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Capítulo 1

CONFLUENCIA Y RENOVACIÓN

1.-El siglo de las luces.

Del siglo XIV al XVII la escolástica se derrumba y la razón recobra sus


fueros liberada dela teología. El Renacimiento significó la creación de una
nueva consciencia humana. Nacen los tiempos modernos y las
nacionalidades que pugnan por realizar ideales particulares. La ideología
medieval, todavía está latente, gobernando la mente del pueblo, y la nueva
ideología, todavía está restringida.

El siglo de las luces, representa la confluencia de diversas corrientes:


La filosofía y la ciencia inglesa con el sentido de la vida, de la temporalidad
y de la historia que proviene de Alemania, con la profundidad e inquietud
de pensamiento francés, con la política reformadora en Italia y con la
revolución en América Latina. En el siglo XVIII, nos presentan la razón
liberada del dogma y de los preconceptos, escapando de la metafísica
clásica y sobre todo, procurándose el apoyo de la experiencia para
consolidar las conquistas de la naturaleza y la emancipación del hombre.
Es en esta etapa en que se pregunta de manera resuelta: ¿qué es el
hombre? Y pone los cimientos de su verdadero conocimiento. Nunca antes
como en el siglo de las luces, la antropología cobró tanta importancia, ni
fue tan decisiva en sus resultados. La Revolución francesa, representa la
salida del hombre de su mayoría de edad.

La psicología del siglo XVIII, no crea, no descubre nada que no haya


estado precedentemente esbozado o dicho; su empirismo es de Locke, al
que solamente agrega, deformándolo, el idealismo subjetivo. Se elabora
verdaderamente como psicología porque descubre que lo humano se
manifiesta, menos por un contenido de pensamiento determinado, que por
el uso mismo que hace de ese pensamiento, por el papel y las tareas que
asigna al hombre. En lo antropológico, se plantea únicamente la relación
del individuo con el mundo. El pensamiento del siglo XVIII, está dominado
por un pequeño número de grandes ideas relativas al hombre, además
presenta la grandiosa originalidad de haber descubierto, con la
Declaración de los Principios del Hombre y del Ciudadano, que todos
nacemos desnudos.

2- Las ciencias de la naturaleza

Para poder comprender la psicología de esta época, es necesario


considerar los descubrimientos en el campo de las ciencias de la
naturaleza, que sin duda alguna modificaron de manera radical, la
antropología clásica.

La física desempeño un papel decisivo. Gracias a esta


transformación es que de las ciencias naturales sale el impulso por medio
del cual el hombre moderno adquiere consciencia de sí. He aquí, que
desde Galileo, y sobre todo a partir de Newton, comienza a instaurarse la
idea de la infinidad de los mundos creados incansablemente en el seno del
devenir, del cual cada uno representa una fase transitoria, singular, de la
inagotable potencia del universo. A partir de aquí, el pensamiento de los
hombres cobra consciencia de una nueva fuerza, cuya presencia siente en
el propio ser.

El conocimiento del hombre, comienza a ser un conocimiento natural,


que no está determinado por un origen divino, sino por el objeto. Cuando
se determinaba el conocimiento del hombre por su origen, sólo se podía
indagar por la razón, sin recurrir a otra clase de certeza, tal como hicieran
Descartes, Malebranche y Spinoza, por el contrario se debía recurrir
solamente a la inteligencia de la realidad. Es aquí donde comienza, la
tarea de las ciencias biológicas.

En efecto y con respecto a la tarea de las ciencias biológicas, surge


la primera idea, consistente en poner orden a las formas vivientes. J.P.
Toumefort (1656-1708), fue el primero que intentó establecer un sistema
natural de clasificación, esto es, asentado “en la realidad objetiva de las
especies, de los géneros de las clases”
La obra de Toumefort y de John Ray, que aplicó su idea a los vegetales en
el 1704, fue continuada y desarrollada por Linneo, que propuso para
clasificar las plantas, un sistema sexual fundamentado en la consideración
de los estambres. Uno de los grandes méritos de Linneo fue introducir en
toda la historia natural la clasificación binaria. El más ilustre
contemporáneo de Linneo, Georges-Louis Leclere de Bufón, que en toda
su obra de zoólogo se opuso a las ideas y métodos de Linneo, porque al
final de su carrera, aunque deba dar paso a la clasificación metódica y
tener en cuenta las afinidades estructurales antes que las “relaciones de
utilidad y familiaridad”, persistirá en declarar que los géneros, las clases,
las ordenes, solo existen en nuestra imaginación y que “en la naturaleza
solamente hay individuos”

