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Cómo es el universo de una mujer que mata a su hijo

Dos investigadores describieron a lanacion.com los alcances de sus estudios sobre la temática;
carta de una madre que pasó ocho años en la cárcel tras ser hallada culpable de asesinar a su
bebe

SEGUIRValeria VeraLA NACIONMIÉRCOLES 24 DE NOVIEMBRE DE 2010 • 09:45

La jujeña Romina Tejerina

La jujeña Romina Tejerina. Foto: Archivo

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“Bueno, lo primero que hice el 26 de marzo siendo las cinco de la mañana, me dieron ganas de
ir al baño y se me vino un dolor e hice fuerza y tuve a mi bebito. Y ahí, como si me hubiese
perdido, sentada todo el tiempo en el inodoro. Después al rato me paré de ahí y con mucho
miedo y llorando agarré una toalla y lo envolví (…) y me lo llevé al arroyito. Lo dejé a un ladito
y con una pala que llevaba hice como un pocito y lo puse ahí.(…) después me vine a casa y
venía mi papá y me preguntó qué andaba haciendo y me dijo que había avisado que yo andaba
enferma porque había sangre en el piso y yo le dije que no, y mi papá quedó levantado y
sospechaba que algo pasaba… Yo en ese momento no sabía que lo iba a tener, si no me
hubiese ido al hospital. Yo a mi hijo lo quería como lo quiero a mi hijito José porque a mí me
gustan mucho los chicos. Yo no lo ahorqué porque en el momento en que lo llevé al arroyito
estaba muerto de cuando lo saqué de adentro del inodoro. Sólo Dios sabrá de mí”

Cándida tiene unos 33 años, de los que pasó en un penal de Neuquén cerca de 8, luego de que
fuera encontrada culpable de asesinar a su hijo recién nacido. También tiene otros dos hijos,
uno anterior al hecho y otro posterior, resultado de su unión con un guardiacárcel que conoció
mientras cumplía su condena.

En realidad, su verdadero nombre no es Cándida. Así es como la antropóloga Beatriz Kalinsky y


el trabajador social Osvaldo Cañete la bautizaron para proteger su identidad en el libro en el
que reunieron el resultado de sus investigaciones periciales por casi una década. Todos sobre
mujeres infanticidas y la mayoría, de esa provincia.

Cándida tiene un aspecto angelical, según relatan los autores, que nada podría hacer
sospechar lo que ella describe como “esa desgracia que me pasó”. Casi no habla y en los
primeros meses, tras la conmoción por la muerte de su bebe, cuentan que repetía, como si con
eso hubiese querido liberarse de responsabilidades: “Sólo Dios sabrá de mí”.

Lo que le cuenta Cándida a Kalinsky en la carta que se lee más arriba (que forma parte de su
libro, Mujeres frágiles. Un viaje al infanticidio ) es de lo poco que ella consiguió hablar sobre la
muerte de ese bebe. Se la envió acompañada de una foto de su nuevo niño, a quien ella
describe como “hijo del amor”, desde el pueblo en donde trabaja como empleada de un
organismo estatal.

La historia de Cándida es compleja, difícil. Similar a todas las que involucran a mujeres
infanticidas. Su padre se suicidó apenas ella salió de la cárcel, fue víctima de violencia
doméstica, sufrió reiterados desengaños amorosos y vivió una infancia y una adolescencia
teñidas por la falta de contención familiar. Vivencias que, según Kandinsky y Cañete,
impactaron en ese episodio fatal.

Muy lejos de su provincia de Neuquén, en la sede porteña del poder legislativo nacional, el
Congreso debate una nueva condena para estos homicidios que tras la reforma del Código
Penal de 1994 (que derogó la antigua figura del infanticidio) pasaron a ser castigados con
reclusión perpetua.

Diputados ya dio media sanción a la reincorporación del inciso 2 del artículo 81 del Código
Penal por el que las mujeres imputadas podrían resultar beneficiadas con la excarcelación. Si el
Senado convierte a la iniciativa en ley, se reducirían a entre seis meses y tres años de cárcel las
penas para las mujeres que, durante el estado puerperal y en situación de depresión posparto,
maten a sus hijos recién nacidos.

En diálogo con lanacion.com , los autores de esta investigación y dos psicólogas de la


Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) trazaron, desde sus disciplinas, cómo es el universo
de quienes en la cárcel son conocidas y señaladas como “las infantas”.

- ¿Cuáles son los rasgos comunes de estas mujeres infanticidas?

Kalinsky: - El desenlace se prepara lentamente, y aunque al parecer nadie se da cuenta en la


familia, siempre tiene lugar lo que podríamos llamar “una ayudita”, cierta complicidad. Este es
un aspecto que se reitera en todos los casos que investigamos. Así es como dos de las madres
asesinas, cuya familia nunca dijo lo que sabía, nunca fueron procesadas. Otro rasgo común, es
que para las propias mujeres lo que hicieron resulta incognoscible, es decir, no lo pueden
explicar. Cuando les preguntábamos sobre lo que habían hecho, te decían: «Lo perdí», «No fui
yo», «No sé qué pasó» o «Esto no me pasó a mí». Algunas, sólo lloraban por horas. La mayoría
coincide en ser muy introvertida y en no tener un lenguaje fluido. Además, por lo general, casi
no hablan del tema. Están muy encerradas en sí mismas, producto de distintas historias de
violencia. Casi todas fueron golpeadas, abusadas, desestimadas o tuvieron malas madres.

Cañete: - Generalmente comparten un deterioro de las condiciones sociales y económicas,


salvo pocas excepciones, pertenecen a sectores excluidos, tienen escasa escolaridad, vienen de
familias numerosas, no tienen parejas estables y se muestran pese a lo dicho,
“autosuficientes”, pues encaran solas la mantención del hogar o colaboran fuertemente en
ello siendo la pata de apoyo más importante de la familia. En fin, creo que mucho las une y no
veo puntos en que se alejen, solo en aquellas excepciones donde no tuvieron carencias
económicas o no fueron tantas.

