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Unidad 1

Impacto de las
tecnologías de la
información y
comunicación en los
modos de vida del ser
humano

Desafíos Culturales
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Módulo 4: Cultura Digital

Contenido
Módulo 4: Cultura Digital ................................................................................................... 1

Para empezar: .................................................................................................................... 2

Introducción ...................................................................................................................... 3

1. Cultura digital ............................................................................................................. 5

2. Identidad digital ......................................................................................................... 8

2.1. Configuración identitaria digital ......................................................................... 10

3. Cuerpo digital ........................................................................................................... 14

Conclusiones .................................................................................................................... 20

Referencias bibliográficas ................................................................................................ 21


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Para empezar:
Nos corresponde revisar el cuarto módulo de nuestra primera unidad. Para entrar en sus
contenidos, hemos revisitado algunos conceptos como modernidad, globalización y
configuración cultural, con la finalidad de ahondar todavía más en sus profundidades,
porque son tantos los aspectos que podemos destacar y tantas las aristas en las que
podemos instalar diálogo, que para ello resulta fundamental que vayamos tejiendo tramas
cada vez más complejas.

Un aspecto interesante que hemos comenzado a instalar,


articulado en la voz de Manuel Castells, es el anuncio de que
la identidad digital y la sociedad red son conceptos
verdaderamente claves para explicar la manera en que la
imagen ha comenzado a reemplazar a la palabra en su
eficacia simbólica, y ello determina ciertos efectos en
nuestro comportamiento, en las maneras de establecer
situaciones sociales y, sobre todo, en las formas de comunicación. Justamente allí radica la
importancia de este curso, por ello los hemos llamado Desafíos Culturales. Entonces, desde
ese lugar, podemos sostener que vivir este presente, con todo lo que significa la novedad y
la capacidad de puesta al día de los medios y la tecnología, nos atraviesa a lo largo y ancho
de todas nuestras disciplinas, quehaceres y dedicaciones tanto sociales como culturales.

A partir de ahora, dejamos las puertas abiertas para entrar en la dimensión de la Cultura
Digital, un universo del que participamos en nuestra vida ordinaria y extraordinaria,
materializado en una suerte de convivencia natural. La cultura digital se empodera
manifestándose, seduciendo y penetrando. Podemos aventurarnos a afirmar que, en el
estado del presente, la cultura digital forma parte de nuestro código genético.
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Introducción
El mundo que habitamos hoy ha verbalizado con total naturalidad la relación que
establecemos con la tecnología, y por ello sabemos que estamos viviendo una era
suministrada por la informática. Aquí, la palabra digital ha conquistado un territorio propio,
inmediatamente vinculado a la acción de la digitalización, un concepto que forma parte del
abc tecnicista del cual todas y todos participamos e incluso socializamos, de hecho, la voz
latina “digitalis” es un adjetivo que hace referencia al grosor de un dedo –a la configuración
de su espesor tridimensional, si lo llevamos hacia un imaginario digital– en consecuencia,
“digitus” significa dedo. Todavía en los años setenta y ochenta, se hacía alusión a ciertas
mecánicas que movilizaban la comunicación de masas en el mundo, y sonaban las teclas de
las máquinas para escribir. El ámbito de las secretarias y secretarios rendía cursos y
exámenes de mecanografía, porque en ese contexto resultaba una disciplina prioritaria para
poder ejecutar con eficacia sus competencias. El
ámbito de la imagen capturaba instantáneas con
grandes posibilidades de colores y cromas, además del
manejo de la escala de grises, a través de un diafragma
mecánico, y las marcas más consolidadas del mercado
se adjudicaban la proeza de la creación de cámaras
automáticas. Esto provocó una verdadera revolución
en la Publicidad, el Diseño, el Arte, la Ciencia y el
Periodismo.
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Hoy, consideramos como digital todo aquello que se puede reducir a números, a dígitos y
utilizamos la palabra con total propiedad en nuestro lenguaje coloquial. Digitalizamos
música, películas, libros. ¿De qué manera? Se procesan a través de softwares que nos
brindan la posibilidad de almacenar, guardar y conservar, en una
memoria interna o externa de nuestro equipo, esa misma
información para poder acudir a ella cuando la necesitemos. Este
proceso convierte las ondas que representan las señales de aquellos
efectos visuales y acústicos y aporta de manera clara, un
mejoramiento notable en su calidad técnica.

