A mí me costó mucho descubrir mi vocación. Todo empezó cuando cursaba el
último año del secundario. Terminar el colegio, la fiesta y el viaje de egresados, las charlas de las universidades, las expouniversidades... todo me parecía un mundo. Algunos de mis compañeros ya sabían qué iban a estudiar y se anotaban en los cursos de ingreso de las carreras. Otros, como yo, no teníamos idea de qué hacer. Mi viejo estaba muy preocupado porque se acercaba fin de año y yo andaba bastante desorientado. Creo que él estaba más estresado que yo. No dejaba de preguntarme y de sugerirme cursos para hacer. ¡Hasta convocaba amigos suyos de distintas profesiones para que yo pudiera conversar con ellos! Por mi parte, yo también estaba preocupado, angustiado, diría. No saber qué hacer y saber que "algo tenía que hacer" era una presión bastante difícil. El sentimiento era de sin salida, de estar perdido. Una sola cosa me quedaba clara, tenía que hacer algo ¡y tenía que hacerlo ya! En parte por mí, pero también en gran parte por la presión familiar que sentía. Así, mi viejo me sugirió que consultara a un psicólogo que le habían recomendado y que se dedicaba a la orientación vocacional. Empecé los encuentros con este profesional. Me sirvió mucho; sesión a sesión aprendí a conocerme cada vez más. Cuanto más me conocía, iba descifrando mis gustos, dónde me gustaba estar y qué tipo de trato buscaba con la gente. Los temas que me proponía para charlar no eran nada que yo no supiera, pero, en ese momento, todo estaba sobre la mesa, ordenado. Tomé conciencia de que, conociéndome a mí mismo, iba a poder elegir. Trabajando con el psicólogo, me di cuenta de muchos intereses y habilidades propios que casi no sabía que poseía. Al finalizar el proceso, empezamos a ver carreras acordes con mis gustos y preferencias. También me tomó muchos tests. Basándome principalmente en los resultados, elegí la carrera de Derecho, la carrera de mi de mis tíos, de mi abuelo y de la mayoría de mis primos... Terminaron las clases en el colegio y, en febrero, ya me encontraba trabajando en Tribunales. Me anoté en una universidad privada y comencé a cursar, ¿Por qué en una privada? No lo sé muy bien. Supongo que la elegí, porque mi abuelo había sido decano de esa universidad, mi viejo y mis tíos eran profesores, y porque mis primos estudiaban allí. El primer año transcurrió de manera tranquila, entre el trabajo y la facultad. Durante la cursada, me fue muy bien, tenía muy buenas notas. Todos los profesores conocían mi apellido y a mi familia. Esto era algo con lo que tenía que lidiar, pero pronto supe cómo sacarle provecho a la situación. Además, me hice un grupo de amigos que aún conservo. En el trabajo ocurría algo semejante. Todos sabían quién era porque mi padre y mis tíos eran abogados muy reconocidos en ese ámbito. Al igual que en el estudio, solo tenía que aprovechar la situación. No estoy diciendo que me tiré a chanta. Nada que ver. Es más, todo lo contrario: me exigía mucho. Si bien esto me brindaba muchos beneficios, también me costaba caro. Así terminó mi primer año de carrera y de trabajo. Muy bueno en términos de notas y de experiencia, pero algo me hacía ruido. Trabajar en Tribunales me daba un conocimiento de cómo sería mi vida como abogado. ¿Me gustaba?, ¿me veía en un futuro haciendo eso? Definitivamente, no. Pero no tuve la valentía para tomar una decisión. Además, solo sabía que el derecho no me gustaba, pero no sabía qué otras me gustaban... Durante las vacaciones, me animé a hablar con mi familia para decirles que no estaba contento con la carrera ni con el trabajo. ¡Gran sorpresa para todos! Claro, nunca les había dicho nada acerca de mi descontento. Ante mi declaración, la siguiente pregunta fue: "¿Y qué vas a hacer?". Nuevamente, el problema: no tenía ni la menor idea. El consejo que me dieron fue que empezara el año y que luego viera, sobre todo para tener algo que hacer. Así, comencé el segundo año de carrera y de trabajo, pero con la convicción de que no era lo mío. Sin embargo, tanto en la facultad como en el trabajo me iba muy bien, sacaba buenas notas y hacía buenos amigos. Tomar la decisión de dejar la carrera siendo "el hijo de" me pesaba mucho. Entonces empecé terapia con el mismo psicólogo con el que había hecho orientación vocacional. Durante los primeros meses del año, trabajé mucho sobre mí mismo y sobre mis miedos a enfrentarme a los mandatos familiares. Me costó muchísimo darme cuenta que ese no era yo, sino el que querían que fuera. Pero aún había un hueco en este proceso: ¡no sabía qué hacer! Por fin, me decidí. A mitad de año, no aguanté más y exploté. Dejé Derecho para sorpresa de casi todos (de la gente de la facultad, porque era uno de los mejores promedios, y de las personas con las que trabajaba, porque era muy buen empleado). Sin embargo, el trabajo no lo dejé, porque lo necesitaba. El medio año que me quedaba por recorrer lo dediqué a terapia y a conocerme más. Mucho trabajo de introspección, de angustiarme y también de alegrarme con cada paso que daba, decidí ofrecerme de voluntario en algunos colegios para acompañar egresados o grupos de alumnos en viajes de estudios. La pasé muy bien. Descubrí que la "versión de mí" que estas vivencias me mostraban me gustaba mucho. Entonces, ¡decidí que quería ser maestro! Con esa resolución casi mato a mi viejo, pero, misteriosamente, no me importó. Estaba seguro de verdad. Cuando fui a averiguar sobre la carrera, me di cuenta de que, además, podía hacer en forma paralela la Licenciatura en Educación. Así, comencé las carreras con mucho entusiasmo y conocí gente que había estado igual que yo. De hecho, dos de mis nuevos compañeros habían estudiado Derecho conmigo, aunque en otras comisiones. Aquí es donde empieza mi carrera de vocación. Estar con gente a la que le gusta lo mismo, y que se mueve por los mismos intereses, es lo más lindo que hay. La camaradería que se generó en el grupo fue única y todavía permanece. Nuevas propuestas laborales, nuevos círculos por los que empecé a moverme... nueva vida. Además, otras cosas habían cambiado, por ejemplo, la relación con mi familia y con mis amigos... Estaba más feliz. Las carreras las cursé en tiempo y forma con excelentes calificaciones. En medio de la cursada, me cambié al trabajo en el que actualmente me desempeño como director. Otra vez, gente nueva a la que le preocupaba lo mismo que a mí. Hoy sigo estudiando, ahora una carrera de posgrado. Soy un profesional que se siente a gusto con su trabajo y con las actividades que realiza. Me costó encontrarme, pero todo empezaba por mí mismo, por conocerme y por "hacerme caso". Fuente: Beccar Varela, E.; Larocca, N. y Muracciole, M. (2012). “Orientación vocacional. Pienso...luego elijo. Testimonios, reflexiones y ejercicios para una buena elección. Bs. As: Biblos.