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Lección 14

La conclusión del proceso. La sentencia. Modos de terminación del


proceso sin sentencia o con sentencia no contradictoria. Crisis del
proceso

SUMARIO:
1. LAS DILIGENCIAS FINALES
A) Concepto, ámbito de aplicación y efectos de su adopción
B) Casos en que cabe adoptar diligencias finales
C) Modo de practicarse las diligencias finales
2. LA TERMINACIÓN NORMAL DEL PROCESO: LA SENTENCIA
A) Requisitos generales o comunes a toda sentencia
B) Requisitos especiales de las sentencias de condena
3. MODOS ANORMALES DE TERMINACIÓN DEL PROCESO
A) Renuncia del actor
B) Desistimiento
C) Allanamiento
D) Transacción
E) La satisfacción extaprocesal o carencia sobrevenida del objeto del proceso. La
enervación de la acción de desahucio
F) La caducidad de la instancia
G) El sobreseimiento
4. CRISIS DEL PROCESO
A) Paralización del proceso
B) Paralización de actos procesales concretos

1. Las diligencias finales

A) Concepto, ámbito de aplicación y efectos de su adopción


En esta lección nos acercamos al último acto del proceso, a la sentencia.
Antes, sin embargo, cabe intercalar una penúltima fase entre el acto del juicio y
la sentencia que decide el litigio: las diligencias finales.
Se encuentran reguladas en los arts. 434 y 435 LEC y consisten, básicamente,
en la práctica de actos de prueba fuera de los momentos procesales
generalmente previstos. Más concretamente, estas diligencias finales
constituyen un cauce para practicar aquellas pruebas que no pudieron
practicarse en el momento procesal oportuno debido a causas independientes
de la voluntad de la parte, o que se practicaron pero resultaron infructuosas por
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causas igualmente ajenas a dicha voluntad.


No se trata, por tanto, de un cauce para la práctica indiscriminada de pruebas
extemporáneas, sino de una posibilidad restringida a supuestos específicos y
expresamente previstos en la ley. Esta idea aparece reflejada en el art.
435.1.1ª LEC, que impide practicar como diligencias finales las pruebas que las
partes hubieran podido proponer en tiempo y forma: si pudieron aportar esas
pruebas y no lo hicieron, no pueden pretender ahora introducirlas por la vía de
las diligencias finales (por ejemplo, documentos que olvidamos acompañar a la
demanda, etc.).
Aunque la cuestión es polémica, las diligencias finales sólo son procedentes en
el ámbito del juicio ordinario y quedan, por tanto, excluidas del juicio verbal.
Son básicamente tres los argumentos que se invocan en apoyo de esta
postura:
• Argumento sistemático: las diligencias finales aparecen reguladas dentro
del título dedicado al juicio ordinario, lo que indica que han de quedar
acotadas a esta clase de procedimiento.
• Argumento literal: no se las menciona en absoluto en sede de juicio
verbal. De hecho, el art. 447.1 LEC nos dice que una vez terminada la
vista el tribunal dictará sentencia dentro de los diez días siguientes, sin
contemplar la posibilidad de suspender este plazo para intercalar
diligencia alguna.
• Argumento teleológico: se dice que, de admitirse estas diligencias, el
juicio verbal quedaría desnaturalizado, ya que caerían por tierra la
celeridad y concentración de trámites que el legislador quiso imprimir a
este tipo procedimental.
Las diligencias finales se acuerdan mediante auto y a instancia de parte (de
manera muy excepcional cabe acordarlas de oficio, como luego veremos) una
vez concluido el juicio y antes de que recaiga la sentencia que pone fin al
proceso. Su adopción comporta la suspensión del plazo para dictar sentencia.

B) Casos en que cabe adoptar diligencias finales


Las diligencias finales únicamente pueden acordarse en los supuestos tasados
que prevé el art. 435 LEC, a saber:
• Cuando, por causas ajenas a la parte que la hubiese propuesto, no se
hubiere practicado alguna de las pruebas admitidas: pensemos, por
ejemplo, en la declaración de un testigo que se hallaba en paradero
desconocido y que hasta después del juicio no se ha podido localizar; o
testigo que no fue citado correctamente, o que no pudo comparecer por
motivos de enfermedad u otros análogos. Es preciso, eso sí, que se trate
de una prueba que fue admitida, pero no se pudo practicar por causas
ajenas a la parte proponente: no pueden usarse las diligencias finales,
por tanto, como una “segunda oportunidad” para volver a pedirle al juez
pruebas que éste ya inadmitió en su momento.
En este apartado encajaría también el supuesto que prevé el art. 309.2
LEC, en sede de interrogatorio de parte, cuando ésta sea una persona
jurídica. En estos casos, como sabemos, quien declara en juicio es el

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representante legal de la entidad. Ahora bien, si alguna de las preguntas


que se le formulen se refiere a hechos en los que no ha intervenido
personalmente, tiene que identificar a la persona que los conozca de
primera mano (por ejemplo, un gerente, el director de una de las
sucursales de la entidad, etc.). Lo normal será que esa persona no esté
allí para poder tomarle declaración, así que se le citará para ser
interrogada fuera del juicio, como diligencia final.

• Cuando se trate de practicar pruebas referidas a hechos nuevos o de


nueva noticia: puesto que estos hechos acontecen o se conocen sobre
la marcha, con el proceso ya comenzado, puede ser difícil llevar a cabo
su prueba en el acto mismo del juicio.
Ejemplo: demanda por vicios ruinógenos en un edificio, sobre los cuales
ha recaído el correspondiente dictamen pericial. Pocos días antes del
juicio aparecen nuevos desperfectos como grietas, derrumbes parciales,
etc. que no fueron tenidos en cuenta en el dictamen a los efectos de
valorar el riesgo de ruina. Haría falta una ampliación del dictamen inicial,
ampliación que sería muy difícil de realizar en el breve tiempo entre la
producción de esos nuevos hechos y el acto del juicio.

• Repetición de pruebas ya practicadas sobre hechos relevantes, si los


actos de prueba anteriores no hubieran resultado conducentes a causa
de circunstancias ya desaparecidas e independientes de la voluntad y
diligencia de las partes (art. 435.2 LEC): a diferencia de los supuestos
anteriores, en este caso la prueba sí fue practicada en el momento
oportuno, pero su práctica no arrojó los resultados esperados. Aquí se
produce una tímida apertura al principio de oficialidad, ya que se prevé
que esta clase de diligencia puede acordarse tanto a instancia de parte
como de oficio por el propio juez. En cualquier caso se trata de una
hipótesis absolutamente excepcional, sometida a requisitos muy
rigurosos; tanto es así, que no puede hallarse en las bases de datos de
jurisprudencia ni una sola resolución que haya aplicado este art. 435.2.
Se tratará de supuestos ciertamente anómalos y extraños en la práctica,
como puede comprobarse con los siguientes ejemplos:
Ejemplo 1: pericial propuesta para demostrar que un pozo que se ha
abierto en un determinado lugar se ha llevado toda el agua y ha secado
los pozos próximos. Si cuando se practica la prueba, resulta ser una
época de especial afluencia de agua, la prueba correctamente practicada
puede resultar infructuosa. Por ello, como diligencia final podría instarse la
repetición de la prueba en un momento de estío, en el que la escasez de
agua permitirá comprobar si son ciertas las afirmaciones del demandante.
Ejemplo 2: testigo que declara en juicio. Días antes de celebrarse éste,
dicho testigo recibió un fuerte golpe en la cabeza que le produjo una
amnesia transitoria, de la que se va recuperando paulatinamente. Es
posible que cuando declare en el acto del juicio haya recuperado parte de
la memoria y pueda responder algunas preguntas, pero tenga lagunas que
le impidan contestar a otras. Si después recobra totalmente la memoria,
podría plantearse la repetición de su interrogatorio como diligencia final.

C) Modo de practicarse las diligencias finales


Las diligencias finales se llevarán a cabo en la misma forma establecida para el
medio de prueba de que se trate (interrogatorio de parte, de testigos, prueba
pericial). Una vez practicadas, las partes disponen de cinco días para presentar

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un escrito en el que resuman y valoren su resultado.


Transcurridos esos cinco días para presentar el escrito, volverá a computarse
el plazo de 20 días para dictar sentencia (art. 436 LEC). Advertencia: el
cómputo no se reanuda en el punto donde quedó al acordarse las diligencias,
sino que se reinicia desde 0, por lo que juez vuelve a contar nuevamente con
20 días para dictar sentencia.

2. La terminación normal del proceso: la sentencia


La sentencia es la resolución judicial que resuelve sobre las pretensiones
deducidas por las partes, una vez concluida la tramitación ordinaria del
proceso. Nos referimos aquí a la sentencia que decide el fondo del asunto, que
entra a conocer sobre el objeto del proceso. Atrás quedaron las “sentencias
absolutorias en la instancia”, tan frecuentes en la ley anterior, que se abstenían
de entrar en el fondo debido a la ausencia de algún presupuesto procesal (falta
del debido litisconsorcio, defectos de capacidad o representación de alguna de
las partes, etc.). El propósito de la LEC de 2000 es que sobre la concurrencia o
ausencia de los presupuestos procesales se decida antes, en los compases
iniciales del proceso, para lograr la economía procesal y ahorrarnos el coste de
un proceso inútil.
A continuación, analizaremos los requisitos generales o comunes a toda
sentencia (congruencia, motivación e invariabilidad) y otros requisitos que son
privativos de un tipo específico de sentencias, como son las sentencias de
condena (liquidez y que se trate de una obligación vencida y exigible).

A) Requisitos generales o comunes a toda sentencia


a) Congruencia
El requisito de la congruencia aparece recogido en el art. 218.1 LEC. Cabe
definirla como la correlación que debe existir entre las pretensiones deducidas
por las partes y el contenido de la sentencia. Significa, dicho en términos
sencillos, que el juez al resolver debe ceñirse a lo que las partes han pedido y a
los motivos por los que lo han pedido; si se extralimita, si se sale de estos
márgenes que las partes le han trazado, su sentencia será incongruente y
podrá ser revocada mediante los correspondientes recursos.
Así entendido, el requisito de la congruencia se concibe como una derivación
de los principios dispositivo y de aportación de parte. Puesto que en el proceso
civil, en principio, se ventilan intereses exclusivamente privados, las partes son
las dueñas del proceso: son ellas quienes deciden si acuden o no a los
tribunales, son ellas quienes deciden hasta dónde pueden llegar los tribunales
y son ellas, incluso, quienes deciden cuándo ha de terminar el proceso
(mediante transacción, allanamiento, etc.).
En este apartado debemos ocuparnos de dos cuestiones básicas: hay que ver,
en primer lugar, los distintos tipos de incongruencia que podemos encontrar. En
segundo lugar, habrá que ver los extremos a los que la incongruencia puede
referirse.