Entonces, el ámbito de lo digital está vinculado en primera


persona con la tecnología y, a su vez, la tecnología está
emparentada con nosotros, seres humanos, ya que somos
nosotros quienes interactuamos digitalmente en este universo
de aparatos y objetos, cada vez más sofisticados. Lo análogo ha
quedado atrás para dar paso al mundo digital y nos permite
manejarnos de manera óptima con controles remotos que demandan acciones a aparatos
domésticos. No es extraño que antes de llegar a nuestros hogares, estemos ordenando
ciertas señales ya programadas en nuestros teléfonos celulares, hacia el dominio del campo
doméstico, para que se encienda la calefacción, el aire acondicionado, que comience a
funcionar la aspiradora robot, o incluso que al abrir la puerta de nuestro departamento nos
reciba el aroma de un café recién preparado. Estamos ad-portas de un mundo
revolucionado por la informática y la tecnología, y ello ha construído el ambiente propicio
de la cultura digital, que es el tema eje que desarrollaremos a continuación.
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1. Cultura digital
Concepto de Cultura: Antejardín que nos permite cruzar la puerta de acceso hacia la Cultura
Digital.

Imaginemos un antejardín precioso. Podemos apreciarlo


desde la transparencia que nos permite la reja, y contemplar
rosales blancos, amarillos y rojos del lado derecho. Frente a
ellos, a la izquierda del antejardín, dos grandes plantas
copadas de un fragante espesor lila y rosa; son las bellas y
compactas hortensias. Al fondo a la izquierda, un damasco
cargado con sus pequeños frutos dulces. En la muralla
trasera del antejardín, que es la estructura frontal de la casa, una hiedra trepadora en
estado salvaje, que apenas deja entrever las ventanas. En el centro exacto de este muro, la
puerta de acceso a la casa.

Este antejardín responde a una planificación. Aquí hay un dueño o una dueña de casa, quien
ha decidido organizar la disposición de las plantas y árboles que cuida con regularidad
matemática. Si no lo riega se seca, por lo tanto, utiliza un método para no olvidar el cuidado
que contempla intermitencias rítmicas de tiempos diferenciados para la acción del riego y
una cantidad de agua distinta para cada especie. Si este antejardín cobrara vida y se
humanizara –como el jardín de flores multicolores que nos regala Lewis Carroll en Alicia en
el país de las maravillas– sería una cultura: “La cultura incluye los artefactos, bienes,
procedimientos técnicos, ideas, hábitos y valores heredados” (Malinowski, 1931: 126).
Apliquemos la cita que nos aporta Bronislaw Malinowski a nuestro ejemplo: los artefactos
serían la manguera, la llave que permite el paso del agua; los bienes, la población de flores,
cada especie preocupada de dar lo mejor de sí misma, los colores más preciados, las
texturas más bellas; procedimientos técnicos, la metodología que responde al cuidado y
riego, esa organización fundamental para que la cultura prospere en el presente y en el
transcurrir del tiempo; las ideas, los posibles cambios que podría eventualmente
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experimentar el jardín, tal vez podrían coordinar el corte de pelo de la hiedra, para que no
tapara las ventanas; los hábitos, las maneras de vivir, despertar con el rocío de la mañana,
dormir la siesta a las 3 de la tarde cuando los rayos del sol golpean con fuerza, y dormirse
en el atardecer, refrescando sus pétalos, pistilos, hojas, tallos y ramas. El lugar que cada una
de ellas ocupa y el cuidado de ese habitáculo que es la tierra podría encarnar los valores
heredados.

