Está en la página 1de 26

Título:

Supongo que trata de (prelectura):

Autor con su biografía de manera breve:


Escribe 5 renglones en este apartado.

Tipo de texto: narrativo, descriptivo,


expositivo, diálogo o argumentativo.
1. ¿Por qué?

Función del lenguaje: apelativa o conativa,


referencial o representativa, literaria o poética,
emotiva y fática. Argumenta tu respuesta y
puedes elegir una o varias.
Intención comunicativa:
¿Cuál es el objetivo del texto?

¿Qué sabía de esto? Tus conocimientos


anteriores, algo del autor, de la época, etc.

¿Qué aprendí? Cultura, palabras, autor, etc.


Justifica tu respuesta.

Paráfrasis textual: redacta 5 líneas máximo 8.

Tiene algún significado este texto ¿Cuál?


¿Qué te deja el texto en tu experiencia
personal? Justifica tu respuesta.

TABLA DE ANÁLISIS TEXTUAL


Nombre del alumno:
Grupo:
Fecha:
La tabla y las columnas puede llenarse en otras hojas o puedes ocupar la parte de atrás.
Los ojos culpables
[Minicuento - Texto completo.]

Ah’med el Qalyubi 

Cuentan que un hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y
echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió:
-Tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios.
Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al verla en ese estado el hombre se
afligió y le dijo:
-¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor.
Ella le respondió:
-No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a Dios.
A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que le decía:
-La muchacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó para nosotros y te la hemos
tomado.
Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la almohada. La muchacha estaba muerta.
FIN

Instrucciones:
 Investiga el valor de un denario. ¿A cuántos pesos mexicanos equivale?
 Este tema puede vincularse con la trata de personas o venta de esclavos ¿Por qué?
 ¿Cuál sería el valor adecuado para la vida de una persona? ¿Por qué?
 Investiga la biografía del autor.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.
Vidas paralelas
[Minicuento - Texto completo.]

Évariste Huc 

Cuando nació Confucio, un unicornio recorrió la comarca. Por la forma y el tamaño parecía
un buey. La madre del Maestro ató en el cuerno del animal una cinta. Setenta y siete años
después el unicornio reapareció y lo mataron; la cinta estaba rota. Confucio dijo:
-El unicornio ha vuelto; han pasado los años; el día de mi muerte está próximo.
FIN

Instrucciones:
 Investiga 3 frases de confucio y comenta su significado.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.
Ernesto el embobado
[Minicuento - Texto completo.]

José María Méndez 

Elena Estévez —española extremeña— era extraordinariamente elegante, exquisita.


Emanaba efluvios enervantes; evidenciaba energía, espíritu. En escueto elogio: encantaba.
Encontrándola empezaba el embrujo. Esto experimentó Ernesto Echegoyén, emigrante
europeo, exembajador estoniano. Enamorose.
Encontrábase entonces Ernesto en el Ecuador, en “El Exeter”. Ella emergió en el espejo,
esplendorosa, escotada, envuelta en encajes. Efectivamente estaba en escalera.
Enardecido, exaltado, Ernesto empezó espetándole exabruptamente escandaloso exordio:
—¡Escaso ejemplar!
Ella, endiabladamente elástica, escapó, envolviéndolo en enigmático ensueño. Ernesto
estaba ebrio, en eclipse, en el Edén.
Elenita empezó esquivándolo. Empero enseguida entendiéronse. Escarceos en esquinas.
Enternecidas epístolas. Enojos, explicaciones. Ensueños, éxtasis, etcétera.
Epílogo: enlace.
FIN

Instrucciones:
 Investiga el significado de las siguientes palabras y escríbelo en la libreta:
efluvios, enervantes, escueto, enardecido, exaltado, exordio, empero.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.
 Redacta una anécdota en la que se dé una situación similar, es decir, alguien se
emboba o enamora mucho de una persona.
A imagen y semejanza
[Cuento - Texto completo.]