- ¿Y cómo terminan siendo como madres?

K: - El rol de madre queda destruido con respecto al bebe involucrado en el hecho. Es


inexistente aquí. Eso no quiere decir que sean malas mujeres, sino que, si bien cometieron un
hecho terrible, esto no las transforma en monstruosas. Algunas incluso tienen un aspecto
angelical, como Cándida. En general, o se muestran como mujeres muy sufridas o parecen muy
fuertes, pero que tienen el sufrimiento bien escondido, lo que se termina canalizando en el
bebe.

- Mientras están en prisión, ¿De qué manera imaginan su futuro? ¿Piensan en recuperar la
libertad?

K: - Ellas imaginan un mundo feliz. La cárcel las hace pensar eso, de que en el futuro van a
hacer las cosas bien porque ahora conocen los alcances del delito cometido. Proyectan
escenarios de gran felicidad, de unión familia, y trabajo decente. En realidad, construyen un
mundo demasiado feliz porque cuando regresan la realidad las recibe con una trompada.
Tienen apetencia por una familia común y corriente, pero la verdad es que una vez afuera no
pueden volver a reunir a sus hijos. No logran controlar los problemas y recurren a la bebida, las
adicciones o a las salidas nocturnas a los boliches. Lentamente, se vuelven más conscientes de
la imagen que tiene la sociedad de ellas y, finalmente, cuando salen, terminan viendo a la
cárcel (donde se las otras internas las conocen como las “infantas”) como una casa de
muñecas o como Alicia en el país de las Maravillas. Está todo al revés, muy trastocado.

C: - Estas chicas, después del dolor tremendo que seguramente les causa el saber lo que pasó,
en algunos casos con intento de suicidio incluido, entienden lo ocurrido como un hecho más
de su triste vida, quizá el más triste, pero que forma parte de lo que han vivido desde siempre.
Seguramente la terrible experiencia las haga repensar seriamente su futuro, nunca podremos
saber si lo que parece ser, será en realidad, pero creo que lo que pasaron fue único e
irrepetible.

- ¿Cómo se comporta la familia con ellas?

K: - Si la condena de la Justicia es muy larga, la familia las va abandonando; si es más corta, se


mantiene la relación. Es insostenible estar visitando a alguien durante 13 ó 15 años, aunque en
algunos casos se puede hacer hábito. Los chicos van creciendo y van teniendo otras cosas más
interesantes que hacer, se les dificulta reducir la actividad social de los sábados al espacio de la
cárcel.

- ¿El infanticidio tiene solución?

K: - Es un tema que no está resuelto y no creo que tenga una resolución como ocurre en la
ciencia. Si le preguntás a las mujeres… ellas no saben. No es que sepan algo y te lo escondan.
Después de 12 ó 13 años en prisión no les importa esconder nada. Lo curioso es que, tras estos
asesinatos, tienen otros hijos y se manejan de otra manera. Están más pendientes y les
brindan más atención. Esto demuestra que hay algo especial con ese hijo que terminan
matando, como si desde un principio estuviera predestinado a ser muerto.

“Yo veía que me crecía la panza, pero no tomaba conciencia”

“Lo único que me acuerdo es el llanto de la bebe, y después la imagen de la cara del violador
que se me cruza. Ahí es cuando yo agarro ese cuchillo y empiezo… No me acuerdo ni dónde ni
cómo fue. Totalmente ida. Por eso tengo imágenes que sí que se me vienen a la cabeza, de
sangre, pero trato de no pensar. (…) Ahora ya estoy acostumbrada, pero acá [en la cárcel] la
pasé mal cuando llegué. Me dieron una manta llena de chinches y al otro día desperté hecha
un monstruo. (…) «Asesina», «Comeniños», me decían. Y las madres me miraban raro. No me
querían dejar con los chiquitos. (…) Yo hice lo que hice porque me pasaron muchas cosas. Pero
no porque hice eso ahora voy a matar a todos los niños que encuentre. (…) Yo reconozco que
hice la cosas mal, pero lo tendrían que haber detenido también al violador. Y yo no merecía la
cárcel, porque lo que hice fue por todo lo que me había pasado”. Romina Tejerina

De la entrevista que LA NACION Revista realizó en abril de 2008 a la joven jujeña, tras ser
condenada a 14 años de prisión luego de haber matado en 2003 a su beba recién nacida fruto
de una violación, según Tejerina.

Retrato psicológico de las mujeres que asesinan a sus niños

El infanticidio, o filicidio materno según lo definió el psicoanalista Arnaldo Rascovsky, debe ser
analizado teniendo en cuenta la singularidad de cada caso y considerando el contexto familiar
y social. lanacion.com habló con Silvia Jadur, miembro de Asociación Psicoanalítica Argentina
(APA) y directora del Centro Argentino de Psicología y Reproducción (Capsir) y con Patricia
Alkolombre, psicoanalista de la APA y autora del libro Deseo de Hijo. Pasión de Hijo. Esterilidad
y técnicas reproductivas a la luz del psicoanálisis. Ambas, coincidieron en señalar cuáles son los
rasgos que tienen en común estas madres:• Tras haber sido objetos de maltrato y de poco
sostén afectivo, no están en condiciones emocionales de llevar adelante la maternidad. La
situación no es percibida por el entorno y, como consecuencia, no reciben la ayuda necesaria.•
Ocultan o niegan el embarazo por el temor de ser echadas de su hogar, o bajo la amenaza de
perder el trabajo.• Viven en condiciones anímicas y sociales de gran vulnerabilidad. No pueden
costear una intervención segura y digna para su resguardar su vida. La mujer tiene derecho a
elegir la maternidad y el niño tiene derecho a ser esperado y recibido desde el deseo.• Gran
parte de ellas, padece de problemas mentales severos, como trastornos de personalidad,
retraso mental, psicosis puerperal y traumas psíquicos. • Después del parto, se desencadenan
cuadros de depresión puerperal de mayor o menor intensidad y también cuadros de psicosis
puerperal. En ocasiones, cuadros de psicosis posparto, con o sin antecedentes de
esquizofrenia, acompañadas con alucinaciones que ordenan matar al niño. • En el colectivo
social, son estigmatizadas por quebrar “la ley de reproducción" de la especie y "el mandato
socio-cultural-familiar", que equipara la identidad femenina con la maternidad y su rol
esperable, deseable.

