único derecho que jamás las sociedades han negado
rincón
El
de
Lectura
Antes de leer...
►Recuerde: ¿Qué características y funciones
posee un ensayo?
►Analice: ¿Existen conquistas reales de las
mujeres en cuanto a igualdad de género?
►Reflexione: ¿Cuál ha sido el papel de las
religiones en las diversas culturas frente a la
dignidad de la mujer como ser humano?
Amo y sierva.
Autora: Yadira Calvo.
“Puesto que se permite que la mujer suba al
cadalso, debe permitírsele también que suba a la
tribuna”, manifestó Olympe de Gouges en alguna de
sus intervenciones durante la Revolución Francesa. Y
subió a la tribuna algunas veces porque se había roto
el orden. Una de ellas, durante la Asamblea Federativa
de Amigos de la Verdad, en diciembre de 1870, en la
que se pide que no se críe a las mujeres solo para placer
de los varones, que se las eduque y se transforme su
subordinación en asociación. Y como la Declaración
de los Derechos del Hombre había sido hecha solo por
hombres y para hombres, Olympe propuso en 1871
la Declaración de los Derechos de la Mujer. En ella
establece los siguientes principios: “La mujer nace libre
y permanece igual al hombre en derechos” (art. I); los
derechos “naturales e imprescindibles” son “la libertad,
la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a
la opresión” (art. II); todo lo que no esté prohibido por las
leyes de la naturaleza “no puede ser impedido y nadie
puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan”
(art. V); la ley “debe ser la misma” para ciudadanos
y ciudadanas, los y las cuales “deben ser igualmente
admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos
públicos, según sus capacidades y sin más distinción
que la de sus virtudes y talentos” (art. VI).1 La República
Francesa la recompensó concediéndole al menos el
224
a las mujeres: el de subir al patíbulo.
El cristianismo, que se extendió por toda Europa
desde hace más de dos mil años, les había negado
expresamente, en las Epístolas de san Pablo, el derecho
con que soñaba Olympe: él les manda callarse en
las asambleas, mantenerse sumisas, guardar silencio,
no enseñar ni dominar al hombre, “porque Adán fue
formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado
no fue Adán, sino la mujer, que seducida, incurrió en la
trasgresión” (1 Cor 14:34).
Tal actitud puede ser explicada por la mezcla de las
culturas judaica, griega y romana, las cuales mantenían
a las mujeres en posición de inferioridad, lo que significa
que para el tiempo en que fueron escritas las Epístolas,
pudo tratarse ya de una franca misoginia. San Pablo
encontró en Génesis 2:18-23 una justificación teológica
para condenarlas al silencio y la obediencia, aunque
en Génesis 1:27 aparece escrito: “Y creó Dios al ser
humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón
y mujer los creó”. Es obvio que los dos relatos bíblicos
aquí citados pertenecen a dos tradiciones diferentes.
Se supone que el Génesis incorpora elementos de
narraciones cosmogónicas comunes a las religiones
orientales. Es al menos curioso que ni san Pablo ni los
teólogos que se fundaron en él, prestaran atención
al relato de Génesis 1, en el que aparece patente la
igualdad fundamental entre los sexos.
En los Diez Mandamientos se subraya también la
posición de inferioridad de las mujeres: “No codiciarás la
casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo;
ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada
que sea de él” (Ex 20:17). Como se puede observar,
son leyes dirigidas solo a varones y la enumeración del
precepto tiene un orden descendente: lo principal para
su redactor es la casa, y después de ella, conformando
un solo grupo, aparecen mujeres, esclavos, esclavas y
ganado, o sea, los bienes económicos.
Este estado de dependencia es el argumento,
pretendidamente teológico, que ha valido siempre de
pretexto para impedir el sacerdocio femenino. Debido
al status subiectionis en que Dios mismo la colocó sobre
la Tierra para obedecer y servir, la mujer no puede actuar
como intermediaria entre Él y su pueblo: no fue creada
a Su imagen sino extraída de un costado de Adán,
cuestión esta de gran importancia en una civilización
tan profundamente marcada por el hecho religioso.
San Pablo no permite que la mujer enseñe al hombre.
Por esto, el Código de Derecho Canónigo dispone que
“solo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada
ordenación”.2 Ante el apremio de ciertos grupos
inconformes que intentaban la ordenación sacerdotal
femenina, en diciembre de 2007 la Congregación para
