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Liturgia y Espiritualidad Liturgia y Espiritualidad

* Espiritualidad pascual
Abril * Eucaristía, sacerdocio y oración
Centre de Pastoral Litúrgica
 Nàpols 346, 1 - 08025 Barcelona
2017/4 * Silencio sagrado
 933 022 235  933 184 218
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Liturgia Espiritualidad y
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www.cpl.es/lye
REVISTA MENSUAL VINCULADA AL
INSTITUTO SUPERIOR DE LITURGIA DE BARCELONA,
DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DE CATALUNYA

Fundador: Pedro Farnés

Director: Francesc Xavier Aróztegui


Consejo: Antonio Astigarraga (San Sebastián), Joan Baburés (Girona),
Bernabé Dalmau (Montserrat), Pedro Farnés (Barcelona), Pedro Fernández
(Roma), Jordi Font (Girona), Jaume González Padrós (Barcelona), Adolfo
Ivorra (León), Narciso-Jesús Lorenzo (Zamora), Adolfo Lucas (Madrid), Álex
Marzo (Barcelona), Consol Muñoz (Barcelona), Josep M. Soler (Montserrat).

Precio de suscripción para el 2017 (España): 62 €


(otros países): correo superficie, 68,00 €
correo aéreo, 100,00 $
Precio de este ejemplar: 7,00 €

Publicada por
Centre de Pastoral Litúrgica
 Nàpols 346, 1 . 08025 Barcelona
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Foto de la portada: sede del arzobispo de Barcelona
Depósito legal: B - 9.497 - 1973 Imprenta: Open Print, S.L. (catedral basílica metropolitana de la Santa Creu y Santa Eulalia de Barcelona).

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sumario
AÑO XLVIII
Número 4
Abril de 2017
editorial
«Por muchos»................................................................................................................ 187
artículos
eucaristía
Adolfo Lucas , «Por muchos»........................................................................................... 189
espiritualidad
Josep Maria Soler, La espiritualidad benedictina, una espiritualidad pascual................. 193
oración
Pedro Fernández, El sacerdote, hombre de oración.......................................................... 198
Antonio Astigarraga, Aprender a orar en la escuela de la Eucaristía................................. 205
vida religiosa
Rosario Raigón, Hermanas Terciarias Franciscanas del Rebaño de María. Rasgos
característicos de nuestra espiritualidad............................................................. 213
liturgia de las horas
F. Xavier Aróztegui, El silencio sagrado............................................................................. 217
breves
santoral
Bernabé Dalmau, 23 de abril: San Jorge, mártir................................................................ 221
liturgos
Adolfo Lucas, Giuseppe Maria Tomasi............................................................................. 223
vocabulario litúrgico
Adolfo Lucas, Cáligas; Cronógrafo................................................................................... 225
tema del mes
Adolfo Lucas, Recrear la Pascua....................................................................................... 227
crónica
F. Xavier Aróztegui, Reunión del consejo de redacción de la revista «Liturgia y
Espiritualidad»..................................................................................................... 230
libros
Adolfo Ivorra, J. Gibert – J. C. Escribano, Vesperal hispano-mozárabe........................... 232
flash litúrgico
Jaume González-Padrós, ¿Solo antífonas antes de los salmos? ......................................... 234

liturgia y espiritualidad
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El Consejo de Redacción
de Liturgia y Espiritualidad
desea a los lectores y
lectoras una vivencia
profunda del Misterio
Pascual de Cristo muerto,
sepultado y resucitado.
Santa y feliz Pascua
de Resurrección.

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editorial

«Por muchos»

L
a actualidad de la vida litúrgica viene marcada por la entrada
en vigor de la versión española de la tercera edición del Misal
Romano cuyo uso es preceptivo desde el primer domingo de
Cuaresma, día 5 del pasado mes de marzo empezando el día 4 por la
tarde. Los fieles que participan en las celebraciones en lengua caste-
llana se irán familiarizando con las novedades que aporta dicha tercera
edición y, de manera especial, con la traducción «por muchos» (pro
multis) en la consagración del cáliz.
Con referencia a este punto, el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo
de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, en
carta del 17 de enero solicitó a la Congregación del Culto la aprobación
de las traducciones gallega, catalana y vascuence de dichas palabras
para que se diga lo mismo en todas las misas celebradas en las len-
guas habladas en diferentes comunidades autonómicas de España. La
Congregación respondió aprobando dichas traducciones el día 3 de
marzo.
Para su entrada en vigor era necesario el decreto de cada obispo en

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su diócesis. En Cataluña, con el fin de dejar un margen de tiempo pru-
dente para que la norma sea conocida, los obispos decidieron que la
nueva traducción (per molts) entrara en vigor el domingo de Ramos,
día 9 de abril, empezando por las misas de vigilia el sábado día 8.
Con la nueva traducción se cumple lo que dejó señalado el papa Bene-
dicto XVI. Él mismo explicó en carta a los obispos de Alemania que la
oferta de la salvación por parte de Cristo es universal ya que Cristo «ha
muerto por todos» (2Cor 5,14) pero cada uno puede aceptarla o recha-
zarla.
Con la expresión «por muchos» –en griego: perí pollôn (Mt 26,28), hyper
pollôn (Mc 14,24)– Jesús hacía resonar las palabras de la profecía de
Isaías sobre el Siervo del Señor que se cumplen en él: «Le daré la multi-
tud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre» (Is 53,12).
Aunque la traducción actual sea una novedad en lenguas modernas,
en las misas celebradas con la plegaria eucarística en latín (en basílicas
de Roma, por ejemplo) siempre ha resonado la expresión pro multis
del Misal Romano. Nuestra actitud debe ser la acogida en fidelidad y
comunión con la Iglesia, depositaria y transmisora del «sacramento de
nuestra fe».
***
La revista Liturgia y Espiritualidad de abril es la primera de las progra-
madas en la reunión del consejo de redacción de la revista de la que el
lector encontrará la crónica en este mismo número.
F. Xavier Aróztegui
Director de la revista Liturgia y Espiritualidad

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eucaristía

«Por muchos»
Adolfo Lucas

Q
uizá uno de los cambios más llamativos, para los fieles y sacer-
dotes, en la publicación de la Tercera Edición del Misal Romano,
sea en las palabras de la consagración del cáliz: se sustituirá por
todos los hombres, para decir por muchos.

1. El origen del cambio


A principios de los años 60, se comenzaron a traducir los textos latinos
de la misa a las diversas lenguas. Fue muy difícil encontrar una traduc-
ción precisa, porque el pro multis (por muchos) que rezaba en el Canon
Romano, única plegaria eucarística en aquel tiempo, no encajaba con
la mentalidad moderna. De ahí que la traducción de esta palabra se
interpretaba, desviándose del texto original para hacerlo más com-
prensible. Tal era el caso de Alemania,
Italia, Portugal, Inglaterra y España que Adolfo Lucas, presbítero, vicario
lo tradujeron por todos (Francia decidió parroquial en la archidiócesis de
traducirlo por la multitud), mientras que Madrid.  Se licenció en el Instituto
Polonia, Rusia, Ucrania y Vietnam deja- Superior de Liturgia de Barcelona. Doctor
ron el por muchos del original ya que son en Sagrada Liturgia por el Pontificio
Ateneo San Anselmo de Roma. 
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lenguas eslavas y orientales, mucho más concretas y no tan ricas para
expresar conceptos universales.

2. El contexto bíblico
Los estudiosos, en concreto, los biblistas y exegetas consensuaron que
la palabra «los muchos» (la multitud), «muchos», que figura en el texto
bíblico de Isaías 53,11s, era una forma de expresión hebrea que indi-
caba la totalidad, «todos». Ellos entendie-
Las palabras de la consagración ron que  por todos  y  por muchos, venía a
significar lo mismo.
del Canon Romano unen las dos
tradiciones bíblicas: por vosotros La tradición de Mateo y Marcos usa la
y por muchos, fórmula que fue palabra por muchos en el relato de la insti-
tución. Ellos, de corte semítico (hebraico),
retomada luego por la reforma
lo concibieron en el sentido de todos, al
litúrgica en todas las plegarias estilo de Isaías 53,11s. Cuando la Biblia
eucarísticas. se tradujo al latín conservó el pro multis
con su sentido de totalidad; pero también
algunas traducciones aplicaron la interpretación pasando a algunas
Biblias con el término por todos. Por tanto, ese consenso exegético fue
desapareciendo.
Por otro lado, la tradición de Lucas y Pablo usa la palabra por vosotros.
Esta expresión también remite a la totalidad (por todos). Por vosotros se
extiende al pasado y al futuro. Se refiere a los apóstoles reunidos en la
Última Cena, pero también a mí de manera totalmente personal y a la
comunidad actual que celebra la Eucaristía unida en el amor de Jesús.
Las palabras de la consagración del Canon Romano unen las dos tradi-
ciones bíblicas: por vosotros y por muchos, fórmula que fue retomada
luego por la reforma litúrgica en todas las plegarias eucarísticas.
Por tanto, las palabras por vosotros hace que la misión de Jesús apa-
rezca de forma absolutamente concreta por los presentes.

3. El contexto litúrgico
Otro punto que motivó el cambio de las palabras fue la Instrucción
Liturgiam authenticam (2001) sobre las traducciones y el uso de las
lenguas vernáculas en la edición de los libros de la liturgia romana.

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Tiene como base la distinción entre traducción e interpretación ape-
lando al criterio de fidelidad, autenticidad y actualización. La Pala-
bra debe estar presente tal y como es, en su forma propia, aunque
pueda sonarnos extraño. De ahí que la Santa Sede decidiera que,
en la nueva traducción del Misal, la expresión «pro multis» sea tra-
ducida tal y como es (por muchos), y no
al mismo tiempo ya interpretada (por Por tanto, la razón verdadera y
todos). En realidad, el Rito Romano y sus
misales siempre han dicho pro multis y
propia del cambio al por muchos
no pro omnibus; además, los ritos orien- está en el respeto reverencial que
tales (griego, siriaco, armenio, eslavo), la Iglesia tiene por la palabra de
contienen fórmulas verbales equivalen- Jesús y en la fidelidad de Jesús a
tes al latín pro multis. la palabra de la «Escritura». En
esta cadena de reverente fidelidad,
4. Contexto pastoral nos insertamos nosotros con la
Todos sabemos lo mal que sienta en el traducción literal de las palabras
ánimo de las personas los cambios de de la Escritura.
formas y textos litúrgicos; incluso, a algu-
nos les puede inquietar una pequeña modificación. Es lógico que
muchos sacerdotes y fieles se pregunten: ¿Pero Cristo, no ha muerto
por todos? Es verdad que la Iglesia siempre expresó de modo inequí-
voco que la universalidad de la salvación proviene de Jesús. Entonces,
si Él murió por todos, ¿por qué en las palabras de la Ultima Cena dijo
«por muchos»? Y, ¿por qué ahora nos atenemos a estas palabras de
Jesús si murió por todos?
Además, hay tres textos de la Escritura que dicen en concreto: «Dios
entregó a su Hijo por todos» (Rom  8,32); «Jesús murió por todos»
(2Cor 5,14); Jesús «se entrego en rescate por todos» (1Tim 2,6). Si esto
es así de claro, ¿por qué en la Plegaria Eucarística esta escrito «por
muchos»?

