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Como hemos visto a lo largo de la materia, el trabajo constituye una experiencia fundamental
para muchísimas personas. No sólo porque es a través de él que la mayoría de la sociedad
obtiene los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades vitales, sino también porque el
trabajo constituye un gran organizador de la vida diaria, y las trayectorias de cada persona en
el mercado laboral marcan fuertemente los recorridos biográficos de los trabajadores y sus
familias. También, porque el trabajo puede ser un importante terreno de experimentación y
aprendizaje de derechos sociales y laborales y, vinculado con ello, de organización política.
Pero las experiencias que solemos englobar en la idea de “trabajo” pueden ser muy diversas.
Ser un trabajador o una trabajadora, tener un empleo, puede significar cosas muy diferentes
según el momento histórico, o el sector de la economía, o la región del país; o según se trate
de jóvenes o de adultos, de mujeres o de varones, de mujeres con o sin hijos. Y tanto la
El objetivo de este trabajo práctico es realizar una comparación de la situación del trabajo en
los dos períodos mencionados, centrándose para ello algún aspecto de la dinámica del mundo
del trabajo. Para esto, se considerarán cuatro ejes posibles:
3. La situación de los jóvenes en el mercado de trabajo: los jóvenes suelen ser uno de los
eslabones más débiles del mercado de trabajo, donde tanto el desempleo como el empleo no
registrado tienen mayor incidencia. A partir de las historias laborales de jóvenes de distintas
generaciones se buscará describir la situación laboral de los jóvenes en ambos períodos.
4. Las experiencias de organización y movilización sindical: uno de los rasgos que más suelen
destacarse respecto de la última década es la vitalización de las organizaciones sindicales, en
relación con lo ocurrido en el decenio anterior. A partir del análisis de casos particulares (por
ejemplo, la experiencia de algunas comisiones internas o sindicatos) o sectoriales (para un
sector o rama de actividad), o de la comparación general entre períodos, se buscará dar cuenta
de los cambios en el plano de las relaciones laborales.
Con posterioridad, la crisis que se estableció en el país entre 1999 y 2001 intensificó “el
sentimiento de incertidumbre” y “la sensación de vulnerabilidad personal y familiar”. (Del
Cueto, Luzzi, 2008). Los estudios de Arizaga (2004) revelan que ante esta situación crítica se
desplegaron “nuevas estrategias de supervivencia” por parte de las familias que residían en las
urbanizaciones cerradas tales como “no pagar expensas”, “alquilar la casa durante el verano” o
el pase a establecimientos educativos más económicos para sus hijos, como formas de
mantener el status. A partir del 2002, y frente a los saqueos de diciembre, se estableció lo que
en términos de Svampa (2006) se definió como el “Gran Miedo” que ante el temor a la
invasión implicó reforzar las normas de seguridad y la organización de planes de evacuación al
interior de las urbanizaciones.
Hacía el 2003, se establece lo que Svampa define como la consolidación de la brecha urbana.
De este modo, las urbanizaciones cerradas experimentaron un crecimiento sostenido en tanto
que: por un lado, fueron acompañadas de una reactivación económica. Por el otro, cobró
importancia el accionar de los desarrolladores, publicistas y agentes inmobiliarios que
promocionaban las ventajas de residir en estos emprendimientos (Del Cueto-Luzzi, 2008). Uno
de los rasgos centrales que se inicia en esta etapa es para Svampa (2006) la intensificación de
la búsqueda de seguridad que presenta ciertas diferencias con las anteriores en los que se
privilegiaba un estilo de vida vinculado a la “evocación del verde” o vinculado al “ideal de la
microcomunidad”.