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Título original: Anintali che si drogana

© Giorgio Samorini, 2000

Traducción: César Dolí


Diseño de cubierta: Ramón Julia
Ilustraciones: Kim

© La Cañamería Global, S I.., 2003


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ISBN 84-931026-6-0
Depósito legal: M-14604-2003

Indice

Introducción ......................................................................................... 7
Vacas «locas»....................................................................................... 19
I lefantes borrachos............................................................................. 25
I .as drogas de los gatos .....................................................................29
Renos micófilos ................................................................................... 35
( abras y excitantes..............................................................................39
Pájaros ebrios....................................................................................... 43
()iros animales...................................................................................... 49
Insectos ................................................................................................55
Moscas y Amanita muscaria.................................................................. 59
¿Por qué los animales y los seres humanos
se drogan?....................................................................................... 65
Bibliografía ...........................................................................................75
ï
Introducción

Cuando se habla de droga, la mayor parte de las personas asocia


inmediatamente esta palabra con el «problema droga». Esto lleva
a la visión común, de ver «droga» y «problema droga» como sinó­
nimos. La connotación negativa del concepto droga se vuelve aún
más exacerbada en un ambiente cultural que niega cualquier utili­
dad al acto de drogarse.
La droga hace daño, la droga es un vicio, la droga es síntoma de
desasosiego y sufrimiento individual y social. Tales juicios a menu­
do implican que el uso de la droga es un comportamiento humano
aberrante, peculiar de la especie humana.
En contradicción con este paradigma del pensamiento occiden­
tal moderno, encontramos un conjunto de datos, cada vez más
considerable e indiscutible pero que continúa siendo poco valora­
do, que demuestra que el comportamiento de drogarse está exten­
dido en el mundo animal. Algunos casos de «adicción» animal ya
eran conocidos desde hace tiempo, pero no se les hacía caso algu­
no siguiendo la regla de la que el hombre occidental hace un abu­
so continuo: no interesarse por los datos inexplicables o en fuerte
contradicción con los modelos de interpretación escogidos de
antemano. A lo sumo, algún etólogo más escrupuloso interpretaba
estos extraños comportamientos animales en términos psicológi-
cos, como síntoma de malestar del animal, proyectando, por lo
tanto, la interpretación patológica atribuida a la especie humana al
mundo animal.
En estas últimas décadas, con la adopción de técnicas cada vez
más refinadas y la centralización de los datos recogidos en todas
las regiones del globo, los etólogos están acumulando tal conjunto
de datos sobre animales que se drogan que ya no pueden ser infra­
valorados. Lo que podría inicialmente parecer una excepción, apa-

7
Animales que se drogan

rece ahora como una regla de conducta difundida en todos los


niveles del mundo animal, desde los mamíferos y los pájaros hasta
los insectos, y la interpretación de este comportamiento como un
particular «síntoma de malestar» ya no es aceptable. Se tendrá
entonces que sospechar que en el comportamiento animal, y por
lo tanto humano, de usar drogas hay algún componente natural, en
otras palabras, la droga desarrolla en los animales alguna función
natural todavía por comprender. Para un análisis más profundo de
las motivaciones que empujan a animales y seres humanos a dro­
garse me remito al capitulo final de este breve ensayo.
Las primeras referencias de carácter científico sobre el uso ani­
mal de las drogas podrían datarse hacia la segunda mitad del siglo
XIX. Paolo Mantegazza, en su monumental obra sobre las drogas
citaba que los «alimentos nerviosos» -como le gustaba definir a las
drogas- «son utilizados casi exclusivamente por el hombre, que
goza del sistema nervioso más complejo de todos los animales.
Entre éstos, aquéllos que más se acercan a nosotros por su inteli­
gencia, pueden encontrarlos placenteros cuando los aprenden a
conocer en estado de domesticación. Los simios, los loros y tam­
bién los perros disfrutan a menudo del café y el té, pero en la natu­
raleza no saben encontrarlos por instinto».
Pero en una nota a pie de página se apresuraba a añadir: «Los pro­
gresos de la ciencia van restando mucho valor a esta afirmación
demasiado reducida. Quizás ni siquiera el uso de los alimentos ner­
viosos es de carácter humano: los gatos comen maro y valeriana,
no para alimentarse, ciertamente, sino para embriagarse. Así, la
señora Loreau, traductora de Livingstone, dice que los elefantes de
algunos lugares buscan con avidez un fruto que los emborrache,
gozando bastante de esa ebriedad. Darwin vio en varias ocasiones
fumar con placer a los simios, y Brehm nos asegura que en el nores­
te de Africa los indígenas capturan a los simios ofreciéndoles vasi­
jas llenas de una cerveza muy fuerte que los embriaga» (Mantegaz­
za 1871, I: 174-5).

8
Introducción

Antes de pasar a la exposición de los datos sobre los diversos ani­


males que se drogan, me detendré en algunas definiciones que ata­
ñen a la compleja relación de los animales con las drogas.
El primer problema se presenta en la definición de qué es una
droga. La definición no es inmediata en el campo de las drogas
humanas y es aún más problemática si consideramos las drogas ani­
males. La definición de una sustancia como droga depende íntima­
mente del comportamiento que su uso induce en el hombre o en el
animal.
Si pensamos en el proceder de drogarse desde el punto de vista
de dependencia o hábito, podremos definir droga como aquello
que induce una conducta de fuerte dependencia y cuya privación
comporta una evidente crisis de abstinencia. Pero también la comi­
da entraría en una definición así formulada, ya que es algo de lo que
dependemos continuamente y cuya carencia provoca una evidente
crisis de abstinencia, el hambre. Además, una buena parte de las
sustancias que el hombre utiliza como droga no conllevan depen­
dencia física y mucho menos crisis de abstinencia, por ejemplo,
toda la clase de alucinógenos.
Se podría definir las drogas como aquellas sustancias que actúan
sobre el sistema nervioso,- pero también en este caso el limite entre
droga, medicina y alimento no es claro. Diferentes compuestos que
se hallan en los alimentos y las medicinas más comunes actúan sobre
el sistema nervioso, y hay sustancias que lo hacen sin que uno deba
sentirse necesariamente «drogado».
Se podría también definir la droga corno aquella sustancia que
cuando se consume produce comportamientos extraños y poco
comunes. Esto se adaptaría al hombre y al elefante que ingieren
alcohol. En los animales, en cambio, lo que nos hace considerar
que una sustancia actúa como droga es, en la mayoría de las oca­
siones, la observación del proceder singular consiguiente a su
ingestión. También en este caso son innumerables las sustancias y
las conductas que no pueden incluirse en esta definición. Entre las
Animales que se drogan

* * • personas, hay quienes después de haber tomado LSD se sientan


tranquilamente en un sofá leyendo, escribiendo o solamente pen­
sando, sin manifestar comportamientos que induzcan a sostener
que están bajo el efecto de una potente droga alucinógena.
Entonces, ¿qué es lo que le hace decir a una persona «me siento
drogado»? Se trata de una dimensión mental que el sujeto recono­
ce como diferente a la ordinaria, inducida por la administración de
determinadas sustancias que el individuo y/o la sociedad caracteri­
za como droga. La mayor parte de los fumadores de tabaco no per­
cibe la dimensión mental producida por el tabaco y se considera
un drogadicto sólo en el momento en que empieza a ser conscien­
te de su dependencia al cigarrillo. ¡Cuántas veces oigo a las perso­
nas expresarse, en términos de «alcohol y drogas» o «tabaco y dro­
gas» evidenciando la errónea y enraizada convicción de que
tabaco y alcohol no son drogas, por no estar prohibidas por la ley!
Si desplazamos seguidamente nuestra atención a las poblaciones
tribales, encontramos definiciones y conceptos sobre droga aún
más diferentes. Por ejemplo, para algunas tribus del Amazonas las
drogas son aquéllas traídas por los occidentales, el alcohol y los
cigarrillos,- en cambio, los chamanes de estas tribus no tienen un
concepto de dependencia de las drogas que usan de forma tradi­
cional. La primera de todas, el tabaco local (mapacho) que fuman
continuamente. Para ellos este tabaco, junto con la bebida aluci­
nógena de la ayahuasca, forma parte de la categoría de las medici­
nas y los «alimentos para el alma».
De todo lo dicho se puede deducir que la definición de qué es
droga es culturalmente dependiente. También sus efectos depen­
den del ambiente cultural en el que se desarrolla la experiencia. Por
este motivo es tan difícil formular una definición científica y gene­
ral de droga y drogado. Es probable que estas dificultades sean
debidas a un exceso de generalización del fenómeno droga,- es
decir, que bajo este concepto estén reagrupados fenómenos del
^ . , comportamiento que en realidad son claramente distintos. ¡Cuán-

10
Introducción

to camino nos queda por recorrer para un análisis objetivo y cien­


tífico del fenómeno droga!
Trasladando la observación al mundo animal, se comprenderá que
la situación se complica aún más, dado que los animales no pueden
comunicarnos sus sensaciones de «sentirse drogados» y tenemos
que deducir su estado drogado de la observación de su comporta­
miento exterior, o a lo sumo, de datos fisiológicos y neurofarmaco-
lógicos. Considerando que nuestro concepto de drogado es cultu­
ralmente dependiente, la observación de los animales drogados
corre el riesgo de no ser objetiva. La investigación científica, sin
excluir la etológica, sigue por lo general el principio de que «se
encuentra aquello que se busca», y la búsqueda y los buscadores
están condicionados por un ambiente cultural y moral que dicta a
priori la interpretación de la conducta humana del uso de las drogas
como un fenómeno aberrante y de escaso valor edificante,- no hay
pues que extrañarse de que el estudio de este comportamiento en
los animales esté todavía en sus inicios. En la matriz cultural no per­
misiva que nos rodea es difícil afirmar y aceptar que el «sucio» pro­
ceder de drogarse corroe la «pureza» de la naturaleza animal. Para
un etólogo sería quemar su carrera profesional.
Un segundo orden de problemas concierne a la intencionalidad
animal en el acto de drogarse. Tendremos ante todo que distinguir
el comportamiento de animales que se drogan influidos o directa­
mente inducidos por el hombre, del comportamiento de los que se
drogan en la naturaleza sin una aparente influencia humana.
En los fumaderos de opio de Extremo Oriente, los gatos domés­
ticos están habituados al humo del opio que impregna las habita­
ciones y es una escena común ver a los gatos acercarse a los fuma­
dores esperando que éstos suelten las bocanadas de humo para
olfatearlas repetidas veces. Que estos gatos están habituados al
opio lo demuestra el hecho de que a los gatos en general les moles­
ta el humo y lo evitan, mientras que los gatos de los fumaderos,
cuando son privados de su fumigación opiácea cotidiana, presen­
Animales que se drogan

tan síntomas evidentes de crisis de abstinencia, que en algunos


casos pueden resultar fatales. Hasta las ratas que viven cerca de los
fumaderos se acercan a los fumadores -generalmente éstos no se
enteran- y se yerguen sobre las dos patas posteriores con la inten­
ción de olfatear el humo opiáceo.
En África, los simios que viven en cautividad, en estrecho con­
tacto con personas fumadoras se habitúan a fumar cigarrillos y se
enfurecen si les son privados -un hecho del que he sido testigo
ocular en el transcurso de mis investigaciones en Gabón.
En estos casos no podemos pensar en un impulso natural del ani­
mal hacia la droga, sino más bien en un comportamiento intencional con­
dicionado por el ambiente humano en el que viven estos animales.
Tampoco podemos pensar en un impulso natural en aquellos
casos en que el hombre suministra de manera forzada las drogas a
los animales de laboratorio con objetivos de investigación. Las
revistas especializadas en investigación psicofarmacológica y neu-
roquímica están a rebosar de resultados de experimentos realiza­
dos en los más dispares animales, a los que se les suministra cocaí­
na, heroína, nicotina y mil drogas más para estudiar los efectos
físicos y de conducta. En diversos casos los animales son adiestra­
dos para autoadministrarse las drogas, con la finalidad de estudiar
los mecanismos y los parámetros del hábito, la tolerancia, la crisis
de abstinencia, así como los instintos, las emociones y las relacio­
nes sociales bajo los efectos de las drogas.
Estos casos tampoco nos interesan, en cuanto se trata de compor­
tamiento intencional forzado directamente por voluntad humana.
Lo que importa en la presente investigación concierne a aquellos
casos en que los animales evidencian un comportamiento intencional
natural en el hábito de drogarse,- es decir, de animales que se dro­
gan lejos de cualquier influencia humana.
Aceptada la imposibilidad de una influencia humana, se tendrá
que distinguir entre ingestión accidental e intencional, una distin­
ción que no siempre es inmediatamente evidente. A menudo los

12
Introducción

etólogos tienden a interpretar como accidentales los casos de ani­


males que se embriagan alimentándose con plantas psicoactivas.
Pero el conocimiento de casos indiscutiblemente no accidentales
tendría que hacer surgir la duda sobre si detrás de la accidentalidad,
habitualmente atribuida a una más amplia casuística de la relación
entre animales y drogas psicoactivas, no se esconde simplemente
nuestra ignorancia en comportamientos íntimos y generalizados
en el mundo animal.
La interpretación de la ingestión accidental está justificada en
cierta medida en que la conducta de los animales que se drogan
comporta, en más de un caso, un cierto coste para la especie, apa­
rentemente en contradicción con el instinto de conservación. Las
mariposas nocturnas (esfinges) embriagadas por el néctar de las
flores de datura, se quedan por un cierto periodo de tiempo aton­
tadas en el suelo, arriesgándose a ser víctimas de los depredadores,-
los caribúes canadienses que se embriagan con el hongo conocido
como matamoscas (AmaniXa muscaria), se alejan de sus crías, que
quedan frecuentemente, y por este motivo, a merced de los lobos,-
los petirrojos americanos se atiborran y se embriagan con ciertas
bayas, cayendo después al suelo, donde algunos son embestidos
por los coches y otros devorados por los gatos. Pero si estos costes
están en contradicción con el instinto de conservación individual,
no se puede decir lo mismo si observamos el fenómeno desde la
óptica de la especie.
Un criterio de distinción entre comportamientos accidentales e
intencionales es el de la repetición de tales conductas. Si observa­
mos a una cabra comer las semillas embriagantes de la planta del
mezcal y seguidamente a la ingestión empieza a temblar, cae al sue­
lo y más tarde se levanta, podremos pensar en una intoxicación
accidental por una droga psicoactiva. Pero cuando advertimos a la
misma cabra volver repetidamente para comer de esas semillas, y
manifestar cada vez los mismos síntomas de intoxicación, esto nos
tiene que hacer sospechar en un comportamiento intencional y

