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Ensayo FHC Diana
Ensayo FHC Diana
Profesor: Estudiante:
José Gregorio Mansilla Diana Rodríguez
C.I 30.774.866
Dianadrcastro28@gmail.com
Estudiante:
Diana
Rodríguez
Dianadrcastro28@gmail.com
C.I.30.774.866
Profesor:
José Gregorio Mansilla
Introducción
Una vez aceptado que es posible que Dios se revele a la humanidad en la
historia y que el ser humano acepte esta revelación en la fe, tenemos que
hacernos la segunda pregunta fundamental: ¿son creíbles la historia bíblica
de revelación y su concepto de fe. Luego de hacer un planteamiento general
en antiguos trabajos, nos detendremos en los signos de credibilidad de la
revelación bíblica, sobre todo en el milagro, y terminaremos mostrando la
racionalidad del acto de fe.
La tarea de la Teología Fundamental no es demostrar racionalmente la fe
cristiana. Ni en sus contenidos, como intentó, quizá, hacer Hegel; ni en cuanto a la
necesidad de creer, como quiso hacer la Apologética clásica, racionalista, que
presentaba sus argumentos casi como silogismos cuya conclusión -que la persona no
podía dejar de aceptar y asumir- era el acto de fe. En cuanto a los contenidos, tampoco
se podría justificar racionalmente cada uno de ellos por separado; aunque al tratar en la
Teología Sistemática acerca de cada uno, algo hay que hacer en esta línea de
fundamentación racional.
Los criterios positivos son los signos de credibilidad propiamente tales; son
credenciales que acreditan a los portadores de la revelación histórica, haciendo creíble
lo que anuncian. Estos signos se dividen a su vez en objetivos y subjetivos. Los signos
objetivos de credibilidad son características que deben presentar los hechos históricos
que se supone son portadores de la revelación de Dios. Se subdividen en externos e
internos.
De todos estos signos veremos sólo el milagro, por estar fuertemente puesto hoy en
cuestión y porque en él se concentra el problema de la credibilidad; de las profecías y
de la Iglesia hablaremos muy brevemente.
Tenemos que hacernos cargo, primero, de la dificultad de la cultura moderna ante el
milagro tal como lo ha entendido la teología hasta hace poco. Se trata de una
concepción marcadamente racionalista, forjada en la polémica con el racionalismo
científico de la modernidad. Para esta teología recibida, el milagro es una acción
intramundana de Dios que va contra las leyes naturales o que, por lo menos, las
suspende. Como Dios es el creador de las leyes de la naturaleza, puede suspenderlas
o actuar contra ellas sin contradicción. Para la inteligencia humana esa actuación al
margen de las leyes naturales sería perfectamente constatable, de modo que el milagro
aparece como un excelente modo de acreditación divina de los legados de Dios. Esta
concepción sufre hoy cuestionamientos desde dos frentes: desde fuera de la Iglesia,
porque la ciencia ha cambiado su concepción de las leyes naturales; y desde dentro de
la teología, porque se ha recuperado la noción bíblica del milagro. Veremos a
continuación estos dos problemas y terminaré proponiendo las líneas principales de
una teología del milagro, capaz de responder a los cuestionamientos actuales.
Para la mentalidad bíblica la naturaleza está siempre en las manos de Dios. El
hace con ella en cada momento lo que quiere. Él es el que hace llover, el que da la vida
y la muerte, el que viste -como dirá Jesús- a las flores y alimenta a los pájaros del
cielo. Todo es, pues, manifestación del poder creador de Dios; en todo se descubre su
intervención. Es interesante observar que la primera afirmación explícita de la fe en la
resurrección en el Antiguo Testamento está vinculada al poder creador de Dios; está
puesta en boca de la madre de siete hijos que van siendo martirizados uno a uno en su
presencia, por ser fieles a la Ley de Dios; ella los exhorta a no desfallecer, con estas
palabras: “Yo no sé cómo aparecieron ustedes en mis entrañas, ni fui yo la que les
regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así
el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen
de todas las cosas, les devolverá a ustedes el espíritu y la vida con misericordia” (2
Mac 7,22-23).