Mario Benedetti 
Era la última hormiga de la caravana, y no pudo seguir la ruta de sus compañeras. Un terrón
de azúcar había resbalado desde lo alto, quebrándose en varios terroncitos. Uno de éstos le
interceptaba el paso. Por un instante la hormiga quedó inmóvil sobre el papel color crema.
Luego, sus patitas delanteras tantearon el terrón. Retrocedió, después se detuvo. Tomando
sus patas traseras como casi punto fijo de apoyo, dio una vuelta alrededor de sí misma en el
sentido de las agujas de un reloj. Sólo entonces se acercó de nuevo. Las patas delanteras se
estiraron, en un primer intento de alzar el azúcar, pero fracasaron. Sin embargo, el rápido
movimiento hizo que el terrón quedara mejor situado para la operación de carga. Esta vez la
hormiga acometió lateralmente su objetivo, alzó el terrón y lo sostuvo sobre su cabeza. Por
un instante pareció vacilar, luego reinició el viaje, con un andar bastante más lento que el
que traía. Sus compañeras ya estaban lejos, fuera del papel, cerca del zócalo. La hormiga se
detuvo, exactamente en el punto en que la superficie por la que marchaba, cambiaba de
color. Las seis patas hollaron una N mayúscula y oscura. Después de una momentánea
detención, terminó por atravesarla. Ahora la superficie era otra vez clara. De pronto el
terrón resbaló sobre el papel, partiéndose en dos. La hormiga hizo entonces un recorrido
que incluyó una detenida inspección de ambas porciones, y eligió la mayor. Cargó con ella,
y avanzó. En la ruta, hasta ese instante libre, apareció una colilla aplastada. La bordeó
lentamente, y cuando reapareció al otro lado del pucho, la superficie se había vuelto
nuevamente oscura porque en ese instante el tránsito de la hormiga tenía lugar sobre una A.
Hubo una leve corriente de aire, como si alguien hubiera soplado. Hormiga y carga
rodaron. Ahora el terrón se desarmó por completo. La hormiga cayó sobre sus patas y
emprendió una enloquecida carrerita en círculo. Luego pareció tranquilizarse. Fue hacia
uno de los granos de azúcar que antes había formado parte del medio terrón, pero no lo
cargó.
Cuando reinició su marcha no había perdido la ruta. Pasó rápidamente sobre una D oscura,
y al reingresar en la zona clara, otro obstáculo la detuvo. Era un trocito de algo, un palito
acaso tres veces más grande que ella misma. Retrocedió, avanzó, tanteó el palito, se quedó
inmóvil durante unos segundos. Luego empezó la tarea de carga. Dos veces se resbaló el
palito, pero al final quedó bien afirmado, como una suerte de mástil inclinado. Al pasar
sobre el área de la segunda A oscura, el andar de la hormiga era casi triunfal. Sin embargo,
no había avanzado dos centímetros por la superficie clara del papel, cuando algo o alguien
movió aquella hoja y la hormiga rodó, más o menos replegada sobre sí misma. Sólo pudo
reincorporarse cuando llegó a la madera del piso. A cinco centímetros estaba el palito.
La hormiga avanzó hasta él, esta vez con parsimonia, como midiendo cada séxtuple paso.
Así y todo, llegó hasta su objetivo, pero cuando estiraba las patas delanteras, de nuevo
corrió el aire y el palito rodó hasta detenerse diez centímetros más allá, semicaído en una de
las rendijas que separaban los tablones del piso. Uno de los extremos, sin embargo, emergía
hacia arriba. Para la hormiga, semejante posición representó en cierto modo una facilidad,
ya que pudo hacer un rodeo a fin de intentar la operación desde un ángulo más favorable.
Al cabo de medio minuto, la faena estaba cumplida. La carga, otra vez alzada, estaba ahora
en una posición más cercana a la estricta horizontalidad. La hormiga reinició la marcha, sin
desviarse jamás de su ruta hacia el zócalo. Las otras hormigas, con sus respectivos víveres,
habían desaparecido por algún invisible agujero. Sobre la madera, la hormiga avanzaba más
lentamente que sobre el papel. Un nudo, bastante rugoso de la tabla, significó una demora
de más de un minuto. El palito estuvo a punto de caer, pero un particular vaivén del cuerpo
de la hormiga aseguró su estabilidad. Dos centímetros más y un golpe resonó. Un golpe
aparentemente dado sobre el piso. Al igual que las otras, esa tabla vibró y la hormiga dio un
saltito involuntario, en el curso del cual, perdió su carga. El palito quedó atravesado en el
tablón contiguo.
El trabajo siguiente fue cruzar la hendidura, que en ese punto era bastante profunda. La
hormiga se acercó al borde, hizo un leve avance erizado de alertas, pero aún así se precipitó
en aquel abismo de centímetro y medio. Le llevó varios segundos rehacerse, escalar el lado
opuesto de la hendidura y reaparecer en la superficie del siguiente tablón. Ahí estaba el
palito. La hormiga estuvo un rato junto a él, sin otro movimiento que un intermitente
temblor en las patas delanteras. Después llevó a cabo su quinta operación de carga.
El palito quedó horizontal, aunque algo oblicuo con respecto al cuerpo de la hormiga. Esta
hizo un movimiento brusco y entonces la carga quedó mejor acomodada. A medio metro
estaba el zócalo. La hormiga avanzó en la antigua dirección, que en ese espacio
casualmente se correspondía con la veta. Ahora el paso era rápido, y el palito no parecía
correr el menor riesgo de derrumbe. A dos centímetros de su meta, la hormiga se detuvo, de
nuevo alertada. Entonces, de lo alto apareció un pulgar, un ancho dedo humano y
concienzudamente aplastó carga y hormiga.
FIN
Instrucciones:
 Existe alguna moraleja ¿Cuál? Explica.
 Investiga el significado de 5 palabras de este cuento, ponlos en tu libreta.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.

El teléfono
[Cuento - Texto completo.]

Anton Chejov 

“Operadora. ¿Puedo ayudarlo?”, dice una voz de mujer.