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• Tipos de incongruencia:
• Ultra petitum (o por exceso): esta incongruencia surge cuando la
sentencia otorga más de lo pedido. El suplico de la demanda es el techo,
lo máximo que el juez puede conceder: no puede rebasar ese límite,
aunque entienda que el actor merece más de lo que pide.
Por ejemplo, pido 30.000 euros de indemnización por unas lesiones que
se me han causado; el juez, sin embargo, entiende que dada la gravedad
de dichas lesiones la indemnización debe elevarse hasta los 40.000
euros; o reclamo 5000 euros en concepto de capital y el juez me concede,
aparte de esto, 1000 euros en concepto de intereses que no he
reclamado.

• Extra petitum: literalmente significa “fuera de lo pedido”. Se produce


cuando el juez concede una cosa distinta de la solicitada por las partes,
o bien se basa para resolver en causas distintas de las que las partes
han alegado. En definitiva, el contenido de la sentencia no se
corresponde con las pretensiones deducidas por los litigantes.
Ejemplo de lo primero: en mi demanda exijo el cumplimiento de un
contrato (que el demandado me pague las mercancías que le vendí) y la
sentencia, en cambio, declara la resolución del contrato y condena al
demandado a que me devuelva esas mercancías.
Ejemplo de lo segundo: el actor pide que se declare su propiedad sobre
un finca con base en un título hereditario, y el juez reconoce esa
propiedad pero en virtud de la usucapión. En estos casos (sentencia
fundada en hechos distintos de los que las partes han alegado) la
incongruencia producida no sólo supone un quebranto del principio
dispositivo: supone también una vulneración del principio de audiencia y
del derecho a no padecer indefensión, ya que el juez está planteando
sorpresivamente cuestiones que no fueron debatidas en el proceso. Si la
demanda de nulidad de un contrato se fundó en el carácter abusivo de sus
cláusulas, y yo –demandado– articulo mi defensa en función de esa
concreta causa de nulidad, luego el juez no puede anular el contrato con
base en vicios del consentimiento: ésa es una cuestión que no se suscitó
en el proceso, frente a la cual no pude defenderme y que no tuve por qué
prever.
• ¿Incongruencia “infra petitum”?: no existe la incongruencia por infra
petitum, por dar menos de lo solicitado. El juez nunca puede darle al
actor más de lo que pide, pero sí puede darle menos. La sentencia que
concede al actor menos de lo que pide no es, por este solo hecho,
incongruente: se tratará, simplemente, de un caso de estimación parcial
de la demanda, por entender que el actor no tiene derecho a todo lo que
pide (por ejemplo, reclama una deuda de 5000 euros, pero la
documentación que aporta permite tener por probada tan sólo una
deuda de 3000).
• ¿Incongruencia omisiva?: aunque suele hablarse de incongruencia
omisiva para describir el fenómeno que se produce cuando el juez deja
de pronunciarse sobre alguna de las cuestiones que se le han
planteado, tal terminología es inapropiada: la sentencia a la que le faltan
pronunciamientos no es una sentencia incongruente, sino incompleta.
Su vicio no es la incongruencia, sino la falta de exhaustividad a la hora
de resolver sobre las pretensiones deducidas. Debemos distinguir la

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exhaustividad (deber judicial de pronunciarse sobre todas las


pretensiones formuladas) y la congruencia, ya que sus fundamentos son
muy diferentes: el fundamento de la congruencia, como ya dijimos, es el
principio dispositivo; en cambio, el fundamento de la exhaustividad se
encuentra en el derecho a la tutela judicial efectiva. Si el juez no juzga, si
el juez no resuelve todo aquello que se ha sometido a su conocimiento,
dicha situación comporta una denegación de justicia, ya que está
privando al ciudadano (aunque sólo sea en parte) de la tutela de sus
derechos e intereses legítimos.
• Extremos a los que puede referirse la incongruencia: una sentencia puede ser
incongruente, en primer lugar, en relación con el petitum o “suplico” de la
demanda. Éste es el supuesto al que nos hemos referido hasta ahora. Existe,
no obstante, algún pronunciamiento que la sentencia debe contener
obligatoriamente, aunque ninguna de las partes lo haya pedido de forma
expresa: me refiero al pronunciamiento sobre las costas, que el juez puede y
debe hacer incluso de oficio.
Asimismo, la incongruencia también puede afectar a otros elementos de la
pretensión, como son:
• Elemento subjetivo: la sentencia no puede contener pronunciamiento
alguno respecto de personas que no han sido parte en el proceso, ni
para condenarlas ni para absolverlas.
• Elemento fáctico: será incongruente la sentencia que se funde en
hechos distintos de los alegados tempestivamente por las partes (por
ejemplo, sentencia absolutoria fundada en una excepción de
prescripción que el demandado no ha alegado en ningún momento).
También será incongruente la sentencia que resuelva en contra de
hechos reconocidos como ciertos por ambas partes. Existen no
obstante, supuestos excepcionales, hechos que pueden ser apreciados
de oficio por el juez aunque ninguna de las partes los haya invocado
como fundamento de su demanda o contestación (por ejemplo, la
caducidad de la acción: a diferencia de la prescripción, se viene
entendiendo que puede ser advertida de oficio por el juzgador).
• ¿Elemento jurídico?: en principio, la sentencia no puede tildarse de
incongruente por apartarse de los fundamentos de Derecho esgrimidos
por las partes, es decir, por apoyarse en tesis jurídicas distintas de las
que las partes hicieron valer en el proceso. Ello se debe al principio iura
novit curia: el juez tiene el deber de aplicar el Derecho, tiene el deber de
resolver con arreglo a las normas que resulten de aplicación, aunque las
partes no las aleguen o las aleguen erróneamente. Parece, por tanto,
que el juez en su sentencia no estaría vinculado por los argumentos
jurídicos de las partes. La idea suele expresarse también con otro viejo
aforismo: da mihi factum, dabo tibi ius (dame los hechos, que yo te doy
el Derecho).
No obstante, en realidad las cosas no son tan simples. A este respecto
la doctrina más autorizada (TAPIA FERNÁNDEZ) entiende que, dentro del
elemento jurídico de la pretensión, deben distinguirse a su vez dos
subelementos: por una parte estaría la concreta norma o precepto

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aplicable y, por otra, lo que se ha dado en llamar punto de vista de


jurídico, al que también suele denominarse calificación jurídica o título
jurídico. El primero puede ser rectificado o suplido en la sentencia, sin
que ello altere en absoluto la causa de pedir ni suponga incongruencia
alguna. Por el contrario, la calificación jurídica sería intocable para el
juzgador, ya que sirve para identificar la causa petendi y, con ello, la
propia acción ejercitada. Además, el derecho de defensa resultaría
vulnerado si la sentencia, de forma sorpresiva, contuviera
planteamientos jurídicos que las partes no tuvieron oportunidad de
debatir. En las clases prácticas profundizaremos en esta distinción y
veremos ejemplos concretos que nos permitan comprenderla.
• Actos de disposición sobre el proceso o sobre el objeto del proceso: nos
referimos a las figuras de la renuncia, el desistimiento, el allanamiento y
la transacción, que veremos con más detalle en epígrafes posteriores. El
juez queda también vinculado (en principio) por estos actos dispositivos:
si, por ejemplo, el demandado se allana a las pretensiones del actor, el
juez está obligado a dictar sentencia condenatoria; si resuelve en contra
del allanamiento y absuelve al demandado incurrirá en incongruencia.
b) Motivación
Este requisito es de gran importancia y, de hecho, tiene rango constitucional,
por cuanto el art. 120.3 CE exige que las sentencias sean siempre motivadas.
Esta exigencia se encuentra desarrollada en los arts. 209 y 218.2 LEC, que da
algunas pautas (muy genéricas) sobre el modo de motivar y sobre los distintos
aspectos que la motivación debe abarcar. Debe destacarse, asimismo, que
según viene entendiendo el Tribunal Constitucional la motivación forma parte
del derecho a la tutela judicial efectiva: el art. 24 CE comprende el derecho a
plantear nuestras pretensiones ante los tribunales y obtener una respuesta
jurisdiccional fundada en Derecho. De esta forma, los defectos de motivación
(ausencia o insuficiencia de la misma, motivación manifiestamente errónea o
irrazonable, etc.) pueden dar lugar, en último término, a un recurso de amparo
ante el TC.
El TC (Sentencia 14/1991, de 28 de enero) considera que la motivación de las
sentencias persigue tres finalidades, como son:
• Garantizar la efectiva sumisión del juez al imperio de la ley y, de esta
forma, evitar posibles arbitrariedades del órgano jurisdiccional.
• Dar a conocer a los justiciables los motivos o razones por las que el
tribunal se ha pronunciado en un determinado sentido, para que en
función de ellos puedan articular los recursos procedentes. Sólo
conociendo los motivos por los que se me ha desestimado la demanda o
por los que he sido condenado voy a poder ejercer eficazmente mi
derecho a recurrir.
• Satisfacer el interés general de la comunidad en la transparencia de la
labor jurisdiccional, pues dicha transparencia constituye un factor clave
en el marco de un Estado de Derecho.
La motivación ha de ajustarse a las reglas establecidas en el art. 209 LEC.
Según este precepto la sentencia debe tener una determinada estructura, que

