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Seminario:
Temas de Psicogerontología II
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Clase 6
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En este sentido, a medida que envejecemos, el balance en pérdidas (o amenazas de
pérdidas) y ganancias se decanta progresivamente hacia aquellas, hecho que reconocen
incluso aquellos investigadores más optimistas respecto al potencial de ganancias que
todavía es posible conservar en edades avanzadas (Baltes, 1993; 1997). Este predominio
de la pérdida sobre la ganancia también se aprecia en la propia percepción de las
personas mayores sobre el proceso de envejecimiento (Heckhausen, Dixon y Baltes,
1989; Triadó y Villar, 1997). En consecuencia, podríamos pensar que el envejecimiento, al
conllevar una pérdida de capacidades y roles sociales significativos, socavase de igual
manera aspectos como nuestro autoconcepto, autoestima o bienestar subjetivo, o bien, al
menos, supusiera un importante riesgo en este sentido. Sin embargo, hasta el momento no
existen evidencias empíricas que avalen una conclusión de este tipo. Así, la edad no parece
ser un factor que afecte significativamente al nivel de satisfacción vital (Stock, Okun,
Haring y Wiltker, 1983). De igual modo, los niveles tanto de depresión como de
autoestima de personas jóvenes son comparables a los hallados en muestras de personas
mayores (Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993).
En definitiva, mientras gran parte de las personas mayores experimentan cambios de
carácter negativo, éstos parecen no afectar a su nivel de bienestar. Esta discrepancia puede
ser reconciliada si tenemos en cuenta que las personas, con el fin de mantener intactos
nuestra autoestima y bienestar, nos implicamos de manera activa en estrategias para
afrontar aquellos cambios que podrían ponerlos en peligro. Estas estrategias permitirían
que redujésemos el potencial impacto negativo de dichos cambios.
Precisamente el objetivo fundamental del presente escrito consiste en examinar algunas de
las estrategias que las personas toman en consideración cuando se trata de enfrentarnos al
envejecimiento. En concreto, nos vamos a centrar en aquellas que suponen de alguna
manera alterar el significado que se le atribuye al envejecimiento. Si tenemos en cuenta
que la mayoría de cambios asociados al envejecimiento son de carácter irreversible y
por ello no controlables, las personas mayores podrían estar especialmente inclinadas a
adaptarse a tales cambios a través de la reconstrucción del significado del
envejecimiento y las implicaciones que tiene para la propia vida (Brandtstädter,
Wentura y Greve, 1993; Brandtstädter y Greve, 1994).
Si aceptáramos este punto de vista, podríamos esperar que el supuesto cambio el
significado del envejecimiento se evidenciaría especialmente en personas de edad
avanzada. Esta diferencia entre jóvenes y personas mayores sería especialmente
evidente en aquellas áreas en las que se pone en juego de manera más clara el propio
autoconcepto y autoestima: cuando la persona habla de su propio proceso de
envejecimiento.
El tipo de estrategias para (re)construir el significado atribuido al envejecimiento que
vamos a abordar en este trabajo, además de tener un fin adaptativo, presentan una
naturaleza discursiva. Con ello queremos decir que son estrategias lingüísticamente
basadas y por ello potencialmente observables en el habla natural de las personas al
hacer referencia al propio proceso de envejecimiento.
De acuerdo con el denominado análisis del discurso (Potter y Wetherell, 1987; Edwars
y Potter, 1992), el lenguaje no es un medio de describir una realidad supuestamente
externa a él, sino un medio para la ejecución de ciertas actividades: mediante el
lenguaje construimos versiones de la realidad que forman parte esencial de esa misma
realidad. Estas versiones son de naturaleza funcional, permiten que logremos ciertos
propósitos. Por ejemplo, en nuestro caso las personas mayores podrían construir ciertas
versiones de su propio envejecimiento de modo que su propio yo sea evaluado en
términos positivos.
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Desde el análisis del discurso no se acepta la distinción entre unos objetos o hechos
situados en el ‘mundo externo’ y unas palabras, situadas en el ‘mundo interno’ que
simplemente los designan. Desde esta perspectiva el propio lenguaje constituye la
realidad que se supone que describe
Por otra parte, esta elaboración cotidiana de versiones sobre hechos se articula de
manera retórica (Billig, 1987, 1993): construimos nuestro discurso de manera que sea
creíble, le insuflamos realidad para que sea difícil de rebatir o desmentir, con lo que
implícitamente estamos tomando en cuenta versiones alternativas para construir la
nuestra de manera que sea inmune a estas ‘versiones competidoras’.
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sino que se hace depender en gran medida de la propia voluntad de la persona, mientras
que el envejecimiento biológico sería irreversible e inevitable (‘es ley de vida’ dicen
nuestros entrevistados).