“Embarazo no deseado es violación”

La autora –ex directora de la Especialización en Psicoanálisis de la Asociación de Psicólogos de


Buenos Aires– sostiene que “cuando la mujer no desea un embarazo pero la preñez prosigue,
ese embarazo pasa a ser una violación insoportable de su cuerpo y su mente, parasitados
como mero envase de una ajenidad que progresa sin su consentimiento”.

Por Isabel Lucioni *

Continúa en el mundo el debate sobre la despenalización del aborto, enfrentados los que la
sostienen a los mal llamados “no abortistas”, que deberían llamarse “criminalizadores del
aborto”. Partamos de la base de que nadie hace campaña propagandizando las bondades de
los abortos. El embarazo no aceptado es una penosa circunstancia indeseada siempre, salvo
alguna persona que tenga problemas psicológicos (he tenido pacientes mujeres que quisieron
probar neuróticamente su fertilidad aun a costo de abortar. No obstante, han sido dos a lo
sumo).

Pero la sexualidad y su impulso, fortísimo, hace que suela haber impericia, tanto de
informados como de ignorantes, o que se juegue una adolescente y notable despreocupación
sobre las responsabilidades que implica la sexualidad; tanto por la transmisión de
enfermedades como por la producción de niños que merecen todo el amor y las obligaciones
que los padres y la sociedad tienen para tornarlos sujetos humanos.

Dicha impericia y despreocupación deriva por supuesto de las faltas hogareñas y escolares
para incluir la sexualidad y ese placer, desde los más tiernos años según nivel de preguntas o
de cuestiones que plantee el niño. En una encuesta reciente publicada por un periódico, el 50
por ciento de los estudiantes secundarios no había recibido la educación que por ley se les
debe dar; eso muestra hasta qué punto el prejuicio de origen religioso domina las mentes de
maestros que, como los padres, no tienen que ser “especialistas en sexualidad”: deben haber
tenido la curiosidad y responsabilidad de informarse por su propia vida primero. No debe
transformarse la sexualidad en un patrimonio de los médicos ni de especialistas, debe ser
parte del yo de realidad de todas las personas.

No se nace siendo humano, con los genes del genoma humano no alcanza para lograr ese
estatuto; es necesario el alimento, el amor, el nido de significaciones transmitidas con el habla,
los gestos y el lenguaje de los cuidadores inmediatos y los mensajes de los grupos sociales en
los cuales los cuidadores inmediatos están inmersos. Algún día deberá entenderse que ser
madre y padre es y debe ser más que un derecho, una responsabilidad; y que cada embrión,
más que derecho a nacer, si nace, tiene la ardua responsabilidad de humanizarse; y lo tiene
que hacer en sociedades con mayores o menores niveles de contradicción e injusticia;
sociedades en las que no es verdad la igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley es un
enunciado formal.

A un niño que se muere de hambre no se le ha dado, porque nació, el derecho a la vida: se lo


ha condenado a una muerte inmediata en vez de la muerte relativamente lejana a la que
llegaremos todos los bien comidos, amados y educados, sea como lo hayan podido hacer
nuestras familias. Un dulce autor psicoanalítico como Winnicott dice que lo que nace es una
dotación heredada y que se convierte en criatura sólo con la solícita recepción de la madre, se
humaniza sólo en la interacción con la madre que lo ama; así nace la mente subjetiva. La básica
noción de “yo soy” necesita lo que Winnicott llama “una madre suficientemente buena”; esta
madre no tiene que ser letrada ni informada por pediatras y puericultoras: tiene que amar y
desear a su bebé como para que exista empatía con él.

Otro autor, en este caso filosofante, como Lacan, sostiene que nacemos con “carencia de ser”
y que sólo nuestra entrada en las relaciones con las personas y el ordenamiento simbólico
como el lenguaje nos hacen sujetos, humanos (aunque a Lacan no le gustaría este último
término). El genoma humano es condición antecedente, condición necesaria pero no suficiente
para que la potencialidad se transforme en humanidad. Muchas disciplinas sociales están de
acuerdo en que el amor de los padres, y sobre todo de la madre, son también condición
necesaria para que una combinatoria genética devenga humano.
El pensamiento religioso, especialmente el católico, cree y propaga que la combinatoria
genética es un ser humano, que es un bebé. Ese pensamiento infiltra a círculos letrados y
científicos: aquellos que no renuncian al consuelo por la muerte y por las injusticias de este
mundo que brinda la religión.

Para ser embrión, feto y finalmente bebé, esa combinatoria genética necesita el cuerpo de la
madre: biológica y médicamente es un parásito del cuerpo materno, que debe ponerse a su
servicio hasta después de nacer, sumando el amamantamiento al servicio de embarazo. Es una
individualidad biológica que no tiene autonomía biológica y por lo tanto es incapaz de ser
individuo; está atada al cuerpo de la madre. Los servicios prestados a la dotación o
combinatoria genética son una parte definitoria de la dicha que puede alcanzar una mujer en
su vida, cuando su cuerpo está vitalizado por el deseo de su mente, el de tener un hijo para dar
un humano más a la humanidad.