la Doctrina de la Fe la declaró “delito grave”, castigada
“automáticamente” con la excomunión.3 En 2010 se
incluyó esta medida entre los “delitos más graves contra
los Sacramentos”, comprendiendo también a quien
o quienes confirieran la orden, en cuyo caso el “reo”,
como dice el escrito, puede ser depuesto u obligado
a dimitir.4
Respecto de las actividades de personas laicas
dentro de la iglesia las cosas tampoco han progresado
mucho. En la Tercera Instrucción General de 5 de
setiembre de 1970, para aplicar debidamente la
constitución Sacrosanctum Concilium, se establece
que las mujeres pueden “enunciar las intenciones de
la oración universal”, “dirigir el canto de la asamblea”,
“tocar el órgano u otros instrumentos permitidos”,
“leer moniciones que ayuden a los fieles a una mejor
comprensión del rito”, y desempeñar “algunas
funciones que en circunstancias análogas” se les
confían generalmente a ellas, tales como “recibir a
los fieles en la puerta de la iglesia y acomodarlos en
los puestos correspondientes, ordenar sus procesiones,
recoger la limosna”. Pueden “hacer las lecturas, menos
el evangelio”; y ya sean doncellas, casadas o religiosas,
se les prohíbe servir en el altar en iglesias, casas,
conventos, colegios o instituciones femeninas.5
El Misal Romano permite a seglares ejercer “todos
los ministerios que están por debajo de los propios del
diácono”, pero especifica que a las mujeres, “según
el prudente juicio del rector de la iglesia”, “podrán
confiarse” “los ministerios que se ejecutan fuera del
presbiterio”. La Conferencia Episcopal tiene la potestad
de permitir que una “mujer idónea” haga “las lecturas
que preceden al evangelio y presente las intenciones
de la oración a los fieles”.6
Cuando en 1972 se crean para el laicado,
las funciones litúrgicas de lector y acólito, queda
explícitamente dispuesto que las mujeres sean
excluidas de ellas conforme a la tradición eclesiástica.
En 1973, la Instrucción Immensae caritatis admite que
a falta de acólito instituido se escoja “por este orden:
un lector, un seminarista mayor, un religioso varón,
una religiosa, un catequista, un varón o una mujer”.7
La misma enumeración descendente que en los Diez
Mandamientos.
En 1980, mediante la Instrucción lnaestimabile
Donum se permite a las mujeres leer en voz alta y
pronunciar las intenciones de la oración universal
en los servicios litúrgicos, pero no “desempeñar lo
encomendado a los acólitos o monaguillos junto al
altar del ministro”.8 Posteriormente, el nuevo Código
de Derecho Canónico, de 1983, en el canon 230 §1
autoriza a “los varones laicos” con “edad y condiciones
determinadas por decreto de la Conferencia
Episcopal”, a ejercer el “ministerio estable de lector
y acólito”. En el canon 230 §2, sin especificar sexo,
establece también que “los laicos”, “por encargo
temporal”, pueden desempeñar las labores de “lector”
en las ceremonias litúrgicas, “comentador, cantor y
otras, a tenor de la norma del derecho”; y, “donde
aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros”,
pueden también “aunque no sean acólitos, suplirles
en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el
ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas,
administrar el bautismo y dar la sagrada comunión,
según las prescripciones del derecho”.9 Puesto que
en este último caso no se especifica el sexo de esos
“laicos”, en 1992, ante consulta, el Papa señala que es
incluyente. Esto significa admitir a las mujeres no solo en
la tarea de vestir santos para las procesiones, pero en
todo caso en actividades interinas y temporales, nunca
estables. Esto se recalca en la interpretación auténtica
del canon en cuestión, aparecida en el boletín
oficial Acta Apostolicae Sedis en 1994,10 donde se
aclara su carácter temporal, permisivo, no restrictivo,
dependiendo del parecer de la Conferencia episcopal,
y no exigible como derecho.11 O sea que la igualdad en
la Iglesia está en la cola de un venado.
El mismo velo con que se obligaba a las fieles a
cubrirse la cabeza hasta pasada la primera mitad del
225
 siglo xx para asistir a los oficios religiosos es un símbolo
de sujeción al hombre, y una de sus implicaciones es
el deber de guardar silencio ante su presencia. En
Aristófanes, un comediógrafo griego de entre los siglos
v al iv a.C., se puede constatar este simbolismo del velo,
cuando en su obra Lisístrata, la protagonista manda
callar al comisario durante una inusitada huelga de
mujeres, que, por supuesto, solo podía darse en la
comedia, y él le responde: “¿Callarme yo porque tú lo
