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Cuenta la leyenda que antes de la llegada de los españoles a nuestro país, vivieron
Iztaccíhuatl, una princesa de gran belleza, y Popocatépetl, un guerrero apuesto y
valiente, quien pidió al cacique de su pueblo la mano de la princesa Iztaccíhuatl, para
casarse con ella. Este se la concedió con la condición de que volviera victorioso, sano
y salvo de la guerra.
Con el tiempo, la nieve cubrió sus cuerpos y se convirtieron en dos enormes volcanes
que permanecerán juntos hasta el final de los tiempos.
Se dice que cuando Popocatépetl se acuerda de su princesa, suspira y su antorcha se
enciende, por eso el volcán también se lamenta con tremores y humea.
Otra leyenda está relacionada con un cariñoso apodo que las poblaciones cercanas
han otorgado a la montaña: «Don Goyo», apócope de Gregorio, pues se dice que de
vez en cuando un anciano se aparece en alguna parte en los diferentes poblados y se
hace llamar Don Gregorio o Gregorio Chino. La gente del lugar asegura que este
anciano es la personificación del volcán que viene a asegurarse de que las personas
que habitan la zona actúen de buena fe y muestren respeto al volcán para que, de ser
así, la buena fortuna les sonría.
7. Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
Existe una leyenda misteriosa que nos habla del dios Azteca Quetzalcóatl. Según esta
leyenda, cierto día, Quetzalcóatl pensó que podía ser una muy buena idea ir a dar un
paseo a la tierra. Pero recordó que su aspecto, en forma de serpiente emplumada,
podría atemorizar a la gente. Así que decidió personificarse con aspecto humano y
común.
Caminó sin parar durante todo el día el dios Quetzalcóatl, disfrutando plenamente de
todos los maravillosos paisajes que le brindaba la hermosa Tierra. Y tras mucho
caminar, cuando ya parecía despedirse el Sol entre las luces rosadas y mágicas del
atardecer, Quetzalcóatl sintió un hambre terrible que le apretaba el estómago, además
de un fuerte cansancio. Pero a pesar de todo aquel malestar, Quetzalcóatl no se
detuvo en su camino.
Finalmente cayó la noche, y junto a una hermosa y casi anaranjada Luna, brillaban
miles de estrellas que eclipsaban al mismísimo dios. Y en ese justo instante
Quetzalcóatl pensó que debía parar su paseo, hacer una pausa y descansar
finalmente para reponer fuerzas. La belleza del firmamento le había hecho darse
cuenta de que el mundo merecía contemplarse con calma, con detenimiento y
verdadera atención.
Tomó asiento en aquel mismo instante sobre una gran piedra del camino, y al poco
tiempo se le aproximó un conejito que parecía observarle con mucha atención
mientras movía los finos bigotes y su pequeña mandíbula.
Aquel hombre tenía aspecto de humano, pero era un Dios con una grandeza fuera de
lo normal.
Y quedó maravillado y muy contento observando su silueta en la Luna durante mucho,
mucho, tiempo.
3. Investiga el significado de las palabras que no entendiste. Por ejemplo: Qué quiere
decir: Quetzalcóatl. Eclipsaba. Firmamento. Sustento. Apesadumbrado, etc.
7. Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
Un día cualquiera, un perrito salió a dar una vuelta por el campo, iba de regreso a casa
cuando de pronto se encontró en un pequeño poblado con una casa abandonada, muy
cerca de Tonantzintla, cerca de un gran cerro y decidió entrar.
Al empujar una puerta desvencijada y rasposa, ésta rechinó al abrirse.
Cuál no sería su sorpresa que en una habitación se encontró con ¡¡mil perritos que lo
observaban fijamente!!
Vio con asombro que todos los cachorros comenzaron a mover la cola, justo en el
momento en que él manifestó alegría.
Luego ladró festivamente a uno de ellos, y el conjunto de canes le respondió de
manera orquestada ¡idéntica!
Todos sonreían y estaban emocionados, justo como él también lo estaba.
Mientras se retiraba del lugar para irse hacia su casa, iba pensando que ese era un
lugar muy agradable y que volvería con frecuencia por allí.
Pasado un tiempo, otro perrito callejero igual al anterior, entró en la misma casona y a
la misma habitación, pero sorprendido y asustado empezó a gruñir, al tiempo que los
otros mil perros hacían lo mismo que él.
Después les ladró enojado y con fuerza, y los otros también hicieron lo mismo de una
forma muy ruidosa y agresiva. Cuando salió del cuarto pensó: “Qué lugar más horrible”
¡Nunca regresaré !
Naturalmente ninguno de los dos canes pudo leer el cartel que había en el exterior de
la mansión que decía: “La casa de los mil espejos”
7. Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
7. Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a
encontrar los medios para arreglarlos. Pasaba sus días en su laboratorio en busca de
respuesta para sus dudas.
Cierto día, su hijo de seis años invadió su santuario (su recinto sagrado de
investigación) decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción,
le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el
padre pensó en algo que pudiera entretenerlo. De repente se encontró con una revista
en donde había un mapa con el mundo ¡Justo lo que precisaba! Con unas tijeras,
recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta, se lo entregó a su hijo
diciendo:
- “Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo
repares sin la ayuda de nadie.”
Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue
así. A los pocos minutos escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente:
- "Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo".
Al principio el padre no creyó en el niño. Pensó que sería imposible que a su edad
hubiera conseguido componer un mapa que jamás había visto antes. Desconfiado, el
científico levantó la vista de sus anotaciones, con la certeza de que vería el trabajo
inconcluso de un niño. Para su sorpresa ¡el mapa estaba completo¡ Todos los pedazos
habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible?¿Cómo el niño
había sido capaz?
“Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista
para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura del hombre. Así, que di vuelta a los
recortes, y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía como era. Cuando
conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y vi que ¡¡Había arreglado al mundo!!”
7. Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
Una mañana de invierno, un hombre que salía a pasear cada día por la playa de Long
Beach, de pronto se sorprendió al ver miles de estrellas de mar sobre la arena,
prácticamente estaba cubierta toda la orilla.
Se entristeció al observar el gran desastre, pues sabía que esas estrellas apenas
podían vivir unos minutos fuera del agua.
Resignado, comenzó a caminar con cuidado para no pisarlas, pensando en lo fugaz
que es la vida, en lo rápido que puede acabar todo.
En esos pensamientos estaba, cuando a lo lejos distinguió una pequeña figura que se
movía velozmente entre la arena y el agua.
En un principio pensó que podía tratarse de algún pequeño animal, pero al
aproximarse descubrió que en realidad era una niña que no paraba de correr de un
lado para otro:
De la orilla a la arena y de la arena a la orilla.
El hombre decidió acercarse un poco más para investigar qué estaba ocurriendo:
-Hola – Saludó el señor.
-Hola - Le respondió la niña.
¿Qué haces corriendo de aquí para allá? -le preguntó con curiosidad el señor-
La niña se detuvo durante unos instantes, tomó aire, le miró a los ojos y contesto:
-¡Estoy devolviendo las estrellas al mar para que no mueran!
El hombre asintió con lástima.
- AHHH SÍ… Sí, ya lo veo, pero ¿no te das cuenta de que hay miles de estrellas en la
arena? Por muy rápido que vayas jamás podrás salvarlas a todas. Tu esfuerzo no
tiene sentido.
La niña se inclinó, cogió una estrella que estaba a sus pies y con bondad la depositó
en el mar, después, tranquilamente volteó hacia donde estaba el señor y le dijo:
!Pues para esta estrella ¡¡SI QUE VA A TENER MUCHO SENTIDO!!
Y esa acción, motivó a muchas personas, a muchos niños que estaban en la playa,
para hacer lo mismo que hacía la pequeña niña.
