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Eliade, Mircea.

Los sueños y las


visiones de iniciación entre los
shamanes de Siberia, en Los sueños y
las sociedades humanas
Las experiencias extáticas que determinan la vocación del futuro shaman
implican el esquema tradicional de una ceremonia de iniciación: sufrimiento,
muerte, resurrección
08/06/2008 - Autor: Mircea Eliade - Fuente: Webislam

Las enfermedades, los sueños y los éxtasis son otros tantos medios para llegar a ser shaman.
A veces estas experiencias singulares no significan más que una “elección” desde lo alto y
simplemente preparan al candidato para nuevas revelaciones. Pero habitualmente las
enfermedades, los sueños y los éxtasis constituyen en sí mismos una iniciación; es decir que
transforman a la persona profana en un técnico de lo sagrado.

Como es natural, este tipo de experiencia extática es seguido siempre y en todas partes por la
instrucción teórica y práctica a cargo de los maestros ancianos; pero esto no lo hace menos
determinativo, pues es la experiencia extática la que modifica radicalmente la posición
religiosa de la persona “elegida”.

Las experiencias extáticas que determinan la vocación del futuro shaman implican el
esquema tradicional de una ceremonia de iniciación: sufrimiento, muerte, resurrección.
Desde este punto de vista, toda “vocación de enfermedad” desempeña el papel de una
iniciación, pues el sufrimiento que trae consigo corresponde a las torturas iniciativas; el
aislamiento psíquico del “elegido” es la contraparte del aislamiento y la soledad ritual de las
ceremonias de iniciación; la inminencia de la muerte que siente el hombre enfermo recuerda
la muerte simbólica representada en casi todas las ceremonias de iniciación.

En cuanto al contenido de estas primeras experiencias extáticas del shaman siberiano, si bien
es relativamente abundante, casi siempre incluye uno o más de los siguientes temas:
desmembramiento del cuerpo, seguido por una renovación de los órganos y las vísceras
interiores; ascensión al cielo y diálogo con los dioses o espíritus; descenso al infierno y
conversaciones con los espíritus y las almas de los shamanes difuntos; varias revelaciones,
tanto religiosas como shamánicas (secretos de la profesión). Todos estos temas son
claramente iniciativos; en otros sólo se menciona uno o dos (el desmembramiento físico, la
ascensión al cielo). Sin embargo, es posible que la falta de ciertos temas iniciativos se deba,
al menos en parte, a lo inadecuado de nuestra información, pues los etnólogos más antiguos
se contentaban habitualmente con datos sumarios.

Entre los habitantes de Siberia y del Asia Central la vocación de shaman se manifiesta con
frecuencia en la forma de enfermedad. A veces no se trata exactamente de una enfermedad,
sino más bien de un cambio progresivo en el comportamiento. El candidato se hace
meditabundo, busca la soledad, duerme mucho, parece abstraído, tiene sueños proféticos y a
veces ataques. Todos estos síntomas son solamente el preludio de la nueva vida que espera
al candidato desprevenido. Podemos añadir que su comportamiento indica las primeras
señales de una vocación mística, que son casi las mismas en todas las religiones y demasiado
conocidas para que hablemos de ellas.

Pero hay también enfermedades, ataques, sueños y alucinaciones que determinan la carrera
de un shaman en muy breve tiempo. No nos interesa si esos éxtasis patogénicos han sido
experimentados realmente, o han sido imaginados, o al menos se los ha enriquecido
posteriormente con motivos folklóricos, para terminar integrados en el marco de la mitología
shamánica tradicional. Lo esencial es que esas experiencias justifican la vocación y el poder
mágico-religioso de un shaman, que se las invoca como la única validación posible para un
cambio radical en la práctica religiosa.