digas, hija de perra, y eso que tú llevas un velo en la
cabeza? Primero me muero”. A lo que ella, dándole el
velo, responde: “¿Pues si eso te sirve de obstáculo, coge
este velo mío, tenlo y póntelo en la cabeza, y después
cállate”.12
En los textos paulinos se establece que “la cabeza
de todo hombre es Cristo, la cabeza de la mujer es el
hombre y la cabeza de Cristo es Dios”. “Todo hombre
que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta
a su cabeza”. Por el contrario, “toda mujer que ora
o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su
cabeza; es como si estuviese rapada. Por tanto, si una
mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y si
es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse,
¡que se cubra!” (1 Cor 11:3-10). Pablo explica la razón
de estas normas: “En efecto, no procede el hombre
de la mujer, sino la mujer del hombre. Ni fue creado el
hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón
del hombre. He aquí por qué debe llevar la mujer
sobre su cabeza una señal de sujeción en atención a
los ángeles” (1 Cor 11:8-11). Puede observarse a través
de estos pasajes una perfecta jerarquía que comienza
con Dios y viene pasando por Cristo y el varón hasta
llegar a la mujer, y la insistencia constante en justificar
esta desigualdad con base en el relato denigratorio de
Génesis 2.
En la primera Epístola de san Pedro (3:1-7) se reitera
la orden de sumisión de las mujeres a sus maridos,
y se propone como conducta femenina deseable
el ejemplo de Sara, que obedeció a Abraham
“llamándole Señor”. Al mismo tiempo se les invita a ellos
a ser comprensivos con la mujer, que es un “ser más
frágil”. Y todo esto según la concepción del Antiguo
Testamento. A pesar de ello, hay quienes insisten en
afirmar que el cristianismo dignificó a las mujeres. Hay
226
que tener una idea verdaderamente sui generis de
lo que significa el término dignificación para poder
deducir algo que siquiera se le asemeje en los escritos
cristianos sobre el matrimonio.
Fray Luis de León afirma que así como la naturaleza
“hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la
casa, así las obligó a que cerrasen la boca; y como las
desobligó de los negocios y contrataciones de fuera,
así las libertó de lo que se sigue a la contratación, que
son las muchas pláticas y palabras. Porque el hablar
nace del entender, y las palabras no son sino imágenes
o señales de lo que el ánimo concibe en sí mismo; por
donde, así como a la mujer buena y honesta no la hizo
para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de
dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico,
así les limitó el entender, y, por consiguiente, les tasó las
palabras y las razones”.13
Explicar condicionamientos culturales como si
fueran hechos naturales ha sido un recurso muy usual
para convencer a las mujeres de que Dios mismo las
creó como seres de segunda. Por supuesto que no son
solo los hebreos y sus herederos culturales quienes han
plasmado de este modo su concepción de la pareja
humana como una relación natural de esclava y señor.
El Corán refleja esta imagen degradada de lo femenino,
a pesar de que según se dice, Mahoma estaba tratando
de ser magnánimo y buscaba corregir las costumbres
groseras y despiadadas de sus contemporáneos.
La forma en que intentaba poner en práctica su
magnanimidad es cuando menos sorprendente: “Los
hombres son superiores a las mujeres a causa de las
cualidades por medio de las cuales Dios ha elevado a
estos por encima de aquellas”; “Las mujeres virtuosas
son “obedientes y sumisas”; “Reprenderéis a aquellas
cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos
aparte, las azotaréis” (sura 4:38).
En consecuencia con esta concepción, el Corán
establece que la viuda heredará la cuarta parte de
los bienes maritales, el viudo la mitad; si hubiera hijos
la proporción disminuye a un octavo y un cuarto
respectivamente (suras 13 y 14); y en el reparto de
bienes del difunto, “Dios manda –según Mahoma–
dar al hijo varón la proporción de dos hijas” (sura 12).
Debe tomarse en cuenta el hecho de que el Corán
estableció, además, la poliginia, y confirmó el repudio
a la esposa.
Y si echamos un vistazo a la historia de otros
pueblos, la imagen tampoco resulta muy favorecida.
En la cultura egipcia antigua, la única, según se dice,
que no menospreció a la mujer –o al menos no tan
ostentosamente–, la esposa podía ocupar la jefatura
de la casa a la muerte del marido, pero mientras no
hubiese un hijo varón adulto, porque en este caso era
inmediatamente reemplazada por él. En Mesopotamia
