Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
MANUAL DE PSIQUIATRÍA
INFANTIL
Adriana Muñoz
CUARTA EDICIÓN
MASSON
CAPÍTULO XXVI
En su debilidad el niño puede ser víctima del adulto. El adulto puede encontrar en el niño una víctima
fácil que le permite satisfacer su agresividad o sus deseos. Esto puede producirse en el grupo social
general (crueldades entre camaradas, ritos de iniciación entre adolescentes, crueldad de maestro a
alumno, etc.) o en el grupo familiar. En ciertos grupos sociales el niño puede hallarse especialmente en
peligro físico y moral, y la sociedad debe defenderle separándole de sus agresores. Las conductas a
seguir sólo pueden definirse después de una encuesta psicosocial esmerada, porque si frecuentemente
los atentados contra el niño están camuflados por un halo de respetabilidad familiar, es difícil
averiguarlo; otras veces, las acusaciones del niño pueden estar sujetas a caución.
Valor del testimonio del niño. - El testimonio en el adulto puede ser erróneo por razones simplemente
intelectuales: memoria, atención, etc., o por razones emotivas y afectivas; puede ser desvirtuado por
escotomización" o por proyección de los elementos de la personalidad del testigo. Es evidente que el valor del
testimonio en el niño resulta aún más complejo, pues sabemos que antes de llegar al período de la racionalización
de la concepción del mundo, se da en el niño una especie de confusión entre lo que es interno y lo que es
externo, pasando por un período de animismo y de artificialísmo antes de llegar al período racional. Por otra
parte, los estudios psicoanalíticos mostraron hasta qué punto es rica la vida fantasmática del niño y cómo se
confunden a veces realidad y ficción, por poco que se induzca el ensueño del niño o que se le sugieran respuestas
que van a la par con sus deseos. S. Freud relata en Mi vida y el psicoanálisis cómo, al principio de sus
investigaciones, basándose en las declaraciones de los niños en las que tenía fe, creyó que la seducción precoz
por un adulto constituía la fuente de neurosis ulteriores. Más tarde se retractó y sacó la conclusión de que los
síntomas neuróticos no respondían a eventos reales, sino a fantasías de deseos.
No hablaremos aquí del problema general del valor del testimonio del niño a propósito de un crimen o de un
delito, ni de las autoacusaciones de jóvenes desequilibrados deseosos de hacerse interesantes o de los niños que
se acusan por declarar inocente a un padre o a un amigo que saben o creen culpable, problema que entra en el
cuadro de la mentira o de la fabulación infantil, estudiada por J. M. Sutter. Al lado del niño que se acusa, forma
relativamente rara, es más frecuente la forma del niño que acusa o que confirma las acusaciones de los adultos.
Es algo a tener en cuenta cuando se trata de los atentados contra los niños, atentados de orden físico (brutalidad)
o sexual (M. Schachter). Las personas acusadas son los padres, los vecinos, el maestro o personas desconocidas o
simplemente imaginarias. Las calumnias pueden ser el fruto de un ensueño o de una actividad imaginaria y
fabulatriz que se concretiza en el acto de la calumnia. Otras veces se trata de una jactancia compensatoria a fin
de hacerse valer; otras veces incluso se presenta en forma de reacción vengativa, de agresividad consciente o
inconsciente o de un deseo reprimido hacia una persona amada por insatisfacción o celos. Hay que conocer estos
hechos, pues aunque los atentados contra los niños son relativamente frecuentes y especialmente indignantes lo
son en cuanto tales y en cuanto consecuencias de nuestras propias proyecciones; hay que saber, antes de juzgar
demasiado fácilmente al adulto que, inversamente al dicho popular, la verdad no siempre sale de la boca del niño.
A veces se tiene la impresión de que el niño siente este "inconsciente colectivo" que origina el escándalo y la
reprobación que determinada prensa se encarga de explotar.
Sin embargo, no hay que olvidar que esta fragilidad del testimonio del niño puede ser utilizada a veces por los
padres o el agresor para invalidar las declaraciones del niño.
A. EL NIÑO MALTRATADO
Hay que distinguir entre "niño descuidado" al que faltan cuidados físicos, y "niño maltratado"
que puede sin embargo estar limpio, bien alimentado y bien vestido; pero en algunas condiciones
socioeconómicas un niño puede estar a la vez descuidado y maltratado.
El problema de la brutalidad para con los niños dentro del grupo familiar merece ser estudiado.
Numerosos niños sufren y mueren cada año del síndrome polifracturario llamado "de los niños
apaleados". Muchos niños resultan irremediablemente marcados en su carne y en su espíritu, y los
médicos deben saber que este síndrome (tal como lo han descrito C. Kempe, F. Silverman, P. Steele, W.
