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Anécdotas Perennes

Gabriel García Márquez, escribió “La Vida no es la que uno vivió,


sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Al
escribir esto pretendo transcribir la vida que papá recuerda y la que
él nos ha contado.

Sus hijos, sobrinos, nietos y uno que otros amigos, tanto niños
como adultos hemos vivido oyendo y disfrutando, en cada paseo,
en las vacaciones, en las excursiones, sus cuentos de brujas,
aparecidos y sus propias vivencias.

Con una capacidad increíble para narrar, digno de los cuenta


cuentos medievales, nos trasladaba con su elocuencia y picardía a
esos momentos y espacios que él relataba.

Cuando visitábamos Trujillo, aprovechaba la presencia del abuelo


Salvador para darle más tensión y emoción a sus cuentos, ya que el
abuelo le agregaba alguna otra cosa a la historia para darle mayor
credibilidad. Nos apretujábamos como pollitos y nos arropábamos
de pie a cabeza para combatir y compartir el miedo que generaban
algunas de esas historias. El tío Salvador, su compañero de vida,
hermano y amigo, al que amó y respetó toda su vida, fue fiel
cómplice en estas aventuras y anécdotas.

Quizás la memoria nos hará una mala jugada y no nos permitirá


transcribir con los mismos detalles las anécdotas y vivencia que
papá nos contaba. Pero con los aportes de todos nosotros,
podemos recrear y acercarnos un poco más a la vida que él vivió y
como la recordaba.

Los invito a leerla y participar en la construcción de estas leyendas.


Adiós cuñao:

José de los Santos, a la edad de los nueve años ya era un niño al


que sus padres, el abuelo Salvador y la abuela Carmen le habían
asignado responsabilidades y tareas para colaborar con los
ingresos para el mantenimiento de la familia. Desde muy temprano
salía a la calle a vender arepas a distintos lugares de la ciudad de
Trujillo, específicamente en los alrededores de la Plaza Bolívar y
posteriormente en la Cárcel de Trujillo. Luego de terminar esa
primera jornada, iba a la escuela, en las tardes y fines de semana
se iba a los cines y lugares de encuentro de la comunidad a ofrecer
sus servicios con su caja de limpiabotas.

José era un niño de color blanco, ojos verdes e inteligente, por lo


que se ganó el apodo del Gato o Gatico como le decían por su
tamaño y agilidad para treparse en los árboles, saltar obstáculos y
esquivar y dejar atrás a sus contendores.

Papá cuenta que todos los días se peleaba con alguno de sus
compañeros, ya sea por razones de juego, por los clientes de su
trabajo, o por defender a sus hermanos que eran menores que él,
Algunas veces salía triunfante, pero otras tenía que salir corriendo
para evitar males mayores y ofrecer, desde la distancia, un empate.

La plaza Bolívar eran el lugar preferido por él y sus amigos para


jugar y cometer una que otra fechoría, como subirse a las matas de
mamón o tumbarlos a piedra, ya que estaba prohibido, por lo que
siempre fueron corridos y hasta detenidos, con algunas penitencias,
por las autoridades.
Sin embargo, pese a su rebeldía, era respetado por su
responsabilidad en la escuela y su capacidad para ayudar en los
mandados y en las tareas que los vecinos y algunas autoridades
policiales le asignaban. Y sobre todo porque su papá, Don
Salvador, era un hombre muy respetado y apreciado por la
comunidad.

José de los Santos, para esa época, tenía cuatro hermanos, Emilia
la mayor, María, Jorge y Salvador, aún no había nacido Alberto.

Emilia y María, mis tías, contaban con trece y doce años de edad,
aproximadamente, eran unas niñas muy bellas, de ojos claros María
y Emilia de un porte admirable, que de esa edad ya despertaban
ilusiones entre los jóvenes.

El cuento es, que ya en varias oportunidades le gritaban “Adios


cuñao”, situación que calentaba al Gatico, razón suficiente para
desafiarlos a pelear, les gritaba alguna que otra grosería o los
perseguía a piedras por las dos calles de Trujillo, calle Arriba y calle
Abajo.

Sus hermanas eran más bellas en la medida que crecían, por lo


que ya jóvenes de mayor edad empezaron a también a llamarlo
“cuñao” al Gatico.

