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N°1

2020
Fernando Romero Moreno

La nueva
derecha frente
al globalismo
Introducción: el contexto histórico entre 1989
y 2019

En 1989, cuando pocos esperaban tal


desenlace, se produjo la “caída” del
comunismo en Europa Oriental y poco
después el desmoronamiento de la URSS. La
mayoría de los analistas políticos y medios de
comunicación de aquel entonces lo celebraron
como un “triunfo” de la democracia y la
economía de mercado sobre el totalitarismo
marxista. No les faltaba algo de razón: la
estructura político-burocrática de la URSS y
sus estados satélites era cada vez más
insostenible, la fuerte política anticomunista
de Ronald Reagan terminó con la
“coexistencia pacífica” y el liderazgo
espiritual de Juan Pablo II ayudó a fortalecer
la resistencia de Polonia y otros pueblos al
imperialismo soviético. Yo tenía por entonces
20 años, militaba desde los 15 en política, era
profundamente anticomunista pero recuerdo
que “algo” de lo que pasaba no terminaba de
cerrarme. Estaba leyendo ese año El Señor del

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Mundo y no podía dejar de relacionar la
“popularidad” creciente de Gorbachov con la
del siniestro Felsenburgh de la novela de
Benson. Una noche me entretuve viendo un
reportaje de Bernardo Neustadt a Brzezinski,
uno de los fundadores de la Trilateral
Comission. Y no pude dejar de pensar que en
todo aquello había “gato encerrado”. Pasaron
unos años y en 1992 ya estaba bastante clara
la naturaleza del llamado Nuevo Orden
Mundial. El Instituto de Promoción Social
Argentina (IPSA), fundado por Carlos A.
Sacheri a fines de los años 60, organizó por
entonces un excelente Congreso al respecto,
cuyas actas fueron publicadas en la
revista Verbo. Ya se había producido la
primera Guerra del Golfo, la ruptura entre
neoconservadores y paleoconservadores en
los EE.UU y la Cumbre de la Tierra en Río de
Janeiro (1992). Pero hubo que esperar a la
Cumbre de Población de la ONU en El Cairo
(1994) y a la Conferencia sobre la Mujer en
Beijing (1995) para poder corroborar que
habíamos entrado, definitivamente, en una

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etapa aún más peligrosa que la anterior
(aunque de algún modo relacionada), es decir,
la que se originó a partir de 1945. Entre 1989 y
2008 el proyecto globalista estuvo
mayoritariamente en manos de los
neoconservadores y por lo mismo bajo
hegemonía norteamericana. Eran los tiempos
de gloria de Samuel Huntington, Francis
Fukuyama, William Kristol y del PNAC, esto
es, de la “norteamericanización” del mundo,
en el sentido negativo que ya habían
anticipado referentes conservadores o
tradicionalistas como Russell Kirk o Thomas
Molnar. Pero fue también la etapa en que
excomunistas y socialdemócratas hicieron las
paces, formando unos la “oposición por
izquierda al globalismo” con el Foro de San
Pablo (1990) y otros la versión progresista del
Nuevo Orden Mundial, con Gorvachov, la
Internacional Socialista y la ONU a la cabeza.
En 2008 se produjo la crisis financiera
internacional y eso dio pie a que la izquierda
(la globalista y la antiglobalista) se
“reinventara” bajo banderas que venía

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alzando desde varios años antes como el
desarrollo sustentable, el multiculturalismo,
la “perspectiva” de género, el nuevo orden
económico global, los delitos de lesa
humanidad, la izquierda cultural y demás. En
ese contexto surgió una heterogénea y
confusa reacción “antiglobalista” de derecha,
que fue creciendo y poniendo reparos tanto a
la agenda neoconservadora como a la
progresista. Fue durante esos años (2003-2019)
que la Argentina sufrió lo peor de la escalada
“kirchnerista”, con una oposición (luego
capitalizada por “Cambiemos”) que nunca
entendió o le importó lo que realmente
estaba en juego (las raíces cristianas de
Occidente, los derechos naturales de la
persona humana, la guerra cultural y las
soberanías nacionales), a diferencia de lo que
– al menos con un poco más de claridad –
comenzaron a señalar líderes de otros países
como Orban, Abascal, Bolsonaro o Trump. Sí
lo comprendieron, con sus más y con sus
menos, Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero
para entonces, la crisis que la Iglesia Católica

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venía sufriendo desde la década del 60, hizo
“metástasis” con el escándalo de los abusos
sexuales del clero, la corrupción económico-
financiera de cierta Jerarquía y sobre todo el
retorno del progresismo más radicalizado (la
“maffia” de San Gallo, la cuasi-cismática
Iglesia “Católica” alemana y la teología de la
liberación) a las máximas instancias del poder
eclesiástico.

