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Colombia es un país con una presencia institucional variable. En las principales ciudades se
cumple el mandato de la ley, mientras en las periferias hay un caos completo. Este caos
responde al vacío de poder que existe por la falta de soberanía expresada en los municipios
y regiones alejadas de las ciudades. De modo que se imponen poderes que «sin que el
Estado nacional pueda ocupar el espacio para extender su soberanía, y esos poderes usan la
violencia y los asesinatos selectivos para alcanzar su control» (Rodríguez-Luna, 2021). En
esta forma, muchos actores se han impuesto sobre las poblaciones con auténticas
hegemonías; lo que ha llevado al reemplazo del Estado como soberano. Por ende, se
dificulta ordenar la sociedad y llevar a cabo los fines estatales en estas regiones apartadas y
azotadas por estos poderes. Pues, la presencia armada de estos poderes controla los
mercados, ejerce justicia y brinda cierto tipo de «seguridad» a quienes les obedecen por el
temor y la fuerza.
Esta situación se trató de mitigar desde el Acuerdo de Paz firmado en La Habana durante la
presidencia Santos, con el fin de llegar a un armisticio con las FARC-EP. Por lo que, una de
las prioridades para el Estado, para superar estos vacíos, fue empezar a ejercer su soberanía
sobre estos territorios. Que conlleve a que «la paz territorial también proyecta reconstruir la
legitimidad de las instituciones y transformar el relacionamiento del Estado con las
comunidades por medio de cambios en el sistema político» (Rodríguez-Luna, 2021). Para
que se integren las comunidades y puedan estas participar dentro del Estado, ya no como
sujetos pasivos que sufren la violencia; sino, como auténticos ciudadanos cuyos derechos se
protegen y salvaguardan por el Estado.
Esto se ha intentado mediante una transición que permita pasar a las comunidades de
víctimas, indígenas y afrodescendientes desde una posición pasiva a una activa. Es decir,
que estos puedan gozar de su tierra, producir y generar alimentos para su subsistencia y
comercio; que la integración institucional sea completa. El producto de esto sería algo
como que «la paz territorial también proyecta reconstruir la legitimidad de las instituciones
y transformar el relacionamiento del Estado con las comunidades por medio de cambios en
el sistema político» (Iglesias & Jiménez, 2019). Así, la paz tan anhelada no se quedará en la
imposición estatal meramente, más será una autentica bienvenida a las comunidades como
ciudadanos plenos en sus territorios; que exista dignidad y fuerza para implementar los
acuerdos.
Ahora, esto no se da desde el mero deseo, sino que implica la hegemonía estatal para
proteger a las comunidades; pues, aún existen otros poderes que atentan contra la paz, las
comunidades y la soberanía estatal. Ya que aún «Existe un auge de bandas criminales y de
paramilitares en las zonas donde se iniciaron los procesos de restitución de tierras, violencia
dirigida a impedir que sea efectiva la posesión real de la tierra entregada» (Iglesias &
Jiménez, 2019). Lo cual requiere de una fuerte presencia estatal para que se garanticen los
derechos humanos, políticos, sociales y económicos a las comunidades que han sufrido
violencia a través de los años.
Iglesias, E., & Jiménez, V. (2019). El enfoque territorial en el proceso y el Acuerdo de Paz
colombianos. Revista CIDOB d’Afers Internacionals, 67-90.