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Pero sea cual sea la imagen que uno tenga en la mente cuando pronuncia la
expresión "violencia en Colombia", quedan siempre en pie estos hechos
terribles: en las ciudades y regiones más densamente pobladas del país, la
primera causa de muerte es el asesinato o el homicidio y la segunda, el infarto
cardíaco. Colombia tiene el récord mundial de secuestros, con un índice de un
secuestro cada seis horas. Tiene también el récord mundial, en cifras
absolutas, de refugiados internos (desplazados): más que Ruanda o Zaire,
Bosnia, Afganistán, Kurdistán y Chechenia. Más del diez por ciento del total
de periodistas asesinados en el mundo entero en los últimos cinco años, son
colombianos. Colombia tiene el récord continental de asesinatos de maestros y
solamente es superada en este flagelo, a nivel mundial, por Argelia. Colombia
es el único país en el mundo que ha sufrido en un solo año (1989-1990) el
asesinato de tres candidatos a la Presidencia de la República (Luis Carlos
Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro). Por si esto fuera poco, todos los
expertos coinciden en pronosticar que el período pre-electoral 1997-98 será el
más violento en toda la historia de Colombia.
Estos datos son, por sí solos, terroríficos. Pero toda su horrenda significación
se pone al descubierto cuando se establece que cerca del 70 por ciento de
todas las violaciones de los Derechos Humanos que se cometen en el país, son
de responsabilidad de agentes del Estado colombiano, militares, policiales y
paramilitares.
(Aquí debo, por fuerza, hacer una precisión. Los representantes de una
guerrilla colombiana en Suecia han protestado por la publicación de
estas cifras porque, según ellos, lo que estoy afirmando en realidad es
que la guerrilla de ellos es responsable del 30 por ciento de las
violaciones de Derechos Humanos en Colombia. Su razonamiento es
éste: "Si se dice que el 70 por ciento de las violaciones de Derechos
Humanos en Colombia son de responsabilidad del estado, el 30 por
ciento restante deberá por lógica ser responsabilidad nuestra. Por lo
tanto, se nos está calumniando y en consecuencia se le está haciendo el
juego a los paramilitares". Así lo han expresado públicamente, por
consejo y asesoría de un viejo provocador profesional cuya labor
consiste en sembrar odios y recelos entre los colombianos residentes
en Suecia, a cambio de un sueldo que le pagan los inversionistas
suecos en Colombia.
La herencia de la emancipación
http://hem.bredband.net/rivvid/carlos/VIOLEN01.HTM
El Informe señala que hacemos parte del continente más violento del mundo (con
el 36 por ciento de los homicidios que ocurrieron en 2012), y que en Colombia
ocurre uno de cada 30 homicidios del total mundial. Solo nos superan los países
del “triángulo norte” (Honduras, Guatemala, Salvador) y Venezuela. Si esto no es
un motivo de preocupación, habría que preguntarse si hemos perdido la noción de
lo que no es aceptable.
Los dos riesgos
emergentes
De otro lado, el Informe de Naciones Unidas hace una advertencia: “Para los
países que van saliendo de un conflicto es decisivo prestar atención a la
delincuencia y el homicidio en todas sus formas, ya que la violencia vinculada al
crimen puede igualar, e incluso superar, a aquélla generada por el conflicto
mismo”. Esta suerte de profecía, repetida pero no suficientemente atendida en
Colombia, plantea incertidumbres sobre lo que podría suceder tras la firma de los
acuerdos con las FARC. Si el Estado no es capaz de contener la violencia, la
violencia acabará por configurar – una vez más - al Estado.
No es la intolerancia de los ciudadanos lo que nos ha llevado a
esta situación, sino la inercia de una violencia instrumental por
parte de actores “legales” e ilegales.
Tomando datos de la Policía Nacional, la Fundación Ideas para la Paz (FIP) señala
que durante la última década un promedio de 200 municipios no registraron
homicidios. En el año 2013, esta cifra llego a 277 municipios.
Mientras tanto, la tercera parte del país enfrenta niveles de violencia parecidos a
los del “triángulo norte” de Centroamérica, la región más violenta del mundo.