“Comuníqueme con el Hotel Slavyansky Bazaar”.
“Conectando”.
Después de tres minutos escucho un repique… Pego el auricular a mi oreja y oigo un
sonido de un carácter todavía indeterminado; como el viento soplando, u hojas secas
dispersándose por el piso… Alguien parece estar susurrando.
“¿Tiene habitaciones disponibles?”, le pregunto.
“Nadie está en casa”, replica vacilante una pequeña voz infantil. “Mami y papi fueron a ver
a Serpahima Petrovna y Louisa Frantevna ha contraído gripe”.
“¿Y quien eres tú? ¿Eres del Hotel Slavyansky Bazaar?”
“Soy Seryozha. Mi papi es doctor. Ve a las personas por la mañana”.
“Ah. Escucha, dulzura, no necesito un doctor. Quiero el Slavyansky Bazaar”.
“¿Qué Bazaar?” (Risa) “¡Ahora sé quien eres. Eres Pavel Andreich. Nos llegó carta de
Katya!” (Risa). “Ella va a casarse con un oficial. ¿Cuándo vas comprarme algunos
pantalones?”
Cerré el teléfono y después de diez minutos intenté de nuevo.
“Con el Slavyansky Bazaar”.
“¡Al fin!” replica una voz ronca, grave. “¿Está Fuchs contigo?”
“¿Quien en la tierra es Fuchs? Yo quiero el Hotel Slavyansky Bazaar”.
“Estás hablando con el Slavyansky Bazaar. ¡Eso es maravilloso! Podemos concluir todos
nuestros negocios hoy. Estaré aquí. Hazme un favor y ordéname una porción de esturión
condimentado con especias. Todavía no he almorzado”.
“Phhh. ¡Sabrá Dios lo que está pasando!”, pensé, y una vez más abandoné el teléfono.
“Quizás no sepa realmente cómo usar un teléfono y me esté confundiendo. Espera un
minuto. Déjame pensar cuidadosamente la manera de hacerlo. Primero hay que darle la
vuelta a esta cosa, luego se descuelga este objeto y se coloca en la oreja… Luego… ¿Qué
es lo siguiente?. Tienes que colgar esta cosa en este lado y luego debes darle la vuelta al
discado tres veces. Me parece que es justo lo que he estado haciendo.
Disco otra vez. No hay repuesta. Marco con una especie de furia, aún arriesgándome a
romper el aparato.
“¿Con quien hablo?” Le grito al teléfono. “Hable más fuerte”.
“Timothi Vaksin e hijos. Manufacturas de…”
“Gracias, muchas gracias. No necesito ninguno de sus productos”.
“¿Es Sitchov? Mitchell ya nos dijo que…”
Cuelgo y una vez más me someto a una revisión cuidadosa. ¿Puedo estar haciendo todo en
forma incorrecta? Leo las instrucciones otra vez, me fumo un cigarrillo y trato luego
nuevamente. No hay respuesta.
“Supongo que los teléfonos del Slavyansky Bazaar deben estar fuera de servicio”, pienso
dentro de mí. “Trataré en cambio con La Ermita”.
Leo cuidadosamente las instrucciones sobre cómo obtener mejores resultados con el cuadro
telefónico, y luego disco.
“Comuníqueme con La Ermita”. Disparo al máximo de mi voz: “LA ER-MI-TA”
Se van cinco minutos. Diez minutos. Mi resistencia está cercana al punto de ruptura, luego
súbitamente, ¡hurra! Escucho que repica.
“¿Quien está ahí?”
“Es el cuadro telefónico”.
“¡Prrrrr! Deme La Ermita.¡Por el bien de Cristo!”
“¿Fereynah?”
“LA ER-MI-TA”.
“Tratando de conectarlo”.
Por fin parece que mis sufrimientos está llegando a su final. Estoy a punto de sudar.
Suena la campanilla. Me acerco la bocina y chillando dentro de ella: “¿Tiene una
habitación sencilla?”
“Mami y papi fueron a ver a Serpahima Petrovna y Louisa Frantevna ha contraído gripe.
Nadie está en casa.”
“¿Eres Seryozha?”
“Soy yo- ¿Quien está ahí?” (Risa). “¿Pavel Andreich? ¿Por qué no viniste ayer en la tarde?”
(Risa) “Papi nos dio un farol chino. Lo puso en el sombrero de Mami y pretendió ser
Avdotya Nikolaevna…”
Repentinamente, la voz de Seryozha desaparece y desciende el silencio. Me quito el
auricular y disco durante tres minutos sin parar, hasta que mis dedos me empiezan a doler.
Disparo dentro de la máquina: “¡Con La Ermita! El restaurante de la plaza Trubniy. ¿Puede
oírme o no?”
“Ciertamente puedo escucharlo, señor. Pero esta no es La Ermita. Este es el Slavyansky
Bazaar.”
“Es realmente el Slavyansky Bazaar?
“En efecto, señor. El Slavyansky Bazaar a sus órdenes”.
“Vaya. No puedo entenderlo. ¿Tiene habitaciones disponibles?”
“Verificaré para usted en un momento, señor”.
Pasa un minuto. Pasan varios minutos. A través del auricular pasa un ligero sonido lluvioso.
“Dígame. ¿Tiene habitaciones libres o no?”
“¿Qué es lo que desea exactamente?” Me pregunta una voz de mujer.
“¿Es el Slavyansky Bazaar?”
“Esta es la centralita. ¿Como puedo ayudarlo?”
(Continuación ad infinitum.)
FIN

Instrucciones:
 Investiga el significado de la última frase y relaciona el mismo con el final.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.
 Realiza un diálogo en el que se concluya esta historia.

Dos amigos
[Fábula - Texto completo.]

Jean de La Fontaine 
En el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente. Muchas personas
egoístas olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado que brindamos a los demás.
Esta historia se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era también del
otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía.
Una noche, uno de los amigos despertó sobresaltado. Saltó de la cama, se vistió
apresuradamente y se dirigió a la casa del otro. Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se
despertaron. Los criados le abrieron la puerta, asustados, y él entró en la residencia. El
dueño de la casa, que lo esperaba con una bolsa de dinero en una mano y su espada en la
otra, le dijo:
-Amigo mío: sé que no eres hombre de salir corriendo en plena noche sin ningún motivo. Si
viniste a mi casa es porque algo grave te sucede. Si perdiste dinero en el juego, aquí tienes,
tómalo… y si tuviste un altercado y necesitas ayuda para enfrentar a los que te persiguen,
juntos pelearemos. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo.
El visitante respondió:
-Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos
motivos. Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé que estabas intranquilo y triste,
que la angustia te dominaba y que me necesitabas a tu lado. La pesadilla me preocupó y por
eso vine a tu casa a estas horas. No podía estar seguro de que te encontrabas bien y tuve que
comprobarlo por mí mismo.
Así actúa un verdadero amigo. No espera que su compañero acuda a él sino que, cuando
supone que algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda.
La amistad es eso: estar atento a las necesidades del otro y tratar de ayudar a
solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no solo las alegrías sino también los
pesares.
FIN

Instrucciones:
 ¿Qué significa la amistad para ti?
 ¿En qué estás de acuerdo y en qué no sobre el tema este cuento?
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.