13
Animales que se drogan

que los síntomas exteriores —temblar, caerse al suelo y más tarde


levantarse- son solamente algunos de los efectos, y probablemen­
te los menos importantes, de una ebriedad que esa cabra está expe­
rimentando y por la que siente una cierta atracción, e incluso un
cierto placer. Tener temblores, estirarse en el suelo, levantarse des­
pués de un cierto tiempo, les sucede a muchas personas después de
haber ingerido drogas de distintos tipos, pero no por esto pode­
mos afirmar que el efecto más importante de esas drogas sea tem­
blar, caerse al suelo y seguidamente levantarse.
¿Qué tipo de drogas usan los animales? Partiendo de lo poco que
por ahora conocemos, se trata esencialmente de drogas vegetales:
semillas, frutos fermentados, liqúenes, hongos, etcétera.
En la mayor parte de los casos, las drogas vegetales que tienen un
efecto embriagante en el ser humano lo tienen también en los ani­
males, pero entre las drogas que usan los animales intencionalmen­
te muchas no son utilizadas como tales por el hombre o son incluso
tóxicas, o bien su efecto sobre el ser humano nos es desconocido.
Las propiedades embriagantes de numerosas sustancias vegetales
-café, té, khat, iboga, Amanita muscaria, etcétera- han sido descu­
biertas por el hombre a partir de la observación de su uso como
drogas por parte de los animales.
Que las drogas que tienen efecto en el hombre lo tienen también
en los animales lo demuestra un nutrido conjunto de experimentos
en que estas drogas han sido administradas a las más dispares espe­
cies de animales. Incluso los animales inferiores sucumben a los
efectos de estas sustancias.
Son célebres los experimentos realizados con arañas a las que se
suministró oralmente dosis apropiadas de distintos tipos de drogas.
A las arañas del género Zilla x notata Cl. se les dio como comida mos­
cas que contenían de vez en cuando estas drogas y posteriormente
se observaron las telarañas que estos artrópodos construyeron bajo
sus efectos. Bajo el efecto del LSD las telarañas aparecían elabora­
das y con tramas de tipo arabesco, mientras que bajo el efecto de

14
Introducción

la cafeína las telarañas formaban una trama angulosa y con amplios


espacios vacíos que las volvían ineficaces, y bajo los efectos del
hachís las telarañas eran completas y funcionales sólo en parte
(Stafford 1979).
En otro experimento se suministraron oralmente diversas dosifi­
caciones de LSD a unos abejorros (Vespa orkntalis F). A los diez
minutos de la administración de este potente alucinógeno se evi­
denciaba una ralentización de los movimientos, el cese de todas las
actividades, y la aparición de movimientos estereotipados y esta­
dos de aparente letargo (Floru et al. 1969). Estas modificaciones de
la conducta, incluso no aportando ninguna información sobre las
sensaciones experimentadas por los abejorros, demuestran que el
LSD provoca algún efecto sobre estos himenópteros.
Otros experimentos famosos son los que John Lilly realizó con
delfines a los que inyectó LSD. Es notorio que estos cetáceos son
muy inteligentes y dotados de un complejo sistema de comunica­
ción compuesto de silbidos y vocalizaciones: «Si se introduce un
segundo delfín junto al primero al que se le ha inyectado LSD, el
índice de vocalización se eleva durante un periodo de tres horas,-
en otras palabras, tiene lugar un verdadero y propio intercambio
comunicativo. El otro animal le responde y también su índice de
vocalización aumenta. Si una persona entra en el tanque durante el
efecto del LSD, el índice de vocalización sube y permanece alto. Sin
el LSD sube durante poco tiempo». Que el LSD provoca un efecto
socializante en el delfín quedó demostrado también por un experi­
mento realizado con un macho que durante dos años y medio
había rechazado cualquier contacto con el ser humano, después de
haber sido herido accidentalmente en la cola por un fusil subacuá­
tico. Bajo el efecto del LSD, el delfín se acercó por primera vez a
Lilly y a sus colaboradores durante todo el periodo en que duró el
efecto del alucinógeno (Lilly 1981:240).
Entre los animales que tienen una dieta exclusivamente carnívo­
ra también conocemos casos de búsqueda e ingestión de materia

15
Animales que se drogan

vegetal con finalidad, aunque no siempre, embriagante. Sabemos


de algunos animales que usan plantas como medicinas, y es proba­
ble que esta conducta esté mucho más difundida de lo que se ha
reconocido hasta ahora.
Los gatos suelen masticar las hojas jóvenes de ciertas gramíneas
como vomitivo para purgar su aparato digestivo. Los chimpancés
de la especie Pan troglodytes, que viven en Tanzania, usan con fines
medicinales las hojas de una variedad de Aspilia, de la familia de las
asteráceas. Estas hojas contienen tiarubrina-A, un potente antibacte­
riano, antimicótico y antielmíntico y se utilizan tradicionalmente
entre las poblaciones tanzanas debido a estas propiedades medici­
nales (Rodríguez etal. 1985). Los chimpancés recolectan estas hojas
«habitualmente por la mañana, como primera actividad. Las hojas
no se mastican, se retienen en la boca y se masajean contra los
carrillos con la lengua. Se ha lanzado la hipótesis de que esta téc­
nica haya evolucionado entre los chimpancés para aumentar la
absorción del principio activo administrado por vía oral, ya que en
contacto con el ambiente ácido del estómago éste queda desacti­
vado. Nosotros usamos métodos similares para absorber fármacos
sensibles a los jugos gástricos (...). Es conocido el caso de un chim­
pancé anoréxico y evidentemente enfermo que fue visto chupando
los jugos amargos de la médula de un determinado árbol (Vemonia
amygdalina). Presumiblemente, el animal enfermo había buscado de
forma activa la planta, por otra parte de sabor desagradable, preci­
samente por sus virtudes medicinales.» (McGowan 1999:331,-
Newton & Nishida 1991). Los babuinos del género Papio comen
el fruto de la Balanites aegyptica, probablemente no como alimento,
sino por sus propiedades curativas, pues contiene elevadas canti­
dades de diosgenina, un esteroide eficaz contra los estados larvales
de los tremátodos (McGowan 1999:332).
Quizás llegue el día en que sabremos mucho más sobre los ani­
males que se curan, así como de los que se drogan. El límite entre
medicina y droga no ha quedado nunca claro en el mundo de los

16
Introducción

humanos,- lo demuestra el hecho de que todas las drogas son tam­


bién potentes medicinas y ello no es menos cierto en el mundo de
los animales.
En los próximos capítulos expondré con detalle datos sobre ani­
males que se drogan que he conseguido reunir hasta ahora, basán­
dome básicamente en la literatura científica. Soy consciente de que
estos datos no son exhaustivos y que el trabajo sufre un poco en su
sistema de referencias bibliográficas. Esto se debe a que lo que pre­
tendo evidenciar aquí, el comportamiento intencional natural interpreta­
ble como uso de drogas en el mundo animal, es algo generalmente
infravalorado o no interpretado como tal. Lo que sigue a continua­
ción representa un primer conjunto de datos, un primer paso hacia
la aceptación de algo que todavía cuesta admitir. Todo esto no hace
más que seguir el proceso normal de aceptación de una idea nueva:
inicialmente ridiculizada y obstaculizada, luego se abre un camino
entre la rigidez mental y los modelos interpretativos preestableci­
dos, hasta llegar a su completa aceptación como nueva parte del
equipaje cognitivo humano.
En esta búsqueda habría hecho poco camino sin el texto de
Ronald K.. Siegel, Intoxication. Lije in Pursuit of Artificial Paradise (Into­
xicación. La vida persiguiendo el paraíso artificial), publicado en
Estados Unidos en 1989. Siegel ha desarrollado observaciones e
investigaciones de campo y en el laboratorio sobre los animales
que ingieren drogas y en su libro ha recogido una amplia docu­
mentación al respecto, a la cual me he remitido en la redacción del
presente trabajo.

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Vacas «locas»

Uno de los ejemplos más patentes y clamorosos de un compor­


tamiento de addiction, por decirlo en inglés, o bien de toxicodepen-
dencia en los animales es la que respecta a las locoweed, que signifi­
ca «hierba loca», «semillas locas», o mejor aún «hierbas que
provocan la locura». Se trata de un nutrido grupo de especies de
hierbas silvestres de los campos (por lo menos una cuarentena) per­
tenecientes a la familia de las leguminosas, que son psicoactivas
para diferentes animales. Los animales hasta hoy identificados
como toxicodependientes de la «hierba loca», condición conoci-

19
Animales que se drogan

• 1 da como locoismo, son: mulos, caballos, vacas, ovejas, antílopes, cer­


dos, conejos y gallinas.
En América del Norte es donde se registran los casos más visto­
sos de locoismo. Parece ser que esta conducta fue descrita por pri­
mera vez en 1873, en California, en caballos y vacas de pacer. El
hecho curioso es que una vez que el animal ha aprendido a distin­
guir la hierba que le provoca la ebriedad de entre las numerosas
plantas que ingiere, se convierte en un buscador y consumidor
habitual de aquella planta en particular. Los pequeños cuyas
madres son comedoras de la «hierba loca», se vuelven a su vez bus­
cadores específicos de esta planta.
Entre los criadores de Kansas ha quedado como memorable la
epidemia de «hierba loca» de 1883, durante la cual 25.000 vacas
dejaron de comer la hierba de pasto, dedicándose a la búsqueda de
la «hierba loca», menos nutritiva pero por algún motivo más atra­
yente. En 1938 Reko identificó en Nebraska como locoweed la Astra­
galus lambertii y la Astragalus molissimus que se encontraba desde Méxi­
co a Montana y en el centro de Arizona. Una tercera especie
presente en la pradera era el Cystium dipbysum (Reko 1996 [1938]:
1 86-9),- y una cuarta planta fue identificada con el Dioon edule Lindl
de la familia de las cicadáceas.
Por lo que se refiere a otra «hierba loca», llamada por los mexi­
canos garbancillo (Astragalus ampbyoxis Cray), los efectos son los
siguientes: los animales que la han comido se aíslan de los demás y
evitan su compañía. No comen casi nada, adelgazan rápidamente
y se vuelven irascibles. Si se intenta reconducirlos a la manada se
entumecen y se mueven de mala gana, se bloquean y se alejan de
nuevo.
En otros casos se han descrito estados de agitación y furia. Sin
ningún motivo en particular, algunos animales se arrojan mugien­
do y resoplando sobre los otros animales o los hombres, incluso
sobre aquellos con los que tienen contacto cotidiano. En breve
tiempo se multiplican los síntomas anormales: se mueven con

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Vacas «locas»

andar incierto y pesado, vacilantes en las extremidades posterio­


res, se paran con las patas abiertas, como para sostenerse mejor y
miran fijamente hacia delante con los ojos abiertos de par en par.
De tanto en tanto, les asaltan temblores convulsivos. Tales sínto­
mas presentan una gran afinidad con el así llamado «síndrome de
abstinencia» que encontramos en los alcohólicos o durante las
curas de desintoxicación. Sorprende el hecho de que los animales,
en su aturdimiento, no se den cuenta de los obstáculos,- tropiezan
en veredas y escalones y se golpean la cabeza contra árboles o pos­
tes, sin intentar esquivar a los otros animales. Apenas los animales
consiguen dejar el rebaño y procurarse el amado forraje recuperan
en breve tiempo su vivacidad, energía y exuberancia, por lo que
nada haría pensar en una enfermedad. Puede suceder que las reac­
ciones sean diferentes: está el animal experimentado, escondido en
algún lugar, en medio de las rocas o entre los árboles, en un estado
de profunda postración, sentado allí con la cabeza derecha e inmó­
vil o bien apoyado en el suelo con la nariz hacia arriba y los ojos
fijos y saltones, en un estado que podríamos definir como una fuer­
te embriaguez. De vez en cuando es presa de calambres muscula­
res. Después se puede observar una vibración singular de los pár­
pados y una mirada estrábica hacia arriba. Además, como en todos
los casos de envenenamiento, encontramos respiración jadeante o
una extraña alteración de la misma. Mientras en los bovinos sanos
la respiración se caracteriza por profundas inspiraciones intercala­
das por largas pausas, en los animales intoxicados por el garbanci­
llo se da una respiración intermitente: rápidas y fatigosas inspira­
ciones, seguidas de pausas.
La chachaquila (Oxytropus lamberti Pursh.), otra «hierba loca» que
los bovinos comen con particulares ganas, produce un tipo espe­
cial de ebriedad acompañado de alucinaciones y estados de excita­
ción. Los animales que ya la conocen se apartan inesperadamente
del rebaño sin que se les pueda impedir, y escapan presas de una
especie de furia hacia los lugares donde crece la chachaquila y que