Esto es la cultura: herencia, ideas, bienes, procedimientos técnicos, hábitos. Cada una de
estas acciones hacen la cultura y a partir de su empeño y desarrollo, podemos asegurar su
vitalidad y continuidad a través del tiempo; por ello la cultura se nutre de sí misma y en sí
misma y requiere de una sociedad o grupo humano organizado, trabajador, con métodos
creativos que puedan asegurar su permanencia y vigencia. Si materializamos esta idea,
tenemos una cultura viva en nuestro antejardín y podemos ahora dialogar con ellas y ellos
y entrar a la casa, vale decir, cruzar el umbral de la única puerta de acceso frontal visible
para conocer la realidad del adentro. Lo hacemos. ¿Y qué encontramos? Una cultura
doméstica totalmente digital. Un televisor inteligente con una aerodinámica pantalla plana,
computadoras, laptops y parlantes colgados en los muros que responden a un control
remoto para equalizar el sonido y permitir el goce de la música; todos ellos desplegando sus
dotes tecnológicas. ¿En la cocina? Una cacerola computarizada que cocina sola los
alimentos, un hervidor eléctrico con funciones diferenciadoras para hervir el agua con
grados específicos para preparar un té o una infusión,
un refrigerador que hace hielo. ¿En el baño? Una
ducha que regula la frecuencia e intensidad del agua, y
una taza de baño que diferencia la salida del agua
desde un estanque invisible, porque gracias a los
avances tecnológicos ha sido posible que desaparezca
su volumen, el que entorpecía la visión estética y
aséptica del lugar.
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Aquí vive una familia digitalizada, que envía mensajería instantánea desde
sus celulares a sus amigos y parientes que viven al otro lado del mundo;
estamos en un escenario propio de la cultura digital.

Repasemos el concepto de cultura en voz de otro pensador. Para Alvear (2004), cultura es:
“la suma de las creaciones humanas acumuladas en el transcurso de los años” (Alvear, 2004:
76). Las creaciones humanas van cambiando con el tiempo, con el paso de los siglos, de las
épocas y, a la vez, con el cambio de mentalidad que nosotros los seres humanos vamos
experimentando, para dinamizar y actualizar el desarrollo propio de nuestras
competencias. Sin la tecnología contemporánea y sin el impacto de la globalización, no
podríamos visualizar este escenario: ¡bienvenidas a la Cultura Digital!

Pregunta activadora:
¿Podrías realizar un listado que contenga objetos y aparatos propios del
despliegue de la digitalización y la cultura anterior a este contexto?

Respuesta a la pregunta activadora:

Para la realización de nuestro listado de objetos y aparatos digitalizados, tenemos que


poner atención a los cambios desarrollados por el ser humano desde la comprensión
del concepto de cultura. Ello nos garantiza las claves necesarias para contextualizar la
aparición y/o desaparición de objetos y aparatos múltiples, en diversos escenarios
históricos.
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2. Identidad digital
La trama de nuestra identidad digital está unida tanto a
la cultura en la que vivimos como a la cultura que
dejamos entrar a nuestras vidas y que se desplaza con
total agilidad a través de la información que buscamos y
filtramos a lo largo de nuestra activa presencia en redes
sociales y en los multicanales a los que tenemos acceso
hoy. Todo ello es posible gracias a la utilización que
hacemos de nuestros teléfonos celulares, computadoras,
televisión digital, entre otros inteligentes y persistentes aparatos. Para profundizar en la
comprensión de la identidad digital, es necesario refrescar conceptos que ya hemos
revisado, como el de identidad individual e identidad colectiva. Sabemos que la identidad
individual está constituida por la propia personalidad, por la forma de ser individual y las
diversas maneras de ver y enfrentar el mundo. Al mismo tiempo, se enraíza en la
autonomía, pero necesita de la interacción con un otro para socializar las propias
convicciones. Aquí cobra total protagonismo la identidad colectiva, la cual se constituye a
partir de la puesta en común de conjuntos de identidades individuales.

La sociedad ha creado sistemáticamente a través del tiempo, agrupaciones, colectividades,


idearios y grupos que responden a diversas posturas y maneras de pensar; estos espacios
resultan fundamentales para la práctica de la autonomía que vitaliza la identidad individual.
Aquí se ajustan, crecen y maduran los roles propios, pero también los roles colectivos. En
síntesis, el concepto de pertenencia tiene total raigambre en la idea de identidad colectiva.
Podemos inferir que tanto las individualidades como las agrupaciones se necesitan y
requieren para construir altura y anchura de mundos posibles, por ello es interesante
pensar en un constructo literario y estético, que da cuenta de un contenedor y un
contenido.
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El contenedor abraza las identidades colectivas agrupadas y cohesionadas; en cambio, el


contenido hace referencia a la diversidad de identidades individuales, dentro de las cuales
se ponen en común sus propias cosmovisiones.