Droegmuller y H. Silver, en un resonante informe médico-psiquiátrico, publicado en 1962) "constituye
una causa frecuente de invalidez permanente y de muerte, y que debe considerarse siempre que un
niño presente cualquier fractura, hemorragia meningítica, heridas o hematomas múltiples, trastornos
atípicos del crecimiento, y siempre que un niño muera repentinamente y siempre que la importancia y
la naturaleza de las heridas que presente no correspondan al relato que haga la familia de las
circunstancias del accidente".
Desde esta época, son centenares las publicaciones aparecidas. Se hallarán informes generales sobre
el tema en el libro de R. E. Helser y D. H. Kempe (] 968), en el de A. E. Skinner y R. N. Castle (l969), en los
artículos de P. Straus y A. Wolf (1969) y de N. Lukianowicz (1971).
Actualmente, el "síndrome del niño maltratado se ha convertido en un complejo bien definido de
síntomas clínicos clásicos pero, desgraciadamente, como dice N. Lukianowicz (1971), no se tienen
bastante en cuenta los daños causados por las frecuentes heridas en los tejidos blandos externos y en
los órganos internos, presentes en el 77% de los casos de A. E. Skinner y R. N. Castle, mientras que el
síndrome clásico sólo aparece en el 55% de los niños de su muestra. El mismo N. Lukianowicz trata a
niños "gravemente maltratados físicamente".
A titulo de información se han puesto de manifiesto en los niños que padecen del síndrome de los
niños golpeados, además de las lesiones óseas puestas en evidencia por los exámenes radiológicos,
lesiones buco-nasales y anomalías oculares. Las secuelas óseas son de diverso orden: encorvamiento de
la diáfisis humeral, limitación de los movimientos del codo, deformaciones de los dedos, coxavara,
deformación de las vértebras lumbares. Los golpes buco-nasales comportan: destrucciones y cicatrices
del velo, lisis del tabique nasal. Los daños oculares se caracterizan por puentes atróficos en la periferia
del campo retiniano temporal. Según P. Marotaux y colaboradores aunque este síndrome aparece en
determinados casos en niños realmente golpeados, en otros no se halla la noción de malos tratos
voluntarios, siendo éstos la consecuencia de manipulaciones demasiado enérgicas. Sin embargo, hay
que desconfiar de las declaraciones de los padres pues o bien minimizan su brutalidad (a veces uno de
los padres, bajo el efecto del temor, la niega con conocimiento de causa) o bien no se reconoce a la
brutalidad como tal; consideran que su actitud es educativa o que es la consecuencia de su autoridad
indispensable.
El diagnóstico es muchas veces difícil debido a la temprana edad o al miedo que tienen los niños a
confiarse demasiado a menudo a causa de una especie de "rechazo de ver" del médico, haciéndose el
diagnóstico diferencial esencialmente sobre las discordancias entre las declaraciones de los padres y las
características de la lesión. Muchas veces se confundieron estos casos con una fragilidad ósea
constitucional o una púrpura trombopénica.
La frecuencia es muy difícil de evaluar. D. G. Gil (1968) encuentra diferencias muy grandes según los métodos
de investigación. En la Alemania Federal se estimó en 8.000 por año el número de niños maltratados sobre una
población de 55 millones de habitantes (W. Becker, 1968); en los Estados Unidos, se estima que el 15% por lo
menos de todos los niños atendidos en urgencias pertenecen a la categoría de los niños maltratados (C. V. Laury,
1970).
La totalidad de los casos de los niños golpeados observados por J. M. Grislain (32) "concierne a los niños no
escolarizados, es decir que los autores de los malos tratos pertenecen al medioambiente familiar, en el amplio
sentido del término: padres, padres políticos, colaterales de mayor edad, queridos, amas de cría. El reparto de las
lesiones clínicas es la siguiente: fracturas, 9 casos (3 aislados, 6 poli fracturados); lesiones cutáneas y subcutáneas,
8 casos; lesiones cutáneas, fracturas, 4 casos, de los que 1 fue mortal; lesiones traumáticas cerebromeníngeas, 8
casos (4 hematomas subdurales, 2 hemorragias meníngea. traumáticas con 1 mortal, 2 meningitis serosas); 3
hipotrofias graves.