21
Animales que se drogan

los mayorales expertos evitan de forma evidente. Perseguir a los


animales enfurecidos no sirve de nada, al contrario, se han de evi­
tar, ya que en su estado de «abstinencia» y de intenso deseo hacia
el alimento deseado podrían lanzarse hacia algún precipicio o huir
del perseguidor hasta sufrir un paro cardíaco. Si se impide a los ani­
males acercarse a la hierba peligrosa y se presta una escrupulosa
atención a no alejarlos del rebaño, los síntomas de excitación y
abstinencia, por lo que parece, se reducen sin ulteriores conse­
cuencias y se restablece el equilibrio «psíquico». Pero esto no es
suficiente para curarlos de la «dependencia». Si los bovinos vuel­
ven a encontrar casualmente la droga, empiezan de inmediato a
consumirla con avidez, caen en un estado de ebriedad y, en la fase
de la digestión, se vuelven intolerantes y agresivos (Reko 1996
[1938]: 186-9).
Un dato sorprendente tiene que ver con el hecho de que cuando
más se interesan por la «hierba loca», más se difunde ésta por el
pasto, hasta que se convierte en la planta dominante. Decenas de
pastos han sido abandonados por los criadores a causa de la inva­
sión masiva de esta hierba.
Se podría encontrar una explicación en la involuntaria propaga­
ción de sus semillas por parte del ganado, o en algún otro factor
ecológico no aclarado todavía.
A pesar de las medidas represivas adoptadas por los criadores
(erradicación de la «hierba loca» de los pastos, separación al nacer
de las crías de sus madres toxicómanas, etcétera.), ya sea por la
tenacidad de la planta o por la conducta del animal en buscarla y
consumirla, continúa existiendo y es uno de los más importantes
azotes de la zootecnia norteamericana.
Una característica del locoismo reside en la persistencia con la que
los animales buscan la planta para ellos embriagante. Mientras los
criadores erradican la «hierba loca» de los pastos, se han visto vacas
y caballos robar los sacos donde se había recogido la hierba, vol­
cando casi los carros donde estos sacos habían sido amontonados.
Vacas «locas»

Los caballos, presa de alucinaciones y ataques maníacos incontrola­


bles, después de haber devorado las flores y las hojas de la «hierba
loca», se ponen a cavar para extraer las raíces y comérselas.
Muchos animales entregados al locoismo mueren, más que por la
toxicidad de la planta, por los fatigosos ayunos de otros alimentos
a los que se someten, tan empeñados en el único interés que les ha
quedado sobre esta tierra: buscar «la semilla loca». En algunos esta­
dos de EE UU se han creado verdaderas y auténticas comunidades
para la recuperación de los animales «locoinómanos», con la fina­
lidad de interrumpir su tóxicodependencia y de reinsertarlos en el
«mundo laboral»,- es decir, hacerles comer de nuevo alimentos
«sanos y genuinos», y recuperar el peso ideal, para después enca­
minarlos hacia su final «natural», el matadero. Dentro de no
mucho tiempo, quizás se podrá comprar en los supermercados
estadounidenses a precios competitivos carne de vacuno, equino y
cerdo ex tóxicodependientes...
Probablemente, la amplia difusión del locoismo se deba a la cría
intensiva de vacas,- es decir, se trata de un fenómeno inducido de
forma indirecta por el hombre. En otros términos, lo que observa­
mos podría ser una situación paroxística de uso de drogas por par­
te de animales debida a la antinatural y masiva reunión de éstos dic­
tada por las exigencias humanas. No existiendo vacas que vivan en
estado salvaje, no podemos observar el fenómeno del locoismo en
estado natural,- sólo nos queda descubrirlo y observarlo en otros
cuadrúpedos herbívoros no sujetos a la cría por parte del hombre.
Para el ser humano, algunas especies de «hierba loca» son tóxi­
cas, sobre todo neurotóxicas, mientras que las infusiones de algu­
nas otras producen efectos tranquilizantes y una sensación de lige­
ro desapego del mundo circundante. Dosis mayores producen
excitación y alucinaciones (Siegel, 1989:52-4).
El locoismo animal no está circunscrito a América septentrional,- es
más, se encuentra en todos los continentes. En Australia, los ani­
males de pastoreo que son atraídos por la leguminosa Swainsonia

23
Animales que se drogan

galegajolia R. Br. se conocen como «comedores de añil»: se aíslan


del resto de la manada, viven alucinaciones y solamente quieren
comer esta hierba. En Europa, una de las «hierbas locas» más
comunes es la retama (Cytisus scoparíus [L.] Link), una leguminosa
que, según la dosis, puede inducir en el hombre efectos psicoacti-
vos o tóxicos. Lewin, en su Pbantastika, refiere que «ciertas razas de
ovejas de las landas alemanas la prefieren. Por eso a menudo se la
siembra en los páramos y se hacen atravesar las ovejas lentamente
por la plantación, sin dejarlas que se detengan. Algunos animales
la comen con avidez y pasión entrando así en un estado de excita­
ción, seguido de la completa pérdida de la conciencia. De esta
manera son presa de los zorros o de las bandadas de cuervos. Les
llaman "los borrachines"» (Lewin 1981 [1924], II: 179).
Diferentes especies de «hierbas locas» pertenecen a la familia de
las leguminosas y a los géneros Astragalus, Oxytropis, y Latbyrus. En
los dos primeros géneros se ha identificado el principio activo
miserotoxina, tóxico para el hombre, y en el tercero se hallan pre­
sentes compuestos neurolatirógenos. Estos últimos son responsa­
bles, además de la ebriedad paradisíaca de los animales, de una
intoxicación humana conocida como neurolatirismo que estuvo
difundida en tiempos pasados, a modo de epidemia, durante los
frecuentes periodos de carestía, cuando las harinas para el pan se
«cortaban» con semillas y cáscaras de Latbyrus (conocido como
arveja) (Camporesi 1980). Otras especies vegetales del locoismo en
América son: Croton fruticulosus Torr. (euforbiáceas), Lobelia cltfford-
tiana L. (lobeliáceas), Lupinus ekgans H.B.K.. (leguminosas).
En una «hierba loca» australiana, la Swainsoma canescens, se ha
localizado la presencia del alcaloide indolicidínico swainsonina,
responsable del locoismo animal. Este mismo alcaloide, junto a su
derivado N-óxido, se encuentra presente también en la Astragalus
lentiginosus, «hierba loca» de los pastos del estado norteamericano
de Utah (Molyneux & James 1982).

24
Elefantes borrachos

Es notoria desde hace tiempo la pasión de ciertos elefantes por el


alcohol. En Africa estos paquidermos muestran gran avidez por los
frutos de los árboles de distintas especies de palmas (doum, marula,
mgongo, palmíra). Cuando están maduros, estos frutos tienden a fer­
mentar velozmente, algunos incluso cuando están todavía sujetos
al árbol. Los elefantes se alimentan de frutos fermentados caídos al
suelo, después agitan y golpean el árbol con la trompa y el cuerpo
para que caigan otros. El proceso de fermentación del fruto produ­
ce alcohol etílico concentrado hasta el 7% y este proceso continúa

25
Animales que se drogan

incluso cuando el fruto se encuentra en el aparato digestivo del ani­


mal, con la consiguiente producción y absorción de ulteriores can­
tidades de alcohol. Si se hallan en grupo, la competencia que se
establece entre los elefantes hace que coman una mayor cantidad
de frutos en un periodo de tiempo lo más breve posible. Los ele­
fantes se emborrachan y esto parece ser una consecuencia que dis­
ta mucho de ser accidental. Buscan el efecto embriagante de estos
frutos. Mientras que para la manada lo normal es recorrer no más
de una decena de kilómetros de selva al día, cuando es la época de
maduración de los frutos de estas palmas (en especial, la especie
Borassus), los machos adultos pueden separarse de la manada para
recorrer en un día la distancia, en ocasiones superior a los treinta
kilómetros, que les separan del lugar donde crecen estos árboles,
cuya localización les es bien conocida.
Los elefantes borrachos se excitan muchísimo, se asustan ante
sonidos insólitos o movimientos repentinos de otros animales o del
hombre. Se espantan fácilmente y esto los vuelve agresivos como
reacción defensiva. Una manada de elefantes borrachos se consi­
dera un serio peligro para el hombre.
Los elefantes viven en grupos con una estructura jerárquica
matriarcal. Los pequeños acostumbran a poner la trompa en la
boca de la madre para tomar y probar lo que ella está comiendo.
De esta forma aprenden lo que tienen que comer. Cuando la madre
está comiendo un fruto fermentado, también ellos se embriagan y
aprenden cómo conseguir este estado de ebriedad. «Esta informa­
ción se conserva cuando una cría hembra se hace adulta y seguida­
mente matriarca. Los animales menores aprenden de ella, y así se
establece una tradición local. La sabiduría colectiva se preservará
durante siglos gracias a las manadas que poco a poco se constitu­
yen a partir de la manada original, a no ser que la matriarca sea aba­
tida por los cazadores furtivos, rompiéndose así la cadena. De esta
forma, la juerga estacional basada en alcohol se convierte en parte
del comportamiento de los elefantes» (Siegel 1989:119-20).

26
Elefantes borrachos

También a los elefantes indios de Bengala y a los de Indonesia les


atraen los frutos fermentados que caen al suelo, particularmente el
gran fruto del durián (Durio zibetbinus). En realidad, diversas espe­
cies de animales buscan el fruto fermentado del durián: monos,
orangutanes, zorros voladores (una especie de murciélago) y ele­
fantes. Incluso los tigres de Sumatra, que son carnívoros, aprecian
mucho el fruto del durián, pero no está claro si comiéndolo se
embriagan y si lo buscan para este fin. De todos modos, es notoria
entre los nativos la absoluta determinación de estos felinos por
conseguir estos frutos. Se cuentan casos de niños que recogían y
transportaban al poblado cestos con frutos de durián y al ser ataca­
dos por un tigre, éste, en lugar de matarlos, se limitaba a privarlos
de su recolección.
Los elefantes que se atiborran de frutos de durián se tambalean y
caen al suelo en estado de letargo. Los simios pierden la coordina­
ción motriz, agitan la cabeza y les fatiga subirse a los árboles. Los
zorros voladores, los mayores murciélagos del mundo, se alimen­
tan de los frutos fermentados de durián durante la noche. La consi­
guiente ebriedad alcohólica consigue distorsionar el complejo sis­
tema de radar con el que están dotados estos animales, y por medio
del que se orientan en el vuelo nocturno, hasta hacerlos precipitar­
se al suelo.
Los elefantes no sólo buscan la ebriedad alcohólica en los frutos
fermentados,- cuando olfatean alcohol se dirigen a toda velocidad
a la fuente de donde emana este tipo de olor. En 1985, en Bengala
Occidental, una manada de 1 50 elefantes irrumpió en un laborato­
rio clandestino donde se producía alcohol y bebieron a más no
poder grandes cantidades de malta destilada. Como consecuencia
de la borrachera, se pusieron a corretear por los alrededores, de
aquí para allí, pisando y matando a cinco personas. Otra docena
quedó herida, siete casas de ladrillos y una veintena de cabañas fue­
ron destruidas. Dumbo, el imaginario elefante volador de los dibu­
jos animados que a veces bebe alcohol y ve después elefantes rosa

*27
Animales que se drogan

bailando, se basa en el conocimiento de que estos paquidermos se


emborrachan en la naturaleza. Los frutos y otras materias vegeta­
les sujetas a fermentación embriagan a animales de distintas espe­
cies, desde los insectos a los pájaros y los mamíferos.
Por ejemplo, en América septentrional, los sapsuckers (una espe­
cie de pájaro carpintero) practican con el pico unos agujeros en los
árboles para así llegar a la savia y poder alimentarse de ella. Esta
savia, expuesta a una determinada temperatura, tiende a fermentar
produciendo alcohol. La savia atrae a otros animales -colibríes,
ardillas y otros sapsuckers-, los cuales consiguen alcanzar la savia a
través de los agujeros practicados por el primer pájaro y, a causa de
la fermentación de la savia, se embriagan. La mayoría de las veces
estos encuentros se consideran accidentales, pero como ya se ha
dicho, no deberíamos estar tan seguros, verificada la tendencia por
parte de los estudiosos observadores a negar componentes natura­
les en el uso de las drogas.
Parece que también los caracoles se sienten atraídos por el alco­
hol. En algunas regiones europeas, los campesinos, para defender
sus huertos de la invasión de los caracoles, colocan unos contene­
dores bajos y anchos (los contenedores de plástico son los más ade­
cuados para el caso) en el que han vertido un poco de cerveza o vino.
Se trata de verdaderas y auténticas trampas para estos moluscos que,
confluyendo a decenas y amontonándose unos encima de los otros,
forman montones de caracoles aparentemente embriagados e inca­
paces de moverse y, por lo tanto, fáciles de capturar y eliminar.
Los campesinos del norte de Italia usaban un método parecido
para «invitar» a los erizos a establecerse en sus huertos. Los erizos
son unos formidables insectívoros y su presencia en los huertos
asegura que las coles y las lechugas no sean devoradas por los
insectos. A los erizos les atrae el alcohol y depositar de vez en
cuando en medio del huerto una jofaina con una mezcla de agua y
vino junto con un puñado de larvas asegura que estos pequeños
mamíferos elijan el huerto como su morada (Celli 1999:15-6).