La identidad digital es una mixtura compleja que abarca el territorio propio de la identidad
individual, como el territorio de fuera, manifestado a través de la identidad colectiva.
Sabemos que la identidad es “una construcción compleja, personal y social, consistente en
parte en quien creemos ser, como queremos que los demás nos perciban, y como de hecho,
nos perciben” (Wood y Smith, 2005: 49).

La configuración de la identidad digital estaría, según este


alcance, demandada por la imagen que se quiere mostrar y
proyectar de nosotros en un espectro social; pero un espectro
particular, porque se constituye en nuestra movilidad e
interacción digital, vale decir, en los océanos de las pantallas
líquidas. Esta identidad tiene, por tanto, un carácter de
dominio social.
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2.1. Configuración identitaria digital


La identidad digital se establece en función de un conjunto
variado de características que se han ido conformando con el
tiempo. Estas responden a cualidades, actitudes, formas y
posibilidades estrechamente vinculadas a cómo nos vemos,
nos percibimos y, de manera singular, a cómo queremos ser
vistos y vistas en esta vitrina social digital.

La constitución basal de estas características es el carácter social que tiene la identidad


digital, por ende, todo lo que somos queda por voluntad propia arrojado al universo de las
redes sociales, entre otros entornos y plataformas. Así, nos armamos de una suerte de
maquillaje digital que abriga nuestro ser. ¿Podemos advertir si estamos conociendo a un
ser humano real, inventado o creado para conseguir o cubrir ciertas necesidades que
nosotros y nosotras ignoramos? Posiblemente esta pregunta responde a subjetividades en
relación a la percepción de otro/a y que, a través de la información personal que comparte,
divulga y crea, podrá contar con nuestra validación o
no. En situaciones particulares, como la búsqueda de
trabajo al compartir descriptores que tienen que ver
con atributos personales y profesionales, imaginamos
que estos responden a una realidad que podría
perfectamente ser comprobada.

La creación de la identidad digital utiliza el llamado


Nick, un apelativo o nombre que podría corresponder
con el real o uno ficticio. A la hora de crear nuestro Nick, ¿qué tipo de nombre nos
representa?, ¿por cuál apostamos?, ¿qué dice sobre nosotros y nosotras? Otro ingrediente
fundamental es el Avatar, que tiene correspondencia con nuestra imagen. ¿La fotografía
publicada y socializada nos representa?, ¿grafica una fidelidad real con quienes somos?,
¿responde a un universo ficticio que habla de nosotros y nosotras?, ¿qué información
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podrían leer otros y otras a través de nuestro Avatar? Asimismo,


el contenido publicado es fundamental para la creación de
nuestro yo. ¿Qué compartimos?, ¿qué tipo de cosas
anunciamos y decimos?, ¿cómo son nuestras opiniones? Los
variados servidores del universo digital también contribuyen a
la creación del perfil que nos identifica. Y si este se actualiza
continuamente para acrecentar nuestra presencia digital, entonces ¿qué servicios
utilizamos con regularidad?, ¿compartimos opiniones en Twitter?, ¿seguimos a personas en
Instagram?, ¿publicamos y actualizamos nuestros intereses e inquietudes?, ¿nos siguen
personas?, ¿somos creíbles?, ¿utilizamos con mayor regularidad el correo electrónico y
dejamos fuera las redes sociales?, o ¿nos inclinamos a disfrutar de socializar las marcas de
ropa que nos gustan, los deportes que practicamos, los alimentos que estamos
consumiendo, los libros que estamos leyendo, los podcast que nos encantan y seguimos o
la publicación de los propios?, ¿seguimos a youtubers y les damos likes a sus videos?,
¿somos youtubers? El tipo de contactos que vamos acrecentando en nuestra vida social
digital arroja información relevante sobre nosotros y nosotras. ¿Qué contactos tenemos?,
¿los alimentamos?, ¿cuál es el perfil de las personas que nos siguen?, ¿nos relacionamos
con muchas personas o con pocas?, ¿cuáles son los patrones que establecemos para
comunicarnos con ese caudal de contactos, si los tenemos?