LECTURA 8: EL PRÍNCIPE FELIZ (Autor: Óscar Wilde. Texto adaptado para esta
antología)
Al día siguiente, el alcalde, alertado por varios hombres del pueblo, acudió a la plaza
en donde estaba la estatua del Príncipe.
– ¡Qué horror! ¡Qué espanto!- gritó asustado al ver el estado en el que se encontraba
la estatua- ¿Qué le ha ocurrido a la estatua? ¿Quién ha robado las joyas? ¿Y qué
hace ahí ese pájaro muerto?… ¡Destruyan la estatua ahora mismo!
Se llevaron la estatua para fundirla, pero entre las piedras de la estatua, quedó intacto
el corazón del Príncipe. Los encargados de deshacerse de la estatua, tiraron el
corazón a la basura, junto con la golondrina.
Pero el Dios del mundo, le había pedido a unos ángeles que bajaran a la Tierra y le
llevaran lo más valioso que encontraran ahí. Y los ángeles le llevaron el cuerpo de la
golondrina y el corazón de la estatua. Dios sonrió y les dijo:
“Habéis elegido bien: Ambos representan el amor y la bondad”.
7 Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
A las afueras de una pequeña aldea, cerca de Madagascar, colindando con un espeso
bosque, vivía un cuervo cuyo plumaje era más negro que una noche negra y más
brillante que el azabache. Él se sentía el animal más hermoso del lugar. El presumido
cuervo acudía con frecuencia a un arroyo cercano y se asomaba a la cristalina
superficie del agua para admirar su imagen.
Había construido su nido sobre la copa de un gran árbol y desde lo alto divisaba, una
preciosa casita blanca, en la que vivía una mujer, una pastora que ese día, estaba
atareada en la cocina preparando quesos con la ventana abierta.
El cuervo, murmuró: ¡Mmmmmm! ¿¡Qué veo!? ¡Queso de oveja! ¡Se me hace agua el
pico!
La pastora, cuando iba terminando los quesos los colocaba en el borde de la ventana
abierta, para que les diera el aire y se mantuvieran frescos.
El cuervo al ver eso, pensó que sería muy fácil apropiarse de uno en cuanto la pastora
se diera vuelta para hacer otra actividad en la cocina.
En cuanto vio que la muchacha, absorta de nuevo en sus actividades, emprendió
raudo y veloz el vuelo hacia la ventana abierta, tomó el queso con su pico y regresó de
nuevo a su árbol dispuesto a saborear el manjar robado.
No lejos de allí, una astuta zorra que llevaba varios días sin comer, se dio cuenta del
hurto del cuervo. Y al ver cómo el ave se posaba en el árbol, pensó qué podría hacer
para robarle el queso a ese ladrón. Así que se acercó con paso ligero y le dijo:
- Muy buenos días tenga usted, Don Cuervo. –dijo la zorra-
El cuervo, sin abrir el pico con el que tenía sujeto el queso, miró hacia abajo y observó
con indiferencia a la amable y sonriente zorra.
- Perdone mi atrevimiento, pero no he podido resistirme a darle los buenos días. Se ve
usted tan distinguido sobre la rama de su árbol, con su negro plumaje tan elegante y
ese porte ilustre… ¡¿Qué digo ilustre?! ¡Conspicuo! ¡Majestuoso!
El cuervo, que como ya sabemos era muy engreído, se puso muy contento al escuchar
tales elogios, pero siguió muy callado, sin decir ni pío, fingiendo indiferencia, aunque
con los ojos parecía que quería escuchar más halagos.
- Yo siempre digo a todo el que me quiera oír, que no existe entre todas las aves de
este mundo quien tenga la gallardía, el porte y la belleza de Don Cuervo.
7. Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
Se cree que en el último cuarto del siglo XIX, alguien estaba matando libros. Cada
mañana aparecía un nuevo libro abierto en la biblioteca, con todas sus hojas
completamente en blanco. Nadie sospechaba que el asesino era el malvado Zepo
Rete, quien por la noche vaciaba los libros con una aspiradora de letras. Luego se las
llevaba hasta su guarida, donde con un enorme exprimidor de palabras hacía ¡¡jugos y
licuados de letras!!
Y es que Zepo siempre había sido muy malo, pero también muy tonto, y cuando se
enteró de que los libros hacían a las personas más listas, pensó que bebiéndose las
letras se volvería más listo.
Pero los libros no se beben, ni se mastican, sino que necesitan ser leídos, y cuando
Zepo Rete comenzó a beber el jugo de letras de los libros, se llenó de historias y
palabras que necesitaban ser leídas. Y las palabras y las letras, que sí son muy listas,
buscaron la manera de ser leídas y viajaron por el cuerpo hasta llegar a la piel de Zepo
Rete, y su cuerpo se convirtió en un inmenso tatuaje lleno de miles de letras.
Probó con cientos de jabones y estropajos para borrarlas, pero descubrió que la única
forma de quitárselas era leyéndolas. Así que, aunque no quería leer ni una palabra, no
le quedó otro remedio, y leyó su propia piel durante semanas y semanas para librarse
de todos aquellos libros que había matado.
¿Lo adivináis? Tal vez sigue siendo Zepo Rete, que continúa aspirando sus letras y
bebiéndolas, pues ha descubierto que nada le gusta más que leer todos esos libros
sobre su piel. ¿Será?
7. Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre la
lectura.
LECTURA 12: EL NIÑO QUE PUDO HACERLO (Autor: Desconocido. Se cree que es
de Osho -Líder espiritual de origen Indio o Indú)
La semana pasada, Jasper y Peter, dos niños de la ciudad de Helsinki, llevaban toda
la mañana patinando sobre un lago helado, cuando de pronto, el hielo se rompió y uno
de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la
parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la dura
capa de hielo que lo cubría.
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda pero al ver que nadie acudía, buscó
rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas. Golpeó,
golpeó y golpeó hasta que consiguió abrir una grieta por la que metió el brazo para
agarrar a su compañero y salvarlo.
A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro,
llegaron los bomberos.
Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse sorprendidos ¡¿Cómo
aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa?!
-Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza
suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo? -comentaban entre ellos.
Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a
los bomberos y les dijo:
-Yo sí sé cómo lo hizo-
-¿Cómo?- Respondieron sorprendidos.
-No había a su alrededor ningún adulto para decirle que NO podía hacerlo.
LECTURA 14: EL PAÍS DE LAS CUCHARAS LARGAS (Autor: Jorge Bucay. Cuento
adaptado para Lecturas Comunitarias de San Pedro Cholula)
Un hombre que viajaba mucho y había vivido muchísimas experiencias contó una vez
esta historia, sobre algo extraño que le sucedió:
De entre todos los países que había visitado, recordaba de forma especial el país de
las cucharas largas. Había llegado a ese país de casualidad. En realidad iba a
Luxemburgo, pero en un cruce de caminos, torció hacia el país de las cucharas largas,
que quedaba muy cerca de Luxemburgo.
Al final del camino se encontró con una casa enorme, que estaba dividida en dos
pabellones: Uno al oeste y otro al este. Estacionó el coche y salió. Delante de la casa
había un cartel que decía: ‘País de las cucharas largas’. En la casa solo había dos
habitaciones: una habitación negra y una habitación blanca. Un largo pasillo conducía
hasta ellas. A la derecha se encontraba la habitación negra y a la izquierda, la
habitación blanca.
¿Qué había en la habitación negra?
Primero se dirigió hacia la habitación negra. Pero de pronto, y antes de llegar a una
puerta muy alta, escuchó algunos quejidos y gritos lastimosos: ‘¡Ayyyyy!- Gritaban
desde el otro lado de la puerta.