Los estudios llevados a cabo sobre familias en las que sobrevienen malos tratos hacia los niños pusieron a
veces de relieve condiciones socioeconómicas desfavorables o alcoholismo. J. R. Grislain y cols observan que,
según las estadísticas de los tribunales de los niños de la región de Nantes, el 90% de los dossiers de inhabilitación
paterna hace referencia al alcoholismo de los padres. Por contra, B. J. Sleele y C. B. Pollock (1968) no hallaron
diferencias entre sus pacientes y la población general desde los puntos de vista socioeconómico y nivel intelectual
(C.1. 70-130); el alcoholismo no tiene en su grupo relación directa con los episodios de malos tratos en los niños.
Habitualmente es uno de los padres quien manifiesta brutalidad hacia el niño; en la serie de B. J. Steele y C. B.
Pollock (1968) se trataba de la madre en 50 casos, del padre en 7 casos; en la de N. Lukianowicz, la madre era
brutal en el 80% de los casos; en la de A. E. Skinner y R. N. Castle, lo era en el 56% de los casos y el padre, en el
44% en el estudio de T. G. GiI, había una ligera preponderancia de las madres (53%), pero un cuadro inverso para
los incidentes fatales (53% de los padres).
Perfil psicológico de los padres. - En la tesis de R. Rabouille (1967), sobre 67 casos de niños víctimas,
los padres de familia son alcohólicos en el 46% de los casos; las madres, en el 16,4%; los dos padres, en
el 11,9%; el 23,8% de las madres son débiles; el 67,7% de las familias tienen de 4 a 9 hijos. En realidad,
según P. Strauss y A. Wolf, muchos padres no son ni débiles, ni etílicos, ni miserables.
Como indican B. J. Steele y C. B. Pollock, los sujetos que maltratan a los niños han sido descritos
"inmaduros", "impulsivos", "dependientes" "sadomasoquistas", "egocéntricos", "narcisistas",
"exigentes"; estos adjetivos son apropiados; sin embargo, estas características están tan difundidas
entre la población general, que constituye un débil apoyo para una comprensión específica. También
han buscado estos autores un "modelo" constante de comportamiento de estos padres, que puede
existir con otros trastornos psicológicos, aunque también independientemente de ellos, y que
correspondería a un modelo específico de educación que se encontraría en la propia historia de los
padres. Describen dos elementos básicos: espera y exigencia opuesta por parte del padre para el
rendimiento del niño de pecho; falta de consideración por parte del padre para con las necesidades
propias del pequeño, de sus capacidades limitadas, de su impotencia: I. Kaufman, dicen, ha descrito el
mismo fenómeno con los términos de "distorsión de la realidad" por el padre y de "percepción
aberrante del niño pequeño": "el niño no es percibido por el padre, sino sólo una cierta figura
delirante", "puede ser percibido corno la porción psicótica del padre que éste desea dominar o
destruir". El padre obra a veces como si fuera un niño asustado, desamado, que busca en su propio hijo
un adulto capaz de procurar amor y consuelo ("inversión del rol", de M. G. Monis y R. W. Gould). "Otros
padres extremadamente infantiles que desean ser bebés, muestran un resentimiento contra la
dependencia y las necesidades de su hijo y expresan este resentimiento por vías hostiles; proyectan sus
dificultades sobre su hijo y tienen la impresión de que el niño es la causa de las mismas" (I. Kaufman).
R. Gladston (1971) considera que estos padres no difieren de los otros por la cantidad o la calidad de
su potencial de violencia, sino que han fracasado en el dominio de este potencial, por no haber
adquirido la capacidad de abstraer, de simbolizar y de desplazar la cólera derivada de la frustración de
sus deseos. Se sienten ofendidos por sus hijos pequeños preverbales porque éstos les recuerdan una
situación pasada personalmente frustrante que ellos mismos no fueron capaces de dominar y asimilar.
Podemos señalar particularmente en estos padres: una noción aberrante de las necesidades de las
capacidades de comprensión de los niños; una vivencia de las actitudes de su hijo como una rebeldía
dirigida contra ellos, el no reconocimiento de los deberes hacia sus progenitores, la no sumisión a la
autoridad que ellos se han atribuido; una actitud educativa rígida, rigurosa y punitiva, que es de hecho
una defensa contra el temor de que ellos se desvíen del camino recto; una proyección de sus propios
conflictos y una falta de la metabolización de sus tendencias agresivas.
El paso a la acción depende de circunstancias diversas. Según la edad, puede tratarse en el niño
pequeño de gritos, lloros o rechazo de la regulación de las funciones fisiológicas elementales
(alimentación, esfínteres, cte.), en el niño de más edad de inestabilidad o de todo elemento considerado
como oposición. A veces el niño es la cabeza de turco de las reacciones agresivas interconyugales o
maltratado porque interfiere las disputas de la pareja. Las mas de las veces uno de los cónyuges acepta
pasivamente o incita al otro a castigar.