como en Roma, la casada podía incluso ser embargada
en su persona por los acreedores del marido; si recibía
donaciones de él, solo las podía disfrutar en calidad
de usufructuaria. Siempre se ha tenido buen cuidado
en impedir a las mujeres la posesión de riquezas. Una
esposa mesopotámica podía ser repudiada por tres
importantísimas causas: esterilidad, enfermedad o
descuido de sus deberes conyugales y de ama de casa.
A su muerte, sus bienes pasaban solo a sus hijos varones
porque a las hijas la dote las excluía de la herencia.
En la Asiria del tiempo de los sargónidas, por
los siglos del viii al vi, la mujer carecía a tal grado de
derechos económicos que el Código castigaba incluso
a las personas que le concedieran un préstamo. Podía
ser repudiada sin indemnización ni intervención de los
tribunales, y al enviudar estaba obligada a casarse con
un hermano del difunto o con un hijo que él hubiera
tenido de un matrimonio anterior. En la India védica la
esposa era comprada por cien vacas y un carruaje, y
era tal el grado de fidelidad esperado de ella que aun
cuando no en todas las épocas se exigiera su muerte
ritual sobre el cadáver del marido, se consideraba muy
deseable que la practicara para demostrar su virtud.
En la América precolombina, desde las comunidades
caribeñas hasta Perú, precisamente donde gozaban
de mayores derechos, se las enterraba vivas junto al
cadáver del esposo.
Y en el mundo griego antiguo, fundador de la mejor
cultura de la Antigüedad, creador de la filosofía, el arte
y la literatura occidental, las mujeres de clases media y
alta no tenían derecho, no ya digamos a la educación,
que hasta hace algunos años en todo el mundo no la
tuvieron: no tenían derecho ni a respirar aire libre porque
vivían recluidas en un aposento, carecían de acceso a
la vida cultural y espiritual y no salían sino en contadas
ocasiones bajo la estrecha vigilancia de sus esclavas:
no participaban del banquete ni de la conversación,
y su papel en el hogar y en la sociedad se limitaba
a engendrar hijos y a cuidar la casa del marido. Los
varones atenienses iban al ágora, conversaban,
tomaban decisiones, inventaban la filosofía, creaban
obras de arte de incomparable belleza, celebraban
festines, realizaban empresas que se admiraron por
siglos, mientras las mujeres hilaban en el gineceo.
Porque la mayor gloria de una mujer es que no se hable
de ella, según la expresión del famoso político y orador
Pericles. Preciso es reconocer que jamás se les negaron
oportunidades para que alcanzasen tal gloria.
Pero todavía nada de esto es comparable con lo
legislado por el más grande monumento legal que ha
creado la humanidad: el Derecho Romano, en el cual
se institucionaliza la inferioridad femenina ya no por
medio de preceptos, tradiciones o recomendaciones
morales sino mediante leyes cuidadosamente
programadas. El grueso de este cuerpo jurídico es el
producto de mil trescientos años de elaboración ab
urbe condita en el año 753 a.C. hasta Justiniano en el
534 de nuestra Era. Habiendo sobrevivido al pueblo
que lo creó, forma hoy todavía el corpus principal de la
legislación de los estados modernos.
El Derecho Romano establece cuatro tipos de
personas consideradas incapaces, todas las cuales
debían permanecer bajo tutela mientras se mantuviera
la incapacidad: los pródigos, los locos, los impúberes y
las mujeres. Ellas, con base en su inexperiencia y una
supuesta ligereza que les era innata. Como se ve, la suya
era la única de estas incapacidades que resultaba, de
hecho, de carácter permanente. El propósito oculto
era evitar cualquier posibilidad de que la herencia
pasara a sus propios parientes naturales en detrimento
de los intereses de los del marido. En consecuencia,
ella debía obtener autorización de su tutor para validar
los actos que pudieran comprometer su patrimonio en
perjuicio de sus herederos ab intestato, para testar, para
contraer obligaciones, para hacer la remisión de una
deuda y hasta para aceptar una herencia. Su tutela
solo terminaba con la muerte. Y no fue sino hasta el 410,
cuando una constitución de Honorio y Teodosio eliminó
227
 tal incapacidad.
En Roma las personas se dividían en dos clases:
alieni iuris y sui iuris, según que estuvieran o no bajo la
autoridad de otras. En el primer caso se encontraban
los esclavos, los hijos y la mayoría de las mujeres; en el
segundo, los pater familias, quienes tenían el derecho
de poseer un patrimonio y ejercer autoridad. Ellos eran
los únicos que podían ejercer las prerrogativas de su
situación, porque las mujeres, aun cuando fuesen sui