Los quejidos y gritos de dolor le hicieron dudar, pero siguió adelante, y al entrar, se
encontró una mesa muy larga, con cientos de personas a los costados de la mesa. El
centro de la mesa estaba lleno de fantásticos manjares, los platos más suculentos y
apetecibles. Pero, aunque cada uno tenía una cuchara con el mango muy largo atada
a la mano, todos se morían de hambre. ¿La razón?
Tenían unas cucharas cuyo mango era el doble de la longitud del brazo. Todos
alcanzaban a la comida, pero luego no podían llevársela a la boca. La situación era
desesperante, y los gritos de angustia y hambre de las personas, le hicieron alejarse a
grandes zancadas de allí.
Y entonces fue a visitar la habitación blanca, justo al lado opuesto.
Lo primero que le llamó la atención al avanzar por el largo pasillo fue el silencio. No
escuchaba gritos ni lamentaciones. ¡Cuál fue su sorpresa al entrar y ver, igual que en
la otra sala, una enorme mesa con manjares en el centro! Todos tenían la misma
cuchara larga atada a las manos. Sin embargo, no morían de hambre ¿La razón?
Cada uno tomaba el alimento del centro y le daba de comer a la persona que tenía en
frente.
De esa forma ¡Todos podían comer!
El hombre dio media vuelta y volvió a su coche. Ahora sí, de camino a Luxemburgo.
ES IMPORTANTE REALIZAR EL SIGUIENTE EJERCICIO:
1 ¿En qué parte o en qué lugar se desarrolla el cuento? ¿En dónde quedaba el país
de las cucharas largas? ¿Ubica en dónde está Luxemburgo y qué tipo de país es?
2 ¿Quiénes son los personajes principales?
3 Investiga el significado de las palabras que no entendiste. Por ejemplo:
¿Qué quiere decir: Pabellones. Costados. Manjares. Suculentos. Apetecibles.
Longitud. Zancadas?
4 Temporalidad ¿En qué época o momento se desarrolla el cuento?
(Indistinta o Atemporal) (Muy antigua) (Pasado cercano) (Reciente) (Actual)
5 ¿Cuál fue la acción principal de la lectura?
6 ¿Qué enseñanza o qué actitud rescatas de la lectura o qué reflexión se puede
hacer?
7 Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre el
cuento.
8 ¿Investiga quién escribió este cuento y qué otras cosas ha hecho?
RECUERDEN CONSULTAR O INVESTIGAR EL SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS
QUE NO ENTIENDAN, LOS LUGARES QUE NO CONOZCAN Y LAS
PERSONALIDADES QUE SE MENCIONAN… ¡Así aprendemos ESPAÑOL,
GEOGRAFÍA e HISTORIA!
LECTURA 15: DAR PARA RECIBIR (Autor anónimo. Presentado por la organización
Ona Daurada)
Un hombre estaba perdido en el desierto de Kalahari, destinado a morir de sed. Por
suerte, llegó a una cabaña vieja, desmoronada, sin ventanas, sin techo.
El hombre se refugió ahí y encontró una pequeña pared que le daba un poco de
sombra, en donde pudo acomodarse para protegerse del calor y del calcinante sol.
Mirando alrededor, vio una vieja bomba de agua completamente oxidada. Se arrastró
hacia allí, tomó la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin parar,
pero nada sucedía.
Desilusionado, cayó postrado hacía atrás y entonces vio que a su lado había una
botella vieja. La miró, la limpió de todo el polvo que la cubría y pudo ver que tenía
líquido y pegada una pequeña nota que decía: “Usted necesita primero reparar la
bomba, vaciando toda el agua que contiene esta botella adentro de la bomba, después
tenga la gentileza de llenarla nuevamente antes de partir”.
El hombre desenroscó la tapa de la botella, y vio que estaba llena de agua… ¡Llena de
agua!
De pronto se vio en un dilema: Si bebía aquella agua él podría sobrevivir, pero, si la
vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca, bien fría, del fondo
del pozo y podría tomar todo el agua que quisiese, o tal vez NO; tal vez la bomba no
funcionaría y el agua de la botella sería desperdiciada.
¿Qué debía hacer? ¿Derramar el agua en la bomba y esperar a que saliese agua
fresca… o beber el agua vieja de la botella e ignorar el mensaje? ¿Debía perder toda
aquella agua haciendo caso a las instrucciones poco confiables, escritas no se sabe
cuánto tiempo atrás?
Después de pensar un poco, decidió derramar todo el agua en la bomba, tomó con sus
temblorosa manos la manivela y comenzó a bombear y la bomba comenzó a rechinar
pero ¡No pasaba nada! La bomba continuaba con sus ruidos y entonces de pronto
surgió un hilo de agua, después un pequeño flujo y finalmente el agua corrió en
abundancia… ¡Agua fresca, cristalina!
Llenó la botella y bebió, la llenó otra vez y tomó aún más de su contenido refrescante.
Enseguida la llenó de nuevo para el próximo viajero, para la próxima persona que
estuviera en problemas como él lo había estado. La llenó hasta arriba, tomó la
pequeña nota y con un pedazo de carbón que encontró en el suelo, añadió otra frase:
“Créame que funciona: usted tiene que dar toda el agua que se encuentre en ésta
botella, para después recibirla nuevamente”…. Dar para Recibir.
En un precioso jardín, una rosa y un sapo habían ido creciendo juntos. Durante mucho
tiempo compartieron todo tipo de vivencias, secretos y, sobre todo, una amistad que
parecía eterna.
La vida iba pasando y el sapo observaba cómo su amiga se volvía cada vez más y
más hermosa. Para él era un placer ir a visitarla, saltar a su alrededor y contarle todo
lo que sucedía fuera de aquel jardín.
La rosa se sentía cada vez más bonita, estaba feliz con su hermosura y le encantaba
la atracción que ejercía sobre la gente que la miraba. El único problema era que, de
vez en cuando, aparecía un sapo dando saltos a su alrededor que espantaba a los que
se acercaban.
Llegó el día en el que la rosa, ya cansada de la situación, habló con el sapo:
-Oye -le dijo, ¿No podrías hacer lo mismo que haces aquí, eso de ir saltando de un
lado a otro, en cualquier otra parte del jardín?
-Pero... -contestó confundido- hasta ahora nunca te había molestado mi presencia,
siempre te había gustado tenerme alrededor...
-Sí, es cierto, pero me he dado cuenta de que espantas a todos los visitantes que
vienen a verme… Les asustas y además... tu aspecto no armoniza con mi belleza.
Eres muy feo, tienes unos ojos saltones muy desagradables.
-Vaya... -contestó triste el sapo- qué lejos han quedado aquellos tiempos...
Ambos se quedaron callados durante una eternidad. Él esperando una rectificación y
ella, en cambio, esperando a que se fuera.
-Vale... -contestó finalmente el sapo- no te preocupes, el jardín es muy grande, puedo
irme a cualquier otro sitio -y se alejó de allí.
Y la primavera pasó, y el verano, y también el otoño... Y durante todo aquel tiempo,
ambos hicieron su vida por separado. El sapo la respetó y no volvió a ver a la rosa en
muuucho tiempo, hasta que un día el sapo andaba distraído comiendo algunos
mosquitos y de pronto llegó hasta donde estaba la rosa.
Al llegar, se quedó totalmente sorprendido. Su amiga, aquella bonita flor, estaba ahora
marchita, apenas quedaba rastro de la belleza que había tenido meses atrás. Sus
pétalos estaban agujereados, su tallo caído...
-Hola, Rosa.
-Hola, Sapo -contestó ella con rocío en las mejillas.
