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No es falta de empatía, es

desprecio
Iván Benavides, el reconocido músico y productor colombiano, opina
sobre la ruptura social que se vive en Colombia en estos días de
paro.

En pleno siglo XXI, el imaginario de la rancia clase terrateniente


colombiana sigue anclado en el feudalismo o disfrazado en el
imaginario de una “tecnocracia” desarrollista que sueña con
unicornios tecnológicos y aspira a ser Silicon Valley, pero no conoce
el Valle de Sibundoy, ni entiende la realidad de un país que
desesperadamente alza su voz.

No es falta de empatía, es la corrupción rampante como forma


principal de “gobernabilidad”. Hoy ya no corre solo mermelada,
corren ríos de sangre.

No es falta de empatía, es estupidez y todos sabemos que la


estupidez puede ser más peligrosa que la maldad. La combinación
de maldad y estupidez que hoy ostenta la alianza en el poder
está teniendo consecuencias devastadoras. Su narrativa es una
narrativa de guerra.

El conflicto armado les es funcional para mantener políticas de


seguridad represivas, que les sirve para conservar el status quo y
mantener y ampliar su poder. Harán lo necesario para no perder sus
privilegios. No están dispuestos a ceder un ápice.

El discurso soterrado del derecho de los ciudadanos de bien a


defender la propiedad, desencadenó el paramilitarismo y
propició alianzas non sanctas con poderosas estructuras del
narcotráfico. No solo buscan hacer trizas el acuerdo de paz, a su
paso hacen trizas la verdad, la frágil institucionalidad, la esperanza,
la vida misma.

No es falta de empatía, es racismo estructural. Ni el gobierno ni los


medios consideran a los indígenas como ciudadanos, el uso de
lenguaje excluyente es una forma de violencia simbólica. Sorprende,
además, que sea el ministro de Cultura uno de los primeros en tildar
a los indígenas de vándalos. Ya sabemos cómo las palabras
pueden desencadenar odio y vamos viendo las consecuencias.

No solo buscan hacer trizas el acuerdo de paz, a su paso


hacen trizas la verdad, la frágil institucionalidad, la
esperanza, la vida misma
Estamos siendo testigos en directo de lo que ocurre después
de cada trino de uno de los más poderosos hombres de
Colombia. Decía Hanna Arendt, citando los documentos de
Nuremberg, que las órdenes eran “intencionalmente vagas y
formuladas con la esperanza de que quien las recibía reconocería la
intención del que expresaba la orden y actuaría conforme a ello”. En
medio de tanta confusión, cada día parece más claro quién da las
órdenes, quienes son los escribanos y quienes ejecutan.

No es falta de empatía, es clasismo y es aporofobia, rechazo al


pobre, al indígena, al afro, al estudiante y al campesino; a los
artistas, a los jóvenes que se manifiestan… todos tildados de
vándalos. Harán lo posible por acallar sus voces, por vaciar las
calles.

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