Vemos que, en la mayor parte de los padres, los malos tratos no van acompañados de culpabilidad
porque se sienten en su derecho, pero en algunos las reacciones de agresividad caracteriales pueden ir
acompañadas con un cierto desconcierto y sentimiento de falta. Según N. Lukianowicz, la madre no
intenta disimular su hostilidad y odio hacia el niño.
Perfil psicológico de los niños maltratados.- El niño maltratado puede reaccionar de una manera
pasiva o reactiva, pudiendo aumentar en ambos casos la agresividad del padre. El mayor peligro estriba
en que la brutalidad se integre en una fórmula de diálogo aceptado por el agresor y la víctima.
Según N. Lukianowicz, durante el examen el niño es habitualmente apático, retraído, no habla,
parece cansado, triste y de mayor edad de la que tiene; puede presentar un aspecto desilusionado, o su
cara puede ser inexpresiva y exenta de emoción. A veces, es evidente que el niño tiene miedo de su
madre.
A corto plazo, los efectos de los malos tratos en el niño son: un cambio de apariencia y de conducta,
un cambio de actitud hacia el padre brutal, claro exponente del miedo y de los síntomas de Stress
emocional -enuresis diurna o nocturna y encopresis, rechazo de los alimentos, vómitos, etc.
Estudiando los niños y su familia en un centro diurno especial de protección de niños preescolares, R.
Caldston observa que estos niños toleran muy fácilmente la separación de la familia.
Aunque inicialmente se presentan como apáticos y faltos de in1erés, más tarde adoptan una
conducta violenta que parece constituir la expresión del deseo de ser reconocido personalmente por un
adulto a través de la descarga de energía muscular (las actividades violentas son menos acentuadas en
las muchachas que en los muchachos). Además, manejan muy mal su cuerpo, sin que esto esté
necesariamente en relación con un trastorno neurológico, pues los trastornos de la coordinación y de la
habilidad motora desaparecen al cabo de algún tiempo de tratamiento. La Interrupción de la
frecuentación de este centro, aunque sea durante algunas semanas o incluso durante el fin de semana,
puede engendrar una regresión coro pérdida de las habilidades recientemente adquiridas. Estos autores
señalaron como otra característica una denegación activa de la existencia o de la presencia del otro. La
acción terapéutica de este centro, en la que participan los padres, parece positiva, sin que se pueda
afirmar claramente si esto está en relación con una identificación con el entorno, una imitación con el
simple reconocimiento por el adulto de la existencia del niño.
B. EL INFANTICIDIO
El filicidio. - P. J. Resnick (1969) hizo una revisión mundial de la literatura sobre el filicidio y muestra
que el asesino es la madre en 88 casos (de las cuales el 88% están casadas) y el padre en 43 casos. El
filicidio sobreviene sobre todo en el transcurso de los seis primeros meses después del parto. Las
madres ahogan, sofocan o matan con gas la mayoría de las veces, mientras que los padres tienden a
utilizar métodos más activos tales como golpear, aplastar, apuñalar.
Una forma especial es la denominada "muerte en la cuna" o "S. U. D." (Muerte repentina inesperada
en el bebé), cuyo número seria de 20.000 a 30.000 por año en los Estados Unidos, y que se caracteriza
por un fallecimiento descubierto, se dice, accidentalmente, considerado como una muerte debida a la
asfixia, pero que St. S. Asch y muchos autores según él consideran como infanticidios chamullados,
constituyendo a menudo la expresión de una depresión postpartum en la madre.
Según los motivos aparentes, P. J. Resnick propone la clasificación del filicidio en "altruista",
"psicótico agudo", "hijo no querido", "accidental", "venganza de esposo". "El infanticidio altruista" es
clásico (G. Perrussel, 1923); ya mencionado por Ph. Pinel y E. Esquirol, es definido por G. Perrussel como
un homicidio cometido en interés de la victima, por amor maternal, filial o conyugal, con la convicción
de que sólo la muerte puede evitar a la victima un destino peor que la muerte. T. Harder se pregunta
hasta que punto esto no oculta un rechazo o una verdadera incapacidad de establecer buenas
relaciones maduras con el hijo o un miedo de no ser capaz de cumplir las funciones maternas. En dos
tercios de los casos de infanticidio los sujetos muestran signos de rechazo o de amor exagerado hacia
los niños. Este autor está de acuerdo con M. Schachter (1958) quien, dejando de lado el altruismo, juzga
que es más apropiado considerar el infanticidio como una de las vías por las que una actitud inhumana
puede manifestarse contra un hijo.