5. Respuesta al «por muchos»: Jesucristo y la comunidad


La respuesta la tenemos en una doble dirección: por respeto a la pala-
bra de Jesús y por permanecer fiel a él incluso en las palabras. Jesús se ha
hecho reconocer como el Siervo de Dios de Isaías 53; ha mostrado ser
aquella figura que la palabra del profeta estaba esperando. Por tanto,

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la razón verdadera y propia del cambio al por muchos está en el respeto
reverencial que la Iglesia tiene por la palabra de Jesús y en la fidelidad
de Jesús a la palabra de la «Escritura». En esta cadena de reverente fide-
lidad, nos insertamos nosotros con la traducción literal de las palabras
de la Escritura.
Además de esta respuesta con enfoque cristológico, existe otra de corte
eclesiológico. Y es que en la comunidad concreta de aquellos que cele-
bran la Eucaristía, él llega de hecho solo a muchos, pero este muchos,
abarca a toda la humanidad, al pasado,
Los muchos, que somos nosotros, presente y futuro. En realidad, para noso-
tros, que podemos sentarnos a su mesa,
debemos llevar consigo la este muchos significa: sorpresa, alegría y
responsabilidad por el todo, gratitud, porque él me ha llamado a mí
conscientes de la propia misión. en concreto, porque puedo estar con él
y puedo conocerlo. También significa
responsabilidad, porque debo ser luz para los demás. Los muchos,
que somos nosotros, debemos llevar consigo la responsabilidad por
el todo, conscientes de la propia misión. Y por último, significa aliento
y promesa esperanzada, ya que tenemos la sensación de ser cada vez
más pocos los que seguimos al Señor. Nosotros somos muchos pero
representamos a todos: a toda la multitud de la que habla el Apocalip-
sis. Por eso, ambas palabras, «muchos» y «todos» van juntas y se rela-
cionan una con otra en la responsabilidad, en la promesa esperanzada
y en la gratitud.

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espiritualidad

La espiritualidad benedictina,
una espiritualidad pascual
Josep Maria Soler

H
ay un capítulo de la Regla de san Benito que permite apreciar
un aspecto importante de la espiritualidad benedictina. Me
refiero al capítulo 15, que lleva por título «En qué tiempos se dirá
el Aleluya».
Puede sorprender que una Regla monástica tenga un capítulo dedi-
cado a regular el canto del Aleluya. Pero, san Benito lo hace. No explica
la teoría del Aleluya, simplemente regula su uso.
En cuanto al domingo, el día de la Pascua semanal, toma la práctica
de la liturgia romana de su tiempo, que cantaba el Aleluya a todas las
horas del Oficio, excepto en vísperas. Y, evidentemente, durante el
Tiempo Pascual lo pone en todas las horas, tanto en las antífonas de
los salmos como en los responsorios. Pero se separa del uso romano
al prescribir que el Aleluya se diga como antífona en el segundo noc-
turno de las vigilias de todos los días del año, excepto en Cuaresma.
Es como una resonancia diaria de la vigilia pascual, que, como dice
san Agustín, es «la madre de todas las vigilias» (Sermón 219), también,

Josep M. Soler, Abad de Montserrat


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pues, de los maitines monásticos, que san Benito llama precisamente
«vigilias».
El Aleluya, como ya sabemos, es una exclamación litúrgica que se
encuentra en algunos salmos y que en el Nuevo Testamento, con-
cretamente en el Apocalipsis, expresa la alabanza entusiasta de los
salvados que celebran la victoria final de Dios. Esta expresión fue incor-
porada bien pronto a la liturgia cristiana
En la Regla de san Benito (escrita como máxima expresión del gozo que
los creyentes experimentan y de la ala-
en el siglo vi), el Aleluya tiene todo
banza que tributan a Dios. De hecho, se
el significado pascual. Posee un la puede considerar la expresión superla-
sentido profundo de exultación, tiva de alabanza. La tradición musical del
de gozo espiritual, de alabanza «jubilus» gregoriano, que va repitiendo
a Dios por el triunfo pascual de las vocales como signo de júbilo, es una
Jesucristo sobre la muerte y el profunda expresión que quiere ayudar
pecado. Y es significativo que, en a interiorizar dicho gozo. Sin embargo,
las vigilias, extienda su uso más en los inicios del cristianismo el Aleluya
allá de lo que era normal en su no tenía la connotación explícitamente
pascual que tiene en las liturgias latinas,
contexto histórico.
y concretamente en san Benito. Fue hacia
el siglo v que estas liturgias comenzaron
a reservar el Aleluya para el Tiempo Pascual. De hecho, todavía hoy, la
liturgia bizantina lo canta con intensidad en la Cuaresma y en los días
penitenciales.
En la Regla de san Benito (escrita en el siglo vi), el Aleluya tiene todo el
significado pascual. Posee un sentido profundo de exultación, de gozo
espiritual, de alabanza a Dios por el triunfo pascual de Jesucristo sobre
la muerte y el pecado. Y es significativo que, en las vigilias, extienda su
uso más allá de lo que era normal en su contexto histórico. San Benito
quiere que, de modo gradual (intenso en el Tiempo Pascual, notable
en los domingos que no son de Cuaresma, limitado en los días feria-
les, excepto en Cuaresma), el Oficio Divino de los monjes tenga esta
connotación pascual. También lo tiene la Cuaresma, entendida como
una preparación de «la santa Pascua» (RB 49, 7). Todo ello nos habla de
un aspecto importante de la espiritualidad benedictina: su dimensión
pascual.

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Este es un punto fuerte de la Regla. Y no solo en lo que atañe al Oficio
Divino, sino a toda la vida del monje. Es bien sabido que, en el mona-
cato benedictino, el centro de la distribución del horario anual y sema-
nal del monasterio es la solemnidad pascual, o la celebración que de
ella se hace el domingo. Y regular el horario es organizar la vida. San
Benito la quiere toda marcada por la Pascua (cf. RB 48, 3. 10). De la
Pascua semanal, por otra parte, proviene la gracia para que los herma-
nos tengan la capacidad de servir a los demás con caridad y compe-
tencia (cf. RB 35, 15; 38, 1-2). Es significativo, también, que, en la línea
de la fe de Calcedonia y de la teología de los Padres, que subraya la pre-
sencia de Cristo resucitado en medio de su Iglesia, la Regla benedictina
no reproduce nunca el nombre de Jesús, porque remite a su huma-
nidad y a su vida terrena.
No lo hace ni cuando cita
textos del Nuevo Testa-
mento que sí lo tienen;
en estos casos los cambia
sistemáticamente por «el
Señor», porque quiere refe-
rirse siempre al Cristo pas-
cual, vivo y glorioso, al Rey
victorioso, presente en la
Iglesia y en la comunidad
de los hermanos. De todos
modos, cuando san Benito se refiere al trabajo espiritual que, llevados
por el Espíritu (cf. RB 7, 70), tienen que hacer los monjes, entonces sí
que hace referencia a reproducir en ellos la imagen de Jesús el siervo
humilde de Dios y de los hermanos en su vida y en su pasión (cf. RB Pró-
logo, 50; y otros), aunque siempre sin reproducir el nombre. Sabe que
la finalidad de configurarse con Jesús en su anonadamiento es llegar a
identificarse con él para siempre en la gloria pascual, con aquella gloria
que ya tiene después de la Resurrección (cf. RB Prólogo, 70, 76-77).
La espiritualidad benedictina no es, pues, penitencial, ni dolorista, sino
pascual. La ascesis relativamente moderada, comparada con otras de
su tiempo, que propone la Regla en su capítulo 49 por ejemplo, está
en función de interiorizar el misterio pascual, en función de la transfor-
mación interior por fidelidad al propio bautismo, es decir, al momento
en que morimos y resucitamos sacramentalmente con Cristo (cf. Rom

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6,3-11), y a partir del cual Dios se dignó «contarnos en el número de sus
hijos», como dice el Prólogo de la Regla benedictina (v. 5). Y esto tiene
que ser fuente de gozo espiritual, estímulo para identificarse con Cristo
y motor para amar a los demás, viendo en ellos, también, la presencia
de Cristo resucitado. Toda la vida del monje tiene que estar embebida
de la fe pascual y del anhelo espiritual de
llegar a la «santa Pascua» definitiva (cf. RB
San Benito afrontó su muerte, con 49, 1.6-7), de la que la celebración pascual
confianza, sin miedo, acogiéndola anual es una anticipación. Esta celebra-
«de pie en el oratorio, con las ción de la Pascua anual se debe traducir
manos levantadas al cielo»; en expectación de la vida eterna en la
esto es, con la posición con que que «mereceremos ver a Aquel que nos
los cristianos antiguos oraban llamó a su santo Reino» (RB Prólogo, 21).
De hecho, el prólogo de la Regla presenta
durante el Tiempo Pascual.
al monje como aquel que quiere alcanzar
la vida para siempre, esto es, la vida pas-
cual (cf. vv. 15.17.42). La misma idea la encontramos en otros pasajes
que muestran como el monje se trabaja interiormente y se niega a sí
mismo porque desea la vida eterna (cf. RB 5, 3.10-11); en otras palabras,
porque ama a Jesucristo por encima de todo (cf. RB 4, 21; 5,2: 72,11) y
desea verlo cara a cara en un encuentro eterno (cf. RB 72, 2). Por eso lo
aguijonea aquella frase del final del capítulo 72: «no anteponer nada
absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos a la vida eterna» (RB
72, 11-12).
La Pascua todavía no ha llegado a su plenitud; se ha realizado ya en
Cristo, la cabeza del cuerpo, pero debe irse realizando en todos sus
miembros, en todo el cuerpo de la Iglesia, en toda la humanidad. Por
eso el monje, como todo cristiano debe dejarse penetrar por la vida
nueva que ha recibido en el bautismo, de manera que vaya transfor-
mando todos los rincones de la propia existencia, para que el Espíritu
lo vaya identificando con Cristo. La finalidad misma de la vida monás-
tica es esta (cf. RB Prólogo, 50; 7, 67-70).
El hecho de ser incorporados a la vida pascual de Jesucristo y de vivir
una espiritualidad centrada en la Pascua, debe manifestarse en el gozo
interior que uno vive; en la entrega a los demás por amor; en una visión
de fe sobre la realidad iluminada por el horizonte pascual que es el
horizonte de la salvación; en vivir la esperanza en todas las situaciones

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rehuyendo el miedo; en el dinamismo espiritual y en la libertad inte-
rior; en una oración confiada; en una vivencia intensa de la Eucaristía y
de los demás sacramentos; en un diálogo confiado con Dios en la lectio
divina, en una conciencia de la presencia de Cristo resucitado en uno
mismo y en cada hombre o mujer; en una visión de la propia comuni-
dad como lugar donde se va abriendo paso, a pesar de las dificultades,
la comunión fraterna propia de la vida nueva futura.
La espiritualidad pascual nos ofrece una perspectiva nueva de vivir la
existencia, llena de esperanza y de anhelo espiritual. Desde esta pers-
pectiva, y según la mente de san Benito, el monje debe enfocar la Cua-
resma y su vida entera.
La espiritualidad pascual nos ofrece, además, una perspectiva muy
evangélica para afrontar la muerte como encuentro pascual con Jesu-
cristo, encuentro preparado y anticipado ya por la vida en este mundo
y sobre todo por la oración personal y por la celebración de la litur-
gia. Es la perspectiva con la cual, según narra san Gregorio Magno, san
Benito afrontó su muerte, con confianza, sin miedo, acogiéndola «de
pie en el oratorio, con las manos levantadas al cielo» (cf. Libro II de los
Diálogos, 37, 2); esto es, con la posición con que los cristianos antiguos
oraban durante el Tiempo Pascual.
En última instancia, pues, el anhelo vital del monje consiste en que le
sea concedido, por gracia, conservar siempre en su forma de orar y de
vivir la alegría de la Pascua (cf. Oración colecta del sábado séptimo de
Pascua).