-Pero, ¿qué te ha pasado? ¿qué te han hecho?¿por qué tienes tan mal aspecto?
-No lo sé. Los primeros días todo fue bien, pero poco a poco comenzaron a comerme
los bichos, sobre todo las hormigas. Un día un picotazo aquí, otro día otro picotazo allá
y se han apoderado de mí...
-¡Ay, Rosa! -le contestó el sapo- nunca te diste cuenta de que antes había alguien que
se comía todos esos bichos que estaban cerca de ti. Estabas demasiado ocupada
observando tu propia belleza.
ES IMPORTANTE REALIZAR EL SIGUIENTE EJERCICIO:
1.¿En qué parte o en qué lugar se desarrolla el cuento?
2.¿Quiénes son los personajes principales?
3.Investiga el significado de las palabras que no entendiste. Por ejemplo: ¿Qué
significa: Armoniza. Rectificación. Marchita?
4. Temporalidad ¿En qué época o momento se desarrolla el cuento?
(Indistinta o Atemporal) (Muy antigua) (Pasado cercano) (Reciente) (Actual)
5. ¿Cuál fue la acción principal de la lectura?
6. ¿Qué enseñanza o qué actitud rescatas de la lectura?
EJEMPLO DE OPINIÓN O REFLEXIÓN: Como se habrán dado cuenta, este cuento
puede continuarse o complementar el cierre o el final.
Ustedes deciden si el sapo la disculpa y continúan su amistad o si por el contrario, así
deja a la rosa para que le sirva de escarmiento.
Nosotros pensamos que podemos continuar el cuento, indicándole a la rosa que su
vanidad y su egoísmo la pueden destruir y, además, el sapo con su bondad y su
naturaleza le ayudó a ser más bella y a reflexionar, o a estar consciente de que su
belleza no solo depende de ella y que todos nos necesitamos. Juntos, sin egoísmo y
sin despreciarnos, podemos hacer la vida mejor
7.Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre el
cuento.
Sin embargo, esa armonía se rompió un día por un suceso que nunca nadie pudo
explicar. De una de las cerdas más bellas salió una camada de cochinitos, todos muy
bonitos pero uno misteriosamente verde, igual de lindo pero con ese color nada
habitual para un ejemplar de la especie.
Todos reaccionaron de inmediato de la misma manera. Rechazaban al cerdito por su
color verde, que lo hacía diferente a todos, y en tal sentido lo marginaban de todas las
rutinas que normalmente desarrollaban.
Al principio esto no preocupó al pequeño cerdo verde. Consideraba que era normal
que lo dejasen de lado por ser el más chiquito y aunque no participaba en las
actividades del resto de la familia, se las arreglaba para hacer sus días divertidos en la
granja. Por eso se encaramaba en árboles y en el tejado de la casa, se dejaba caer
sobre pilas de paja, entraba al granero a jugar con las gallinas y hacía un sinfín de
actividades más, ¡nada comunes para un animalito de su especie!
No es que no le gustara revolcarse en el barro, es que no podía porque la familia no lo
dejaba.
Así pasaron unos meses y el cerdito se volvió uno de los pequeños más grandes y
fuertes de la familia. A pesar de esto siguió siendo marginado, con lo que comprendió
que el rechazo hacia él se debía a su diferencia, que para él era leve y nada
extravagante, y no al hecho de que hubiese sido el menor de sus hermanos.
Pero al entender el rechazo, eso le provocó una gran tristeza durante muchos días. No
obstante, repuso su ánimo y retomó con más intensidad que antes las actividades que
le hacían tener días felices.
Los cerdos mayores al ver esto no soportaron más la felicidad de un cerdito que,
según ellos, había roto la armonía familiar y ahora los abochornaba con sus
extravagancias y conductas impropias de un cerdo, como si no fuera suficiente el
hecho de que era verde y eso, para ellos, mancillaba el prestigio y la armónica belleza
rosadita de la familia.
Cansados de él, los cerdos mayores decidieron expulsarlo de la granja. Le dijeron que
se marchara, que era un engendro de la naturaleza que sólo deshonraba a la familia, y
que si se atrevía a volver por allí no lo dejarían entrar y la pasaría realmente mal.
Con esto, el cerdito de color verde, no pudo reponerse de la tristeza. Había sido
obligado a abandonar el lugar que lo vio nacer y, en consecuencia, a vagar por el
mundo sin rumbo fijo ni destino al que ir.
Tras andar y desandar por un denso bosque durante unos días, vio una bella pareja:
Una vaca y un toro, ya mayores. Quedó encantado con la belleza y ¡el tamaño! de tan
majestuosos animales, más no se atrevió a interrumpir lo que hacían y se quedó en
una esquina de un descampado.
Sin embargo, los viejos toro y vaca, se percataron de su presencia y lo observaron
detenidamente con una mezcla de asombro, gracia y admiración. Nunca habían visto
algo tan curioso, pero a la vez tan tierno, como un marranito de color verde.
De pronto se dieron cuenta que el animalito estaba sollozando y sin dudarlo se
acercaron a él y le preguntaron que le acongojaba.
El cerdito les contó el motivo de su tristeza y les platicó su historia y eso hizo que se
ganara la solidaridad y el afecto de la vaca y el toro, que casualmente nunca habían
podido tener descendencia y vieron como esa extraña, pero agradable criatura,
despertaba su instinto maternal y paternal. Por ello le propusieron que viviese con
ellos en el bosque, donde los tres podrían ser muy felices y vivir en familia, esa familia
que por distintas causas (los tres) no habían podido tener.
Por supuesto el cerdito aceptó gustoso y desde entonces habitó en el bosque junto
con esos viejos, buenos y bellos ejemplares.
Cuentan los que han pasado por ahí que aún puede verse a esa insólita familia, lo
mismo tirados, descansando en cualquier descampado, que disfrutando de un baño en
una laguna, o en un lodazal o correteando de un lugar a otro.
El cerdito haciendo ¡¡Muuuuuu!! y la vaca y el toro haciendo ¡¡Oink, oink, oink!!
LECTURA 19:
LECTURA 19: EL CÍRCULO DEL 99 (Autor: Anónimo. Adaptación para lecturas comunitarias de
San Pedro CholuIa)
En un país no muy lejano, cerca de Constantinopla, hace mucho tiempo, había un Rey muy
triste, el cual tenía un sirviente que se mostraba siempre muy contento y feliz. Todas las
mañanas, cuando le llevaba el desayuno, el sirviente lo despertaba tarareando alegres
canciones de juglares. Siempre había una sonrisa en su cara, y su actitud hacia la vida era
serena y alegre.
-No me mientas. ¡He mandado cortar cabezas por cosas menores que una mentira!
Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo.
Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, nos ayuda con
algo de ropa y alimentados, y además, su Alteza me premia de vez en cuando con algunas
monedas que nos permiten darnos pequeños gustos. ¿¡Cómo no estar feliz!?
-Sino no me dices el secreto ¡¡te haré decapitar!! Nadie puede ser feliz por esas razones que
has dado.
El Rey estaba furioso, no conseguía explicarse cómo el Paje vivía feliz así, no vistiendo ropa
lujosa y alimentándose de las sobras de los cortesanos.
EL Asesor le dijo: Majestad, lo que sucede es que él está por fuera del círculo.
-A ver, a ver si entiendo: ¿Estar en el círculo lo hace infeliz ¿Y cómo salió de él?
-¿Cómo?
Pues haciendo entrar al Paje en el círculo. Pero, una cosa sí le advierto Alteza, nadie puede
obligar a alguien a entrar en el círculo. Aunque si le damos la oportunidad, posiblemente
entrará por sí mismo.
-¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de
todos modos lo hará?
