Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Palabras clave: poder judicial, escuela crítica del derecho, rule of law.
ZUSAMMENFASSUNG
Es ist nicht zu leugnen, dass die Rechtsprechung in einigen Ländern Lateinamerikas
wie beispielsweise in Argentinien, Peru und Venezuela unter einer echten Legitimi-
tätskrise leidet. Es haben sich teilweise Bewegungen herausgebildet, die eine um-
fassende Reform der rechtsprechenden Gewalt vorschlagen und dabei nicht nur die
Art und Weise, in der die Richter ihr Amt ausüben, in Frage stellen, sondern auch die
Art des Diskurses. Diese Bewegungen lassen den Einfluss der kritischen Rechtslehre
*
Abogada, egresada de la Facultad de Derecho y de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional de Cuyo; doctoranda en Derecho de la misma Universidad. Profesora de
grado universitario en Ciencias Jurídicas, docente de la Cátedra de Ética de la Universidad de
Congreso. Becaria de Investigación de la Facultad de Derecho de la UNCuyo. elianadelelio@
yahoo.com.ar.
ABSTRACT
It is not possible to ignore the fact that the jurisdictional function in some Latin
American countries, such as Argentina, Peru and Venezuela, is currently undergoing a
genuine crisis of legitimacy. In some of these countries, movements have arisen that
propose profound reforms of the judicial branch, calling into question not only the
way in which magistrates carry out their functions, but also the discourse in which
they engage. These can be seen to be influenced by critical theories of law, such as
that of Harvard professor Duncan Kennedy. This circumstance reveals the need to
revise the ideal of the rule of law, and to explore the reasons why it has not been
possible to achieve adequate factual concreteness in Latin America. This article pro-
poses a comprehensive approach to the rule-of-law formula, not only from a formal
institutional perspective, but from a political and rational perspective as well.
Introducción
La escuela crítica del derecho, también conocida como critical legal studies, es una
corriente de pensamiento iusfilosófico, que reconoce como antecedente al cono-
cido realismo jurídico americano, cuya principal característica fue su impronta
fuertemente pragmática. El principal exponente de este movimiento fue el juez
Oliver W. Holmes, quien propuso la conceptualización del derecho en términos
de predicciones sobre lo que los jueces harán. Al respecto, señala Pérez Lledó
que la escuela crítica del derecho “reproduce muchos de los argumentos de los
realistas contra el formalismo jurídico (contra la ilusión de certeza y aplicabi-
lidad mecánica del derecho) enfatizando la indeterminación del lenguaje jurí-
dico y la discrecionalidad del intérprete. Con esta ‘crítica interna’ de la razón
jurídica, la critical legal studies(CLS) aspira a poner al descubierto el sentido
Kennedy se propone denunciar y sincerar que “la imparcialidad” con que se ca-
racteriza la figura del juez en los ordenamientos jurídicos occidentales constituye
una ficción que es necesario asumir, y que las decisiones judiciales se encuentran
fuertemente influenciadas por la posición ideológica del juzgador en el caso concre-
to. No obstante, en la praxis cotidiana de aplicación del derecho se intenta producir
un efecto retórico, destinado a generar la convicción de que la contienda en cues-
tión ha sido resuelta de conformidad con el material jurídico disponible (normas,
jurisprudencia, pruebas obrantes en la causa).
En su conocido ensayo Izquierda y derecho. Ensayos sobre teoría jurídica crítica,5
el profesor de Harvard se propone desenmascarar el modo en que opera la ideolo-
gía política en la formación de decisiones judiciales, refiriéndose, en concreto, a la
ideología del “liberalismo” o “conservadorismo”. Su tesis central es que la orientación
ideológica en el fenómeno jurídico no tiene lugar solo en el plano de la creación de
las normas, sino particularmente en el plano de su aplicación. Para fundamentar
su tesis recurre a una serie de categorías teóricas, tales como el carácter “estratégico
del comportamiento”, la llamada “intelligentzia” y la “hermenéutica de la sospecha”.