Los miembros del candidato son arrancados y descoyuntados con un garfio de hierro; se
limpian los huesos, se raspa la carne, se arrojan los fluidos del cuerpo y se arrancan los ojos
de las cuencas. Después de esta operación reúnen todos los huesos y los atan con hierro.
Según otro shaman, Timofei Romanov, la ceremonia del desmembramiento dura de tres a
siete días; durante todo ese tiempo el candidato permanece como muerto, respirando apenas,
en un lugar solitario.
El yacuta Gavriil Alekseev afirma que cada shaman tiene una Ave de Presa Madre, que es
como un gran pájaro con pico de hierro, garras ganchudas y una larga cola. Esta ave mítica
se hace ver solamente dos veces: en el nacimiento espiritual del shaman y en su muerte. Se
lleva su alma, la conduce al infierno y la deja allí para que madure en una rama de pino tea.
Cuando el alma ha llegado a la madurez el ave vuelve a la tierra, despedaza el cuerpo del
candidato y distribuye los pedazos entre los diablos de la enfermedad y de la muerte. Cada
uno de ellos devora la parte del cuerpo que le corresponde; esto ejerce el efecto de dar al
futuro shaman la facultad de curar las enfermedades correspondientes. Después de devorar
todo el cuerpo los demonios se van y el Ave-Madre vuelve a colocar los huesos en sus
lugares y el candidato despierta más tarde como de un sueño muy profundo.

Según otro relato yacuta, los demonios llevan el alma del futuro shaman al infierno y allí la
encierran en una casa durante tres años (sólo un año a los que van a ser shamanes menores).
Allí el shaman sobrelleva su iniciación. Los espíritus le cortan la cabeza, que dejan a un lado
(pues el candidato debe presenciar su desmembramiento con sus propios ojos) y lo
descuartizan en pequeños pedazos que luego son distribuidos a los espíritus de las diversas
enfermedades. Sólo con esta condición adquirirá el futuro shaman la facultad de curar.
Luego cubren sus huesos con una carne nueva y en algunos casos le dan también sangre
nueva.1
Según otra creencia yacuta, recogida también por Ksenofontov, los shamanes nacen en el
Norte. Allí crece un abeto gigantesco con nidos en las ramas. Los grandes shamanes están en
las ramas superiores, los medianos en las del medio, y los ínfimos en la parte baja del árbol.
Según algunos, el Ave de Presa Madre, que tiene cabeza de águila y plumas de hierro, se
posa en el árbol, pone huevos y los empolla; de ellos salen shamanes grandes, medianos e
ínfimos a los tres, dos y un año, respectivamente. Cuando el alma sale del huevo, el Ave
Madre la confía a una shamana diablesa, con sólo un ojo, un brazo y un hueso, para que le
enseñe. Ella mece el alma del futuro shaman en una cuna de hierro y la alimenta con sangre
coagulada.. Luego vienen tres “demonios” negros, despedazan su cuerpo, le clavan una
lanza en la cabeza y arrojan los pedazos de su carne en diferentes direcciones como
ofrendas. Otros tres “demonios” le cortan la mandíbula en pedazos, uno por cada una de las
enfermedades que tendrá que curar. Si falta uno de sus huesos tiene que morir un miembro
de su familia para reemplazarlo. A veces mueren hasta nueve de sus parientes.

En todos estos ejemplos encontramos el tema central de una ceremonia de iniciación: el


desmembramiento del cuerpo del neófito y la renovación de sus órganos, la muerte ritual
seguida por la resurrección. Podemos observar también el motivo del ave gigantesca que
empolla shamanes en las ramas del árbol del mundo; tiene amplia aplicación en las
mitologías del norte de Asia, sobre todo en la mitología shamánica.

Por ejemplo, un shaman yacuta, Sofron Zateejev, afirma que por regla general el shaman
pasa acostado en la yurta durante tres días sin comer ni beber. Anteriormente el candidato
pasaba tres veces por la ceremonia, durante la cual era despedazado. Otro shaman, Piotr
Ivanov, da más detalles de la ceremonia.
Según los informantes yurak-samoyedos de Lehtisalo, la iniciación propiamente dicha
comienza cuando se aprende a tocar el tambor; en esa ocasión es cuando el candidato puede
ver los espíritus. El shaman Ganyakka le dijo a Lehtisalo que en una ocasión en que tocaba
el tambor descendieron los espíritus y lo descuartizaron y además le cortaron las manos. Por
siete días y noches permaneció inconsciente, tendido en tierra. Durante ese tiempo su alma
estuvo en el cielo, yendo de un lado a otro con el Espíritu del Trueno y visitó al dios
Mikkulai.