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1 oración

El sacerdote,
hombre de oración
Pedro Fernández

D
eseo, con la ayuda de Dios, responder a dos cuestiones: primera,
la necesidad de la oración en la vida sacerdotal y, segunda, la
oración litúrgica en la vida sacerdotal.

1. Sin oración no es posible una verdadera vida sacerdotal


La vida del sacerdote es una realidad compleja, incluso podemos decir
que es un verdadero misterio de fe, de tal modo que no se puede acep-
tar sin una gracia de Dios y tampoco se puede vivir sin la ayuda de Dios
y la protección de la Virgen María. Por la ordenación sacerdotal, uno
entra en el orden de las personas sagradas, destinadas al culto divino
mediante el anuncio de la palabra y la celebración del sacramento,
continuando la misión de Cristo en este mundo. Esto presupone la
vocación, la consagración por parte de Dios y la misión consiguiente.
Discernir la propia vocación sacerdotal es el primer compromiso del
futuro sacerdote. Y discernir significa llegar a conocer la voluntad de
Dios para uno, aceptarla en libertad y
Pedro Fernández, presbítero, es comprometerse a vivirla como la forma
religioso dominico y profesor de liturgia, de vida que nos permitirá realizarnos
así como penitenciario en la basílica de como personas, al mismo tiempo que se
Santa María la Mayor en Roma.
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nos abre un panorama al sentido de nuestra vida futura. Pero este dis-
cernimiento exige pensamiento y reflexión, pero sobre todo es fruto
de la oración personal, es decir, arrodillarse ante el Sagrario y pre-
guntar una y otra vez a Dios sobre qué es lo que quiere de nosotros.
Hasta que finalmente, aparezca una luz
en el interior y se vayan abriendo espa- Por la ordenación sacerdotal, uno
cios exteriores que nos permitan caminar
entra en el orden de las personas
hacia el sacerdocio.
sagradas, destinadas al culto
Cuando uno recibe la vocación y la divino mediante el anuncio de
acepta es consagrado por Dios, es decir,
la palabra y la celebración del
Dios acepta nuestro sí y comienza a ser
un sí en el Señor. Mediante la consagra- sacramento, continuando la
ción Dios nos acepta, nos hace suyos, nos misión de Cristo en este mundo.
asemeja a su Hijo Jesucristo y nos capa-
cita para recorrer en la vida los caminos de Jesús, que también para
nosotros nos obligarán a llevar la Cruz hasta el Calvario; pero ahora
sabemos el por qué y Dios nos da la fuerza de ir diciendo sí a todo lo
que Dios quiera o permita en nuestras vidas. Se advierte que estamos
siguiendo a alguien que va delante de nosotros, que es Jesús y que
después de la cruz viene la luz, pues hay que pasar por la muerte para
llegar a la vida eterna; además quien sigue a Jesús, que es la luz del
mundo, camina en la luz, no en las tinieblas.
Y esta es nuestra misión, seguir a Jesús con la cruz, que ya no es pesada,
pues sus mandamientos ya no son pesados (1Jn 5,3), y advirtiendo las
señales de la presencia del Espíritu Santo y los frutos que alegran nues-
tros trabajos y dan sentido a nuestra vida. La realización de esta misión
propia en la Iglesia exige un estilo propio de vida. Es lo que se llama la
forma de vida sacerdotal, por ejemplo, el celibato, práctica del amor
de Dios. Esto exige unas convicciones personales, fruto de la gracia
de Dios y fruto también de un tipo de vida particular, cuyo desarrollo
supone un grado de satisfacción personal, en los logros conseguidos,
sin olvidar la necesidad del combate espiritual por llevar la propia cruz
y no caer en el pecado.
Pero nosotros, sacerdotes, no somos autómatas; no se trata de poner-
nos en marcha, en funcionamiento, para seguir siempre adelante,
como si fuéramos un reloj de los que no necesitan se les dé cuerda.
Nosotros, hombres, como los demás, aunque seamos sacerdotes

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necesitamos alguien que nos dé cuerda, pues podemos cansarnos,
podemos escuchar por el camino canciones que nos sorprendan y nos
arrastren, podemos sentirnos engañados por un ideal demasiado alto
y bello para nosotros, podemos dejarnos llevar por la infidelidad, pode-
mos, en fin, terminar el día cansados y solos, con aquella inquietud del
pecado que no nos deja descansar y dormir en paz. Además, hoy es
tan fácil la soberbia, que nos hace confiar excesivamente en nosotros,
y la imprudencia de no ver el peligro y meternos en él sin saber cómo
librarnos después de las ocasiones del pecado.
En la vida sacerdotal no basta el amor de Dios; es necesario también el
temor de Dios; además, el amor de Dios y el temor de Dios van siempre
juntos. No existe uno sin el otro. Cuando no basta el amor, porque el
amor es poco, necesitamos el temor de Dios, que nos ayuda a evitar
las ocasiones del pecado. Por otra parte, podemos colmar la paciencia
de Dios, especialmente los sacerdotes, pues hemos recibido mucho
y se nos pide mucho. Y es que cuando la sal pierde el sabor, no sirve
para nada; solo sirve para ser pisoteada y despreciada por la gente. Lo
mismo sucede con la luz y con la levadura; la luz está llamada a ilumi-
nar, sin deslumbrar y la levadura ayuda a fermentar. Y con Dios no se
juega. De todos modos, Dios hasta cuando nos castiga, está usando
siempre de misericordia, pues busca siempre nuestra salvación. Dios
nos ama y no puede dejarnos de amar, aunque el amor de Dios es
como es: verdadero, exigente.
Es difícil ser un buen sacerdote, aunque cuando se consigue es algo
sorprendente para uno mismo y muy atrayente para los demás. Lo
primero que necesita el sacerdote es ser humilde y sencillo como la
paloma, para desconfiar de uno mismo y confiar en Dios, que nos ama
y nos protege siempre, si nos dejamos. Lo segundo es ir por la vida
siendo astutos como la serpiente, sabiendo que es mejor soportar el
mal, que hallamos en cada esquina, y hacer el bien posible; esto es cari-
dad, amar a Dios y al prójimo. Aprender a mostrar siempre esa sonrisa a
flor de labios, en medio de tantas personas que se han cerrado a todo
por los golpes que han recibido; aprender a decir siempre la verdad
con amor, sin cambiar el Evangelio, pensando que rebajando sus exi-
gencias llenaremos nuestras comunidades. No se trata de discernir el
Evangelio, sino de vivirlo. No se trata de ser populares; se trata más
bien de ser discípulos de Cristo, aquellos que buscan agradar a Dios

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y no a los hombres. No hagamos fuegos artificiales, convirtiendo el
fuego del Espíritu Santo en un entretenimiento social.
Todo este programa de vida y todo este estilo de vida son algo impo-
sible sin la oración. Sin mí no podéis hacer nada, ha dicho Jesús. Nece-
sitamos mirarnos a nosotros mismos y advertir que no tenemos nada,
pero al mismo tiempo es preciso saber que en Cristo lo tenemos todo,
pues somos solo instrumentos en sus manos y, sobre todo, no hemos
ido nosotros a buscarlo, es él el que nos ha buscado, nos ha llamado,
nos ha consagrado y nos ha enviado como ovejas en medio de lobos.
Somos suyos y nos cuida como a posesión suya. No tengamos miedo o
mejor tengamos miedo solo a quien nos puede enviar al infierno. Pero
esta ciencia, hermanos muy queridos en el sacerdocio, se aprende solo
de rodillas ante el sagrario, adorando a Jesús o pasando las cuentas
del rosario o leyendo desde la fe una página del Evangelio o de la Imi-
tación de Cristo. La oración, aunque no es cuestión de mucho o poco
tiempo, no se puede sustituir por nada. O rezas y tu vida sacerdotal
tiene sentido, o no rezas y tu vida sacerdotal no sirve para nada.

2. La oración litúrgica del sacerdote


La oración en la vida sacerdotal no es, evidentemente, solo litúrgica,
pero la oración principal del sacerdote es la oración litúrgica; además,
la oración individual es preparación a la oración litúrgica o fruto de la
oración litúrgica. Con otras palabras, está bien que el sacerdote rece
cada día el rosario de la Virgen María o recorra las estaciones del vía
crucis, especialmente los viernes de Cuaresma, pero sobre todo debe
celebrar cada día la Santa Misa y el Oficio Divino y también debe dedi-
car parte de su vida a confesar y a confesarse.
La Santa Misa es la raíz de la vocación, consagración y misión sacerdo-
tal. Cristo instituyó el sacerdocio durante la Cena Pascual para que la
Iglesia pudiera celebrar siempre el sacrificio de la Santa Misa en memo-
ria suya y para el bien necesario de todos los hombres. Y la Santa Misa
no solo es la raíz, es también la clave de lectura de la vida sacerdo-
tal. Si el sacerdote quiere saber quién es y cómo debe ser y vivir debe
asumir adecuadamente el misterio de la Santa Misa y aprender a cele-
brarlo con fe y devoción. Si el sacerdote quiere saber quién es y quiere
aprender a vivir santamente su consagración debe entrar dentro del
sacrificio de la Santa Misa e identificarse con su misterio, es decir, debe

