahí mis digitales, muertas a la alborada.

Siempre el primer amor trae un ajuar de liendres


y en los senos hambrientos un beso moribundo.
Lejos, yo no sé donde, pero nadie comprende
hasta donde los besos pueden cambiar el mundo.

Concubina del cielo, Africa se desnuda.


¡Cómo la estupra el sol mordiendo sus axilas!
Oh selvas epilépticas de árboles que sin duda
lo vieron abrazando etiópicas pupilas.

Con su hidrofobia eterna las olas impregnaron


de fiebre universal mi tuétano latino,
y yo mordí a mi vez a aquellas que negaron
que espiaban en los puertos la veta del destino.
— 20 —

¡Qué trágico el mar muerto! ¡Qué siniestro! ¡Qué


[obscuro!
Su postuma aridez me circundó de abrojos,
y fué una noche larga de alquitrán inseguro
su ávida turbonada de lánguidos despojos.
Hembras septentrionales de anónima ternura
me dieron el calor de su cintura amada.
Nunca hablamos del mar. Pregunta la amargura
¿hoy con quién cambiarán las fundas de la almohada?

Y tras las despedidas, mi noche de saudades.


La angustia semestral del amor extenuado.
El pañuelo terrible, las tarjetas postales
y esa fotografía que detuvo el pasado.
Y yo que amé lejanos violines invencibles
y yo que bautizé la Rosa de los Vientos,
entre leyendas óseas y espectros infalibles
bebí en mi mismo cráneo, infames pensamientos.

Iracundos Galápagos. Urticaria inaudita


asedió mi semblante con su liquen fanático
Fui de la tribu nómade de la aurora maldita,
de los ríos secietos, un afluente enigmático.

Y me fui endureciendo, insolentes retinas.


Ventisquero del odio junto a mis parietales.
¿Qué rebeldes imanes coronados de espinas
guiaron hasta mí, sus jaurías bestiales?

Fieramente a los mares, tigres embravecidos


los domé con mi huasca de negras maldiciones,
Ja escafandra perlifera de los soles rendidos
de légamos antárticos inundó mis pulmones.
— 21 —

De los filibusteros, un místico atavismo.


¡Oh los huesos cruzados junto a las calaveras!
Del Caribe al infierno, escila del abismo,
fui el más cruel desertor de todas las banderas.

Más allá del crepúsculo el mar era un galeote


estibando sus sales contra mi sombra mustia.
En los barcos negreros decretaba el azote
cuando el tambor del Africa sollozaba de angustia.

Por las selvas anfibias, el hacha de mis naves


fué talando la bruma de las desolaciones.
Calla tu lengua efímera ¡Oh poeta! ¿qué sabes
de la agria medialuna de las trepanaciones.

La salmuera parida en cada madrugada


por las vírgenes locr.s del Ecuador sangrante
invadieron mis venas de espectral marejada
desdeñando el diptongo de mi sueño emigrante.

Todas las esmeraldas con sus retinas bruscas


como novias perdidas nos dejan un rencor.
Murió la primavera con sus fiebres verduzcas,
de cáncer el otoño, de cólera el amor.

De la flora oceánica, amargos harakiris


cosecharon sin tregua mis ojeras chupadas.
Bebí como un vampiro el rouge del arco-iris
entre los fuegos fatuos de las tumbas violadas.

Y los años bisiestos, como fantasmas rudos


saben a neftalina sobre la tierra firme.
Entre el día y la noche, los cielos tartamudos
y la disculpa idiota: Aún no puedo irme.
— 22 —

