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Liceo Bicentenario de Excelencia Carlos Montané Castro

Ensayo Simce Segundo Medio.

Texto 1

Mi suegra quiere que compre aspirinas. Me da dos billetes de diez y me indica cómo llegar a la
farmacia más cercana. —¿Seguro que no te molesta ir? Niego y voy hacia la puerta. Intento no
pensar en la historia que acaba de contarme, pero el departamento es chico y hay que esquivar
tantos muebles, tantas repisas y vajilleros repletos de adornos que es difícil pensar en otra cosa.
Salgo del departamento al pasillo oscuro. No enciendo las luces, prefiero que la luz llegue por sí
misma cuando las puertas del ascensor se abran y me iluminen. Cuando llego a la farmacia que me
indicó, veo que está cerrada. Son las diez y cuarto de la noche y voy a tener que buscar alguna de
turno. No conozco el barrio y no quiero llamar a Mariano, así que adivino por el tránsito la avenida
más cercana y camino hacia allá. Tengo que volver a acostumbrarme a esta ciudad. Antes de viajar
a España devolvimos el departamento que alquilábamos y embalamos las cosas que no
llevaríamos con nosotros. Mi madre trajo cajas de su trabajo, cuarenta y siete cajas de vinos
mendocinos que fuimos armando a medida que las necesitábamos. Las dos veces que Mariano nos
dejó solas mi madre volvió a preguntarme por qué estábamos yéndonos realmente, pero ninguna
de las veces pude contestar. Hace un rato mi suegra me contó esa historia horrible, pero la contó
orgullosa y dijo que alguien debería escribirla. Es anterior a su divorcio, anterior a la venta de la
casa y a su ayuda con el dinero para España. Después le bajó la presión, le vino ese terrible dolor
de cabeza y me mandó a comprar aspirinas. Cree que extraño a mi madre, y no entiende por qué
no quiero llamarla. Veo una farmacia una cuadra más allá, sobre la avenida, espero el semáforo
para cruzar. También está cerrada. Si me ubico bien, hay una del otro lado de Santa Fe, pasando
las vías de la estación Carranza. Son unas cuatro cuadras más y ya me alejé bastante. Pienso que
sería bueno que Mariano llegara, le preguntara a su madre por mí, y ella tuviera que explicarse
diciendo que me ha mandado a comprar aspirinas a las diez y media de la noche por un barrio que
no conozco. Después me pregunto por qué eso sería algo bueno. Tomo la primera calle hacia el
cruce, pero está cerrada, es una calle sin salida, y lo mismo sucede en la cuadra siguiente. Busco
alguien a quien preguntar. Encuentro a una mujer que me mira desconfiada. Con una mano se
cubre el pecho, donde tiene un rótulo con el nombre “Ángela”, y con la otra señala un lugar
indeterminado hacia un extremo. Finalmente, encuentro una estación, donde un tren está
llegando. Página 1 de 9 Chillan un poco las ruedas y las puertas se abren al unísono. En el andén
hay poca gente, porque el servicio termina a las once. Alguien se asoma desde el primer vagón, tal
vez alguien de seguridad preguntándose si subiré o no subiré. Cuando el tren se aleja, me siento
en uno de los bancos vacíos. La estación queda en silencio. Mi suegra me contó el incidente
terrible en el comedor, pintándose las uñas. Pensé que tenía que escucharla, que era mi obligación
porque estaba viviendo en su casa. La escuché porque no tenía nada más que hacer. Al fin dijo que
le encantaba charlar conmigo, así, como dos amigas. Se quedó un rato callada, así que intenté
volver a abrir mi revista, pero dijo: —Cuando le pido algo a Dios pido así: Dios, vos hacé lo mejor
que puedas —y dio un largo suspiro—. De verdad, no pido nada puntual. De tanto escuchar a la
gente, aprendí que no siempre piden lo que es mejor para ellos. Y entonces dijo que le dolía
mucho la cabeza, que estaba mareada, y me preguntó si me molestaría ir por unas aspirinas. Otro
tren se va de la estación. ¿Por qué estoy sentada todavía en este banco? Cuando terminó la noche
terrible de la que me habló mi suegra, ella fue a una parada de colectivos, se sentó en el banco de
metal y ahí se quedó. Miró a la gente. No quería ni podía pensar en nada, ni sacar una conclusión.
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Solo podía mirar y respirar, porque su cuerpo lo hacía automáticamente. Un tiempo indefinido se
cumplía de un modo cíclico, el colectivo llegaba y se iba, la parada se quedaba vacía y se volvía a
llenar. La gente que esperaba cargaba siempre con algo. Llevaban sus cosas en bolsos, en carteras,
bajo el brazo, colgando de las manos, apoyadas en el piso entre los pies. Ellos estaban ahí para
cuidar de sus cosas, y a cambio sus cosas los sostenían. Mi suegra, en cambio, tenía las manos
vacías. Y no iba hacia ningún lugar. Dijo que estaba sentada en cuarenta centímetros cuadrados,
eso dijo. Tardé en entender. Es difícil pensar en mi suegra diciendo algo así, aunque eso es lo que
dijo: que estaba sentada en cuarenta centímetros cuadrados, y que eso era todo lo que ocupaba
su cuerpo en el mundo. Creo que debería ponerme de pie, pero no puedo hacerlo. No puedo
siquiera moverme. Si me paro, no podré evitar ver cuánto ocupa realmente mi cuerpo. Samanta
Schweblin, “Cuarenta centímetros cuadrados”. En Siete casas vacías (Páginas de Espuma, 2015)
(pp. 39-44) (fragmento adaptado)