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seguro que a todos nos resulta familiar: encabezamiento, antecedentes de


hecho, fundamentos de derecho y parte dispositiva o fallo. No vamos a
profundizar en cada una de ellas. Simplemente, interesa resaltar que la
motivación no sólo alcanza al juicio de Derecho (es decir, todo lo relativo a la
interpretación y aplicación de las normas jurídicas), sino también al
denominado juicio de hecho, esto es, el que conduce a fijar o descartar la
certeza de los hechos alegados por las partes. En definitiva, en la sentencia el
juez debe precisar qué hechos considera probados y en virtud de qué los
considera probados; por qué ha dado valor prevalente a una determinada
prueba en detrimento de otra u otras que la contradecían; por qué da crédito a
la declaración de un testigo a pesar de concurrir en él un motivo de tacha; si su
decisión se basa en una presunción judicial, habrá de especificar el
razonamiento en cuya virtud establece esa presunción, etc.
Antes de concluir este apartado, hay que precisar que en la práctica los
mayores problemas no se plantean con la ausencia total de motivación
(supuesto anómalo e infrecuente) sino con la insuficiencia de la misma.
¿Cuándo se considera que una sentencia está suficientemente motivada?
Según el Tribunal Constitucional esta cuestión no puede responderse de
manera apriorística, sino que para determinar el grado de motivación exigible
habrá que atender al caso concreto (STC de 27 de enero de 1994). No es lo
mismo un proceso sencillo, como pueda ser un desahucio con
incomparecencia del demandado, que un proceso en el que se plantean
cuestiones de alta complejidad jurídica. Lógicamente, en el segundo caso la
motivación habrá de ser más extensa y rigurosa que en el primero. Por otra
parte, el Tribunal Constitucional se ha pronunciado en alguna ocasión sobre el
empleo de formularios estereotipados para la redacción de resoluciones
judiciales. Ésta es una práctica poco deseable, aunque en ocasiones los jueces
se vean abocados a ella debido a la sobrecarga de trabajo. En cualquier caso,
el TC ha entendido que el uso de estos formularios no implica necesariamente
una falta o insuficiencia de motivación, ya que peticiones idénticas pueden
recibir respuestas idénticas; nuevamente, el TC nos remite al caso concreto
para determinar si esa motivación estereotipada resulta o no suficiente (STC
69/1998, de 30 de marzo).
c) Invariabilidad
Otra característica de la sentencia (en realidad, de todas las resoluciones
judiciales) es que, una vez firmada, es inmodificable por el propio tribunal que
la dictó (art. 214.1 LEC). El tribunal ha de estar a lo que el mismo resolvió, y su
resolución únicamente podrá ser alterada a través del sistema de recursos que
la ley establece.
Sin embargo, si bien se mira, supondría una carga demasiado onerosa para las
partes tener que interponer un recurso y esperar a que se resuelva, si la
sentencia incurre en omisiones o errores elementales que podrían corregirse
sin más (por ejemplo, el juez se equivoca al efectuar una suma y calcular el
importe de la condena, o se equivoca al escribir el nombre del condenado,
etc.). Por ello, los arts. 214 y 215 LEC (vid. también el art. 267 LOPJ) prevén
que el tribunal, de oficio o a instancia de parte, puede aclarar conceptos
oscuros, rectificar errores materiales y subsanar las omisiones o defectos de
que adolezca la sentencia, siguiendo para ello unos trámites muy sencillos. La

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única condición es que, por esta vía, no se altere sustancialmente el fallo de la


sentencia: se trata de corregir defectos elementales, no de cambiar el sentido
de la resolución.

B) Requisitos especiales de las sentencias de condena


Como cuestión previa, hay que ver qué tipos o clases de sentencias existen. En
primer lugar, la sentencia puede ser estimatoria (si acoge la pretensión
formulada) o desestimatoria (si la rechaza, si absuelve al demandado). Pero,
dentro de las sentencias estimatorias, podemos hacer una ulterior clasificación
en función del tipo de tutela solicitada por el actor: así, cabe hablar de
sentencias mero declarativas, sentencias constitutivas y sentencias de
condena:
• Sentencias mero declarativas: su eficacia se agota en la mera
declaración de la existencia o inexistencia de una relación jurídica, sin ir
más allá. No son las más habituales, pero en ocasiones puede resultar
suficiente con este tipo de tutela: por ejemplo, acción declarativa del
dominio sobre una finca que estoy poseyendo, para acallar a alguien
que discute mi derecho de propiedad.
En cualquier caso, hay que tener presente la jurisprudencia del Tribunal
Supremo sobre las acciones mero declarativas, en virtud de la cual las
declaraciones retóricas de derechos no son ni pueden ser objeto de la
potestad jurisdiccional (STS [Sala 3ª] de 2-6-1995). En sentido similar, el
Tribunal Constitucional ha afirmado que “nada queda más lejos del papel
que la Constitución atribuye a los órganos del Poder Judicial que la
resolución de consultas hipotéticas planteadas por particulares que no
tengan un interés inmediato en ellas” (STC 71/1991, de 8 de abril), y que
no caben las acciones “con una finalidad meramente académica o
especulativa”, reducidas a “meras consultas al órgano jurisdiccional
careciendo de trascendencia efectiva” (STC 210/1992). En definitiva, la
admisibilidad de las acciones meramente declarativas está condicionada a
la existencia de un interés digno de tutela, una verdadera necesidad de
protección jurisdiccional que justifique la declaración pretendida.

• Sentencias constitutivas: a diferencia de las anteriores, estas sentencias


no declaran una relación jurídica previamente existente, sino que ellas
mismas crean, modifican o extinguen esa relación jurídica. Ejemplo: una
sentencia de divorcio. Dicha sentencia produce por sí misma la extinción
de una determinada relación jurídica, en este caso el matrimonio.
• Sentencias de condena: estas sentencias, al igual que las mero
declarativas, reconocen o declaran una determinada relación jurídica,
pero añaden algo más: un mandato al demandado para que realice una
determinada prestación (por ejemplo, que pague la deuda que contrajo
con el actor, que le restituya un bien que le pertenece, que realice los
trabajos a que se comprometió, que deje de cruzar por la finca del actor
cada vez que le venga en gana, etc.). Aquí vamos a analizar los
requisitos específicos de esta clase de sentencias. La distinción,
además, es relevante por otro motivo: únicamente son título ejecutivo,
únicamente pueden dar lugar a la ejecución forzosa las sentencias de
condena, no las mero declarativas ni las constitutivas. Sobre esto
volveremos más adelante.

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a) Liquidez
La condena ha de ser líquida, es decir, tanto el actor en su demanda como el
juez en su sentencia deben determinar exactamente el importe de la condena,
sin que su cuantificación pueda dejarse para la fase de ejecución forzosa (art.
219 LEC).
Se trata de desterrar así una práctica muy extendida bajo el imperio de la
antigua ley, la de las denominadas “sentencias con reserva de liquidación”: por
ejemplo, se pedía una indemnización de daños y perjuicios pero sin concretar
su cuantía, relegando la fijación de la misma a la posterior ejecución de la
sentencia. Esto resultaba más ventajoso para el actor por el tema de las
costas: si se aventuraba a concretar el quantum indemnizatorio se exponía a
que su demanda fuera estimada sólo parcialmente, supuesto en el cual no
cabe condenar en costas a la otra parte. El inconveniente es que esto
complicaba considerablemente la ejecución forzosa, llegando a
desnaturalizarla: la ejecución acababa convertida en un nuevo proceso
declarativo, más complejo y enrevesado que el primero, encaminado a discutir
sobre la valoración de los daños y perjuicios causados.
El art. 219 LEC se propone extirpar definitivamente esta práctica y, por ello,
exige que tanto la demanda como la sentencia determinen con precisión el
importe de la condena, sin que quepa remitir la fijación del quantum al
momento de la ejecución. Esta regla se flexibiliza tímidamente en un supuesto:
si la sentencia no puede determinar el importe exacto, bastará con que fije las
bases para la posterior liquidación, siempre y cuando esas bases consistan en
una simple operación aritmética (por ejemplo, aplicación de un porcentaje
sobre los beneficios que obtenga una sociedad). Si ni siquiera esto es posible,
la liquidación de las cantidades tendrá que dejarse para un proceso declarativo
posterior (nunca para la ejecución forzosa).
No obstante, esta regulación ha sido criticada por excesivamente rigurosa, ya que
en ocasiones puede resultar irracional e injusta. Pensemos en un menor de edad
que, por la causa que sea (un accidente de tráfico, la mordedura de un pit bull,
etc.), sufre una grave deformidad. Esa deformidad sólo podrá serle operada al
cabo de unos años, cuando complete su desarrollo biológico. Dado que la
irreversibilidad o no del daño es un factor esencial para calcular la indemnización,
sería justo que el éxito o el fracaso de la intervención quirúrgica pudiera ser una
base para cuantificar la condena en una futura ejecución. Esto, desde luego, sería
mejor que obligar al menor a invertir tiempo y esfuerzo en un nuevo proceso
declarativo, pero parece que la LEC no deja otra alternativa.

b) Obligación vencida y exigible


Las sentencias de condena deben referirse a obligaciones que se encuentren
vencidas y sean actualmente exigibles. En principio, no caben las denominadas
condenas de futuro, referidas a obligaciones no exigibles aún al tiempo de
interponerse la demanda, ya que en estos casos falta el interés en accionar
(por ejemplo, indemnización de daños y perjuicios en el hipótetico caso de un
incumplimiento contractual aún no producido, o que se condene a alguien a
satisfacer una deuda cuyo plazo de vencimiento aún no ha transcurrido).
El art. 220 LEC, sin embargo, prevé un par de supuestos excepcionales en los
cuales se permite una condena de futuro. Concretamente, dispone este
precepto que la sentencia puede incluir la condena a satisfacer intereses o

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prestaciones periódicas (pensemos, por ejemplo, en los plazos de un préstamo,


en una pensión de alimentos, rentas de alquiler) que se devenguen con
posterioridad al momento en que se dicte. La razón es lógica: sería
antieconómico que el justiciable, cada vez que se le dejen de pagar los
intereses o prestaciones sucesivas, tuviera que iniciar un nuevo proceso para
obtener la condena del deudor. Como esto sería absurdo, se le permite
reclamarlo todo en un mismo proceso, tanto lo que actualmente se le debe
como lo que se le deberá en el futuro (por supuesto, sólo cabrá instar la
ejecución cuando, llegado el concreto vencimiento de alguna de las
prestaciones periódicas, ésta no se cumpla).