La mayoría de los casos publicados corresponden a estados psicóticos y depresivos, y a menudo a una
psicosis postpartum.
C. McDermaid y E. G. Winkler subrayaron en el síndrome de "depresión obsesiva centrada en el hijo"
que el filicidio puede ser una excepción en la creencia general de que las ideas obsesivas no son
"obradas".
Muchos autores hicieron una comparación entre depresión, suicidio y filicidio (St. S. Asch, J. C.
Rheingold). Según SI. S. Asch que estudió el mecanismo de la depresión del postpartum, hay en las
mujeres normales, en el momento del postpartum, una crisis de depresión muy débil que responde a un
sentimiento de pérdida, pero determinadas depresiones del postpartum y otras psicosis puerperales
pueden desarrollarse en las mujeres que no fueron capaces de hacer frente de manera adecuada a
problemas de pérdida y de separación en el transcurso de su propia infancia (hipótesis asimismo de J. C.
Rheingold). Por esto no son capaces de aceptar la pérdida del bebé, es decir de una parte de ellas
mismas, en el proceso del parto y de entrar en relación con él de una manera normal, madurativa y
amante; otras mujeres pueden desarrollar una necesidad de destruir algo que resienten como una parte
mala de si-mismas, estando identificada dicha parte mala con el bebé y experimentada como un cuerpo
extraño, siendo incapaz la mujer de entrar en relación con él en calidad de objeto a amar.
J. Delay y cols., considera que el tipo de infanticidio más frecuente es el suicidio colectivo, que no es
privativo exclusivamente de los melancólicos pero que puede observarse igualmente en personas que
presen tan un carácter histérico.
El infanticidio a cargo de padres esquizofrénicos responde a motivaciones diversas: va a la par con las
ideas de suicidio (observándose una oscilación entre suicidio y asesinato), con ideas sacrificiales a fin de
salvar el conjunto de la familia (con la posibilidad de que el enemigo y la víctima se confundan en
determinados casos en la persona del hijo), o constituye un acto impulsivo intitulado asesinato
catatónico o puede ser dictado por alucinaciones. Determinados autores describen un infanticidio por
pasividad: la madre deja morir al niño por falta de cuidados y no se ve afectada por su muerte.
La actitud de la sociedad hacia los homicidas, muy severa antiguamente, lo sigue siendo para los
hombres, mientras que las mujeres son frecuentemente absueltas. La noción de amor materno está tan
enraizada que no se comprende bien como una madre puede matar a su hijo, de otro modo que por
razones profundamente patológicas o bajo el peso de una emoción, y muy a menudo por amor,
Señalemos que según S. A. Myers, son muchos los padres infanticidas que se suicidan.
El infanticidio no filicida. - El infanticidio puede ser ejecutado por niños. En una investigación de L.
Adelson (1972), cinco bebés de menos de 8 meses fueron muertos (traumatismos craneanos) por niños
de 2½, a 8 años. Un sentimiento de rechazo y de rivalidad hacia un hermano o una hermana, o un
resentimiento contra la presencia de un niño pequeño que amenazaba el sentimiento de seguridad, el
sitio o la prioridad en el hogar acarreó la provocación de una violencia letal.
En la revisión de S. A. Myers (1967), se hallan 40 infanticidios, de los que 8 lo son por personas de la
familia, 19 por conocidos y 3 por extraños. Se trata de malos tratos que abocan en la muerte o que se
producen a continuación de atentados sexuales o de raptos.
I. LA PEDOFILIA
En una encuesta hecha en Canadá. D. Szabo ha señalado que la edad de las víctimas de personas
condenadas por delito sexual es, en el 43% de los casos de menos de 13 años. A. Friédemann subraya en
su estudio qué el 12% de las víctimas de atentados contra el pudor tienen menos de 7 años, el 16% están
en el periodo de latencia sexual (edad escolar), el 50% en la prepubertad y la pubertad, y el resto en la
adolescencia. La tasa relativamente baja para el adolescente se explica por el porcentaje de
matrimonios contraídos prematuramente, que ocultan un gran número de violaciones y de ultrajes a las
costumbres.
Los tipos de actividades pedófilas son variados, bien el exhibicionismo en una plaza, a la salida de un
pueblo, de las escuelas, etc., bien actividad homosexual o heterosexual que va desde el simple
tocamiento (caricias y tocamientos del niño a petición de masturbación o fellatio) a la violación
aceptada mas o menos pasivamente y, en fin, a la violación agresiva propiamente dicha o a la sodomía.
