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SUMARIO:
1. LAS DILIGENCIAS FINALES
A) Concepto, ámbito de aplicación y efectos de su adopción
B) Casos en que cabe adoptar diligencias finales
C) Modo de practicarse las diligencias finales
2. LA TERMINACIÓN NORMAL DEL PROCESO: LA SENTENCIA
A) Requisitos generales o comunes a toda sentencia
B) Requisitos especiales de las sentencias de condena
3. MODOS ANORMALES DE TERMINACIÓN DEL PROCESO
A) Renuncia del actor
B) Desistimiento
C) Allanamiento
D) Transacción
E) La satisfacción extaprocesal o carencia sobrevenida del objeto del proceso. La
enervación de la acción de desahucio
F) La caducidad de la instancia
G) El sobreseimiento
4. CRISIS DEL PROCESO
A) Paralización del proceso
B) Paralización de actos procesales concretos
• Tipos de incongruencia:
• Ultra petitum (o por exceso): esta incongruencia surge cuando la
sentencia otorga más de lo pedido. El suplico de la demanda es el techo,
lo máximo que el juez puede conceder: no puede rebasar ese límite,
aunque entienda que el actor merece más de lo que pide.
Por ejemplo, pido 30.000 euros de indemnización por unas lesiones que
se me han causado; el juez, sin embargo, entiende que dada la gravedad
de dichas lesiones la indemnización debe elevarse hasta los 40.000
euros; o reclamo 5000 euros en concepto de capital y el juez me concede,
aparte de esto, 1000 euros en concepto de intereses que no he
reclamado.
a) Liquidez
La condena ha de ser líquida, es decir, tanto el actor en su demanda como el
juez en su sentencia deben determinar exactamente el importe de la condena,
sin que su cuantificación pueda dejarse para la fase de ejecución forzosa (art.
219 LEC).
Se trata de desterrar así una práctica muy extendida bajo el imperio de la
antigua ley, la de las denominadas “sentencias con reserva de liquidación”: por
ejemplo, se pedía una indemnización de daños y perjuicios pero sin concretar
su cuantía, relegando la fijación de la misma a la posterior ejecución de la
sentencia. Esto resultaba más ventajoso para el actor por el tema de las
costas: si se aventuraba a concretar el quantum indemnizatorio se exponía a
que su demanda fuera estimada sólo parcialmente, supuesto en el cual no
cabe condenar en costas a la otra parte. El inconveniente es que esto
complicaba considerablemente la ejecución forzosa, llegando a
desnaturalizarla: la ejecución acababa convertida en un nuevo proceso
declarativo, más complejo y enrevesado que el primero, encaminado a discutir
sobre la valoración de los daños y perjuicios causados.
El art. 219 LEC se propone extirpar definitivamente esta práctica y, por ello,
exige que tanto la demanda como la sentencia determinen con precisión el
importe de la condena, sin que quepa remitir la fijación del quantum al
momento de la ejecución. Esta regla se flexibiliza tímidamente en un supuesto:
si la sentencia no puede determinar el importe exacto, bastará con que fije las
bases para la posterior liquidación, siempre y cuando esas bases consistan en
una simple operación aritmética (por ejemplo, aplicación de un porcentaje
sobre los beneficios que obtenga una sociedad). Si ni siquiera esto es posible,
la liquidación de las cantidades tendrá que dejarse para un proceso declarativo
posterior (nunca para la ejecución forzosa).
No obstante, esta regulación ha sido criticada por excesivamente rigurosa, ya que
en ocasiones puede resultar irracional e injusta. Pensemos en un menor de edad
que, por la causa que sea (un accidente de tráfico, la mordedura de un pit bull,
etc.), sufre una grave deformidad. Esa deformidad sólo podrá serle operada al
cabo de unos años, cuando complete su desarrollo biológico. Dado que la
irreversibilidad o no del daño es un factor esencial para calcular la indemnización,
sería justo que el éxito o el fracaso de la intervención quirúrgica pudiera ser una
base para cuantificar la condena en una futura ejecución. Esto, desde luego, sería
mejor que obligar al menor a invertir tiempo y esfuerzo en un nuevo proceso
declarativo, pero parece que la LEC no deja otra alternativa.
procurador debe contar con un poder especial al efecto (art. 25.2 LEC). Por
otra parte, el renunciante ha de tener la capacidad legal necesaria para
disponer del derecho de que se trate. A este respecto, han de tomarse en
consideración algunos requisitos especiales que deben concurrir cuando el
demandante carece o tiene limitada su capacidad de obrar (menores e
incapacitados). En este supuesto, para poder renunciar los representantes
legales necesitarán previa autorización judicial: los tutores en todo caso (art.