3. Modos anormales de terminación del proceso


Por lo general el proceso concluye mediante sentencia sobre fondo, una vez
agotadas sus sucesivas etapas. Ésta sería la que hemos denominado
terminación “normal” del proceso, pero en contraposición a ella aparecen
ciertas formas “anormales” de terminación, las cuales, pese a la diversidad de
sus características y efectos, presentan un denominador común: en virtud de
ellas, el proceso se ve cercenado en alguna de sus fases, imposibilitándose su
total desarrollo. Dicho en otros términos, el proceso queda truncado y finalizado
sin sentencia, o con una resolución de fondo precipitada o anticipada en el
tiempo.
Como con acierto se ha señalado en la doctrina (DE LA OLIVA), la anormalidad de
estos fenómenos no significa disconformidad con las normas jurídicas relativas a
la terminación del proceso. De hecho, nuestra legislación procesal los asume y
regula expresamente, sin considerarlos insólitos o perturbadores. Su anormalidad
ha de entenderse más bien en el sentido de que la sentencia de fondo, dictada a
consecuencia de una contradicción mayor o menor entre las partes, se da con
mayor frecuencia en la práctica, lo que conduce a considerar extraordinarias, por
ser menos habituales, esas otras formas de conclusión del proceso.
Bajo este epígrafe vamos a estudiar la renuncia del actor, el desistimiento, el
allanamiento, la transacción, la satisfacción extraprocesal o carencia
sobrevenida de objeto, la caducidad de la instancia y el sobreseimiento.

A) Renuncia del actor (art. 20.1 LEC)


La renuncia es un acto del demandante por el que éste manifiesta su dejación
definitiva de la acción ejercitada o del derecho subjetivo deducido en el
proceso.
a) Sujetos
Como acaba de señalarse, la renuncia ha de provenir necesariamente del
actor: el demandado no renuncia sino que, en todo caso, se allana. Ahora bien,
si el demandado hubiese formulado reconvención, en tal caso sí podrá
manifestar su renuncia respecto de la acción ejercitada en vía reconvencional.
Contrariamente a lo que sucede con el desistimiento, que en determinados
supuestos ha de ser bilateral, la renuncia es siempre un acto unilateral del
demandante, para cuya eficacia no se exige la previa conformidad del
demandado.
Para poder renunciar, no basta con el poder general para pleitos, sino que el

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 11


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procurador debe contar con un poder especial al efecto (art. 25.2 LEC). Por
otra parte, el renunciante ha de tener la capacidad legal necesaria para
disponer del derecho de que se trate. A este respecto, han de tomarse en
consideración algunos requisitos especiales que deben concurrir cuando el
demandante carece o tiene limitada su capacidad de obrar (menores e
incapacitados). En este supuesto, para poder renunciar los representantes
legales necesitarán previa autorización judicial: los tutores en todo caso (art.
271.3º CC), y los padres cuando la renuncia afecte a determinados bienes o
derechos de especial trascendencia económica (art. 166 CC). La gravedad que
comporta toda renuncia -por sus consecuencias irreversibles- justifica este
control judicial en beneficio del incapaz.
Lógicamente, al solicitar esta autorización el representante legal habrá de exponer
las razones que aconsejen o hagan conveniente la renuncia, para que el juez
pueda valorar si perjudica el interés del incapaz.

b) Objeto
A tenor del art. 20.1 LEC, la renuncia puede proyectarse ya sea sobre la
acción, ya sobre el derecho subjetivo que la fundamenta. Aunque pudiera
pensarse que el resultado en ambos casos es equivalente, esta conclusión no
es del todo exacta.
Ciertamente, la renuncia al derecho subjetivo privado “salpica” y extingue
también la acción, entendida como derecho subjetivo público a obtener una
tutela jurisdiccional concreta. Así, si el actor manifiesta su renuncia a un
derecho de crédito del que es titular, está renunciando al propio tiempo a la
acción de condena a pagar el capital e intereses de dicho crédito, con la
consiguiente absolución del demandado. En este caso, como vemos, la
renuncia al derecho subjetivo privado y a la acción se confunden y solapan
entre sí.
Sin embargo, las cosas no funcionan igual a la inversa: es decir, cabe renunciar
a la acción sin renunciar al derecho subjetivo que la sustenta. Así, por ejemplo,
la renuncia a una acción declarativa de dominio no comporta una renuncia al
derecho de propiedad, lo cual significa que el actor podría ejercitar en un
momento posterior acciones dominicales diversas de la renunciada en su día
(por ejemplo, una acción reivindicatoria, una acción negatoria de servidumbre,
etc.).
Lo mismo cabe decir de las acciones fundadas en derechos de crédito: quien
renuncia a la tutela jurisdiccional consistente en que se condene a pagar el
principal e intereses adeudados, por ejemplo, en virtud de un contrato de
préstamo, no renuncia necesariamente a su derecho de crédito. En este caso
el acreedor sigue teniendo derecho a que se le devuelva el capital e intereses,
aunque carezca de acción para reclamarlo. Prueba de ello es que, si el deudor
paga voluntariamente, no procederá la repetición por cobro de lo indebido. En
definitiva, nos encontraríamos ante una hipótesis análoga o similar a las
obligaciones naturales (obligaciones que carecen de acción para exigir su
cumplimiento, pero que una vez cumplidas autorizan para retener lo que se ha
dado o pagado en razón de ellas).
Por lo demás, el ámbito objetivo de la renuncia puede ser más o menos
extenso según los casos: en función de su amplitud, la renuncia puede ser total

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 12


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o parcial. La renuncia parcial aparece normalmente ligada a los fenómenos de


acumulación de acciones (así, por ejemplo, si reclamo al demandado la entrega
de tres remesas de hortalizas derivadas de tres compraventas distintas, no hay
óbice para renunciar a una o dos de tales acciones). Dicha renuncia es siempre
posible, a no ser que entre las acciones acumuladas exista alguna conexión o
vínculo de prejudicialidad que haga inviable renunciar a una con independencia
de la otra.
Ejemplo: el demandante ejercita una acción de petición de herencia para exigir la
restitución de una finca rústica que le dejó el causante y, de forma acumulada,
pide la condena a que se le abonen los frutos y rentas que esa finca ha ido
generando. La condena a abonar los frutos depende de que efectivamente se
reconozca la cualidad de heredero del actor y su titularidad sobre la finca, por lo
cual no cabe renunciar a la primera acción sin renunciar también a la segunda.
Otro ejemplo: demanda en la que se pide la declaración de nulidad de una
cláusula contractual supuestamente abusiva y la condena a devolver las
cantidades cobradas al actor en virtud de dicha cláusula. En este caso, no cabe
una renuncia parcial referida exclusivamente a la acción declarativa de la nulidad,
pues la renuncia a ésta arrastra necesariamente a la acción de condena, que
depende de ella.
A pesar de lo dicho, resulta admisible también la renuncia parcial cuando se ha
ejercitado una única acción, en el caso de que ésta revista dimensiones
cuantitativas (así, si se ha pedido una condena a pagar 10 millones de euros o
a entregar 50 toneladas de grava para construcción, nada impide al actor
renunciar a obtener 5 de los 10 millones ó 20 de las 50 toneladas).
c) Forma y momento procesal
En cuanto a la forma de la renuncia, ésta debe ser expresa, clara y terminante,
de modo que evidencie la voluntad inequívoca del actor de hacer dejación de
su derecho. Estos requisitos, exigidos por una consolidada jurisprudencia,
vienen justificados por la trascendencia que toda renuncia comporta, como
veremos seguidamente al hablar de sus efectos. En este sentido, no caben las
renuncias tácitas, implícitas o presuntas, a diferencia de lo que acontece con el
desistimiento que, como veremos, en supuestos excepcionales puede
deducirse de la conducta omisiva del actor. Eso sí, partiendo de la necesidad
de renuncia expresa, ésta puede efectuarse tanto por escrito como oralmente,
si el estado de las actuaciones lo permite (por ejemplo, durante la celebración
del juicio o vista).
En cuanto al tiempo, el actor puede renunciar en cualquier momento del
proceso, tanto en la primera instancia, como en los recursos o en la ejecución
de la sentencia (art. 19.3 LEC).
d) Efectos
Como consecuencia de la renuncia formulada por el demandante, el tribunal
dictará inmediatamente sentencia absolutoria en cuanto al fondo, salvo que la
renuncia fuese legalmente inadmisible, en cuyo caso dictará auto mandando
seguir el proceso adelante (art. 20.1 LEC). No aclara el art. 20 cuándo debe
considerarse “legalmente inadmisible” una renuncia. Para integrar su contenido
debe acudirse a lo establecido en diversos preceptos:
• Art. 6.2 CC: este precepto determina los límites a que se sujeta con
carácter general la renuncia de los derechos, estableciendo que dicha

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 13


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renuncia sólo será válida cuando no contraríe el interés o el orden


público ni perjudique a terceros.
• Art. 19.1 LEC: este precepto abunda en la misma idea. En él se señala
que no cabe realizar actos dispositivos sobre el proceso o su objeto
cuando la ley lo prohíba o establezca limitaciones por razones de interés
general o en beneficio de tercero.
• Art. 751 LEC: este precepto viene a ser una aplicación concreta de las
reglas que acaban de expresarse. En él se prevé la ineficacia de la
renuncia en el marco de los procesos no dispositivos (esto es, procesos
sobre capacidad, filiación, matrimonio y menores). No obstante, debe
tenerse en cuenta que en ocasiones el objeto propio de estos procesos
se entreteje con cuestiones de carácter disponible y, por tanto,
susceptibles de renuncia por parte del actor.
El supuesto paradigmático sería el de la acción de divorcio a la que se
acumula la acción dirigida al pago de una pensión compensatoria. El
demandante no puede renunciar a la acción de divorcio (renuncia que, no
lo olvidemos, comportaría la extinción definitiva de dicha acción, sin
posibilidad de volver a entablarla en el futuro), pero sí puede renunciar a
la pensión compensatoria inicialmente solicitada.

• Art. 106 LECrim: la acción penal no se extingue por la renuncia del


ofendido, dado el interés público en la persecución de los delitos.
Además, difícilmente podría la víctima del delito disponer de un derecho,
el ius puniendi, que no le pertenece a ella, sino al Estado. No obstante,
sí que cabe renunciar a la acción penal en los delitos únicamente
perseguibles a instancia del agraviado (esto es, los denominados
“delitos privados”, como las injurias); asimismo, es perfectamente
renunciable la acción civil derivada del delito.
e) Costas
No establece el art. 20.1 LEC ningún criterio para la imposición de costas en
los casos de renuncia. Por ello, habrá que acudir al criterio general del
vencimiento objetivo recogido en el art. 394.1 LEC e imponérselas al actor
renunciante.