Respecto a la primera, Kennedy la define como “una posibilidad inerradicable de
interpretación, entendiendo por comportamiento estratégico la elección, fundada
en motivaciones externas [al derecho], de trabajar para desarrollar una de las posi-
bles soluciones del problema jurídico en cuestión en lugar de otra”.6 Es en esta ins-
tancia en la que entra a jugar la ideología, definida por el autor como “un proyecto
de universalización de una intelligentzia que considera que actúa ‘para’ un grupo
cuyos intereses están en conflicto con los de otros grupos”.7 En efecto, el término
intelligentzia es empleado aquí como sinónimo de intelectualidad ideologizada, esto
es, aquel grupo intelectual encargado de la elaboración de un soporte teórico que
sirva para justificar una determinada ideología. Así, en cada controversia particular
sometida a decisión judicial, esta intelligentzia opera de modo funcional “ya a inte-
reses ideológicos particulares, ya a intereses generales de la clase de la intelligentzia,
relacionados con el statu quo social y económico”.8
A su turno, otro concepto clave en la tesis del profesor de Harvard es el de “her-
menéutica de la sospecha”. Al respeto, señala Kennedy, como un elemento clave de
ese estadio de la cuestión, la aparición de lo que él llama “observadores informados”,
que son aquellos agentes que “practican una hermenéutica de la sospecha en rela-
ción con la afirmación de que el discurso jurídico, y particularmente los argumentos
jurídicos, […] son autónomos respecto del discurso ideológico”.9 En otras palabras,
cuando Kennedy recurre a la expresión “observadores informados” está haciendo
referencia a quienes son capaces de advertir esta realidad subyacente en la actividad
judicial. Esta consiste en la elección estratégica de la solución normativa que mejor
se condiga con la ideología del juez, aunque vaya acompañada del despliegue de
una actividad argumentativa que la hace aparecer como “revestida de un manto de
fidelidad” al derecho positivo. En consecuencia, el autor niega, en este sentido, la
posibilidad de poder efectuar una interpretación normativa de carácter objetivo o
enfocada solo en la interpretación literal de la ley.
Por último, en este juego interpretativo de las normas jurídicas que tiene lugar
en el ejercicio de la función judicial, el autor afirma que se produce un fenómeno de
regressio ad infinitum, toda vez que “las ocasiones para el comportamiento estratégi-
co al elegir una interpretación de la ideología propia serán al menos tan numerosas
como las que hay para elegir la interpretación de los materiales jurídicos”.10 Esto sig-
nifica que el material jurídico disponible será analizado, cuestionado e interpretado
a partir de la ideología, siendo esta última, a su turno, cuestionada e interpretada
sobre la base de un discurso de posterior nivel, reiterándose el proceso indefinida-
mente. En efecto, el mismo autor reconoce que “al principio podría parecer que la
regresión infinita de la interpretación invalida uno a uno cada ‘detrás’, de tal manera
que ‘la explicación es imposible’”.11
Finalmente, en su teoría crítica, Kennedy hace referencia a la clásica doctrina del
imperio de la ley (rule of law), a la que peyorativamente califica de fábula ingenua y,
por lo tanto, también a aquellas versiones de la filosofía del derecho que se dedican a
su análisis. Esto conduce al autor a la conclusión de que, en lo que atañe a la negación
de la imparcialidad de las decisiones jurisdiccionales, “hay un motivo mucho más
cósmico para la negación, a saber, el carácter contradictorio de nuestros impulsos e
ideas. Esta noción de ‘fundamentalidad’ de la vivencia de [la] contradicción, es uno
de los rasgos distintivos del modernismo y sus secuelas, algo así como una premisa
de lo que es anhelo de coherencia como una fuerza autónoma en la vida humana”.12
En otras palabras, lo que convierte en una fábula ingenua a la teoría del imperio
de la ley, con todas sus implicancias, es la negación, en este anhelo de coherencia
–entendido en términos de racionalidad u objetividad– de las contradicciones que
inevitablemente ha dejado la modernidad. De este modo, la teoría del imperio del
derecho ha devenido en un intento de justificar teóricamente la ideología dominan-
te que inspira e informa a las instituciones jurídicas, en general, y al ejercicio de la
judicatura en particular, que, según Kennedy, es el liberalismo o conservadurismo.
