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y tesgüino.
Las bebidas mexicanas: pulque, mezcal y tesgüino.
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El pulque
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Entre los aztecas, la encarnación divina del aguamiel era Mayahuel. Según los
mitos, Ehécatl, dios del viento y avatar de Quetzalcóatl, se encontró en el cielo con
Mayahuel y la llevó consigo a la tierra, donde ambos se transformaron en ramas
entrelazadas. La abuela de la doncella, enfurecida al notar que había
desaparecido, descendió a la tierra y dispuso que se le condenara a muerte; el
compungido Quetzalcóatl decide sembrar los restos de Mayahuel y así nace, por
intervención divina, la planta del maguey, dadora de un líquido de connotaciones
sagradas.
Según las crónicas y códices del siglo XVI, antes de la conquista española en la
Cuenca de México el consumo del pulque era restringido y se ofrendaba a los
dioses en cántaros pequeños. Los ancianos podían consumirlo al igual que los
enfermos, las mujeres recién paridas y los hombres que realizaban tareas
pesadas. Además, quienes nacían el día dedicado a uno de los dioses de esa
bebida, Ometochtli o 2 Conejo, estaban predestinados a embriagarse a lo largo de
su vida. Únicamente cuando se celebraba la fiesta del décimo mes, dedicada a los
muertos, todos los adultos tenían licencia para ingerirlo y era un día de grandes
borracheras.
Hay distintas versiones en torno al origen del pulque, una de las más recurrentes
en las fuentes etnohistóricas narra que la bebida fermentada se descubrió en la
mítica Tollan, donde su dirigente y sacerdote, Quetzalcóatl o Ce Ácatl Topiltzin, es
convencido por Tezcatlipoca y otros dioses contrarios al gobernante y que
pugnaban por los sacrificios humanos, de que beba pulque; una vez que se
embriaga, Ce Ácatl abandona Tula debido a su vergüenza.
En los estudios arqueológicos la preparación de la bebida se ha identificado de
manera indirecta desde finales del Preclásico en el centro de México, a partir del
hallazgos de cántaros y ollas en los que se piensa que se transportaba el
aguamiel y se fermentaba el pulque, o bien por la presencia de instrumentos de
piedra que tal vez se utilizaron para raspar el maguey para que manara la savia.
Hay otras evidencias en murales, como el de Los Bebedores de Cholula, además
de que en El Tajín, Veracruz, hay representaciones en frisos que algunos
investigadores consideran asociadas al consumo de pulque.
El mezcal
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A finales del siglo XIX, el etnógrafo noruego Carl Lumholzt recorrió la sierra del
Nayar y fue grande su asombro al encontrar que en esa inhóspita región los
huicholes empleaban un método sencillo para destilar cabezas machacadas y
fermentadas de una planta semejante al agave (sotol, Dasylirion wheelerli).
Gracias al uso de ollas y al horneado del sotol en vaporeras, se condensaba el
tuchi, licor suave listo para su consumo inmediato y que era raro que se destilara
por segunda vez.
Además, Lumholzt reportó que los coras cortaban troncos de cedro y los
ahuecaban para hacer destiladores de forma cilíndrica. En su interior colocaban en
diagonal una penca de maguey a manera de cuchara, para que captara los
vapores condensados. La parte terminal de esa hoja salía por un agujero
cuadrado que se perforaba en la sección lateral inferior del destilador. Así fluía el
líquido alcohólico que caía dentro de una olla y se procedía a destilarlo por
segunda vez.
Estos métodos sencillos para preparar bebidas alcohólicas a fines del siglo XIX
indican que es posible que se emplearan técnicas semejantes en la época
prehispánica, para elaborar bebidas derivadas del agave cocido y fermentado
mediante la evaporación y el uso de vasijas de cerámica. Recientes estudios
experimentales que llevaron a cabo Daniel Zizumbo y sus colaboradores, sugieren
que al calentar en el fogón ollas con forma de guaje y otras trífidas, que son
comunes para las tradiciones de Colima entre 1500 y 1000 a.C., las vasijas
funcionan como vaporeras y condensadores para la concentración de un licor
equivalente al mezcal, de consumo suntuario en ceremonias de la llamada cultura
Capacha del occidente de Mesoamérica.
El tesgüino
También se puede elaborar esta bebida alcohólica con la caña de maíz, de la que
se extrae el jugo al machacarla, se cuela, se procede a hervirlo con agua, se
agregan catalizadores y se deja fermentar por dos o tres días.
Esta cerveza de maíz es común entre hablantes de idiomas del tronco yuto-azteca
como los ópata (tohono o’dham), pimas bajos o del sur (o’oba), tarahumaras
(rarámuri), guarijíos (makuraue), yaqui (yoeme), mayo (yoreme), tepehuanes del
norte (odami) y huicholes (wixaritari). Estos pueblos consumen la bebida con fines
ceremoniales en festividades pletóricas de música, danzas y colorido, que
manifiestan mezclas entre lo católico y concepciones antiguas religiosas, ámbitos
que propician que hombres y mujeres por igual sean copartícipes en las
tesgüinadas. La bebida se sirve en cucharones hechos con guajes que circulan de
mano en mano en las fiestas comunitarias. De hecho, para los rarámuri los bailes
y las tesgüinadas se llevan a cabo para complacer al Padre Sol y a la Madre Luna
y así les brinden lluvia.
Se cree que esta bebida es muy antigua en distintas áreas del sur de los Estados
Unidos de América, México y Centroamérica. Daniel Seinfield y sus colaboradores
recientemente llevaron a cabo análisis químicos de restos orgánicos impregnados
en el interior de vasos y cajetes de cerámica, localizados en excavaciones
arqueológicas del sitio olmeca de San Andrés, cercano a La Venta, en Tabasco.
Los resultados indican que aproximadamente hacia 650 a.C. es posible que se
prepararan bebidas hechas con maíz tal vez fermentado, semejantes al tesgüino,
al parecer para su consumo en fiestas entre las élites. Con estas evidencias
podría documentarse el uso de cerveza de maíz desde tiempos antiguos entre las
grandes civilizaciones de Mesoamérica.
Conclusión