B) Desistimiento (arts. 20.2 y 3 LEC)


a) Concepto, requisitos y distinción de figuras afines
El desistimiento puede definirse como el acto del demandante a través del cual
éste manifiesta al órgano jurisdiccional su deseo de abandonar el proceso por
él iniciado. Para la realización de ese acto, como sucede con todos los actos
dispositivos, será preciso proveer al procurador de un poder especial, sin que
baste el denominado poder general para pleitos (art. 25.2 LEC). Con carácter
general, el desistimiento ha de manifestarse de manera expresa, si bien la LEC
prevé algunos supuestos de desistimiento tácito, esto es, deducido de
determinados comportamientos del actor: esto es lo que sucede, precisamente,
con su falta de comparecencia en forma a la audiencia previa del juicio
ordinario (art. 414) o la vista del juicio verbal (art. 442).
El parecido del desistimiento con la renuncia al derecho o acción es evidente:

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 14


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ambos actos procesales proceden del actor y ambos conducen a una


terminación anticipada del proceso. Hace falta saber, por tanto, en qué se
diferencian una y otra figura.
La diferencia estriba en los efectos. La renuncia extingue definitivamente la
acción o el derecho subjetivo que la fundamenta, excluyendo por tanto la
posibilidad de iniciar un nuevo proceso con el mismo objeto. Por ello la
resolución que ha de dictarse en este caso es una sentencia absolutoria en
cuanto al fondo, con plenos efectos de cosa juzgada, que deja zanjada de una
vez por todas la cuestión litigiosa. Por el contrario, el desistimiento no extingue
la acción, sino únicamente el proceso: el proceso termina pero la acción sigue
viva y, por tanto, podrá ser ejercitada en un pleito posterior. En pocas palabras,
aunque yo desista del proceso nada me impide volver a demandar por lo
mismo. Por ello en este caso la resolución que se dicta no es una sentencia de
fondo, sino una resolución meramente procesal (auto o decreto de
sobreseimiento) sin fuerza de cosa juzgada. Por eso también, a diferencia de lo
que sucede con la renuncia, en los procesos no dispositivos SÍ CABE el
desistimiento, ya que la acción queda imprejuzgada y por tanto puede
ejercitarse nuevamente (art. 751 LEC): por ejemplo, no cabe renunciar a la
acción de divorcio, pero sí puede desistirse del proceso de divorcio iniciado en
su día (por ejemplo, porque el actor se ha reconciliado con su cónyuge). Eso sí,
el interés público que caracteriza a estos procesos sigue estando presente, y
muestra de ello es que el desistimiento requerirá en algunos casos la
conformidad del Ministerio Fiscal.
Dicho esto, probablemente nos estaremos preguntando: ¿y por qué va el actor a
desistir de un proceso que él mismo ha iniciado? Las razones pueden ser muy
diversas: por ejemplo, tras interponer la demanda la otra parte se muestra más
dispuesta a ceder, a negociar una solución. En este caso puede que al actor le
convenga desistir del proceso, ya que el desistimiento le deja abierta la posibilidad
de volver a demandar si esas negociaciones no salen bien (otra alternativa sería
pedir la suspensión del proceso: las posibilidades son variadas). O bien el
abogado del demandante ha cometido un error garrafal que hace prácticamente
segura su derrota (por ejemplo, olvidó presentar junto con la demanda un
documento esencial para sostener su pretensión): en tal caso le conviene desistir
para comenzar de nuevo y hacer las cosas bien desde el principio. En fin, las
razones para desistir son básicamente de carácter estratégico, son muy
variopintas y dependerán mucho del caso concreto.

b) La bilateralidad del desistimiento


Hay que señalar que la terminación del proceso no depende de la voluntad
exclusiva del actor. En ciertos casos, para acoger el desistimiento es preciso
recabar previamente el parecer del demandado. Es decir, a veces se exige la
denominada bilateralidad del desistimiento. Sobre el fundamento de esta
bilateralidad se ha escrito mucho. Antiguamente se pensó que su razón de ser
estribaba en la teoría, de raigambre romanista, que concebía el proceso como
un contrato (el contrato de litis contestatio) entre demandante y demandado, en
cuya virtud éstos acordaban someterse a la decisión de un iudex. Como
sucede con todo contrato, su cumplimiento no podía dejarse al arbitrio de una
sola de las partes y por ello para desistir de él hacía falta el consentimiento de
ambas.
Aquella concepción del proceso ha quedado totalmente superada por razones
que no vienen al caso, y hoy en día se entiende que el fundamento de esa

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 15


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bilateralidad es otro. Ese fundamento consistiría en el legítimo interés que


puede tener el demandado en que el proceso continúe y se dicte sentencia
sobre el fondo. Tengamos en cuenta que ese proceso le ha producido
molestias y perjuicios de cierta entidad: por de pronto, habrá que tenido que
hacer un buen número de gastos (en abogados, dictámenes periciales, etc.)
para articular su defensa. Es posible, además, que la demanda interpuesta
haya dañado su imagen o prestigio profesional. Por si fuera poco, el
desistimiento lo deja en una situación de incertidumbre, ya que en cualquier
momento pueden volver a demandarle por lo mismo. Por todo ello, el
demandado puede estar interesado en que el proceso siga adelante para lograr
su absolución definitiva y no verse enfrascado en ulteriores procesos.
Resta por ver cuándo el actor puede desistir unilateralmente y cuándo, por el
contrario, hace falta contar con la participación del demandado.
• El actor puede desistir unilateralmente en dos casos:
• antes de que el demandado sea emplazado para contestar a la
demanda (en el juicio ordinario) o citado para la vista (en los
juicios verbales);
• cuando el demandado se encontrase en rebeldía.
En estos casos el desistimiento es unilateral porque no se aprecia
ningún interés del demandado en alcanzar una sentencia de fondo: o
bien no se le ha llamado todavía al proceso, o bien su conducta
evidencia un absoluto desinterés por el litigio.
• Una vez efectuado el emplazamiento o citación del demandado el
desistimiento se torna bilateral. Habrá que darle al demandado traslado
del escrito de desistimiento para que, en el plazo de diez días,
manifieste su parecer. A partir de aquí pueden suceder dos cosas:
• Si el demandado presta su conformidad al desistimiento o,
simplemente, no se opone dentro del plazo expresado, ello
determinará el sobreseimiento del proceso. Dicho sobreseimiento
será acordado mediante decreto del secretario judicial
(consecuencia de la reforma operada por la Ley 13/2009).
• Si, por el contrario, el demandado se opone al desistimiento, en
tal caso el juez resolverá “lo que estime oportuno”. Esto quiere
decir que el juez habrá de decidir si el proceso continúa o se
sobresee, según aprecie o no un interés legítimo del demandado
en llegar a una sentencia sobre el fondo. En efecto, habrá casos
en que la oposición del demandado al desistimiento será
injustificada al carecer de un verdadero interés en la prosecución
del proceso (por ejemplo, el demandado, en su contestación,
alegó únicamente excepciones procesales, que precisamente
buscan precipitar el final del proceso sin una sentencia sobre el
fondo).
c) Las costas en caso de desistimiento
Esta cuestión aparece regulada en el art. 396 LEC, que establece dos reglas:

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 16


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• Cuando el desistimiento es unilateral (“que no haya de ser consentido


por el demandado”, dice la LEC), se establece que el actor será
condenado a todas las costas. La norma es lógica en apariencia, pero
en realidad resulta un tanto absurda: ¿qué costas imponemos al actor, si
no se han generado costas al otro litigante (o bien todavía no ha sido
emplazado, o bien se halla en rebeldía)?
• Cuando el desistimiento es bilateral y el demandado lo consiente, no se
condenará en costas a ninguno de los litigantes: en este caso cada uno
se paga lo suyo, esto es, cada uno paga las costas causadas a su
instancia y las comunes por mitad.
• No señala el art. 396 qué sucederá si el demandado se opone y, a pesar
de ello, el juez acoge el desistimiento del actor (supuesto tal vez
infrecuente pero posible, como antes hemos visto). A falta de una regla
especial, habrá que acudir al criterio general del vencimiento (art. 394
LEC) y, por tanto, imponerle las costas al actor. En rigor el demandante
no ha visto “rechazadas todas sus pretensiones” como exige el art. 394:
ni se le ha estimado ni se le ha rechazado nada, porque el juez no ha
entrado a juzgar sus pretensiones. El precepto, sin embargo, ha de ser
objeto de una interpretación amplia: puesto que el actor no ha obtenido
la tutela solicitada (nos da igual el motivo), lo más justo es que asuma él
el pago de las costas.
d) Desistimiento de los recursos
Hasta ahora hemos hablado del desistimiento en la primera instancia, pero
también se habla del desistimiento de los recursos, figura además que se
encuentra expresamente prevista en el art. 450 LEC. Se trata, sin embargo, de
dos fenómenos procesales totalmente distintos. Quien desiste de la primera
instancia manifiesta su voluntad de que el proceso termine sin una sentencia
sobre el fondo, reservándose la posibilidad de volver a ejercitar la acción; en
cambio, quien desiste de los recursos lo que expresa es su voluntad de no
impugnar la resolución recurrida, la cual, en consecuencia, deviene firme e
inatacable, sin que pueda volver a cuestionarse en el futuro.