271.3º CC), y los padres cuando la renuncia afecte a determinados bienes o
derechos de especial trascendencia económica (art. 166 CC). La gravedad que
comporta toda renuncia -por sus consecuencias irreversibles- justifica este
control judicial en beneficio del incapaz.
Lógicamente, al solicitar esta autorización el representante legal habrá de exponer
las razones que aconsejen o hagan conveniente la renuncia, para que el juez
pueda valorar si perjudica el interés del incapaz.
b) Objeto
A tenor del art. 20.1 LEC, la renuncia puede proyectarse ya sea sobre la
acción, ya sobre el derecho subjetivo que la fundamenta. Aunque pudiera
pensarse que el resultado en ambos casos es equivalente, esta conclusión no
es del todo exacta.
Ciertamente, la renuncia al derecho subjetivo privado “salpica” y extingue
también la acción, entendida como derecho subjetivo público a obtener una
tutela jurisdiccional concreta. Así, si el actor manifiesta su renuncia a un
derecho de crédito del que es titular, está renunciando al propio tiempo a la
acción de condena a pagar el capital e intereses de dicho crédito, con la
consiguiente absolución del demandado. En este caso, como vemos, la
renuncia al derecho subjetivo privado y a la acción se confunden y solapan
entre sí.
Sin embargo, las cosas no funcionan igual a la inversa: es decir, cabe renunciar
a la acción sin renunciar al derecho subjetivo que la sustenta. Así, por ejemplo,
la renuncia a una acción declarativa de dominio no comporta una renuncia al
derecho de propiedad, lo cual significa que el actor podría ejercitar en un
momento posterior acciones dominicales diversas de la renunciada en su día
(por ejemplo, una acción reivindicatoria, una acción negatoria de servidumbre,
etc.).
Lo mismo cabe decir de las acciones fundadas en derechos de crédito: quien
renuncia a la tutela jurisdiccional consistente en que se condene a pagar el
principal e intereses adeudados, por ejemplo, en virtud de un contrato de
préstamo, no renuncia necesariamente a su derecho de crédito. En este caso
el acreedor sigue teniendo derecho a que se le devuelva el capital e intereses,
aunque carezca de acción para reclamarlo. Prueba de ello es que, si el deudor
paga voluntariamente, no procederá la repetición por cobro de lo indebido. En
definitiva, nos encontraríamos ante una hipótesis análoga o similar a las
obligaciones naturales (obligaciones que carecen de acción para exigir su
cumplimiento, pero que una vez cumplidas autorizan para retener lo que se ha
dado o pagado en razón de ellas).
Por lo demás, el ámbito objetivo de la renuncia puede ser más o menos
extenso según los casos: en función de su amplitud, la renuncia puede ser total
b) Sujetos
A diferencia de los dos actos que hemos analizado hasta ahora, el allanamiento
es un acto dispositivo que única y exclusivamente puede hacer el demandado.
El actor renuncia o desiste, el demandado se allana. Para que su allanamiento
sea eficaz el demandado precisa cumplir los requisitos que ya hemos visto,
esto es, su procurador habrá de estar provisto de un poder especial, sin que
baste con el poder general para pleitos. Además, es preciso poseer la
capacidad legal requerida para disponer del derecho de que se trate, por lo
cual si el demandado es incapaz el representante legal precisará la oportuna
autorización judicial para allanarse en su nombre (vid. arts. 166 CC –para los
padres- y 271.3º CC –para los tutores-, que ya vimos al hablar de la renuncia).
Si decimos que el allanamiento arranca del demandado, habrá que ver qué
sucederá cuando exista una pluralidad de codemandados, es decir, cómo
habrá que proceder en los supuestos de litisconsorcio pasivo. En estos casos
será preciso el allanamiento de todos los litisconsortes para poner fin al
proceso. Si sólo se allana alguno de ellos, habrá que distinguir:
• En principio ese allanamiento sólo afectará al litisconsorte que lo haya
formulado, sin que pueda perjudicar a los demás.
• No obstante, cuando la acción ejercitada sea indivisible, de modo que no
quepa hacer pronunciamientos separados y distintos para cada
litisconsorte, el allanamiento de un único codemandado ni siquiera será
admisible.
c) Forma
El allanamiento ha de formularse de manera expresa, sin que pueda deducirse
de la mera pasividad, de la conducta omisiva del demandado. No obstante, hay
casos especiales en los cuales la ley anuda a la incomparecencia del
demandado el efecto propio de un allanamiento: el supuesto más conocido, y
más frecuente en la práctica, es de los procesos de desahucio de inmuebles
arrendados. Aquí, si el demandado (arrendatario) no comparece al acto de la
vista “se declarará el desahucio sin más trámites”, es decir, su falta de
asistencia se interpreta como allanamiento tácito a las pretensiones del actor
(art. 440.4 LEC).