La migala
[Cuento - Texto completo.]

Juan José Arreola 

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye. 


El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di
cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor
que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada. 
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio
algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí
que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror
que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso
a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con
seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente
diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí
como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en
mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres. 
La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un
cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde
entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la
araña, que llena la casa con su presencia invisible. 
Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el
cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso
cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin
embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona. 
Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha
muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner
frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el
silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son
imperceptibles. 
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no
sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar
también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una
falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por
un inofensivo y repugnante escarabajo. 
Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la
certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en
conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por
el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve
los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero. 
Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en
otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
FIN
Instrucciones:
 ¿Qué sucede con Beatriz?
 ¿Existe algún significado connotativo sobre este texto? ¿Cuál? Describe.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.
El sueño del rey
[Minicuento - Texto completo.]

Lewis Carroll 

-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?


-Nadie lo sabe.
-Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?
-No lo sé.
-Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como
una vela.
FIN

Instrucciones:
 Parafrasea la historia.
 ¿Qué entiendes por la historia anterior? Describe.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.
El almohadón de plumas
[Cuento - Texto completo.]

Horacio Quiroga 

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su
marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con
un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una
furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la
amaba profundamente, sin darlo a conocer.
 
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva
e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio
silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de
palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas
paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los
pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su
resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por
echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer
pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró
insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín
apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con
honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos,
echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el
llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó
largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida.
El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso
absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran
debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada… Si mañana se despierta como hoy,
llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha
agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba
visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en
pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi
en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con
incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y
proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba
en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que
descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no
hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó
de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se
perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de
estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre
los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa,
desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta
Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca
inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst… -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio… poco hay que
hacer…
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía
siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada
mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la
vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada
en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la
abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que
le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos
que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces
continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de
la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de
los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un
rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de
sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos
lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho  -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del
comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la
sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a
los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había
un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le
pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca
-su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo,
pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en
cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas
condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente
favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

Instrucciones:
 Lee el siguiente artículo y elabora un mapa conceptual
https://articulos.mercola.com/sitios/articulos/archivo/2017/04/19/acaros-y-
retardantes-de-llamas-en-almohadas.aspx
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.
Un expreso del futuro
Julio Verne 

-Ande con cuidado -gritó mi guía-. ¡Hay un escalón! 