iuris, no podían ejercer de facto autoridad alguna,
puesto que la ley las obligaba a permanecer bajo
tutela perpetua.
Existían dos tipos de matrimonio: in y sine manus. En
el primero de ellos el esposo era dueño absoluto de la
esposa; en el segundo, ambos cónyuges mantenían
su independencia y bienes separados. Desde luego
que este segundo tipo de unión solo fue usual en los
últimos tiempos de la República. La esposa in manus
estaba sometida a la misma condición que una hija; si
de soltera tenía posesiones, estas pasaban a poder de
su esposo, y una vez casada no podía adquirir nada en
propiedad.
Para mayor injusticia, al casarse, a una mujer alieni
iuris que careciera de fortuna propia, o a una sui iuris
que no cayera bajo la manus marital, se les imponía
en el primer caso a su familia y en el segundo a ella,
el pago de una dote para atenuar la carga que
representaba para el cónyuge su manutención y la de
los descendientes que procreara, y para aumentar la
herencia de aquellos llegado el momento.
Hacia mediados del siglo iv se hizo muy frecuente el
repudio y en consecuencia la ley debió ser modificada
para atenuar la desventajosa situación de la repudiada,
de modo que la dote se le tuviera que restituir total o
parcialmente. La Lex Iulia de Adulteriis vino a garantizar
esta devolución restringiendo los derechos del hombre
sobre su uso. Pero no fue sino en tiempos de Justiano, en
531, posiblemente por influencia de su esposa Teodora,
cuando se reforzaron las garantías de restitución, de
modo que una casada pudiera no solo recobrar la
dote sino también obtener una hipoteca legal sobre
todos los bienes del esposo en caso de viudez.
Tal ha sido la situación jurídica de la mujer en el
mundo romano: bajo el poder de un pater familias,
228
dueño absoluto de las personas colocadas bajo su
autoridad, ocupaba respecto de él la posición de un
esclavo en relación con su dueño según el ideal tan
laudable para san Pedro de ser fieles y sumisas a su
señor. Y así se mantuvo en las culturas subsiguientes.
No sin fundamento afirmó Engels que “el hombre en la
familia es el burgués y la mujer el proletario”.14
La situación legal de desventaja en los derechos
civiles se vive todavía en casi todos los países del mundo,
aunque cada vez menos. Es posible que conforme más
mujeres participen en la redacción de leyes puedan ir
consiguiendo una mayor equidad en cuanto al goce
de sus derechos.
En Costa Rica, según afirma Ángela Acuña,15
también se estatuyó jurídicamente la subordinación
femenina. Según determinaba la ley las mujeres
no podían ejercer tutela o curatela por carecer de
derechos políticos; en el matrimonio el marido era el jefe
y sin su autorización la esposa no podía tratar, contratar
ni comparecer en juicio; en caso del nacimiento de
gemelos de diferente sexo, se tenía por nacido antes
al varón; y si perecían en un accidente marido y mujer,
se juzgaba que ella había muerto primero; la casada
tenía el domicilio del marido, aun cuando viviera
separada de él; en caso de declaración de ausencia, si
el presente era el hombre él continuaba administrando
los bienes de la sociedad conyugal; si la presente era
la mujer, administraba los bienes, pero debía hacer
un inventario. El marido continuaba siendo el jefe de
la sociedad, y ella una simple administradora que solo
podía actuar sobre los bienes con autorización de un
juez.
En 1885 se reformó la Constitución costarricense,
otorgando mayor libertad a la casada. No obstante
quedaba muy patente la desigualdad jurídica entre
los sexos y así por ejemplo el adulterio de la esposa
era causal de divorcio. Para el hombre la figura
era “concubinato escandaloso”. Y bien se sabe lo
ancho que es ese adjetivo. Por lo tanto, se seguían
manteniendo sus privilegios.
Ya Engels había visto que la desigualdad legal
femenina es el efecto de la opresión económica;
opresión que sigue siendo universal. Según datos del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD), en todos los países del mundo el Índice de
Desarrollo Humano específico de las mujeres aparece
por detrás del de los hombres, por lo que hablar de
igualdad de género “es referirse a un objetivo contra
una realidad de discriminaciones y segregación social”.
La pobreza las afecta en mayor medida debido a su
menor posibilidad de acceso “a la educación, a los
recursos productivos y al control de bienes, así como, en
ocasiones, a la desigualdad de derechos en el seno de
la familia y de la sociedad”. Esa discriminación va más
allá de las leyes: en algunos países, aun cuando se les