La identidad digital es una potente vertiente de nuestras configuraciones veraces, creadas


o inventadas. En esa jerarquía que habla del ser, podemos pensar en cómo nos
involucramos con otros y otras a partir de las valoraciones que fomentamos con nuestra
presencia digital. Estamos viviendo en una sociedad que reclama evaluaciones y pareceres,
por ello, cada vez que compramos un producto de cualquier
naturaleza a través de la red, nuestras elecciones no acaban con la
compra, sino que le siguen una cantidad no menor de avisos,
encuestas y marcas con estrellas. Todos y todas requieren de
nuestras opiniones para elevar sus facturas de ventas, y en esa
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arquitectura cuidada del nuevo templo del consumo, nosotros y nosotras somos una pieza
de oro. ¿Dejamos comentarios al respecto?, ¿hacemos valoraciones en función de aquello
que estamos consumiendo y adquiriendo?, ¿votamos?, ¿nuestras opiniones son positivas y
constructivas?, ¿son negativas?, ¿nos valoran por nuestras opiniones?, ¿nos ganamos un
descuento para utilizar en nuestra próxima compra?, o ¿nos seducen con estos bombardeos
virtuales y nunca ganamos nada?

El silencio es una gran manifestación del estar presencialmente aquí. No siempre estamos
hablando, también nuestra oralidad precisa del silencio; en la música, el silencio tiene una
forma, una duración rítmica y una presencia relevante en la melodía que estamos
escuchando. La poesía tiene respiraciones, a veces invisibles, otras veces sugeridas, pero
siempre necesarias para llegar a configurar el sentido que habita en la secreta unión de las
palabras. La identidad digital también involucra el silencio; a veces nos ausentamos de
manera voluntaria de estas verdaderas villas que agrupan a cientos, miles y millones de
avatares activos al gesto de un touch. ¿Qué contactos nuevos tenemos?, ¿estamos
vigentes?, ¿nos han bloqueado?, ¿no nos están enlazando y siguiendo?, ¿hemos decidido
bloquear nuestras cuentas?, ¿estamos en un estado de silencio permanente?, ¿hemos
decidido no entrar nunca más en estos canales digitales?, ¿queremos desaparecer?, ¿no
tenemos forjada una identidad digital como tampoco nos interesa hacerlo? El silencio digital
posiblemente tenga también forma y contenido en nuestra identidad digital.
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Pregunta activadora:

¿Hacemos el ejercicio de crear una identidad digital distinta de la real?

Respuesta a la pregunta activadora:


Cuando pensamos en una identidad digital que no se corresponde con la real,
inmediatamente saltan nuestros activadores éticos y nos cuestionan por qué y para
qué. De pronto, podemos pensar en esta posibilidad, a través de la configuración de
una identidad digital que tenga que ver, por ejemplo, con situaciones que en general
no dejamos salir de nosotros y nosotras mismas, con sueños y anhelos que tal vez
nuestra identidad real no se puede o quiere permitir, por resultar irracionales, locos o
demasiado distanciados de quienes somos. En este caso, podemos pensar la creación
de estas nuevas identidades como un canal catalizador de alcances poco reales, que
nos encantaría que se hicieran realidad, y podemos enlazar nuestras identidades en el
grupo curso. De esta manera, las fomentamos pensando en activar un espacio para
nuestra felicidad. ¿Nos animamos?
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3. Cuerpo digital
¿Somos realmente quiénes somos?, ¿somos quienes el
mundo y la mirada de otro/a quiere que seamos? Esta
es una pregunta filosófica, que tiene que ver con la
manera en que nos mostramos al mundo desde una
configuración propia que nos permite la satisfacción o
la no satisfacción de ser verdaderamente quienes
somos o deseamos ser. Se trata de una interrogante
necesaria en un entorno que nos muestra una variedad
de tipologías corporeas deseadas en algunos casos y no deseadas en otros, que nos pueden
seducir, enamorar, desquiciar o capturar.

