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Sus hijos, sobrinos, nietos y uno que otros amigos, tanto niños
como adultos hemos vivido oyendo y disfrutando, en cada paseo,
en las vacaciones, en las excursiones, sus cuentos de brujas,
aparecidos y sus propias vivencias.
Papá cuenta que todos los días se peleaba con alguno de sus
compañeros, ya sea por razones de juego, por los clientes de su
trabajo, o por defender a sus hermanos que eran menores que él,
Algunas veces salía triunfante, pero otras tenía que salir corriendo
para evitar males mayores y ofrecer, desde la distancia, un empate.
José de los Santos, para esa época, tenía cuatro hermanos, Emilia
la mayor, María, Jorge y Salvador, aún no había nacido Alberto.
Emilia y María, mis tías, contaban con trece y doce años de edad,
aproximadamente, eran unas niñas muy bellas, de ojos claros María
y Emilia de un porte admirable, que de esa edad ya despertaban
ilusiones entre los jóvenes.
Los cierto es que un día, cuando pasaba por un lado de la casa del
gobernador Camilo Anselmi, le gritaron “Adiós cuñao”. El Gatico se
convirtió en feroz felino y respondió a todo pulmón, para que
propios y extraños oyeran su respuesta “En la puerta de la iglesia le
hecho miao”. Segundos después se oyó el sonido de un disparo y el
Gatico cayó al suelo desmayado y botando mucha sangre por la
cabeza, producto de una herida de bala.
De inmediato fue llevado al hospital por las autoridades y los
médicos diagnosticaron que la herida fue en el cuero cabelludo,
que no requería operación alguna, sino solamente aplicarle unos
cuantos puntos y mucho descanso, tranquilidad y reposo.
Era el Gatico, el niño atrevido que osó romper con las normas, un
policía quiso detenerlo y él inmediatamente como ya lo tenía
calculado, se arrancó las vendas y su herida volvió a sangrar. Fue
llevado al hospital donde lo curaron nuevamente.