La FIP señala que en 2013, 348 municipios superaron el promedio nacional de 32
por cien mil habitantes (hpch). De estos, 131 (cerca del 10 por ciento de los
municipios) superaron dos veces el promedio, es decir están por encima de 64
hpch. Por otra parte, el ejercicio estadístico de Javier Moreno – sobre registros de
Medicina Legal – confirma que la violencia en determinadas regiones es
persistente y que no obstante las bajas recientes, sigue muy por encima del
promedio nacional; así se puede ver en el siguiente mapa.
Durante los últimos ocho años, Cali ha encabezado la lista de urbes principales
con mayores tasas de homicidios. El Norte del Valle lleva más de una década con
tasas que triplican el promedio nacional. Regiones como El Catatumbo, el Bajo
Cauca, el piedemonte de Caquetá y Meta, la costa pacífica y municipios de Arauca
y Putumayo figuran con insistencia en la narrativa reciente de la violencia. En estos
lugares no parece aplicarse la historia del éxito del “modelo” de seguridad
colombiano: para tomar una expresión del historiador Raymond Craib, son
territorios fugitivos a la idea de construcción del Estado.
Pero cabe anotar que detrás de esta correlación entre cultivos de coca y violencia
se encuentra la incapacidad del Estado para afirmar su presencia integral. En esos
lugares se asientan los poderes de facto, para condicionar y reconfigurar los
intentos de construcción de la institucionalidad.
Por otro lado importa recordar que el tráfico de drogas no es la única economía
ilegal. Por ejemplo el
trabajo de Idrobo y
coautores “Minería Ilegal
y Violencia en
Colombia” (2013)
muestra como el auge de
la minería ilegal del oro
ha causado un aumento
significativo de las tasas
de homicidio o el número
de víctimas de masacres. Miliciano con arma de fuego en Darfur, Sudán.
Foto: ENOUGH Project
De la misma manera, el
contrabando, la extorsión
y la lucha por las rentas
del Estado inciden de manera notable sobre los índices de violencia.
Y en efecto, las tasas de homicidio en aquellas regiones del país suben o bajan al
compás de las disputas o los acuerdos que afectan al crimen organizado. El caso
más estudiado es Medellín, donde se discute abiertamente si la baja notable de la
violencia se debe a la gestión del gobierno local o si resultó del pacto entre las
facciones criminales que operan en la urbe. También se encuentran bajas en el
nivel de violencia que parecen resultar del predominio de un determinado actor
armado sobre sus competidores– como decir los territorios donde los “Urabeños”
ha logrado imponer su control.
Habrá que insistir entonces en que una tasa de 32 homicidios por cada cien mil
habitantes sigue siendo un problema y en que la reducción de la violencia tendrá
que ser un punto central de la agenda.
Notas
http://www.razonpublica.com/index.php/conflicto-drogas-y-paz-temas-30/7615-estado,-
criminales-y-post-conflicto-las-claves-del-futuro-de-la-violencia-en-colombia.html
Posconflicto en Colombia: un análisis del
homicidio después del proceso de desmovilización
de los grupos de autodefensa*
A Post-Conflict Scenario in Colombia: A Homicide Analysis
After the Demobilization Process of Paramilitary Groups
RESUMEN
En este trabajo se analiza el comportamiento del homicidio en Colombia
durante el período 2003-2006, en el que se llevó a cabo el proceso de
desmovilización de los grupos de autodefensas, y que trajo como
consecuencia una etapa de posconflicto para el país. A la luz de este tema, se
exponen las experiencias de países que también han vivido escenarios de
posconflicto, como Guatemala, El Salvador e Irlanda del Norte.
ABSTRACT
This paper analyzes the behavior of homicide in Colombia in the 2003-2006
period, during which the demobilization process of paramilitary groups was
carried out, a fact that brought about a post-conflict scenario in the country. In
the light of such a fact, this paper describes experiences also lived by
countries that have held post-conflict scenarios – such as Guatemala, El
Salvador, and North Ireland.