Donde todo termina, árbol, gemido, azufre,


estrujé en mis mandíbulas ¡cuántas tardes agónicas!
Por las raudas corrientes al principio se sufre
después se blinda el pecho de cortezas ciclónicas.
¿No habéis sentido nunca bogar ert las arterias
como en una canoa al eslabón perdido?
Arrecifes sonámbulos, eglantinas de histerias,
aullar en la sangre Terranovas de olvido?
Salpicado de brumas. Septentrión de amapolas
me fui transfigurando, periplo de sargazos.
Quemé todas mis naves, mis pómulos rompeolas
supieron del reproche de los espolonazos.
Por eso pude entonces beber el plenilunio
en el pecho anhelante de las náyades puras
y estrangular pezones, como rosas de Junio
sin tener en los párpados nada más que aventuras.
Carenando mis sienes. Trenzas peninsulares.
Cien grados bajo cero el amor ya no existe.
El almidón fantástico de los vientos polares
me sirvió de bufanda con su balido triste.
Trémulas Greolandias donde tiene el olvido
su utopía de ice-bergs, sus ojeras difuntas.
¡Cuánta nieve enlutada! ¡Cuánto sueño perdido!
tendido para siempre con las manos muy juntas.
Los puntos cardinales no conocen mi ruta.
Y aunque el mar es a veces un vaso de cicuta
frente a su eternidad se embriaga todo el mundo.
El mar (nadie lo sabe), el mar es un poeta
que escribe a medianoche con su angustia secreta.
El 'mar, este es el mar, mi amigo vagabundo.
Soledad

Voy ebrio de aventuras, sin rumbo por los mares


y por los amotinados abismos del planeta.
Y si muero en la Antártica, renazco en las Baleares
conozco del océano sus corrientes secretas.

Conozco y reconozco sus lunas genitales,


sus soles sanguinarios, oblicuos en el Polo.
Y siempre estoy más lejos mordido por las sales,
y siempre estoy más triste, y siempre estoy más solo.

Es la edad del salitre, la embriaguez de las olas


que revientan sus sexos en los últimos piélagos,
por donde las medusas, mutiladas y solas,
flotan como mandrágoras entre los archipiélagos.
— 24 —

Los caracoles siembran radiogramas fecundos,


las sepias putrefactas gelatinas de asombro
y el escorbuto avanza sobre los moribundos
¡Ah! la muerte lo lleva como un jaguar al hombro.

Por las costas fatídicas de hipocampos malditos


se estrellan las semanas, viejos remolcadores
de Domingos inútiles, de Viernes infinitos,
de Sábados borrachos, de grises estertores.

Golpeando hasta los límites su desbordante túnica


de músicas furiosas el océano canta
la sonata inmortal de su tristeza única.
Amazonas gigantes enjugan su garganta.

La acústica oceánica martiriza mis huesos,


su lepra de sordinas por mi perfil avanza.
Labios duros, besados, sepulcros de mis besos
donde perdí el sabor de Ultima Esperanza.

Los aires taciturnos de los viejos países,


las madréporas ciegas con sus leyendas mudas
me dieron aquel gesto espartano de Ulises,
los puertos anfitriones me sacaron de dudas.

Nadie gritaba, nadie, y era sólo el lamento


y era sólo el chandú lejano del olvido.
Los lamborés caníbales gemían en el viento
como gime a lo lejos el alcatraz herido.

Y entre las dentelladas de las desolaciones


los fémures danzaban sobre los cabrestantes,
hoy, ¡cuántos capitanes con sus tripulaciones!
son estatuas de témpanos, holandeces errantes.
— 25 —

Se alojan en la obscura posada del invierno,


desfilan y dialogan, es un tétrico enjambre.
Sus húmedas escorias regresan del eterno
para morir de nuevo en el Puerto del Hambre.

Vagan por el suburbio de la mar. Junto a ellos


mi heredad de patíbulo, renace, llora, grita.
¡Muera la jerarquía de los ángeles bellos!
¡sembrar al abordaje la nueva dinamita!

La llave de los Césares, tridentes infernales


surcan el derrotero del láudano homicida.
Y avanzan patrullando los tritones feudales
nuevas generaciones de palidez florida.

De fulgores mesiánicos, mi voz comospolita


grita en el horizonte ¡Abrir los corazones!
al ímpetu sonoro de la sal infinita,
de qué sirven, pregunto, las viejas oracioiíes.

Filatelia del Sur. Cuando el viento deshila


jarcias en mis cabellos, delfines de arrebol,
las islas despeinadas de dulce clorofila
como pálidás viudas se calientan al sol.
A veces escudriño el pcaso que expira,
sus brioles demoníacos, su bronce saturnal,
mi corazón crispado su tentáculo estira
hacia donde florece la primavera austral.

Sin embargo mis ojos ruedan decapitados


como un eco perdido, siniestro de corales.
¡Qué importa si la noche por los acantilados
revienta sus rapsodias de atlánticos fluviales.
— 26 —

¿Quién liberta gaviotas? ¿Antípodas irreales?


¿Quién al violín rapiña vió morir en mi frente?
Nadie sabrá jamás porque mis lagrimales
dos taciturnos deltas semejan al poniente.