Descendiendo con seguridad por el escalón de cuya existencia así me informó, entré en una
amplia habitación, iluminada por enceguecedores reflectores eléctricos, mientras el sonido
de nuestros pasos era lo único que quebraba la soledad y el silencio del lugar. 
¿Dónde me encontraba? ¿Qué estaba haciendo yo allí? Preguntas sin respuesta. Una larga
caminata nocturna, puertas de hierro que se abrieron y se cerraron con estrépitos metálicos,
escaleras que se internaban (así me pareció) en las profundidades de la tierra… No podía
recordar nada más, Carecía, sin embargo, de tiempo para pensar. 
-Seguramente usted se estará preguntando quién soy yo -dijo mi guía-. El coronel Pierce, a
sus órdenes. ¿Dónde está? Pues en Estados Unidos, en Boston… en una estación. 
-¿Una estación? 
-Así es; el punto de partida de la Compañía de Tubos Neumáticos de Boston a Liverpool. 
Y con gesto pedagógico, el coronel señaló dos grandes cilindros de hierro, de
aproximadamente un metro y medio de diámetro, que surgían del suelo, a pocos pasos de
distancia. 
Miré esos cilindros, que se incrustaban a la derecha en una masa de mampostería, y en su
extremo izquierdo estaban cerrados por pesadas tapas metálicas, de las que se desprendía
un racimo de tubos que se empotraban en el techo; y al instante comprendí el propósito de
todo esto. 
¿Acaso yo no había leído, poco tiempo atrás, en un periódico norteamericano, un artículo
que describía este extraordinario proyecto para unir Europa con el Nuevo Mundo mediante
dos colosales tubos submarinos? Un inventor había declarado que el asunto ya estaba
cumplido. Y ese inventor -el coronel Pierce- estaba ahora frente a mí. 
Recompuse mentalmente aquel artículo periodístico. Casi con complacencia, el periodista
entraba en detalles sobre el emprendimiento. Informaba que eran necesarios más de tres mil
millas de tubos de hierro, que pesaban más de trece millones de toneladas, sin contar los
buques requeridos para el transporte de los materiales: 200 barcos de dos mil toneladas, que
debían efectuar treinta y tres viajes cada uno. Esta “Armada de la Ciencia” era descrita
llevando el hierro hacia dos navíos especiales, a bordo de los cuales eran unidos los
extremos de los tubos entre sí, envueltos por un triple tejido de hierro y recubiertos por una
preparación resinosa, con el objeto de resguardarlos de la acción del agua marina. 
Pasado inmediatamente el tema de la obra, el periodista cargaba los tubos (convertidos en
una especie de cañón de interminable longitud) con una serie de vehículos, que debían ser
impulsados con sus viajeros dentro, por potentes corrientes de aire, de la misma manera en
que son trasladados los despachos postales en París. 
Al final del artículo se establecía un paralelismo con el ferrocarril, y el autor enumeraba
con exaltación las ventajas del nuevo y osado sistema. Según su parecer, al pasar por los
tubos debería anularse toda alteración nerviosa, debido a que la superficie interior del
vehículo había sido confeccionada en metal finamente pulido; la temperatura se regulaba
mediante corrientes de aire, por lo que el calor podría modificarse de acuerdo con las
estaciones; los precios de los pasajes resultarían sorprendentemente bajos, debido al poco
costo de la construcción y de los gastos de mantenimiento… Se olvidaba, o se dejaba aparte
cualquier consideración referente a los problemas de la gravitación y del deterioro por el
uso. 
Todo eso reapareció en mi conciencia en aquel momento.
Así que aquella “Utopía” se había vuelto realidad ¡y aquellos dos cilindros que tenía frente
a mí partían desde este mismísimo lugar, pasaban luego bajo el Atlántico, y finalmente
alcanzaban la costa de Inglaterra!
A pesar de la evidencia, no conseguía creerlo. Que los tubos estaban allí, era algo
indudable, pero creer que un hombre pudiera viajar por semejante ruta… ¡jamás! 
-Obtener una corriente de aire tan prolongada sería imposible -expresé en voz alta aquella
opinión. 
-Al contrario, ¡absolutamente fácil! -protestó el coronel Pierce-. Todo lo que se necesita
para obtenerla es una gran cantidad de turbinas impulsadas por vapor, semejantes a las que
se utilizan en los altos hornos. Éstas transportan el aire con una fuerza prácticamente
ilimitada, propulsándolo a mil ochocientos kilómetros horarios… ¡casi la velocidad de una
bala de cañón! De manera tal que nuestros vehículos con sus pasajeros efectúan el viaje
entre Boston y Liverpool en dos horas y cuarenta minutos. 
-¡Mil ochocientos kilómetros por hora!- exclamé. 
-Ni uno menos. ¡Y qué consecuencias maravillosas se desprenden de semejante promedio
de velocidad! Como la hora de Liverpool está adelantada con respecto a la nuestra en
cuatro horas y cuarenta minutos, un viajero que salga de Boston a las 9, arribará a
Liverpool a las 3:53 de la tarde.¿No es este un viaje hecho a toda velocidad? Corriendo en
sentido inverso, hacia estas latitudes, nuestros vehículos le ganan al Sol más de novecientos
kilómetros por hora, como si treparan por una cuerda movediza. Por ejemplo, partiendo de
Liverpool al medio día, el viajero arribará a esta estación alas 9:34 de la mañana… O sea,
más temprano que cuando salió. ¡Ja! ¡Ja! No me parece que alguien pueda viajar más
rápidamente que eso. 
Yo no sabía qué pensar. ¿Acaso estaba hablando con un maniático?… ¿O debía creer todas
esas teorías fantásticas, a pesar de la objeciones que brotaban de mi mente? 
-Muy bien, ¡así debe ser! -dije-. Aceptaré que lo viajeros puedan tomar esa ruta de locos, y
que usted puede lograr esta velocidad increíble. Pero una vez que la haya alcanzado, ¿cómo
hará para frenarla? ¡Cuando llegue a una parada todo volará en mil pedazos! 
-¡No, de ninguna manera! -objetó el coronel, encogiéndose de hombros-. Entre nuestros
tubos (uno para irse, el otro para regresar a casa), alimentados consecuentemente por
corrientes de direcciones contrarias, existe una comunicación en cada juntura. Un destello
eléctrico nos advierte cuando un vehículo se acerca; librado a su suerte, el tren seguiría su
curso debido a la velocidad impresa, pero mediante el simple giro de una perilla podemos
accionar la corriente opuesta de aire comprimido desde el tubo paralelo y, de a poco,
reducir a nada el impacto final. ¿Pero de qué sirven tantas explicaciones? ¿No sería
preferible una demostración? 
Y sin aguardar mi respuesta, el coronel oprimió un reluciente botón plateado que salía del
costado de uno de los tubos. Un panel se deslizó suavemente sobre sus estrías, y a través de
la abertura así generada alcancé a distinguir una hilera de asientos, en cada uno de los
cuales cabían cómodamente dos personas, lado a lado. 
-¡El vehículo! -exclamó el coronel-. ¡Entre!
Lo seguí sin oponer la menor resistencia, y el panel volvió a deslizarse detrás de nosotros,
retomando su anterior posición. 
A la luz de una lámpara eléctrica, que se proyectaba desde el techo, examiné
minuciosamente el artefacto en que me hallaba. 
Nada podía ser más sencillo: un largo cilindro, tapizado con prolijidad; de extremo a
extremo se disponían cincuenta butacas en veinticinco hileras paralelas. Una válvula en
cada extremo regulaba la presión atmosférica, de manera que entraba aire respirable por un
lado, y por el otro se descargaba cualquier exceso que superara la presión normal. 
Luego de perder unos minutos en este examen, me ganó la impaciencia: 
-Bien -dije-. ¿Es que no vamos a arrancar? 
-¿Si no vamos a arrancar? -exclamó el coronel Pierce-. ¡Ya hemos arrancado! 
Arrancado… sin la menor sacudida… ¿cómo era posible?… Escuché con suma atención,
intentando detectar cualquier sonido que pudiera darme alguna evidencia. 
¡Si en verdad habíamos arrancado… si el coronel no me había estado mintiendo al
hablarme de una velocidad de mil ochocientos kilómetros por hora… ya debíamos estar
lejos de tierra, en las profundidades del mar, junto al inmenso oleaje de cresta espumosa
por sobre nuestras cabezas; e incluso en ese mismo instante, probablemente, confundiendo
al tubo con una serpiente marina monstruosa, de especie desconocida, las ballenas estarían
batiendo con furiosos coletazos nuestra larga prisión de hierro! 
Pero no escuché más que un sordo rumor, provocado, sin duda, por la traslación de nuestro
vehículo. Y ahogado por un asombro incomparable, incapaz de creer en la realidad de todo
lo que estaba ocurriendo, me senté en silencio, dejando que el tiempo pasara. 
Luego de casi una hora, una sensación de frescura en la frente me arrancó de golpe del
estado de somnolencia en que había caído paulatinamente. 
Alcé el brazo para tocarme la cara: estaba mojada.
¿Mojada? ¿Por qué estaba mojada? ¿Acaso el tubo había cedido a la presión del agua… una
presión que obligadamente sería formidable, pues aumenta a razón de una “atmósfera” por
cada diez metros de profundidad?
Fui presa del pánico. Aterrorizado, quise gritar… y me encontré en el jardín de mi casa,
rociado generosamente por la violenta lluvia que me había despertado. Simplemente, me
había quedado dormido mientras leía el articulo de un periodista norteamericano, referido a
los extraordinarios proyectos del coronel Pierce… quien a su vez, mucho me temo, también
había sido soñado.
FIN