28
Las drogas de los gatos

Varias especies de felinos, desde tigres a gatos, se embriagan des­


pués de haber comido o masticado hojas de determinadas hierbas.
El caso más conocido es el de los gatos y la hierba o menta de gato:
la nébeda (Nepeta cataría). Una hierba común de los campos silves­
tres que no debe confundirse con alguna de las hierbas de gato de
venta en las tiendas de animales. Éstas últimas son una especie de
gramínea cuyos tallos masticados inducen en los gatos el vómito,
provocando así la purga del aparato digestivo.
Animales que se drogan

Las hojas de nébeda desecadas están disponibles en las tiendas,


normalmente presentadas dentro de una especie de cojín y se ven­
den como «vigorizante y rejuvenecedor» para gatos domésticos.
Se ha observado que el contacto de un gato doméstico (Felis
domestica) con la nébeda da como resultado una sucesión de com­
portamientos en cuatro fases. En primer lugar, el gato olisquea la
planta (para el olfato humano las hojas tienen un olor parecido a la
menta). Seguidamente, lame las hojas y a veces las mastica. A
menudo se demora para mirar al cielo con semblante ausente, lue­
go agita velozmente la cabeza de un lado al otro. En una tercera
fase, el felino se frota el hocico y las mejillas contra la planta. Des­
pués gira toda la cabeza restregando todo su cuerpo contra ella.
Los gatos más sensibles a los efectos de la nébeda dan ligeros gol­
pes a la planta con sus lomos (Todd 1962).
Si se le ofrece a un gato extracto concentrado de nébeda, las reac­
ciones son más intensas: retuerce la cabeza violentamente, saliva
en abundancia y muestra síntomas de verdadera excitación del sis­
tema nervioso central. Presenta también síntomas de excitación
sexual: tiene una erección espontánea, la hembra adopta los típi­
cos comportamientos del apareamiento, maullando y dando con el
cuerpo «golpecitos amorosos» contra cualquier objeto que
encuentre. Esta droga parece que actúa sobre la esfera sexual de los
gatos y acentúa en las hembras el caminar cimbreante durante las
«danzas» preparatorias al acoplamiento con su pareja. Se ha avan­
zado la hipótesis de que esta hierba haya servido en algún momen­
to para el desarrollo evolutivo de los gatos salvajes al predisponer­
los a la actividad sexual, como un afrodisíaco natural de primavera.
Los gatos domésticos, muchos de los cuales pasan su vida entera
sin haber visto nunca una de estas plantas, están perdiendo la capa­
cidad de percibir los efectos de ésta, su droga. Actualmente entre
las paredes urbanas de las casas europeas, sólo entre el 50% y el
70% de los gatos responden a sus efectos. Se ha establecido que el
tipo de respuesta de un gato a la nébeda es debida a la presencia de

30
Las drocjas de los gatos

un determinado gen. Este perpetuarse de generación tras genera­


ción de gatos sin contacto con la planta está empobreciendo gené­
ticamente a estos animales en la posibilidad de responder a su dro­
ga natural (Todd 1962).
Otros estudios realizados por G.F. Paleen y G. V. Goddard (1966)
han llevado a las siguientes observaciones: «Un típico revolcarse
del cuerpo se inicia con el gato que presiona la cara contra el sue­
lo, restregando la mandíbula adelante y atrás, estirándose progre­
sivamente, con las patas tiesas frente a él, las orejas hacia delante y
las garras extendidas. El gato gira luego la cabeza y el cuerpo de un
lado a otro. La duración de estos giros es muy variable, ya que va
de algunos segundos a cinco minutos y se repite de una a quince
veces. La reacción a la nébeda resulta independiente del sexo y la
edad».
Se sabe que los gatos que tienen la posibilidad de entrar en con­
tacto con la nébeda la consumen a diario y, como se ha demostra­
do por estudios etológicos específicos, están tan «felices» y sanos,
sino más, que los que no tienen esta posibilidad.
He verificado personalmente el hábito cotidiano de consumir la
nébeda que crece en mi jardín. Aunque no tengo gatos -me gusta­
ría pero mis continuas idas y venidas no me lo permiten- mi jardín
es frecuentado por los del vecindario, especialmente durante la pri­
mavera, cuando están en celo y la planta se encuentra en la cúspide
de su fase vegetativa, propagando su mentolado perfume. Hacia el
final de la primavera, la planta florece, su perfume disminuye y
también las visitas de los gatos a mi jardín. Mi planta de nébeda
parece ser la única de la zona, por lo que en ciertos momentos de
la primavera, generalmente a últimas horas de la tarde, mi jardín se
halla abarrotado de felinos. No comparten de buen grado entre
ellos la experiencia con la planta, manteniendo una cierta distan­
cia, esperando cada uno su turno hasta que el área alrededor de la
planta está libre de colegas indeseables. Se acercan tanto machos
como hembras.

31
Animales que se drogan

La planta de Nepeta cataría, como numerosas especies congéneres,


produce unos terpenoides volátiles llamados nepetalactones. Estos
compuestos son los responsables del efecto embriagante en los
felinos (los tigres también experimentan un efecto psicoactivo).
Aunque con leve intensidad tienen efecto sobre el ser humano.
Investigaciones de laboratorio han demostrado que la nébeda
resulta psicoactiva y modifica el comportamiento de otras especies
animales, entre las que encontramos insectos y ratones. El ácido
nepetálico es el más potente entre los compuestos que produce esta
planta (Harney et al. 1974).
En la orina de los gatos macho en celo se ha encontrado sustan­
cias feromónicas de estructura similar a los nepetalactones. Es por
este motivo que los gatos reaccionan a la nébeda con comporta­
mientos de naturaleza sexual. Los gatos que se «drogan» con nébe­
da sufren autenticas alucinaciones, se les ve atrapar cosas que no
existen y jugar con «mariposas fantasma» que revolotean en el aire,-
otros bajan las orejas y se lanzan contra «gatos invisibles» y los hay
que se muestran miedosos, resoplando contra algo inexistente.
Otra hierba psicoactiva para los gatos es la valeriana común.
Planta medicinal utilizada desde antiguo por el hombre como
sedante, antiespasmódico y suave narcótico, hay referencia a su
uso como hierba de gato ya en el siglo XIX. Baste como ejemplo el
del médico napolitano Raffaele Valieri que decía: «Cuando se
esparce por tierra un saco de valeriana es curioso y agradable el
espectáculo que dan los gatos tan sólo con acercarse a la valeriana:
se revuelcan por encima, la inhalan repetidamente y al final son
presa de temblores, se les erizan los pelos, dan saltos desordena­
dos, hacen mil rarezas como ebrios del mal de san Vito y finalmen­
te pierden los sentidos y quedan durante buen rato excitados e
idiotizados. Es este un fenómeno análogo, que se acerca al temblor,
la ebriedad, la fantasía y el aturdimiento que produce el hachís en
el hombre» (Valieri 1887:16).

32
Las drogas de los gatos

Los gatos japoneses tienen una droga diferente, las hojas tiernas de
una planta llamada matatabi que produce compuestos parecidos a los
nepetalactones. El matatabi provoca un efecto diferente: los gatos
después de masticar las hojas se tumban de espaldas con las patas
hacia arriba, quedando durante un corto periodo de tiempo inmóvi­
les en esta posición, en aparente, y quizás en autentico, éxtasis.
Darle a nuestro amado gato una hierba de este tipo significa para
él la posibilidad de relacionarse con una planta para él atávica, de
embriagarse a placer con una droga sana y natural, sin el peligro de
inducir un hábito crónico. La relación de los gatos con estas hier­
bas es de tipo estacional, especialmente durante la primavera, y
estos felinos no están sometidos a ninguna crisis de abstinencia
durante los largos periodos del año en que estas plantas carecen de
efecto para ellos.
Se hacen tantas cosas, a veces las más absurdas, para conseguir la
felicidad humana,- y basta poco, una plantita en el alféizar de un
apartamento urbano, para dar felicidad a nuestro minino doméstico.

Las hierbas de gato en Italia

Estas plantas cuentan con numerosas variedades en todo el mun­


do. En Italia la más conocida es la ya citada Nepeta cataría L., de la
familia de las labiadas. Esta planta es originaria de Europa y Asia
occidental, bastante frecuente en el norte de Italia, las zonas de
colinas, el bajo monte, a lo largo de las vallas, los declives, entre
los escombros y en los lugares sin cultivar. Muy rara de encontrar
en Italia central y meridional, y totalmente ausente en Sicilia y
Cerdeña. Su aceite esencial está compuesto por más de un 77% de
nepetalactones.
El aceite esencial de su congénere Nepeta nepetella L. contiene sobre
todo nepetalactones y está reconocido que los gatos la buscan por
sus efectos psicoactivos. Esta variedad la podemos encontrar en

33
Animales que se drogan

lugares pedregosos, soleados y secos, en el sotomonte y en el mon­


te, desde los Alpes occidentales a los marítimos y de forma esporá­
dica desde los Apeninos hasta el Avellinese.
Por lo que respecta a la valeriana (Valeriana officinalis L., familia de
las valeriánaceas), además de cultivarse por sus propiedades medi­
cinales, es común en los bosques y en el fresco boscaje,- desde el
mar al altiplano, en toda Italia continental y en Sicilia. Las varieda­
des Valeriana céltica L. («nardo celta» o «espiga de Francia») y la
Valeriana Salinuca All., presentes ambas en los pedregales de los
altos pastos alpinos, son muy probablemente afrodisíacos para los
felinos.
Finalmente otra conocida hierba de gato es el maro (Teucrium
marum L.), también de la familia de las labiadas. Crece de forma
espontánea en Córcega y Cerdeña y en las islas circundantes y se
ha asilvestrado esporádicamente en distintas localidades de la Ita­
lia continental, donde se cultiva en los huertos. En la zona de Bolo­
nia se la conoce con la forma dialectal de marüc y hasta hace poco
se cultivaba para venderse como cebo para capturar gatos.

34
Renos micófilos

Un caso conocido desde hace tiempo de animales entregados al


uso de una droga psicoactiva es el de los renos de Siberia, que se ali­
mentan con el hongo alucinógeno llamado matamoscas (Amanita
muscaria). Se trata del hongo alucinógeno por excelencia, el bello
hongo de los cuentos de hadas, de sombrero rojo cubierto de man­
chas blancas. El origen de su uso se pierde en la noche de los tiem­
pos, y los datos arqueológicos y etnográficos han demostrado la
difusión de esta práctica en Asia, Europa y América (Samorini 2000).
Renos micófilos

Este comportamiento tiene un coste para la manada, ya que las


madres en este estado dejan a las crías sin protección, convirtién­
dose éstas en alimento para los lobos. A su vez estas madres aleja­
das del grupo se convierten también en víctimas de los mismos
depredadores (Siegel 1989:66-67).
Varios animales comen hongos psilocibes, por lo general de los
géneros Psilocybe y Panaeolus, conocidos popularmente en Italia
como funtjbetti (setitas) por los jóvenes que los buscan por sus efec­
tos alucinógenos (Pagani 1993). (En España estos mismos hongos
se conocen como monguis. N. del T.)
Siegel relata haber visto en Hawai y México cómo algunos
perros mordían e ingerían setas deliberadamente. Algunos minu­
tos después los perros corrían en círculo, retorcían la cabeza, aulla­
ban y se negaban a obedecer las órdenes del hombre (Siegel
1989:68). No queda claro si estos perros eran conscientes de lo que
les pasaría después de haber comido estos hongos, pero un caso de
uso consciente de estas setas se produce en las cabras. Estos cua­
drúpedos ostentan el primer puesto en el mundo animal en la
pasión por las más variadas drogas.
Durante el curso de mis estudios sobre los hongos alucinógenos
que crecen en los prados alpinos (Samorini 1993) he verificado
diversas veces la avidez con que las cabras se alimentan de hongos
de la especie Psylocybe semilanceata. Una vez fui literalmente agredi­
do por un macho cabrío, que me embistió con su poderosa corna­
menta, mientras me encontraba agachado observando las setas. Era
uno de los mayores animales de un rebaño de una cincuentena de
cabras que pasaba por mi lado. Fiándome de su mansedumbre, aun­
que conocía su curiosidad, seguí recogiendo hongos. Viendo que
varias cabras se habían parado y me observaban sonreí ingenua­
mente y les mostré un puñado de hongos recién cogidos. Inmedia­
tamente después de mi gesto, el macho cabrío saltó y me empujó
con los cuernos, rodando yo pendiente abajo unos cuantos metros.
En uno de mis tumbos el sobre de papel que contenía los hongos

37
Animales que se drogan

recogidos me cayó de la mano. Sorprendido y asustado mantuve la


distancia con el macho cabrío, el cual se abalanzó junto con otras
cabras sobre el recipiente de papel devorando su contenido. Lue­
go se pusieron a buscar entre la hierba los hongos que todavía no
había recogido.
Desde aquella vez, cuando se me acercan las cabras, empuño en
alto mi bastón, como me sugirió un experto pastor, siendo ésta la
única manera de pararlas. Pero cuando llego a una zona de hongos
donde ya están las cabras, no trato de alejarlas, sea por respeto
hacia estos animales, sea por temor a ser atacado por ellas bajo los
efectos de los hongos que las hacen más indómitas y peligrosas.
Cuando las cabras se encuentran en un lugar con setas, no se ali­
mentan de hierba u otras variedades de hongos, sino que buscan y
devoran sólo las setas. Realmente parece que sepan reconocerlas y
las busquen por sus efectos psicoactivos. Las cabras que se alimen­
tan de este hongo muestran una conducta excitada, corretean de
manera torpe y mueven vigorosamente la cabeza de un lado al otro
del cuerpo.