Los cierto es que un día, cuando pasaba por un lado de la casa del
gobernador Camilo Anselmi, le gritaron “Adiós cuñao”. El Gatico se
convirtió en feroz felino y respondió a todo pulmón, para que
propios y extraños oyeran su respuesta “En la puerta de la iglesia le
hecho miao”. Segundos después se oyó el sonido de un disparo y el
Gatico cayó al suelo desmayado y botando mucha sangre por la
cabeza, producto de una herida de bala.
De inmediato fue llevado al hospital por las autoridades y los
médicos diagnosticaron que la herida fue en el cuero cabelludo,
que no requería operación alguna, sino solamente aplicarle unos
cuantos puntos y mucho descanso, tranquilidad y reposo.

Los vecinos y testigos y las propias autoridades confirmaron que el


autor del disparo había sido el hijo del Gobernador Anselmi.

Al Gatico lo curaron finalmente, lo llevaron a su casa, le dieron


medicamento y hasta un pago semanal para compensar lo que
dejaba de percibir por su trabajo como vendedor de arepas y
limpiando zapatos, mientras durara su convalecencia.

La primera semana el Gatico, permaneció en cama de reposo. Esto


le permitió pensar en las oportunidades y el provecho que podía
sacarle a esa situación, ya que el culpable de todo era el hijo del
gobernador.

Un semana después, salió el Gatico de su convalecía en cama,


pero aún mantenía los puntos y vendas en la cabeza. Recogió su
caja para limpiar zapatos, se colocó un sombrero para cubrirse la
herida del sol y se dirigió a la Plaza Bolívar, maquinando quien
sabe qué.

Las matas de mamones en la plaza goteaban su néctar, prohibido


para los niños, sin embargo, el gatico se atrevió a subirse, recoger y
repartir tan anhelada fruta. Inmediatamente los policías de la plaza y
la gobernación dieron la voz de alarma y salieron a detener a los
que osaban subirse a los árboles de la plaza mayor.

Era el Gatico, el niño atrevido que osó romper con las normas, un
policía quiso detenerlo y él inmediatamente como ya lo tenía
calculado, se arrancó las vendas y su herida volvió a sangrar. Fue
llevado al hospital donde lo curaron nuevamente.

Finalmente, se llegó a un acuerdo, entre comillas, entre las


autoridades y el Gatico. Él podía seguir bajando los mamones, sin
generar mucho ruido y alboroto con los otros niños, podía atender
sus clientes que solicitaban el servicio de limpiabotas en los bancos
de la Plaza y recibiría hasta que se sanara completamente la herida
un pago extra. Además de colarse en el cine, sin que las
autoridades pudieran hacer algo.

Un limpiabotas para el Sr. Presidente de la República.

El Gatico se hizo dueño y señor de la Plaza Bolívar y sus


alrededores, solo él y algunos de sus amigos tenían derechos para
trabajar como limpiabotas y jugar en ese espacio sagrado para las
autoridades y la comunidad.

De tal forma que un día que el Presidente de la República de


Venezuela General López Contreras, se encontraba de visita en la
Gobernación de Trujillo, entonces salió un oficial solicitando, a gritos
en la plaza, un limpiabotas para el Presidente y su ayudante. Quien
mas que el Gatico y su compañero de juegos y trabajo para atender
tan importantes personalidades.

Al Gatico le tocó lustrar las botas de campaña del Presidente y a su


amigo le toco el ayudante. El gatico mientras hacia su trabajo,
imaginaba cuánto iría a cobrar o cuánto le regalarían por ese
trabajo tan importante.
Concluido el lustrado de las botas, el General López Contreras
intentó sacar de su bolsillo dinero para pagarles a los limpiabotas,
pero un “jala bolas” como lo describe papá en sus cuentos, sacó
dos monedas de platas de cinco bolívares, dos fuertes como se les
denominaba a esa moneda, y les dio una cada uno de ellos. Era
mucho dinero por limpiar las botas, pero cuanto les hubiera dado el
Sr. Presidente se preguntaban los muchachos.

El gatico no sabía qué hacer con tanta plata, cambió la moneda de


cinco bolívares, guardó parte del cambio y el resto se lo entregó a
su papá para los deberes de la familia.

El gatico se convirtió en gato y por muchos meses a fuerza de


quitarse las vendas de la herida, siguió maullando, pero ahora rugía
para poder seguir colaborando con los abuelos en el crecimiento de
la familia.

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