A. A. Popov hace el siguiente relato acerca de un shaman de los samoyedos de Avam.


Habiendo enfermado de viruela, permaneció tres días inconsciente y tan cerca de la muerte
que el tercer día estuvieron a punto de enterrarlo. Su iniciación se realizó durante ese tiempo.
Recordaba que lo habían llevado al centro de un mar. Allí oyó que su enfermedad (es decir
la viruela) hablaba y le decía: “Del Señor del Agua recibirás el don de shamanizar. Tu
nombre como shaman será huottarie (buzo).” Luego la Enfermedad revolvió el agua del mar.
El candidato salió de ella y subió a una montaña. Allí encontró a una mujer desnuda y
comenzó a mamar de sus pechos. La mujer, que era probablemente la Señora del Agua, le
dijo: “Tú eres mi hijo; por eso te he dejado mamar de mi pecho. Sufrirás muchas privaciones
y te fatigarás mucho.” El marido de la Señora del Agua, el Señor del Infierno, le dio dos
guías, un armiño y un ratón, para que lo condujeran al Infierno. Cuando llegaron a un lugar
alto, los guías le mostraron siete tiendas con los techos rasgados. Entró en la primera y
encontró en ella a los habitantes del Infierno y los hombres de la Gran Enfermedad (la
sífilis). Esos hombres le arrancaron el corazón y lo arrojaron en una olla. En las otras tiendas
encontró al Señor de la Locura y a los señores de todas las enfermedades nerviosas, así como
a los malos shamanes. De este modo conoció las diversas enfermedades que atormentan a la
humanidad.

Siempre precedido por sus guías, el candidato fue luego al País de los Shamanes, quienes le
fortalecieron la garganta y la voz. Después lo llevaron a las costas de los Nueve Mares. En
medio de uno de ellos había una isla, y en medio de la isla se alzaba hasta el cielo un abedul
joven. Era el Arbol del Señor de la Tierra. Junto a él crecían nueve hierbas, las antepasadas
de todas las plantas de la tierra. El árbol estaba rodeado por los mares y en cada uno de éstos
se hallaba una especie de ave con su cría. El candidato visitó todos esos mares; algunos de
ellos eran salados y otros tan calientes que no podía acercarse a la orilla.. Después de visitar
los mares el candidato levantó la cabeza y en la copa del árbol vio hombres de diversas
naciones: samoyedos, rusos, dolganos, yacutas y tunguses. Oyó voces que decían: “Se ha
decidido que tendrás un tambor (es decir el cuerpo de un tambor) hecho con las ramas de
este árbol.” Comenzó a volar con las aves de los mares. Cuando dejaba la costa, el Señor del
Arbol le dijo: “Mi rama acaba de caer; recógela y haz con ella un tambor que te servirá
durante toda tu vida.” La rama tenía tres horcaduras, y el Señor del Árbol le ordenó que
hiciera con ella tres tambores que debían guardar tres mujeres; cada uno de los tambores era
para una ceremonia especial: uno para hechizar a las mujeres en el parto, el segundo para
curar las enfermedades, y el tercero para encontrar a los hombres perdidos en la nieve.
El Señor del Arboles dio también ramas a todos los hombres que estaban en la copa del
árbol. Pero, apareciéndose en el árbol en forma humana hasta el pecho, añadió: “Solamente
una rama no doy a los shamanes, pues la reservo para el resto de la humanidad. Pueden
hacer con ella viviendas y utilizarla para sus necesidades. Yo soy el Árbol que da la vida a
todos los hombres.” El candidato tomó la rama y se disponía a reanudar el vuelo cuando
volvió a oír una voz humana, que esta vez le reveló las virtudes medicinales de las siete
plantas y le dio ciertas instrucciones acerca del arte del shamanismo. Pero la voz añadió que
debía casarse con tres mujeres, lo que hizo posteriormente casándose con tres muchachas
huérfanas a las que había curado la viruela.