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hacerse en verdad sacerdote y sacrificio para la gloria de Dios y la sal-
vación de los hombres.
Si quieres conocer a un sacerdote observa cómo celebra la Santa Misa;
ahí se retrata verdaderamente el modo de ser y de vivir el sacerdote.
Pero antes el sacerdote debe aprender a celebrar la Santa Misa, tra-
tando santamente las cosas santas. Y este aprendizaje se basa en el
buen uso de los textos bíblicos y litúrgicos y en la adecuada obediencia
a las normas rituales litúrgicas. La Santa Misa es la principal tradición
recibida por la Iglesia, que hay que aceptar y transmitir con plena fide-
lidad. Los misterios litúrgicos no se inventan, ni se fabrican sobre una
mesa de disección, sino que se reciben, se celebran y se transmiten
fielmente, pues la Liturgia es una realidad
viva. Es verdad que, al ser la Santa Misa
El sacerdote debe celebrar cada tradición viviente de la Iglesia, cabe un
día la Liturgia de las Horas, en desarrollo, pero sin cambiar la especie,
fidelidad a la cadencia rítmica pues es el desarrollo orgánico propio de
de la jornada, de manera que se un organismo vivo.
extienda a todas las horas del El sacerdote cuando celebra la Santa Misa
día el fruto espiritual de la Santa debe hacerse misa, es decir, debe hacerse
Misa, con la ayuda especial de los sacerdote y sacrificio para la gloria de Dios
salmos, leídos y celebrados con y la salvación propia y de las demás almas.
sentido cristiano. Y el criterio para saber si el sacerdote ha
participado de verdad en la Santa Misa
es advertir que su alma ha cambiado. Por
ejemplo, es verdad que hay que preparar la homilía, pero una verdadera
homilía no puede ser una mera repetición de lo que uno había prepa-
rado, sino nuevo anuncio de lo que Dios te está comunicando durante la
misma celebración. Y hay que celebrar haciendo creíble la misma cele-
bración. Es decir, como el contenido de la misteriosa celebración no es
algo evidente para la razón, hay que celebrarlo de tal modo que la cele-
bración resulte impactante a la razón y al mismo sentimiento, de modo
que el hombre se abra a la acogida de la gracia de Dios.
El sacerdote debe celebrar cada día la Liturgia de las Horas, en fideli-
dad a la cadencia rítmica de la jornada, de manera que se extienda a
todas las horas del día el fruto espiritual de la Santa Misa, con la ayuda
especial de los salmos, leídos y celebrados con sentido cristiano. Siete
horas cada día, es decir, en todo tiempo, se hace presente la oración,

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mediante el espíritu que se eleva por encima de las cosas terrenales
hasta Dios. La Liturgia de las Horas nos ayuda mucho a desarraigarse
de la vida temporal y de los bienes exteriores y corporales, para ayudar
a nuestro espíritu a tender a las realidades eternas, merced a la poten-
cia de la gracia de Dios.
Pero los salmos han de ser interiorizados; hay que aprender a rezar
los salmos, de manera que resuenen en nuestro corazón y hasta en
nuestro espíritu. Sobre todo, es preciso hallar en cada salmo aquellas
palabras capaces de ungir nuestro corazón, que nos permiten rezar de
verdad. Palabras que se gravan en nues-
tro interior, palabras que ya no se olvi- El sacerdote, como Jesús, deberá
dan, porque nos han regalado la vida que retirarse a la soledad de vez en
llevan dentro y nos han cambiado el cora- cuando para estar a solas, mucho
zón. Palabras que nos han ayudado a ver tiempo, con quien sabe que le
el rostro de Dios, primero, en Él mismo, y
después en los demás. «Un corazón que-
ama.
brantado y humillado, tú, oh Dios, no lo
desprecias» (Sl 50,19). «Buscad primero el reino de Dios y después todo
lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33).
Y si hay posibilidad de celebrar la Santa Misa en comunidad –no hablo
de concelebrar, pues no se debe abusar de la concelebración– o de
recitar los salmos en forma coral, mejor todavía, pues se enriquece la
celebración con la gracia que se gesta y manifiesta en la asamblea litúr-
gica. «¡Ved que dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es
ungüento precioso en la cabeza que va bajando por la barba de Aarón
hasta la franja de su ornamento (…). Allí manda el Señor la bendición,
la vida para siempre» (Sl 133). Proclamando juntos la palabra de Dios y
rezando juntos se construye la comunidad, que tampoco nace, pues se
hace con la gracia de Dios. Y ¡qué alegría tan profunda se advierte en el
espíritu cuando nace una nueva comunidad!
El sacerdote debe también confesar, si quiere conocer el don recibido
y el don que ha de compartir con los demás hermanos. Confesar es
celebrar la misericordia y la justicia divinas. Confesar es asemejarse al
Buen Pastor que quita el pecado del mundo o dicho con más precisión
y verdad, carga sobre sus espaldas los pecados de la oveja perdida y
herida y la lleva al lugar del descanso y del buen alimento. No olvi-
demos que el pecado es lo que más cansa y lo que más hiere nuestro

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cuerpo y nuestra alma. Confesando el sacerdote aprende a no pecar,
aprende a cargar sobre sí los pecados propios y ajenos, aprende a dar
la vida por las almas; aprende, en definitiva, a ser Jesús, el Buen Pastor,
en medio de la Iglesia para la salvación de las almas.
Para aprender a confesar hay que aprender a llorar por los pecados
propios y por los pecados de los demás. Hay que aprender a respetar el
honor de Dios y aprender a vivir para la gloria de Dios. Respetar los diez
mandamientos de Dios, que son 10 palabras verdaderas de amor de
Dios a la salvación del hombre. Así el Señor nos ha señalado el camino
que conduce a la vida y nosotros debemos caminar por el sendero de
la vida eterna y vivir para que todos conozcan este camino y todos
caminen por él. Aprendamos a expiar nuestros pecados y los pecados
de los demás, cargando con sus consecuencias. El confesor dedica su
vida a luchar en contra del pecado, que es el único y verdadero ene-
migo de la Iglesia y de la vida del cristiano; del hombre, en definitiva.
Pero el sacerdote para aprender a confesar debe confesarse con alguna
frecuencia. El confesor debe ser consciente de ser un pecador; de ser
un débil pecador, que si no ha pecado más es solo porque la miseri-
cordia de Dios le ha librado de tantos peligros de pecado como hay
en la vida humana. El confesor debe ser humilde ante Dios y ante el
mismo penitente; no debe escandalizarse de ningún pecado, pues si
él no lo ha cometido es por la misericordia de Dios. El confesor debe
ser un buen médico, capaz de identificar las enfermedades del alma y
capaz de recetar las medicinas adecuadas, sin olvidar que la peniten-
cia, que manifiesta la justicia sacramental de la penitencia, es también
una medicina necesaria para evitar en el futuro nuevos pecados.
En definitiva, el sacerdote, como Jesús, deberá retirarse a la soledad de
vez en cuando para estar a solas, mucho tiempo, con quien sabe que le
ama. «Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de
amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos
nos ama» (santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, 8, 5). De la amistad
con Jesús le viene al sacerdote la resistencia ante el mal y la fuerza para
hacer el bien. El sacerdote, llamado a dar la vida por la salvación de los
demás, tendrá que darla primero a Jesús. Y para poder dar la vida a
Jesús es preciso darse cuenta que antes Él entregó la suya por nosotros
en sacrificio al Padre en el Calvario.

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oración
2
Aprender a orar en la
escuela de la Eucaristía
Antonio Astigarraga

E
n los albores del nuevo milenio, el papa san Juan Pablo II, sostenía
en la Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, «El nuevo milenio»
(núm. 33-34) que, a pesar del inexorable proceso de secularización
al que están sometidos muchos de los países del ámbito occidental,
también es perceptible en ellos una difusa exigencia de espiritualidad.
La Iglesia debe responder con interés a esa solicitud, volcando sus
esfuerzos en la programación de una acción pastoral que tenga como
finalidad proponer la oración auténticamente cristiana como opción
ante la seducción que ejercen sucedáneos de movimientos supuesta-
mente espirituales de dudoso origen que se erigen en alternativa ante
los que se consideran anacrónicos modelos que aporta la Iglesia. Para
ello el Papa formulaba una interpelación que no ha perdido ni un ápice
de su actualidad ya adentrados en el nuevo milenio: que hagamos de
nuestras comunidades cristianas unas auténticas escuelas de oración.
A su entender, en esa escuela, debe enseñarse una oración en la que
el encuentro con Cristo tenga variadas
expresiones: petición, acción de gracias, Antonio Astigarraga, presbítero,
alabanza, adoración, contemplación, licenciado por el Instituto Superior de
escucha, intensidad cordial, comunión… Liturgia de Barcelona, párroco en Irún y
y sin que suponga aislarse del mundo y canónigo de la catedral del Buen Pastor
de San Sebastián.
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cerrar los ojos a los problemas del hombre contemporáneo. Curiosa-
mente, en la liturgia emergen y se manifiestan todas estas expresiones
que mencionaba el Papa. Por eso, él mismo señalaba que, los fines de
esa escuela de oración, hallan en la liturgia el ámbito más apropiado
para su desarrollo y consecución. Permítame el lector que, de una
manera breve y sencilla le exponga la verdad contenida en la afirma-
ción realizada. Y para ello nos vamos a
fijar en la celebración de la Eucaristía,
Para ello el Papa formulaba una
corazón de la liturgia de la Iglesia, y para
interpelación que no ha perdido cada vez más numerosos fieles, único
ni un ápice de su actualidad ya espacio de oración y praxis religiosa. No
adentrados en el nuevo milenio: vamos a hacer una presentación exhaus-
que hagamos de nuestras tiva de todos los elementos que ella nos
comunidades cristianas unas proporciona para modelar nuestra ora-
auténticas escuelas de oración. ción. Nos vamos a ceñir a los señalados
por el papa san Juan Pablo II.
Queremos empezar constatando que no es una oración fácil. Requiere
de unas disposiciones, exige por nuestra parte una ascesis, un movi-
miento interior. Pasar de la dispersión al recogimiento, porque las cosas
tiran de nosotros, nos impresionan, nos dispersan, nos desorientan y,
como consecuencia, nos hurtan el recogimiento que precisamos para
percibir que Dios está presente ante nosotros, ocupando el centro, el
lugar que le corresponde. También es necesario que transitemos de la
superficialidad a la autenticidad, porque, al colocarnos ante la mirada
de Dios, debemos presentarnos en nuestra verdad, en nuestra esen-
cia, despojándonos de máscaras, dejando a un lado el «personaje» que
pretendemos ser. Igualmente tenemos que transitar de nuestra ten-
dencia a sentirnos los creadores y artífices de la oración a tomar con-
ciencia de que es Dios quien toma la iniciativa, quien posee la primacía,
pues dejar a Dios que sea Dios, es un principio fundamental para poder
aprender a orar en la escuela de la Eucaristía y la liturgia.