reconozcan derechos, la pobreza con el analfabetismo
que conlleva, a menudo les impide conocerlos. Por otra
parte, en las naciones industrializadas, pese a haberse
logrado no hace mucho la igualdad legal de derechos
“se sigue concediendo empleos con mayor frecuencia
y facilidad a los hombres, el salario es desigual y los
papeles en función del sexo son aún discriminatorios”.16
Por muchos esfuerzos que realicen instituciones
como la Organización de las Naciones Unidas, el
proceso tarda más de lo que se espera. En su Asamblea
General de 2011, esta entidad reafirmó la necesidad
de la participación política paritaria de ambos sexos
en todos los niveles de toma de decisiones “para el
logro de la igualdad, el desarrollo sostenible, la paz
y la democracia”. Pero contra lo que creía Olympe
en la década de 1780, cuando exhortaba a sus
conciudadanas a superar todos los obstáculos, no basta
con desearlo. Los informes revelan que los objetivos de
la ONU siguen siendo inaccesibles para muchas mujeres:
ellas continúan insuficientemente representadas en los
puestos electivos; la mayoría de los países están lejos de
alcanzar el 30% propuesto en 1995 en la Plataforma de
Acción de Beijing; entre los parlamentarios el promedio
sigue siendo inferior a una mujer cada cinco, y están
deficientemente representadas como alcaldesas o
como integrantes de los concejos municipales.17
Planteados en 1871, después de casi siglo y
medio, los ideales de Olympe no se cumplen todavía.
En muchos países las mujeres no nacen libres ni sus
derechos son iguales a los de los hombres, como no son
iguales en ningún lado sus oportunidades de admisión
a las dignidades, puestos y empleos públicos. El ideal
de san Pablo, el de san Pedro, el de fray Luis, tienen su
peso todavía.
En 2011 la periodista italiana Constanza Miriano
publicó un libro titulado Sposati e sii sottomessa.
Pratica estrema per donne senza paura (Cásate y sé
sumisa. Experiencia radical para mujeres sin miedo),
definido por L’Osservatore Romano “como un divertido
manual de evangelización”. En España, el Arzobispado
de Granada lo tradujo y lo publicó en su editorial
Nuevo Inicio por su “interés” y “concordancia con los
preceptos cristianos”. La evangelización que pregona
mantiene la vieja relación conyugal de amo y sierva,
alegando que las mujeres no son iguales a los hombres:
llevan “inscrita la obediencia en su interior”, nacieron
sobre todo para ser madres y esposas y no pueden
gozar de igual dignidad. En consecuencia, las invita
a aprender la obediencia y la sumisión, a reducir sus
expectativas, a elegir la servidumbre, a darle la razón
al marido aun cuando no la tenga, y a escucharlo
cuando habla “¡como si fuera Dios!”. Y así, tras los más
de dos mil años transcurridos desde san Pablo hasta
hoy, las desigualdades se siguen defendiendo, incluso
por algunas mujeres, como artículos de fe.
NOTAS
1. Olympe de Gouges. “Declaración de los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana”. En Alicia H. Puleo ed., La ilustración olvidada, pp. 153-159.
2. Código de Derecho Canónico (octubre, 2009). C. 1024 [en línea].
3. Congregación para la Doctrina de la Fe (diciembre, 2007): “Decreto
General relativo al delito de atentada ordenación sagrada de una mujer”
[en línea].
4. Francisco J. Ramos, O.P. (setiembre, 1970). “Nuevas reformas al motu
proprio “Sacramentorum sanctitatis tutela” [en línea].
5. Instrucción (setiembre, 1970):“Liturgicae instaurationes” [en línea].
6. Ordenación General del Misal Romano (sin fecha) [en línea].
7. Pedro María Reyes Vizcaíno (sin fecha). “Ius Canonicum
–Derecho Canónico– El sacramento de la eucaristía. El ministro extraordinario
de la comunión” [en línea].
8. Tomás Rincón Pérez (sin fecha): El servicio al altar de las mujeres a tenor del
c. 230 §2 [en línea].
9. Código del Derecho Canónico, op. cit., C 230 §1, 2, 3.
10. Tomás Rincón Pérez, op. cit.
11. Ibíd.
12. Aristófanes. Lisístrata, vv. 529-535 [en línea].
13. La perfecta casada. En: Escritores místicos españoles, t. 28, p. 362.
14. Friedrich Engels. El origen de la familia, de la propiedad privada y del
Estado, p. 74.
15. Ángela Acuña de Chacón. La mujer costarricense a través de cuatro
siglos, t. II, cap. XV.
16. Programa de Acción Global. Un compromiso por la Educación para la
Sostenibilidad (sin fecha). “Igualdad de género” [en línea].
17. ONU (sin fecha). “Las mujeres y la democracia” [en línea].
229
 Comprensión
Lectora
1. Con ayuda de un diccionario o de la aplicación DLE de la Real Academia, busque el significado
de los siguientes términos.

