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‘El hombre tonto’

por Sherwood Anderson

Hay una historia -No puedo contarla- No tengo palabras. La historia está casi
olvidada, pero a veces la recuerdo.

La historia se refiere a tres hombres en una casa en una calle. Si pudiera decir las
palabras cantaría la historia. La susurraría en los oídos de las mujeres, de las
madres. Correría por las calles contándola una y otra vez. Mi lengua se
desataría... traquetearía contra mis dientes.

Los tres hombres están en una habitación de la casa. Uno es joven y petimetre. Se
ríe continuamente.

Hay un segundo hombre que tiene una larga barba blanca. Está consumido por la
duda, pero de vez en cuando su duda lo deja y duerme.

Hay un tercer hombre que tiene ojos perversos y que se mueve nerviosamente por
la habitación frotándose las manos. Los tres hombres están esperando -
esperando.

En la planta alta de la casa hay una mujer de espaldas a una pared, en medio de
la oscuridad junto a una ventana.

Ese es el fundamento de mi historia y todo lo que alguna vez sabré está


destilado en ella.

Recuerdo que un cuarto hombre vino a la casa, un hombre blanco y silencioso.


Todo estaba tan silencioso como el mar por la noche. Sus pies, en el suelo de
piedra de la habitación donde estaban los tres hombres, no hicieron ningún sonido.

El hombre con los ojos malvados pasó a ser como un líquido hirviendo - corría de
un lado a otro como un animal enjaulado. El viejo hombre gris estaba infectado por
su nerviosismo - no dejaba de tirar de su barba.

El cuarto hombre, el blanco, subió por las escaleras hacia donde se

encontraba la mujer. Ahí estaba ella - esperando.


Cuán silenciosa era la casa, cuán ruidosamente marcaban todos los relojes del
vecindario. La mujer de arriba ansiaba amor. Esa tiene que haber sido la historia.
Ella tenía hambre de amor con todo su ser. Ella quería crear en amor. Cuando el
hombre blanco y silencioso llegó a su presencia, ella saltó hacia adelante.
Sus labios estaban separados. Había una sonrisa en sus labios.

El blanco no dijo nada. En sus ojos no había reprimenda, ni preguntas. Sus ojos eran
tan impersonales como las estrellas.

Escaleras abajo, el malvado se quejaba y corría de un lado a otro como un pequeño


perro hambriento perdido. El gris trató de seguirlo, pero en ese momento se cansó y
se acostó en el suelo para dormir. Nunca despertó de nuevo.

El petimetre yacía en el suelo también. Se reía y jugaba con su pequeño bigote


negro.

No tengo palabras para contar lo que pasó en mi historia. No puedo contar la historia.

El blanco silencioso podría haber sido la Muerte.

La mujer que esperaba ansiosa podría haber sido la Vida.

Tanto el viejo hombre de barba gris como el malvado me desconciertan. Pienso y


pienso, pero no puedo entenderlos. La mayoría de las veces, sin embargo, no pienso
en ellos en absoluto. Sigo pensando en el petimetre que se reía a través de mi
historia.

Si pudiera entenderlo, podría entenderlo todo. Podría correr por el mundo contando
una historia maravillosa. Ya no sería tonto.

¿Por qué no me fueron dadas palabras? ¿Por qué soy tonto?

Tengo una historia maravillosa que contar, pero no sé cómo contarla.

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