9
Ibid., p. 30.
10
Ibid., pp. 50-51.
11
Ibid., p. 50.
12
Ibid., pp. 76-77.
Ahora bien, este breve y escueto recorrido por las principales tesis de Duncan
Kennedy merece ser objeto de una serie de consideraciones en el plano teórico,
antes de pasar a su análisis en el plano empírico. Por un lado, es acertada aquella
objeción que pesa sobre las teorías críticas del derecho en general, en virtud de la
cual pareciera que el objeto principal de estas solo se limita a un mero cuestiona-
miento y condena de las instituciones jurídicas y sociales vigentes. En sus denun-
cias, sólo es posible vislumbrar la pretensión de presentarse a sí mismas como la
opción “emancipadora y progresista”, única capaz de develar el complejo entramado
de intereses que, en el fondo, movilizan el engranaje institucional. Sin embargo,
en este esfuerzo teórico por desenmascarar estos intereses, parece quedar a mitad
de camino, puesto que –como señala acertadamente Guillermo Moro– “es hostil a
todo proyecto reconstructivo. No propone la realización de una nueva estructura
en lugar de aquella sobre la que deposita su ácido filo”.13 Así, las teorías críticas, y
en particular la teoría de Kennedy, devienen en simples diagnósticos de lo que se
supone es una enfermedad del derecho moderno y de su pretensión de objetividad,
pero sin ofrecer la medicina para tal enfermedad. En rigor, la propuesta del profesor
de Harvard se circunscribe a ser solo denuncia de una “total pérdida de fe, respecto
de las afirmaciones y aspiraciones racionalizadoras y universalizantes de las élites
modernas, ya sean de izquierda o de derecha”,14 pero sin proporcionar una propuesta
superadora del statu quo que denuncia.
En este sentido, señala acertadamente Massini Correas que “el problema central
de esta postura nihilista es que una hermenéutica meramente crítica, sin referencia
en principios o en realidades, a bienes o dimensiones del perfeccionamiento humano
queda desprovista de criterios de crítica justificados racionalmente y abocada por
tanto a un sinsentido racional”.15 De ello se sigue que la critical legal studies, y en
particular, el aporte teórico de Duncan Kennedy, carece de todo otro propósito que
no sea la crítica, por la crítica misma, quedando desprovista de toda posibilidad de
justificación de sus propias tesis y afirmaciones. En efecto, las teorías críticas tienen
en común la pretensión de erigirse en meros develadores de aquellas situaciones o
estados de cosas que aspiran a poner al descubierto, pero sin ofrecer alternativas de
superación de índole racional u objetivo que sean capaces de sanear los vicios de que
adolece el estado de cosas que denuncia. Todo su esfuerzo teórico y argumentativo
se agota en esta pretensión.
Asimismo, las teorías críticas tampoco pueden evitar caer en la falacia en la que
incurren la inmensa mayoría de las corrientes relativistas y nihilistas. En efecto, la
lógica de estas corrientes puede resumirse en la afirmación categórica de lo subjetivo
y lo contingente. Su visión de la realidad dependerá siempre de la óptica desde la cual
13
Guillermo Moro, “Introducción”, en Kennedy, op. cit.,p. 24.
14
Duncan Kennedy, A Critique of Adjudication. Fin de siècle, Cambridge/Massachusetts,
Harvard University Press, 1997, pp. 7-8.
15
Massini Correas, op. cit.
sea observada. Por tanto, carece de sentido toda referencia a realidades dotadas de
valor intrínseco u objetivo. No obstante, en este esfuerzo cuasidogmático por negar
la existencia de estas realidades, terminan universalizando la regla de la subjetivi-
dad y de la contingencia. En esta absolutización de lo relativo reside la inexorable
refutación de sus propias afirmaciones.