La obra de Bufón junto con los trabajos de su colaborador Dau


Benton, de Adamson, Muller, y Peyssonel crea n el siglo XVIII, una
verdadera filosofía zoológica por primera vez en la historia, el fenómeno
vida es comprendido a la vez en su homogeneidad y heterogeneidad, se le
desvincula del mito y sobre todo de los principios animistas que por
milenios orientaran tales búsquedas.

Estos problemas que el siglo XVIII encara con tanta resolución que
ya en 1700 Lebniz, al redactar el manifiesto de la sociedad de ciencias de
Brandeburgo, futura academia de Prusia, escribía: “Esta institución debe
soñar con la ciencia y la aplicación útil a la vez, imaginando objetos que
puedan en su conjunto honrar a su ilustre fundador y aprovechar al mundo.
Que reúna la practica con la teoría…”, se conjuga con las discusiones
entre preformistas y epigenetistas, herencia del siglo anterior.

3- Las funciones del nervio y del sistema nervioso

En la época, la cuestión más importante de la fisiología nerviosa era


determinar, la relación entre la conductividad de las excitaciones y las
sensaciones como conciencia de las excitaciones y por otra parte la
relación entre la inervación del músculo y su función contráctil. Para los
que consideraban al cerebro como reservorio de los espíritus animales y
como origen de los nervios que los distribuyen y también de un alma
indivisiblemente sensitiva, voluntaria y razonable, era admisible que en
ciertos casos de automatismo, el cerebro, pueda únicamente desempeñar
un papel mecánico. Por el contrario, los que tomaban en consideración los
movimientos de órganos separados, o de animales discapacitados o de
fetos anencéfalos, podían inclinarse por una de otras dos explicaciones.
El problema queda sin resolución mientras la actividad de los
espíritus animales, se mantenga, pero si el concepto de estos es sustituido
por una bis nerviosa, se puede suponer la existencia de otros centros de
sensibilidad y de coordinación sensomotriz fuera del cerebro. Estas
explicaciones, están en última instancia obligadas a recurrir al alma como
sensorium comune. Es gracias a estas consideraciones que se llega al
concepto de reflejo en el siglo XVIII.

Si bien la noción de reflejo aportaba un principio de solución al


problema de la sensomotricidad, el problema en sí no estaba resuelto y el
concepto mecanicista y animista continuaba incólume.

Estos argumentos llevaron a Robert Whitt a sospechar el papel de la


médula espinal en la determinación sensitiva del movimiento, pues ésta no
parece ser únicamente una prolongación del cerebro y del cerebelo y es
probable que prepare un fluido nervioso por sí misma y que por esta razón,
los movimientos vitales y los otros duren todavía meses en tortugas
decapitadas. Aunque la tesis de Whitt significaba un gran paso en la
comprensión de las funciones del sistema nervioso se requirieron todavía
dos pasos importantes: La crítica de Unzer y la síntesis de Prochaska.
Unzer criticando a Whitt distinguió el sentimiento del nervio y la
sensibilidad propiamente dicha, sostuvo que el movimiento del viviente no
está necesariamente determinado por el alma, aunque tampoco se pueda
reducir a un fenómeno necesariamente mecánico. El organismo animal es
un sistema de máquinas, las cuales son naturales u orgánicas, o sea que
son máquinas hasta en sus más pequeñas partes. Para la máquina animal
no son necesarios un cerebro y un alma, esto no obliga a que la fuerza
nerviosa en los seres sin cerebro, sea una simple acción mecánica. La
fuerza nerviosa es una fuerza de coordinación y de subordinación de las
máquinas orgánicas. Basta el ejercicio de esta función de los ganglios, los
plexos, los cuales permiten a una función nerviosa de origen externo
reflejarse en excitación de origen interno dirigido hacia un órgano. Dicha
explicación vale para Unzer, tanto para un animal sin cerebro como para
un vertebrado decapitado. Con su tesis niega la identificación del
antimecanicismo y el animismo y descentraliza al fenómeno de reflexión de
las excitaciones; esto es, lo separa del cerebro.