Entre mis pacientes, a lo largo de una vida que ya no es corta, encontré personas con dos
clases de reacciones frente a la acción de abortar –como todo el mundo sabe, abortar ya se
aborta, con ley o sin ley–: para las primeras, que tienen la creencia de que ya en el primer
trimestre se trata de un bebé, el impacto del aborto es traumático y, sin influirlos en la
decisión como corresponde a una psicoanalista, los he acompañado en la asunción de sus
decisiones: sea la elaboración de la aceptación de ese embarazo y parto, sea la elaboración del
trauma o del duelo por lo que ellos suponen que es un bebé perdido, aunque yo no comparta
ese supuesto.

La otra reacción es de los que creen o saben que es una combinatoria genética: permitiéndole
nacer, arruinarían esa vida y arruinarían también la de ellos, al producir un violento cambio de
los objetivos que han proyectado para enfrentar las dificultades del existir. Si no hay deseo y
preparación para dar existencia al bebé, éste es un peso insoportable cuya presencia producirá
llagas inevitables en la humanización, en la constitución subjetiva del chico y en la vida de los
padres, aunque sea la llaga de la resignación.

Pero indudablemente la protagonista es la mujer. Su deseo es inalienable, puesto que su


cuerpo y su psiquismo son los parasitados por el embrión. Si lo desea, ya será una mamá
embarazada –se está empezando a saber acerca de las influencias prenatales que tienen las
emociones de la madre–. Si no lo desea y la preñez prosigue, el embarazo es una violación
insoportable de su cuerpo y su mente, parasitados como mero envase de una ajenidad que
progresa sin su consentimiento y que puede llevar a la violencia de un infanticidio. Así con
Romina Tejerina, la joven que, habiendo sido violada, mató a puñaladas a su recién nacida.
¿Por qué no la dio en adopción? Porque odiaba ese fruto de una violación cuyo desarrollo la
violó por segunda vez.

Embarazo, parto y amamantamiento son hechos conmocionantes en la vida, en el alma de una


mujer, magníficos y enaltecedores de su autoestima si los ha deseado, violatorios y
traumáticos si no los desea. Pocas experiencias satisfacen tanto como la violencia del parto
deseado, con la ultraconcentración de atención, la reunión de todos los sentidos y fuerzas
físicas y mentales: es magníficamente violento, pero violento. El amor, en el marco de ese
dolor y ese esfuerzo, testimonia la enorme fortaleza de las mujeres. No deseado ni asumido, es
un castigo de la biología, que funciona como una máquina no deseante e intrusiva en la propia
subjetividad; máquina desubjetivizante, junto a la sociedad pacata que dice creer que hay una
vida humana, un alma, incrustada en una combinatoria genética.

La condición de la mujer como sujeto es confrontada, por parte de la sociedad, con una
subjetividad que no es, con una personalidad potencial, que sólo será “alma” si la madre le
tiene amor. En caso contrario, si la sociedad obliga a esa mujer a sólo ser envase, el resultado
será un alma en pena. Conozco las llagas de sujetos a quienes la madre les espetó brutalmente
cosas como: “Te iba a abortar pero me dio miedo que me operaran y volví a casa”. O de los
que cuentan: “... Mis padres se casaron por culpa mía, para que yo naciera, y su matrimonio
fue un desastre toda la vida”. Muchas de estas personas no aman su propia vida.

Nadie obliga a abortar a los que tienen pensamiento religioso, pero ¿por qué someter a una
creencia dictatorial el cuerpo y el alma de las mujeres que no tienen esa creencia? Ello las
obliga a someterse a una serie de experiencias traumáticas, como las que vivió Romina
Tejerina hasta llegar al infanticidio. Claro que no acordamos con ese acto, porque el bebé
nacido tiene autonomía biológica y puede ser entregado a padres adoptivos que lo necesiten y
lo amen; cumplido el acto de nacimiento, la madre deja de ser envase y el bebé tiene derechos
de autonomía suficientes como para que le sea provisto anidamiento. Pero es posible
comprender las emociones de Tejerina, por haber sido violada dos veces. Es que aun las
mujeres que han cometido un error también son violadas por el embarazo no deseado,
aunque la relación sexual haya sido consentida.

* Psicóloga. Miembro fundador de la Sociedad Psicoanalítica del Sur. Ex directora de la Carrera


de Especialización en Psicoanálisis UCES-APBA.
El cruce de distintas miradas

Pensar acerca de la niñez desde el psicoanálisis es necesario para la época. Puede definirse
como lo que retorna de la impronta que ha dejado cierto ritmo particular de la lengua de esos
seres hablantes que nos han constituido.

Por Mirtha Benitez*

Pensar acerca de la infancia desde el discurso del psicoanálisis es una cuestión nuevamente
necesaria en esta época. Es un significante que concierne a cada analista ejerza su práctica con
niños o no. La infancia no posee una lectura única y unívoca. Es abordada desde diferentes
discursos. La ciencia en sus diferentes campos de incidencia se encarga de definirla y operar a
través de sus exponentes: la medicina y sus avances, la pediatría, la psicopedagogía, la
antropología, la psicología, el derecho, las teorías del mercado y sus clasificaciones, el
marketing y las consecuencias que ello tiene sobre la vida de las personas y del niño en esta
época en particular.

Los historiadores que se han abocado a los avatares que ha sufrido el concepto de infancia en
la historia --Filippe Ariès, Lloyd de Mause, Buenaventura Delgado, entre otros-� a pesar de
sus diferencias, han coincidido en la tensión ineludible al que estuvo sometido el abordaje del
concepto desde tiempos remotos. En el pensamiento de Platón, de Aristóteles, de San Agustín
ya estaba presente la contienda entre aquellos partidarios de defender los intereses de la
familia y aquellos que privilegiaban los intereses de la sociedad -�o su representante, el
Estado. De ello derivaba una diferencia en el tratamiento que se proporcionaba al "niño" en
cada época.

