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Caso Luciano

A mí me costó mucho descubrir mi vocación. Todo empezó cuando cursaba el


último año del secundario. Terminar el colegio, la fiesta y el viaje de egresados,
las charlas de las universidades, las expouniversidades... todo me parecía un
mundo. Algunos de mis compañeros ya sabían qué iban a estudiar y se anotaban
en los cursos de ingreso de las carreras. Otros, como yo, no teníamos idea de qué
hacer. 
Mi viejo estaba muy preocupado porque se acercaba fin de año y yo andaba
bastante desorientado. Creo que él estaba más estresado que yo. No dejaba de
preguntarme y de sugerirme cursos para hacer. ¡Hasta convocaba amigos suyos
de distintas profesiones para que yo pudiera conversar con ellos! Por mi parte, yo
también estaba preocupado, angustiado, diría. No saber qué hacer y saber que
"algo tenía que hacer" era una presión bastante difícil. El sentimiento era de sin
salida, de estar perdido. Una sola cosa me quedaba clara, tenía que hacer algo ¡y
tenía que hacerlo ya! En parte por mí, pero también en gran parte por la presión
familiar que sentía.
Así, mi viejo me sugirió que consultara a un psicólogo que le habían recomendado
y que se dedicaba a la orientación vocacional. Empecé los encuentros con este
profesional. Me sirvió mucho; sesión a sesión aprendí a conocerme cada vez más.
Cuanto más me conocía, iba descifrando mis gustos, dónde me gustaba estar y
qué tipo de trato buscaba con la gente. Los temas que me proponía para charlar
no eran nada que yo no supiera, pero, en ese momento, todo estaba sobre la
mesa, ordenado. Tomé conciencia de que, conociéndome a mí mismo, iba a
poder elegir.
Trabajando con el psicólogo, me di cuenta de muchos intereses y habilidades
propios que casi no sabía que poseía. Al finalizar el proceso, empezamos a ver
carreras acordes con mis gustos y preferencias. También me tomó muchos tests. 
Basándome principalmente en los resultados, elegí la carrera de Derecho, la
carrera de mi de mis tíos, de mi abuelo y de la mayoría de mis primos...
Terminaron las clases en el colegio y, en febrero, ya me encontraba trabajando en
Tribunales. Me anoté en una universidad privada y comencé a cursar, ¿Por qué
en una privada? No lo sé muy bien. Supongo que la elegí, porque mi abuelo había
sido decano de esa universidad, mi viejo y mis tíos eran profesores, y porque mis
primos estudiaban allí.
El primer año transcurrió de manera tranquila, entre el trabajo y la facultad.
Durante la cursada, me fue muy bien, tenía muy buenas notas. Todos los
profesores conocían mi apellido y a mi familia. Esto era algo con lo que tenía que
lidiar, pero pronto supe cómo sacarle provecho a la situación. Además, me hice un
grupo de amigos que aún conservo.
En el trabajo ocurría algo semejante. Todos sabían quién era porque mi padre y
mis tíos eran abogados muy reconocidos en ese ámbito. Al igual que en el
estudio, solo tenía que aprovechar la situación. No estoy diciendo que me tiré a
chanta. Nada que ver. Es más, todo lo contrario: me exigía mucho. Si bien esto
me brindaba muchos beneficios, también me costaba caro.
Así terminó mi primer año de carrera y de trabajo. Muy bueno en términos de
notas y de experiencia, pero algo me hacía ruido. Trabajar en Tribunales me daba
un conocimiento de cómo sería mi vida como abogado. ¿Me gustaba?, ¿me veía
en un futuro haciendo eso? Definitivamente, no. Pero no tuve la valentía para
tomar una decisión. Además, solo sabía que el derecho no me gustaba, pero no
sabía qué otras me gustaban...
Durante las vacaciones, me animé a hablar con mi familia para decirles que no
estaba contento con la carrera ni con el trabajo. ¡Gran sorpresa para todos! Claro,
nunca les había dicho nada acerca de mi descontento. Ante mi declaración, la
siguiente pregunta fue: "¿Y qué vas a hacer?". Nuevamente, el problema: no tenía
ni la menor idea. El consejo que me dieron fue que empezara el año y que luego
viera, sobre todo para tener algo que hacer.
Así, comencé el segundo año de carrera y de trabajo, pero con la convicción de
que no era lo mío. Sin embargo, tanto en la facultad como en el trabajo me iba
muy bien, sacaba buenas notas y hacía buenos amigos.
Tomar la decisión de dejar la carrera siendo "el hijo de" me pesaba mucho.
Entonces empecé terapia con el mismo psicólogo con el que había hecho
orientación vocacional. Durante los primeros meses del año, trabajé mucho sobre
mí mismo y sobre mis miedos a enfrentarme a los mandatos familiares. Me costó
muchísimo darme cuenta que ese no era yo, sino el que querían que fuera. Pero
aún había un hueco en este proceso: ¡no sabía qué hacer!
Por fin, me decidí. A mitad de año, no aguanté más y exploté. Dejé Derecho para
sorpresa de casi todos (de la gente de la facultad, porque era uno de los mejores
promedios, y de las personas con las que trabajaba, porque era muy buen
empleado). Sin embargo, el trabajo no lo dejé, porque lo necesitaba.
El medio año que me quedaba por recorrer lo dediqué a terapia y a conocerme
más. Mucho trabajo de introspección, de angustiarme y también de alegrarme con
cada paso que daba, decidí ofrecerme de voluntario en algunos colegios para
acompañar egresados o grupos de alumnos en viajes de estudios. La pasé muy
bien. Descubrí que la "versión de mí" que estas vivencias me mostraban me
gustaba mucho. Entonces, ¡decidí que quería ser maestro! Con esa resolución
casi mato a mi viejo, pero, misteriosamente, no me importó. Estaba seguro de
verdad. Cuando fui a averiguar sobre la carrera, me di cuenta de que, además,
podía hacer en forma paralela la Licenciatura en Educación. Así, comencé las
carreras con mucho entusiasmo y conocí gente que había estado igual que yo. De
hecho, dos de mis nuevos compañeros habían estudiado Derecho conmigo,
aunque en otras comisiones. 
Aquí es donde empieza mi carrera de vocación. Estar con gente a la que le gusta
lo mismo, y que se mueve por los mismos intereses, es lo más lindo que hay. La
camaradería que se generó en el grupo fue única y todavía permanece. Nuevas
propuestas laborales, nuevos círculos por los que empecé a moverme... nueva
vida. Además, otras cosas habían cambiado, por ejemplo, la relación con mi
familia y con mis amigos... Estaba más feliz. 
Las carreras las cursé en tiempo y forma con excelentes calificaciones. En medio
de la cursada, me cambié al trabajo en el que actualmente me desempeño como
director. Otra vez, gente nueva a la que le preocupaba lo mismo que a mí.
Hoy sigo estudiando, ahora una carrera de posgrado. Soy un profesional que se
siente a gusto con su trabajo y con las actividades que realiza. Me costó
encontrarme, pero todo empezaba por mí mismo, por conocerme y por "hacerme
caso".
Fuente: Beccar Varela, E.; Larocca, N. y Muracciole, M. (2012). “Orientación vocacional.
Pienso...luego elijo. Testimonios, reflexiones y ejercicios para una buena elección. Bs. As:
Biblos.

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