Instrucciones:
 Realiza un listado de 10 curiosidades de Julio Verne del siguiente sitio web:
http://www.actuallynotes.com/actually-notes-biografia-julio-verne-htm/
 Realiza un mapa conceptual de los videos los códigos secretos de Julio Verne.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.

La partida
[Minicuento - Texto completo.]

Leónidas Barletta 

Trajeron agua del río, y se lavó, despacio.


-Mire, Adelina, deme una camisa limpia -dijo con voz ahogada-, quiero irme decente.
La mujer le anudó el pañuelo al cuello y le peinó el cabello largo alrededor de las orejas.
-Bueno; me voy -dijo con una exaltación ahogada-. Tráigame el rebenque grande, ¿quiere?
Los ojos, chiquitos, con un anillo de agua en la pupila, brillaron agudos por un instante.
-Bueno; me voy -repitió, ensimismado.
La mujer se movió; fija la mirada triste, las manos, cruzadas sobre el vientre.
-Bueno; me voy -tornó a decir, y agregó con cierta firmeza: -Déjela entrar nomás a la
Elenita.
La muchacha entró, demudada. Quedó inmóvil junto a su padre y gruesas lágrimas
empezaron a mojarle la cara.
-¿Por qué llora, pues? -dijo él suavecito-. Enjúguese. Acérquese a besar a su padre. No
pierda el tiempo. Ya tendrá ocasión de llorar. Béseme de una vez y hágalo entrar al Emilio.
La separó despacito de su rostro y la muchacha salió, hipando.
Afuera se detuvo frente a su hermano y a su madre y dijo, aspirando las sílabas:
-¡Se va!
La puerta del rancho volvió a chirriar y entró el varón, serio, indeciso, mirando con
insistencia al suelo, balanceándose como si tuviese que tomar impulso para dar un salto.
El padre lo miró de hito en hito, y de repente, exclamó con la voz alterada:
-Vea, muchacho… Deme su mano… ¡Qué embromar…! ¡Si es un alivio…! -y al apretar la
mano, añadió…-: ¡Esto me basta!
Y como sabía que su hijo no iba a soltar palabra, dijo por él:
-¡Y que me vaya lindo!
Fue un apretón de manos corto, firme.
-Deje entrar ahora a su madre, que está esperando.
Salió el mozo, con la boca apretada, respirando fuerte y esquivando los ojos. Se plantó
frente a su madre y a su hermana y masculló entre dientes, como con rabia:
-¡Se va!
Y entró la madre. Se aproximó lentamente al hombre; los ojos colorados, la boca
estremecida.
-Siéntese -murmuró él-. Quédese un ratito así. No me diga nada. ¿Comprende?
Varillas de luz caían desde el techo del rancho. Oían distintamente el ruido que hacían los
dos al respirar.
Él no necesitó mirarla para saber que tenía los ojos llenos de lágrimas. Le dijo con dulzura:
-Mire, Adelina, usté no pudo ser mejor de lo que fue… Mire… ¡y ojalá yo hubiese sido
como usted quiso que fuera…! ¡Verdá…! ¡Verdá…!
Hizo un instante de silencio y luego:
-¡Está bueno…! Mire, Adelina, prepárese nomás. Y déjese de andar lloriqueando. Todas las
partidas son lo mesmo. Verdá. Y ahora, con su licencia, déjeme que me vaya.
Entonces la mujer se arrodilla y barbota entre sollozos:
-No, Bautista, si usté no se me va. ¡Qué se me va a ir! ¡Cómo me va a dejar a mí solita!
¡Hemos andado tanto tiempo acollarados! ¡No, si usté no se me va!
Pero se interrumpe de golpe porque la mano de su hombre ha caído inerte fuera del
camastro.
Ahora se enjuga los ojos, sale del rancho, enfrenta desesperada a sus hijos y dice con voz
ronca:
¡Se jue!
FIN
 Realiza una lista de palabras que percibas típicas de gente con un lenguaje arcaíco o
antiguo y escribe su verdadero significado a un lenguaje coloquial.
 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.

