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AMOR DIVINO, AMOR HUMANO

(Un convento. La madre superiora y varias monjas están cosiendo en la sala de costura. Un rayo
de sol atraviesa las vidrieras iluminando el cuadro. Llega otra monja —SOR JUSTINA — muy
agitada y nerviosa.)

SOR JUSTINA.- (Acercándose.) Ave María Purísima.

TODAS LAS MONJAS.- Sin pecado concebida. (SOR JUSTINA se sienta, y se pone también a
coser, dando grandes suspiros de vez en cuando. Risitas de las otras monjas.)

MADRE SUPERIORA.- Sor Justina, ¿en qué estáis pensando?



SOR JUSTINA.- En Dios Nuestro Señor, Madre Superiora.

MADRE SUPERIORA.- ¿Y cuando pensáis en Dios Nuestro Señor, dais siempre esos suspiros tan
grandes? Os estáis poniendo colorada, sor Justina. ¡Ay, Señor, Señor! Que me temo yo que no
sea precisamente en Dios Nuestro Señor en quien pensáis a todas horas.

SOR JUSTINA.- ¡Ay! Me he pinchado un dedo.



(Risitas y comentarios, en voz baja, de las monjas.)

MADRE SUPERIORA.- Dios os ha castigado por mentir y por tener malos pensamientos.

SOR JUSTINA.- (Avergonzada.) No estaba pensando en nada, Reverenda Madre, estaba


rezando.

MADRE SUPERIORA.- Ya, se nota. Ayer en el Refectorio estabais golpeando el suelo con el pie, y
llevabais el ritmo de una cancioncilla, que me di cuenta perfectamente. Y el miércoles oí desde el
patio cómo la tocabais al órgano. ¡Qué vergüenza, Dios mío!

SOR JUSTINA.- Es una canción infantil. La cantábamos de niños en el colegio, en el pueblo, y se
me ha quedado.

MADRE SUPERIORA.- Y a mí, y no por eso estoy todo el día: “Antón, Antón, Antón
pirulero...” ¿Os habéis creído que soy tonta? No sé qué le habéis visto a ese hombre, con lo
mayor que es, bajo, calvo, feo... ¡Como una chiquilla de catorce años! ¿Pero lo habéis mirado
bien? Con las gafas puestas, quiero decir.

SOR JUSTINA.- El otro día estaba ayudando en la cocina y entró él del huerto a traer una cesta
de tomates y pepinos, y casi me mareo. Me empezó a entrar un sofoco y a latirme el corazón
como si se me quisiera salir. ¡Dios mío, qué puedo hacer yo! (Llora.)

(Risitas y comentarios de las monjas.)

MADRE SUPERIORA.- ¡Silencio, hermanas! (A SOR JUSTINA.) Pero, Sor Justina, ¿le mirasteis?
¿De cerca?

SOR JUSTINA.- No me atreví a levantar los ojos del suelo mientras él estaba allí, Madre.

MADRE SUPERIORA.- Vaya por Dios. ¿Y habéis rezado a Dios Nuestro Señor pidiéndole ayuda
para luchar contra la tentación?

SOR JUSTINA.- Cinco rosarios diarios, Madre, y nada.

MADRE SUPERIORA.- Pero Sor Justina, vamos a ver. ¿Cómo vais a comparar el amor a Dios
nuestro Señor con esa locura? Dios Nuestro Señor es... ¡Dios nuestro Señor!, y Antón el huertero,
es... ¡Antón el huertero!

SOR JUSTINA.- Ya, pero es...

MADRE SUPERIORA.- Es un hombre. ¿Es eso lo que queréis decir?

SOR JUSTINA.- Me parece. También sueño con él por las noches, Madre.

(Risitas de las monjas.)
MADRE SUPERIORA.- Ah, pues eso sí que no puede ser.

UNA MONJA.- ¿Los sueños también son pecado, Madre?

MADRE SUPERIORA.- Depende de lo que se sueñe. (A SOR JUSTINA.) Pero hermana..., ¿ha
dejado de creer en el Señor?

SOR JUSTINA.- Creo en Dios Nuestro Señor en cuerpo y alma por los siglos de los siglos.

LAS DEMÁS MONJAS.- Amén. (Se santiguan.)



SOR JUSTINA.- Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa, Reverenda Madre.

MADRE SUPERIORA.- Quiere su caridad explicarse mejor, que no la entiendo... Si fuese usted
una niña, todavía, pero a su edad...

SOR JUSTINA.- La edad no tiene que ver con el amor...

(Risas de las otras monjas.)

MADRE SUPERIORA.- ¡Silencio! ¡Qué sabrá usted del amor! El único amor verdadero que existe
es el que profesamos a Dios Nuestro Señor. Y como me salga su caridad respondona me va a
hacer perder la santa paciencia. Eso que usted siente es la tentación del mismo diablo en
persona, para que lo sepa.

(Revuelo y comentarios de las demás monjas al oír nombrar al maligno. Se santiguan y rezan
letanías con voces susurrantes.)

SOR JUSTINA.- Pero Madre..., si fuese el diablo no estaría enfermo del pulmón. Por eso tiene esa
tosecilla...

MADRE SUPERIORA.- Bueno, ya está bien de diablo, o no diablo. Para usted como si lo fuera.
Así que ya me está su caridad diciendo qué piensa hacer. Porque esto, desde luego, no puede
seguir así.

SOR JUSTINA.- Puedo empezar a rezar seis rosarios diarios en vez de cinco, si quiere su
Reverencia.

MADRE SUPERIORA.- Me parece que eso no va a servir de mucho; sobre todo si mientras rezáis
lleváis el ritmo de esa cancioncilla con los pies. Pues tened mucho cuidado. Os podéis condenar
para toda la eternidad por un solo pensamiento. Sólo por andar imaginando lo que no se debe
imaginar. (A todas las monjas.) Para toda la eternidad, fijaos bien. No cien años, ni doscientos...
más, muchos más. Toda la eternidad de Dios quemándoos en el infierno, con el calor, el fuego, y
sin poder beber agua ni nada... (A SOR JUSTINA.) por pensar en ese calvo. Todavía si fuera el
padre Felipe, lo comprendería. Pero anda que el huertero...

SOR JUSTINA.- No, si el padre Felipe también me gusta.

MADRE SUPERIORA.- (Se pone de pie.) ¡Sor Justina! ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡El padre Felipe
es un santo, y no os consiento que penséis en él de ese modo! ¡Ay! ¡Me he pinchado ahora yo!
(Cotilleos de las monjas.)

SOR JUSTINA.- Una gotita de sangre por las Santas Misiones. Amén.

MADRE SUPERIORA.- Vaya a la capilla a rezar por las almas de los pecadores y “las pecadoras”
extraviadas. Con Dios, Sor Justina.

SOR JUSTINA.- Con Él quedéis, Reverenda Madre. (Sale.)

TODAS LAS MONJAS.- “Antón, Antón, Antón pirulero, cada cual, que atienda a su
juego...” (Risas.)

MADRE SUPERIORA.- ¡Silencio! (Se santigua.) Alabado sea el Señor.

TODAS LAS MONJAS.- Sea por siempre bendito y alabado.


(Se sienta la MADRE SUPERIORA, y siguen cosiendo en silencio. Una música angelical pone
marco a la estampa, que parece detenida en el tiempo.)

OSCURO

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