C) Allanamiento (art. 21 LEC)


a) Concepto y distinción de figuras afines
El allanamiento puede definirse como aquella declaración de voluntad del
demandado por la que éste se muestra conforme con las pretensiones del
actor. Esta declaración de voluntad, en principio, resulta vinculante para el
órgano jurisdiccional, cuya sentencia ha de ajustarse a ella bajo riesgo de
incurrir en incongruencia.
No deben confundirse, pues son figuras distintas, el allanamiento y el
reconocimiento o admisión de los hechos alegados por el actor. El allanamiento
conduce necesariamente, como veremos, a la estimación de las pretensiones
deducidas, a la condena del demandado. En cambio, el único efecto del
reconocimiento de hechos es fijarlos como ciertos y exentos de prueba, pero
otra cosa es que esos hechos puedan fundar una sentencia condenatoria.
Ejemplo: Pelayo solicita la declaración de nulidad del contrato de estudios que

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celebró con una prestigiosa escuela de negocios. Dicha solicitud se fundamenta


en la existencia de vicios del consentimiento, pues Pelayo realmente detesta los
estudios que está cursando y sólo se matriculó por presiones familiares (le
aterraba defraudar a sus padres, miembros de una larga y afamada estirpe
empresarial). El centro demandado reconoce como ciertos los hechos en que se
basa la demanda (la existencia de un “temor reverencial” que determinó la
celebración del contrato), de modo que ya no será necesaria prueba alguna
encaminada a su demostración. No obstante, ello no implica que la demanda haya
de ser estimada, toda vez que el temor de desagradar a las personas a quienes se
debe sumisión y respeto está expresamente excluido como causa de nulidad (art.
1267 in fine del CC).

b) Sujetos
A diferencia de los dos actos que hemos analizado hasta ahora, el allanamiento
es un acto dispositivo que única y exclusivamente puede hacer el demandado.
El actor renuncia o desiste, el demandado se allana. Para que su allanamiento
sea eficaz el demandado precisa cumplir los requisitos que ya hemos visto,
esto es, su procurador habrá de estar provisto de un poder especial, sin que
baste con el poder general para pleitos. Además, es preciso poseer la
capacidad legal requerida para disponer del derecho de que se trate, por lo
cual si el demandado es incapaz el representante legal precisará la oportuna
autorización judicial para allanarse en su nombre (vid. arts. 166 CC –para los
padres- y 271.3º CC –para los tutores-, que ya vimos al hablar de la renuncia).
Si decimos que el allanamiento arranca del demandado, habrá que ver qué
sucederá cuando exista una pluralidad de codemandados, es decir, cómo
habrá que proceder en los supuestos de litisconsorcio pasivo. En estos casos
será preciso el allanamiento de todos los litisconsortes para poner fin al
proceso. Si sólo se allana alguno de ellos, habrá que distinguir:
• En principio ese allanamiento sólo afectará al litisconsorte que lo haya
formulado, sin que pueda perjudicar a los demás.
• No obstante, cuando la acción ejercitada sea indivisible, de modo que no
quepa hacer pronunciamientos separados y distintos para cada
litisconsorte, el allanamiento de un único codemandado ni siquiera será
admisible.
c) Forma
El allanamiento ha de formularse de manera expresa, sin que pueda deducirse
de la mera pasividad, de la conducta omisiva del demandado. No obstante, hay
casos especiales en los cuales la ley anuda a la incomparecencia del
demandado el efecto propio de un allanamiento: el supuesto más conocido, y
más frecuente en la práctica, es de los procesos de desahucio de inmuebles
arrendados. Aquí, si el demandado (arrendatario) no comparece al acto de la
vista “se declarará el desahucio sin más trámites”, es decir, su falta de
asistencia se interpreta como allanamiento tácito a las pretensiones del actor
(art. 440.4 LEC).
Hay otros casos. Así, por ejemplo, en el proceso monitorio, si el deudor no
presenta escrito de oposición en el plazo que al efecto se le concede en el
requerimiento de pago (20 días), expresando las razones por las que no debe en
todo en parte la cantidad reclamada, la consecuencia es similar a un allanamiento
tácito: el letrado de la Administración dicta un decreto poniendo al fin al monitorio,
decreto que deja zanjada cualquier cuestión relativa a la existencia o cuantía de la

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 18


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deuda y constituye título ejecutivo para su cobro forzoso (art. 816 LEC). También
encontramos un supuesto de allanamiento tácito en los procesos por daños
derivados de la infracción del Derecho de la competencia (por ejemplo, por
acuerdos o prácticas colusorias que restringen la libre competencia, fijando
precios, repartiéndose cuotas de mercado, etc.): aquí el actor puede exigirle al
demandado el acceso a las fuentes de prueba que obren en su poder (art.
283.bis.a de la LEC) y, si este obstruye el acceso ocultando o destruyendo esas
pruebas, el tribunal puede tenerle por tácitamente allanado a las pretensiones
formuladas o que se vayan a formular (art. 283.bis.h, letra b).

d) Límites
Al igual que sucede con la renuncia, el allanamiento está excluido de los
procesos no dispositivos (art. 751 LEC), ya que en éstos se halla en juego un
interés público y ese interés público está fuera del poder de disposición de los
litigantes. A modo de ejemplo, no puedo allanarme a una demanda de
incapacitación, una demanda de nulidad matrimonial o una demanda de
reclamación de paternidad.
Por otra parte, establece el art. 21.1 que el allanamiento será rechazado por el
tribunal cuando se hiciera en fraude de ley o perjudicase al interés general o a
terceros. El juez, en efecto, tiene que estar alerta, porque no es raro que el
allanamiento se utilice como una mera argucia para defraudar los intereses de
terceros.
Ejemplo: tengo que abonar una suma multimillonaria y, como no puedo pagarla, es
muy probable que me acaben embargando la casa. Para evitarlo, mi primo y yo
nos confabulamos para simular un proceso en el que él me reivindica a mí la
propiedad del inmueble. Yo, por supuesto, me allano en cuanto me notifican la
demanda y voilà, ya he colocado mi casa fuera del alcance de mis acreedores.

e) Consecuencias
Cuando el demandado se allana a todas las pretensiones del actor, el juez
dictará sin más trámites sentencia condenatoria. Es decir, del allanamiento
saltamos directamente a la sentencia de condena, prescindiendo de todas las
actuaciones que quedaran por realizar en ese proceso (audiencia previa, juicio,
etc.).
No obstante, el art. 21.2 LEC recoge también la figura del allanamiento parcial
(por ejemplo, de los 3000 euros que me reclaman, reconozco que debo 2000; o
de varias tierras que me están reivindicando, reconozco que pertenece al actor
ésta o aquélla). En este caso, el actor podrá pedirle al tribunal que dicte de
inmediato un auto que acoja las pretensiones objeto de allanamiento,
continuando el proceso para dilucidar las restantes. El auto que acoge el
allanamiento parcial es directamente ejecutable, de modo que el actor no
tendrá que esperar hasta el final del proceso para exigirle al demandado
aquello a lo que se allanó.
El allanamiento parcial sólo es posible cuando, como señala el art. 21.2 LEC,
“por la naturaleza de dichas pretensiones, sea posible un pronunciamiento
separado que no prejuzgue las restantes cuestiones no allanadas”. Se alude
aquí al supuesto de que sea tan estrecha la conexión entre las pretensiones
deducidas que sólo quepa o bien allanarse a todas ellas o no allanarse a
ninguna.
Ejemplo: demanda en la que pido que se declare la nulidad de un acuerdo

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 19


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societario en cuya virtud se fijó una retribución desorbitada a los administradores


de la sociedad; asimismo, solicito que éstos devuelvan el exceso de retribuciones
que han percibido hasta la fecha al amparo de ese acuerdo nulo. No podríamos
allanarnos a una de estas pretensiones y pedir la desestimación de la otra: si
reconozco que el acuerdo es nulo, debo devolver lo que indebidamente percibí en
virtud del mismo; y si reconozco que debo devolver lo percibido, es porque el
acuerdo es nulo.

f) Costas (art. 395 LEC):


En cuanto a los criterios de imposición de costas, la LEC distingue en función
de cuál sea el momento en que el allanamiento se formula:
• Si el demandado se allana antes de contestar a la demanda, no hay
condena en costas: cada uno paga las suyas y las comunes por mitad.
Con ello la ley quiere incentivar los allanamientos tempranos, a fin de
evitar un alargamiento innecesario del proceso. Asimismo, se trata de
evitar la condena automática de quienes pueden encontrar en la
demanda la primera reclamación, es decir, de quienes no han tenido
conocimiento de las pretensiones del actor hasta el momento mismo de
ser demandados. Por esto mismo, la ley prevé una excepción: el
demandado será condenado en costas si el tribunal, razonándolo
debidamente, aprecia mala fe en su actuación. En todo caso se
entenderá que existe mala fe cuando, antes de presentarse la demanda,
se hubiese formulado al demandado un requerimiento fehaciente y
justificado de pago o se hubiera intentado con él una mediación o
conciliación. En estos supuestos se ha ofrecido al demandado la
oportunidad de evitar el proceso, de satisfacer extraprocesalmente las
pretensiones del actor; si desaprovecha esta oportunidad, debe asumir
las consecuencias.
• Si el allanamiento se produce tras la contestación a la demanda, se
aplica el criterio general del vencimiento, de modo que el demandado
será condenado en todas las costas.

D) Transacción
a) Concepto
El art. 1809 CC define la transacción como un “contrato por el cual las partes,
dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa, evitan la provocación
de un pleito o ponen término al que había comenzado”. En definitiva, estamos
ante un negocio jurídico bilateral a través del cual las partes, haciendo
concesiones o sacrificios recíprocos, ponen fin a la controversia que entre ellas
existe. Ese carácter bilateral y recíproco es lo que distingue a la transacción de
otros institutos procesales, como por ejemplo el allanamiento.
Así pues, la transacción no es un fenómeno exclusiva o puramente procesal,
sino que aparece configurada como un contrato, un negocio jurídico privado
entre las partes. Ello explica que su regulación no se halle contenida sólo en la
LEC, sino también en el propio Código Civil, que dedica a esta figura los arts.
1809 a 1819. Asimismo, esa naturaleza contractual explica que la transacción
pueda ser invalidada por las mismas causas que todo contrato, en especial por
vicios del consentimiento, como expresamente reconoce el art. 1817 CC.