Si usted está dispuesto a perder un excelente sirviente para entender la estructura del círculo,
lo haremos. Esta noche pasaré a buscarlo, debe tener preparada una bolsa de cuero con
noventa y nueve monedas de oro.
Así fue… El asesor sabio fue a buscar al Rey y juntos se escurrieron hasta los patios del palacio
y se ocultaron junto a la casa del Paje. El sabio guardó en la bolsa un papel que decía: "Este
tesoro es tuyo, es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le cuentes a nadie cómo
lo encontraste".
El sirviente leyó la nota, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico ¡se estremeció!
El Rey y el sabio se acercaron a la ventana para ver la escena. El Paje puso todo lo que había en
la bolsa sobre la mesa, dejando una vela que iluminaba el contenido de la bolsa.
Sus ojos no podían creer lo que veían: ¡Una montaña de monedas de oro! El Paje las tocaba,
las amontonaba y las alumbraba con la vela. Las juntaba y desparramaba. ¡Jugaba con ellas!
Así empezó a hacer torrecitas o pilas de diez monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres,
cuatro, cinco pilas de diez, hasta que formó la última pila: ¡Nueve monedas! ¡Falta una!
No puede ser –pensó el Paje-. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más
baja. ¡Me robaron! -gritó-, ¡Me robaron! Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa,
en sus ropas. Movió los muebles, pero no encontró nada. Sobre la mesa, como burlándose de
él, una montañita, una torrecita resplandeciente le recordaba que había noventa y nueve
monedas de oro. Es mucho dinero -pensó- pero ¡¡Me falta una moneda!! Noventa y nueve no
es un número completo. Cien es un número completo, pero ¿noventa y nueve?
El Rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del Paje ya no era la misma, tenía el ceño
fruncido y los rasgos tensos, los ojos se veían pequeños y la boca mostraba un horrible rictus.
El Paje guardó las monedas y, mirando para todos lados con el fin de cerciorarse de que nadie
lo viera, escondió la bolsa entre la leña. Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
Mmhhh… ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar mi moneda número cien?
Hablaba solo en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla; después, quizás
no necesitaría trabajar más.
Con cien monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar –pensó- Con cien monedas de
oro un hombre es rico. Con cien monedas de oro se puede vivir tranquilo. Si trabajaba y
ahorraba, en once o doce años juntaría lo necesario. Hizo cuentas: sumando su salario y el de
su esposa, reuniría el dinero en siete años.
¿Para qué hacer el gasto en comprarnos ropa de invierno? ¿Para qué gastar en comer cosas
buenas (como frutas, verduras, pescado, etc,) ¡¡Si con las Maruchan tenemos!! Sí, sí, con un
par de zapatos en siete años está bien y así no gasto y gracias a eso llegaré a tener mi moneda
número cien.
¡Hago mi trabajo! ¿no? ¿Qué querría Su Alteza, que fuera también su bufón o su juglar?
1 ¿En qué parte o en qué lugar se desarrolla el cuento. En dónde se ubicaba Constantinopla?
¿Qué quiere decir o qué eran los Pajes y qué papel desempeñaban. ¿Quiénes eran los
Juglares?
-¿Cuál era la intriga del rey? -¿El Paje tenía un secreto para ser feliz?
-¿Cómo entró el paje al circulo del 99? -¿Qué iba hacer el Paje o qué iba a sacrificar?
-¿Por qué motivo el Paje fue despedido? ¿Fue sólo por su mal humor?
Muchos de nosotros hemos entrado en el círculo del 99 alguna vez, sentimos que nos falta
algo para estar completos, y pensamos que sólo entonces podremos disfrutar de lo que
tenemos. Como siempre, algo "falta", parece que la felicidad debería esperar hasta que todo
esté completo y así entremos en un círculo en el que nunca podremos gozar de la vida. Esta es
la enseñanza del círculo: No dejemos de disfrutar de lo que tenemos por añorar lo que
creemos que nos falta, aunque hay que esforzarnos para mejorar, pero no dejar de ser buenas
personas con los demás.
7 Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre el cuento.
LECTURA 20: EL REY Y LA RANA (Autora: Carmen Maestre. Tomado del libro: 7
cuentos para crecer y adaptado para Lecturas Comunitarias de San Pedro Cholula)
Había una vez una vieja rana que vivía en un estanque, muy cerca del palacio real.
Era de color verdoso con puntitos amarillos y grandes ojos oscuros. Llevaba gafas
para la miopía, una capa de cuadros rojos, un pequeño bastón y una pipa en la que
simulaba fumar pues no le gustaba el tabaco, pero sí su imagen en el espejo con la
pipa en la boca. Se llamaba Guadalupe Quisicosa, y, como seguro han adivinado, se
dedicaba, en sus ratos libres, a su mayor afición: resolver todos los enigmas y
misterios que le ponían por delante sus vecinos.
Un buen día, mientras desayunaba en la terraza del estanque un plato de ricas
moscas con baba de caracol, vio de repente aparecer una lujosa carroza jalada por
dos caballos albinos. Venía a toda velocidad por el sendero del bosque, aquel que
llevaba a palacio. Se detuvo de pronto y de un brinco se bajó del asiento una pequeña
ardilla vestida elegantemente con pantalones bombachos, capa y sombrero azul. Era
Aitiana, la consejera mayor del rey, quien, a saltos entre los nenúfares, llegó en un
santiamén a presencia de la rana, y sin más preámbulos ni explicaciones alargó una
de sus patas entregando un pergamino enrollado a la asombrada o sorprendida Lupe.
—Veamos qué dice la misiva —murmuró la rana para sí—. Ajá, uhum, ya veo... —
Asintió con la cabeza—. Vamos, ardilla, no hay tiempo que perder, el Rey me necesita.
En veinte segundos las dos se encontraban montadas en la carroza destino a palacio.
Por el camino, Aitiana fue contando a Guadalupe que el rey se comportaba de manera
muy extraña desde hace tiempo. Que durante el día estaba como ausente, con una
gran congoja, bostezando todo el rato y emitiendo grandes suspiros. Y por las noches
permanecía en su habitación dando vueltas sin querer irse a dormir. En opinión de
Aitiana, su majestad estaba completamente agotado, pero nadie sabía el motivo.
Guadalupe escuchaba pensativa mientras simulaba fumar en su bonita pipa.
Cuando llegaron a palacio, la ardilla la condujo a los aposentos reales. Su majestad
descansaba reclinado en un gran diván de color rojo, mientras el fuego de la chimenea
hacía arder dos troncos macizos de madera de cedro. El mayordomo, un chimpancé
peludo vestido con un chaleco, arreglaba entretanto la manta que cubría el cuerpo del
rey Ramón León III, de la dinastía de los leones grises, esos de quienes se decía que
su mayor virtud era el valor.
—Majestad —anunció la ardilla con una exagerada reverencia—. La detective
Quisicosa a tu servicio, como me pediste.
—Ah, bien, bien —contestó el rey, levantando su imponente cabeza de león con
evidente desgana—. Y ahora retiraos, dejadme a solas con ella. Sí, tú también, Cosme
— le dijo al mayordomo.
—Dicen que eres la mejor detective que hay en mi reino ¿es verdad eso? ¿Crees que
podrás ayudarme? —preguntó Ramón León III a Guadalupe mientras el chimpancé
terminaba de cerrar las puertas del dormitorio.
—Señor —respondió ella—, te serviré lo mejor que pueda, pero primero necesito que
confíes en mí. En tu carta solo explicas que un gran peligro se cierne sobre tu
reinado... Dime, gran monarca ¿cuál es el problema? ¿A qué tienes tanto miedo que ni
siquiera por las noches puedes descansar?