INTRODUCCIÓN
Colombia ha tenido un conflicto armado durante los últimos 45 años. Los
grupos paramilitares o de autodefensa se desmovilizaron entre el 2003 y el
2006, como parte de un proceso gubernamental. Puesto que la
desmovilización se desarrolló en medio de un conflicto armado con otros dos
grupos guerrilleros, es necesario examinar con cuidado las estadísticas
criminales, dado que Colombia en la actualidad atraviesa por una etapa de
posconflicto. Esto sucede porque, a pesar de la existencia del conflicto armado
con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército
de Liberación Nacional (ELN), Colombia atraviesa por un escenario
posconflicto, en lo que respecta a los grupos de autodefensa recientemente
desmovilizados. El debate actual se centra en el análisis de las posibles
variaciones del crimen, cuando el conflicto armado termine. Existe evidencia
que sugiere que en etapas posconflicto, el crimen, en especial el homicidio, se
incrementa (Moser, 2001; Vesga, 2002; Rettberg, 2002). Sin embargo, esta
situación parece ser diferente en Colombia, donde los principales delitos han
mostrado un descenso desde el 2002, sobre todo el homicidio. Esto a pesar del
carácter de posconflicto de la sociedad colombiana (DeShazo et al., 2007;
Ministerio de Defensa, 2008).
Por otro lado, es importante analizar los principales resultados del proceso de
desmovilización. Existe evidencia que sugiere la conformación de nuevos
grupos armados en las regiones donde operaban los grupos de autodefensa.
Esto implica un cambio en el panorama general, en la medida en que la
criminalidad se transforma, y pasa de grupos ilegales con una estructura
militar y una escala de mando definida, a grupos de delincuencia común
involucrados en el tráfico de drogas. Un análisis del proceso de
desmovilización, con sus ventajas y desaciertos, brinda claridad a este tema.
Este artículo involucra un análisis cuantitativo y cualitativo, con el apoyo de
datos estadísticos de la Dirección de Investigación Criminal, durante el
periodo de desmovilización (2003-2006) hasta el 2007.
Caso El Salvador
El crimen en Irlanda del Norte ha sido tradicionalmente bajo, pero después del
cese del fuego este patrón cambió. Como señala Darby, ‘habiendo caído en los
4 años después del cese al fuego, el número de delitos reportados aumentó de
59.922 en 1998 a 76.644 en 1999, un incremento del 29%; el número de
crímenes violentos se incrementó un 21%, pasando de 7.837 a 9.496’ (Darby,
2001, p. 64). Este argumento proporciona las bases para afirmar que la
violencia aumenta en las etapas posconflicto.
Del mismo modo, no hay consenso sobre su origen, dado que el Gobierno
nacional los considera como bandas criminales, mientras que otros sectores
enfatizan su condición de paramilitares remanentes (International Crisis
Group, 2007; Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 2007;
Ministry of Defense, 2007; DeShazo et al., 2007; MAPP/ OAS, 2007a;
MAPP/OAS, 2007b; Arias, 2008). Igualmente, la Misión de Apoyo al Proceso
de Paz de la Organización de Estados Americanos (MAPP/ OEA) ha señalado
la evidencia del ‘reagrupamiento de ex combatientes desmovilizados en
bandas criminales, que controlan comunidades específicas y actividades
económicas ilegales, reductos que no se han desmovilizado y el surgimiento
de nuevos actores armados’ (MAPP/OAS, 2006a, p. 10; MAPP/ OAS, 2006b).
Es importante saber que estos grupos parecen ser organizados por líderes
paramilitares que decidieron no acogerse al proceso, mientras que otros
pudieron haber recibido órdenes de sus líderes desde la cárcel.
Desde este punto, un descenso importante ha sido evidente desde 1990 hasta
1998. Poco después, el homicidio ascendió un 25% en el 2002, y alcanzó una
tasa de 66 hechos por cada 100.000 habitantes. Desde entonces, el homicidio
ha disminuido notablemente (gráfica 2). Esta reducción es consistente con la
aplicación de la Política de Seguridad y Defensa Democrática. De hecho, uno
de los principales resultados fue la reducción del homicidio de un 40% entre
el 2002 y el 2006 (Ministry of National Defence, 2007; DeShazo et al., 2007).
A pesar de las altas tasas que aún se mantienen en algunas regiones, el
descenso ha sido definitivo a nivel regional. Por ejemplo, Arauca, Caquetá,
Guaviare, Buenaventura, Meta y Putumayo tuvieron las tasas más altas
durante el 2006, mientras que Bogotá, Cali y Medellín reportaron un
decremento durante la última década. El caso de Bogotá es importante, pues el
descenso en el homicidio desde 1993 se ha vinculado a una serie de medidas
desarrolladas por la Alcaldía Mayor, que involucraron un cambio cultural,
educacional y policial, para fortalecer actitudes de solidaridad ciudadana y
responsabilidad social, a fin de disminuir la violencia (Mockus, 1999;
Mockus, 2001).