Prochaska considera que la fisiología del sistema nervioso se limita


demasiado al cerebro, que ignora la anatomía comparada y que
desconoce el hecho de que la vis nerviosa-ya no es cuestión de espíritus
animales- requiere únicamente la integridad de la relación de la fibra
nerviosa con el sensorium commune, y distinto del cerebro. El nervio
sensitivo puede, sin relación con el cerebro, por el hecho de la unión con el
nervio motor insertado en el músculo, y por mediación del sensorium
commune, llega a la transformación de una impresión en movimiento.
Prochaska a firma que la médula con el bulbo forma el asiento del
sensorium commune, la condición necesaria y suficiente de la función del
nervio, y que dividiéndola se subdivide, la fuerza nerviosa sin abolirla, lo
cual explica la persistencia de la excitabilidad y del movimiento en el caso
de la rana cuya médula fue seccionada. Es a nivel de la médula que se
realiza, según Prochaska, la reflexión de la impresión en movimiento.

4-El concepto de la naturaleza humana en el siglo de las luces

Mucho más que el Renacimiento, y en proporciones más considerables, el


siglo de las luces tomó en todas sus búsquedas un carácter ampliamente
objetivo, ignorando las fronteras de los sistemas estrechos y dogmáticos,
para extenderse a los campos de la naturaleza. El espíritu de la más
entusiasta curiosidad científica invadía todos los medios y si a esto
agregamos que a consecuencia de los viajes y el conocimiento de la vida
en las colonias se despertó un gran entusiasmo por toda la humanidad con
sus razas, lenguas y colores diversos, comprendemos cómo tan fácilmente
los pensadores de la época se dirigieron a todos los hombres de buena
voluntad en la patria universal que era la Tierra. Tan grande es el
entusiasmo que esto despierta, que el amor de todos los seres abrazados
en un mismo ideal de justicia y de bondad se extienda hasta otros mundos.

Hasta los sabios que como Bufón se mantenían al margen de


cualquier interés panfletario, realizaban su paciente labor con el objetivo de
rechazar leyendas absurdas y explicaciones teológicas sobre el origen del
mundo y de la vida y exponer las épocas “de la naturaleza según una
evolución gradual de la materia”. Y Diderot, con una calidez sublime
honrado, intenta realizar lo imposible asociando todos los sabios, todos los
artesanos, todos los pensadores, a la redacción de la Enciclopedia, gran
libro que debía exponer todos los conocimientos, todas las industrias y que
daría nueva luz sobre todas las cosas. Juan Jacobo Rousseau, que
resplandeció con Voltaire como uno de los representantes por excelencia
del periodo de evolución que precedió a la Revolución francesa, remueve
la sociedad europea con su famoso Discurso sobre los orígenes y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres que se publicó en 1753
Había llegado un momento muy especial, psicológica y socialmente único,
en el cual la clase superior, incluidos nobles y príncipes, que se
desarrollaban a parte del pueblo laborioso y oprimido, tenía mala
conciencia de sus privilegios y predicaba atrevidamente, aunque solo fuera
con las palabras, la vuelta hacia la naturaleza con todo ardor y se
apremiaba el trabajo de un Rousseau que evocaba una sociedad en la
cual el derecho público había de nacer del contrato de todos los
ciudadanos. Las reivindicaciones que habían de originar al socialismo
utópico del siglo XIX se formulaban abiertamente, y además de pedir para
los pueblos la forma republicana, se quería asegurarles, el bienestar y la
instrucción. Tanto es así, que el más lógico y el más atrevido de los
innovadores de la época, Morelly en su código de la naturaleza, expone
francamente ideas que en muchos lugares las llamarían comunistas.
Reconocía que los hombres desiguales de hecho por sus facultades y sus
necesidades, son iguales en derechos.

En efecto, el siglo XVII, descubre que el ser humano es un viviente a


igual título que el resto de los seres vivos y la biología lo enseña. La
unidad entre soma y psiquis, se abre camino para una nueva concepción
del alma, que ya no es tripartida según los resabios del Aristotelismo.