Las investigaciones históricas sobre la cultura occidental demuestran que el infanticidio, así
como también lo que para nosotros es el "maltrato infantil" era relativamente bien tolerado
hasta fines del siglo XVII, aún el niño convivía con los otros integrantes de la sociedad. El siglo
XVIII inaugura un cambio en la concepción de la infancia que va de la mano de una valorización
de las funciones de la educación, de la familia como protectora, de la promoción de la
medicina doméstica para la burguesía. Son las necesidades propias del desarrollo capitalista
con la industrialización de la mano, las que van a dar explicación de estas profundas
modificaciones de la familia moderna que cambiará el concepto de infancia. A partir del siglo
XIX, la familia, la escuela o en su defecto los hospicios, quedan a cargo de proteger a los niños
de tentaciones y malas influencias que podrían generar posibles "delincuentes potenciales". En
el siglo XX, el discurso de la ciencia médica y la ciencia jurídica responden a la problemática
emergente. Surgen las primeras sociedades de protección a la infancia y sobreviene la
legalización de los "Derechos del niño". La primera mitad del siglo pasado se caracteriza por
una creciente preocupación por el bienestar infantil. Las figuras del padre y la madre toman un
carácter fundamental en cuanto a la responsabilidad sobre el futuro y la crianza de sus hijos.
Los padres deben responder a las demandas de sus hijos en pos de su futuro bienestar.

A partir del compromiso que los analistas tenemos al estar concernidos por la época que nos
toca vivir y de las consultas que recibimos, hacemos lectura acerca del concepto de infancia en
este siglo, el cual queda enmarcado en un contexto discursivo en el que el predominio de
ciertos términos, van marcando el rumbo de la lectura del significante "infancia".

La "infancia" lejos está de ser para el psicoanálisis la referencia a una etapa, puede definirse
como lo que retorna de la impronta que nos ha dejado cierta cadencia, ritmo particular de la
lengua practicada por esos seres hablantes que nos han constituido y que nos marcan con su
modo particular de hablar. Es común la referencia a la infancia como "lo perdido", los
recuerdos borrosos o claros pero siempre encubridores de eso perdido. Lo infantil es el
testimonio de ese nodal descubrimiento freudiano de la sexualidad infantil, que regresa en
esos vagos recuerdos de infancia como hilachas de retoños de algún olor, color, gusto, afecto,
que nos ha dejado un modo de satisfacción propio.

En el siglo XXI, el niño resulta un objeto de la pasión por la clasificación, pasión por el estudio
de este objeto que es el "niño", el "niño" como condensador de goces, según el discurso del
que se trate. En algunas derivas, pasión por la explotación del "niño" sujeto a las leyes del
mercado globalizado, obsceno, consumista en exceso, que excluye al sujeto, no encontrando
éste, a quién dirigirse. Allí entra en juego "lo que no anda".

*Psicoanalista, miembro de Freudianas, Institución de Psicoanálisis.


“El discurso de las mujeres se ha desplazado, y recrudece la guerra entre los sexos”

En ¿A quién mata el asesino?, los psicoanalistas Silvia Tendlarz y Carlos García proponen un
acercamiento entre esa práctica y la criminología en un momento en el cual la violencia
material y simbólica crece, se expande, absorbe teorías y rechaza las interpretaciones que lejos
de animar ese síntoma tratan de entender y de trabajar de a uno con los sujetos implicados, si
así lo desean.

Por Pablo E. Chacón

El libro, publicado por la editorial Paidós, no es un catálogo de buenas intenciones ni un


recetario para desavenidos, tampoco es un elogio de los locos, menos un manual para
estigmatizar.

Tendlarz es doctora en psicoanálisis por la Universidad de París VIII, también es psicóloga,


analista miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis (AMP).

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T: ¿A qué obedece la reedición de ¿A quién mata el asesino? Psicoanálisis y criminología?

ST: La primera edición de este libro que publicamos con Carlos García en el año 2008 en la
editorial Grama, tomó como punto de partida unas clases que dictamos con ese título. El
pasaje al acto homicida fue el hilo de Ariadna que nos llevó a examinar las relaciones que se
podían establecer entre el psicoanálisis y la criminología enfatizando los estudios de casos
examinados en el ámbito psiquiátrico y psicoanalítico. Los capítulos relativos a los asesinos
seriales expresaron nuestra búsqueda por entender un tipo de homicidio que no es ni
individual, matar a la víctima, ni de masa, matar a muchos al mismo tiempo, sino que se
establece una serie que hace que sea uno tras otro sin poder detenerse. La nueva edición es,
antes que nada, una puesta al día de la bibliografía desarrollada en estos seis años, e incluye
tres anexos que resultaron de las investigaciones efectuadas a partir de la publicación del libro.
Primero, un análisis más exhaustivo acerca del caso Barreda y las paradojas de los peritajes y la
particularidad de su pasaje al acto criminal. Y a continuación, dos breves estudios sobre temas
trabajados por cada uno de nosotros.
T: ¿Qué podés decir acerca del asesinato de mujeres, hoy más visible pero no sé si no ha sido
una constante histórica?

