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Impacto de las
tecnologías de la
información y
comunicación en los
modos de vida del ser
humano
Desafíos Culturales
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Contenido
Módulo 4: Cultura Digital ................................................................................................... 1
Introducción ...................................................................................................................... 3
Conclusiones .................................................................................................................... 20
Para empezar:
Nos corresponde revisar el cuarto módulo de nuestra primera unidad. Para entrar en sus
contenidos, hemos revisitado algunos conceptos como modernidad, globalización y
configuración cultural, con la finalidad de ahondar todavía más en sus profundidades,
porque son tantos los aspectos que podemos destacar y tantas las aristas en las que
podemos instalar diálogo, que para ello resulta fundamental que vayamos tejiendo tramas
cada vez más complejas.
A partir de ahora, dejamos las puertas abiertas para entrar en la dimensión de la Cultura
Digital, un universo del que participamos en nuestra vida ordinaria y extraordinaria,
materializado en una suerte de convivencia natural. La cultura digital se empodera
manifestándose, seduciendo y penetrando. Podemos aventurarnos a afirmar que, en el
estado del presente, la cultura digital forma parte de nuestro código genético.
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Introducción
El mundo que habitamos hoy ha verbalizado con total naturalidad la relación que
establecemos con la tecnología, y por ello sabemos que estamos viviendo una era
suministrada por la informática. Aquí, la palabra digital ha conquistado un territorio propio,
inmediatamente vinculado a la acción de la digitalización, un concepto que forma parte del
abc tecnicista del cual todas y todos participamos e incluso socializamos, de hecho, la voz
latina “digitalis” es un adjetivo que hace referencia al grosor de un dedo –a la configuración
de su espesor tridimensional, si lo llevamos hacia un imaginario digital– en consecuencia,
“digitus” significa dedo. Todavía en los años setenta y ochenta, se hacía alusión a ciertas
mecánicas que movilizaban la comunicación de masas en el mundo, y sonaban las teclas de
las máquinas para escribir. El ámbito de las secretarias y secretarios rendía cursos y
exámenes de mecanografía, porque en ese contexto resultaba una disciplina prioritaria para
poder ejecutar con eficacia sus competencias. El
ámbito de la imagen capturaba instantáneas con
grandes posibilidades de colores y cromas, además del
manejo de la escala de grises, a través de un diafragma
mecánico, y las marcas más consolidadas del mercado
se adjudicaban la proeza de la creación de cámaras
automáticas. Esto provocó una verdadera revolución
en la Publicidad, el Diseño, el Arte, la Ciencia y el
Periodismo.
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Hoy, consideramos como digital todo aquello que se puede reducir a números, a dígitos y
utilizamos la palabra con total propiedad en nuestro lenguaje coloquial. Digitalizamos
música, películas, libros. ¿De qué manera? Se procesan a través de softwares que nos
brindan la posibilidad de almacenar, guardar y conservar, en una
memoria interna o externa de nuestro equipo, esa misma
información para poder acudir a ella cuando la necesitemos. Este
proceso convierte las ondas que representan las señales de aquellos
efectos visuales y acústicos y aporta de manera clara, un
mejoramiento notable en su calidad técnica.
1. Cultura digital
Concepto de Cultura: Antejardín que nos permite cruzar la puerta de acceso hacia la Cultura
Digital.
Este antejardín responde a una planificación. Aquí hay un dueño o una dueña de casa, quien
ha decidido organizar la disposición de las plantas y árboles que cuida con regularidad
matemática. Si no lo riega se seca, por lo tanto, utiliza un método para no olvidar el cuidado
que contempla intermitencias rítmicas de tiempos diferenciados para la acción del riego y
una cantidad de agua distinta para cada especie. Si este antejardín cobrara vida y se
humanizara –como el jardín de flores multicolores que nos regala Lewis Carroll en Alicia en
el país de las maravillas– sería una cultura: “La cultura incluye los artefactos, bienes,
procedimientos técnicos, ideas, hábitos y valores heredados” (Malinowski, 1931: 126).