El entusiasmo por la hermandad universal cubre lo hecho y la


declamación termina por moralizar. Pareciera que no se puede hablar de la
naturaleza humana sin una postura ética, sin juzgar y hacerlo de acuerdo
con normas que finalmente son producto de la misma situación definida.
Este círculo vicioso, es recurso obligado de la pequeña historia del siglo de
los filósofos. Cada vez que se traza el cuadro de la época, que se busca
en sus motivos, determinaciones y finalidades, la explicación de su
interpretación del hombre, se termina inevitablemente por encontrar la
justificación de orden superior y ajena al hombre mismo de la moralidad
abstracta que se aplica a hombres abstractos y actúa por medio de reglas
abstractas. Todavía más en su afán de superación de las épocas pasadas
se agrega como complemento natural a la educación. Cuando se analiza lo
negativo de las acciones humanas se piensa de inmediato en la
incapacidad de la educación para transformar su naturaleza; si se exalta lo
positivo se reconoce el valor de plasmar esa naturaleza según normas de
una filosofía de los fines de la cultura y del saber. La actitud del hombre del
siglo XVIII frente a su naturaleza se distingue fundamentalmente de las
otras épocas, de manera de constituir de un punto de partida
completamente diferente para todas sus relaciones con la naturaleza en
general, de modo que la respuesta, alejada de la realidad del ser como
vida que se autoconstruye, es descriptiva y no va más allá de las formas.
La actitud de los pensadores del siglo de las luces ya no se expresa como
en siglos pasados por una vista filosofía de la naturaleza; por el contrario,
está determinada en gran medida por las ciencias de la naturaleza y por la
técnica que, incipiente todavía revela, sin embargo, el valor futuro que se
le concede a través de la enciclopedia. De aquí que por primera vez en la
historia, no solamente el filósofo se interroga sobre el carácter de la
imagen que de su naturaleza se forja el hombre, sino que también los
filósofos penetran en el problema y aportan los métodos de la ciencia
experimental. Sin duda estamos en presencia de un enorme proceso de
síntesis y de decantación; en relación con el problema de la naturaleza
humana podemos afirmar que el siglo de las luces es un gran laboratorio,
con una retórica casi mágica que es el hombre concreto de la época, y
dentro de la cual se mezclan, conscientemente unas veces,
inconscientemente otras, los ingredientes diversos y cualitativamente no
balanceados de las ciencias naturales, de la ética, de la utopía política y
social para revolverlos con la paleta del producto prefijado a obtener: el ser
natural y sin macula, arcilla a moldear.

Comprender este fenómeno es fundamental para comprender la


psicología moderna, la que llega hasta nuestros días. Nació con Descartes
pero su impulso posterior, más que en Locke, más que en el progreso de
las ciencias naturales, arranca de las ilusiones que sobre el hombre y su
naturaleza, acumuló el pensamiento del siglo de las luces. Tanta será su
influencia que todavía hoy, doctrinas actuales como el conductismo y el
psicoanálisis asentarán sobre conceptos abstractos y serán la
interpretación de un hombre abstracto. De este modo, el siglo XVII será la
centuria del desarrollo grandioso de la mecánica, y gradualmente viejos
conceptos sobre la naturaleza perderán validez y desaparecerán poco a
poco del las discusiones y de textos. El término mismo de naturaleza
cambia de significado y adquiere un sentido concreto representado,
hablando con propiedad, por el mundo exterior que es objeto de las
ciencias de la naturaleza y que se opone al mundo interior del
pensamiento, que para la mayoría sigue siendo el de Dios, y a las
transformaciones realizadas por el hombre en ese mundo exterior, que
finalmente serán para el siglo venidero dominio de la historia. La
naturaleza deja de ser objeto de contemplación y de admiración y pasa de
inmediato a ser materia de una acción que procura interpretarla y
explicarla. Por lo demás el concepto de la acción que tiende a
transformarla, únicamente aparecerá después de mediados del siglo XIX,
cuando el hombre, con su pensamiento y actividad, también comience a
ser definitivamente incluido en el todo de los fenómenos naturales. Es de
esta manera como el significado del término naturaleza se transforma. De
“esencia” de una cosa de la que comprendemos lo que es, o sea su idea,
que envuelve su inteligibilidad, se convierte en el nombre colectivo de
todos los dominios pertenezcan o no a la naturaleza.

La descripción de la naturaleza aparece como reducción a fórmulas


matemáticas cada vez más generales, como enunciación de “leyes”, que,
involucrándose por grados sucesivos, deben desembocar en una sola y
únicamente ley general.

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