Luego de este brevísimo recorrido por las principales tesis de Kennedy, el presente
trabajo se propone reflexionar sobre la forma en que han influido en la praxis de
la judicatura en algunos países latinoamericanos.
Antes que nada, es menester reconocer que no todo es cuestionable en la teoría
del profesor de Harvard. En efecto, no se puede soslayar que el ejercicio de la función
judicial nunca transcurre por cauces completamente independientes y autónomos
del ejercicio de la actividad política; antes bien, el condicionamiento que esta pro-
duce sobre aquel es un dato evidente, cuya negación deviene inexorablemente en
necedad.
La realidad ha demostrado acabadamente que el ejercicio de la judicatura está
impregnado, como señala Kennedy, de elementos de carácter ideológico, y sobre
todo políticos. Los jueces a menudo se desplazan dentro de los procesos judiciales,
como conviene a sus propios intereses, o bien a los intereses de ciertos sectores do-
minantes. Tampoco es menos cierto el dato que sustenta la denuncia de Kennedy,
de que el material jurídico vigente es manipulado estratégicamente junto con el
material fáctico de cada caso en concreto, “produciendo” muchas veces soluciones
jurídicas que “aparecen” como ajustadas a derecho.
Sin embargo, la traducción de esta propuesta al plano fáctico no parece haber
sido exitosa en cuanto a alternativa de superación.
A modo de ejemplo, con carácter relativamente reciente surgió en Argentina una
agrupación, en el seno del Poder Judicial, caracterizada por esta impronta fuertemen-
te crítica en cuanto a institución, con la pretensión de llevar adelante un proceso de
depuración de su ejercicio.16 Esta surgió en el contexto de la segunda presidencia de
la doctora Cristina Fernández de Kirchner, por iniciativa del Poder Ejecutivo y fue
liderada por la procuradora general de la nación, la doctora Alejandra Gils Carbó,
cuya militancia en el oficialismo era de público conocimiento.
La principal denuncia que hace esta agrupación es que el Poder Judicial es la
única institución que reproduce un discurso hermético, endogámico y corporativo,
inflexible a los procesos de modificación de las estructuras institucionales que se han
operado con la recuperación de la democracia, luego de los procesos dictatoriales
que tuvieron lugar en la región durante las décadas de los sesenta y setenta.
16
Cfr. sitio web de Justicia Legítima. Disponible en: http://www.justicialegitima.org/.
17
Idem.
¿Qué conclusión cabe sacar luego de este breve recorrido por las tesis centrales de
Duncan Kennedy y de esta, aún más breve, referencia a la experiencia menciona-
da? ¿Se debe renunciar definitivamente al ideal de justicia imparcial e indepen-
diente, propuesto por los esquemas constitucionales de la mayoría de los países
occidentales, por tratarse de un ideal, no solo ficticio, sino también inasequible?
¿Conviene proponer su desaparición? O, por el contrario, ¿conviene no claudicar
a la aspiración de mejorar constantemente –y a nivel institucional– el modelo real
de poder judicial con la finalidad de adecuarlo al modelo ideal?
Para responder a estos interrogantes resulta conveniente retomar la consideración
de la fórmula del rule of law, o “gobierno normativo del derecho”, que en los últimos
años ha sido tan objetada por las teorías críticas de corte netamente izquierdista.
Por un lado, se ha considerado que este esquema ha sido funcional a los intereses
de los sistemas liberales y que, por esa misma razón, ha terminado degenerando en
18
A modo de ejemplo, en el año 2013, el fiscal nacional José María Campagnoli fue sus-
pendido por un jurado de enjuiciamiento a pedido de la procuradora general de la nación
Alejandra Gils Carbó. Esta suspensión fue motivada en que el fiscal en cuestión inició una
investigación contra el empresario Lázaro Báez, socio de la expresidenta Cristina Fernández de
Kirchner, en el marco de una denuncia por lavado de activos, que involucraba al matrimonio
Kirchner. Actualmente, la doctora Gils Carbó es vocal titular de la comisión directiva de la
organización en cuestión.