1. Escuela de oración donde se nos enseña no solamente la


petición de ayuda
Pero, obviamente, la petición y la intercesión están muy presentes en
la celebración eucarística. Pedimos porque somos frágiles, débiles,
pecadores. Suplicamos porque nos sentimos necesitados de la gracia

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y de la protección del Señor. Imploramos el auxilio de su misericordia
porque experimentamos situaciones que solo desde la confianza en Él
pueden ser superadas o vividas con sentido. Si la Eucaristía no nos ayu-
dara a ejercitarnos en la oración de petición, perdería su vinculación
con el ser humano, débil y limitado. Y tampoco podría ser expresión
de la confianza en el Dios cuyos caminos siempre nos conducen a la
vida en plenitud, aunque los experimentemos como cañadas y derro-
teros impracticables, donde el temor, la inseguridad y las tinieblas de
la muerte se manifiestan con fuerza. La Eucaristía es verdadera escuela
de oración de petición. Suplicamos en numerosos momentos de la
celebración: en el acto penitencial, pedimos la misericordia del Señor;
en la Oración universal, ejercemos el sacerdocio bautismal e implora-
mos e intercedemos por las
necesidades de la Iglesia,
del mundo, y también por
las personas más concre-
tas que se hallan en situa-
ciones de marginalidad,
pobreza o enfermedad… y
ninguna situación humana
queda excluida de nuestra
intercesión; en la plegaria
eucarística, rogamos que
el Espíritu santifique los
dones que hemos presen-
tado en el altar del Señor;
no nos olvidamos de pedir
que ese mismo Espíritu
obre la unidad del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia; y, antes de concluir
la plegaria, la Iglesia, los difuntos, la paz y el bienestar de los pueblos
son también objeto de nuestra súplica; y la Comunión del Cuerpo de
Cristo viene precedida por la oración del Señor, el Padrenuestro, que
es una verdadera escuela donde Jesús no solamente nos dejó las pala-
bras que debíamos utilizar para dirigirnos al Padre, sino que también
estableció las súplicas de nuestra plegaria, de tal manera que el Padre-
nuestro es todo él una oración de petición.
También las oraciones de la Misa (oración colecta, sobre las ofrendas y
poscomunión) llevan de manera constante el sello de la petición. Y, si

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tomamos en nuestras manos el Misal, y abrimos las páginas en las que
nos encontramos con todos aquellos formularios mediante los que la
Iglesia ora por las necesidades del mundo, de la Iglesia o en diversas
circunstancias… tomamos clara concien-
cia de que la Eucaristía se configura como
Efectivamente, la Eucaristía es una oración de petición: por la paz y la justi-
inigualable escuela de oración de cia, por los que son perseguidos, por los
acción de gracias. Por empezar por exiliados y los emigrantes, los prisioneros
el mismo término «Eucaristía» que y los enfermos, por los moribundos y los
significa «dar gracias», «acción difuntos; por el Papa y los obispos, por la
de gracias» y que, por tanto, ya unidad de la Iglesia, por las vocaciones…
En el texto del Papa que nos sirve como
orienta en este sentido toda la
clave para esta reflexión, se decía que la
celebración. oración que se aprende en la liturgia «no
aparta del compromiso en la historia» y
todos estos formularios de oraciones para la Eucaristía a las que nos
hemos referido son claro ejemplo de ello: la Eucaristía nos enseña a
tener presentes al mundo y a la Iglesia y a rogar y suplicar por ellos.

2. También somos instruidos en la actitud de acción de


gracias
Efectivamente, la Eucaristía es una inigualable escuela de oración de
acción de gracias. Por empezar por el mismo término «Eucaristía» que
significa «dar gracias», «acción de gracias» y que, por tanto, ya orienta
en este sentido toda la celebración. Pero, quizás, esta dimensión de
gratitud, se manifieste de una manera más singular en la plegaria
eucarística que da comienzo con esa invitación a dar gracias a Dios,
reconociendo, a renglón seguido que, en verdad es justo y necesario
que así lo hagamos. Y el prefacio… la infinidad de prefacios de que dis-
ponemos, va desgranando con sencillez pero con hondura y verdad,
las razones que motivan nuestra acción de gracias. Con el canto del
sanctus, la Iglesia que peregrina en la tierra se une a la de la nueva Jeru-
salén, para dar gracias a Dios por Jesucristo, el enviado, el Mesías con el
que el que cielo y tierra se sienten bendecidos y por ello cantan exul-
tantes de alegría: ¡Hosanna! Efectivamente, la Plegaria eucarística es
una buena escuela donde aprendemos a orar en acción de gracias. De
hecho, podría afirmarse que no es «apta» para nadie que no se sienta
obra del amor gratuito de Dios, para nadie que no perciba el mundo,
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la creación, la vida, el progreso humano… como consecuencia del
amor infinito que Dios profesa al ser humano. En la Plegaria eucarística
aprendemos a dar gracias a Dios por su obra de salvación: por su inicia-
tiva salvífica y por su actuación a favor del ser humano. Pero, la razón
máxima y genuina de nuestro agradecimiento es Jesucristo mismo.
Tanto nos amó el Padre, que nos envió a su Hijo. Tanto amó Dios al
mundo que, todo lo esperado por el ser humano, todo lo más honda-
mente anhelado por él y todo lo anunciado y prometido por Dios, se
ha cumplido en Cristo. Y, por eso, damos gracias.

3. No han de faltar la alabanza y la adoración


El cristiano que se sabe hechura de Dios, no puede sino alabarlo y
arrodillarse ante Él con humildad para reconocerlo como su Señor. En
la Eucaristía tenemos varios elementos que nos enseñan a orar desde
la alabanza y la adoración. La plegaria eucarística a la que nos hemos
referido en el párrafo anterior es también el mejor ejemplo, porque no
se sitúa en el ámbito de la utilidad o del interés, sino que, partiendo
de la confesión de lo que Dios ha hecho
por nosotros en la Pascua de Cristo, des-
emboca en la alegre y exaltada alabanza La plegaria eucarística no se sitúa
de la santa Trinidad con la doxología. Pero en el ámbito de la utilidad o del
también el Gloria del inicio de la celebra- interés, sino que, partiendo de la
ción: en él la súplica da lugar a la alabanza; confesión de lo que Dios ha hecho
la oración de petición, que encuentra res- por nosotros en la Pascua de Cristo,
puesta en el actuar salvador de Dios, halla desemboca en la alegre y exaltada
en la alabanza su culmen, reconociendo
así la fidelidad de Dios. Podríamos todavía
alabanza de la santa Trinidad con
halar algún ejemplo más: el Kyrie eleison, la doxología.
también es, en el fondo, una proclamación
del señorío de Cristo, una alabanza al Señor resucitado; el mismo sanc-
tus, que entonan juntos la Iglesia celeste y terrestre, también nos inicia
en la oración de alabanza; por último, podríamos incluir así mismo, la
oración dominical, el Padrenuestro: una buena escuela donde instruirse
en la oración de alabanza, pues con esta oración reconocemos a Dios
como Padre, fuente de todo bien y término de toda alabanza. En lo que
se refiere a la adoración, destacaríamos al menos tres momentos de la
Eucaristía en la que somos estimulados a adorar al Señor de manera
más intensa: en el silencio sagrado que sigue a la homilía, cada uno de
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los presentes es invitado a adorar al Señor que le ha dirigido su Palabra,
que se ha hecho presente en ella; también en el corazón de la plegaria
eucarística, en lo que habitualmente conocemos como «consagración»,
acompañando nuestra adoración con un gesto físico, arrodillándonos
ante el misterio de la presencia de Cristo y de la actualización de su
Pascua; en el rito de la Comunión, aque-
Nada es in-significante o carente lla respuesta de la asamblea después de
de sentido o significado en el que el sacerdote toma el pan consagrado
espacio de la oración litúrgica. y sosteniéndolo un poco elevado sobre
la patena, lo muestra al pueblo… «Señor,
Todo habla a nuestra mirada de la yo no soy digno… pero una palabra tuya
presencia de lo sagrado. bastará» y es que, efectivamente, la Pala-
bra se ha hecho carne para la vida del
hombre… acogemos a la Palabra no ya como Palabra sino como carne,
y ante tal evento, no cabe sino adorar el Misterio; y, en la misma línea,
la Comunión, que conlleva abandonar el lugar donde hemos permane-
cido a lo largo de toda la celebración, como muestra de la necesidad de
salir de nosotros mismos para recibir al Señor, de desarraigarnos para
arraigar profundamente en Cristo, respondiendo con ese expresivo y
elocuente «Amén» por el que cada uno hace una verdadera confesión
de fe en la presencia real de Cristo, a la vez que lo adora y venera. Bastan
estas pinceladas para que seamos conscientes de que la Eucaristía nos
instruye en las asignaturas alabanza y adoración.

4. Y también son necesarias la contemplación y viveza de


afecto
La Eucaristía nos proporciona la posibilidad de experimentar una oración
caracterizada por una enorme visualidad, puesto que desde el mismo
momento en el que cruzamos los atrios del templo, somos invitados a
ejercitarnos en la contemplación visual. Nada es in-significante o carente
de sentido o significado en el espacio de la oración litúrgica. Todo habla
a nuestra mirada de la presencia de lo sagrado: los mismos muros, en su
austera sencillez o en la belleza de su ornato nos hablan del Dios que
nos acoge, nos abre su hogar; las imágenes religiosas que nos descu-
bren el trabajo humano, la sensibilidad artística al servicio de la expre-
sión de la fe; los polos celebrativos, que nos sugieren que, mediante los
sacramentos, Cristo resucitado se hace presente en medio de su pueblo

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para darnos a beber del agua de la Vida; la sobria y limpia ornamenta-
ción floral del templo, su estado de conservación, su iluminación y pul-
critud… son signos que nos están hablando de una comunidad cristiana
que siente estima por la casa de la Iglesia, por el espacio del encuentro
con el Señor resucitado. Todo en el recinto sagrado nos impulsa a ver,
percibir y contemplar las señales de la presencia de lo divino. Y lo hace
con una amalgama de ricas y variadas tonalidades, con distintas densi-
dades y significantes. Saber ver, mirar, abrir nuestros ojos para que nues-
tro ser, nuestro corazón, llegue a contemplar la silenciosa presencia de
Dios bajo el velo de los objetos, las realida-
des arquitectónicas y artísticas. Y, una vez
iniciada la celebración, debemos intensifi- Palabra que, Gracias al ministerio
car esta ejercitación de la contemplación, del lector, deja de ser letra para
porque ante nuestros ojos, pasan infini- convertirse en voz audible y
dad de signos que requieren de nuestra comprensible y que, una vez
atención para que puedan cumplir con la que la voz calla y se ha apagado,
misión encomendada y nos ayuden a des- permanece y resuena en la mente
cubrir que Dios sigue haciéndose presente
y el corazón de los oyentes, como
en medio de los hombre mediante los
signos, en la zarza ardiente como le ocu- Palabra de vida.
rrió a Moisés. Los colores litúrgicos, junto
con los ornamentos; los movimientos y gestos de los diversos ministros
al servicio de la celebración en algunos de los cuales también participa la
asamblea; los rostros serenos, las miradas risueñas de los congregados;
la pulcritud de los vasos y los libros litúrgicos; los signos del pan y del
vino presentados y colocados sobre el altar… componen toda una rea-
lidad armónica, una preciosa sinfonía de colores, movimientos, objetos,
símbolos… que invitan a nuestros ojos a ir más allá de lo visible para
poder contemplar al Invisible y sentirnos arrebatados, fascinados, ante la
presencia del Altísimo mediante tan humildes y sencillos signos.