38
Cabras y excitantes

En Etiopía es muy conocido el cuento sobre el café que narra el


descubrimiento de sus propiedades excitantes después de observar
el extraño comportamiento de las cabras una vez han ingerido sus
bayas: «El pastor Kaldi se había dado cuenta que sus cabras se habían
vuelto extrañas. En el altiplano etíope, en los días calurosos las

39
Animales que se drogan

cabras saltaban sobre las rocas, trepaban por pendientes imposi­


bles y descendían, como es lógico, por declives tortuosos. Habi­
tualmente al ponerse el sol se dormían, yaciendo con las patas esti­
radas, inmóviles como las montañas. Pero esa noche saltaban de
manera incontrolable, bailando y persiguiéndose la una a la otra y
sus ojos se movían de forma repentina en todas direcciones. Kaldi
notó que las cabras sólo se paraban para roer las bayas de un cierto
arbusto, después de lo cual continuaban saltando a la luz de la luna.
A menudo, las cabras se comportaban de maneras extrañas, y por
esto se las considera caprichosas y volubles,- pero Kaldi nunca las
había visto acercarse a aquella planta. Sabía que las cabras suelen
comer las hojas, pero en este caso se comían las bayas, un hecho
que le llamó la atención y lo indujo a probar en él aquellos rojos fru­
tos. Fue así como se descubrió el café y sus propiedades excitantes».
Este cuento popular, trasmitido en forma de leyenda, refleja algo
de verdad y es la tendencia de las cabras a pacer intencionadamen­
te las bayas de la planta del café para conseguir un estado de exci­
tación. Hoy en día este comportamiento animal es obstaculizado
por el hombre, que se afana por que las cabras domésticas no le
arruinen los cultivos de café. Debido a que prácticamente han desa­
parecido tanto cabras como plantas de café en estado salvaje, la
observación de esta conducta de «drogadicción» animal se ha vuel­
to escasa.
También en Etiopía y Yemen las cabras se vuelven «locas» con el
khat (Catha edulis Forsk., familia de las quelastráceas), una planta
con propiedades eufórico-excitantes cuya masticación implica a
millones de seres humanos que viven en estas regiones. Las propie­
dades de este arbusto llamado «flor del Paraíso» habrían sido des­
cubiertas por el hombre nuevamente a causa de su estrecho contac­
to con los rebaños de cabras.
Lln cuento yemenita narra que Awzulkernayien, un pastor legen­
dario, observó un día que una de sus cabras se había alejado del
rebaño. Más tarde la vio volver hacia él corriendo con insólita velo­

40
Cabras y excitantes

cidad. Este comportamiento se repitió durante varios días hasta


que, vencido por la curiosidad, el pastor descubrió que aquella
cabra se alejaba de las otras para comerse las hojas y los brotes del
arbusto del khat. El mismo las probó descubriendo sus efectos
euforizantes y desde aquel día no dejó de masticarlas.
Los cultivadores de esta planta saben muy bien que si una cabra
se acerca y pace la «flor del Paraíso», no quiere saber nada de ali­
mentarse de otras plantas y arremete con golpes de cornamenta y
cocea a quien intente alejarla de su «paraíso».
La «judía roja» o «judía del mezcal», la semilla de la leguminosa
Sopbora secundiflora (Ort.) Lag. ex DC., es un conocido alucinógeno
utilizado desde la más remota Antigüedad por los indios de las lla­
nuras de América del Norte en el transcurso de sus ceremonias reli­
giosas. Es una sustancia muy peligrosa, cuyo mal uso puede provo­
car la muerte. En algún momento, fue sustituida por el más seguro
y visionario cactus del peyote. Los datos arqueológicos han reve­
lado un uso continuado que se remonta a unos 9.000 años a.C. Las
tribus indígenas descubrieron sus efectos embriagantes observan­
do las extrañas conductas de los animales que las consumían.
Siegel nos cuenta que un día pidió prestadas un buen número de
cabras de una granja y las dejó pastar cerca de los arbustos de aque­
lla planta. Observó que algunas cabras hacían siempre lo mismo:
se comían la planta y sus judías,- temblaban, se caían al suelo, se vol­
vían a levantar, y más tarde volvían a pacer de la planta. Continua­
ron cayéndose y levantándose durante todo el día bajo el abrasa­
dor sol de Texas sin mostrar el menor síntoma de envenenamiento.
Cuando llegó el atardecer y devolvió las cabras a la granja, aque­
llas que se habían embriagado con la judía del mezcal se aislaron
de las otras. Mientras tanto, como sigue contando Siegel, sus caba­
llos de tiro se habían acercado a los arbustos de la judía del mezcal
y los pacieron. Intentó alejarlos, pero éstos se enfurecieron. Al final
consiguió atarlos todos a un árbol, menos a uno, que se fue hacia
una colina cercana donde estuvo toda la noche caminando y sacu­

41
Animales que se drogan

diendo la cabeza continuamente. Al amanecer, Siegel se lo encon­


tró nuevamente cerca de los arbustos de la judía del mezcal, de los
que no quería ser alejado, mientras seguía manifestando síntomas
de ebriedad (Siegel 1989:55-56).
Pájaros ebrios

A los pájaros se les conoce un caso de «borrachera» colectiva, y


ésta se da entre los petirrojos americanos en el curso de sus migra­
ciones anuales del mes de febrero, cuando se trasladan a las regio­
nes calurosas de California. Las primeras noticias de este compor­
tamiento datan de la década de 1930.
Cuando llegan a California, bandadas de miles de petirrojos ame­
ricanos (de la especie Tunius migratorius) se posan sobre unos peque-

43
Animales que se drogan

ños árboles llamados popularmente California holly («acebo de Cali­


fornia»). En esta época del año estos arbolillos están cargados de
frutos de acebo: Cbristmas berries («bayas de Navidad»). Las tribus
indias de la región llaman a estos frutos de color rojo: escarlata
toyón. Los petirrojos y otras especies de pájaros se atiborran hasta
reventar de estos frutos, que tienen un evidente efecto embriagan­
te para las aves.
Durante casi tres semanas es posible observar en la región una
auténtica y verdadera juerga, en la que los pájaros desorientados y
confundidos se entregan a juegos tontos entre ellos y revolotean
entrando en los coches y las casas.
Siegel, que ha estudiado atentamente el fenómeno, ha observa­
do que para estos pájaros entre cuatro y cinco frutos constituyen
una buena dosis, pero en realidad llegan a comer una treintena.
Parece claro que la finalidad de esta comilona va más allá de lo
meramente alimenticio. Los pájaros parecen conocer y buscar los
efectos embriagantes de una dosis masiva de estos frutos.
Transcribo algunos párrafos de Siegel en que describe la llegada
de una bandada de casi tres mil petirrojos: «En cierto momento de
la comilona se empieza a ver pájaros que caen de las ramas. Cuatro
de ellos se tambalean en el suelo, incapaces de volar. Pasado un
cuarto de hora, ya cuento una veintena en ese estado. Muchos de
ellos tienen en el pico frutos que no han podido tragar, ya que esó­
fago y estómago están colapsados. Observo a un petirrojo robarle
un fruto del pico a un congénere. Algunos de los pájaros que vue­
lan de forma descoordinada a baja altura son embestidos por los
coches que circulan por la carretera. Otros se precipitan sobre mí
en pleno vuelo. Recojo algunos petirrojos muertos por los coches.
Después, en la autopsia, veo que su aparato digestivo está repleto
de frutos. Ni el contenido de su estómago ni los mismos frutos mos­
traban signos de fermentación, por lo cual el agente embriagante
no es el alcohol. Se trata probablemente de una sustancia presente
en los frutos». (Siegel 1989:58-59).
Pájaros ebrios

No parece que se presenten casos de sobredosis entre los peti­


rrojos ni en las otras aves que se embriagan con estos frutos.
Los únicos casos letales, por lo demás poco significativos para la
estadística, son consecuencia de la presencia del ser humano, de
sus coches, sus ventanas y sus perversidades. En la prensa local, que
cada año dedica alguna breve nota al extraño comportamiento de
los petirrojos migratorios, se habla a menudo de «suicidio» de los
pájaros que se lanzan contra los coches o las personas, una inter­
pretación decididamente errónea.
En la misma región, los pájaros se embriagan también de frutos
de otro arbusto del género Pyracantha, una especie de rosa llamada
espino de fuego o piracanta. En este caso, los pájaros se compor­
tan como payasos alados: vuelan, caen y revolotean de manera
errática y cómica, como fuera de sí. A algunos se les ve temblar en
el suelo entre la porquería con las alas de través, molestando a los
gatos de los patios de las casas. Otros se tambalean en los alféiza­
res de las ventanas y picotean su imagen reflejada en los cristales.
Debido a que estas plantas se cultivan alrededor de las casas y las
calles, las colisiones con ventanas y coches son más frecuentes en
los casos de ebriedad con este arbusto que en los del toyón.
Las tribus indias de California utilizaban la corteza del árbol del
toyón para curtir pieles, mientras que sus frutos eran asados y con­
sumidos. Con los frutos, los indios elaboraban una sidra embria­
gante. Se desconocen todavía las sustancias presentes en el fruto
inmaduro responsables del efecto embriagador en los pájaros. Se
conocen casos de experiencias delirantes y visionarias en el hom­
bre debidas a ingestiones copiosas de sidra de toyón. Se ha pensa­
do en la presencia de una saponina psicoactiva, ya que se sabe de
otro caso de borrachera colectiva entre los pájaros que se alimen­
tan de «madreselva del Tártaro» yen la que la responsable del efec­
to embriagante es la saponina. Se trata de un arbusto de origen
asiático cultivado como planta ornamental desde muy antiguo en
la costa oriental de EE UU e identificada por los botánicos como

45
Animales que se drogan

Lonicera tatarica. Las aves que en mayor medida se sienten atraídas


por las bayas embriagantes de esta planta son los petirrojos. J.Grin-
nell (1926) observó el comportamiento de estos pájaros en su jar­
dín: «Docenas de petirrojos se encontraban sobre los arbustos y
por el terreno circundante. Se mostraban mansos e idiotizados.
Algunos yacían entre la porquería del suelo y con las alas de través.
Me desagradaba el hecho de que esta condición volviese a los pája­
ros presa fácil para nuestro gato, que parecía saber bien que podía
cazar uno cada vez que le apeteciera». Este comportamiento de las
aves se manifiesta principalmente en junio, cuando la «madreselva
del Tártaro» produce sus bayas.
W.H. Bergtold (1930) añadía a sus observaciones: «La ebriedad
de estas aves ha sido advertida en todos sus estadios, de una leve
inestabilidad a un cierto grado de descoordinación suficiente para
hacerlos precipitarse al suelo. Parece que algunos pierden el miedo
y se vuelven beligerantes, ya que no temen a los transeúntes ni a
los espectadores curiosos». Bergtold encontraba curioso el hecho
de que estos pájaros no hubiesen aprendido a evitar estas bayas y
que esto desmontaba la creencia de que ningún animal se alimenta
de algo que le resulte nocivo.
Siegel ha tenido la posibilidad de contemplar un comportamien­
to que tiene algo de fascinante y romántico. Lo ha visto en una
pareja de pájaros arrebatada por las bayas de espino de fuego:
«Contradiciendo su reputación de tener un plumaje siempre lim­
pio y de no tener una pluma fuera de sitio, esta pareja aparecía des­
peinada y achispada. Estaban todavía en condiciones de aventurar­
se en un cortejo por lo demás original. El macho ofrecía una baya
como obsequio a su pareja con la punta del pico, ella la aceptaba y
a su vez la volvía a ofrecer al macho. La baya era ofrecida, acepta­
da y vuelta a ofrecer numerosas veces, hasta que una de las dos aves
se la tragaba. Después de todo, amor y toxicomanía son a menudo
vistos como las dos caras de la misma moneda o para los pájaros,
de la misma baya...» (Siegel 1989:60).

46
Pájaros ebrios

El ornitólogo David McKelvey ha estudiado durante tres años la


paloma rosa (Columba meyeri), un ave de las islas Mauricio en peli­
gro de extinción, aunque haya evolucionado en ausencia de depre­
dadores. El ornitólogo ha llegado a la conclusión de que esta paloma
se encuentra íntimamente relacionada con tres plantas psicoacti -
vas diferentes: una especie de Aphloeia llamada fandamon por los
nativos, una especie de Styllimjia (fangam, de la familia de las eufor­
biáceas) y una especie de Lantana. Estos pichones se nutren de las
bayas de estas plantas y se embriagan. Cuando se encuentran en
este estado de ebriedad, son incapaces de hacer nada y deambulan
en estado de estupor por el terreno. Con la introducción por parte
de los ingleses de la mangosta en las islas Mauricio, las palomas
fueron diezmadas por este animal carnívoro, al que le debía pare­
cer mentira encontrar sobre el terreno tal cantidad de plumíferos
incapaces de levantar el vuelo. De los resultados del estudio de
McKelvey parece deducirse una necesidad fisiológica de estas
bayas psicoactivas por parte de las palomas rosas,- por este motivo
estas aves no soportan fácilmente la cautividad, sobre todo si están
lejos de sus drogas vegetales (Kennedy 1987:256).
Ciertas especies de pájaros sienten avidez por las semillas de Papa-
ver somnijerum y son un conocido flagelo de las plantaciones de opio.
Se han observado gorriones introduciéndose en almacenes para
alimentarse con semillas de cáñamo. Este peculiar alimento parece
producir en estos pájaros estados de estimulación y excitación. En
efecto, numerosas especies de aves adoran comer cañamones, con­
siderados, en varias regiones del mundo, modificadores de su con­
ducta: «cantan» con mayor ardor y durante más tiempo, teniendo
una gran inclinación hacia comportamientos amorosos. Los cria­
dores de papagayos añaden a la dieta de sus animales un porcenta­
je de cañamones para que aumente su locuacidad. Todavía hoy,
criadores de canarios hacen lo mismo para estimular su canto.