Apliquemos la cita que nos aporta Bronislaw Malinowski a nuestro ejemplo: los artefactos
serían la manguera, la llave que permite el paso del agua; los bienes, la población de flores,
cada especie preocupada de dar lo mejor de sí misma, los colores más preciados, las
texturas más bellas; procedimientos técnicos, la metodología que responde al cuidado y
riego, esa organización fundamental para que la cultura prospere en el presente y en el
transcurrir del tiempo; las ideas, los posibles cambios que podría eventualmente
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experimentar el jardín, tal vez podrían coordinar el corte de pelo de la hiedra, para que no
tapara las ventanas; los hábitos, las maneras de vivir, despertar con el rocío de la mañana,
dormir la siesta a las 3 de la tarde cuando los rayos del sol golpean con fuerza, y dormirse
en el atardecer, refrescando sus pétalos, pistilos, hojas, tallos y ramas. El lugar que cada una
de ellas ocupa y el cuidado de ese habitáculo que es la tierra podría encarnar los valores
heredados.
Esto es la cultura: herencia, ideas, bienes, procedimientos técnicos, hábitos. Cada una de
estas acciones hacen la cultura y a partir de su empeño y desarrollo, podemos asegurar su
vitalidad y continuidad a través del tiempo; por ello la cultura se nutre de sí misma y en sí
misma y requiere de una sociedad o grupo humano organizado, trabajador, con métodos
creativos que puedan asegurar su permanencia y vigencia. Si materializamos esta idea,
tenemos una cultura viva en nuestro antejardín y podemos ahora dialogar con ellas y ellos
y entrar a la casa, vale decir, cruzar el umbral de la única puerta de acceso frontal visible
para conocer la realidad del adentro. Lo hacemos. ¿Y qué encontramos? Una cultura
doméstica totalmente digital. Un televisor inteligente con una aerodinámica pantalla plana,
computadoras, laptops y parlantes colgados en los muros que responden a un control
remoto para equalizar el sonido y permitir el goce de la música; todos ellos desplegando sus
dotes tecnológicas. ¿En la cocina? Una cacerola computarizada que cocina sola los
alimentos, un hervidor eléctrico con funciones diferenciadoras para hervir el agua con
grados específicos para preparar un té o una infusión,
un refrigerador que hace hielo. ¿En el baño? Una
ducha que regula la frecuencia e intensidad del agua, y
una taza de baño que diferencia la salida del agua
desde un estanque invisible, porque gracias a los
avances tecnológicos ha sido posible que desaparezca
su volumen, el que entorpecía la visión estética y
aséptica del lugar.
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Aquí vive una familia digitalizada, que envía mensajería instantánea desde
sus celulares a sus amigos y parientes que viven al otro lado del mundo;
estamos en un escenario propio de la cultura digital.
Repasemos el concepto de cultura en voz de otro pensador. Para Alvear (2004), cultura es:
“la suma de las creaciones humanas acumuladas en el transcurso de los años” (Alvear, 2004:
76). Las creaciones humanas van cambiando con el tiempo, con el paso de los siglos, de las
épocas y, a la vez, con el cambio de mentalidad que nosotros los seres humanos vamos
experimentando, para dinamizar y actualizar el desarrollo propio de nuestras
competencias. Sin la tecnología contemporánea y sin el impacto de la globalización, no
podríamos visualizar este escenario: ¡bienvenidas a la Cultura Digital!
Pregunta activadora:
¿Podrías realizar un listado que contenga objetos y aparatos propios del
despliegue de la digitalización y la cultura anterior a este contexto?