Hay otros casos. Así, por ejemplo, en el proceso monitorio, si el deudor no
presenta escrito de oposición en el plazo que al efecto se le concede en el
requerimiento de pago (20 días), expresando las razones por las que no debe en
todo en parte la cantidad reclamada, la consecuencia es similar a un allanamiento
tácito: el letrado de la Administración dicta un decreto poniendo al fin al monitorio,
decreto que deja zanjada cualquier cuestión relativa a la existencia o cuantía de la
deuda y constituye título ejecutivo para su cobro forzoso (art. 816 LEC). También
encontramos un supuesto de allanamiento tácito en los procesos por daños
derivados de la infracción del Derecho de la competencia (por ejemplo, por
acuerdos o prácticas colusorias que restringen la libre competencia, fijando
precios, repartiéndose cuotas de mercado, etc.): aquí el actor puede exigirle al
demandado el acceso a las fuentes de prueba que obren en su poder (art.
283.bis.a de la LEC) y, si este obstruye el acceso ocultando o destruyendo esas
pruebas, el tribunal puede tenerle por tácitamente allanado a las pretensiones
formuladas o que se vayan a formular (art. 283.bis.h, letra b).
d) Límites
Al igual que sucede con la renuncia, el allanamiento está excluido de los
procesos no dispositivos (art. 751 LEC), ya que en éstos se halla en juego un
interés público y ese interés público está fuera del poder de disposición de los
litigantes. A modo de ejemplo, no puedo allanarme a una demanda de
incapacitación, una demanda de nulidad matrimonial o una demanda de
reclamación de paternidad.
Por otra parte, establece el art. 21.1 que el allanamiento será rechazado por el
tribunal cuando se hiciera en fraude de ley o perjudicase al interés general o a
terceros. El juez, en efecto, tiene que estar alerta, porque no es raro que el
allanamiento se utilice como una mera argucia para defraudar los intereses de
terceros.
Ejemplo: tengo que abonar una suma multimillonaria y, como no puedo pagarla, es
muy probable que me acaben embargando la casa. Para evitarlo, mi primo y yo
nos confabulamos para simular un proceso en el que él me reivindica a mí la
propiedad del inmueble. Yo, por supuesto, me allano en cuanto me notifican la
demanda y voilà, ya he colocado mi casa fuera del alcance de mis acreedores.
e) Consecuencias
Cuando el demandado se allana a todas las pretensiones del actor, el juez
dictará sin más trámites sentencia condenatoria. Es decir, del allanamiento
saltamos directamente a la sentencia de condena, prescindiendo de todas las
actuaciones que quedaran por realizar en ese proceso (audiencia previa, juicio,
etc.).
No obstante, el art. 21.2 LEC recoge también la figura del allanamiento parcial
(por ejemplo, de los 3000 euros que me reclaman, reconozco que debo 2000; o
de varias tierras que me están reivindicando, reconozco que pertenece al actor
ésta o aquélla). En este caso, el actor podrá pedirle al tribunal que dicte de
inmediato un auto que acoja las pretensiones objeto de allanamiento,
continuando el proceso para dilucidar las restantes. El auto que acoge el
allanamiento parcial es directamente ejecutable, de modo que el actor no
tendrá que esperar hasta el final del proceso para exigirle al demandado
aquello a lo que se allanó.
El allanamiento parcial sólo es posible cuando, como señala el art. 21.2 LEC,
“por la naturaleza de dichas pretensiones, sea posible un pronunciamiento
separado que no prejuzgue las restantes cuestiones no allanadas”. Se alude
aquí al supuesto de que sea tan estrecha la conexión entre las pretensiones
deducidas que sólo quepa o bien allanarse a todas ellas o no allanarse a
ninguna.
Ejemplo: demanda en la que pido que se declare la nulidad de un acuerdo
D) Transacción
a) Concepto
El art. 1809 CC define la transacción como un “contrato por el cual las partes,
dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa, evitan la provocación
de un pleito o ponen término al que había comenzado”. En definitiva, estamos
ante un negocio jurídico bilateral a través del cual las partes, haciendo
concesiones o sacrificios recíprocos, ponen fin a la controversia que entre ellas
existe. Ese carácter bilateral y recíproco es lo que distingue a la transacción de
otros institutos procesales, como por ejemplo el allanamiento.