1.- La narradora indica que escucha la historia de su suegra por

A) inercia. B) interés. C) curiosidad. D) obligación.

2.- Del párrafo que comienza con las palabras “Antes de viajar a España” y el párrafo que le sigue,
se infiere que la narradora

A) estaba muy segura de viajar a España. B) estaba arrepentida de viajar a España.

C) no tiene permitido hablar con su madre. D) no vive en la misma ciudad de su madre.

3.- ¿Cuál de los personajes mencionados en el texto es calificado como “orgulloso”?

A) La suegra de la narradora. B) Mariano. C) Ángela. D) La madre de la narradora.

4.- De acuerdo con los dos últimos párrafos del texto, la narradora no puede ponerse de pie
porque A) al hacerlo llegaría a una conclusión como la de su suegra.

B) está muy cansada después de caminar por mucho tiempo.

C) está segura de que no podrá encontrar dónde volver a sentarse.

D) comprende que cuando se levante tendrá que volver a su casa

5.- Después de escuchar la historia que le contó su suegra, la narradora siente

A) resignación. B) desánimo. C) desconcierto. D) cansancio.

Texto 2

Incendios

De todos los adolescentes que el verano de los incendios se reunían en el muelle del puerto a la
caída de la tarde, Joaquín Muro era el más silencioso. Se mantenía un poco al margen. Sin
embargo, jamás faltaba a la cita. En general, no se le ocurría nada que decir. Tomaba nota de lo
que los otros decían para, quién sabe cuándo, en un caso similar, poder él decir palabras
parecidas. Sobre todo, cuando era César Alvar quien hablaba. Alvar era el líder. Sin llegar a ser un
chico guapo, tenía grabada en la cara una especie de determinación que lo hacía distinto. Todos
decían que llegaría lejos. Muchas noches, Joaquín se dormía reproduciendo en su cabeza
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comportamientos y frases de César, convencido de que al día siguiente se despertaría lleno de
fuerza y seguridad, como si hubiese sido tocado por una varita mágica, y que en la pandilla del
muelle lo mirarían con respeto, como miraban a César Alvar. Lo cierto era que por las mañanas se
olvidaba de sus esperanzas nocturnas, por lo que se mantenía a salvo de una sucesión incontable
de desilusiones. Fue en aquel verano de los incendios cuando Joaquín Muro adquirió seguridad.
Poco a poco, perdió su condición de marginado. Él también podía contar historias. En su casa, las
contaba. Historias de incendios y de sucesos tremendos. Cuando conseguía la atención de los
demás, Joaquín ponía algo de su propia cosecha, algunas exageraciones que hacían que la historia
tuviera algo de extraordinario, de fenómeno sin explicación. Eso fue lo que Joaquín aprendió aquel
verano. Era capaz de contar historias, de atrapar la atención de los demás. Esa herramienta estaba
al alcance de su mano. Se ganó, incluso, la consideración de César Alvar. Al final del verano, casi
eran amigos. Los veranos que siguieron se distinguieron por la dispersión, la paulatina pérdida de
la unidad, el desinterés por los juegos, la creciente necesidad de cada uno de ser algo más que
eso, un miembro de la pandilla. Uno de esos veranos anteriores al gran éxodo, llegó al pueblo una
nueva familia de veraneantes. Enseguida se hizo notar, porque constituía un grupo
extraordinariamente alegre y hermoso. Con la excepción del padre, un hombre alto y fuerte, cuya
cabeza estaba rematada por una mata de pelo oscuro y abundante, eran mujeres. ¡Y cómo
vestían! Colores claros, colores vibrantes. De blanco, algunas Página 5 de 9 veces. Parecían
ponerse de acuerdo para que todos los colores conjugaran. Las veías de lejos, avanzando lenta y
desordenadamente por el paseo, y creías ver un cuadro en movimiento, una bandada de pájaros
de nombre desconocido que hubiera decidido posarse un rato sobre la tierra. Habían alquilado un
piso en una de las casas de la alameda, una de esas casas con mirador que dan a la placita
ajardinada de las palmeras. Mar y Paz, así se llamaban las gemelas. Aunque andaban siempre
juntas, fueron las que más se mezclaron con los otros veraneantes y los habitantes del pueblo.
Eran alegres y comunicativas, y se pasaban el día en la calle. La gente del pueblo enseguida se
acostumbró a su presencia casi ubicua, y, cuando hablaba de ellas, de si acababa de verlas en tal o
cual sitio, empleaba un tono de orgullo, como si ver a las gemelas fuera una especie de premio.