Después llegó a un mar interminable y en él encontró árboles y siete piedras. Las piedras le
hablaron una tras otra. La primera tenía dientes como los de los osos y una cavidad en forma
de cesto, y le reveló que era la piedra de sostén de la tierra; apretaba los campos con su peso
para que no se los pudiera llevar el viento. La segunda servía para fundir el hierro. Se quedó
con esas piedras siete días y así aprendió cómo podían ser útiles para los hombres.

Luego sus dos guías, el armiño y el ratón, lo llevaron a una montaña alta y redonda. Vio ante
él una abertura y entró en una cueva brillante, en el centro de la cual había algo parecido a
un fuego. Vio dos mujeres, desnudas pero cubiertas con pelo, como los renos. Luego se dio
cuenta de que no se trataba de un fuego, sino de una luz que llegaba de lo alto a través de
una abertura. Una de las mujeres le dijo que estaba encinta e iba a dar a luz dos renos; uno
de ellos sería el animal que sacrificarían los dolganos y evenkes, y el otro el que sacrificarían
los tavghis. También le dio un cabello que le sería útil cuando curara a los renos. La otra
mujer dio a luz también dos renos, símbolos de los animales que ayudarían al hombre en sus
trabajos y además le proporcionarían alimento. La cueva tenía dos bocas, una que daba al
Norte y otra que daba al Sur; por cada una de ellas las mujeres enviaron un reno para que
sirviera a la gente del bosque (dolganos y evenkes). También la segunda mujer le dio un
cabello. Cuando ejerce su oficio se vuelve mentalmente hacia esa cueva.

Luego el candidato llegó a un desierto y vio a lo lejos una montaña. Tras un viaje de tres
días llegó a ella, entró por una abertura y encontró a un hombre desnudo que manejaba un
fuelle. En el fuego había una caldera “tan grande como la mitad de la tierra”. El hombre
desnudo lo vio y lo asió con un par de tenazas gigantescas. El novicio tuvo tiempo para
pensar: “¡Estoy muerto!” El hombre le cortó la cabeza, le descuartizó el cuerpo y arrojó todo
ello en la caldera. En ella hirvió su cuerpo durante tres años. También había allí tres
yunques, y el hombre desnudo forjó su cabeza en el tercero, que era en el que se forjaba a los
mejores shamanes. Luego arrojó su cabeza en una de las tres ollas que había allí, la olla en
que el agua estaba más fría. Entonces le reveló que cuando lo llamaran para curar a alguien,
si el agua de la olla ritual estaba muy caliente sería inútil que ejerciera su arte, pues el
hombre estaba ya perdido; si el agua estaba templada, se hallaba enfermo pero se
restablecería; el agua fría indicaba un hombre sano.

Después el herrero pescó sus huesos en un río en el que flotaban, los unió y los cubrió otra
vez con carne. Los contó y le dijo que tenía tres huesos de más, por lo que debía procurarse
tres vestidos de shaman. Le forjó la cabeza y le enseñó a leer las letras que hay dentro de
ella. Le cambió los ojos, y por eso, cuando ejercía su profesión, no veía con sus ojos físicos,
sino con esos ojos místicos. Le agujereó las orejas, haciéndolas capaces de comprender el
lenguaje de las plantas. Luego el candidato se encontró en la cima de una montaña, y por fin
se despertó en la yurta, entre su familia. Ahora podía cantar y ejercer su profesión
indefinidamente sin cansarse.