ST: La violencia ejercida contra las mujeres forma parte de la llamada violencia de género. Más
específicamente se utiliza el término feminicidio o femicidio. Este término comenzó a ser
utilizado por el movimiento feminista. La activista sudafricana Diana Russel lo utilizó en 1976
públicamente en el Primer Tribunal Internacional de Crímenes contra Mujeres, y lo definió
luego como el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres. En la Argentina, a partir del
caso de Wanda Taddei, que murió quemada por su esposo, Eduardo Vázquez, ex músico de
Callejeros, en 2010, se incrementó el número de mujeres que murieron asesinadas por medio
del fuego. Es por eso que lo llaman el efecto Wanda. Las amenazas de quemar viva o prender
fuego a una mujer fueron así incluidas en el discurso social como formas de atacarlas. La
violencia que emerge en la relación entre un hombre y una mujer da cuenta del malestar entre
los sexos. El lugar del discurso de las mujeres se ha desplazado en nuestra civilización, de allí
que la guerra entre los sexos se vive de otra manera, en la medida en que se van reconociendo
sus derechos y libertades. Desde el psicoanálisis, el ataque de un hombre a una mujer, por
fuera del discurso de victimización, tiene sus matices. Una mujer puede volverse el síntoma de
otro cuerpo, dice Eric Laurent, pero los hombres son el estrago de un cuerpo de otro sexo. Y
esto no involucra solamente la cuestión del amor. De allí que la violencia de género o el
feminicidio testimonian de cómo los hombres golpean, maltratan o matan a las mujeres.

T: En los años que pasaron desde la primera edición, la violencia - bajo todas sus formas -
creció (no sólo en la Argentina) de manera exponencial. ¿Cómo pensar desde el psicoanálisis
ese fenómeno y qué puede decirse de cara al futuro más o menos inmediato?

ST: En una entrevista a Eric Laurent, él hace un planteo relativo a la violencia que expresa bien
el espíritu de la época. Indica que en el siglo XX existía la oposición entre las masas
organizadas, como ser el ejército y la iglesia de acuerdo al planteo de Freud en Psicología de
las masas y análisis del yo, y las masas no organizadas de las grandes huelgas obreras. La
violencia del siglo XXI ha sustituido esa oposición por la privatización, la desmasificación de la
violencia. La violencia contemporánea no solo es privada sino que es absurda, involucra la
sustracción de objetos agalmáticos, que cobran valor en el mercado de consumo, sin tener en
realidad un valor en sí mismos. La oposición actual es entre masas no organizadas que no son
violentas, como el movimiento de los indignados en España, o el cacerolazo en la Argentina, y
una creciente violencia privada que expresa cómo la época vive la pregnancia de la pulsión de
muerte.

T: ¿Qué podés decir sobre la violencia escolar y los crímenes en las escuelas?

ST: La violencia forma parte de nuestra vida cotidiana y cambia sus vestiduras a lo largo del
tiempo: conquistas, inquisiciones, guerras entre pueblos, guerras civiles, genocidios, odio,
segregación. Somos testigos en la actualidad de su aparición en las escuelas, pero no porque la
violencia sea escolar, sino porque la violencia social repercute en las escuelas y se vuelve
sintomática. El nuevo siglo se caracteriza por la caída del Ideal que funcionaba en otras épocas.
Eso se expande sobre las instituciones. A falta del Ideal que sostenía pacificadas las
identificaciones horizontales, las relaciones sociales se modifican. Se producen agrupaciones
cambiantes, con gran movilidad identificatoria. Los jóvenes se apoyan cada vez más en su
grupo de pares y establecen el criterio de cómo se hacen las cosas muchas veces sin una
orientación sino bajo el estigma del rechazo, la discriminación y la tensión con los otros. La
relación con el semejante siempre experimenta una dualidad: de amor narcisista y de
agresividad como su reverso. En la medida en que se desvanece la figura de la autoridad,
aumentan los fenómenos imaginarios y la agresividad que genera el lazo. En la escuela se juega
la transmisión de ideales, de saberes y de la cultura. Es una institución que trata de ordenar a
los alumnos a partir de saber. El derrumbe de la figura del padre desestabiliza la inclusión de
los niños y jóvenes en las escuelas, aumenta el rechazo del saber, que queda desacreditado, y
genera una tensión creciente. Por fuera del buen funcionamiento escolar o de los programas
educativos, se sintomatiza la escolarización y la socialización escolar. La violencia aparece
como un síntoma en los distintos lazos que se establecen entre directores, maestros y
alumnos. Niños y adolescente tranquilos y pacíficos eventualmente se encuentran en una
situación extrema que los hace reaccionar de una manera inesperada. La búsqueda de un
apoyo identificatorio en sus pares no los conduce necesariamente a situarse en el mundo en
forma tal de hacer evolucionar sus lazos, aprender en la escuela y abrirse a un número nuevo
de posibilidades, sino que lo llevan al odio, a la violencia y a la segregación. El rechazo de la
orientación de padres y maestros por parte del adolescente muchas veces expresa la
desconexión, el desenganche de las figuras en las que podrían apoyarse y dirigir sus preguntas,
sus incertidumbres, sus miedos. En su lugar aparece el pasaje al acto violento, como simple
descarga y desafío sintomático, que en realidad no resuelve nada y los deja tanto más
confundidos y desorientados. La escuela se ha vuelto el blanco del homicidio de niños y
adolescentes contra sus compañeros y maestros. Siempre ha existido el homicidio de algún
compañero en episodios de peleas o como consecuencia de alguna ideación delirante o de un
episodio alucinatorio. Lo nuevo tal vez es lo que se llama el crimen de masa o masivo, en el
que uno o dos jóvenes entran armados a una escuela y matan a los que se encuentran en ella.
Estos homicidios siguen a veces con un suicidio de los ejecutores o simplemente con una
posición de entrega, sin ningún intento de fuga como en el caso del joven de Carmen de
Patagones que examinamos en el libro. Cuando ocurre el homicidio, ni la violencia en las
escuelas, ni las burlas y acosos y peleas entre compañeros, ni la violencia familiar, ni las
disputas y castigos de los padres, ni las confrontaciones escolares, ni la violencia social, la
marginalidad y la segregación, nada de todo eso alcanza por sí solo para explicar cómo un
joven puede matar masivamente a sus compañeros. En el homicidio de masa algo nuevo se
añade que no se explica por lo biológico o por lo social. No existe el homicida tipo, como
tampoco el perfil estándar que pueda explicar cómo un joven llega a ejecutar ese acto. Resulta
necesario examinar cada situación en su singularidad.