5. Y no podemos olvidar que la Eucaristía es, así mismo,


escuela para la escucha
Lo cierto es que toda oración cristiana es, primeramente, escucha,
porque es Dios mismo quien toma la iniciativa de entablar un diálogo
con nosotros. Y, para adentrarnos y participar de ese diálogo, lo pri-
mero es la actitud de escucha. Tal es la importancia de esta actitud que

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podría decirse que configura de manera determinante la identidad del
cristiano: somos oyentes de la Palabra. Recordemos, aquel gesto del
effeta en el Bautismo: el celebrante, tocando con el dedo pulgar los
oídos y la boca del niño dice: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y
hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y pro-
clamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre». Es un gesto facul-
tativo, pero realmente significativo, porque pone de manifiesto que
una de las señas de identidad esenciales del cristiano es la escucha de
la Palabra. La Eucaristía nos ofrece una generosa mesa de la Palabra.
El papa Benedicto, en su Exhortación apostólica Verbum Domini, «La
Palabra del Señor» (núm. 52), designaba a la Iglesia como «casa de la
Palabra». Palabra que, gracias al ministerio del lector, deja de ser letra
para convertirse en voz audible y comprensible y que, una vez que la
voz calla y se ha apagado, permanece y resuena en la mente y el cora-
zón de los oyentes, como Palabra de vida. Pero, toda la Eucaristía en su
totalidad, nos exige esa actitud básica de escucha, de receptividad, de
apertura. Por supuesto, también hay ocasión para la respuesta, puesto
que se trata de un diálogo. Y, el mismo Dios, cuando toma la decisión
de entablarla, suscita y motiva nuestra respuesta. Pero… siempre par-
tiendo de la escucha.

6. Para encontrarse con Cristo


Todo ello tiene un fin: «el encuentro con Cristo», según las palabras del
papa san Juan Pablo II. En la plegaria se realiza ese encuentro que nos
convierte en íntimos del Señor. Y, acaso en la cumbre de esa intimidad,
se encuentre la Comunión, donde recibimos al mismo Cristo y nos con-
vertimos en su morada, y Él se me hace más íntimo que mi propia inti-
midad. En la escuela de la Eucaristía, aprendemos, por tanto, a cultivar
y ejercitar todas aquellas actitudes necesarias para una oración en la
que toparnos con nuestro Señor.

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vida religiosa

Hermanas
Terciarias Franciscanas
del Rebaño de María
Rasgos característicos de nuestra espiritualidad

Rosario Raigón

V
ivir la vida evangélica con simplicidad y alegría de corazón, para
promover la gloria de Dios y ser testigos del Reino:

– Vivimos el seguimiento de Jesucristo conforme a la Regla y Vida


de la Tercera Orden Regular de San Francisco de Asís, que nos
inserta en el carisma franciscano.
– Con un marcado espíritu de caridad, humildad, sencillez y alegría.
– El carisma que el Espíritu Santo suscitó en nuestra fundadora
María de la Encarnación Carrasco Tenorio, para que se dedicara a
la misión de la Iglesia en favor de los más pobres.
– Seguir a Jesucristo, Centro y Modelo de Buen Pastor, que ha
venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
– Bajo el amparo de la Santísima Virgen María, en su advocación
de Madre del Buen Pastor.
Rosario Raigón, secretaria general de
las Hermanas Terciarias Franciscanas del
Rebaño de María.
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– Infundiendo el conocimiento de Dios a través de la enseñanza y
ejercitando las obras de misericordia.

Fraternidad
Fundamentada en Jesús como centro vivo de la fraternidad, es el lugar
donde se llega a ser hermanas, la que une a los hombres en el amor de
un mismo Padre, y se convierte en fraternidad por la acción del Espíritu
Santo. «Donde dos o más se reúnen en mi Nombre, allí estoy yo en
medio de ellos».

Oración
Nuestra vocación cristiana nos coloca
ante una de las realidades que configu-
ran la vocación del mismo Jesús, que
oraba a su Padre Dios desde la soledad
y el silencio, desde la tribulación perso-
nal y las necesidades de los hombres y
la creación. Esta apertura diaria a Dios a
través de la Palabra y la oración, nos urge
a dar un testimonio coherente de vida
evangélica.

Pobreza
La vivencia de la pobreza como opción, es de tipo cristológico a imita-
ción del Señor, el cual siendo rico «se hizo pobre para enriquecernos
con su pobreza» imitando a san Francisco, «nada poesía, nada necesi-
taba». De ahí la necesidad de saberse empobrecer para compartir con
todos, sin reclamar derechos, dar la vida en amor, y dar toda la gloria
a Dios.

Misiones
Sintiéndonos Iglesia universal y urgidas por el ardor misionero de nues-
tra fundadora, nos comprometemos en la tarea de encarnar a Cristo en
la historia, tratamos de testimoniar con nuestra vida, con la oración y
con el anuncio de la palabra, una nueva forma de ser, llamar y de com-

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partir nuestro carisma dando lo que somos y tenemos, en favor de los
miembros más débiles del cuerpo místico que es la Iglesia.

Valores identificativos de la misericordia en Madre María de


la Encarnación
Ilumina estos valores a través de
la tierna figura de la Virgen, la
Zagala fiel, por medio de la cual
se acerca al modelo cristológico
del Buen Pastor, de quién aprende
la misericordia entrañable como
distintivo de su maternidad, nos
guía y acompaña en el servicio
apostólico a los más necesitados.
Entiende la misericordia como
querer y acoger a la persona en la
medida de sus propias necesida-
des, amor extremado con quien
presenta mayores carencias.
– Fortaleza. Ante las dificul-
tades, se mantuvo siempre
serena, mostrando valor y
constancia para perseverar
hasta el final, sin flaquear ni
vacilar. El secreto de esta for-
taleza hay que buscarlo en Madre María de la Encarnación, fundadora de las
su fe profunda, en la oración Hermanas Terciarias Franciscanas del Rebaño de
constante e intensa y en la María.
confianza en Dios.
– Confianza en la Providencia. Convencida de que la obra era de
Dios, espera confiada en los brazos de la providencia el remedio
a sus necesidades materiales y espirituales.
– Servicialidad. La misericordia implica servir con humildad y sen-
cillez, saber hacerse toda para todos, dándose a los demás con
alegría, sin esperar recompensa, viviendo el desprendimiento de
sí misma y de los propios intereses.

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– Testimonio. Basado más en obras que en palabras, aceptando
las adversidades con serenidad y alegría, sobreponiéndose al
dolor con semblante siempre risueño, que reflejaba la paz de su
alma.
Desarrollamos nuestra misión, contribuyendo como pequeña leva-
dura en la construcción del Reino siendo testigos de la misericordia del
Padre con la fuerza del Espíritu, que en nuestro carisma como Francis-
canas del Rebaño de María «cuidar, (curar) cobijar, (vendar) proteger y
encaminar al bien» (volver a la verdad) nos sitúa tras las huellas de san
Francisco de Asís, al estilo de Madre María de la Encarnación.
«Servir a Dios es reinar».

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liturgia de las horas

El silencio sagrado
F. Xavier Aróztegui

E
n los artículos de esta sección dedicada a la Liturgia de las Horas
me propongo alternar el comentario de algún punto de la Orde-
nación General de la Liturgia de las Horas (IGLH) con el comenta-
rio de un salmo.

El silencio es participación activa


El Concilio Ecuménico Vaticano II en su constitución Sacrosanctum
Concilium sobre la sagrada Liturgia hace una alusión breve y concisa
al silencio dentro del contexto de elementos que ayudan a la parti-
cipación activa. Son estos: «aclamaciones del pueblo, respuestas, sal-
modia, antífonas, cantos y también las acciones o gestos y posturas
corporales» (SC 30). Llegado aquí, el texto
conciliar hace punto y seguido. Y añade:
«guárdese, además, a su debido tiempo F. Xavier Aróztegui, presbítero,
el silencio sagrado» (SC 30). El silencio licenciado en Teología, subdelegado de
pues forma parte de las ayudas a la par- liturgia de Terrassa. Delegado diocesano
ticipación activa pero merece una men- para las Causas de los Santos y adscrito
ción especial. a la Catedral de Terrassa. Director de la
revista Liturgia y Espiritualidad.
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Silencio sagrado
Notemos que no se trata de un silencio cualquiera sino que es «silencio
sagrado» con el que avivamos la conciencia de estar en la presencia de
Dios.
San Benito en la Regla de los Monasterios (RB) indica: «Creemos que
Dios está presente en todo lugar y que “los ojos del señor están vigi-
lando en todas partes a buenos y malos”; pero esto debemos creerlo
especialmente sin la menor vacilación cuando estamos en el oficio
divino» (RB 19,1-2).

Momentos para el silencio


En la Liturgia de las Horas puede guardarse silencio después de los
salmos o bien después de la lectura breve, antes o después del res-
ponsorio (IGLH 201-203).1 El silencio tras los salmos puede ser un
momento breve después de cada salmo, una vez repetida la antífona y
puede terminar con una colecta sálmica (IGLH 202). Otra posibilidad es
hacer una pausa con más detención al final del conjunto de salmos. Así
lo hacen los monjes de Montserrat en los Laudes y las Vísperas, retrans-
mitidos por radio con notable audiencia.
Es muy útil situarse en el coro unos momentos antes del comienzo de
la hora litúrgica –y también en la recitación individual– para pasar de la
variedad de pensamientos a la atención por lo que vamos a rezar. Es lo
que en latín se llama statio que aquí podemos traducir como «parada».

La duración del silencio


Los momentos de oración silenciosa en la celebración comunitaria
deben ser breves. Es preciso tener cuidado de no introducir un silencio
tal que deforme la estructura del Oficio o produzca molestias o tedio a
quienes participan en la celebración (IGLH 202). En cambio en la recita-
ción particular es mucho más amplia la libertad de pararse en la medi-
tación de cualquier fórmula, a fin de promover un afecto espiritual, y
no por ello el Oficio pierde su índole de oración pública (IGLH 203).

1 Para designar la Ordenación General de la Liturgia de las Horas, lo hago


con las iniciales de su nombre en latín: Institutio generalis Liturgiae Horarum.

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Aquí nos ayuda de nuevo la Regla de san Benito:
La oración debe ser breve y pura, a no ser que se alargue por una espe-
cial efusión que nos inspire la gracia divina. Mas la oración en común
abréviese en todo caso, y, cuando el superior haga la señal para termi-
narla, levántense todos a un tiempo (RB 20,4-5).

Dimensión comunitaria
El silencio nos ayuda a asimilar personalmente los salmos o las lecturas
breves (antes llamadas capítulas). Pero esta personalización no rompe
el carácter comunitario: es un silencio compartido por la comunidad,
un callar juntos en la presencia de Dios. Un ejemplo de silencio com-
partido fue el que se produjo en la Plaza de San Pedro cuando el papa
Francisco, recién elegido, pidió a los presentes una oración implorando
la bendición de Dios sobre él, que luego impartiría por primera vez la
bendición papal. Gracias a la televisión podemos decir que todo el
mundo escuchó el silencio.

Silencio total
Conviene que los momentos de silencio para la meditación no sean
acompañados por una música de fondo, que puede ser adecuada en
otros momentos, como el ofertorio de la misa. Hemos de percibir y
darnos cuenta de que todo está callado.