Hemos reproducido este relato porque es tan asombrosamente rico mitológica y


religiosamente. Si se hubiera tomado el cuidado de recoger las confesiones de otros
shamanes siberianos probablemente ninguno habría quedado reducido a la magra fórmula
común: el candidato permanecía inconsciente durante cierto número de días, soñaba que lo
despedazaban los espíritus y lo llevaban al cielo, etcétera. Es evidente que el éxtasis
iniciador sigue muy de cerca ciertos temas ejemplares: el novicio encuentra varias figuras
divinas (la Señora de las Aguas, el Señor del Infierno, la Señora de los Animales) antes que
los animales que lo guían lo lleven al centro del mundo, en la cumbre de la montaña
cósmica, donde están el Arbol del Mundo y el Señor Universal; del árbol cósmico y por
voluntad del Señor Universal mismo recibe la madera para hacer su tambor; seres
semidemoníacos le enseñan la naturaleza de todas las enfermedades y su curación;
finalmente, otros seres demoníacos descuartizan su cuerpo, lo hierven y le cambian los
órganos por otros mejores. Cada uno de estos elementos del sueño iniciativo es consecuente
y ocupa su lugar en un sistema simbólico o ritual muy conocido en la historia de las
religiones. En su conjunto representan una variante bien organizada del tema universal de la
muerte y la resurrección mística del candidato por medio de un descenso al infierno y una
ascensión al cielo.

El mismo sistema de iniciación se encuentra en otros pueblos siberianos.3 El shaman tungus


Ivan Tscholko declara que un futuro shaman tiene que caer enfermo, sufrir el
descuartizamiento de su cuerpo y los demonios (saargi) deben beber su sangre. Esos
demonios –que son en realidad las almas de los shamanes difuntos– arrojan su cabeza en una
caldera, donde la forjan con otras piezas de metal que más tarde formarán parte de su
vestimenta ritual. Otro shaman tungus refiere que estuvo enfermo todo un año. Durante todo
ese tiempo cantaba para sentirse mejor. Sus antepasados shamanes acudieron y lo iniciaron.
Lo atravesaron con flechas hasta que perdió el conocimiento y cayó en tierra; le cortaron la
carne, le arrancaron los huesos y los contaron; si hubiera faltado uno no habría podido llegar
a ser shaman. Durante esta operación estuvo un verano entero sin comer ni beber.

Aunque los buriatos realizan ceremonias públicas muy complejas para consagrar a los
shamanes, conocen también el “sueño de la enfermedad” del tipo iniciativo. Ksenofontov
relata la experiencia de Michail Stepanov. Éste dice que antes de hacerse shaman el
candidato tiene que estar enfermo durante largo tiempo; luego las almas de sus antepasados
shamanes lo rodean, lo torturan, lo golpean, le descuartizan el cuerpo con cuchillos, etc.
Durante esta operación el futuro shaman permanece inanimado; tiene el rostro y las manos
azules y apenas le late el corazón. Según otro shaman buriato, los espíritus ancestrales llevan
el alma del candidato a la “Asamblea de los Saaytani” en el cielo y allí lo instruyen. Después
de su iniciación cocinan su carne para enseñarle el arte de la curación. Es durante esta
operación iniciadora cuando el shaman permanece siete días y noches como muerto. En esta
ocasión sus parientes (excepto las mujeres) van a donde está él y cantan: “¡Nuestro shaman
está volviendo a la vida y nos ayudará!” Cuando su cuerpo es descuartizado y cocinado por
sus antepasados ningún extraño puede tocarlo.

Las mismas experiencias se encuentran en otras partes. Una mujer teleut se hizo shamana
después de tener una visión en la que hombres desconocidos despedazaban su cuerpo y lo
cocían en una olla. Según la tradición de los shamanes altaianos, los espíritus de sus
antepasados comían su carne, bebían su sangre, les abrían el vientre, etcétera. El kirguis
Bacqa de Kazac dice: “Tengo en el cielo cinco espíritus que me despedazan con cuarenta
cuchillos, me punzan con cuarenta clavos”, etcétera.

La experiencia extática del desmembramiento del cuerpo, seguida por la renovación de los
órganos, la conocen también los esquimales y algunas tribus de las Américas del Sur y del
Norte (por ejemplo los araucanos, los pomos de la costa, los menominos, etc.), en Malekula,
los papúas de Kiwai y los dajaks de Borneo4, y especialmente los australianos. Me limitaré a
citar algunos ejemplos de sueños extáticos y de iniciación de los ensalmadores australianos.