47
Otros animales

En las montañas Rocosas de Canadá la cabra montés de gran cor­


namenta afronta grandes peligros entre los profundos barrancos y
las afiladas rocas para llegar a los lugares donde crece un determi­
nado liquen, cuya utilidad alimenticia es mínima, para devorarlo
con vehemencia. Este liquen, teñido de amarillo y verde, crece en
las superficies rocosas. Algunas cabras acostumbran a abandonar el
grupo para ir en su busca y consumirlo en grandes cantidades.
Este comportamiento es tan tenaz, que los animales, a fuerza de
rascar la roca, pierden el filo de los dientes, e incluso a veces los

49
Animales que se drogan

dientes frontales. La explicación a este fenómeno la han encontra­


do los pueblos indios nativos, descubriendo los efectos narcóticos,
tanto para el hombre como para la cabra, de esta especie de liquen.
Los babuinos buscan y consumen el fruto rojo de un árbol de la
familia de las cicadáceas,- esta práctica no la realizan en periodos
de carestía, demostrando que no la consumen con el propósito de
alimentarse. Una vez han ingerido el fruto, denotan un estado
parecido a la borrachera, tambaleándose, incapaces de moverse
rápidamente, volviéndose presa fácil de los cazadores humanos.
No se han observado casos de muerte entre los babuinos produci­
da directamente por el consumo de este fruto, al contrario que en
el hombre, para el que resulta venenoso. El fruto produce alguna
sensación de placer y un estado de euforia en los babuinos, los cua­
les probablemente han desarrollado tolerancia a sus efectos vene­
nosos (Marais 1940).
Los koalas de Australia se alimentan sólo de hojas frescas de
eucalipto, una costumbre bien conocida por los aborígenes y los
cuidadores de zoológico de todo el mundo. Esta dieta exclusiva
produce en los koalas un efecto narcótico y relajante. Por este
motivo, los aborígenes creen que estos animales son adictos a las
hojas de eucalipto. Nos encontramos pues ante un caso extremo
de doble dependencia, en el que todos los miembros de una misma
especie están implicados, y en el que el elemento «nutriente» y el
elemento «droga» coinciden.
Adaptarse y habituarse a las hojas de eucalipto no parece estar
genéticamente determinado en los koalas,- todo lo contrario: se for­
ma en los primeros meses de vida mediante la lactancia y la educa­
ción materna. Esto quedaría probado por el hecho de haber conse­
guido adaptar y hacer sobrevivir koalas con una dieta distinta
(leche de vaca, pan y miel) con la condición de separarlos de la
madre nada más nacer.
Existen varios casos en los que el conocimiento de las propieda­
des psicoactivas de ciertas plantas se alcanzó por el ser humano
Oíros animales
t
SEBASTIAN - D0NG8T»*

mediante la observación de determinados animales y sus compor­


tamientos, frente a las plantas que habitualmente consumen como
embriagantes. En las selvas de Gabón y Congo, los nativos afirman
que hace mucho tiempo vieron a los jabalíes escarbar y comer las
raíces alucinógenas de la iboga (Tabernanthe iboga Baill., familia de
las apocináceas). Los jabalíes asumen entonces un comportamien­
to convulsivo, saltando de un lugar a otro, mostrando reacciones
de miedo y estados alucinatorios. También los puerco espín y los
gorilas sufren intencionadamente estos efectos. Observando estos ani­
males, los nativos los imitaron y fue así cómo descubrieron los
efectos visionarios de esta planta.
Durante mis investigaciones en Gabón, dirigidas al estudio del
uso de la iboga en el culto del Buiti entre los Fang, Mitsogho,
Apindji y otras tribus bantú que viven en la selva ecuatorial, mis
informadores me confirmaron en numerosas ocasiones que distin­
tas especies animales ingerían iboga para drogarse. Un chamán
(nganga) mitsogho refirió el uso de la iboga entre los mandriles
macho. Estos animales viven en comunidades piramidales, siguien­
do una rígida estructura jerárquica. En la cima se halla el macho
jefe, bajo el cual se encuentran otros machos fuertes y bajo éstos
los machos más débiles. Cuando un mandril macho debe afrontar
una pelea con otro macho, para aparearse con una hembra o ganar
un puesto en la jerarquía, no se enzarza de inmediato en la lucha.
Va en busca de una planta de iboga, la desarraiga, come sus raíces
y espera que le haga efecto (de 1 a 2 horas), y se lanza entonces al
encuentro del otro macho con el que tiene que luchar. Que el man­
dril espere a que le surja efecto la iboga antes de atacar, demuestra
un elevado grado de premeditación y conciencia de lo que está
haciendo.
El arbusto del kava (Piper methysticum Forst, familia de la piperáceas)
está extendido por las islas de la Melanesia y la Polinesia. Los nati­
vos extraen de sus raíces una bebida embriagante que buena parte
de la población consume actualmente.

51
Animales que se drogan

Varios relatos sobre el origen del conocimiento humano de este


embriagante mitifican el evento de su descubrimiento a través de la
observación de la extraña relación que tienen los ratones (del géne­
ro Rattus exculans P.) con la planta del kava. Por ejemplo, en un cuen­
to procedente de las Nuevas Hébridas (actualmente, República de
Vanuatu), un hombre vio varias veces cómo un ratón roía las raíces
de kava, moría y al cabo de un tiempo volvía a la vida. Después de
eso, el hombre decidió probar los efectos de la raíz, dando lugar de
esta forma al uso de la kava. En efecto, parece que los ratones (al
igual que los cerdos) roen las raíces de esta planta y como resultado
acaban embriagados (Samorini 1995a:102).
Los cultivadores de marihuana (Cannabis) tienen que vérselas con
animales ávidos de esta planta. En Hawai, las vacas y los caballos
buscan como alimento exquisito sus flores, provocando en ellos un
periodo de leve tambaleo.
Siguiendo en estas islas, los cultivadores de marihuana sostenían
que las mangostas eran las responsables de las rapiñas en los alma­
cenes de plantas de cáñamo recién cortadas, ya que en los estóma­
gos de estos animales encontraban frecuentemente semillas de la
planta. Siegel se sorprendió, pues las mangostas son animales car­
nívoros, llegando en ciertas ocasiones a matar y devorar a sus pro­
pios congéneres. Queriendo aclarar la presencia de cañamones en
sus estómagos, montó un sistema de cámaras en los almacenes para
seguir sus observaciones. Descubrió así que los verdaderos visitan­
tes nocturnos eran los ratones, que iban a la caza de la semilla de
marihuana. Algunos de estos ratones se quedaban pasmados, y por
este motivo, tenían sus movimientos ralentizados, por lo que se
retrasaban al esconderse en sus madrigueras al alba. Las mangostas
habían aprendido este des¡fayecim/ento de conducta de los ratones, y
al amanecer se paseaban por los almacenes para capturarlos y devo­
rarlos fácilmente. Las semillas de marihuana encontradas en los
estómagos de las mangostas eran las que habían comido los roedo­
res (Siegel 1989:153-154).

52
Otros animales

En el este de Europa los corderos entran en los campos de cáña­


mo, comen las plantas y se vuelven «alegres y locos». En la década
de 1950, un veterinario citaba el caso en Grecia de un cordero que
se arrebataba repetidamente con Cannabis y mostraba un desarrollo
y engorde normales (Cardassis 1951 -.973).
En América del Norte, los ciervos se infiltran en los campos de
marihuana y en América del Sur, son los simios los que realizan fre­
cuentes incursiones.
En California hace años se observó que los conejos de cola blan­
ca se introducían en algunos huertos donde se cultivaban cactus
psicoactivos de la variedad Astrophytum myriosnfma. Los conejos
roían los cactus y al momento parecían borrachos. Recuperados,
volvían otra vez a roerlos y a embriagarse nuevamente (The Entbeo-
(jen Review, 7[3]:73, 1998).
Los ratones se alimentan de las partes aéreas y los frutos de las
plantas de Ipomoea violacea L. (familia de las convolvuláceas, cono­
cida como campanilla azul o ipomea) aunque por lo general evitan
ingerir las semillas, que contienen elevadas concentraciones de los
alcaloides también presentes en el ergot. Estas semillas eran busca­
das por el hombre en la Antigüedad y lo son todavía ahora por sus
propiedades alucinógenas. Alguna vez se han visto ratones ingi­
riendo una semilla, sobre todo en determinadas condiciones mete­
orológicas, y consiguiendo un estado de ebriedad caracterizado
por la torsión de la cabeza.
Un día Siegel reparó en una pareja de mangostas de Hawai cria­
das en un jardín. Dejaron a un lado su dieta habitual de carne, hue­
vos y fruta, para masticar las semillas de una especie de Ipomoea que
crecía en aquel jardín. Los dos animales empezaron a retorcer la
cabeza y a girar en círculos, quedando agotados durante varias
horas. En los meses que siguieron, los animales ignoraron las semi­
llas de aquella planta, pero cuando una de las mangostas murió, su
compañera volvió a ingerir y embriagarse con semillas de ipomea.
Es bien conocido que entre las poblaciones tribales de México una

53
Animales que se drogan
6

de las ocasiones en que se consumen semillas de esta planta, es


cuando las personas deben consolarse del luto que las aflige. Qui­
zás aquella mangosta lo hacia por el mismo motivo (Siegel
1989:72).

54
Insectos

En las páginas precedentes se han presentado ya algunos casos


de uso de drogas por parte de animales inferiores, como los insec­
tos y los moluscos. Encontrarse con el consumo de drogas por par­
te de animales inferiores es un hecho que puede desconcertar a
muchos etólogos y biólogos, en cuanto la división biológica entre
animales inferiores y superiores es tenida generalmente por enor­
me, ya sea desde el punto de vista de la estructura y la complejidad
del sistema nervioso.
Algunas variedades de esfinges, pequeñas mariposas nocturnas,
se han adaptado con su larga «trompa» (espiritrompa) a libar el

55
Animales que se drogan

néctar de las flores de una especie de datura, planta de la familia de


las solanáceas, notoriamente alucinógenas para el hombre. En Ari­
zona la esfinge Manduca cfuincjuemaculata se nutre del néctar de Datu­
ra meteloides, contribuyendo así a la polinización de sus flores. Sólo
después de muchas observaciones, algunos investigadores se han
percatado de que las esfinges después de haber libado el néctar de
las flores, parecen embriagadas. La observación de esta conducta
puede pasar desapercibida ya sea porque sucede de noche, cuando
las plantas de datura abren la corola de sus flores, o porque los
botánicos y los entomólogos que se toman la molestia de pasar las
noches en el campo al lado de las plantas de datura, se interesan
más en identificar los insectos polinizadores y capturarlos cuando
aún están dentro de las flores. Viéndolos después de libar el néctar
de algunas flores «parecen desorientados al posarse sobre las flores
y a menudo yerran la diana y caen sobre las hojas o al suelo. Apa­
recen lentos y torpes al volverse a elevar. Cuando retoman el vue­
lo sus movimientos son erráticos como si estuvieran confundidos.
Pero parece que a las esfinges les gusta este efecto y vuelven a sor­
ber el néctar de las flores» (Crant & Grant 1983:281).
Es muy probable que el néctar de esta especie de datura conten­
ga los mismos alcaloides psicoactivos presentes en otras partes de
la planta, buscadas por el hombre como fuente alucinógena. Los
mismos autores han lanzado la hipótesis de que este néctar embria­
gante para las esfinges representa algún tipo de recompensa que la
planta ofrece a los insectos que polinizan sus flores. Esta conducta
puede revelarse extremadamente peligrosa para las esfinges: estar
ebrias en el suelo o volar lentamente, aunque sólo sea por unos
segundos, significa aumentar las posibilidades de ser víctima de
voraces depredadores -insectos, reptiles y anfibios nocturnos-,
que han aprendido a apostarse bajo las plantas de datura esperan­
do una presa fácil.
Algo parecido sucede con ciertas abejas que visitan las flores de
las orquídeas tropicales americanas. Las flores de Catasetum, Cyno-

56
Insectos

ches, Stanhopea y Goncjora no producen alimento alguno, pero sí un


líquido perfumado. Las abejas de los géneros Eulaema, Euplusia y
Euglossa se ocupan de las partes florales. El líquido emana de la
superficie rasgada y las abejas lo absorben a través de las patas ante­
riores. Las abejas que vuelven repetidamente a la fuente, muestran
movimientos torpes, que se han interpretado como resultado de
una narcosis (Dodson 1962). Otras especies de abejas se enajenan
sorbiendo el néctar de las flores de determinadas especies de
umbelíferas. Es probable que esta particular asociación entre insec­
tos y flores, en la que las plantas recompensan a los insectos poli-
nizadores con una droga, esté mucho más difundida de lo que has­
ta ahora se ha observado.
El químico Paul Lindner (1923), experto en fermentaciones,
dejaba constancia de que las larvas de rodilegno rojo (Cossus cossus),
el ciervo volador y las ardillas absorben con avidez las secreciones
de savia en fermentación de las encinas y, con esta especie de cer­
veza natural alcanzan la ebriedad. Sobre este particular, Lennig
escribe: «Los ciervos voladores empiezan a chasquear, se tambale­
an y caen del árbol, miran de aguantarse alternando torpemente
una pata con la otra, resbalando cada vez y, finalmente, ceden a la
ebriedad y se duermen» (Reko 1996 [1938]: 1820).
Otro insecto borrachín es una bellísima mariposa de grandes
dimensiones, conocida como mariposa del madroño o Bajá de dos
colas. Se trata del lepidóptero Charaxes jasius, que se encuentra en
todas las regiones del litoral mediterráneo. Es una de las mariposas
dotadas de «colas» en las alas, el cuerpo está recorrido por bandas
plateadas. Se siente atraída por todo aquello que fermenta y pro­
duce alcohol, especialmente los frutos caídos y putrefactos. En sus
observaciones, los entomólogos colocan vasos pequeños con un
poco de cerveza o vino en los lugares donde vive. Al poco se la ve
llegar atraída por el olor del alcohol, se precipita en el líquido para
sumergir la espiritrompa (una especie de lengua tubular que los
lepidópteros tienen enrollada en la boca y que desplegada hace la

57
Animales que se drogan

función de cañita para la succión). Resulta evidente que esta mari­


posa se emborracha con la bebida alcohólica y prueba de ello es el
consiguiente vuelo «tambaleante» y lento (Delfini 1998).
Siguiendo en el mundo de los insectos, hay casos de cría de otros
insectos para la producción a gran escala de una droga embriagan­
te. Algunas especies de hormigas albergan en sus nidos unos cier­
tos coleópteros, a los que alimentan y cuidan. A cambio, los cole­
ópteros producen secreciones en sus abdómenes y permiten que
las hormigas las absorban. La secreción se produce a través de dos
mechones de pelo llamados tricomas. Vencidas las hormigas por la
embriagante naturaleza de la secreción, pierden temporalmente la
orientación, sus patas parecen menos seguras, se tambalean y pier­
den el equilibrio. Todo ello ha sido observado recientemente por
los mirmecólogos, estudiosos de las hormigas, gracias a los moder­
nos instrumentos de los que disponen.
En el caso de la hormiga amarilla, Lasius jlavus, y el coleóptero
Lomeclmsa, las hormigas obreras se muestran totalmente desintere­
sadas por sus tareas domésticas y se dedican durante largos perio­
dos a sorber las secreciones del abdomen de los coleópteros. Las
hormigas llegan incluso a criar las larvas del coleóptero, albergán­
dolas en las cámaras incubadoras de sus propias larvas. En los
momentos de peligro, cuando a toda prisa tienen que trasladar a
lugar seguro las larvas, ponen primero a salvo las del coleóptero
antes que las de la propia especie. No son raros los casos en que en
un solo hormiguero encuentran hospitalidad centenares de coleóp­
teros, hecho que puede llevar en breve tiempo a una baja producti­
vidad y a un ruinoso declive de toda la colonia. En efecto, «el exce­
sivo consumo del embriagante producido por los coleópteros
puede provocar tal manía en la colonia que las larvas femeninas de
las hormigas quedan dañadas, desarrollándose en animales incapa­
ces (estériles), más que en reinas completas» (Siegel 1989:73).