El rey se levantó de un salto como si lo moviera un resorte automático. Irguió su
cabeza y mostró los colmillos en gesto amenazante, muy enfadado de repente con la
rana.
—¿Miedo? ¿Miedo, dices? ¿Miedo yo, el rey? ¡Yo no tengo miedo!
En ese momento una ráfaga de aire inoportuna abrió de golpe la ventana del
dormitorio, formando un gran estrépito. El rey dio un brinco poniendo cara de terror y
como una flecha salió disparado a esconderse debajo de la cama.
Guadalupe saltó detrás, se colocó a su lado, y le susurró:
—Majestad, no pasa nada, sólo ha sido el viento que ha abierto la ventana de repente.
El rey miró a la rana todavía con ojos de susto, y del miedo pasó a la vergüenza.
—Por supuesto, por supuesto, sólo quería probarte para ver si podía confiar en ti —
Contestó y a continuación dos grandes lágrimas rodaron por sus mejillas. A Guadalupe
le causó mucha pena de pronto ver a un león tan poderoso llorando como un niño.
—¿Te das cuenta ahora de por qué mi reino está en peligro? —le preguntó—. Si mis
súbditos se enteran de que el rey tiene miedo, dejarán de confiar en mí y habrá luchas
entre ellos para sucederme en el trono. ¡Un rey no puede tener miedo nunca!
—Bueno, bueno —le consoló la rana, dándole unos suaves golpecitos en la pata con
el bastón—. Todo el mundo tiene miedo alguna vez, hasta los leones, hasta los reyes.
Si no tuvieras miedo nunca, ¿cómo te darías cuenta de que hay un peligro? La
pregunta es ¿qué es lo que te da tanto miedo? Pues a lo mejor el peligro sólo está en
tu imaginación.
—De acuerdo —consintió el rey—, te lo contaré, pero no vayas a pensar que me he
vuelto loco. Todas las noches, cuando suenan las doce campanadas en el reloj de
pared, vienen a visitarme cuatro fantasmas. Me despierto y ahí están: el primero me
jala de los bigotes, el segundo me pellizca el trasero, el tercero me golpea con un palo
en las patas y el cuarto se coloca en mi oído murmurando con una voz cavernosa: «Tu
reinoo, tu reinoooo seraaaá míooooo, míoooooo». Este último sobre todo es el que
más pavor me da, pues sus ojos se quedan un buen rato mirándome fijamente a
través de las sombras de la noche, como si pretendiera hipnotizarme, con un brillo tal
en la mirada que me hace temblar de los pies a la cabeza...
—Majestad, y ¿cómo sabes que son fantasmas? —preguntó Guadalupe muy
interesada en el relato del rey.
—Pues es obvio: sé que son fantasmas porque al encender la luz nunca encuentro a
nadie en la habitación...
—Uhmm, ya veo —dijo la rana muy pensativa, y se quedó un buen rato meditando en
todo ello, haciendo como que fumaba en su pipa...
Aquella noche, Guadalupe concertó con el rey realizar una vigilancia especial en el
dormitorio a fin de investigar qué diantres ocurría cuando sonaban las doce en el reloj
de pared. La rana se camufló discretamente haciéndose pasar por un detenedor de
libros de la estantería real. Completamente inmóvil esperó paciente, y justo cuando el
reloj dio la última campanada de la media noche, vio aparecer a cuatro personajes por
el hueco de la chimenea: un insecto palo, un saltamontes, una tijereta y una mantis
religiosa. Guadalupe abrió la boca sorprendida, y sintió de pronto que tenía mucha
hambre pues no había comido nada desde que saliera de su estanque. Sin embargo,
en lugar de lanzarse contra los insectos decidió esperar a ver qué hacían.
Y esto fue lo que ocurrió: el saltamontes de un par de zancadas se plantó en la cama
del rey y empezó a tirarle de los bigotes; la tijereta corrió veloz por la habitación y con
sus afiladas pinzas le pellizcó en el trasero; el insecto palo le golpeó en las patas y la
mantis religiosa le dijo al oído, mirándole fijamente a los ojos, con una voz gutural y
cavernosa: «¡Tu reeeino, tu reino será mío!».
Durante unos instantes y como él mismo había relatado, el pobre león se quedó
inmovilizado sin poder reaccionar. El miedo es así, a veces, no nos deja pensar con
claridad y somos capaces de creer cualquier cosa. Este preciso tiempo fue el que
aprovecharon los insectos para salir corriendo por debajo de la puerta, un segundo
antes de que el rey encendiera la luz. Sin embargo, en esa ocasión no contaban con
que una testigo silenciosa lo había presenciado todo. Guadalupe saltó enseguida a la
cama del rey en cuanto vio que los insectos se marchaban.
—Majestad, no te asustes, ya sé lo que pasa. No hay ningún fantasma. Te lo mostraré,
pero tienes que darte prisa, vamos, sígueme.
El rey, que seguía desconcertado y muerto de miedo, salió de la cama. Se puso la
bata encima del pijama y empezó a seguir a la rana a través de los pasillos de palacio.
De noche los largos corredores iluminados apenas por la tenue luz que entraba por las
ventanas, se le antojaban gélidos y misteriosos. Pero él continuó la marcha
sintiéndose protegido por la pequeña rana que iba delante. Es increíble cómo a veces
quien es un león se siente hormiga, y quien es rana se siente reina... El caso es que
Guadalupe avanzaba detrás de la mantis, la tijereta, el saltamontes y el insecto palo,
quienes completamente confiados en que nadie les seguía, iban tan tranquilos
recorriendo los pasillos, gastándose bromas unos a otros y soltando escandalosas
risotadas.
Muy pronto llegaron a unas escaleras talladas en la piedra que se extendían hacia
abajo en medio de la oscuridad. Los insectos bajaron por ellas y se perdieron de vista;
sin embargo, el sonido de sus voces seguía resonando en el eco del pasadizo.
—¡Yo no voy a entrar ahí! —exclamó el rey—. Está muy oscuro y húmedo. ¿Quién
sabe qué peligros habrá? Ve tú rana, te lo ordeno. Yo soy el rey y debo protegerme.
—¡Señor! Te pido que confíes en mí. No existe en este lugar peligro que no puedas
afrontar. Sígueme y te lo mostraré. Recuerda que el valor es el emblema de tu familia
—respondió Guadalupe.
Con estos argumentos, el rey no tuvo más remedio que continuar adelante. Bajaron
los dos por las escaleras y, al final, cuando parecía que la oscuridad iba a envolverlo
todo, apareció un rayo de luz de luna que iluminó el último tramo de escalones.
Guadalupe le pidió al rey entonces que aguardara escondido en el pasadizo. Ella se
adelantaría para reconocer el terreno, pues ante ellos se extendía un hermoso prado
en donde cientos de tiendas de campaña diminutas se habían desplegado acá, allá y
acullá. En medio de todas una fogata, y alrededor, montones de insectos bailando,
cantando, volando, encogiéndose, extendiéndose, abrazándose, peleándose...
Insectos de todas clases: mariquitas, mariposas, abejorros, moscones y mosquitos,
avispas, abejas, hormigas, cochinillas, libélulas, ciempiés, mariposas, cucarachas,
escarabajos... y todos aquellos cuyo nombre a mí se me ha olvidado y quizás ustedes
recuerden más. A Guadalupe se le iban a salir los ojos por ver tanta comida junta. En
un santiamén se merendó de golpe a dos mosquitos borrachos que iban volando sin
saber muy bien a dónde. Después se ocultó detrás de unos matorrales para observar
lo que ocurría.
