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A mediano plazo, el derrumbe del sistema político y económico andino permitió que los
españoles realizaran una serie de cambios estructurales con relativa facilidad: descentralizaron
el territorio estableciendo la capital en Lima, reemplazando al Cuzco como punto de
convergencia y divergencia de las riquezas; establecieron en Potosí un nuevo centro de riqueza;
limitaron la circulación de población y desestructuraron el sistema de control vertical de pisos
ecológicos; se apoderaron mediante la encomienda de gran parte de las mejores tierras de las
comunidades andinas, mientras que otras tantas quedaban sin trabajar debido a la gran baja
demográfica; e insertaron un nuevo sistema que se basaba en la economía de mercado, sistema
que le era completamente ajeno a los pobladores andinos.
Aun así, el mundo curacal se vio afectado menos directamente que el sistema estructural del
Tahuantinsuyo, pues el primero basó su poder tanto en el prestigio étnico como en el sistema
de reciprocidad, factores que no tuvieron que ver directamente con la muerte de Atahualpa ni
con los primeros cambios que realizaron los españoles. Es más, los hispanos consideraron
tempranamente que los señores étnicos eran imprescindibles para desarrollar cualquier
proyecto colonizador, iniciándose un proceso paulatino de aprovechar el papel tradicional del
curaca, así como trastocarlo de acuerdo a los intereses españoles. Mientras sucedía este doble
proceso, los mismos curacas utilizaron desde muy temprano las vías coloniales para obtener
beneficios de acorde a su prestigio y reconocimiento, precisando derechos en busca de obtener
una situación definida que les permitiera no sólo una serie de beneficios, sino asegurar las
condiciones para la redistribución. Dentro de todas las posibilidades expuestas, existen un
sinnúmero de casos con los cuales ilustrar la situación de incertidumbre y desorden creada por
la conquista. Uno de los más conocidos por su envergadura es el que realizaron numerosos
curacas de la sierra central, sur y el altiplano, en una reunión a mediados del siglo XVI, en la cual
intentaron lograr una autonomía dentro del régimen colonial proponiéndole a la Corona
española un tributo directamente pagado por los curacas andinos equivalente al de los
encomenderos, con la finalidad se ser directamente dependientes de la jurisdicción de España,
poniendo fin a la encomienda y tratando de salvaguardar sus costumbres y leyes anteriores a la
conquista. La petición fue presentada finalmente por Bartolomé de Las Casas alrededor de 1560,
sin éxito. Lo interesante de esta situación es que los curacas andinos reconocen el escenario
colonial y lo utilizan en beneficio propio, buscando una situación más parecida a la que tenían
en tiempos del Tahuantinsuyo, todo ello apenas a tres décadas de la conquista y en medio de la
resistencia de Vilcabamba.
Esta actitud de los curacas ha sido malinterpretada por muchos investigadores que han tildado
a muchos curacas de colaboracionistas o servidores de los intereses españoles. Entendiendo
mejor el papel de la reciprocidad y las alianzas en el mundo prehispánico andino, vemos que la
actitud de los curacas con los invasores no fue distinta a la que estaban acostumbrados a realizar
con otras etnias, y es por ello que una vez realizada la conquista, muchos de estos curacas que
apoyaron a los españoles buscaron beneficios mediante probanzas de servicios en las cuales
exponían sus leales servicios a la corona. Estas probanzas contienen valiosa información del
papel de las etnias en la conquista pero también una gran cantidad de información distorsionada
por los mismos curacas que buscaron mayores beneficios para sí mismos y sus comunidades.
El nuevo papel del curaca, el de funcionario del régimen colonial, debe ser entendido finalmente
dentro de la dualidad complementaria del mundo tradicional andino, y no como una actividad
excluyente. Esta labor se ve, por ejemplo, en la organización de la producción e intercambio
andino simultáneamente con ingreso paulatino al mercado español de la moneda y el tributo.
El aumento o disminución de poder de los señores étnicos en estas décadas dependerá del lugar,
de la época, de los acontecimientos o de la habilidad de los mismos para granjearse las
prebendas y beneficios que el nuevo sistema podía ofrecerles.
A partir de 1560, el aparato estatal colonial y la Iglesia empezaron a dirigir un ataque contra los
curacas en busca de disminuir su poder e importancia. El nombramiento de alcaldes indios en
las comunidades y el establecimiento de las reducciones por una parte, y la campaña de
extirpación de idolatrías por otra, minaron el poder de la mayoría de los curacas hasta el punto
de convertirlos en simples funcionarios.