Los miembros de la pandilla, sobre la que ya sobrevolaba una leve amenaza de disgregación,
discutían entre ellos sobre quién sería, en realidad, el favorito de cada una. César tenía la secreta
esperanza de ser correspondido por Mar, y Joaquín soñaba, también en secreto, con Paz. No se lo
confesaron el uno al otro. El verano acababa, la familia que parecía una bandada de pájaros de
especie desconocida se marchó. Quién sabía si volvería el próximo verano. Quién podía saber, al
fin, si ellos mismos volverían. No volvieron. Ni la familia de las gemelas ni César ni Joaquín. De la
familia de las gemelas no se sabía nada, pero en el pueblo se comentó que César pasaba el verano
en un campamento de Irlanda y que Joaquín se había sacado un billete de tren. Al cabo de varios
veranos, corrió una noticia por el pueblo. Las gemelas se habían casado. Esa, claro, no era la
auténtica noticia, la noticia era que se habían casado con unos chicos de la pandilla del muelle, se
habían casado con Joaquín Muro y con César Alvar, sí, también se acordaban de ellos. Lo curioso
era que tanto en uno como en otro caso el reencuentro se había producido lejos del pueblo, pero,
naturalmente, los recuerdos de aquel verano (el verano de la familia de los pájaros) habían debido
de renacer y jugar un importante papel. En ese escenario habían ocurrido las primeras miradas. El
origen de esas historias estaba ahí, en el pueblo. Se fueron conociendo más detalles. Primero se
habían casado Mar y César. Un mes después, Paz y Joaquín. Las gemelas no quisieron casarse en la
misma ceremonia. Lo que de verdad les habría gustado hubiese sido casarse una un día y al día
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siguiente la otra, pero la madre se negó, era demasiada tontería. Al menos, un mes de separación,
impuso. Todo esto se comentó en el pueblo y a la gente le pareció muy bien, como si estuviera
lleno de lógica. Se sucedieron los veranos, otros veraneantes vinieron por primera vez, por
segunda, Página 6 de 9 por tercera vez, otros dejaron de venir, los viejos habitantes del pueblo se
hicieron más viejos, algunos murieron, los jóvenes se hicieron mayores, los niños, jóvenes. La
noticia de la boda de César y Paz (¿o era de César y Mar?) fue un acontecimiento hasta que dejó
de serlo, hasta que se fundió con los incendios de aquel verano (¿o fue una sequía?), hasta que el
olvido incineró nombres y recuerdos, y el pueblo, en sus veranos más silenciosos, se mantuvo al
margen, sin faltar a la cita con las estaciones y los nacimientos y las bodas, pero no se le ocurría
nada que decir. Soledad Puértolas, “Incendios”. Chicos y chicas. Barcelona: Anagrama (2016)
(fragmento adaptado).

6.- A partir de lo expresado en el relato, el protagonista considera a los demás miembros de la


pandilla como

A) originales e intrépidos. B) admirables y superiores.

C) fascinantes y aventureros. D) poderosos e inalcanzables.

7.- ¿Qué función cumple la historia de las bodas en relación con el texto?

A) Da a conocer el futuro de los antiguos miembros de la pandilla.

B) Ejemplifica la forma en que la pandilla del muelle se mantuvo.

C) Explica que Joaquín logró tener una vida similar a la de César.

D) Muestra lo que Joaquín pudo lograr gracias a sus historias.

8.- Del segundo párrafo, ¿qué se puede inferir acerca de Joaquín Muro?

A) Deseaba ser como César Alvar. B) Tenía varios grupos de amigos.

C) Admiraba a los demás chicos. D) Carecía de ideas originales.

9.- Las gemelas se casaron con un mes de diferencia porque su madre

A) se negó a que las bodas fueran en días consecutivos.

B) quería organizar individualmente cada celebración.

C) les aconsejó que mantuvieran sus vidas separadas.

D) consideraba que ambas bodas eran una tontería.

10.- ¿De qué personaje se dice que es un buen contador de historias?

A) Paz. B) Mar. C) César Alvar. D) Joaquín Muro.

Desarrollo. Responde parafraseando

Del texto 1. ¿Crees que la protagonista tiene la responsabilidad de cuidar y atender las
necesidades de su suegra en esta situación? Justifica tu respuesta
Liceo Bicentenario de Excelencia Carlos Montané Castro
Del Texto 2. .¿Crees que Joaquín Muro adquirió confianza y seguridad personal al contar historias
exageradas sobre incendios y sucesos tremendos durante el verano de los incendios? Justifica tu
respuesta.

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