El cuerpo/el problema del cuerpo (1999) se titula un libro muy interesante del crítico de arte
Arthur Danto, y nos plantea en su contenido, las diversas problemáticas filosóficas y sociales
que nuestros cuerpos enfrentan hoy por hoy. No obstante, esta problematización tiene
larga data. Históricamente, venimos asumiendo un cuerpo desde los orígenes, que se
integró y ensambló de manera armónica con la naturaleza en aquel paisaje inhóspito de los
comienzos y logró establecer en un territorio la hechura de una casa para vivir, un corral
para cuidar a sus animales, conquistando un grupo social que fue capaz de desarrollar
habilidades y formas de pensamiento que le permitieron elongar su existencia. Imaginamos
que esos cuerpos casi no llevaban vestidos, y sus pieles se adaptaron a diferentes
condiciones climáticas, con frío y calor extremo.

En el Barroco, existió una educación del cuerpo cortesano, planificada a partir del uso de
capas sobrepuestas que contemplaban diversas piezas para vestir. Las mujeres cargaron
consigo casi 43 kilos por sobre el peso de sus propios cuerpos, en sus enaguas, vestidos,
sobrevestidos, capas cosidas y bordadas con hilos de filigrana de oro y plata. El corset y los
falsos que usaban bajo los vestidos llevaban hilos de plomo en su interior para capturar una
forma culturalmente deseada y, sobre ellos, varios metrajes de tela que envolvían como
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verdaderos capullos la extensión de sus siluetas, las cuales dibujaban un perímetro de


aproximadamente ochenta centímetros a un metro de ruedo. ¿Cómo se movían en esta
suerte de caja acústica de telas?, ¿cómo lograban desplazarse por las escaleras, salones y
habitaciones de palacio? Todo ello quedó escrito en tratados de sociología del cuerpo, del
cual, uno de sus autores más relevantes fue Jean-Baptiste Lully, compositor, instrumentista
y coreógrafo de la corte de Luis XIV, el llamado Rey Sol.

Más adelante, en la conocida época victoriana, todavía los cuerpos femeninos estaban
apresados en telas que dibujaban formas y en el uso de un corset que condicionaba la
movilidad hasta, incluso, propiciar una actitud corporal que caracterizaba y situaba a la
mujer en un espacio social determinado, pero como podemos apreciar en las pinturas que
dan cuenta de aquellos usos, la figura corpórea era muy distinta de la barroca, porque los
cánones de belleza buscaban realzar los atributos femeninos con una mirada distanciada de
aquellos usos del pasado.

Así, hemos sobrevivido a través de la historia del cuerpo, a muchas etapas y momentos
históricos en que ha sido necesaria su propia revisión; y en la actualidad, nos hemos liberado
de aquellas ataduras llevando un cuerpo bastante liberado de telas y pesos. La
democratización del blu-jeans, originalmente creado para trabajos que requerían de fuerza
masculina –por ende, confeccionados con una tela firme que ayudara en aquellas faenas–,
ha sido desplazada hacia la universalización del conocido denim, materializado en múltiples
formas, modelos, colores, texturas, y marcas.

Lo que vestimos y la manera en que lo llevamos sobre nuestros cuerpos, sin duda, habla de
nosotros y ello construye una parte exterior y no menos importante de nuestra identidad.
Cuando entramos en los laberintos de la virtualidad y creamos nuestra identidad digital,
tenemos total libertad para mostrar nuestros cuerpos como realmente son o como
deseamos que sean, ya que, en ese nicho, podemos transformarlos según nuestra elección
y deleite. El cuerpo digital puede tener la apariencia de nuestro rostro, porque decidimos
mostrar esa espacialidad corpórea; también pueden ser nuestras manos, piernas, torso, el
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cuerpo completo, incluso la idea de la desaparición del cuerpo. Nadie nos obliga a socializar
digitalmente siguiendo una obligatoriedad impuesta, a pesar de que existen situaciones
sociales virtuales en las que se hace necesario el establecimiento de nuestra realidad
corporal.