Cadalso: ___________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Código de Derecho Canónico: ______________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Concubinato: _______________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Corán: _____________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Cosmogonía: _______________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Laudable: __________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Misoginia: __________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Patíbulo: ___________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Poliginia: ___________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Pretexto: ___________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Teología: ___________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
Usufructo: __________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
2. Retome los ejercicios de comprensión lectora del módulo número 5 y señale algunos de los aspectos más
relevantes sobre la identidad y el contexto de escritura de la autora Yadira Calvo.
_____________________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
3. De acuerdo con lo leído en el texto, fundamentándose en los datos señalados de los 10 mandamientos,
justifique el título de este ensayo con dos razones que presenta la escritora.
_____________________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________________________
4. Justifique cómo se presentan las siguientes características del género ensayístico en el texto leído.
Escrito en prosa: __________________________________________________________________________________
Libertad temática: ________________________________________________________________________________
230
 Carácter expositivo: _______________________________________________________________________________
Uso de giros coloquiales: __________________________________________________________________________
Carácter subjetivo: ________________________________________________________________________________
Fundamentos bibliográficos: _______________________________________________________________________
5. Considere el siguiente fragmento tomado del texto de Calvo: “la ley debe ser la misma para ciudadanos
y ciudadanas, los y las cuales deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos
públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y talentos”.
Con base en lo expuesto por la autora, analice el avance en materia de igualdad de género en Costa Rica
¿Realmente se dan las condiciones que se proponen en las palabras anteriores? Justifique con ejemplos
tomados de la realidad nacional.
_____________________________________________________________________________________________________
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6. Con base en la lectura del texto, complete el siguiente recuadro recopilando la información que expone
Yadira Calvo sobre el tratamiento que se dio históricamente a las mujeres en las diferentes culturas tanto en
lo social como en lo legal.

