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Cada día era un infierno para Tania.

Y bueno, ella lo describía así mientras


estaba sentada en la silla verde de su
habitación. Tener que soportar a tantos
idiotas esperándola bajo las gradas para
tomar fotos debajo su falda, la tenía
hartada.

No volvería a usar falda.

Pero, no te habías limitado ya, Tania?


Hizo lo mismo con las soleras, su top
morado, el pantalón verde, sus tacones
altos. Todo había sido prohibido por ella,
y le dolía pues amaba esa ropa.
Entre tanto, llegó la hora de almorzar,
pero no para ella. De hecho, ya lo había
digerido en 19 años de su vida:

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“Nunca puedes comer antes o junto a tu
padre, siempre al final”

-le repitió su madre muchas veces, al


igual que su abuela hizo lo mismo a ella y
por varios ancestros más.
Cuando fue de visita a la casa de Anita, su
regla era casi igual pero podían comer
todos juntos, en la casa de Camila era
todo distinto.
¿Por qué tenía que vivir así?
En su recuerdo, ella jamás se rebeló como
típica adolescente a sus padres, tenía
miedo a que le den un chicotazo. Pero
ahora, ella tenía mayoría de edad, y al fin
podía ponerse lo que quiera.

Con un ímpetu de valentía y enojo,


decidió pues ponerse toda la ropa de su
gusto, no sin antes comer de primera en la
mesa. Después de este acto, chicotazos no

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podemos negar que si hubieron. Pero en
su mente la idea de ser revolucionaria
solapaban los golpes.
Cuando su familia se fue, aprovecho en
ponerse su ropa favorita, aprovecho en
ponerse su ropa favorita: su blusa naranja
y su falda con sus bonitos tacones. Su
plan era que, si alguno de esos idiotas
volvía a molestarla, ella tendría que
insultarlos. No era un buen plan, pero al
menos se iba a defender.
El día fue feliz para Tania. La silbaron de
a montones, más ella estaba feliz de poder
usar su ropa.

Durante la noche, en el trufi camino a su


hogar, subió un joven. Él, trató
amablemente a Tania, y ella tuvo
esperanza. Empezó a soñar con encontrar
un chico así para casarse, pues no la
molestaba o tocaba sino que le hablaba

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cortésmente. En medio de su imaginación,
el joven amable invito un caramelo a
Tania. La cual, confiada lo probó.
Lástima que el último sabor que degusto
no fue de su agrado, no le gustaba la
sandía. Se empezó a sentir mareada,
quería vomitar y su vista se nublo.
Y nunca volvió a prenderse otra vez.
Semanas después, su nombre fue anexado
a la trata y tráfico de órganos con signos
de violación según el forense. Para el
noticiero fue anexado a “la historia” de
Tania, y para el periódico “la muerte” de
Tania.
Cuando su pequeña hermanita pregunto a
sus padres:
- ¿Por qué se murió?
No sabían que responder, más que el
arrepentimiento eterno que acompañaba a
la respuesta clara en sus mentes: “por ser
mujer”.

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