Los arunta conocen tres maneras de hacer ensalmadores: (1) por medio de los iruntarinia o
“espíritus”; (2) por medio de los eruncha, o sea los espíritus de los hombres llamados
eruncha de la época de la mítica Alchera; (3) por medio de otros ensalmadores. En el primer
caso el candidato va a la boca de una cueva y se queda dormido. Un iruntarinia aparece y “le
arroja una lanza invisible que le atraviesa el cuello desde atrás, pasa a través de la lengua, en
la que abre un gran agujero, y sale por la boca”. La lengua de candidato sigue perforada y se
puede pasar fácilmente un dedito por ella. Una segunda lanza le corta la cabeza y la víctima
sucumbe. El iruntarinia lo introduce en la cueva, la que, según se dice, es muy profunda y en
la que se cree que viven los espíritus iruntarinias en una luz perpetua y cerca de frescos
manantiales. En la cueva el espíritu le arranca los órganos internos y le da otros
completamente nuevos. El candidato vuelve a la vida, pero durante un tiempo se comporta
como un lunático. Los iruntarinia –que son invisibles para los otros seres humanos con
excepción de los ensalmadores– lo llevan luego a su aldea. La etiqueta le prohibe practicar
durante un año; si durante ese tiempo se le cierra el orificio de la lengua, el candidato
renuncia a su profesión, pues se considera que sus virtudes mágicas han desaparecido.
Durante este año aprende los secretos de la profesión que le enseñan sus colegas,
especialmente el empleo de los fragmentos de cuarzo (atnongara) que los iruntarinia han
puesto en su cuerpo.

La segunda manera de hacer un ensalmador se parece a la primera, excepto que, en vez de


llevar al candidato a una cueva, los eruncha lo llevan bajo tierra. Finalmente, el tercer
método implica un largo ritual en un lugar desierto donde el candidato debe someterse en
silencio a una operación que realizan dos ensalmadores viejos; éstos le frotan el cuerpo con
cristal de roca hasta raerle la piel, introducen cristales de roca en su cuero cabelludo, abren
un agujero bajo una uña de la mano derecha y le hacen una incisión en la lengua.

Un famoso mago de la tribu unmatjera les dijo a Spencer y GilIen que “cuando se convirtió
en ensalmador, un médico muy viejo se presentó un día y le arrojó algunas de sus piedras
atnongara con un lanzavenablos. Unas lo golpearon en el pecho y otras le atravesaron la
cabeza de oreja a oreja y lo mataron. El anciano le sacó luego todas las entrañas, los
intestinos, el hígado, el corazón, los pulmones y en realidad todo, y lo dejó toda la noche
tendido en la tierra. Por la mañana volvió el anciano, lo contempló y puso algunas atnongara
más dentro de su cuerpo y en sus brazos y piernas, y le cubrió la cara con hojas. Luego cantó
sobre él hasta que se le hinchó todo el cuerpo. Entonces le proporcionó un surtido completo
de entrañas nuevas, le puso muchas más piedras atnongara y lo palmeó en la cabeza, lo que
hizo que se levantara vivo de un salto.” Cuando despertó no tenía idea de dónde estaba y se
dijo: “Creo que me he perdido.” Pero cuando miró a su alrededor vio al ensalmador que se
hallaba a su lado, y el anciano le dijo: “No, no te has perdido; te maté hace mucho tiempo.”
Ilpailurkna había, olvidado por completo quién era y todo lo referente a su vida anterior. Un
rato después el anciano lo llevó de vuelta a su aldea, se la mostró y le dijo que la mujer que
estaba allí era su lubra, pues había olvidado todo a su respecto. Su vuelta de esa manera y su
extraño comportamiento demostraron inmediatamente a los otros nativos que se había
convertido en un ensalmador.