Roma Grecia Egipto India Caribe y Suramérica

7. Con base en la información comparada en el recuadro anterior, analice semejanzas y diferencias con el
entorno cultural de Costa Rica, fundamente su análisis al menos con dos argumentos.
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8. Revise el uso del lenguaje popular – coloquial como recurso estilístico en el ensayo y, con base en lo leído,
explique por qué Calvo afirma que “la igualdad de género en la Iglesia está en la cola de un venado” ¿Qué
sentido tiene esta frase dentro del contexto actual?
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9. Con base en los textos señalados por Calvo en su ensayo, indague en fuentes digitales la comedia de
Lísistrata y explique su relación con el texto leído.
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 Actividades
1. Con base en el análisis del texto anterior, elabore un ensayo de 350 a 400 palabras (cuatro páginas aprox.)
sobre el tema propuesto que aparece en el recuadro, al finalizar, forme parejas con sus compañeros de clase
e intercambiando los textos, revisan con el instrumento anexo. Finalmente, el profesor dispondrá la formación
de equipos para llevar acabo un foro o debate sobre el tema trabajado.
Pertinencia del uso del lenguaje inclusivo: una oportunidad
para crear situaciones de equidad.

Instrumento para revisar la producción textual.

Debe
No Logrado Logrado
mejorar
De cinco Con uno
Aspecto Indicadores Con tres
a más o cero
a cinco
desaciertos. desaciertos.
desaciertos.

Inicia los párrafos con sangría.

Aplica la normativa APA en el uso de citas

textuales.

Aplica normativamente las reglas de

acentuación.
Estructura
Respeta el uso normativo de las mayúsculas.

Emplea normativamente los signos de

puntuación.

Respeta el uso del lenguaje inclusivo.

Emplea formas de tratamiento adecuadas

para la situación comunicativa.

Emplea registros de habla apropiados para la

situación comunicativa.
Evidencia estructura de drama o noticia:
diálogos, acotaciones, descripciones,
Contenido narraciones.
Emplea distintas alternativas de estructura y
redacción de párrafos.

Mantiene coherencia y cohesión desde el inicio

hasta el final.

Estructura válidamente las premisas y

conclusiones de sus argumentos.

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