El tabú lingüístico
María Ángeles Soler Arechalde

septiembre 29, 2018

Se trata de aquellas palabras que no se pueden pronunciar en determinados contextos, ya


sea por cuestiones sociales, morales o religiosas.

«El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz
de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo
más falta que los cigarrillos.»
Julio Cortázar, Último Round

En todas las sociedades humanas existen ámbitos, aspectos de la vida y formas de


comportamiento —diversas en cada caso particular— sujetos a restricciones o
prohibiciones, a los cuales se les suele dar el nombre de tabú. Ejemplos de él son las cosas
que no se pueden tocar, animales que no se pueden matar y/o comer, personas con las que
no se puede interactuar en alguna forma o gestos y actitudes que no se pueden asumir.
Tabú es una palabra que el español tomó del inglés taboo y éste del polinesio tabú, que
significa «prohibido» en el archipiélago de Tonga, aunque aparece en muchas de las
lenguas polinesias con significados que giran alrededor de la idea de «prohibición
religiosa» Fue el célebre capitán Cook quien introdujo este término al inglés, a fines del
siglo xviii, en el relato de uno de sus viajes.
Esta prohibición establecida por el tabú suele afectar no sólo a las personas, animales o
cosas referidos, sino también a las palabras que los nombran, y es aquí en donde entramos
al terreno del tabú lingüístico: palabras que no se pueden mencionar, porque atraen fuerzas
negativas, ofenden a la divinidad, a nuestros semejantes, o bien porque son consideradas
«sucias» o, simplemente, de mal gusto.

Al estar vedadas —no legalmente, sino desde un punto de vista social, moral o religioso—,
en su lugar se emplean otras, no tabuizadas, que funcionan como eufemismos, es decir,
como términos «inofensivos» Ahora bien, los eufemismos, en el uso y con el paso del
tiempo, se van contaminando con los valores negativos de las palabras que sustituyen y se
van transformando poco a poco y, a su vez, en palabras tabú, por lo que en un cierto
momento son sustituidas por nuevos, y así sucesivamente.
Stephen Ullmann, autor de importantes textos de semántica de mediados del siglo xx,
señala que hay tres tipos de tabú lingüístico: el relacionado con el miedo, el que se asocia
con la delicadeza y el que tiene que ver con la decencia y el decoro.

Tabú del miedo


Aspectos religiosos y supersticiones se asocian con este tabú, que trae consigo la negación
a pronunciar nombres de determinados seres sobrenaturales, animales u objetos que, se
supone, poseen determinados poderes, generalmente negativos, para no provocarlos y, en
su lugar, se utilizan múltiples eufemismos.
Por ejemplo, en inglés era muy fuerte invocar a Dios con la palabra god, por lo que en su
lugar se decía gosh, gi, Lord, etcétera.

El diablo también cuenta con muchos nombres eufemísticos, como ángel malo o el
maligno. Incluso las palabras izquierda en español y gauche en francés —tomadas del
euskera, la primera, y del germánico, la segunda— sustituyen la forma latina sinister, por la
asociación que, ya en latín, había adquirido este término con el diablo y el mal. En español,
algo o alguien siniestro es negativo, malo, perverso, etcétera; solamente en la expresión a
diestra y siniestra —esto es, «a derecha e izquierda»— se conserva el término con su
sentido original.

Mira, en el nombre de Eufemio


Otros ejemplos los tenemos en algunos pueblos en los que se creía que podían ser dañados
si sus nombres eran usados por magos o enemigos, por lo que tenían dos nombres, uno
pequeño, por el que eran conocidos, y el grande, que ocultaban celosamente y que tenían
rigurosamente prohibido pronunciar.
Siguiendo con el tabú sobre los nombres, una muestra más son las tribus de Australia
central, que tenían que mencionar el nombre de un hombre muerto en voz baja, porque, si
incumplían el tabú, los indignados espíritus les perturbaban el sueño; o bien, los aborígenes
de Victoria, que se referían al muerto como «el perdido» o «el que ya no es», para no
mencionar su nombre; o, por último, los guajiros de Colombia, quienes castigaban el
mencionar a un difunto con la muerte misma.
Tabú de la delicadeza
En muchas culturas es común evitar la referencia a cuestiones molestas o desagradables,
como la muerte, las enfermedades físicas o mentales, la vejez, los crímenes, en fin.
En México contamos con un vocabulario amplísimo —y en constante renovación—
relacionado con los conceptos «muerte», «morir» y «matar». ¿Quién no ha oído o usado
términos como la calaca, la flaca, la huesuda, la tía de las muchachas o la catrina, para
referirse a la muerte?
Conoce las palabras matapasiones y otras desgracias
Cuando nos ponemos solemnes utilizamos fallecer, expirar, pasar a mejor vida o nacer para
la vida eterna, como sinónimos de morir; pero en tono festivo, nos referimos al mismo
concepto con formas como estirar la pata, colgar los tenis, chupar faros o entregar el
equipo: «No se murió, se nos adelantó».
Y si hablamos de un hombre que murió, no nos referimos a él como el muerto, ¿o alguien
ha oído decir que «el muerto permanecerá unos minutos más en el velatorio»?