58
Moscas y Amanita muscaria:
una nueva hipótesis

El comportamiento de las esfinges en su relación con las flores


de datura, me ha hecho pensar y reevaluar el extraño comporta­
miento de la mosca común (Musca domestica) hacia la Amaníta musca­
ria (Samorini 1999). El nombre de este hongo (muscaria) deriva de
«mosca», ya que es bien conocido que estos insectos se sienten
atraídos por los sombreros del hongo, y se quedan «tiesos» con su
contacto. Se conoce con el nombre de matamoscas y en el siglo XIX

59
Moscas y Amanita muscaria: una nueva hipótesis

aumento es posible percibir un movimiento peristáltico en su cuer­


po, que demuestra que no están muertas. Pasado un periodo que va
de 30 minutos a 50 horas, las moscas se despiertan y, en un breve
lapso de tiempo, reanudan sus actividades y vuelan como si nada
hubiese ocurrido.
No todas las moscas que se posan sobre la Amanita muscaria quedan
intoxicadas, quizás depende del tiempo de exposición del insecto al
agente intoxicador, o mejor embriagante, y probablemente se pre­
senten varios grados de intensidad en la intoxicación,- que van desde
un aumento frenético del vuelo a la catalepsia más completa.
Durante la segunda mitad de la década de 1960, algunos colabo­
radores del gran micólogo francés Roger Heim, uno de los padres
fundadores de la etnomicología moderna y pionero en los estudios
sobre los hongos alucinógenos, emprendieron cerca del Museo de
Historia Natural de París (del que Heim era director) estudios
experimentales específicos sobre la relación entre la mosca domés­
tica y la Amanita muscaria (Bazanté 1965-66,- Locquin-Linard 1965­
67). Sus investigaciones estaban dirigidas a determinar el grado de
toxicidad de este hongo en relación con las moscas, pero sus expe­
rimentos no nos dicen demasiado sobre la relación entre estos dos
seres vivos en plena naturaleza. De hecho, forzaron esta relación,
obligando a un cierto número de moscas a vivir en el reducido
espacio de una caja de Petri en contacto directo y permanente con
el hongo o un extracto de éste en estado líquido. Como resultado
obtuvieron un elevado índice de mortandad entre los insectos
intoxicados. Esto puede ser debido a un fenómeno de «sobredo-
sis» inducido por las condiciones del experimento, o incluso, como
han sugerido los mismos investigadores, a la producción de anhí­
drido carbónico por parte del hongo, causando la muerte de las
moscas por asfixia.
En el curso de estos mismos experimentos se determinó también
que los principios activos del hongo actúan antes sobre el sistema
nervioso, que sobre el sistema muscular de los insectos, y que éstos

61
Animales que se drogan

se intoxican, no sólo con las esporas de este hongo, sino también


con las de la Amanita pantberina, una especie de hongo similar a la
Amanita muscaria y caracterizado por las mismas propiedades aluci-
nógenas (para el ser humano) y los mismos principios activos.
Otros investigadores (Bowden et al.1965) han demostrado que el
despertar de las moscas empieza con una reanudación del movi­
miento, primero de las patas y luego de las alas. La parte más acti­
va del hongo es la que está justo debajo de la cutícula roja del som­
brero, donde se localizan la mayoría de los alcaloides isosazólicos
(concretamente el ácido iboténico) que son los agentes alucinóge-
nos para el ser humano. Tiempo atrás se creía que el agente tóxico
para las moscas era la muscarina (también se pensaba que lo era
para el hombre), pero al dar de comer muscarina pura a los insec­
tos, se vio que éstos no se resentían. En cambio, se ha constatado
que las moscas se intoxican con los mismos alcaloides que embria­
gan al ser humano.
Debe de existir una razón para este extraño comportamiento
diferente a la accidental. No es posible que las moscas desde siem­
pre hayan sido atraídas por la Amanita muscaria y se intoxicaran sin
morir más que por motivos puramente accidentales. Valdrá la pena
recordar una máxima filosófica que dice: la casualidad, o eso que
creemos que es una casualidad, no es más que la medida de nuestra
ignorancia,- cuando en los eventos que observamos no identifica­
mos asociaciones causales, tendemos a justificar estos eventos a
través del concepto de casualidad.
Llego así a formular una nueva hipótesis sobre la relación entre
la Amanita muscaria y las moscas en la naturaleza, a la luz de los datos
que aquí estoy exponiendo sobre animales, insectos incluidos, que
se drogan: no se trataría, pues, de un envenenamiento sufrido por
incautas moscas que son atraídas por la Amanita muscaria, una into­
xicación del todo inexplicable debiéndola atribuir a un «despiste»
evolutivo del comportamiento de estos insectos. Al contrario, esta­
mos ante un acto intencionado de las moscas al pasar por la experien­

62
Moscas y Amanita muscaria: una nueva hipótesis

cia de ser embriagadas por la Amanita muscaria, similar al comporta­


miento de las esfinges frente a la flor de datura: las moscas se dro­
gan con Amanita muscaria.
En la naturaleza, en una relación no forzada entre las moscas y su
droga, vemos que no todos los insectos que se posan sobre el hon­
go y lo lamen se quedan «tiesos»,- es decir, consiguen efectos paro-
xísticos. En el ser humano, el fumador de Cannabis está sujeto a los
efectos físicos y psíquicos de una manera gradual: de estados de
excitación mental y en parte física (el llamado bigb o subidón) a
estados mentales extáticos y visionarios acompañados de una seda­
ción cada vez más profunda, hasta llegar a una inmovilidad total
que puede durar algunas horas. Esta variabilidad en los efectos está
sujeta a la dosis consumida, pero también depende de la variabili­
dad individual en relación con el Cannabis y el grado de evolución
personal con esta sustancia. Volviendo a las moscas, es probable
que lo observado hasta ahora en relación con la Amanita muscaria sea
sólo un estado extremo, profundo, el más evidente, quizás el único
evidente para nosotros. Puede ser que todas esas moscas que con­
tactan con el hongo y no se quedan «tiesas», experimentan igual­
mente diversos grados de ebriedad.
Morgan ha contemplado a un mosquito de la fruta (Drosophila)
bajo los efectos de una «chupada» de Amanita muscaria: «Ha inten­
tado levantar el vuelo y ha caído en espiral sobre la mesa donde
estaban los hongos. Se ha quedado inmóvil al menos un minuto,
pareciendo muerto, reanimándose y emprendiendo después el vue­
lo» (Morgan 1995:102). Es por lo tanto probable, no sólo para la
mosca común sino para todo un conjunto de insectos, en particu­
lar para los del sotobosque, que la Amanita muscaria represente un
paraíso absolutamente natural.
Es más, con la nueva hipótesis, que admite que las moscas se dro­
gan con Amanita muscaria, se podría explicar en términos ecológi­
cos la milenaria y universal relación simbólica que existe entre la
Amanita muscaria y el sapo. En varias regiones euroasiáticas este

63
Animales que se drogan

hongo es llamado «escabel de sapo» (el toadstool de los ingleses).


Entre la mayoría de los etnomicólogos modernos circula una inter­
pretación común que lo considera una asociación semántica causa­
da por la toxicidad de ambos, sapo y hongo. Ramsbottom recuer­
da la creencia popular según la cual los hongos «están formados
por las sustancias tóxicas del terreno y el veneno de los sapos, y
que los hongos crecen siempre en los lugares donde abundan los
sapos dándoles cobijo» (Ramsbottom 1953:3).
Poco conocemos aún de la íntima relación entre las distintas
especies de seres vivos en la naturaleza. Baste como ejemplo el
reciente descubrimiento de la extraña relación existente entre las
esfinges y las flores de datura.
En el curso de mis encuentros con la Ámanita muscaria en los bos­
ques alpinos me ha sucedido sólo un par de veces el de encontrar­
me con algún sapo (de la especie Bufo bufo) en las inmediaciones de
este hongo. Pero también debo decir que no los he buscado nunca
en los amplios espacios del bajo monte salpicados de Amanita mus­
caria, ni me he parado nunca un buen rato en una fructificación de
este hongo, que puede producir fácilmente más de cien carpóforos
diseminados en un área que cubre el sotobosque de algunas dece­
nas de árboles.
Los sapos se alimentan de larvas e insectos de movimientos len­
tos, pero difícilmente consiguen alimentarse de las rápidas moscas,
a menos que éstas, por algún motivo, por ejemplo que estén heri­
das o ebrias, se muevan más lentamente de lo normal.
Por lo tanto, es ahora posible formular la siguiente hipótesis:
dado que las moscas se sienten atraídas por la Amanita muscaria, y
que, al embriagarse con ella, sus movimientos se vuelven más len­
tos hasta llegar a la catalepsia, los sapos podrían haberlo aprendi­
do, y, al encontrarse con uno de estos hongos, permanecerían bajo
él o en las cercanías a la espera de una presa fácil, de la misma
manera que los depredadores de la esfinge han aprendido a espe­
rarlas bajo los arbustos de datura.

64
¿Por qué los animales y
los seres humanos se drogan?

En un texto de 1890, titulado Perché la gente si droga? (¿Por qué la


gente se droga?), el escritor ruso León Tolstoy explicaba el com­
portamiento humano de consumir drogas como medio para huir de
uno mismo: «La causa de la universal difusión del hachís, el opio,
el vino y el tabaco no reside en el gusto, no está en el placer, no
está en la diversión, ni en la alegría, está solamente en la necesidad
de esconder de uno mismo las indicaciones dictadas por la con­
ciencia» (Tolstoy 1988:41-42).
Este tipo de explicaciones ha sido el caballo de batalla del prohi­
bicionismo más fundamentalista. Si bien hay personas que ahogan
en el vino sus propios remordimientos y que se embriagan con las
más dispares drogas para huir de la realidad, hoy sabemos que las
motivaciones en el uso de sustancias psicoactivas son más bien
complejas y están asociadas al fenómeno universal de los estados
modificados de conciencia.
El uso de drogas, como otras numerosas conductas humanas, vie­
ne dictado por la búsqueda del placer, detrás del cual no se escon­
de aquel «deseo de esconderse de uno mismo» que Tolstoy le atri­
buye; la búsqueda del placer es un factor de conducta intrínseco a
toda la humanidad, cuyos excesos pueden adquirir características
patológicas. Las ideologías moralistas tienden a identificar la bús­
queda del placer con sus formas patológicas, de la misma manera
que identifican el fenómeno del consumo de drogas con el «pro­
blema droga». Existe en el ser humano una tendencia a tratar de
modificar, a través de los más dispares métodos, el propio estado
de conciencia ordinario, con el objetivo de vivir experiencias en
otros estados mentales. Este atávico comportamiento humano se
puede considerar una «constante de conducta». Es un impulso que

65
Animales que se drogan

se manifiesta en la sociedad de los hombres sin distinción de razas


y culturas: es un comportamiento transcultural (Samorini 1995a).
La modificación del estado de conciencia, objeto de una ciencia
específica (Tart 1977), además de presentarse en casos espontáne­
os, viene inducida mediante un amplio espectro de técnicas que el
hombre poco a poco ha descubierto y elaborado en el transcurso
de su historia. Desde las técnicas de privación sensorial y mortifica­
ción física a las meditativas y ascéticas, pasando por las que utilizan
como factores desencadenantes los estados de trance y de posesión,
la danza y el sonido de ciertos instrumentos musicales,- y por últi­
mo, aunque no por orden de importancia, las técnicas que prevén
el uso de drogas vegetales dotadas de propiedades psicoactivas.
Esta última técnica de modificación del estado de conciencia es la
que tiene su origen más antiguo. Los datos arqueológicos demues­
tran que ya era practicada en la Edad de Piedra. Se podría pensar
que se originó en aquel arcaico periodo de la historia humana.
En realidad, descubriendo su existencia también entre los anima­
les, debemos deducir que se originó antes que la presencia del ser
humano en el planeta. El consumo de drogas es un comportamien­
to que recorre toda la evolución animal, desde los insectos a los
mamíferos, al hombre.
Hoy en día tenemos un conocimiento mucho más amplio del que
podía tener Tolstoy de la historia de las drogas y la estrecha rela­
ción que ha habido siempre y que continúa existiendo entre su uso
y la esfera intelectual, religiosa y espiritual humana.
La ciencia de las drogas se constituyó en el siglo XIX,- uno de sus
fundadores, el italiano Paolo Mantegazza, contemporáneo de
Tolstoy pero con unos conocimientos más amplios que los del
escritor ruso, había intuido la universalidad e ineluctabilidad de
este comportamiento humano y la importancia de estudiarlo
siguiendo un acercamiento científico. «Todo ello en un tiempo no
muy lejano será una ciencia importante» escribía en su voluminoso
ensayo sobre las drogas, y añadía: «La estética de los alimentos

t
66
cPor cjuélos animales y los seres humanos se drogan?