Las víctimas de los atentados sexuales. - Presen tan igualmente determinadas particularidades.
Los estudios de R. Lafon y otros y de A. Friedemann demuestran que han vivido en una constelación
familiar perturbada e insatisfactoria (hogar familiar disociado) o que carecía de valor educativo por
amoralidad o inmoralidad. Según R. Lafon y otros no se encontraría más que un 9% de casos en los que
puede hablarse de familias unidas y que presentan todas las garantías morales. En casi todas las
observaciones de M. Mathis, el niño ha vivido en condiciones frustrantes o angustiosas (padre brutal,
madre dominada, débil o francamente desfallecida, alcoholismo, libertinaje, debilidad, abandono
educativo).
Los atentados sexuales plantean el problema del traumatismo psíquico que producen en el niño. La
culpabilidad de los niños respecto al atentado sufrido sería diferente, según M. Mathis, en relación con
la educación y el medio al que pertenecen. El shock sería menos perceptible cuando la educación moral
anterior es relajada. En este caso, debe analizarse sobre todo la mayor o menor inmoralidad "crónica",
desarrollándose el acto en esta atmósfera perniciosa. Parece que las niñas víctimas de este tipo de
atentado que viven en un ambiente poco controlado y de educación relajada, presentan en general una
culpabilidad sexual mínima, pero guardan una agresividad respecto a los adultos, mientras que las nií1as
educadas en un ambiente estricto presentan una culpabilidad intensa con una agresividad más discreta.
Estudiando el porvenir de estos niños, A. Friedemann comprueba que los que han sufrido ultrajes al
pudor en la edad preescolar o en el período prepubertario serán menos desorganizados que los que los
han sufrido en la época de latencia. En casi la mitad de estas observaciones se halla como consecuencia
del traumatismo sexual o una tendencia a entrar en conflicto con las autoridades, o bien un síndrome de
abandono, que se manifiestan por robos, mentiras, vagabundeo, etc. Según R. Lafon y cols., es
excepcional que la evolución de estos niños sea normal, pero, sin embargo, es un conjunto mejor de lo
que podría parecer a primera vista. Estos autores señalan, sin embargo, que en un caso de cada 10, las
niñas se abandonan secundariamente a experiencias homosexuales cuya eclosión había sido favorecida
por las conclusiones particulares de la vida en grupo cerrado que constituía el internado especializado
en que habían sido colocadas.
De hecho, el problema de la evolución ulterior de estos sujetos no puede ser considerado más que en
función de las condiciones individuales y del ambiente familiar; es preciso saber que esta evolución
depende no sólo de la agresión, sino del ambiente en que se desarrollan la encuesta y la acción judicial,
y de las medidas más o menos hábiles que se toman respecto a ellos.
Como dice L. G. Schultz. (1971), el rol del terapeuta consiste en reducir el traumatismo psicológico
de la víctima. Los niños víctimas de atentados sexuales pueden ser considerados a lo largo de un
continuum, con la víctima totalmente accidental en un extremo y la pareja seductora en el otro, y el tipo
de terapia parece estar en relación con la situación del niño a lo largo de este contínuum. Según dicho
autor, la mayoría de los niños víctimas con los que no se empleó la violencia buscan o permiten una
conducta afectuosa por parte de sus "ofensores" y no perciben la "ofensa" en un principio como
traumática. El mayor traumatismo potencial es con mucho el hecho de la sociedad, de sus instituciones
y de los padres del niño que utilizan el niño-víctima para demandar al "ofensor" delante de los
tribunales.
II. EL INCESTO
La edad del padre en estas clase Je relaciones oscila entre los 30 y 45 años y la edad de comienzo de
las relaciones incestuosas en la hija está comprendida entre los 5 y los 14 años aproximadamente. La
mayoría de las veces, el padre escoge la hija mayor como primera pareja, pero más tarde puede
continuar con otras hijas más jóvenes. H. Cavallin observa que el 40% de los casos hubo relación
incestuosa con más de una hija. La duración de las relaciones es variable oscilando entre los 4 meses y
12 años, siendo la media de 8 años (Lukianowicz).
El perfil de las personalidades de los padres incestuosos debe estudiarse separadamente según se trate del
padre o de la madre.
En parte por razones inconscientes, nos limitamos a describir al padre incestuoso como un "degenerado" en el
sentido clásico del término, como un retrasado mental o como un psicótico, produciéndose el acto incestuoso la
mayoría de las veces bajo el efecto del alcohol. Al hacer esto, situamos al incesto fuera del cuadro de un modo
especial de relación instintiva, no pudiendo ser este acto otra cosa que la "demencia"' en el sentido legal del
término o de una aberración del juicio y de la conducta, extranatural.