2. Identidad digital
La trama de nuestra identidad digital está unida tanto a
la cultura en la que vivimos como a la cultura que
dejamos entrar a nuestras vidas y que se desplaza con
total agilidad a través de la información que buscamos y
filtramos a lo largo de nuestra activa presencia en redes
sociales y en los multicanales a los que tenemos acceso
hoy. Todo ello es posible gracias a la utilización que
hacemos de nuestros teléfonos celulares, computadoras,
televisión digital, entre otros inteligentes y persistentes aparatos. Para profundizar en la
comprensión de la identidad digital, es necesario refrescar conceptos que ya hemos
revisado, como el de identidad individual e identidad colectiva. Sabemos que la identidad
individual está constituida por la propia personalidad, por la forma de ser individual y las
diversas maneras de ver y enfrentar el mundo. Al mismo tiempo, se enraíza en la
autonomía, pero necesita de la interacción con un otro para socializar las propias
convicciones. Aquí cobra total protagonismo la identidad colectiva, la cual se constituye a
partir de la puesta en común de conjuntos de identidades individuales.
La identidad digital es una mixtura compleja que abarca el territorio propio de la identidad
individual, como el territorio de fuera, manifestado a través de la identidad colectiva.
Sabemos que la identidad es “una construcción compleja, personal y social, consistente en
parte en quien creemos ser, como queremos que los demás nos perciban, y como de hecho,
nos perciben” (Wood y Smith, 2005: 49).
arquitectura cuidada del nuevo templo del consumo, nosotros y nosotras somos una pieza
de oro. ¿Dejamos comentarios al respecto?, ¿hacemos valoraciones en función de aquello
que estamos consumiendo y adquiriendo?, ¿votamos?, ¿nuestras opiniones son positivas y
constructivas?, ¿son negativas?, ¿nos valoran por nuestras opiniones?, ¿nos ganamos un
descuento para utilizar en nuestra próxima compra?, o ¿nos seducen con estos bombardeos
virtuales y nunca ganamos nada?
El silencio es una gran manifestación del estar presencialmente aquí. No siempre estamos
hablando, también nuestra oralidad precisa del silencio; en la música, el silencio tiene una
forma, una duración rítmica y una presencia relevante en la melodía que estamos
escuchando. La poesía tiene respiraciones, a veces invisibles, otras veces sugeridas, pero
siempre necesarias para llegar a configurar el sentido que habita en la secreta unión de las
palabras. La identidad digital también involucra el silencio; a veces nos ausentamos de
manera voluntaria de estas verdaderas villas que agrupan a cientos, miles y millones de
avatares activos al gesto de un touch. ¿Qué contactos nuevos tenemos?, ¿estamos
vigentes?, ¿nos han bloqueado?, ¿no nos están enlazando y siguiendo?, ¿hemos decidido
bloquear nuestras cuentas?, ¿estamos en un estado de silencio permanente?, ¿hemos
decidido no entrar nunca más en estos canales digitales?, ¿queremos desaparecer?, ¿no
tenemos forjada una identidad digital como tampoco nos interesa hacerlo? El silencio digital
posiblemente tenga también forma y contenido en nuestra identidad digital.
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Pregunta activadora:
3. Cuerpo digital
¿Somos realmente quiénes somos?, ¿somos quienes el
mundo y la mirada de otro/a quiere que seamos? Esta
es una pregunta filosófica, que tiene que ver con la
manera en que nos mostramos al mundo desde una
configuración propia que nos permite la satisfacción o
la no satisfacción de ser verdaderamente quienes
somos o deseamos ser. Se trata de una interrogante
necesaria en un entorno que nos muestra una variedad
de tipologías corporeas deseadas en algunos casos y no deseadas en otros, que nos pueden
seducir, enamorar, desquiciar o capturar.
El cuerpo/el problema del cuerpo (1999) se titula un libro muy interesante del crítico de arte
Arthur Danto, y nos plantea en su contenido, las diversas problemáticas filosóficas y sociales
que nuestros cuerpos enfrentan hoy por hoy. No obstante, esta problematización tiene
larga data. Históricamente, venimos asumiendo un cuerpo desde los orígenes, que se
integró y ensambló de manera armónica con la naturaleza en aquel paisaje inhóspito de los
comienzos y logró establecer en un territorio la hechura de una casa para vivir, un corral
para cuidar a sus animales, conquistando un grupo social que fue capaz de desarrollar
habilidades y formas de pensamiento que le permitieron elongar su existencia. Imaginamos
que esos cuerpos casi no llevaban vestidos, y sus pieles se adaptaron a diferentes
condiciones climáticas, con frío y calor extremo.