La reingeniería social anticristiana y la crisis


del coronavirus (2019)

Hasta fines del 2019 y principios del


presente año todo parecía indicar que
deberíamos estar atentos a cómo resistiría la
“ola conservadora antiglobalista” (aun con la
certeza de que no era del todo ortodoxa desde
una concepción clásico- cristiana de la política
y que tenía poco margen de maniobra frente a
los organismos internacionales, la oligarquía
financiera mundial y las entidades
“filantrópicas” ligadas a la “defensa” de los

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derechos humanos, el medio ambiente, las
“minorías” oprimidas y demás tópicos caros a
las izquierdas en sus distintos matices). Con
todo, el desafío de Trump a los “globalistas”
fue “in crescendo” de un modo que llegó a
asombrar incluso a quienes solemos ser más
escépticos respecto a las posibilidades de que
Occidente retorne a sus valores fundacionales.
Pero lo cierto es que la oposición del
progresismo a Trump se volvió tan fuerte
(como, me parece, nunca había sucedido en
USA), que tal vez no deje de ser una buena
señal, viendo las cosas de “tejas abajo” y
teniendo sólo en cuenta los factores humanos
(no viene al caso conjeturar ahora
explicaciones esjatológicas, que sin embargo
son las de mayor importancia, si se analizan
las cosas sub specie aeternitatis). Sin embargo,
justo cuando la oposición entre “patriotas” y
“globalistas” estaba llegando al clímax, se
produce la crisis del COVID 19 y el problema
(accidental o inducido) que permitió a los
promotores del Nuevo Orden Mundial
recuperar mucho terreno y realizar el mayor

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experimento de la historia humana en lo que
hace al control planetario de la población. Es
como si de golpe, las cosas se hubieran
acelerado otra vez, como en 1989. Otro paso
adelante, con una propaganda muy bien
dirigida en orden a instalar, con la excusa del
COVID 19, la necesidad de una “nueva
normalidad” (léase, una grave limitación de
los derechos individuales y de las soberanías
nacionales) y un “reseteo económico
mundial” (hacia un Estado Servil que
garantice la seguridad social y la satisfacción
de las necesidades fundamentales a cambio
de sacrificar el orden natural y cristiano, las
legítimas libertades y anular o minimizar a la
llamada “sociedad civil”). Es muy prematuro
sacar conclusiones acerca de todo esto. Pero
tengo la misma sensación que en 1989: “algo”
raro se está “cocinando”. Algo que será
mayoritariamente “atractivo” para una
sociedad masificada (basta leer los Objetivos
del Milenio 2030 de la ONU) pero que
esconderá un verdadero totalitarismo, que
oscilará entre una versión “light” y otra

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“hard” según las circunstancias. Sí, es verdad
que todavía hay cierta oposición, aunque en
algunos casos nada agradable. Está claro que
esta “nueva normalidad” (promovida por la
ONU, China, ciertos sectores del Estado
Vaticano, los “liberals” norteamericanos y la
socialdemocracia) no agrada a los católicos
tradicionalistas o conservadores, a los
evangélicos fundamentalistas, a ciertos judíos
ortodoxos, al Islam más tradicional, a los
“nacional-bolcheviques” (de Hispanoamérica,
Rusia o China), al “neofascismo” europeo o
americano, a los paleo-conservadores de
EE.UU, a los paleo-libertarios ni a los liberales
clásicos culturalmente conservadores. Pero es
una oposición que en muchos casos nada
tiene en común, siendo algunas de esas
expresiones no menos nocivas que el mismo
globalismo ideológico-financiero. Pues bien,
este es el contexto nacional e internacional en
el que nos encontramos y dentro del cual, no
obstante lo denunciado, algunos creemos que
vale la pena seguir aunando esfuerzos, al

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menos para evitar o retrasar ciertos males y
alcanzar algunos bienes.

La posibilidad de una Nueva Derecha


Argentina

A esa “patriada”, a dicha alianza en


torno a valores e instituciones compartidos, es
a lo que denominamos Nueva Derecha
Argentina. Como decíamos al principio, la
irrupción del kirchnerismo en la política
argentina (2003-2015) así como su vuelta al
poder en diciembre del 2019; la falsa
oposición del macrismo, sobre todo con su
agresión a nuestros valores tradicionales
(2015-2019); y el empuje del globalismo a
nivel planetario, ha generado diversas
reacciones en personas, ambientes e
instituciones de la Patria. Aquellos a quienes
importan bienes como la religión, la nación, la
familia, las libertades concretas, el trabajo, la
propiedad privada, la justicia social, la
defensa, la seguridad, la tradición