Así pues, la transacción no es un fenómeno exclusiva o puramente procesal,
sino que aparece configurada como un contrato, un negocio jurídico privado
entre las partes. Ello explica que su regulación no se halle contenida sólo en la
LEC, sino también en el propio Código Civil, que dedica a esta figura los arts.
1809 a 1819. Asimismo, esa naturaleza contractual explica que la transacción
pueda ser invalidada por las mismas causas que todo contrato, en especial por
vicios del consentimiento, como expresamente reconoce el art. 1817 CC.
b) Clases
Cabe distinguir entre transacción judicial y extrajudicial. La transacción judicial
es aquélla que se produce dentro de un proceso ya iniciado y se somete a la
aprobación del juez. Cabe que el acuerdo se concluya directamente ante el
propio juez (recordemos la función conciliatoria de la audiencia previa al juicio),
o cabe también que las partes concluyan el acuerdo privadamente y lo
introduzcan después en el proceso, solicitándole al juez su aprobación. En
ambos casos estaremos ante una transacción judicial.
La transacción extrajudicial, en cambio, es aquélla que o bien se concluye
antes del proceso, precisamente para evitarlo; o bien se concluye durante la
pendencia del proceso, pero fuera de éste y sin llevar ante el juez el acuerdo
alcanzado. Esa transacción, por sí misma, carece de toda incidencia sobre el
proceso en curso, si bien puede ser la “razón de fondo” que lleve a las partes a
renunciar a la acción, desistir del proceso o formular un allanamiento. En estos
casos se produce una terminación anticipada del proceso, pero en puridad esta
consecuencia procesal no deriva de la transacción, sino de la renuncia,
desistimiento o allanamiento efectuados.
La distinción que acaba de apuntarse es relevante, pues lógicamente la
transacción judicial tiene una eficacia diversa (más enérgica) que la que cabe
predicar de la transacción extrajudicial.
c) Sujetos
Como ya hemos recalcado hasta la saciedad, el procurador precisa poder
especial que le habilite para transigir en nombre de su representado (art. 25.2
LEC). Si alguna de las partes es incapaz y actúa por ella su representante
legal, éste para poder transigir necesitará generalmente autorización judicial: el
tutor necesita dicha autorización en todo caso (art. 271.3º CC), en tanto que los
padres la precisan solamente si la transacción versa sobre determinados
bienes o derechos (art. 1810 en relación con art. 166 CC: bienes inmuebles,
establecimientos mercantiles o industriales, etc.).
d) Objeto
Se aplican también aquí los límites que hemos visto a propósito de otros actos
dispositivos, de modo que resultará ineficaz aquella transacción que entrañe un
fraude de ley, atente contra el interés general o perjudique a terceros (arts. 6
CC, 19.1 LEC y 247 LEC).
Únicamente cabe transigir sobre aquellas materias que sean de libre
disposición para las partes. Por ello, el art. 1814 CC prohíbe transigir sobre el
estado civil de las personas, sobre cuestiones matrimoniales o alimentos
futuros (a sensu contrario, sí cabe la transacción sobre las pensiones
alimenticias ya vencidas, lo que aparece confirmado por el art. 151 CC). En la
misma idea incide el art. 751 LEC, citado ya en varias ocasiones, que excluye
la transacción de los procesos no dispositivos, salvo que verse sobre las
cuestiones de carácter disponible que eventualmente se incluyen en este tipo
de procesos (ya pusimos el ejemplo de la pensión compensatoria en un
proceso de divorcio).
Lógicamente, la responsabilidad criminal tampoco es susceptible de
G) El sobreseimiento
Algunos de los actos anteriores (como el desistimiento o la caducidad de la
instancia) producen el sobreseimiento del proceso, esto es, su finalización sin
que quede decidido el fondo del asunto. Dicho sobreseimiento se acuerda
mediante auto (en algunos casos, decreto del secretario judicial) que deja
imprejuzgada la acción y carece de efectos de cosa juzgada. Deja abierta, por
tanto, la posibilidad de volver a demandar por lo mismo.
No obstante, en la lección 12 ya vimos que el sobreseimiento puede producirse
también cuando el tribunal aprecie la falta de algún presupuesto o requisito
procesal que impida entrar en el fondo del asunto (por ejemplo, el tribunal
entiende que carece de jurisdicción o de competencia objetiva para conocer del
litigio, o aprecia defectos de capacidad en alguna de las partes, o advierte una
falta de litisconsorcio pasivo necesario que el actor no subsana presentando
demanda contra los sujetos omitidos, etc.). Damos por reproducido aquí lo que
vimos en dicha lección.