Los cánones de belleza han cambiado, y las distancias


entre los cuerpos occidentales y los cuerpos orientales
se han acercado e influenciado con el fenómeno de la
globalización. En las tres últimas décadas del siglo XX,
probablemente muchas niñas, adolescentes y mujeres
encontraban satisfacción en el cuerpo anhelado de la
Barbie y soñaban con un cuerpo masculino que se
asemejara a un Ken. Hoy, en la generalidad cultural, los
cuerpos buscan la liberación de aquellos sueños rosa y se instalan en imaginarios binarios,
que oscilan entre la autonomía creativa y los modelos culturalmente aceptados como
modas y modos de ser. La influencia del manga y el animé han configurado en los públicos
jóvenes una visión del cuerpo animado con estéticas que jamás habríamos imaginado,
mechones de colores en el pelo que cubren parte del rostro y audiencias cada vez más
grandes que siguen la verdadera filosofía del cosplay, llenando sitios web y colmando salas
e instituciones culturales para sus grandes festivales y encuentros.

Con estos modos y ejemplos, podemos pensar que en la era de la cultura digital también
hemos digitalizado nuestros cuerpos e identidades hasta universalizar métodos, formas,
usos y culturas diversas, inimaginadas. La globalización y la universalización de los medios
tecnológicos han propiciado un empuje mayor a nivel mundial, en donde el traslado y viaje
de todos estos usos culturales habita en nuestros hogares, escritorios y aparatos. Entonces,
podemos advertir que la identidad digital no solamente tiene protagonismo en esa
espacialidad, sino que también se puede subvertir y localizar en un medio real.
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Interesante nos puede resultar indagar en la propuesta estética de la artista francesa Orlan,
quien se ha realizado varias operaciones corporales con el fin de capturar diferentes
cánones de belleza relatados a lo largo de la Historia del Arte que han quedado plasmados
en obras pictóricas emblemáticas. De esta manera, en la década de los noventa, creó un
nuevo concepto: el Carnal Art. A partir de ese momento, inició un largo proceso de
búsqueda e identificación con algunas obras de arte, de las cuales rescataría conceptos de
belleza que las hacían únicas, y planificó nueve intervenciones quirúrgicas para encarnar en
su propio cuerpo estas situaciones. Se hizo instalar en el rostro la barbilla de La Venus de
Sandro Boticcelli, la frente de La Gioconda de Leonardo da Vinci, los ojos de La Psiquè de
Gerôme, la boca de Europa pintada por Boucher, entre otros cambios. Su propósito era
encarnar este conjunto de cánones de belleza, para llevarlos consigo todos al mismo tiempo
en su rostro. También con estas intervenciones planeó una manera de denunciar los
cánones occidentales que el imperio de la moda y las tendencias pretendía imponer en las
mujeres. El resultado fue una suerte de muestrario al borde de lo monstruoso, pero
colmado de búsqueda, autonomía e interrogantes existenciales en torno a los límites del
arte y sus procesos. Nuevamente nos enfrentamos a través de una propuesta artística, con
una pregunta filosófica que involucra nuestra factura identitaria.

La creación tanto de imaginarios como de imágenes en el Arte, la Música, la Literatura y la


Filosofía están anudadas a procesos identitarios y de identificación que involucran no
solamente al creador o creadora, sino también a otro/a con una capacidad retiniana y
audible posibilitada en la medida en que se involucra con aquello que ve, escucha, lee y
reflexiona. La retina retiene y, desde allí, se impulsa un viaje hacia la interioridad del ser.
Los procesos de digitalización actuales operan de una manera similar al capturar todos
nuestros reflejos y atenciones, y permitirnos penetrar en espacios inimaginables en donde
nuestra imagen se refleja infinitas veces, tantas como sea necesario. Así, nos vamos
transformando en verdaderos narcisos digitales. Byung-Chul Han amplifica esta idea al
situarnos en una automirada centralidada cuando nos dice:
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El mundo digitalizado es un mundo con su propia retina. Este mundo humanamente


interconectado conduce a estar de manera continua mirándose a sí mismo. Cuando más
densa se teje la red, tanto más radicalmente se escuda el mundo frente a lo otro y lo de
fuera. La retina digital trasnforma el mundo en una pantalla de imagen y control. En este
espacio autoerótico de visión, en esta interioridad digital, no es posible ningún asombro.
Los hombres ya solo encuentran agrado en sí mismos. (Han, 2019: 43).