T: En relación al anexo sobre crímenes de niños, ¿cuál es el planteo legal en relación a los
homicidios de un recién nacido?

ST: El nacimiento es un momento particular para una mujer. Buscado o rechazado, impuesto o
profundamente esperado, siempre implica un momento en el que una se accede o no a ser
madre. No alcanza pasar por el parto, como lo indica la mayor parte de las legislaciones, para
que una mujer sea madre, o sobre todo, desee serlo. El infanticidio, jurídicamente, es definido
como la voluntad de dar muerte a un niño menor de tres días, en forma intencionada. A
comienzos del siglo XX era considerado, en la Argentina, una forma atenuada del homicidio. Se
partía de la idea de que el deshonor de ser madres solteras podría llevar a las mujeres a la
locura y en ese estado matar a su bebé por la influencia del estado puerperal. Los tiempos han
cambiado y el lugar de la madre soltera y de la protección de su honor también. Las familias
monoparentales se expanden ya no por embarazos fortuitos, que conllevan el deshonor, sino
por las distintas elecciones de los sujetos o los desencuentros de la vida amorosa. Algunas
mujeres eligen tener un hijo a solas o sin casarse, ya sea con un hombre o con una mujer, de
acuerdo a la ley del matrimonio igualitario, por lo que la antigua idea de madre soltera pierde
vigencia. Se trata más bien de volverse madre por fuera de su estado civil. No obstante,
siempre existe un reverso. Simultáneamente al cambio discursivo del siglo XXI, para muchas
mujeres llevar un embarazo a solas, no buscado, incluso impuesto por una violación, continúa
siendo un motivo de preocupación, pesar y desesperación, e incluso de soledad, en casos de
jóvenes que no tienen a quién dirigirse y saber así que pueden entregar a su bebé en adopción.
Con la reforma legal de la legislación nacional de 1994, la figura del infanticidio desapareció
sobre la base de lo anacrónico de los fundamentos que lo sostenían, pero en la actualidad se
busca restablecerlo de modo tal de que mujeres no reciban tan duras condenas.
El psicoanálisis y su mirada sobre la violencia de género | Salud mental

24 DE JUNIO 2015 - 00:30La psicoanalista Pilar Ordóñez, quien estuvo disertando en Salta,
explica la postura del sector ante los hechos de violencia de género.

Carmen Petrini Carmen Petrini

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"Existe un error común que identifica a las mujeres con lo femenino. El aporte original que
hace el psicoanalista francés Jacques Lacan es sostener que la diferencia anatómica no define
lo femenino", dijo aEl Tribunola psicoanalista cordobesa Pilar Ordóñez, quien estuvo en Salta el
último fin de semana abordando el tema "Actualidad de la histeria" en el Instituto Oscar
Massotta 2.

"Las personas estamos atravesadas por el lenguaje y esto hace que lo biológico ya no sea un
criterio fehaciente para separar lo femenino de lo masculino. Incluso las influencias o modelos
sociales que aportan la tradición y la moda no alcanzan para definir lo femenino. Esto, para el
psicoanálisis es una posición particular que puede asumir una persona, independientemente
de su sexo biológico y de sus características sociológicas", agregó la especialista.

El psicoanálisis y la violencia

"Para Freud la pulsión es un empuje que busca satisfacerse. El derecho y la pedagogía nos
invitan a domesticar la pulsión. De hecho lo logran con relativo éxito, sin embargo siempre
queda un resto indomable que no se deja educar ni gobernar por la ley. Legisladores, jueces,
fiscales y abogados, entre otros, trabajan intentando proporcionar el mejor marco simbólico
para enfrentar estos problemas que sociológicamente podríamos llamar "violencia de género''.
Un esfuerzo muy necesario y muy valioso,sin dudas. Sin embargo, la agresividad no se erradica.
Allí es donde el psicoanálisis plantea su campo de investigación; en esos resquicios indomables
de la pulsión; en esos restos que hacen fracasar las políticas contra estos delitos. El psiconálisis
puede hacer su modesto y respetuoso aporte solo frente a estos obstáculos", agregó la
psicoanalista.

"Los enfoques cognitivos conductuales tratan el problema intentando adaptar a los


protagonistas de estos dramas a una moral estándar. Intentan erradicar la conducta patológica
sin contemplar las causas. A veces peor, reducen las causas a factores genéticos y parámetros
biológicos. Con esos tratamientos los implicados se quedan sin las herramientas necesarias
para producir un cambio en el modo de vivir sus relaciones con los otros. Estas concepciones
adaptativas de la conducta parten del supuesto de que toda persona posee un instituto de
conservación, que busca preservar su vida exclusivamente. En cambio el psicoanálisis detectó
un empuje mortífero del ser hablante. A ese empuje lo conceptualizó como pulsión de muerte.
Por eso es necesario un marco legal, pero no es suficiente. Cada ser hablante debe hacer un
camino que le permita elaborar ese empuje fatal. Los psicoanalistas no podrían formular
políticas o medidas sociales, pero pueden colaborar en la resolución de estos atolladeros, de
estos obstáculos, que la pulsión presenta. Quizás habría que diferenciar la práctica del
psiquiatra, del psicólogo que se ocupa de la conducta y la del psicoanalista. La práctica de este
último ofrece una vía para poder hacerse responsable del modo en que nos relacionamos,
amamos, trabajamos y por ende del modo en que encontramos un gusto por vivir", agregó la
especialista.