De esta manera, las personas de mediana edad y especialmente las más mayores tienden
a concebirse ‘psicológicamente jóvenes’ con independencia de su edad cronológica y de
su envejecimiento biológico. Así, enfatizan que internamente ellos no han cambiado a
pesar de que su cuerpo lo haya hecho, dando especial valor a esa estabilidad con los
años y sentimiento de ‘ser el mismo’, lo que les permite ser, en ese sentido, todavía
jóvenes. Aunque conciben que pueda haber personas ‘psicológicamente viejas’ y
describen este estado, nadie se ve a sí mismo como formando parte de este grupo.
Algunos ejemplos de esta diferenciación ‘envejecimiento biológico/psicológico’ serían
los siguientes:
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positivos, mientras que el envejecimiento patológico se contempla en todo caso como
una amenaza situada en el futuro.
Por otra parte, en esta misma línea, el concepto de salud parece ser redefinido por los
mayores de manera que incluye sólo cierto núcleo de actividades básicas para llevar una
vida autónoma, libre de dependencias. Así, ellos pueden calificarse como ‘envejeciendo
con salud’ a pesar de que experimenten ciertas pérdidas, que serían ‘accesorias’.
Mientras para un joven la noción de salud probablemente incluiría correr, jugar, viajar
y, en general, actividades que requieren una gran cantidad de recursos biológicos, las
personas mayores tienden a definir la salud, el envejecimiento sano, en términos más
modestos. Lo que para unos puede ser cotidiano, para otros pueden ser logros
excepcionales de los que sentirse orgullosos.
Algunos ejemplos de estas (re)construcciones discursivas del propio envejecimiento
pueden ser los siguientes:
‘Yo creo que no hay edad... a ver si me entiendes, la edad está ahí, los años
no pasan en balde, pero si hay naturaleza buena, si no estás repasado de
enfermedades, nada, no sientes nada el envejecimiento, y yo ya te digo,
tengo 70 años, si lo digo la gente no se lo va a creer, pero estoy casi igual
que cuando tenía 30, aunque los años los tengo encima’; E39, hombre
mayor.
‘No, yo me siento bien, mientras me pueda mover, y entrar y salir, que yo pueda
hacer mi vida, que yo pueda decir ahora bajo la escalera ahora la subo, una cosa
tan sencilla como esa, yo me sentiré bien’; E43, mujer mayor.
3. Reducción de aspiraciones futuras
En este caso, al hablar del futuro, las personas más mayores resaltan la continuidad en
el estado actual como el mayor deseo para su propio futuro, enfatizando la importancia
de conservar cierto número de capacidades básicas que les aleje de la incapacidad y la
dependencia. Como en el caso de la salud, el futuro es construido por las personas
mayores en términos modestos, su proyecto de futuro es prolongar la situación presente,
sea esta cual sea.
Por contra, los jóvenes y las personas de mediana edad conciben su propio futuro como
un espacio de crecimiento personal en el que podrán disfrutar (mediante la realización
de diversos tipos de actividades de ocio o el cultivo de relaciones sociales satisfactorias)
de aspectos que actualmente lo que se describe como ‘ajetreada vida de trabajo’ les
impide desarrollar. Entre estas actividades con las que se planea gozar en la vejez
destacan las , actividades de ocio y el aumento en la cantidad o calidad del tiempo
dedicado a las relaciones familiares y/o de amistad. En cierta medida, la vejez para los
jóvenes y personas de mediana edad sería un estado ‘idílico’ en el que podrán hacer lo
que realmente siempre han querido hacer.
Así, el futuro en un caso se construye como una amenaza a esquivar, en otro como una
esperanza a alcanzar. Estas diferencias parecen corresponderse con los resultados sobre
reevaluación de metas en la vejez que obtienen numerosos estudios anteriores (p.e.
Dittmann-Kohli, 1991)
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‘No, quisiera nuevos horizontes, quisiera cosas diferentes, quisiera estar
pendiente... tener preocupaciones, eso sí, tener preocupaciones por mis
actividades, pero ya me gustaría dedicarme pues un poquito más a la
Naturaleza en el sentido amplio. Podría ser cultivando, pues a lo mejor un
jardín con un huerto, que me gustan mucho los animalitos (...)’; E24,
hombre mediana edad.
‘Yo lo que no quisiera es tener que depender de nadie. Yo quisiera morirme
antes de, por ejemplo, que mis hijas tuvieran que levantarme, tenerme que
lavarme si me ensuciaba, tenerme que llevar a una residencia o a una
casa... Desearía que me acostara, no quisiera sufrir, no quisiera sufrir para
morirme, pero quisiera que antes de tener que dar quebraderos de cabeza a
mis hijas, pues morirme’; E45, mujer mayor.