19
Ernesto Laclau, La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2011,
pp. 150-151.
20
Ibid., p. 151.
21
Aristóteles, Política, libro III, 1286 a 8-19.
22
Lon Luvois Fuller, The morality of Law, New Haven, Yale University Press, 1964.
23
Maris Köpcke Tinturé, “Desafíos del rule of law”, en Anuario de Derecho Constitucional
Latinoamericano, vol. 20, Bogotá, Fundación Konrad Adenauer, 2014, pp. 591-610.
24
Ibid., p. 600.
25
John Finnis, Natural Law and Natural Rights (en adelante, NLNR), 2ª ed., Oxford, Ox-
ford University Press, 2011, pp. 270-271.
26
Ibid., p. 260.
27
Ibid., p. 274.
28
Juan Bautista Alberdi, Peregrinación de luz de día o viaje y aventuras de la verdad en el
Nuevo Mundo, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1916, p. 109.
bien común de las comunidades políticas”.29 Al tratar la cuestión, Finnis hace eco
del análisis que Tomás de Aquino realiza de Aristóteles, señalando que un Gobierno
limitado por las reglas del derecho positivo (gobierno de las leyes) es condición in-
dispensable para evitar que degenere en tiranía (o gobierno en interés de los gober-
nantes), puesto que “son sus pasiones humanas, que los inclinan a atribuirse a ellos
mismos más cantidad de las cosas buenas y menos de las malas, de lo que vendría
a ser su justa participación”.30
Asimismo, en otra de sus obras, el profesor de Oxford recurre nuevamente a la
analogía para explicar que “el caso central de gobierno [político] es el del gobierno
de un pueblo libre, y el caso central de derecho es el de la coordinación de sujetos
voluntarios por un derecho que, por su completo carácter público (promulgación),
su claridad, generalidad, estabilidad y practicabilidad, trata a esos sujetos como
participantes en la razón pública”,31 reservando la calificación de casos periféricos o
marginales para los supuestos de degeneración del poder político.
Por último, cabe adscribirle una última dimensión al ideal del rule of law para
ser eficaz; esta no puede ser otra que una dimensión ética-racional o moral. Cabe
recordar que teóricos del derecho –como Herbert Hart y Joseph Raz– han sostenido
enfáticamente que, dado el carácter formal con que son expuestos los ocho desi-
derata constitutivos de la fórmula, la misma es éticamente neutral, puesto que los
referidos presupuestos pueden ser susceptibles de observancia tanto en un gobierno
de derecho como en una forma de gobierno desviada. Este argumento es refutado
por el profesor oxoniense recurriendo a la lógica interna –o, como él la llama, razón
práctica interna–, ya que “si los gobernantes […] no respetan los derechos e inte-
reses de alguno de sus gobernados en relación con cuestiones sustanciales (la vida,
la seguridad física, la libertad, la propiedad y demás), por qué deberían los gober-
nantes –qué razón tienen para– respetar derechos e intereses de sus gobernados en
cuestiones de procedimiento envueltas en el rule of law”.32
Al analizar la necesidad de esta dimensión, Finnis señala que “más profundos
y demandantes que cualquier límite legal o constitucional sobre los gobiernos son
los principios morales y las normas que la teoría del derecho natural considera co-
mo principios y normas de la razón y que son límites y constricciones reconocidas
en las deliberaciones sensatas de cualquier persona decente. Las responsabilidades
públicas y la autoridad de los gobernantes no son excepciones de estos límites”.33
De modo que, en el desarrollo del profesor de Oxford, el carácter moral del rule of
29
John Finnis, “Limited Government”, en Collected Essays III. Human Rights & Common
Good, Oxford, Oxford University Press, 2011, pp. 83-106.
30
Ibid., p. 84.
31
John Finnis, Aquinas. Moral, Political, and Legal Theory, Oxford, Oxford University
Press, 1998, p. 250. (Traducción propia).