Silencio en la iglesia
Actualmente se está extendiendo en algunas partes la costumbre de
hablar dentro de la iglesia antes y / o después de la celebración de la
misa o de un sacramento. Tal vez se haga como signo de fraternidad.
Y hay quien no se limita a un saludo sino que entabla una auténtica
conversación.
Deberíamos fomentar de nuevo el silencio, respetarlo para dejar
espacio a la oración personal o, al menos, a recoger la atención. En
aquellos momentos pueden ser una ayuda los acordes musicales.
También aquí puede ayudarnos san Benito quien, retomando un
tema de san Agustín y de Casiano, indica en su Regla la importancia
del oratorio:

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El oratorio será siempre lo que su mismo nombre significa y en él no se
hará ni guardará ninguna otra cosa. Una vez terminada la obra de Dios,
saldrán todos con gran silencio, guardando a Dios la debida reveren-
cia, para que si algún hermano desea, quizá, orar privadamente, no se
lo impida la importunidad del otro. Y, si en otro momento quiere orar
secretamente, entre él solo y ore; no en voz alta, sino con lágrimas y
efusión del corazón. Por consiguiente, al que no va a proceder de esta
manera, no se le permita quedarse en el oratorio cuando termina la obra
de Dios, como hemos dicho, para que no estorbe a los demás (RB 52,1-5).

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santo del mes

23 de abril:
San Jorge, mártir
Bernabé Dalmau

N
o figura en nuestro abigarrado calendario litúrgico universal.
Su memoria desapareció –¡como tantas cosas!– en la reforma
conciliar. Pero los orientales le llaman megalomártir y, a decir
verdad, su grandeza queda justificada si hacemos caso de san Andrés
de Creta, que habla del mártir como si no hubiera otro personaje en
el santoral del Tiempo Pascual: «En medio de estas fiestas, como en
medio de dos soles que, con su propio movimiento, siguen su órbita, la
fiesta de san Jorge es como una luna que recibe la luz de ambos soles
e ilumina al mundo con rayos semejantes a los de Cristo».
Se trata de un mártir venerado en Siria y en Palestina ya en el siglo iv.
Hoy en día los pelegrinos a Tierra Santa, si se fijan bien, verán al santo
representado en los portales de las viviendas cristianas de Belén. Lo
que no suelen visitar los pelegrinos es su sepulcro en la antigua Lydda,
la actual Lod (el municipio del aeropuerto israelí). El cenotafio se
encuentra en una iglesia ortodoxa, sencilla y pobre, con una pequeña,
muy limpia, cripta que contiene un blanco sepulcro marmóreo con su
nombre en griego. ¡Pude venerarlo en un remoto 23 de abril!

Bernabé Dalmau, monje de Montserrat.


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Su devoción –no lo negaremos– se debe a la recurrente leyenda del
santo caballero que libera una princesa retenida por un feroz dragón.
Lo cierto es que desde el siglo xi su devoción llega a ser universal. Su
culto se extiende primero en Oriente y, a partir de las cruzadas, en Occi-
dente. Actualmente disfruta de gran popularidad, como hemos dicho,
en Palestina (incluso entre los musulmanes), la India, y los países euro-
peos que lo tienen por patrón: Inglaterra y Gales (desde 1222), Rusia,
Grecia, Portugal, Cataluña (desde
1454), Aragón (desde 1461).
¡Incluso una nación reciente-
mente independiente, Georgia,
lleva su nombre!
Los textos litúrgicos, a seme-
janza de otros santos como per
ejemplo Inés y Esteban (Agnes
– Agnus, Stephanus – Corona),
hacen guiños a la etimología del
nombre. Puesto que san Jorge
siempre cae entre los dos soles
pascuales, el evangelio no podía
sino ser de san Juan (15,1-8). La
relación entre la vid verdadera
y el sarmiento que el Padre lo
San Jorge (1417), de Donatello que se conserva en el limpia para que dé más fruto es
Museo Bargello de Florencia. muy apropiada para la fiesta de
un mártir. Pero lo bueno es que
en la lengua original el evangelio dice que el Padre es el viñador («O
Pater mou o georgos estin»). O sea que el mártir no solo se identifica
con Jesucristo sino que lleva el nombre del oficio del Padre celestial.
¡Ah, y no olvidarse de rezar por el papa Francisco (Jorge Mario Bergo-
glio) en su onomástico!

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liturgos

Giuseppe Maria Tomasi

E
l cardenal Tomasi  (1659-1713), siciliano,
fue el quinto de ocho hermanos. Su
familia perteneció a la nobleza de la isla
de Lampedusa. En su infancia, leía la vida de
los santos, sobre todo la de san Francisco de
Sales. Además era muy devoto de la Virgen, y
se retiraba en soledad y silencio absorto en sus
lecturas y oraciones.
Un tal Buenaventura Murquio le aconsejó que
se hiciese teatino, como su tío Carlos. Con ello
renunció a todo su patrimonio y herencia.
Pronto destacó por su pasión hacia la liturgia, en aquella época mani-
festada en las rúbricas. Y se dedicó a la publicación de libros y textos
litúrgicos antiguos que hasta entonces habían estado ocultos en las
bibliotecas.
Escribió mucho sobre el Sacramentario (Gelasiano y Gregoriano) y el
Misal Gótico, y sobre el rito del fermen-
tum y el estipendio de las misas. Además, Adolfo Lucas, presbítero, es doctor en
sagrada liturgia.
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se adelantó a su tiempo explicando temas como la preeminencia del
domingo dentro del año litúrgico, la importancia del temporal por
encima del santoral, las prácticas devocionales como algo secundario
e inferior a la propia liturgia, y la participación del pueblo en las cele-
braciones. En definitiva, la liturgia la fundamenta en la historia y en la
Biblia, no en las rúbricas.
Cuando el papa Benedicto XIV lo eleva al cardenalato, le hace un gran
elogio y lo pone por encima de los ceremonieros de su época. 
San Juan Pablo II lo canonizó en 1986, y lo nombró patrono de los litur-
gistas.

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C
vocabulario litúrgico

Cáligas
Las cáligas eran unos zapatos lujosos que llevaban los emperadores y
patricios romanos. Con el tiempo, este calzado pasó a la jerarquía ecle-
siástica (papas y obispos), sobre todo, durante la dominación bizan-
tina en Italia. Los mosaicos de Rávena muestran al obispo Maximiano
y a un diácono con ricas cáligas. Los mismos papas podían conceder
el honor de llevarlas a los abades, presbíteros
y diáconos. San Gregorio Magno las prohibió a
los diáconos de Catania, porque solo los papas
anteriores a él, se lo habían concedido a los diá-
conos de Mesina.
Por lo general, hasta el siglo xiii eran de cuero;
más tarde se confeccionaron de telas ricas,
recamadas de oro y piedras preciosas, hasta
que aparecieron según los distintos colores
litúrgicos. Así quedaron para el uso exclusivo
de las celebraciones litúrgicas presididas por el
obispo ya que el episcopado no perdió tal pri-
vilegio. El Concilio Vaticano II las suprimió defi-
nitivamente.
Quizá un vestigio de las antiguas cáligas imperiales lo conserven los
papas con su famoso calzado rojo que siempre usan, incluso fuera del
ámbito litúrgico. Y es que este color representaba el máximo rango
social de emperadores, emperatrices y papas.

Cronógrafo
Para la Iglesia antigua, un cronógrafo (que escribe el tiempo) era una
especie de calendario. El más famoso fue el cronógrafo de Filócalo
(año 354): un almanaque lujoso, compilado, redactado e ilustrado
por el calígrafo y artista griego Furio Dionisio Filócalo (amigo del papa

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Dámaso) que lo compuso para uso de un rico cristiano llamado Valen-
tín. Además de contener numerosos datos de orden civil, un canon
para las fechas de Pascua desde el 321 hasta el 354, y una lista de obis-
pos de Roma hasta el papa Liberio (catálogo liberiano), contiene dos
listas para nuestro interés litúrgico: una de obispos (depositiones epis-
coporum) y otra de mártires (depositiones martyrum).
En la primera aparecen los papas no mártires, desde Lucio (†254) hasta
Silvestre (†335), que fue redactada en el año 336, y luego completada
hasta el año 354 para ponerla al día.
En la segunda encontramos a los mártires celebrados en Roma, con
su fecha y lugar de sepultura. El listado comienza con el día del naci-
miento de Cristo (25 de diciembre). Los mártires más antiguos se
remontan al siglo III (el primer papa mártir que cita este cronógrafo es
Calixto, muerto en el año 222); los mártires más recientes son los de la
persecución de Diocleciano, finalizada en Roma, el año 305.
Algunos nombres inscritos en el calendario son: santos Fabián y Sebas-
tián: 20-I; santa Inés: 21-I; Cátedra de Pedro: 22-II; santas Perpetua y Feli-
cidad: 7-III (África); santos Pedro y Pablo: 29-VI (Pedro en catacumba);
siete mártires: 10-VII; santos Abdón y Senén: 30-VII; santos Sixto, Felicí-
simo y Agapito: 6-VIII; san Lorenzo: 10-VIII (en Tiburtina); santos Hipó-
lito y Ponciano: 13-VIII; san Timoteo: 22-VIII; san Hermes: 28-VIII; san
Gorgonio: 9-IX; santos Proto y Jacinto: 11-IX; san Cipriano: 14-IX (África.
Se celebra en Cartago); san Calixto: 14-X (vía Aurelia); los coronados:
8-XI; san Saturnino: 29-XI.
Este calendario nos da pistas sobre el día de la celebración de los már-
tires, algunos de ellos incorporados, más tarde, al Canon Romano de
la misa.
Adolfo Lucas

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tema del mes

Recrear la Pascua

E
l 16 de abril es día de Pascua! A partir de entonces tenemos siete
semanas celebradas como un solo día con un tono variado y fes-
tivo. Sin embargo, todos los esfuerzos parecen agotarse con la
Cuaresma y Semana Santa. Por eso, planteemos bien el Tiempo Pas-
cual (desde la Vigilia Pascual al día de Pentecostés), centro del año cris-
tiano. Estos días son diferentes a los demás: celebramos la victoria del
Señor resucitado.

El sentido de la cincuentena pascual


El Tiempo Pascual, tiempo fuerte por excelencia, hay que vivirlo como
tal. Desde siempre, los cristianos celebraron la cincuentena con mucha
alegría; es más, quien durante estos días no expresara su gozo, se le
consideraba fuera de la Iglesia, apartado del Evangelio. La Pascua
invita a vivir la originalidad radical del cristianismo.

Lo característico de este tiempo


La primera característica de la cincuentena es la alegría. A través de
ella, estos días vienen a ser como una imagen de la vida definitiva,
del reino futuro, del reino acabado. Este
sentido se manifiesta con la práctica de Adolfo Lucas, presbítero, es doctor en
sagrada liturgia.
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suprimir las lecturas del Antiguo Testamento. Toda la antigua Alianza
es solo preparación, y la cincuentena pascual celebra, en cambio, la
realidad del reino de Dios ya totalmente alcanzado.
La segunda característica es la formación de una única solemnidad. A
este respecto, hay que procurar que las distintas partes que hay en el
interior de la cincuentena pascual no queden subrayadas desmesura-
damente, como si se tratara de diversos
tiempos, pues, en realidad, son un solo
y único período festivo que, a lo sumo,
tiene algunos matices distintos en las
diversas etapas de su desarrollo. En esta
línea de fiesta unitaria, el nombre de los
domingos ha cambiado: ya no se dice
domingos después de Pascua (antes
del Concilio), sino domingos de Pascua
(reforma conciliar). La Pascua no es solo
el domingo, sino el conjunto de los cin-
cuenta días, que concluye en Pentecos-
tés.