En el Barroco, existió una educación del cuerpo cortesano, planificada a partir del uso de
capas sobrepuestas que contemplaban diversas piezas para vestir. Las mujeres cargaron
consigo casi 43 kilos por sobre el peso de sus propios cuerpos, en sus enaguas, vestidos,
sobrevestidos, capas cosidas y bordadas con hilos de filigrana de oro y plata. El corset y los
falsos que usaban bajo los vestidos llevaban hilos de plomo en su interior para capturar una
forma culturalmente deseada y, sobre ellos, varios metrajes de tela que envolvían como
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Más adelante, en la conocida época victoriana, todavía los cuerpos femeninos estaban
apresados en telas que dibujaban formas y en el uso de un corset que condicionaba la
movilidad hasta, incluso, propiciar una actitud corporal que caracterizaba y situaba a la
mujer en un espacio social determinado, pero como podemos apreciar en las pinturas que
dan cuenta de aquellos usos, la figura corpórea era muy distinta de la barroca, porque los
cánones de belleza buscaban realzar los atributos femeninos con una mirada distanciada de
aquellos usos del pasado.
Así, hemos sobrevivido a través de la historia del cuerpo, a muchas etapas y momentos
históricos en que ha sido necesaria su propia revisión; y en la actualidad, nos hemos liberado
de aquellas ataduras llevando un cuerpo bastante liberado de telas y pesos. La
democratización del blu-jeans, originalmente creado para trabajos que requerían de fuerza
masculina –por ende, confeccionados con una tela firme que ayudara en aquellas faenas–,
ha sido desplazada hacia la universalización del conocido denim, materializado en múltiples
formas, modelos, colores, texturas, y marcas.
Lo que vestimos y la manera en que lo llevamos sobre nuestros cuerpos, sin duda, habla de
nosotros y ello construye una parte exterior y no menos importante de nuestra identidad.
Cuando entramos en los laberintos de la virtualidad y creamos nuestra identidad digital,
tenemos total libertad para mostrar nuestros cuerpos como realmente son o como
deseamos que sean, ya que, en ese nicho, podemos transformarlos según nuestra elección
y deleite. El cuerpo digital puede tener la apariencia de nuestro rostro, porque decidimos
mostrar esa espacialidad corpórea; también pueden ser nuestras manos, piernas, torso, el
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cuerpo completo, incluso la idea de la desaparición del cuerpo. Nadie nos obliga a socializar
digitalmente siguiendo una obligatoriedad impuesta, a pesar de que existen situaciones
sociales virtuales en las que se hace necesario el establecimiento de nuestra realidad
corporal.
Con estos modos y ejemplos, podemos pensar que en la era de la cultura digital también
hemos digitalizado nuestros cuerpos e identidades hasta universalizar métodos, formas,
usos y culturas diversas, inimaginadas. La globalización y la universalización de los medios
tecnológicos han propiciado un empuje mayor a nivel mundial, en donde el traslado y viaje
de todos estos usos culturales habita en nuestros hogares, escritorios y aparatos. Entonces,
podemos advertir que la identidad digital no solamente tiene protagonismo en esa
espacialidad, sino que también se puede subvertir y localizar en un medio real.