En realidad, aunque se describe frecuentemente el alcoholismo, no es constante; Colin y cols., hallan la
debilidad intelectual en 27 casos, mientras que en 30 casos el nivel intelectual es normal o máximo. Según H.
Maisch, la inteligencia es normal en el 60 a 85% de los casos. Los niveles mentales bajos (CI. inferior a 70) oscilan
entre 2 y 9%. H. Cavallin encuentra desorganizaciones psicóticas en 2 casos sobre 12, además de 2 casos
Borderline. N. Lukianowicz no encuentra ni estado psicótico, ni estado francamente neurótico en sus casos.
Muchos autores describen organizaciones defectuosas de la personalidad del padre: relación inadecuada o
débil, personalidad mal organizada con identidad mal definida y actitud paranoide que tienden a aislarlo de la
familia y de la sociedad. Sin embargo, hay padres incestuosos que presentan una compostura social al menos
aparentemente satisfactoria y mantienen una fachada patriarcal. El acto incestuoso es en su opinión un derecho
natural y, pese a reconocer su carácter ilegal, no lo clasifican en el cuadro de una verdadera responsabilidad
moral. Por otra parte, en determinados casos el padre puede considerarse con derecho a la iniciación del amor
sexual que, gracias a él, se hará con ternura y sin la brutalidad que podría sufrir su hija si tuviera relaciones con
gente joven. A veces este modo de relaciones comienza con la hija mayor y puede seguir con las siguientes. El
padre de familia incestuoso no es de ordinario "mujeriego"; como dice P. Scherrer, sólo se puede deplorar "que
tenga un sentido de familia demasiado grande". Según dicho autor, son dos los tipos de padres incestuosos que
se pueden describir:
- el que reemplazo a su mujer o tiene tendencia a reemplazarla por una hija, convertida en verdadera
compañera, con la que se contraen lazos amorosos, más o menos fuertes, más o menos cargados de sensualidad
y de ternura, más o menos duraderos según la estructura mental del hombre y tal vez también de la chiquilla
amante;
- aquél cuya voluptuosidad poco arriesgada puede ser satisfecha económicamente por el objeto a medida de su
deseo, entregado a su apetito por su dependencia.
De una manera general, a despecho de su aspecto antimoral, el primer tipo parece ser más propio de la
sociología y el segundo, de la patología,
Finalmente hay un tipo al que se le podría llamar neurótico, observado la mayoría de las veces en los hombres
abandonados por su mujer. Su estructura mental es muy masoquista; tienden a invertir los roles y a hacer de
madre de sus hijos.
Muchos autores han insistido en el rol que desempeña la mujer en las relaciones incestuosas padre-
hija, en calidad de esposa o en calidad de cómplice más o menos consciente. También se insistió en los
frecuentes trastornos de las relaciones conyugales en las que estos padres se sienten frustrados por una
mujer no amante, fría, hostil o sexualmente rechazante y que les incita a buscar gratificaciones sexuales
en otra parte (C. N. Lustig y cols., D. I. Raphling y cols, etc.). Pero se piensa, además, que el padre puede
verse ayudado en su relación incestuosa con su hija por una esposa cómplice que acepta pasivamente el
hecho. Como observa D. I. Raphling, a veces la misma madre fue rechazada por su propia madre con la
cual no se identificó, pudiendo tener, en consecuencia, una actitud hostil hacia su prole femenina; a
veces, la madre no es capaz de asumir su rol de esposa Y, responsabiliza a su hija haciéndole
desempeñar el rol de esposa y amante de su propio padre, descargando así sobre ella el rol que no
puede desempeñar personalmente. Visto desde este ángulo, es normal que algunos autores hayan
podido considerar a la madre como la piedra angular de este sistema familiar patológico (C. N. Lustig y
cols.).
Según J. Noel y col., hay que subrayar el siguiente hecho: "el conocimiento del incesto por la madre,
como tampoco la publicación oficial, no quiebra la cohesión de la familia que sobrevive siempre, incluso
a la inculpación del padre". Esto es cierto en nuestra opinión, incluso cuando la madre denuncia al
padre, pero la separación puede tener lugar después, durante la repetición del incesto, después de
reincidir en la misma persona o en otra de las hijas. La actitud de la hija frente al incesto es a menudo
pasiva, pero alguna adolescentes son incitadoras a veces y pueden desempeñar un rol en el comienzo de
las relaciones incestuosas. Como dice N. Lukianowicz, no todas las chiquillas son "victimas inocentes",
Según J. Noel y cols., se pueden establecer tres formas clínicas de incesto según la tolerancia de la hija:
el incesto es padecido en el terror, el incesto es aceptado pero sigue siendo conflictivo y el incesto es
integrado sin conflicto y sin síntoma. En una importante encuesta en Suecia, O. Kimberg; y col., señalan
que las relaciones son raramente afectuosas y describen seis casos solamente de incesto de tipo marital
por 23 casos de incesto despótico.