Los signos festivos pascuales


¡No despreciemos los signos: el cirio,
las flores, la iluminación, la música! La
Pascua entra por los cinco sentidos.
Merece la pena que la gente cuando
entra en los templos se sienta acogida por todos, pero también, y
sobre todo, por el ambiente alegre, el colorido, el perfume, el canto
de fondo pudiéndose resaltar de forma especial los lugares litúrgicos:
sede, ambón y altar.

Un estilo celebrativo propio


La misma celebración resulta distinta y sugerente: la aspersión del
agua cada domingo, el canto jubiloso, en especial del Aleluya, la predi-
cación a ser posible diaria, el Credo apostólico o en forma de pregun-
tas, la presentación de ofrendas más cuidada, el canto del prefacio y de

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aquellas partes dentro de la Plegaria Eucarística, la comunión bajo las
dos especies, la bendición solemne, la participación de la asamblea.

El carácter comunitario de la Pascua


Los equipos parroquiales no solo se reúnen para preparar y revisar,
sino también para festejar. La Pascua nos une en el Resucitado. Por eso,
sería ideal terminar alguna misa dominical con un pequeño refrigerio
que favorezca el encuentro de todos, organizar excursiones parroquia-
les, realizar momentos de oración (liturgia de las horas) y otras celebra-
ciones de la Palabra, reunir a los que han recibido algún sacramento
durante el año para que no se distancien de la parroquia, incluso,
puede ser una buena idea bendecir las casas de los parroquianos. La
fe es necesariamente eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo
en este tiempo: cada uno expresa la alegría pascual no en solitario, sino
junto a tantos hermanos, en la Iglesia.

Recuerdos sugerentes
– La Pascua es el tiempo de los sacramentos; el Resucitado nos
comunica con ellos su vida y su gracia.
– La Pascua también es el tiempo del Espíritu Santo que culminará
en Pentecostés. Hablar del Espíritu en alguna homilía, puede ser
beneficioso.
– Tampoco faltan motivos para recordar a María en este tiempo
cuya espiritualidad debe estar marcada por su ejemplo. La colec-
ción de misas de la Virgen María puede ayudarnos.
– La Pascua termina con la última celebración litúrgica del día de
Pentecostés. Para resaltar este momento puede realizarse un rito
donde se apague el Cirio solemnemente dando por concluidas
las fiestas pascuales.

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crónica

Reunión del consejo


de redacción de la revista
«Liturgia y Espiritualidad»

E
l viernes día 17 de febrero tuvo lugar, en la sede del Centre de Pas-
toral Litúrgica de Barcelona, la reunión del Consejo de Redacción
de la revista Liturgia y Espiritualidad.
La reunión dio comienzo a les 10 de la mañana con el rezo de la hora de
Tercia. Tras unas palabras introductorias del nuevo director y la justifi-
cación de alguna ausencia, se dio lectura al acta de la reunión del año
2016 que fue aprobada.
Siguió el diálogo sobre los temas a tratar que fueron perfilándose:
Eucaristía, sacramentos, Liturgia de las Horas –alternando el comenta-
rio de un salmo con artículos sobre puntos de la Institución General de
la Liturgia de las Horas–. Seguirá la sección sobre Vida religiosa. Se pro-
curarán colaboraciones desde Hispanoamérica por parte de alumnos y
exalumnos del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona.
Se vio conveniente que además de los artículos de fondo, la última
parte de cada número se dedique a colaboraciones más breves: un
aspecto litúrgico de un santo del mes, un personaje que haya traba-

F. Xavier Aróztegui, director de la


revista Liturgia y Espiritualidad
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jado en el campo de la Liturgia, el vocabulario, recensión de libros, un
tema del mes y el flash litúrgico.
Al mediodía el gerente del Centre de Pastoral Litúrgica, Miquel Lirio,
comentó la estadística de suscripciones –con las altas y bajas– por
áreas geográficas y por años de suscripción.
Después de compartir la comida en un restaurante cercano, la tarde
–de las cuatro a les seis– se dedicó a concretar los artículos que –dentro
de los temas señalados– se pedirán cada mes a los autores. La previ-
sión llegó hasta marzo de 2018 con el propósito de tener la reunión
del Consejo de Redacción en febrero. Se deja abierta la posibilidad de
colaboraciones puntuales sobre temas variados y se prevé la confec-
ción de unos índices de la revista desde el momento en que tomó el
nombre de Liturgia y Espiritualidad.
Se ha comprobado que una buena programación –como la que hizo
en 2016 es una ayuda eficaz para el buen ritmo de la revista–. El trabajo
que se realiza en la reunión compensa el desplazamiento de conseje-
ros que residen más o menos lejos.

Algunos de los participantes en el consejo de redacción de la revista Liturgia y Espiritualidad


celebrado en Barcelona el 17 de febrero de 2017.
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libros

J. Gibert – J. C. Escribano, Vesperal hispano-mozárabe (CPL Libri), Barce-


lona: CPL 2017, 485 pp.

Después de la publicación de Como apéndices encontramos


los dos tomos del Misal hispano- una serie de psallendum distri-
mozárabe en 2015-2016 como buidos por tiempos litúrgicos y
traducciones y subsidios de estu- un glosario de términos, tomados
dio –o para «uso de los fieles» (J. del artículo de Jordi Pinell «Horas
Urdeix)–, se publica en la misma vigiliares del Oficio monacal his-
colección este Vesperal hispano- pano». Ciertamente, la compleji-
mozárabe que pretende llenar dad de nombres y elementos del
un vacío divulgativo en el rito oficio divino hispano ameritan
hispano: la oración de las horas. la selección de términos de este
Los autores son, tal y como los glosario. Antes del Ordinario del
presenta el prof. Manuel Gonzá- Oficio encontramos unas tablas
lez, «el padre Jorge Gibert Tarruel,
monje cisterciense, y Juan Carlos
Escribano López, padre de familia
madrileño» (p. 11). En su presen-
tación, el prof. González subraya
la importancia de la obra, en la
que se ofrece al lector «con cla-
ridad y concisión, en nuestra
lengua, la interesante y laboriosa
contribución del P. Jorge que,
desde su experiencia monástica,
nos ayuda a orar con diversos
textos y esquemas» (p. 13).
El libro está dividido en cuatro
apartados: el Ordinario del Oficio,
el Propio del Tiempo, el Propio de
los Santos y los Oficios Comunes.

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con la procedencia de los himnos ministro ordenado o no. El Padre-
de este Vesperal. La versión espa- nuestro no se corresponde con
ñola es obra de Carlos Arana Tara- el actual Missale Hispano-Moza-
zona, contenida también en la rabicum: posee un amén menos,
web www.hispanomozarabe.es. reajustándolo seguramente a las
explicaciones patrísticas hispanas
El Propio del Tiempo nos ofrece
de la oración dominical. Hay que
vísperas para una semana de
recordar que el Breviarium Gothi-
cada tiempo litúrgico, además
cum trae una versión del Padre-
de las primeras y segundas vís-
nuestro que difiere de estas dos.
peras para las solemnidades más
importantes. Para el tiempo Coti- En su introducción, J. Gibert des-
diano hay dos series de semanas. cribe los elementos de las vís-
No hay oficios de vísperas para la peras y la posible evolución del
Semana Mayor. El Propio de los oficio hispano. En su conclusión,
Santos ofrece 10 celebraciones. el autor desvela el sentido del
Las vísperas de san José son en Vesperal, que «quiere ser un sub-
realidad una adaptación de las sidio para permitir una aproxi-
vísperas de un confesor, pues en mación a unos venerables y ricos
el Breviario Gótico no se encuen- textos litúrgicos, escritos origina-
tra ni siquiera en el calendario. riamente en latín, que alimenta-
Entre los Oficios Comunes llama ron la fe y la piedad de muchas
la atención la presencia de unas generaciones de cristianos que
vísperas en el Aniversario de la sirvieron a Dios de acuerdo con
Dedicación de una Iglesia, sobre las prescripciones de la Iglesia de
todo porque recoge los pocos Hispania» (p. 27). Sin duda que
testimonios que quedan en torno este subsidio ayudará a com-
a ese rito. prender mejor el sentido de las
antiguas fórmulas vespertinas
El Ordinario del Oficio, especial-
hispanas, además de introducir
mente la Ordenación del Oficio
al lector en una forma distinta de
vespertino, es uno de los ele-
comprender y expresar la oración
mentos más novedosos de este
cristiana en la oblación vesper-
Vesperal. En la introducción al
tina.
oficio se establecen dos tipos de
ritos introductorios según sea el Adolfo Ivorra

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flash litúrgico

¿Solo antífonas
antes de los salmos?

A veces funcionamos con el las Horas una disposición inteli-


piloto automático en aquello que gente, usando de todos y cada
es cotidiano. No digo yo que este uno de los elementos que la com-
piloto no pueda ser útil en cier- ponen a fin de lograr una oración
tos momentos de especial calma participada plena, consciente y
en el vuelo o travesía, pero en activa.
las cuestiones de la vida litúrgica
Uno de los recursos que pueden
no solo me parece poco razona-
estar ignorados sistemáticamente
ble sino que lo juzgo claramente
son las sentencias del nuevo Tes-
impropio, porque nos dificulta
tamento o de los Padres, situadas
gozar de la celebración en color,
entre el título (en rojo) y el mismo
imponiéndonos los grises del
salmo. Es lo que dice la Institutio
blanco y negro.
General de la Liturgia de las Horas,
Algo de eso puede ocurrir con en el núm. 114: «En el Oficio sin
el rezo de los salmos en el Oficio canto del tiempo ordinario, en
divino. Se van repitiendo mes lugar de las antífonas se pueden
tras mes, y la memoria casi que se utilizar, según la oportunidad, las
adelanta a la mirada, poniendo las sentencias añadidas a los salmos
palabras en nuestros labios antes (cf. núm. 111)». Y en este último
de haber dado el consentimiento, número al que hace referencia
fruto de un orar consciente. podemos leer que, estas senten-
cias del nuevo Testamento o de
Por ello es importante tener ante
los Padres, se han añadido para
el rezo cotidiano de la Liturgia de

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fomentar la oración a la luz de la de las Horas. Así, pues, querido
revelación cristiana y en sentido piloto, deja descansar a tu colega
cristológico. automático y ponte a trabajar con
toda la atención. Seguro que el
Ahí tenemos, pues, un elemento
pasaje te lo ha de agradecer no
al que podemos recurrir durante
poco. ¡Buen viaje por los cielos y
el tiempo ordinario en el Oficio
mares de la oración!
sin canto, para enriquecer nues-
tro rezar en Cristo la Liturgia Jaume González Padrós

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Fundador: Pedro Farnés

Director: Francesc Xavier Aróztegui


Consejo: Antonio Astigarraga (San Sebastián), Joan Baburés (Girona),
Bernabé Dalmau (Montserrat), Pedro Farnés (Barcelona), Pedro Fernández
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Ivorra (León), Narciso-Jesús Lorenzo (Zamora), Adolfo Lucas (Madrid), Álex
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