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republicana, el federalismo, la independencia
del Poder Judicial o los mecanismos de
control del poder político (entre otras
cuestiones no menos importantes), están
despertando y presentando batalla con un
mejor uso que en el pasado de las armas
específicas para este combate peculiar, que –
en lo estrictamente humano – es un combate
político (con una raíz teológica, eso lo
tenemos claro). Dichas armas políticas son la
guerra cultural y la política electoral. La
primera fue atendida desde la década del 30
mediante una seria “contrarrevolución”
(teológica, filosófica, literaria, artística,
científica, económica, etc.), aunque no
siempre con los mejores modos de comunicar,
al menos dentro de la Argentina (“hay que
cambiar el envase” me dijo a mitad de los 90,
no sin razón, Juan Luis Gallardo). No
podemos afirmar lo mismo, en cambio,
respecto de lo segundo (las lides electorales) y
ese fue tal vez uno de los mayores errores de
la derecha argentina, a diferencia de lo
sucedido en otras naciones. En eso coincido,

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de modo parcial1, con lo escrito hace poco por
Miguel Ángel Iribarne: “No, no ‘es el peronismo,
estúpido’ la causa última de la decadencia
argentina (…) Ni lo son las reiteradas dictaduras
per se. Antes bien, el peronismo y las dictaduras
son efectos secundarios de aquello que juzgamos la
auténtica raíz de la declinación: la deserción de la
derecha del proceso republicano, producida a partir
de 1930. El golpe militar del 6 de septiembre es,
lógicamente, satanizado por los radicales, sus
víctimas inmediatas. Los nacionalistas lo registran
como la primera ‘traición’ a sus pujos
conspirativos inevitablemente secuestrados por los
1
Acerca de mi visión y relativa evolución respecto a la
participación o no dentro del sistema democrático
moderno, cfr. Romero Moreno, Fernando, El Nacionalismo
¿una opción autoritaria?, Edición del autor, Rosario,
1994; Los que no votamos, ¿qué aportamos al bien
común?, en http://redpatrioticargentina.blogspot.com/2014
/06/los-que-no-votamos-que-aportamos-al.html; San Pío X,
el sufragio universal y los partidos políticos: respuesta al Dr.
Antonio Caponnetto (I), en http://debatime.com.ar/san-pio-
x-el-sugragio-universal-y-los-partidos-politicos-respuesta-
al-dr-antonio-caponnetto-i/; San Pío X, el sufragio universal
y los partidos políticos: respuesta al Dr. Antonio Caponnetto
(II), en http://debatime.com.ar/san-pio-x-el-sufragio-
universal-y-las-elecciones-respuesta-al-dr-antonio-
caponnetto-ii/

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‘liberales’. En cuanto a estos últimos, tratan de
pasar en puntas de pie sobre el episodio,
trasladando la estigmatización –como Bioy- al 4 de
junio del ’43. Estamos persuadidos de que el golpe
en sí, y la práctica política de los trece años
subsiguientes, más allá de ocasionales aciertos
gestionarios, fueron profundamente negativos, no
tanto por haber desplazado a un gobierno ya
desacreditado ante la opinión, sino por haber
marcado la renuncia de las fuerzas de la derecha
argentina a competir. Por haber manifestado esa
renuncia en la preferencia –expresa o tácita- por el
putsch primero y luego por el fraude. Este es el
verdadero pecado político que volverá rengo al
sistema por décadas y, a nuestro juicio, generará la
irracionalidad económica y el extravío
internacional en la conducción futura del
país”2. Dadas las actuales circunstancias
respecto al régimen político y con esa
experiencia negativa, parece prudente
reconocer queambas cuestiones (la electoral y

2
Iribarne, Miguel Angel, La derecha ausente, en
https://www.foropatriotico.com/post/la-derecha-ausente

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la cultural) están estrechamente relacionadas.
Es por eso que, en los dos ámbitos (sea por
ideas compartidas o por la necesidad de
enfrentar a un enemigo común, como
sucediera otrora con el comunismo soviético),
se fue dando una confluencia de personas e
instituciones cuyo origen político era distinto
y en no pocos temas, distante: tradicionalistas,
liberales clásicos, paleo-libertarios,
conservadores, nacionalistas, etc., es decir,
aquellos a los cuales los medios de
comunicación y los analistas políticos suelen
considerar, con mejor o peor fundamento,
como “la derecha”, y que pocos políticos se
atreven a reivindicar.