Este agrado del sí mismo experimenta un maridaje con la propia percepción del nosotros
que nos permite la identidad digital. Estamos asistiendo a la digitalización del cuerpo, y esta
deviene de una verdadera escenografía dispuesta en la ejecución de un aparataje visual, en
donde la computadora o el teléfono celular se elevan hacia un nivel superior, montados
sobre un escritorio, un atril y rodeados de elementos que colaboran positivamente para la
creación de este montaje estético personal, desde la utilización de un fondo real que
optimice lo que queremos que vean los demás de nosotros mismos, o creando un fondo
virtual que acompañe nuestras acciones.

Podemos iluminarnos usando dispositivos como la


Professional Live Stream o Aro de Luz, que potencia nuestra
imagen a nuestro antojo. Incluso podemos vestir el cuerpo
solamente en la zona que será visualizada por otros al
momento de la socialización, maquillarnos, cambiarnos el
color de los ojos o, incluso si queremos, cambiar la total
apariencia que tenemos. Si nadie nos conoce, ¿quién lo
notaría? Solo nosotros tenemos la voluntad de cambiar(nos)
según lo que somos o aspiramos ser, en este espacio controlado y simulado por nuestra
necesidad, vanidad, pulsión, identificación y pertenencia.
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Pregunta activadora:

¿Cómo es tu identidad digital?

Respuesta a la pregunta activadora:


Sentadas ya las bases en relación con los contenidos expuestos en el texto, argumenta
tu percepción en torno al concepto y comparte tu propia proyección en relación a la
construcción de tu identidad digital.
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Conclusiones
Vivimos en una sociedad que podemos llamar Era de la Información, que
ha producido el surgimiento de identidades múltiples cristalizadas en
innumerables movimientos, partidos políticos, agrupaciones esotéricas,
grupos de sanación, colectivos artísticos, de ayuda social, entre muchos
otros, que necesitamos para pertenecer, ejercer voluntades y movilizarnos. La tríada
identitaria en la que hemos profundizado en este módulo moderada por la identidad
individual, la identidad colectiva y la identidad digital concentra su atención en la
configuración de estas que, en conjunto, producen las realidades y artificios necesarios para
dar con una visión del sí mismo ajustado con fidelidad en algunos casos al quienes somos,
y en otros, opera con alcances que se dirimen en el qué queremos ser.

El uso de las variadas plataformas tecnológicas que nos ha permitido utilizar de manera
doméstica la globalización ha ampliado las fronteras en la invención de la identidad del ser
humano. Esto ha generado un espacio que hemos llamado identidad digital, el cual es
complejo en sus características, componentes, creación, proyección y ejecución. Al
respecto, llama la atención la tendencia cada vez más masificada de publicitar la vida
privada a partir de la confección de sitios web, diarios de dominio público y redes sociales,
en las que diariamente se comparte de manera casi compulsiva las acciones y actividades
realizadas durante el día por millones de seres humanos en el mundo.

Esta reflexión nos invita a preguntarnos, ¿quiénes somos realmente? ¿existe una
correspondencia satisfactoria en las respuestas que podemos esbozar? Con esta última
idea, dejamos abiertos los caminos para trazar vías posibles que sean capaces de urbanizar
nuestra identidad y nos permitan dialogar desde nuestras propias convicciones, creencias y
actitudes bajo la sospecha de que no solamente esta conversación alude a la identidad
propia sino a una sociedad virtualizada que conlleva hacia una profunda transformación en
los modos de ser, hacer y de creación de nuestra imagen, en relación a la proyección de la
realidad.
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Referencias bibliográficas

Augé, M. (2005). Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona: Gedisa.

Danto, A. (2003). El cuerpo/el problema del cuerpo. Madrid: Síntesis.

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Mirzoeff, N. (2003). Una introducción a la cultura visual. Barcelona: Editorial Paidós.

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