Hay aquí, como se deduce fácilmente, una irreductible oposición con la
mentalidad científica. Para ésta Dios no interviene en el curso de los procesos
naturales, los que están regulados por leyes. Si éstas vienen de Dios o no, a la ciencia
la tiene sin cuidado, pues no cambia un ápice su modo de tratar con los fenómenos de
la naturaleza para descubrirlas.
Esta oposición se traduce en una diferente concepción del milagro. Para la
Escritura el milagro es la intervención bondadosa de Dios, dirigida a salvar a su
Pueblo. Eso es lo admirable. Que Dios use su poder -manifestado a cada paso en las
obras de la creación- al servicio de su amor bondadoso es lo que provoca la admiración
agradecida del creyente. No hay, pues, asomo de la idea de ruptura de leyes naturales,
dado que no existe aún la idea de leyes desprendidas de la voluntad actual de Dios.
Esto lo confirma una primera mirada rápida al vocabulario del milagro que usa
el Nuevo Testamento griego. De las tres, la segunda, prodigio, es la única que tiene
algún parentesco con la idea del milagro como ruptura de leyes naturales. Pero está en
el contexto de la mentalidad bíblica a la que recién hacía alusión, de modo que se trata
de otra cosa. Juan añade una cuarta palabra -ergon (érgon, obra)que se acerca al
significado de dúnamis.
Por lo ya dicho, vemos que el Nuevo Testamento nos invita a concebir el milagro no en
primer término como un hecho prodigioso (en la línea moderna de una ruptura o
suspensión de las leyes naturales), sino como un signo del Reinado de Dios. Esto lo
confirma el hecho de que Juan -como vimos- usa la palabra “signo”, en ocasiones
reemplazada por “obra” (lo que remite a la creación). Tomemos en serio esta
indicación, para hacer la conceptualización teológica del milagro. Ayudémonos para
ello de la Semiología (o Semiótica) contemporánea -la ciencia de los sistemas de
signos- que descubre en el signo tres dimensiones o niveles.
El ser humano es un ser social por naturaleza, debido a esto, necesitamos estar
rodeados de nuestros semejantes, y como decía Maslow, necesitamos sentirnos
apreciados y valorados por nuestros iguales y por personas que sean significativas
para nosotros.
Las relaciones con los demás son fundamentales para formar nuestra autoestima. De
esta manera, sabemos que las buenas relaciones sociales potencian nuestra
autoestima y las personas con buena autoestima, crean, fomentan y se vinculan de
manera sana y satisfactoria. Por ende, es fundamental la autoestima en las relaciones
interpersonales.
Las personas con baja autoestima pueden presentar dificultades para manejarse
de manera eficaz en una situación social, se sentirán inseguros y al no confiar
en ellos mismos podrán comportare de una manera cohibida y poco natural.
También es habitual que las personas con la autoestima baja quieran evitar frecuentar
eventos sociales para así no sentirse rechazados, esto reforzará su autoestima baja.
Por el contrario, las personas con autoestima alta suelen buscar de manera más
frecuente y habitual eventos sociales en los que se sienten aceptados y así
refuerzan su autoestima.
Conclusión
https://mercaba.org/TEOLOGIA/TFUNDAMENTAL/TF99-11.htm#:~:text=Por%20lo
%20ya%20dicho%2C%20vemos,de%20los%20milagros%20de%20Jes%C3%BAs.
https://mercaba.org/TEOLOGIA/TFUNDAMENTAL/TF99-11.htm
https://www.downciclopedia.org/desarrollo-personal/relaciones-interpersonales/875-
importancia-de-las-relaciones-interpersonales.html#:~:text=Las%20relaciones
%20interpersonales%20juegan%20un,favorecen%20su%20adaptaci%C3%B3n%20al
%20mismo.
https://www.iepp.es/relaciones-interpersonales-y-autoestima/
https://www.google.com/search?q=SIGNOS+DE+LA+CREDIBILIDAD+DE+LA+FE
%3A+LA+PERSONA+HUMANA&oq=SIGNOS+DE+LA+CREDIBILIDAD+DE+LA+FE
%3A+LA+PERSONA+HUMANA&aqs=chrome..69i57j69i60.2916j0j4&sourceid=chrome
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