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Del amor y otros demonios

Personajes
Cayetano De Laura:
Abadesa:
Sierva maría de todos los ángeles:
Narrador
Escena: De Laura conoce a sierva María

Narrador: Cayetano De Laura se dirigía al convento de Santa Clara, llevaba consigo el


acetre de agua bendita y un estuche de oleos sacramentales, armas de primera para la guerra
contra los demonios. La abadesa no lo había visto nunca, pero el ruido de su inteligencia y
su poder había roto el sigilo de la clausura. Cuando lo recibió le impresionaron sus aires de
juventud, su palidez de mártir, el metal de su voz y el enigma de su mechón blanco. De
Laura en cambio lo único que le llamo la atención fue el alboroto de los gallos.
Abadesa: No son sino seis, pero cantan como cientos – hizo una pausa – además un cerdo
hablo y una cabra pario trillizos – agrego con ahínco – todo anda así desde que su obispo
nos hizo el favor de mandarnos este regalo emponzoñado.
Delaura: No hemos dicho que la niña esta poseída, sino que hay motivos para suponerlo.
Abadesa: Lo que estamos viendo habla por sí.
Delaura: Tenga cuidado – dijo sin mirarla – a veces atribuimos al demonio ciertas cosas
que no entendemos, sin pensar que pueden ser cosas que no entendemos de Dios.
Abadesa: Santo Tomas lo dijo y a él me atengo – dijo con firmeza – al demonio no hay que
creerle ni cuando dice la verdad.
Narrador: Continuaron su recorrido y antes de llegar a la celda de Sierva María, pasaron
por la una reclusa.
Delaura: ¿Quién es ella? – pregunto – ¿Que hizo para estar aquí?
Abadesa: Se llama Martina Laborde, es una antigua monja condenada a cadena perpetua
por haber matado a dos de sus compañeras suyas con un cuchillo de destazar. Nunca
confeso el motivo.
Narrador: Delaura no resistió la curiosidad un tanto pueril de asomarse a la celda por
entre las barras de hierro de la ventanilla. Martina estaba de espaldas. Cuando se sintió
mirada se volvió hacia la puerta y Delaura palideció al instante, inquieta, la abadesa lo
aparto de inmediato.
Abadesa: Tenga cuidado – dijo – esa criatura es capaz de todo.
Delaura: ¿Tanto así?
Abadesa: Así de tanto, si de mí dependiera estaría libre desde hace mucho tiempo. Es una
causa de perturbación demasiado grande de este convento.
Narrador: Al llegar, la celda de sierva exhalo un vaho de podredumbre, la niña se
encontraba junto a la ventana, atada de pies y manos a una silla, su mirada perdida en la
nada. Delaura la vio idéntica a la de su sueño, y un temblor se apodero de su cuerpo
empapándolo de un sudor helado. Cerro los ojos y rezo en voz baja, cuando termino había
recobrado el dominio.
Delaura: Aunque no estuviera poseída por ningún demonio – dijo mientras examinaba el
recinto – esta pobre criatura tiene aquí el ambiente propicio para estarlo.
Abadesa: Honor que no merecemos, pues hemos hecho todo para mantener la celda en el
mejor estado – defendió – pero la niña genera su propio muladar.
Delaura: Nuestra guerra no es contra ella sino contra los demonios que la habiten.
Narrador: Entro caminando en puntillas para sortear las inmundicias del piso, y asperjo la
celda con el hisopo de agua bendita, murmurando las formulas rituales. La abadesa se
aterrorizo con los lamparones que iba dejando el agua en las paredes.
Abadesa: ¡Sangre! – gritó
Delaura: No porque el agua fuera roja tenía que ser sangre, y aun siendo, no tiene que ser
cosa del diablo – Dijo mirando a la abadesa – Más justo sería pensar que sea un milagro, y
ese poder es solo de Dios.
Narrador: Pero no era ni lo uno ni lo otro, porque al acercarse en la cal las manchas no
eran rojas sino de un verde intenso. La abadesa se sintió muy avergonzada.
Abadesa: Al menos – replico – no neguemos a los demonios el poder simple dc cambiar el
color de la sangre.
Delaura: Nada es más útil que una duda a tiempo – replico mirando de frente – Lea a san
Agustín.
Abadesa: Muy bien leído que lo tengo.
Delaura: Pues vuelva a leerlo – volvió su vista a la niña – ahora le pido que salga, por
favor.
Abadesa: Bajo su responsabilidad.
Delaura: El obispo es la jerarquía máxima.
Abadesa: No tiene que recordármelo – dijo con sarcasmo – Ya sabemos que ustedes son
los dueños de Dios.
Narrador: Delaura le regalo el placer de la última palabra. Se quedó de pie junto a sierva y
la examino de pies a cabeza. Vista de cerca sierva María tenia rasguños y moretones, pero
lo más impresionante era la herida del tobillo donde la había mordido el perro, ardiente y
supurada por la chapucería de los curanderos. Delaura le hablo por primera vez.
Delaura: Sierva, no estás aquí porque queramos martirizarte, sino porque sospechamos que
un demonio se metió en tu cuerpo para robar tu alma – Sierva dirijo su mirada a él por un
instante – necesito tu ayuda para establecer la verdad.
Narrador: Sierva no contesto a ninguna de sus preguntas, ni se interesó por sus predicas,
ni se quejó de nada. Fue un comienzo descorazonador que persiguió a Delaura hasta el
remando de su biblioteca. Al día siguiente Cayetano salió a paso firme hacia el convento,
Sierva María lo recibió con un mal ceño en la misma posición que estaba el día anterior, y
era difícil respirar en la celda por los restos de comidas viejas y excrementos regados por el
suelo.
En una mesita se encontraba el almuerzo del día, Delaura tomo el plato y le ofreció un
bocado a sierva, ella lo esquivo. Intento varias veces, pero obtuvo la misma respuesta por
parte de ella, entonces decidió probar un poco, lo saboreo y se lo trago sin masticar.
Delaura: Tienes razón – dijo con muecas de asco – esto es infame.
Narrador: Sierva no le prestó la menor atención. Cuando le curo el tobillo inflamado se le
crispo la piel y sus ojos se humedecieron, él la alivio con susurros de buen pastor y se
atrevió a zafarle las correas para darle una tregua al cuerpo estragado. Sierva flexiono sus
dedos asegurándose que fueran suyos, levanto su mirada hacia Delaura y lo examino palmo
a palmo y sin darle tiempo de reaccionar se le fue encima de un salto como si fuese un
animal de presa. La guardiana ayudo a someterla y a marrarla. Antes de salir, Delaura sacó
del bolsillo un rosario de sándalo y se lo coloco encima de sus collares de santería.

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