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 20


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b) Clases
Cabe distinguir entre transacción judicial y extrajudicial. La transacción judicial
es aquélla que se produce dentro de un proceso ya iniciado y se somete a la
aprobación del juez. Cabe que el acuerdo se concluya directamente ante el
propio juez (recordemos la función conciliatoria de la audiencia previa al juicio),
o cabe también que las partes concluyan el acuerdo privadamente y lo
introduzcan después en el proceso, solicitándole al juez su aprobación. En
ambos casos estaremos ante una transacción judicial.
La transacción extrajudicial, en cambio, es aquélla que o bien se concluye
antes del proceso, precisamente para evitarlo; o bien se concluye durante la
pendencia del proceso, pero fuera de éste y sin llevar ante el juez el acuerdo
alcanzado. Esa transacción, por sí misma, carece de toda incidencia sobre el
proceso en curso, si bien puede ser la “razón de fondo” que lleve a las partes a
renunciar a la acción, desistir del proceso o formular un allanamiento. En estos
casos se produce una terminación anticipada del proceso, pero en puridad esta
consecuencia procesal no deriva de la transacción, sino de la renuncia,
desistimiento o allanamiento efectuados.
La distinción que acaba de apuntarse es relevante, pues lógicamente la
transacción judicial tiene una eficacia diversa (más enérgica) que la que cabe
predicar de la transacción extrajudicial.
c) Sujetos
Como ya hemos recalcado hasta la saciedad, el procurador precisa poder
especial que le habilite para transigir en nombre de su representado (art. 25.2
LEC). Si alguna de las partes es incapaz y actúa por ella su representante
legal, éste para poder transigir necesitará generalmente autorización judicial: el
tutor necesita dicha autorización en todo caso (art. 271.3º CC), en tanto que los
padres la precisan solamente si la transacción versa sobre determinados
bienes o derechos (art. 1810 en relación con art. 166 CC: bienes inmuebles,
establecimientos mercantiles o industriales, etc.).
d) Objeto
Se aplican también aquí los límites que hemos visto a propósito de otros actos
dispositivos, de modo que resultará ineficaz aquella transacción que entrañe un
fraude de ley, atente contra el interés general o perjudique a terceros (arts. 6
CC, 19.1 LEC y 247 LEC).
Únicamente cabe transigir sobre aquellas materias que sean de libre
disposición para las partes. Por ello, el art. 1814 CC prohíbe transigir sobre el
estado civil de las personas, sobre cuestiones matrimoniales o alimentos
futuros (a sensu contrario, sí cabe la transacción sobre las pensiones
alimenticias ya vencidas, lo que aparece confirmado por el art. 151 CC). En la
misma idea incide el art. 751 LEC, citado ya en varias ocasiones, que excluye
la transacción de los procesos no dispositivos, salvo que verse sobre las
cuestiones de carácter disponible que eventualmente se incluyen en este tipo
de procesos (ya pusimos el ejemplo de la pensión compensatoria en un
proceso de divorcio).
Lógicamente, la responsabilidad criminal tampoco es susceptible de

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 21


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transacción, pues el ius puniendi corresponde al Estado y no puede ser objeto


de disposición por los particulares. No obstante, el art. 1813 CC sí permite
transigir sobre la acción civil derivada del delito (por ejemplo, para acordar la
cuantía de la indemnización por los daños que el delito produjo).
e) Consecuencias
• En lo que respecta a la transacción judicial, ésta es aprobada u
homologada por el juez a través de una resolución que adopta la forma
de auto (art. 206.2.2º LEC). Debe entenderse que dicha homologación
no es automática, sino que el juez habrá de controlar si se cumplen los
requisitos que hemos visto (capacidad de las partes, que versa sobre
materias disponibles, etc.). Ese auto supone la terminación anticipada
del proceso y deja definitivamente zanjada la cuestión litigiosa,
produciendo unos efectos equivalentes o similares a la cosa juzgada
(art. 1816 CC). Ese auto es, además, un título ejecutivo, esto es, un
título que permite abrir directamente la ejecución forzosa en caso de
incumplimiento, como si de una sentencia se tratase (art. 517.2.3º LEC).
• En cuanto a la transacción extrajudicial, debe señalarse que los
compromisos en ella reflejados tienen la eficacia vinculante propia de
todo contrato: no se trata, pues, de una mera declaración de intenciones
o de un “pacto de caballeros”, sino de un contrato perfectamente
obligatorio y exigible al que las partes habrán de atenerse. No obstante -
y aquí radica su debilidad frente a la transacción judicial- esa eficacia no
puede hacerse valer por medio de la ejecución forzosa. En este caso el
“camino” para llevar a efecto la transacción es más largo, pues la parte
interesada no tendrá más remedio que iniciar un proceso declarativo
contra el incumplidor y obtener una sentencia que le condene a cumplir
lo acordado.
f) Costas
Es probable que, si las partes han llegado a un acuerdo en cuanto al fondo del
asunto, hayan pactado también cómo se distribuirán entre ellas las costas del
proceso. En este caso se suscitan pocos problemas, pues basta con estar a lo
que las partes hayan pactado. El problema surge cuando el acuerdo
transaccional omite toda referencia al reparto de las costas. La LEC guarda
absoluto silencio acerca de cómo habrá de procederse en estos supuestos,
esto es, no proporciona ningún criterio específico de atribución de las costas
para los casos de transacción. A primera vista, podría pensarse en la aplicación
del criterio general del vencimiento (art. 394 LEC), pero hay un inconveniente:
en este caso no cabe hablar de vencedores ni vencidos, pues ambas partes
han tenido que ceder en mayor o menor medida a las pretensiones de la
contraria. Por ello, lo más razonable en estos supuestos será que el juez no
condene en costas a ninguno de los litigantes: cada cual pagará las costas
causadas a su instancia y las comunes por mitad.

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E) La satisfacción extraprocesal o carencia sobrevenida del objeto del proceso. La


enervación de la acción de desahucio (art. 22 LEC)
a) Supuestos
La LEC prevé la posibilidad de concluir anticipadamente el proceso cuando, por
circunstancias sobrevenidas, desaparezca el interés que motivó su incoación.
Es decir, se trata de la aparición de hechos nuevos que privan al proceso del
sentido que originariamente tuvo. Esos hechos pueden ser, según el art. 22
LEC, los siguientes:
• Satisfacción extraprocesal de la pretensión: a ella alude expresamente el
propio art. 22.1 LEC. En estos casos el actor obtiene fuera del proceso
el resultado material al que aspiraba, de modo que el proceso deviene
superfluo e inútil. Esa satisfacción puede consistir, por ejemplo, en el
pago de la cantidad reclamada, la entrega de la cosa reivindicada, el
desalojo voluntario de un inmueble respecto del que se pedía el
desahucio o la revocación o sustitución (por parte de la junta de
accionistas) de un acuerdo societario impugnado.
• “Cualquier otra causa” que prive de interés legítimo a la tutela
pretendida: aquí la ley utiliza una fórmula abierta e indeterminada, por lo
que corresponderá al intérprete identificar qué supuestos concretos
pueden motivar la conclusión del proceso por desaparición del interés.
La doctrina, a título meramente ilustrativo, se ha referido a los
siguientes:
• Transacción extrajudicial, en cuya virtud las partes ponen término
a la controversia que originó el proceso.
• Fallecimiento de una de las partes cuando la acción ejercitada
sea intransmisible (si es transmisible, el proceso no finaliza, sino
que se produce la sucesión procesal en favor de los herederos y
el proceso sigue adelante con ellos): pensemos, por ejemplo, en
la muerte de alguno de los cónyuges durante el proceso de
divorcio, o en la muerte del presunto incapaz durante el proceso
de incapacitación.
• Confusión sobrevenida de partes: cuando fallece un litigante y le
hereda el contrario.
• Pérdida de la cosa litigiosa sin responsabilidad del demandado: si
la causa de la pérdida es controvertida las partes podrán debatir
sobre ella en el incidente contradictorio que prevé el propio art.
22, del que después nos ocuparemos.
• La enervación de la acción de desahucio (art. 22.4 LEC): a través de la
acción de desahucio el actor (arrendador) persigue expulsar al
demandado (inquilino) del inmueble debido al impago de las rentas. No
obstante, se ofrece al demandado la posibilidad de “enervar la acción”
(esto es, de evitar el desahucio y permanecer en el inmueble) si paga o
consigna la totalidad de las rentas adeudadas. No se trata propiamente
de una satisfacción extraprocesal, ya que el arrendador no consigue lo
que pretende, que es recuperar el inmueble. Esa facultad de enervación

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 23


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está sujeta a dos requisitos:


• Requisito sustantivo: el pago o consignación ha de comprender la
totalidad de las rentas debidas, tanto las reclamadas en la
demanda como las que se devenguen hasta el momento del
pago.
• Requisito temporal: el demandado debe ejercitar esta facultad
enervatoria en el plazo de 10 días que el secretario judicial le
concederá al requerirle de pago (vid. art. 22.4 en relación con art.
440.3 LEC).
Por otra parte, la facultad de enervación está excluida en dos supuestos:
• Cuando el arrendatario hubiera enervado el desahucio en una
ocasión anterior (no cabe, pues, una segunda enervación).
Cabe preguntarse por qué se impide enervar una segunda vez. A
este respecto, debe señalarse que, si no se estableciera este
límite, se estaría fomentando la morosidad “crónica” del inquilino:
podría evitar el desahucio pagando las rentas atrasadas y, acto
seguido, dejar de pagar nuevamente, obligando al propietario a
demandarle una y otra vez.

• Cuando el arrendador hubiese requerido de pago al arrendatario,


por cualquier medio fehaciente, con al menos 30 días de
antelación a la presentación de la demanda. Cuando nos
encontremos en estos supuestos de exclusión el inquilino,
obviamente, sigue teniendo la posibilidad de pagar, lo que sucede
es que ese pago no tendrá efecto enervatorio: le servirá para
extinguir la deuda arrendaticia, pero no para evitar su desalojo.
b) Tramitación
Cualquiera de las partes puede instar la terminación del proceso por
desaparición sobrevenida del interés. A partir de aquí, puede suceder que
ambas partes estén de acuerdo o que alguna de ellas sostenga la subsistencia
de interés legítimo (por ejemplo, niega que la otra parte haya cumplido, o alega
que la cosa se destruyó precisamente por culpa del otro litigante).
• En el primer caso se decretará sin más la terminación del proceso. Esa
terminación será acordada por el secretario judicial mediante decreto. En
este supuesto no se condenará en costas a ninguna de las partes (art.
22.1 in fine).
• Si alguna de las partes sostiene la subsistencia de interés legítimo, ello
dará lugar a un pequeño incidente contradictorio. Éste consiste
simplemente en una comparecencia ante el tribunal, cuyo objeto se
ceñirá a discutir si existe o no un interés que justifique la continuación
del proceso. Terminada la comparecencia el juez decidirá mediante auto
lo que proceda, imponiéndose las costas del incidente a la parte que vea
rechazada su pretensión. Si ese auto ordena la prosecución del proceso
no cabrá recurso alguno. Por el contrario, si acuerda la terminación del
proceso cabrá interponer recurso de apelación.