Medios y género

"Muchos medios de comunicación describen la violencia de género a partir de datos


sociológicos y estadísticos, otros hacen apología y otros se regodean con los detalles
morbosos. Lo cierto es que muchas veces se trata el tema sin tener en cuenta que la
estadística no es una ciencia. Tampoco las clasificaciones diagnósticas que surgen de manuales
como el DSM (Manual del diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) son garantía de
cientificidad ya que varían según la moda o los dictados de la industria farmacológica. Los
discursos que victimizan a los seres hablantes solo logran quitarles su fundamental derecho a
ser responsables de sus vidas. Para el psicoanálisis la responsabilidad no tiene un significado
moralista. Responsabilidad significa poder dar respuesta, el psicoanálisis invita a que cada uno
pueda dar su respuesta frente a los problemas que le toca atravesar.
CUANDO UNA MUJER MATA A SU BEBÉ RECIÉN NACIDO

Crónicas porteñas de Silvia Elena Tendlarz

El nacimiento de un bebé es un momento particular para una mujer. Buscado o rechazado,


impuesto o profundamente esperado, siempre implica un momento en el que una mujer
accede o no a la maternidad. No alcanza pasar por el parto, como lo indica la mayor parte de
las legislaciones, para que una mujer sea madre, o sobre todo, desee serlo.

El infanticidio jurídicamente es definido como la voluntad de dar muerte a un niño menor de


tres días en forma intencionada. Esa cantidad de días corresponden al tiempo para declarar el
nacimiento, después se presume que no se lo quiso declarar. A partir del cuarto día se lo
consideraba un homicidio ordinario. A comienzos del siglo XX el infanticidio era considerado en
Argentina como una forma atenuada del homicidio. Esta figura ya estaba prevista en el
proyecto de Código Penal presentada en 1891 para las madres que “para ocultar su deshonra”
mataban a su hijo durante el nacimiento o hasta tres días después, y se incluyó en 1921. Se
partía de la idea de que el deshonor de ser madres solteras podría llevar a las mujeres a la
locura y en ese estado matar a su bebé por la influencia del estado puerperal.

Los tiempos han cambiado y el lugar de la madre soltera y de la protección de su honor


también. Las familias monoparentales se expanden ya no por embarazos fortuitos, por
violación o no, que conllevan el deshonor, sino por las distintas elecciones de los sujetos o los
desencuentros de la vida amorosa. Algunas mujeres eligen tener un hijo sola, por lo que la
antigua idea de “madre soltera” pierde vigencia puesto se trata más bien de “madre” por fuera
de su estado civil. Por otra parte, se incluye en la legislación argentina las homoparentalidades
y las posibilidades de ser madre gay, eventualmente con otra madre si está casada y tiene una
conjugue.

No obstante, siempre existe un reverso de la vida contemporánea, y simultáneamente al


cambio discursivo del siglo XXI, para muchas mujeres llevar un embarazo a solas, no buscado,
incluso impuesto por una violación, continúa siendo un motivo de preocupación, de pesar y de
desesperación, e incluso de soledad, en casos de jóvenes que no tienen a quien dirigirse.

Con la reforma legal de la legislación nacional de 1994 la figura del infanticidio desapareció
sobre la base de lo anacrónico de las fundamentaciones que lo sostenía. Eso hace que una
mujer en Argentina que mata a su hijo, por distintas circunstancias, puede ser condenada a
prisión perpetua, o recibir entre 8 y 25 años de prisión si se incluyen circunstancias atenuantes
y pasa a ser “homicidio simple”. Simultáneamente, han surgido nuevos movimientos que han
buscado modificar el inciso 2 del artículo 81 del Código Penal para imponer prisión de seis
meses a tres años mientras se encuentra bajo la influencia del estado puerperal,
restableciendo la figura del infanticidio de modo tal de que no reciban tan duras condenas.
Dentro de este debate se incluyó un caso de gran repercusión nacional que fue el de Romina
Anahí Tejerina. La joven de 19 años, por entonces considerada menor en Argentina pero
imputable, declaró haber quedado embarazada por una violación de un hombre mayor que
ella, y desmentida por él. Ocultó su embarazo. A los siete meses dio a luz en el baño de su casa
y, con la ayuda de su hermana, cortó el cordón umbilical y colocó a la bebé en una caja
pequeña, luego la mató con 21 puñaladas utilizando un cuchillo. Durante el juicio, la fiscalía
pidió la pena de cadena perpetua, y la defensa, la absolución; finalmente fue condenada por
“homicidio agravado por el vínculo” a 14 años de prisión.Tras pasar 9 años en prisión, le fue
otorgada la libertad condicional por buena conducta en el año 2012. Si el hombre hubiera
reconocido su violación era una causa penal para él, y ella, en 2005, no podía abortar por ser
ilegal a pesar de ser una violación. De todas maneras debía pasar por el embarazo y
reconocerlo como su hijo o entregarlo en adopción.

¿Cómo explicar el pasaje al acto homicida? ¿Cómo un recién nacido se vuelve el blanco del
esfuerzo por desembarazarse de un kakon, un mal, el enemigo interior que se debe eliminar?
No existe un instinto materno, dice Lacan, y nada en la naturaleza de las cosas dice cómo ser
madre y qué pasiones puede generar el nacimiento de un hijo. La figura legal del infanticidio
atenúa el castigo de una mujer que no encontró otra salida más que su crimen. Sin lugar a
dudas, es un intento de tomar en cuenta tanto las particularidades del estado puerperal, como
el desamparo que eventualmente se desencadena frente a la presencia real de un niño que no
puede ser absorbido en una genealogía simbólica. En cada caso singular deberá examinarse
qué fue ese bebé para esa mujer que no deseó ni consintió volverse madre de un hijo.

Tomado de Lacan Cotidiano 403

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