Viejos lobos de mar, los astros iracundos


se aislan en la noche y agitan su pañuelo
al cometa turista, desertor de otros mundos,
filósofo del viaje, vagabundo del cielo.

Todos vamos viajando, nóma^fe planetarios


del país de la lluvia al distrito estival.
Cada día es un puerto ¡Oh muelles Sagitarios!
en la marcha forzada del río universal.

Los diástoles sanguíneos remolcando la vida,


las tardes golondrinas, las canciones isleñas,
el galeón del otoño, el petróleo suicida,
las nubes que' destilan un lastre de cigüeña».

Puesta de sol, el mar, siempre es otro, distinto,


distinto de si mismo se pierde en la distancia.
Haití, Ceilán, Corea son de mi laberinto
y Marsella escondida en las noches de Francia.
Y las aves marinas, tránsfugas otoñales
una estela de adioses dejan en la mirada.
Y canta el Gulf Stream, baladas ancestrales
Todos vamos viajando de la nada a la nada.

Las palabras ya dichas, lo que el amor escribe


a la orilla del mar. Siempre moa amaremos
Hoy mis parientes muertos no asaltan el Caribe,
no son más que un puñado de humildes crisantemos.
— 27 —

Su» orgullo de arrebol arriba a duras penas


por donde el litoral cosecha mis canciones.
Paralelos eunucos resguardan mis sirenas
de los navios sátiros, de los negros turbiones
¿No habéis visto las Indias con su cría de estrellas,
sus pezones broncíneos, su verde poderío?
Antes buscaba su alma, ahora frente a ellas
mis labios sólo buscan su pecho de rocío.

En sus locas palmeras, mis versos, mis baúles,


mis áncoras marchitas se estrellan sin cesar.
Si todo lo ¡he perdido por sus cielos azules,
por sus anchos senderos quisiera naufragar.

Quiero encen.ier el fósforo de mi propio esqueleto.


Quiero a orillas del mar poder llorar a gritos,
pero todo es inútil, mi llanto es un secreto,
más allá del olvido comienza su infinito.

Y esa misma tristeza con que los pescadores


recogen la osamenta de los navios muertos,
se arrodilla en mi oído, me habla de otros amores,
de otros dioses lejanos, de otros lejanos ouertos.

Cuando el mar inaugura sus masacres furtivas


brama mi corazón sus propios desengaños.
No volver a gritar jamás ¡aguas arriba!
mientras caen los meses del árbol de los años.

No volver a cantar las canciones australes,


proa gris del recuerdo. No volver a besar
a las islas desnudas como geishas nupciales,
a las estrellas locas en el vientre del mar.
— 28 —

Hoy la luna del Sur es como una hetaira


que se estrangula histérica en un salto mortal.
¡Cuánto estrago, habré visto, si hasta el alba delira
en los espumarajos de una lepra infernal.

Hacia tierras extrañas grita mi timonel


amurando ensenadas de un azul insondable.
En la gruta perdida de mi boca, el betel,
en mis manos la pipa de espuma inolvidable.

¡Oh las islas preñadas de vaivenes menguantes,


de loros parlanchines, de cráneos pensativos
que al masticar los siglos, incubones rumiantes,
resguardan urf tesoro de sueños primitivos.

Aún recuerda el mar, los bucaneros cojos


del último abordaje. Yo también he bebido
en el ron de Jamaica, con la sed de mis ojos,
sangre de Veracruz, Tortuga del olvido.

Virginias soñolientas, Californias escuálidas


tendidas como hembras me extendían sus brazos.
Respirando al unísono de las gaviotas pálidas
el mar abría al cielo sus profundos ojazos.

En las aguas remotas, se tumban como enfermas


las ballenas estúpidas al amparo de un Dios,
la muerte les envía anónimos de espermas
y alguien que no conozco siempre les grita: adiós.
Y hasta mis fríos huesos que anuncian desolados
oráculos de lluvia, remotos vendavales,
en ásperas tabernas se duermen abrazados
a una ausencia ojerosa de glaucos siderales.
— 29 —

Un fumadero de opio en las brumas vegeta.


Los continentes alzan sus cabos soñadores
y los faros se ahogan, igual que una violeta
cuando llega el otoño, malaria de rencores.

¡Qué rudo el hospedaje de los embarcaderos!