Muchas veces, cuando la actividad incestuosa progresa de la pasividad receptora de afecto a la
participación o incluso a la acción, la hija, descubre en este modo de relaciones un nuevo modo de
satisfacción en la ambigüedad de un acto experimentado al mismo tiempo como donación y como
imposición.
Aunque determinados autores describieron estas hijas como débiles mentales, según H. Maisch, la
inteligencia se considera normal en el 77% de los casos, por debajo de la media en el 23% de los casos.
Según el estudio de O. Szabo referente a 96 casos de incesto, 54 chiquillas son consideradas como
normales.
Evolución psicológica de las hijas que sufrieron incesto. - Según el estudio de 26 hijas, N.
Lukianowicz describe cuatro grupos de evolución: 1) trastornos del carácter y de la conducta social en 11
chiquillas cuya conducta psicosexual está trastornada; 4 de ellas llegaron a ser prostitutas, y la mayoría
presentaban además una sintomatología delincuente y predelincuente. 2) Después de su matrimonio, 5
chicas presentaron una frigidez y una aversión por las relaciones sexuales con su marido, mostrando 3
de ellas síntomas de personalidad histérica. 3) En 4 chicas se observaron francos síntomas psiquiátricos:
neurosis de angustia aguda en una, reacciones depresivas con tentativas de suicidio en las otras tres. 4)
En 6 chicas no se observó ningún defecto aparente sobre la actividad sexual ulterior, pero algunas se
volvieron celosas cuando su padre dejó de mantener relaciones con ellas para volverse hacia su
hermana más joven. Según O. Kimberg y cols., no se comprobarían repercusiones serias sobre la
afectividad en las chiquillas que experimentaron el incesto; K. Friedlender admite que la repercusión
psíquica en la chiquilla depende del carácter del niño y de su desarrollo instintivo. Según dicho autor, los
conflictos serian más graves cuando el incesto se produce alrededor de la pubertad.
En realidad, la evolución psicológica de estas chiquillas depende mucho de la constelación en la que
tiene lugar la situación incestuosa, la mayor o menor aceptación del acto por la hija, la coacción más o
menos importante impuesta por el padre. Las demandas judiciales pueden agravar el problema; como
dice K. Friedlender, cualquiera que sea el tacto de los investigadores no es menos cierto que la hija se
considera responsable del encarcelamiento de su padre y, como tiene la vaga noción de sus propios
deseos (incluso aunque los haya rechazado conscientemente), no deja de sentirse muy culpable. Desde
un punto de vista psicológico, este autor admite que habría que arreglar las cosas sin recurrir a los
tribunales, simplemente alejando a la hija del hogar.
El incesto madre-hijo es raro. En sus trabajo, N. Lukianowicz no cita más de 3 casos. En uno de
ellos, la madre era esquizofrénica y sus tentativas sobre su hijo parecían haber sido impulsivas, no
premeditadas y bastante infantiles. En los otros dos casos, parece que las madres (una viuda y la otra
muy desgraciada en su vida conyugal) eran muy dependientes de su hijo mayor y buscaban un apoyo
moral, una protección; representaba una especie de joven amante idealizado. Los hijos objeto del
incesto están la mayoría de las veces gravemente trastornados emotivamente y pueden presentar
episodios psicóticos (W. C. Wahl, M. S. Guttmacher).
Los niños nacidos de uniones incestuosas.- M. S. Adams y J. V. Neel hicieron un estudio sobre 18
niño nacidos de uniones incestuosas entre hermano y hermana y padre e hija, con relación a un grupo
de control constituido por niños de madres solteras y comparables por la edad, peso, talla, inteligencia y
nivel socioeconómico de los pudres. De los 18 hijos de incesto solamente 7 fueron reconocidos como
normales. En un grupo de 643 pacientes internados en instituciones para atrasados mentales de bajo
nivel, I. Waid y cols encuentran 6 niños nacidos de relaciones incestuosas. Estudiando por otra parte 24
familias en las que tuvieron lugar 29 nacimientos incestuosos, 15 niños pueden ser considerados como
normales, y el resto presentaban déficit de niveles diversos. Los trastornos descritos en los niños
nacidos de incesto pueden atribuirse a una determinación multifactorial.