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Miles de millones de años necesitaron las células que se organizaron en grupos, para transformarse en
animales parecidos a los que conocemos hoy. La mayoría eran invertebrados, es decir, que no tenían
huesos, y la forma de gusano fue quizá la más abundante durante mucho tiempo.
A medida que iban llegando a otros lugares, tales organismos adaptaban sus cuerpos al ambiente nuevo.
Hubo un grupo que, para protegerse, encontró fácil llevar siempre la casa a cuestas, de tal manera que
cuando se presentaba un peligro, se podían esconder pronto; he ahí los antepasados del pulpo, de los
calamares y del caracol.
Otro grupo prefirió no cargar la casa, sino vivir dentro de ella; estos animales rodearon sus partes blandas
con una capa dura o esqueleto, como lo hicieron los antepasados del cangrejo y, ¡quién lo creyera!, de los
insectos y arañas de hoy.
El tiempo pasaba y la cantidad de seres vivos en el agua aumentaba; buscar alimento y protegerse se hacía
cada vez más difícil; sólo los animales más ágiles sobrevivían. Para conseguir agilidad, los cuerpos de
algunos empezaron a desarrollar una estructura parecida a un cordón, el inicio de la espina dorsal; entonces
aparecieron los primeros peces primitivos.
Después de millones de años, ese cordón se ha transformado en la columna vertebral que tiene nuestro
esqueleto y el de animales como perros, vacas, aves, entre otros.
Y los mamíferos…
La desaparición de los dinosaurios permitió el desarrollo de los mamíferos, un grupo de animales que
para proteger sus crías, las guardó por más tiempo dentro del cuerpo. A este grupo pertenecemos los
seres humanos, las vacas, los osos, los perros, las ratas y muchos otros animales. Vivimos un tiempo
llamado gestación, en el vientre de la madre, y luego nos alimentamos con la leche que ella misma
produce. Parece que los primeros mamíferos que aparecieron en la Tierra eran de pequeño tamaño y de
apariencia similar a un reptil.