La Nueva Derecha: implicancias y límites de


un término polisémico

Para comprender la noción de Nueva


Derecha en la Argentina y en el mundo hay
que considerar algunas cuestiones que se
fueron dando en la segunda mitad del siglo

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XX y que están detrás de las reacciones
antiglobalistas que alcanzaron el poder
político en los últimos años. Cuestiones que
tienen que ver con una sana renovación en el
mundo intelectual, cuya importancia supo
resaltar Richard Weaver al decir que “las
ideas tienen consecuencias”. A partir de 1945
en los EE.UU y de los años 50 en otras
naciones (Inglaterra, Francia, España,
Alemania) se profundizó mejor en las
diferencias del liberalismo clásico de corte
anglo- norteamericano (Hamilton, Madison y
Jay) respecto del liberalismo constructivista
galicano (Rousseau y los enciclopedistas); el
conservadorismo recuperó su filiación
burkeana en pensadores anglosajones como
Russell Kirk y Roger Scruton o la tradición
menéndez-pelayista en España con
intelectuales al estilo de Florentino Pérez-
Embid, Ángel López-Amo, Gonzalo
Fernández de la Mora y en los últimos años
(en un “registro” parcialmente distinto) con
José María Permuy Rey, Eduardo García
Serrano, José Javier Esparza y Fernando

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Paz; cierto nacionalismo argentino se
distanció de las inclinaciones estatistas gracias
a un mejor conocimiento del magisterio de
Roberto Gorostiaga, Carlos A. Sacheri o
Roberto Pincemin, adquirió más lucidez
intelectual con las enseñanzas del Padre
Castellani y mejoró su fundamentación
política con juristas y filósofos de la talla de
Héctor H. Hernández, Camilo Tale, Sergio R.
Castaño, Ricardo Bach de Chazal o Ricardo
Fraga; algunos peronistas ortodoxos
reflexionaron más en le importancia del
republicanismo clásico-cristiano como en los
errores del progresismo, lo cual se advierte en
historiadores como Héctor B. Petrocelli, Pablo
Yurman e incluso en el “peronismo liberal”
de Claudio Chaves; cierto conservadorismo
argentino recuperó su vertiente más nacional
y católica en referentes como Ricardo A. Paz,
Carlos M. Acuña, Juan Rafael Llerena
Amadeo o Eduardo Ventura; y el
tradicionalismo ofreció su gran solidez
doctrinal (sobre todo la del carlismo) a partir
de intelectuales como Juan Vallet de

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Goytisolo, Francisco Elías de Tejada, Rafael
Gambra, Guido Soaje Ramos, Félix A. Lamas
y Miguel Ayuso Torres. Por otra parte, el
ejemplo del conservadorismo estadounidense
y de otras experiencias análogas, fue
permitiendo que de a poco decantara una
alianza táctica entre algunos referentes de las
mencionadas corrientes políticas. No una
nueva doctrina, que eso sería distinto y ajeno
a los propósitos de sus protagonistas (y de
este portal, vale la pena aclararlo) sino una
confluencia en torno al combate de ciertos
errores y a la defensa de algunos valores
importantes, como veremos a continuación.

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La Nueva Derecha Argentina: males a
combatir y bienes a defender

De los primeros vale la pena citar el


laicismo cristianofóbico; el impacto de la
ideología de género y del feminismo radical;
la cultura de la muerte; la dictadura del
relativismo; el “setentismo” y la
“desmalvinización” como políticas de estado;
el garantismo abolicionista; la concepción
totalitaria de la democracia; el globalismo; la
espiritualidad “New Age” y “modas” más o
menos intelectuales como la izquierda
cultural, el multiculturalismo, el
transhumanismo, el indigenismo, el
ecologismo “catastrofista”, ciertas tendencias
renovadas de la teología de la liberación,
entre otras. Frente a eso, se fue alzando la
mentada alianza, que en el fondo no fue ni
más ni menos que una sana reacción del
sentido común y un grito desesperado ante la
destrucción del recto orden político. Y eso
explica la defensa de lo segundo: los valores
tradicionales; la soberanía política; los

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derechos y deberes naturales de la persona
humana; el régimen republicano y federal; y
una economía social de mercado. Hacerse eco
de estas corrientes (mal consideradas como
“fascistas”, “neoliberales” o
“fundamentalistas”) e incluso ponerlas en
diálogo es uno de los objetivos de este
Proyecto, siempre bajo el marco axiológico (a
fin de no caer en un irenismo ecléctico) de la
Doctrina Social de la Iglesia (autoridad
normativa para los católicos y moralmente
cualificada para los que no lo son) y de la
Tradición. Esperamos poder alcanzar esos
objetivos y de esa manera prestar un buen
servicio a Dios, a la Patria y la Familia,
resistiendo al Imperialismo Internacional del
Dinero y al Nuevo Orden Mundial.

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