Al poco, un grupo de individuos insectos se acercó a donde se encontraba la rana. Sin
ninguna vergüenza cantaban a voz en grito y desafinando: «El rey se muere de miedo,
se muere de miedo el rey, por unos simples insectos se orina en la cama ¡Hey!». Y al
cantar «Hey» todos los bichos se levantaban y agachaban haciendo la ola como si
celebraran un gol en un estadio de fútbol. En eso estaban cuando apareció la mantis
religiosa en medio de todos ellos.
El insecto llevaba una capa dorada que le cubría de arriba abajo, dejando entrever sus
patas delanteras en forma de pinza. Una corona de seis puntas adornaba
graciosamente la cabeza, con capacidad de girar hasta ciento ochenta grados. Los
ojos de la mantis, a un lado y a otro de su cara triangular, miraron sin parpadear a los
asistentes. Guadalupe, oculta tras el matorral, contuvo la respiración y las ganas de
saltar para seguir comiendo.
—Queridos amigos y amigas —dijo la mantis—. Estamos aquí para celebrar el
comienzo de un nuevo reinado. El rey Ramón León III está a punto de claudicar. El
Miedo se ha apoderado de él. Llega un tiempo de abundancia para los insectos. Todas
las cosechas, todos los cultivos en los campos, todos los frutos de los árboles. ¡Todo
será nuestro!
—¡Viva, viva! —gritaron los bichos al unísono—. ¡Viva nuestra nueva reina!
Guadalupe se fue distanciando discretamente, sin ser advertida en medio del
entusiasmo general, camino al escondite del rey, quien, echándole valor al asunto, se
había asomado desde el pasadizo para saber lo que ocurría. La rana le encontró en
posición de ataque, completamente indignado y furioso.
—¿!De modo que era eso!? ¡Los insectos querían quedarse con mi palacio y con mis
tierras, capitaneados por la mantis! ¡Pues ahora verán! ¡Sube a mi lomo ranita! Vamos
a ver quién es el Rey aquí.
Dicho y hecho, Guadalupe montó en la espalda del león, y este saltó hacia delante
rugiendo y mostrando sus garras. En medio de la algarabía que se formó de repente,
alguien gritó:
—¡El rey! ¡Sálvese quien pueda!
Todos los insectos salieron despavoridos en bandada. Los voladores alzando el vuelo,
las hormigas escondiéndose bajo tierra, los escarabajos haciéndose una pelota y
rodando campo abajo. Guadalupe, a lomos del rey, lanzaba su lengua a un lado y a
otro, zampándose a cuanto insecto se le cruzaba por delante.
Todos salieron corriendo excepto la mantis, que se mantuvo dignamente en la misma
posición, con su capa de reina y su corona.
El rey se acercó a ella para saber quién había sido su rival en todo ese tiempo, quién
le había asustado de aquella manera, rompiendo sus nervios cada noche. Sus ojos se
encontraron frente a frente. Algo en la mirada de ella resultaba inquietante y peligroso
incluso para la rana.
En la mente del león apareció el recuerdo de una voz cavernosa: «Tu reino será mío».
Un sudor frio recorrió el cuerpo del rey que de repente se encontraba inmovilizado al
lado de la mantis. Esta mantenía su mirada fija en los ojos de él, como si le estuviera
hipnotizando.
—¡Majestad! ¡Majestad! —le gritó Guadalupe—. ¡No tengas miedo, solo es un vulgar
insecto! ¡Tú eres el rey! ¡Eres el rey! —le gritó fuertemente al oído.
Como si saliera de un mal sueño, el rey Ramón León III, de la dinastía de los leones
grises, reaccionó de repente. Miró con fiereza a la mantis y rugió tan alto y fuerte como
pudo.
—¡Yo soy el rey! ¡Yo Soy!
La mantis salió volando disparada por el aliento del león, y se quedó tirada en el suelo,
desconcertada y malherida. La rana fue a por ella con el propósito de zampársela,
pero entonces el león se acercó:
—Déjala, Guadalupe. Yo soy el rey. Deja que se vaya. Ya no puede hacerme daño.
Dicho esto, el león se dio la vuelta con Guadalupe encima de su lomo. Por primera vez
en mucho tiempo se sabía grande y poderoso. Aunque nunca había perdido su reino,
sentía que por fin lo había recuperado.
Cuentan que el rey y la rana mantuvieron su amistad durante muchos años y que cada
vez que el monarca sufría de pesadillas, la mandaba llamar para acompañarle en sus
noches de insomnio.
ANTES DE CONTINUAR CON LA DÉCIMA SEGUNDA LECTURA, ES
IMPORTANTE REALIZAR EL SIGUIENTE EJERCICIO:
1 ¿En qué parte o en qué lugar se desarrolla el cuento?
2 ¿Quiénes son los personajes principales?
3 Investiga el significado de las palabras que no entendiste. Por ejemplo:
¿Qué son las gafas, que es la miopía? ¿Cómo son los caballos albinos? ¿Qué son los
nenúfares? ¿Qué es un diván? ¿Qué es camuflaje? Etc., etc.
4 Temporalidad ¿En qué época o momento se desarrolla el cuento?
(Indistinta o Atemporal) (Muy antigua) (Pasado cercano) (Reciente) (Actual)
5 ¿Cuál fue la acción principal de la lectura?
6 ¿Qué enseñanza o qué actitud rescatas de la lectura o qué reflexión se puede
hacer?
EJEMPLO DE OPINIÓN O REFLEXIÓN: El Miedo es una sensación que tenemos
todos los seres humanos, pero para poder disfrutar la vida y tener una buena
convivencia con los demás, hay que buscar formas para que no nos paralice o nos
limite en nuestra vida.
Con valor, cooperación, alegría y teniendo confianza, podemos resolver mejor las
cosas. El sentido de pertenencia y el apoyo grupal, son muy necesarios e importantes
para poder lograr y realizar grandes metas.
7 Representa con un dibujo, una foto, caricatura, pintura, etc., algo que ilustre el
cuento.
8 ¿Investiga quién escribió este cuento y qué otras cosas ha hecho?
LECTURA EXTRA:
LOS LENTES PARA SIMÓN. (Autor: Fausto Antelo. Adaptado para Lecturas Comunitarias de San
Pedro Cholula)
Simón era el típico terco. El hombre no aceptaba otro punto de vista que no fuera el suyo,
creía que todo lo que él decía era de esa manera y no de otra. Simón era un tipo muy
testarudo y cuando se le metía algo en la cabeza no había quién se lo quitará o lograra hacerlo
cambiar de opinión.
No pasaba un día entero sin que Simón criticara lo que hacían las demás personas. Simón no
podía entender que las otras personas pensaran diferente ¡que fueran diferentes a él! Y
además, que hicieran las cosas tan mal y de otra manera.
Una tarde, Simón estaba bebiéndose una taza de café y leyendo el periódico en su cafetería
favorita: “La Taza de Oro”, en el barrio de Zerezotla, en San Pedro Cholula, mientras veía como
una señora, de la otra mesa, tomaba su café sin leche y sin nada de azúcar. De inmediato el
hombre empezó a balbuceaba y a pensar en voz alta:
—¡Pero qué mujer tan desubicada e ignorante! ¡Pero cómo! ¿Qué no sabe que el café se toma
con tres cucharadas de azúcar y media copita de leche?
Luego Simón vio entrar a un hombre con un sobretoldo (gabardina), y nuevamente balbuceo.
—¿¡Pero qué tiene en la cabeza ese hombre!? Los sobretoldos se usan sólo los días de lluvia y
hoy hay sol, debe estar loco.
Unos minutos después, un extraño hombre de cabellos revueltos y traje claro se acercó a la
mesa donde Simón estaba sentado y preguntó.
—¿Puedo sentarme aquí con usted? Veo que está solo.
Antes de que Simón tuviera tiempo de decirle “no”, el hombre se sentó en la silla que estaba
vacía frente a él.
