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1ER TEXTO

Sabemos que el espíritu del aprendizaje y la indagación está en las bibliotecas y que
el tesoro más significativo de nuestras comunidades en ellas está. Debido que, en las
bibliotecas donde el espíritu de la independencia de expresión, base del ingreso
público a la información, se ha mantenido en unas épocas muy diferentes. A su vez,
como todos sabemos, el valor de las bibliotecas no está en su capacidad para dar
información. En un mundo marcado por las leyes y los intereses del mercado, donde el
uso malintencionado de la información se convierte en el mejor instrumento al servicio
de los grupos de presión, y en armas de guerra en el sentido literal del término, a
quienes la vida nos ha deparado la suerte de laborar en las bibliotecas al servicio del
público estamos en la obligación ética de forjar las actividades para que este saber
sea la base de los descubrimientos, y mejoras que permitan solucionar los grandes
males que aquejan a la sociedad. De nada sirve la información si esta se rinde a
intereses malintencionados y, también, mucho es su beneficio si en ella descubrimos
avances que permitan paliar las grandes quejas que acechan a la sociedad: las
injusticias y, para este fin, las bibliotecas cuentan con grandes medios. Y, algo
interesante de los apoyos que las bibliotecas están recibiendo en los últimos años
frutos de la función perspectiva que los documentalistas tuvieron y que se plasman en
las tareas que desarrollan las interesantes bibliotecas, que van más ahí de la lectura e
incluso de nuestras propias instituciones.

Es obvio que una razón de peso para justificar la realidad de las bibliotecas públicas
podría ser el hecho de que respaldan la entrada indiscriminado y gratuito a la
información. El placer de leer esas obras que uno no puede mercar, de escuchar las
melodías que no puede hallar o ver las cintas que por el momento no se distribuyen
en el circuito comercial es algo que las bibliotecas vienen proporcionando ya hace un
extenso tiempo. Si a ello agregamos el que, en las naciones en donde las carencias
económicas o de libertades que dificultan el contacto con la información, los
bibliotecarios son los garantes que aseguran no únicamente el derecho de ingreso a
la información, sino la privacidad en relación a su uso, vemos que hay causas de
sobra para su permanencia. No obstante, a mi parecer, las bibliotecas han subsistido
por una razón de más grande peso, como es el hecho de que sean el lugar en donde
se asegura un hecho mágico: el contacto con quienes nos precedieron. Creo,
sinceramente, que si las bibliotecas han obtenido financiación a partir de épocas tan
tempranas es por haber autorizado que los pensamientos, hechos y anhelos de
nuestros propios antepasados hayan llegado hasta nosotros mismos. Saber de la
realidad de autores que aspiran revivir en nuestras propias manos sus anhelos de
perennidad y conseguir, debido a nuestra complicidad, el sortilegio de hacer renacer
su pasión por el ser amado o musitar en nuestros propios oídos, otra vez, sus
razonamientos, es, sin lugar a dudas, el enorme embrujo que las bibliotecas
inventan. Esta es la magia que las bibliotecas protegen en su seno. Durante
milenios, los bibliotecarios realizaron la callada tarea que permitió que los
pensamientos de individuos que murieron hace centenares de años tornen a tener
la posibilidad, que todos anhelamos, de volver a partir de más allá de el deceso
para dialogar y compartir con los vivos sus inquietudes, ilusiones y tormentos. Las
bibliotecas públicas avalan no solamente que la memoria de la raza humana sea
patrimonio efectivo de la misma, sino que las almas se comuniquen sin
inconvenientes pese a las barreras espaciales o temporales. Con el fin de paliar
este drama, la librería pública tiene un papel importante en esos territorios en
donde poseemos la suerte de disponer de sistemas bibliotecarios consolidados. No
nos olvidemos que la enorme tarea de la librería pública no es asegurar la entrada a
la información, puesto que esta podría ser la base que posibilite edificar más
grandes injusticias, sino ser la herramienta que permita la expansión de los valores
humanos más nobles, así como servir para la expansión de los derechos humanos,
la democracia y un desarrollo económico y social más justo. Es en este marco donde
el derecho de ingreso a la información consigue una magnitud trascendental que
justifica la necesidad de que la librería pública exista como arma al servicio del
desarrollo humano y garante de la estabilidad de oportunidades: ser una
herramienta sustancial que posibilite generar nuevos peldaños en la escalera que
guíe a la raza humana hacia la meta de un mundo más humano y más justo.

3er texto
Parece casi una contradicción al principio del cual denominamos sociedad de la
información. Y la razón es, quizá, ya que los motivos que justificaron su aparición (la
expansión de los valores humanos y democráticos, el desarrollo personal, la
preservación de la memoria del hombre y el derecho de ingreso a la información) son
más necesarios. Sin embargo, aunque vivimos una en de las épocas de garantía de
libertades, donde el Internet y otros medios de comunicación se ayudan en una
entrada a la información, es verdad el hecho de que jamás como hoy han existido
modelos tecnológicos que permiten ejercer un control tan brusco de la información y la
comunicación. Además, los estados comienzan a usar las tecnologías de vigilancia,
control, distorsión y filtrado de la información de un modo exigente en mantener el
bienestar nacional y auxiliar a los menores. Las metas, cada una se mantienen debido
a la financiación pública y, juntas, crean la base de un poderoso sistema público de
información al beneficio de la gente. Es obvio que no estamos dispuestos en el lujo de
duplicar nuestros fondos, instalaciones y proyectos en un contexto donde está primero
el impulso de la lectura. Compartiendo proyectos, los riesgos de la censura y la
tergiversación informativa, las incertidumbres, el aprendizaje durante toda la vida, o
hacer valer los valores humanos en una sociedad que se olvida de ellos, son asuntos
abordables.

4to texto

Ciertas veces, se nos olvida el poder de las bibliotecas y los bibliotecarios en la


sociedad actual, pues no lo solemos ejercer. Para a quienes les gustan las cifras
deberían saber que las bibliotecas financiadas públicamente tienen más opiniones de
servicio que varía de las principales multinacionales o que los presupuestos de las
bibliotecas públicas las convierten en un grupo de presión mucho más grande que el
de otros sectores que defienden políticas que dañan nuestros intereses y de los
lectores. También, el papel como conjunto de presión de las bibliotecas y los que lo
conforman es algo que tenemos que hacer valer con fuerza en un mundo en el cual la
aplicación indebida de legislaciones que aseguran los derechos de los autores, los
menores o la estabilidad nacional se conviertan, en la práctica, en políticas que
imposibiliten a las bibliotecas ejercer su función. La sociedad de la información
necesita más que un sistema público de información que garantice el desarrollo de la
gente y las comunidades, la técnica y el desarrollo económico en sí no llenan el
corazón de la persona. Ellas reflejan en sus bibliotecas públicas lo mejor de sí y es
responsabilidad de los bibliotecarios volver con crecer los esfuerzos que los habitantes
hacen manteniendo sus bibliotecas al servicio del desarrollo personal y colectivo.

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