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Interesante nos puede resultar indagar en la propuesta estética de la artista francesa Orlan,
quien se ha realizado varias operaciones corporales con el fin de capturar diferentes
cánones de belleza relatados a lo largo de la Historia del Arte que han quedado plasmados
en obras pictóricas emblemáticas. De esta manera, en la década de los noventa, creó un
nuevo concepto: el Carnal Art. A partir de ese momento, inició un largo proceso de
búsqueda e identificación con algunas obras de arte, de las cuales rescataría conceptos de
belleza que las hacían únicas, y planificó nueve intervenciones quirúrgicas para encarnar en
su propio cuerpo estas situaciones. Se hizo instalar en el rostro la barbilla de La Venus de
Sandro Boticcelli, la frente de La Gioconda de Leonardo da Vinci, los ojos de La Psiquè de
Gerôme, la boca de Europa pintada por Boucher, entre otros cambios. Su propósito era
encarnar este conjunto de cánones de belleza, para llevarlos consigo todos al mismo tiempo
en su rostro. También con estas intervenciones planeó una manera de denunciar los
cánones occidentales que el imperio de la moda y las tendencias pretendía imponer en las
mujeres. El resultado fue una suerte de muestrario al borde de lo monstruoso, pero
colmado de búsqueda, autonomía e interrogantes existenciales en torno a los límites del
arte y sus procesos. Nuevamente nos enfrentamos a través de una propuesta artística, con
una pregunta filosófica que involucra nuestra factura identitaria.
Este agrado del sí mismo experimenta un maridaje con la propia percepción del nosotros
que nos permite la identidad digital. Estamos asistiendo a la digitalización del cuerpo, y esta
deviene de una verdadera escenografía dispuesta en la ejecución de un aparataje visual, en
donde la computadora o el teléfono celular se elevan hacia un nivel superior, montados
sobre un escritorio, un atril y rodeados de elementos que colaboran positivamente para la
creación de este montaje estético personal, desde la utilización de un fondo real que
optimice lo que queremos que vean los demás de nosotros mismos, o creando un fondo
virtual que acompañe nuestras acciones.
Pregunta activadora:
Conclusiones
Vivimos en una sociedad que podemos llamar Era de la Información, que
ha producido el surgimiento de identidades múltiples cristalizadas en
innumerables movimientos, partidos políticos, agrupaciones esotéricas,
grupos de sanación, colectivos artísticos, de ayuda social, entre muchos
otros, que necesitamos para pertenecer, ejercer voluntades y movilizarnos. La tríada
identitaria en la que hemos profundizado en este módulo moderada por la identidad
individual, la identidad colectiva y la identidad digital concentra su atención en la
configuración de estas que, en conjunto, producen las realidades y artificios necesarios para
dar con una visión del sí mismo ajustado con fidelidad en algunos casos al quienes somos,
y en otros, opera con alcances que se dirimen en el qué queremos ser.
El uso de las variadas plataformas tecnológicas que nos ha permitido utilizar de manera
doméstica la globalización ha ampliado las fronteras en la invención de la identidad del ser
humano. Esto ha generado un espacio que hemos llamado identidad digital, el cual es
complejo en sus características, componentes, creación, proyección y ejecución. Al
respecto, llama la atención la tendencia cada vez más masificada de publicitar la vida
privada a partir de la confección de sitios web, diarios de dominio público y redes sociales,
en las que diariamente se comparte de manera casi compulsiva las acciones y actividades
realizadas durante el día por millones de seres humanos en el mundo.
Esta reflexión nos invita a preguntarnos, ¿quiénes somos realmente? ¿existe una
correspondencia satisfactoria en las respuestas que podemos esbozar? Con esta última
idea, dejamos abiertos los caminos para trazar vías posibles que sean capaces de urbanizar
nuestra identidad y nos permitan dialogar desde nuestras propias convicciones, creencias y
actitudes bajo la sospecha de que no solamente esta conversación alude a la identidad
propia sino a una sociedad virtualizada que conlleva hacia una profunda transformación en
los modos de ser, hacer y de creación de nuestra imagen, en relación a la proyección de la
realidad.
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Referencias bibliográficas
Foucault, M. (1998). Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI Editores.
Malinowski, B. (1931). Culture, en Encyclopaedia of the social sciencies, t. 4, New York, [The
Berwich and Smith Co.].
(1968): Une théorie scientifique de la culture. (Versión francesa). París:
Maspero.