Para citar un ejemplo, Medellín, que ha sido considerada como una de las
ciudades más violentas del mundo, mostró una disminución en las tasas de
homicidio en el periodo posterior a la desmovilización de los frentes de
autodefensas que operaban en la zona. De hecho, entre el 2002 y el 2004 el
homicidio disminuyó un 68,4%. De igual manera, un estudio sobre el
homicidio, realizado por MAPP/0EA, mostró un descenso del delito de
44,24% entre el 2003 y el 2004 en diez comunidades donde viven miembros
del Frente Cacique Nutibara, reintegrados a la vida civil, en comparación con
una reducción del 22,58% en las seis comunidades restantes, donde no se
habían reintegrado los ex combatientes (MAPP/OAS, 2005b, p. 3). Este caso
es similar a otros evidenciados en varias zonas del país donde se desarrolló el
proceso de desmovilización (MAPP/OEA, 2005c).
Resultados
Algunos documentos han analizado las variaciones del homicidio después del
proceso de desmovilización, y uno de los principales hallazgos es que a pesar
del descenso significativo de las tasas a nivel nacional, existen algunas zonas
del país donde el homicidio se ha incrementado, y estas áreas coinciden
precisamente con aquellas en donde se reporta la presencia de nuevos grupos
armados (Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 2007, p. 55; El
Tiempo, 2008). En este sentido, es posible argumentar que el proceso de
desmovilización pudo haber tenido un impacto en el descenso, pero como se
ha mostrado en el documento, la presencia de nuevos grupos armados ha
producido un ascenso en las tasas de homicidio a nivel regional en algunas
zonas del país. Esto puede vincularse al argumento presentado por Garfield,
según el cual el homicidio se encuentra estrechamente ligado al tráfico de
drogas. De igual manera, varios autores han demostrado cómo los cultivos
ilícitos y los grupos ilegales se encuentran en las mismas zonas del país, así
como los mayores niveles de homicidio. Este argumento sugiere que aun
cuando la desmovilización de estos grupos es una de las razones que explican
el descenso, no es la más importante. De hecho, los fallos en el proceso han
conducido al incremento de este delito en algunas áreas del país.
CONCLUSIONES
La administración del presidente Álvaro Uribe estuvo centrada en el proceso
de negociación con las autodefensas, al considerarlo como un paso importante
hacia la consolidación de la paz en Colombia. Sin embargo, después del
proceso de desmovilización, muchos interrogantes han aparecido en relación
con la sostenibilidad del proceso y el impacto real del mismo en la dinámica
del conflicto. Algunos analistas han sugerido que sin duda este proceso
implica una mejora considerable en la situación actual, pues uno de los más
grandes grupos ilegales se encuentra ahora por fuera del conflicto armado.
Otros culpan al Gobierno y critican los programas, al no considerarlos
efectivos en términos de reintegración de ex combatientes a la vida civil. En
relación con estadísticas criminales, otros han sugerido que el proceso
definitivamente tuvo un impacto en el descenso del homicidio, mientras que
otros señalan el surgimiento de nuevos grupos armados que han tomado el
espacio dejado por los grupos desmovilizados, con el objetivo de mantener
control territorial y continuar con el tráfico de drogas y otros delitos.
De igual manera, existe un consenso sobre la importancia de las acciones que
tuvieron lugar durante la administración de Álvaro Uribe. El proceso de
desmovilización, que permitió que cerca de 32.000 excombatientes dejaran
sus armas y comenzaran una acción de reintegración a la vida civil, es un
importante paso hacia la paz en Colombia. Es verdad que aún hay dos grupos
guerrilleros que están en confrontación con el Estado, pero es un paso
significativo el lograr la neutralización de uno de los más grandes grupos
ilegales. Del mismo modo, es importante señalar que la Política de Seguridad
y Defensa Democrática ha tenido un éxito sin precedentes en la historia
colombiana, y en la actualidad los grupos guerrilleros se han visto afectados
en forma dramática. De hecho, uno de los principales resultados de estas
políticas ha sido el descenso de delitos relacionados con la seguridad
democrática, como el homicidio, el secuestro y la extorsión.
http://www.policia.gov.co/imagenes_ponal/dijin/revista_criminalidad/vol51_1/51107posconfl
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