32
John Finnis, “Natural Law Theories”, Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2015
Edition), p. 7. Disponible en: http://plato.stanford.edu/entries/natural-law-theories.
33
Finnis, “Limited Government”, op. cit., p. 85. (Traducción propia).
5. Lo que queda
34
Finnis, “Natural Law Theories”, op. cit., p. 7. (Traducción propia).
rial jurídico, que solo dirimen los conflictos sujetos a su jurisdicción en función de
sus concepciones ideológicas preconcebidas? ¿De qué le sirve al ciudadano común
sostener, con sus impuestos, una justicia politizada a la que, en definitiva, no puede
acudir en caso de que se vulneren sus derechos? Más aún, ante la ausencia de una
propuesta superadora del actual estado de cosas, ¿solo queda sincerar la situación
y proponer la desaparición del poder judicial?
Ciertamente, por muy verídicas que resulten las objeciones que se formulan a
la actual forma de ejercer la judicatura, pareciera inviable el logro de la paz social a
través de otro mecanismo que no sea el de acudir a un tercero imparcial que detente
las facultades institucionalizadas para dirimir conflictos de intereses.
Es por eso que aun cuando el actual sistema demuestre estar viciado en muchos
aspectos y se encuentre lejos de adecuarse al esquema de división de poderes pro-
puesto por el modelo del Estado de derecho, la aspiración de lograr tal adecuación
no puede abandonarse, si se pretende, en algún momento, el logro de una justicia
independiente.
Asimismo, es necesario identificar las causas de la enfermedad para poder aplicar
correctamente la medicina. La crisis del poder judicial se evidencia en dos extremos:
(i) la concurrencia de ciertos problemas comunes a los sistemas jurídicos latinoa-
mericanos, tales como la excesiva lentitud en el modo de operar y en los pronuncia-
mientos judiciales, lo que puede perjudicar o tornar inciertos los derechos sujetos
al litigio en cuestión; (ii)la corrupción de los jueces, que, en países como Argentina
o Venezuela, se dejan presionar o comprar por el poder político. Esta crisis no es
más que uno de los costados de una crisis institucional integral, que afecta todas las
órbitas del poder estatal y que tiene su raíz en otra crisis aún más profunda: la pér-
dida de valores tanto individuales como sociales. Este panorama torna impotente al
derecho para cumplir la finalidad que le es propia: regular la convivencia humana
con miras al logro del bien común.
No obstante, hay que cuidarse de no caer en el equívoco de responsabilizar úni-
camente al funcionario (sea juez, legislador, ministro, etc.), porque la responsabi-
lidad primera tiene un recorrido “de abajo hacia arriba”, comienza en el ciudadano
común, tanto en lo que hace al cumplimiento de las normas estatales cuanto en lo
que se refiere a la facultad de elegir a sus representantes. Solo una sociedad decente
puede generar y exigir decencia en sus funcionarios. Así se da esta interacción y
reciprocidad de la que hablaba Finnis, como componente esencial de todo régimen
constitucional, y que se materializa en que “las exigencias de la autoridad solo serán
respetadas a condición de que la autoridad respete las exigencias del bien común”.35
Ello obliga a reconducir una vez más la mirada hacia el modelo de poder y fun-
ción judicial propuesto por el ideal del rule of law, sin dejar de reconocer que no
basta, para este fin, la mera adecuación a la dimensión formal. Es menester avanzar
sobre una adecuación a la dimensión política, mediante un sistema que exija, tanto
35
Cfr. Finnis, Natural Law and Natural Rigths, op. cit., p. 273. (Traducción propia).
a jueces como a los demás agentes estatales, la sujeción a las reglas del sistema. Y,
finalmente, resulta aún más imperioso exigir, y que la sociedad exija a quienes delega
su soberanía o a quienes inviste de la facultad para la resolución de conflictos de
coordinación, una talla ética, un porte austero, constante y uniforme, que suponga
la plena conciencia de la responsabilidad delegada.
Este es un ideal al que no se puede renunciar, si se quiere mejorar desde adentro
a las instituciones y al sistema republicano.
Bibliografía