Un enganche de estrellas venía de altamar
a descargar rocío, llanto de aserraderos
y la escarcha doliente de la Estrella Polar.

El hastío del Asia me lamió las mejillas,


sus húmedos monzones, andróginos opacos
sobre mi corazón hundían sus rodillas,
su modorra de luna, su anemia de tabaco.

Hombre de todas partes y a la vez de ninguna


sigo el itinerario sin rumbo de los días.
Chile es el quijotesco muelle donde la luna
olvida su equipaje de grandes melodías.

Así, bien sé qüe un día, dejaré mi equipaje


de duros temporales, de vértebras roídas.
Me ahogaré en el mar, yo estaré en el oleaje,
en las frías tormentas, en las trombas floridas.

Más allá de la espuma, acarreando mareas


de poemas salobres, de salitres perdidos,
y le daré a los náufragos el bienvenido seas,
En el mar ¡qué sarcasmo! todos son bienvenidos.

Adiós, adiós grumetes ilotas de cubierta.


Adiós parias del mástil de pupilas lejanas.
Adiós repite el eco sobre la lengua muerta
del grumete ahorcado en las naves cristianas.
- 30 —

Adiós a los del Támesis, a la muchacha rubia,


albión de mis caricias, capricho del gemido.
Cantando el Tipperary, cara a cara a la lluvia
nuestro hogar, fué un hotel, esquina del olvido.

Adiós a las trigueñas, vértigos y diluvios


que bebí en las mejillas del Sena y del Amur,
con las treinta monedas de sus cabellos rubios
jugaré en la ruleta que hay en la Cruz del Sur.

Adiós Dakar, Argel. Negros estibadores


de la gran pena negra, del marfil soñador.
Bajan de las pirámides los vientos linchadores
¡Cómo estruja la tierra vuestro antiguo sudor!

Adiós ¡Oh rostros pálidos! Torrente ultramarino


de los descubridores de cada amanecer.
Mi verbo, zozobrando va por el mar latino
como un barco que nunca, que nunca ha de volver.

Pescadoras de perlas, Bretaña, Las Azores


giran en la bohemia del viento nocturnal,
desgarran las galernas sus áureos sinsabores
junto a los trasnochados pontones de coral.

El rostro de las horas se alarga con sus hieles,


sus lívidos minutos, su febril secundario.
¿Dónde ir a carenar, muertos los timoneles,
las cartas destruidas, muerto el abecedario?

Quiero entrar en la zona de la rada postrera


con mi sombra a estribor, enclenque de arreboles
y que salten las olas junto a mi calavera
como saltan los niños junto a los caracoles.
- 31 —

Es vepdad que mi vida ya eumplió las tres horas


y en la cruz de los vientos, sigo crucificado.
Cante a todos los mares en púrpuras y auroras.
Amé en todos los puertos y en todos me han negado.

Como un mástil que sangra crepuscular resina,


gota a gota, los días, huyen desesperados.
Me escoltarán los muertos con su órbita salina,
me escoltarán los vivos por verme flagelado.

Y aquí estoy, solitario, al fin de mi extravío,


como un fenicio extraño en su último crucero,
las mareas salvajes castigan mi navio
y un deshielo oceánico ahoga mi astillero.
Vuelvo desmantelado, arriando mis banderas.
Hay un sudor de sangre en todos mis ocasos,
un cadáver de luna se pudre en mis ojeras
y un vacío siniestro fermenta entre mis brazos.

Como un pescador chino se teje una mortaja


con sus búdicas redes, con sus propias cadenas,
así escribí estos versos, algunos en voz baja
husmeando en mis angustias el éter de mis penas.

Dragando mis retinas. Escarbando de bruces


en mi obscura agonía de besos coagulados,
Poliglota del sueño, entre pálidas cruces,
de recuerdos futuros, de hierros oxidados.

De noche las palabras, manchan mi corazón,


asaltan mi garganta y arriban a mi boca,
más duras que el diamante, son hijas del carbón,
mi alma enciende en ellas su bitácora loca.
— 32 —

Estoy mirando al mar, miro mi sepultura


abrazada a las olas. Soy del agua futura,
de la eterna galera que siempre ha de bogar.

Los marineros muertos cantan eternamente.


Estoy mirando al mar, lo miro frente a frente
y grito como-todo6: El mar, el mar, el mar.

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