‘Lo mismo que hago ahora. Procuraré conservar el carácter (...) gastar bromas
con mis hijos y tal, que tal vez no sea muy propio de una persona de mi edad, pues
yo lo hago. Procuro conservar el aspecto este de bromista que no el de viejo
antipático’; E40, hombre mayor.
4. Vida frente a muerte
En este caso, el significado del envejecimiento no es construido mediante su oposición
a procesos o etapas anteriores de la vida, sino mediante su oposición al final de vida: la
muerte. Así, la categorización implícita crecimiento (o juventud) versus envejecimiento
(o vejez) se reformula en los términos vida versus muerte.
Ya que el envejecimiento es vida, automáticamente adquiere connotaciones positivas y
se opone al polo negativo de la dicotomía, la muerte, pero no porque sea
intrínsecamente positivo, sino porque la muerte es peor. Este tipo de estrategia
discursiva sólo se encuentra en las respuestas de personas mayores, nunca en las de
personas jóvenes o de mediana edad.
‘(...) creo que es bonito envejecer, si envejeces es que has vivido y vives. Si
no envejeces es que ya estás en el agujero’; E42, mujer mayor.
‘(...) Hombre, ni bueno ni malo, es malo (el envejecimiento)... bueno, malo, es que
si no llegas es peor, malo no es, yo encuentro que no es malo envejecer tampoco,
porque señal que vas poniendo años, que tienes vida (...)’; E44, mujer mayor.
Una posible pregunta que podría surgir a raíz de la lectura de los párrafos anteriores es
si las posibles reconstrucciones del significado del envejecimiento tienen o no un límite.
¿Realmente podemos decir cualquier cosa del envejecimiento con el fin de vernos a
nosotros mismos en términos positivos?
Nuestra respuesta es, obviamente, negativa. Pensamos que los límites de estas
reconstrucciones las marcan ciertos supuestos compartidos, de sentido común, sobre lo
que es el envejecimiento, lo que podríamos denominar representación social del
envejecimiento. La existencia de este conocimiento compartido básico sobre lo que es
el envejecimiento en sentido genérico (no sobre el envejecimiento propio, como las
respuestas que hemos analizado en este trabajo) es un prerrequisito para que pueda
darse comunicación efectiva. Por otra parte, también parece razonable pensar que cierta
comunidad comparta ciertos presupuestos respecto a un proceso tan relevante y
universal como es el envejecimiento.
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¿Cuál es el contenido de esta ‘representación social del envejecimiento’? Sobrepasa los
objetivos de este trabajo describirlos en profundidad, pero sin duda podemos afirmar
que son de carácter mayoritariamente negativo. Así, las estrategias discursivas que
hemos descrito en el apartado anterior no sólo no parecen entrar en contradicción
explícita con el núcleo de la representación social del envejecimiento, sino más bien
complementarlo y, en todo caso, apuntalarlo. Por ejemplo, al delimitar la existencia de
un envejecimiento psicológico o un envejecimiento sano (categorías en las que las
personas mayores se autoadscriben) se está, tácitamente, dando por sentado que existiría
otro tipo de envejecimiento biológico caracterizado por las pérdidas, que afecta a la
mayoría de personas. Las personas mayores (al menos las de la muestra que hemos
analizado) se ver así mismos como excepciones, como representantes de lo que sería un
‘buen envejecer’. Pero al hacerlo, subyacentemente están dando por supuesta la
existencia de otro envejecimiento más general, de carácter claramente negativo.
Así, en nuestra opinión, una de las tareas que debe acometer la persona a medida que se
hace mayor es hacer compatible una visión positiva de sí mismo con una visión
genérica del envejecimiento como proceso que implica muchos cambios de naturaleza
negativa. Los mecanismos de reconstrucción discursiva que hemos analizado podrían
ser un un elemento para conseguirlo.
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llegar a ellos, ni como un dato que adquiere sentido únicamente al
interpretarlo en función de esos procesos o instancias ‘superiores’.
· mientras que hay algunos mecanismos de defensa intrínsecamente mejores o
más maduros que otros, eso no ocurre con las estrategias discursivas. El
propósito del investigador en este caso no es ni juzgar el nivel de ‘patología’ de
determinada estrategia ni siquiera juzgar el ajuste de la versión dada por
determinada persona con una supuesta realidad externa al discurso.
En cualquier caso, nosotros hemos sido siempre partidarios de la denominada ‘navaja
de Ockham’: si un fenómeno puede explicarse en términos simples y observables, ¿para
qué acudir a otros términos más complejos y oscuros?
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