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F) La caducidad de la instancia (arts. 236 a 240 LEC)


a) Concepto y fundamento
La caducidad de la instancia es la terminación del proceso producida por su
paralización durante cierto tiempo en el que las partes han permanecido
inactivas. Esta institución tiene un doble fundamento:
• Subjetivo: la presunta voluntad de los litigantes de abandonar el
proceso, deducida precisamente de su falta de actividad en el mismo.
• Objetivo: necesidad de evitar que los procesos se prolonguen
indefinidamente en el tiempo, por la amenaza o peligro que ello supone
para la seguridad jurídica.
Hay que señalar que esta institución ha perdido la importancia que tuvo en el
pasado. Tradicionalmente el impulso procesal (esto es, el tránsito del proceso
de una fase a las sucesivas) era algo que se confiaba a las partes: transcurrido
el plazo para llevar a cabo una determinada actuación, era la parte interesada
la que tenía que solicitar que se diera paso a la siguiente. Si no lo hacía el
proceso quedaba interrumpido, embarrancado, y esto como es obvio daba
mucho juego al instituto de la caducidad de la instancia. Sin embargo, en 1924
se introduce en nuestra legislación el impulso procesal de oficio: si una parte no
lleva a cabo una determinada actuación (por ejemplo, la contestación a la
demanda), se produce la preclusión y es el propio tribunal el que dispone el
paso a la siguiente fase (la audiencia previa), sin necesidad de que nadie se lo
pida. Puesto que es el tribunal el que hace avanzar el proceso se reducen las
posibilidades de que éste quede paralizado por la mera pasividad de los
litigantes.
En la actualidad, la aplicación de la caducidad de la instancia queda reducida a
supuestos muy concretos, en especial el previsto en el art. 19.4 LEC: cuando
las partes, de común acuerdo, pidan la suspensión del proceso (por ejemplo,
para negociar una solución amistosa). Esa suspensión puede durar un máximo
de 60 días. Si transcurrido ese plazo máximo ninguna de las partes solicita la
reanudación del proceso, se archivarán provisionalmente los autos (art. 179.2
LEC). Si al cabo de dos daños nadie ha pedido todavía la continuación del
proceso se producirá la caducidad de la instancia (art. 237.1).
b) Requisitos
El requisito fundamental para que opere la caducidad de la instancia es la falta
de actuación procesal de alguna de las partes durante los plazos que marca la
ley. Ese plazo es de dos años, cuando el pleito se hallase en primera instancia;
o de un año, si estuviera en vía de recurso. Dichos plazos se cuenta desde la
última notificación realizada a las partes (art. 237.1 LEC).
c) Excepciones
• No se producirá la caducidad de la instancia si el proceso hubiese
quedado paralizado por fuerza mayor u otra causa no imputable a las
partes (art. 238 LEC).
• También queda excluido de la caducidad de la instancia el proceso de
ejecución (art. 239 LEC). El proceso de ejecución nunca termina por

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 25


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caducidad de la instancia, sino que ha de permanecer abierto todo el


tiempo que sea necesario para satisfacer al ejecutante (art. 570 LEC).
d) Efectos
• En primera instancia equivale a un desistimiento, lo que significa que la
acción queda imprejuzgada y, por tanto, podrá interponerse una nueva
demanda con el mismo objeto (art. 240.2 LEC).
• Si la caducidad de la instancia se produce en vía de recurso, la
resolución recurrida ganará firmeza y ya no podrá ser ulteriormente
impugnada (art. 240.1 LEC).
• No da lugar a imposición de costas a ninguno de los litigantes, de modo
que cada cual habrá de pagar las causadas a su instancia y las
comunes por mitad.
• En cuanto al modo de declarar la caducidad de la instancia, ésta se
declara de oficio por el secretario judicial a través del correspondiente
decreto (reforma introducida por la Ley 13/2009). Este decreto es
susceptible de recurso de revisión ante el juez y el auto que desestime
este recurso será, a su vez, recurrible en apelación (art. 454.bis.3 LEC).

G) El sobreseimiento
Algunos de los actos anteriores (como el desistimiento o la caducidad de la
instancia) producen el sobreseimiento del proceso, esto es, su finalización sin
que quede decidido el fondo del asunto. Dicho sobreseimiento se acuerda
mediante auto (en algunos casos, decreto del secretario judicial) que deja
imprejuzgada la acción y carece de efectos de cosa juzgada. Deja abierta, por
tanto, la posibilidad de volver a demandar por lo mismo.
No obstante, en la lección 12 ya vimos que el sobreseimiento puede producirse
también cuando el tribunal aprecie la falta de algún presupuesto o requisito
procesal que impida entrar en el fondo del asunto (por ejemplo, el tribunal
entiende que carece de jurisdicción o de competencia objetiva para conocer del
litigio, o aprecia defectos de capacidad en alguna de las partes, o advierte una
falta de litisconsorcio pasivo necesario que el actor no subsana presentando
demanda contra los sujetos omitidos, etc.). Damos por reproducido aquí lo que
vimos en dicha lección.

4. Crisis del proceso


En este último apartado nos ocuparemos de lo que doctrinalmente se conoce
como crisis procesales, que en un sentido metafórico cabría definir como la
“patología” del proceso civil, esto es, eventos que perturban el curso normal del
proceso. Hablaremos únicamente de la principal de estas crisis, que es la
suspensión del proceso.
El proceso puede paralizarse por causas muy heterogéneas, que aparecen
reguladas de manera dispersa en la LEC. A efectos expositivos, cabría
distinguir entre dos grandes grupos: la paralización del proceso y la
paralización de actos procesales concretos.

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A) Paralización del proceso


El proceso puede quedar paralizado ya sea por la voluntad de las partes o
porque la ley así lo disponga.
• Por la petición de ambas partes (arts. 19.4 y 179.2 LEC): puede
convenirles, en efecto, detener el curso del proceso para negociar un
posible acuerdo o por la razón que sea. Dicha suspensión puede durar
un máximo de 60 días, pasados lo cuales se archivan provisionalmente
los autos. Transcurridos dos años sin que ninguna de las partes pida la
reanudación el proceso fenece por caducidad de la instancia.
• Por disposición de la ley: la ley ordena la suspensión del proceso por
causas variadas, que aparecen diseminadas en el texto de la LEC. Esas
causas serían las siguientes:
• Supuestos de prejudicialidad: son varias las cuestiones
prejudiciales que obligan a paralizar el desarrollo del proceso.
Deben citarse, concretamente:
 Prejudicialidad penal (art. 40 LEC): cuando pende una
causa criminal cuya resolución puede tener una influencia
decisiva en el pleito civil (por ejemplo, proceso por delito de
falsedad del documento en el que alguna de las partes
funda sus pretensiones, etc.).
 Prejudicialidad civil (art. 43 LEC): cuando en otro proceso
civil se están dilucidando hechos que son antecedente o
presupuesto necesario de lo que ha de resolverse.
Ejemplo: reclamación de sus derechos de legítima por
parte de un hijo extamatrimonial, no reconocido, del
causante. Al mismo tiempo, pende otro proceso de
reclamación de la filiación, a fin de demostrar la paternidad
del difunto sobre el supuesto hijo. Está claro que lo que se
resuelva en este proceso (si hay o no parentesco biológico)
influirá decisivamente en el pleito hereditario, condicionará
la resolución de dicho pleito.
 Prejudicialidad constitucional (arts. 35 a 37 LOTC): es la
que surge cuando se pone en tela de juicio la
constitucionalidad de una norma de cuya validez dependa
el fallo. Como sabemos, en este caso lo que ha de hacer el
juez que conozca del litigio es elevar cuestión de
inconstitucionalidad ante el TC. Dicha cuestión habrá de
plantearla cuando el proceso esté ya sólo pendiente de
sentencia, quedando dicho proceso paralizado hasta que el
TC se pronuncie sobre la constitucionalidad de la norma.
 Prejudicialidad comunitaria (art. 267 del Tratado de
Funcionamiento de la Unión Europea): cuando, en el curso
del proceso, surgen dudas acerca de cómo interpretar una
norma de Derecho comunitario necesaria para resolver el
litigio. En este caso se faculta al juez que conozca del caso
para plantear cuestión prejudicial ante el Tribunal de

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Justicia de la Unión Europea.


• Apertura de determinados incidentes que comportan la
paralización del proceso principal: es lo que sucede, por ejemplo,
con la declinatoria, que como sabemos es el medio de que
disponen las partes para denunciar la falta de jurisdicción o
competencia del tribunal. La interposición de la declinatoria
origina un incidente, y hasta que ese incidente se resuelva el
proceso principal queda suspendido (art. 64.1 LEC). También
producen efectos suspensivos los incidentes de abstención y
recusación de jueces y magistrados, cuando en ellos concurren
circunstancias que hacen sospechar de su imparcialidad (arts.
102.2 y 109.4 LEC).

B) Paralización de actos procesales concretos


Aquí nos referimos básicamente a la suspensión e interrupción de las vistas.
Técnicamente se trata de figuras diversas: la suspensión opera antes de que la
vista se inicie, de modo que ésta no llega siquiera a comenzar. La interrupción,
por el contrario, se produce cuando la vista ya ha empezado: el acto queda “a
mitad”, por así decir, y tendrá que ser reanudado posteriormente.
Las causas de suspensión están previstas en el art. 188 LEC, que entre otras
se refiere a la indisposición sobrevenida del juez o del secretario (si no pueden
ser sustituidos), imposibilidad absoluta de alguna de las partes citada para ser
interrogada, muerte o enfermedad de alguno de los abogados, coincidencia de
dos señalamientos de vista en el mismo día y horario, etc. Una vez acordada la
suspensión habrá que avisar inmediatamente a las partes personadas y a
quienes hubiesen sido citados para declarar como testigos o peritos (para que
se ahorren la molestia de comparecer en la fecha inicialmente fijada, se
entiende).
Las causas de interrupción, por su parte, aparecen recogidas en el art. 193
LEC, que alude entre otras a la necesidad de practicar diligencias de prueba
fuera de la sede del tribunal, incomparecencia de testigos cuya declaración se
considere imprescindible, etc.
Se trata, en definitiva, de circunstancias excepcionales que impiden que la vista
se lleve a cabo en la fecha inicialmente señalada por el tribunal. En ambos
casos habrá que proceder a fijar nueva fecha para la celebración o reanudación
de la vista, que habrá de ser en el día más inmediato posible.

Lección 14. La conclusión del proceso. La sentencia... 28

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