Por supuesto que lo «correcto» es decir que nos referimos al cuerpo de don Miguel, o,
como en algunos pueblos, al cuerpo mortuorio, término para ellos muy elegante y
respetuoso. Además, es seguro que ningún agente de ventas le ofrecerá un seguro de
muerte, lo que le propone es que adquiera un seguro de vida, aunque sea para que su
familia lo haga efectivo «después de que usted haya cerrado los ojos».
En cuanto a matar, puede expresarse de muchas maneras, como eliminar o asesinar, y
también echarse, tronarse o cargarse a alguien. Pero, si somos políticos, lo mejor es que
digamos neutralizar, pues no es lo mismo que los demás escuchen que se ha matado —
aunque sea accidentalmente— a unos manifestantes, que estos han sido neutralizados.

 Realiza un mapa conceptual de este texto en tu libreta.


 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.

X marca el lugar: el nacimiento del álgebra


Ian Stewart

julio 8, 2018

El uso de símbolos para representar números es sólo


un aspecto minúsculo de esta disciplina, el contexto en
el que empezó.
Un problema típico en el álgebra de la escuela consiste en encontrar un número
desconocido x dada la ecuación x2 + 2x = 120. Esta «ecuación cuadrática» tiene una solución
positiva, x=10, aquí x2+ 2x= 102+ 2 ×10=100 + 20=120.
También tiene una solución negativa, x= −12. En este caso x2+ 2x=(−12) 2+2x (−12)= 144−24=
120.

Los antiguos habrían aceptado la solución positiva, pero no la negativa.

Hoy admitimos ambas, porque en muchos problemas los números negativos tienen un significado
razonable y corresponden a respuestas físicamente factibles, y porque realmente las matemáticas
se hacen más sencillas si se admiten los números negativos.

El álgebra trata de las propiedades de expresiones simbólicas por sí mismas; trata de estructura y
forma, no sólo de números.

Esta visión más general se desarrolló cuando los matemáticos empezaron a plantear preguntas
generales sobre álgebra de nivel escolar. En lugar de tratar de resolver ecuaciones concretas,
examinaron la estructura más profunda del propio proceso de solución.

El nombre «álgebra» apareció en medio de este proceso, y es de origen árabe. La inicial «al», el
término árabe para «el», lo delata.

¿Cómo surgió el álgebra? Lo que vino primero fueron los problemas y los métodos. Sólo más
adelante fue inventada la notación simbólica, que ahora consideramos como la esencia del tema.

Ecuaciones

Lo que ahora llamamos la «solución de ecuaciones», en la que hay que encontrar una incógnita a
partir de información apropiada, es casi tan vieja como la aritmética. Hay evidencia indirecta de que
los babilonios ya resolvían ecuaciones bastante complicadas en el 2000 a. C., y evidencia directa
de soluciones de problemas más sencillos, en forma de tablillas cuneiformes, que se remonta hasta
alrededor del 1700 a. C.

La porción que sobrevive de la Tablilla ybc 4652 del periodo babilónico antiguo (1800-1600 a. C.),
contiene once problemas para resolver; el texto de la tablilla indica que originalmente había 22
problemas. Una pregunta típica es:

«Encontré una piedra, pero no la pesé. Después pesé 6 veces su peso, añadí 2 gin y añadí un
tercio de un séptimo multiplicado por 24. Lo pesé. El resultado era 1 ma-na.

La tablilla presenta cierta respuesta pero no da una indicación clara de cómo se obtiene. Podemos
estar seguros de que no había sido encontrada utilizando métodos simbólicos como los que ahora
utilizamos, porque tablillas posteriores prescriben métodos de solución en términos de ejemplos
típicos: «tomar la mitad de este número, sumar el producto de estos dos, tomar la raíz
cuadrada….» y así sucesivamente.
Al-jabr

Al-Khwarizmi utilizaba el término al-jabr, que significa «sumar cantidades iguales a ambos
miembros de una ecuación», que es lo que hacemos cuando partimos de

x−3= 5 y deducimos que x= 8.

En efecto, hacemos esta deducción sumando 3 a ambos miembros. Al-muqabala tiene dos
significados. Hay un significado especial: «restar cantidades iguales de ambos miembros de una
ecuación», que hacemos para pasar de

x+3= 5 a la respuesta x=2.

Pero también tiene un significado general: «comparación».

La palabra «álgebra» procede del árabe al-jabr, un término empleado por Muhammad ibn Musa al-
Khwarizmi, que floreció alrededor del 820. Su obra Al-kitab al-jbr w’al- mugabala —Libro de
compendio de cálculo por el método de completado y balanceado— explicaba métodos generales
para resolver ecuaciones manipulando cantidades desconocidas.

Escucha los arabismos que empleamos en el día a día

Al-Khwarizmi da reglas generales para resolver seis tipos de ecuaciones, que pueden ser utilizadas
para resolver todas las ecuaciones lineales y cuadráticas. En su obra encontramos así las ideas del
álgebra elemental, pero no el uso de símbolos.

Símbolos algebraicos

Los matemáticos de la Italia del Renacimiento habían desarrollado muchos métodos algebraicos
pero su notación era todavía rudimentaria.

Los matemáticos árabes del periodo medieval desarrollaron métodos sofisticados para resolver las
ecuaciones, pero los expresaban en palabras, no en símbolos. El paso a la notación simbólica se
aceleró en el periodo renacentista.

Se necesitaron cientos de años para desarrollar el simbolismo algebraico actual.

El primero de los grandes algebristas en empezar a utilizar símbolos fue François Vieta, que
enunció muchos de sus resultados en forma simbólica, pero su notación difería considerablemente
de la moderna. No obstante, él utilizaba letras del alfabeto para representar cantidades conocidas
tanto como incógnitas.

 Realiza un mapa conceptual de este texto en tu libreta.


 Ve a la tabla de análisis textual y realiza lo que se te pide.

También podría gustarte