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Los pensamientos oníricos (imágenes del sueño) latentes no se diferencian en nada de los
productos de nuestra actividad anímica consciente ordinaria, merecen el nombre de
pensamientos preconscientes.
Lo consciente es un indicio de que ese proceso participa de la naturaleza de una cierta
categoría psíquica de la que tenemos conocimiento por otros y más importantes caracteres
y pertenece a un sistema de actividad psíquica que merece nuestra atención.
El valor de la conciencia ha superado su significación como propiedad. Damos el nombre de
el inconsciente al sistema que se da a conocer por el signo distintivo de ser inconscientes
los procesos singulares que lo componen
“Psique”: palabra griega que en alemán se traduce “alma”. Por tanto, el tratamiento
psíquico es lo mismo que “tratamiento del alma”. Quiere decir tratamiento desde el
alma (de perturbaciones anímicas o corporales) con recursos que de manera inmediata y
primaria influyen sobre lo anímico del hombre.
Recurso o instrumento esencial del tratamiento psíquico: La Palabra.
Las palabras de nuestro hablar cotidiano no son otra cosa que ensalmos desvaídos.
El medico hallará difícil concebir que las perturbaciones de cuerpo y alma sean eliminadas
mediante palabras. Los médicos de formación científica aprendieron recientemente a
apreciar el valor del tratamiento anímico, todos sus progresos y descubrimientos concernir a
lo corporal del hombre, así restringieron su interés a lo corporal dejando a los filósofos que
se ocuparan de lo anímico. La medicina moderna tuvo ocasión de estudiar los nexos entre
lo corporal y lo anímico, cuya existencia es innegable, pero en ningún caso dejó de
presentar a lo anímico como comandado por lo corporal y dependiente de él. La relación
entre lo corporal y lo anímico es de acción recíproca, en el pasado la acción de lo anímico
sobre el cuerpo halló poco favor a los ojos de los médicos ya que parecían temer que si
concedían cierta autonomía a la vida anímica, dejarían de pisar el seguro terreno de la
ciencia. En los últimos 15 años la orientación unilateral de la medicina hacia lo corporal, el
cambio se originó por una serie de enfermos que presentaban diversas dolencias y que
estaban bajo el influjo de irritaciones, emociones o preocupaciones. Así la investigación
médica llegó a la conclusión de que estas personas no podían tratarse como enfermos
orgánicos, sin pensar que había en ellas una afección del sistema nervioso en su conjunto.
Así los médicos se vieron frente a la tarea de investigar la naturaleza y el origen de las
manifestaciones patológicas en el caso de estas personas llegando a este descubrimiento:
al menos en algunos de estos enfermos, los signos patológicos provienen de un
influjo alterado de su vida anímica sobre su cuerpo. Por tanto la causa de la
perturbación ha de buscarse en lo anímico. Y de esta manera la medicina llegó a entender
la relación recíproca entre cuerpo y alma.
Por otra parte, los procesos de la voluntad y la atención son igualmente capaces de influir
profundamente sobre los procesos corporales y de desempeñar un importante papel
como promotores o inhibidores de enfermedades físicas. Así cómo es posible producir
o acrecentar dolores concentrando la atención, es posible hacerlos desaparecer
desviándose. Lo mismo ocurre con la influencia de la voluntad sobre los procesos
patológicos del cuerpo, dado que posiblemente el designio de sanar o la voluntad de morir
no dejen de influir sobre el desenlace, incluso en casos graves y delicados.
La expectativa es un estado anímico por medio del cual una serie de las más eficaces
fuerzas anímicas pueden ponerse en movimiento hacia la contracción o curación de
afecciones corporales. La expectativa angustiada: en una epidemia por ejemplo los más
amenazados son los que están asustados
La expectativa esperanzada y confiada: es el estado contrario al anterior, una fuerza
eficaz de la que no podemos dejar de prescindir en nuestros ensayos de tratamiento y
curación. El influjo de la expectativa confiada se vuelve patente en grado sumo en las “curas
milagrosas”. (Esto tiene que ver con el valor de ensalmo de la palabra). Sería incorrecto
negar a la fe estas curas milagrosas, ocurren realmente y no conciernen solo a
enfermedades de origen anímico si no también de origen orgánico. No hay necesidad
alguna de aducir otros poderes como los anímicos para explicar las curas milagrosas. El
poder de la fe religiosa en este caso por diversas fuerzas pulsionales humanas. La fe del
individuo se ve acrecentada por el entusiasmo de la multitud. En virtud de este efecto de
masas todas las emociones anímicas del individuo pueden elevarse hasta lo desmesurado.
Y cuando es un hombre solo el que busca la curación en un lugar sagrado, la fama y el
prestigio de ese lugar sustituyen a la influencia de la multitud. En los incrédulos, el prestigio
y el efecto de masas sustituyen a la fe. Los médicos también se apoyan en ese poder, por
cuanto el efecto probable de un remedio cualquiera dado por el médico se compone de dos
partes. Una es la aportada por la actitud anímica del enfermo (la expectativa confiada) que
depende de cuán grande sea su afán de sanar y de su fe en que está dando los pasos
correctos en esa dirección, del poder que atribuya a la persona de su médico.
Podemos decir entonces que los médicos practicaron tratamiento anímico desde
siempre, si por tratamiento anímico entendemos el empeño por provocar en el
enfermo los estados y condiciones anímicos más favorables para su curación.
Ahora empezamos a comprender el ensalmo de la palabra. Las palabras son sin duda
los principales mediadores del influjo que un hombre pretende ejercer sobre los
otros; las palabras son buenos medios para provocar alteraciones anímicas en aquel
a quien van dirigidas y por eso ya no suena enigmático aseverar que el ensalmo de la
palabra puede eliminar fenómenos patológicos, tanto mas aquellos que a su vez,
tienen su raíz en estados anímicos.
Influir por vía de la obediencia hasta cierto grado, pasado el cual se detienen. De modo tal
que las personas muestran grados muy diversos de aptitud para el tratamiento hipnótico.
Así se aprende que ni siquiera en la mejor hipnosis la sugestión tiene un poder
ilimitado. Si los sacrificios son pequeños el hipnotizado los cumple, si son mayores
se rehúsa como haría en la vigilia. (Resistencia). Y si estamos frente a un enfermo y se
esfuerza por sugestión para que renuncie a la enfermedad, se observa que este es para él
un gran sacrificio, no uno pequeño. (Beneficio de la enfermedad) Y a esto se suma en la
práctica el hecho de que casi siempre los enfermos de neurosis son difíciles de hipnotizar,
de suerte que la lucha contra las poderosas fuerzas mediante las cuales la enfermedad está
anclada en la vida anímica (resistencia) debe librarla no el influjo hipnótico íntegro sino sólo
una fracción de él.