nerviosos irá creciendo indefinida e incansablemente, hasta que


nuestro planeta no tenga planta de hombre que lo pise» (Mante-
gazza 1871, 11: 680,- Samorini 1995b).
En la búsqueda de las motivaciones que empujan al hombre a
consumir drogas, Tolstoy observaba únicamente lo que parece ser
una degeneración de este comportamiento humano, fruto de la
sociedad moderna y sus conflictos. Usar las drogas para huir de la
realidad y de la propia conciencia no es la regla,- más bien la excep­
ción, y su extensión depende de la difusión de la febrilidad de la
sociedad moderna.
Históricamente el motivo fundamental y básico del consumo de
drogas se encuentra en la intención de conseguir una mayor com­
prensión de la realidad, no para huir de ella. Numerosas culturas
han puesto la droga, considerada sagrada, en el centro de su siste­
ma religioso y como punto de apoyo del sistema interpretativo de
los distintos aspectos de la realidad y la vida. Las drogas utilizadas
en condiciones apropiadas de set y setting-, es decir, en condiciones
ambientales y psicológicas, inducen experiencias que van acompa­
ñadas de profundos estados emotivos intuitivos, iluminadores y
reveladores. La elaboración y la interpretación de estas experien­
cias contribuyen al desarrollo de sistemas interpretativos indivi­
duales y sociales de la realidad.
Búsqueda de conocimiento y búsqueda de placer: son las motiva­
ciones básicas del uso universal de las drogas entre los hombres.
Los acercamientos inadecuados y la ignorancia pueden llevar a
aquellos comportamientos interpretables como «necesidad de
esconderse de uno mismo» y «huir de la realidad» identificados
por Tolstoy. Pero también en estos casos, definibles como patoló­
gicos, se debe tener cuidado al emitir juicios desde connotaciones
puramente moralistas. En el ambiente de los estudiosos y los pro­
fesionales en el campo de las drogodependencias se ha difundido
recientemente la hipótesis de la automedicación: el heroinómano
podría ser un individuo cuya producción de endorfinas -las sustan­

67
1

Animales que se drogan

cias opiáceas producidas de forma natural por el cuerpo- es infe­


rior a la media y que por lo tanto encontraría, más o menos incons­
cientemente, en el consumo de una sustancia opiácea exógena, la
heroína, la solución a su desequilibrio neuroquímico.
Siguiendo una línea explicativa diferente, el uso humano de las
drogas tendría una función adaptógena frente a la realidad circun­
dante. Algunos sociólogos y antropólogos modernos emplean el
término «adaptógenos» para denominar directamente a las drogas,
o bien a las sustancias que facilitan la adaptación al entorno próxi­
mo, ya se trate de un poblado de cabañas inmerso en la selva ama­
zónica, o un ambiente urbano occidental frustrante y neurótico
(Fericgla 1994).
Josep M. Fericgla, estudiando el uso de la bebida alucinógena
ayahuasca entre los Shuar de Ecuador, afirma: «Los datos etnográ­
ficos nos obligan a aceptar que una de las finalidades que induce
explícitamente a los seres humanos a consumir ayahuasca (y por
extensión todos los alucinógenos en general) está relacionada con
procesos cognoscitivos que permiten una mejora de la eficacia de
la adaptación. Resumiendo, se puede afirmar que la ayahuasca se
utiliza tradicionalmente para activar mecanismos compensatorios
de la conducta, aplicados al autoanálisis y a la búsqueda de solu­
ciones a conflictos presentes, tanto de índole emotiva como de
adaptación en general,- el enteógeno funciona como acelerador
emotivo con resolución catártica» (Fericgla 1996:5).
Ya sea con la hipótesis de la «automedicación» (desde la conno­
tación puramente médica) o con la de «función adaptógena» (de
connotaciones psicológicas y sociológicas), nos encontramos fren­
te a nuevas interpretaciones del consumo humano de las drogas
que, si bien no están aún plenamente desarrolladas, están libres de
alteraciones provocadas por un prejuicio moralista: son hipótesis
científicas.
Volviendo nuestra mirada a los animales que se drogan en la
naturaleza, podemos obtener algunas conclusiones al respecto.

68
¿Por cjué los animales y los seres humanos se drogan?

Antes que nada, lanzo una duda y una hipótesis: el comportamien­


to natural en el uso de las drogas está más difundido en el mundo
animal de lo que hasta hoy se conoce. En otros términos, parece
ser que estamos en el principio de estos conocimientos. Y el fenó­
meno de los animales que se drogan se vuelve cada vez más impor­
tante para una mejor comprensión de las motivaciones que indu­
cen al ser humano a drogarse.
Es difícil razonar en términos de estados de conciencia alterados
en los animales. Antropocéntricos como somos, solemos negar
cualquier forma de conciencia en las otras especies animales, y aún
más en los animales inferiores. El pensamiento científico ortodoxo
está empapado del dogma filosófico conocido como conductismo
o behaviorismo, que excluye cualquier actividad de pensamiento
en el mundo animal.
Se suele distinguir en el pensamiento consciente dos formas prin­
cipales de conciencia: la perceptiva, que esencialmente es la per­
cepción consciente, cuyo contenido puede implicar recuerdos o el
pensar en objetos o en eventos, diferentes de las informaciones sen­
soriales inmediatas,- y la conciencia reflexiva, que implica una for­
ma de introspección,- es decir, pensar en los propios pensamientos.
El estudio del comportamiento animal está recogiendo un núme­
ro siempre creciente de datos que están en contradicción con el
rechazo conductista del «mentalismo», siendo cada vez más los
estudiosos que, alejándose del paradigma conductista empiezan a
admitir que los animales están dotados de al menos una conciencia
perceptiva,- es decir, que pueden elaborar formas simples de pensa­
miento (Griffin 1999). Para confirmar esta última hipótesis tendría­
mos el fenómeno de los animales que se drogan.
Es difícil comprender qué sienten los animales cuando se drogan.
En ciertos casos parece claro que experimentan alucinaciones sen­
soriales, pero esto no es suficiente para entender el estado de «dro­
gado» en toda su complejidad. Tampoco es suficiente para el ser
humano. Las alucinaciones que un hombre experimenta bajo los

69
Animales que se drogan

efectos de un alucinógeno son el producto de la experiencia, la


mayoría de las veces marginal e interpretada como tal por el mis­
mo experimentador. Los contenidos y el sentido de una experien­
cia psicodélica humana van más allá de las alucinaciones visuales y
auditivas que la acompañan. Se tendrá entonces que tener cuidado
en no considerar el estado de un animal «drogado» únicamente en
términos de su singular componente alucinatorio.
Por el momento no nos queda más que reconocer humildemente
nuestra ignorancia, intentar ser lo más abiertos posible, estar libres de
los dogmas morales y las presunciones que afligen a nuestra especie.
El hecho de que un comportamiento humano, como es el de con­
sumir drogas, insistentemente negado y prohibido por considerar­
se antinatural y por consiguiente inmoral, se encuentre en el resto
de la naturaleza, entre los animales, tendría que enseñarnos a ser
más cautos en nuestras valoraciones y convicciones.
Ronald Siegel, el único estudioso que hasta ahora se ha interesa­
do por la cuestión y ha tenido el coraje de afrontarla de frente, lle­
ga a la conclusión de que la búsqueda de la ebriedad por medio de
drogas es una fuerza de motivación primaria en la conducta de los
seres vivos. Los datos hasta hoy recogidos «demuestran que la bús­
queda y el consumo de drogas son conductas biológicamente nor­
males (...). La capacidad de una sustancia de servir como recom­
pensa o refuerzo para el comportamiento no depende de ninguna
anormalidad en el cerebro. Más bien al contrario: las drogas que
los animales seleccionan para su uso son aquellas capaces de inte-
ractuar con los mecanismos normales del cerebro desarrollados a
lo largo de la evolución para mediar conductas biológicamente
esenciales dirigidas a la obtención de alimento, agua y sexo. En
otras palabras, la búsqueda de drogas embriagantes es más una
regla que una aberración (Siegel 1989:100). Más allá de estas con­
sideraciones, Siegel llega a la conclusión de que la ebriedad, en los
animales o en los hombres, tiene un «valor evolutivo adaptador»
(Siegel 1989:2! I).

70
¿Por <\ué los animales y los seres humanos se drogan?

Mis conclusiones son desde hace tiempo las mismas, pasando por
conjeturas un poco diferentes de las de Siegel. En una obra juvenil
mía había subrayado la importancia de un concepto de la biología,
el «factor de desesquematización» o «factor PO» (Provocative Opera­
tion Factor / Factor de funcionamiento provocativo), definido y ana­
lizado por el médico Edward de Bono durante la década de 1960.
Refiriéndose específicamente a la mente y el pensamiento huma­
no, De Bono define el factor PO como la función fundamental que
tiene como finalidad actuar de instrumento desesquematizante,
«para desbaratar los modelos consolidados». PO es un concepto
anti-lenguaje: «La función del lenguaje es la de consolidar los
modelos,- la función de PO es la de facilitar la fuga de estos mode­
los» (De Bono 1965:208). En la mente humana, el factor PO tiene
fuertes analogías con el humor y la intuición. Como éstos, «el PO
permite a una persona usar ideas que no son coherentes con la
experiencia. Con el PO, más que rechazar estas ideas, las puede usar
como puntos de apoyo hacia otras ideas. El PO nos da la posibili­
dad de emplear «imposibilidades intermedias». Ya que estas ideas
«imposibles» no se adaptan a los modelos establecidos, posibilitan
el distanciamiento de la experiencia existente. El PO es un disposi­
tivo liberador de la rigidez de ideas, esquemas, divisiones, catego­
rías y clasificaciones establecidas. El PO es un instrumento para el
insight (introspección, intuición)» (De Bono 1969:246-265).
En mis consideraciones añadía que «el PO aumenta el grado de
incertidumbre y por consiguiente la posibilidad de encontrar nue­
vos recorridos mentales, aumenta su entropía» y destacaba las
estrechas analogías existentes entre el factor de desesquematiza­
ción PO y los efectos del LSD y en general, de los alucinógenos
(Samorini 1981).
El factor de desesquematización que De Bono ha identificado en
la mente humana podría ser una función específica de todos los
seres vivos. Todas las especies están caracterizadas por algunas fun­
ciones primarias, como la nutrición y la reproducción, indispensa­
Animales que se drogan

bles para su preservación. Pero no es suficiente para que la especie


pueda perpetuarse en el tiempo,- ésta debe ser capaz de desarrollar­
se, adaptándose y modificándose en respuesta a los continuos cam­
bios ambientales. El principio de conservación de aquello que se
ha adquirido tiende a preservar rígidamente los esquemas consoli­
dados y para modificarse, y buscar nuevos «recorridos», es necesa­
rio un instrumento de desesquematización (depatterning),- es decir,
estar dotado de una «función desesquematizadora» que esté en dis­
posición de oponerse, por lo menos en determinados momentos,
al principio de conservación. Tengo la impresión de que el com­
portamiento humano y animal de embriagarse con las drogas está
íntimamente relacionado con la función de desesquematización,
con el factor PO.

Verificado que casi siempre es sólo una parte de los miembros de


una especie animal quienes se drogan, esta parte desempeñaría una
función no sólo en sí misma sino también para toda la especie.
Volviendo al ser humano, debe tenerse en cuenta que todas sus
conductas, incluidas las funciones primarias, como la nutrición y la
reproducción, están mediatizadas por la cultura.
Identificado un componente natural en el impulso del ser huma­
no en drogarse, mediante la presencia de este impulso también
entre los animales, los problemas ligados al uso que el ser humano
hace de las drogas se han de identificar dentro del componente cul­
tural que media en esta conducta: el «fenómeno droga» es un fenó­
meno natural, mientras que el «problema droga» es un problema
cultural.
El desarrollo de las nuevas interpretaciones amorales del «fenó­
meno droga» está sólo en sus inicios y como todas las ideas recién
nacidas, es todavía imperfecta y desenfocada. Démosles el tiempo
y el espacio justo para una formulación más completa, que nos lle­
vará a acercarnos con una aproximación siempre mayor a una «teo­
ría de las drogas», a un paradigma más maduro que aquel tolstoyia-
no con el que abríamos el capítulo.

72
¿Por (fue' los animales y los seres humanos se drogan?

En la sociedad moderna, el «problema droga» no está causado


tanto por la existencia de las drogas o el impulso natural de dro­
garse, como por la desculturización del acercamiento a las drogas.
A fin de que el uso de las drogas en el ser humano no se transforme
en un uso «bestial», es importante que esta conducta, como cual­
quier otro comportamiento humano, esté mediado por una cultura
y unos conocimientos adaptados. Cuando privamos al individuo y
a la sociedad de estos conocimientos -el más importante de todos:
cómo se usan las drogas y en qué contextos-, aparecen las aproxi­
maciones impropias y por lo tanto, el «problema droga».
Una mejora concreta del «problema droga» pasa por el estudio
científico del «fenómeno droga» y la individualización de las
variables que regulan este fenómeno en el contexto de la íntima
relación entre naturaleza y cultura humana.

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