—Úselo y lo entenderá, nos vemos luego— dijo el hombre mientras se levantaba de la silla y se
retiraba
Simón era muy testarudo, pero también era muy curioso, así que aunque no conocía al
hombre y le parecía muy rara toda la situación, decidió ponerse los lentes. Cuándo se los
colocó, volvió a mirar hacia la señora que bebía su café sin azúcar y sin leche, y vio una escena
de una niña pequeña junto a su madre bebiendo el café de esa manera. Entendió que la mujer
había aprendido a tomar el café de ese modo, como su propia madre.
Luego miró al hombre del sobretoldo y pudo verlo trabajando durante meses y ahorrando para
comprarse ese atuendo que tanto le gustaba. Simón entendido que al hombre le había costado
mucho comprar ese sobretoldo y por eso disfrutaba de utilizarlo cuando le placía.
Simón se quitó los lentes, un poco aturdido. El hombre testarudo entendió que esos lentes
eran muy especiales y le ayudaban a ver las cosas desde otro punto de vista.
Así fue que Simón se llevó los lentes consigo y continúo usándolos. Cada vez que veía algo, lo
miraba con sus propios ojos y luego se ponía los lentes que ese hombre misterioso le había
entregado, así podía darle a las cosas una perspectiva distinta.
Simón, caminado hacia su casa, vio a su vecina, la charlatana insoportable, y con los lentes
comprendió que la mujer estaba muy sola y buscaba compañía, por eso conversaba tanto con
quien tuviera enfrente o con quien se le cruzara en su camino.
Al día siguiente, Simón, vio a uno de sus compañeros de trabajo qué era muy obsesivo con sus
tareas y vio como de niño su padre era muy exigente con él.
Pasaron los días, y vió distintas experiencias con los lentes. Y así, Simón comenzó aceptar que
existían muchísimos puntos de vista, y estos variaban de acuerdo a lo que cada uno había
vivido y había experimentado a lo largo de su vida.
Una vez más, y esta vez sin preguntarlo, se sentó el extraño hombre que le había dado los
lentes. ¡Sí! en la silla vacía de la mesa donde se encontraba Simón.
—Hola, Simón. Veo que has aprendido la lección ¡Y muy rápido! Así que vengo por los lentes,
alguien más lo necesitará, de eso estoy seguro.
Sorprendido porque jamás le había dicho su nombre, Simón tomó los lentes de su bolsillo y se
los entregó al hombre, el extraño hombre se despidió con un simple guiño y se retiró del café.
Jamás volvió a cruzarse con aquel hombre, pero Simón, jamás olvidó aquella experiencia.
ES IMPORTANTE RESOLVER LAS SIGUIENTES PREGUNTAS:
Las apariencias engañan ¿verdad? Hay que tener respeto por los demás, cada persona o cada
situación puede tener diferentes maneras de ver y de entenderse. Hay que ponernos en los
zapatos de las otras personas para comprenderlas. Esta es una lectura que nos enseña que hay
razones diferentes a las nuestras.
7 Representa con un dibujo, una foto, caricatura, etc., algo que ilustre el cuento.
Se cuenta que por el año 250 A.C., en la China antigua, un príncipe de la región norte
del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, él debía
casarse.
Sabiendo esto, él decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para
ver quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente, el príncipe anunció que
recibiría en una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un desafío.
Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios
sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un
sentimiento profundo de amor por el príncipe. Al llegar a la casa y contar los hechos a
la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la celebración y sin poder creerlo le
preguntó:
- "¿Hija mía, que vas a hacer allá? Todas las muchachas más bellas y ricas de la corte
estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo,
pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura."
Y la hija respondió:
- "No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré
escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos momentos cerca
del príncipe. Esto me hará feliz."
Por la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas,
con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas
intenciones. Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío:
- "Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella
dentro de seis meses será escogida por mí, esposa y futura emperatriz de China."
La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho
la especialidad de cultivar algo, sean: costumbres, amistades, relaciones...
El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes de la
jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que si la
belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía
pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más
profundo.
Por fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Consciente de su esfuerzo y
dedicación, la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias
ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del
príncipe por unos momentos.
En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes
tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores.
Ella estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella.
Todos los presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué
él había escogido justamente a aquella que no había cultivado nada.
Entonces, con calma el príncipe explicó:
"Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: LA
FLOR DE LA HONESTIDAD. Todas las semillas que entregué eran estériles."
Cierto día el Califa Harun al Raschid, organizó un gran banquete en el salón principal
de palacio para celebrar su cumpleaños, en el año 800 D.C.
Las paredes y el techo del salón ¡Brillaban por el oro y por las piedras preciosas con
las que estaban adornados!
Harun al Raschid (Aaron el Justo), fue el más grande de los Califas de Bagdad. Se
puede encontrar más historias sobre él en ese maravilloso libro conocido como: Las
mil y una noches.
“Te voy a adelantar dos meses de tu sueldo”. Le dijo la patrona a Rigoberta cuando la
vio llegar con su ropa bien viejita, la misma con la que trabajó en la finca.
“Me das vergüenza ¡Qué serías para mis amigos! Mis amigos son personalidades, así
que tienes que cambiar. Ve nada más “¡Cómo estás!”, le dijo casi tapándose la nariz.
La señora del señor tomó su bolsa de charol y muy digna salió en su coche a comprar
un huipil, un corte nuevo y un par de zapatos para la nueva sirvienta que había traído
Candelaria, india también.
En ese entonces, Rigoberta tenía 13 años y aunque comprendía un poco de castellano
no hablaba ni una sola palabra.
“¡Rigobertaaa! ¡Rigobertaaa!, le gritó la señora cuando llegó del mercado donde había
comprado las cosas. Tal vez Rigoberta pensó que se estaba muriendo por la
intensidad de los gritos, pero se dio cuenta de que ese era su tono de voz. Llegó
corriendo. “Toma -le dijo la patrona- entregándole un paquete; no te compré los
zapatos porque no te alcanzó con el dinero de dos meses que tienes que trabajar”.
Rigoberta tomó las cosas y fue a su cuarto a bañarse y a cambiarse. Ya limpia, se fue
a hacer la cama de la señora. Cuando terminó, vino la patrona a revisar su trabajo.
“Repite esa cama porque no lo hiciste bien”, le reprochó.
Dice Rigoberta: “Yo la maltrataba en mi mente. Me decía: si pudiera mandar a esta
mujer a la montaña y si pudiera hacer el trabajo que mi madre hace. Yo creo que ni
siquiera era capaz”.
Por la noche, Rigoberta se fue a dormir a su cuarto, donde guardaban cajas, bolsas de
plástico y la basura. Y se acostó en una camita, donde la otra sirvienta le había
colocado un petate. Como tenía costumbre cuando trabaja en la finca, se despertó a
las tres de la mañana. Y así, despierta, tal vez se acordó de lo que había cenado:
Unos pocos frijoles con unas tortillas bien tiesas. Quizá en esos momentos se acordó
de lo que le dieron de comer al perro de la casa, blanco y bien lindo: pedazos de
carne, arroz; es decir la misma comida que los señores.
“Me sentía muy marginada. Menos que el animal que existía en esa casa”, dice
Rigoberta en sus memorias.
Varios meses trabajó Rigoberta con su patrona, porque, -dice- “Yo no era capaz de
desobedecer. Y esos patrones abusaban de toda mi obediencia. Abusaban de toda mi
sencillez”. Además, Rigoberta tenía que pagar los dos meses que la señora había
gastado en su ropa. Finalmente, Rigoberta regresó a su casa porque uno de sus
hermanos le vino a avisar: “Papá está en la cárcel”.