Entre los warramunga realizan la iniciación los espíritus puntidir, equivalentes a los
iruntarinia de los arunta. Un ensalmador les dijo a Spencer y Gillen que durante dos días lo
habían perseguido dos espíritus que, según le dijeron, eran su “padre y su hermano”. En la
segunda noche volvieron y lo mataron. “Mientras yacía muerto lo abrieron y le sacaron todas
las entrañas, pero le dieron otras nuevas y, finalmente, le introdujeron en el cuerpo una
culebrita que lo dotó con las facultades de un ensalmador.”
Los binbinga creen que los ensalmadores están consagrados por los espíritus Mundadji y
Munkaninji (padre e hijo). Un ensalmador refirió que al entrar un día en una cueva se
encontró con el viejo Mundadji, quien lo asió por el cuello y lo mató. “Mundadji lo abrió por
la línea de en medio, le sacó todas las entrañas y las cambió por las de él mismo, que puso
en el cuerpo de Kurkutji. Al mismo tiempo puso varias piedras sagradas en su cuerpo.
Cuando terminó todo se presentó el espíritu más joven, Munkaninji, y le devolvió la vida, le
dijo que era ya un ensalmador y le enseñó a extraer huesos y otras formas de magia mala de
los hombres. Luego lo llevó al cielo y lo volvió a bajar a la tierra cerca de su aldea, donde
oyó que los nativos lo lloraban creyendo que había muerto. Durante largo tiempo
permaneció más o menos aturdido, pero poco a poco se fue restableciendo y los nativos
comprendieron que se había hecho ensalmador.”

En la tribu de los mara la técnica es casi exactamente la misma. Quien desea hacerse
ensalmador enciende un fuego y quema grasa, con lo que atrae a dos espíritus llamados
minnungarra. Éstos se acercan al candidato y lo estimulan, asegurándole que no lo matarán
por completo. “En primer lugar lo dejan insensible, y de la manera habitual lo abren y le
sacan todos los órganos, que luego reemplazan con los de uno de los espíritus. Después le
devuelven la vida, le dicen que es ahora un médico, le enseñan a sacar los huesos y la magia
negra de los hombres y lo llevan al cielo. Por fin lo traen de vuelta a la tierra y lo ponen
cerca de su aldea, donde lo encuentran sus amigos, que han llorado su muerte... Entre las
facultades que posee un ensalmador mara está la de ascender por la noche, por medio de una
cuerda invisible para los mortales corrientes, al cielo, donde puede conversar con los
habitantes de las estrellas.”

Como acabamos de ver, la semejanza entre las iniciaciones de los shamanes siberianos y las
de los ensalmadores australianos es muy grande. En ambos casos el candidato es sometido
por seres semidivinos o antepasados a una operación en la que su cuerpo es desmembrado y
sus órganos internos y huesos renovados. En ambos casos la operación se realiza en un
“infierno”, o implica un descenso al infierno. En cuanto a los pedazos de cuarzo u otros
objetos mágicos que, según se cree, colocan los espíritus en el cuerpo del candidato
australiano, esta práctica tiene poca importancia entre los siberianos. Sólo hay raras
referencias a trozos de hierro puestos a fundir en la misma caldera en la que se han arrojado
los huesos y la carne del futuro shaman. Hay otra diferencia entre las dos zonas: en Siberia
la mayoría de los shamanes son “elegidos” por los espíritus y los dioses, en tanto que en
Australia la carrera de los ensalmadores parece ser el resultado de una búsqueda voluntaria
por parte del candidato, así como de una “elección” espontánea de los espíritus y seres
divinos.

Debemos añadir que los métodos de iniciación de los magos australianos no pueden
reducirse a los tipos que hemos citado. Aunque el elemento importante de una iniciación
parece ser el desmembramiento del cuerpo y el reemplazo de los órganos internos, hay
también otros modos de consagrar a un ensalmador, especialmente la experiencia extática de
una ascensión al cielo, incluyendo la instrucción dada por seres celestiales. A veces la
iniciación incluye tanto el desmembramiento del candidato como su ascensión al cielo. En
otras partes la iniciación se realiza durante un descenso místico al infierno. Todos estos tipos
de iniciación se encuentran también entre los shamanes siberianos y del Asia Central. Este
paralelismo entre dos grupos de técnicas místicas pertenecientes a pueblos arcaicos tan
separados en el espacio no deja de tener relación con el lugar que se concede al shamanismo
en la historia general de las religiones.
Eliade, Mircea. “Los sueños y las visiones de iniciación entre los shamanes de Siberia”, en Los sueños
y las sociedades humanas. Coloquio de Royaumont. Trad. Luis Echávarri. Editorial Sudamérica. Buenos
Aires. 1964. pp. 417-430.

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