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Catequesis de S.

S Francisco
11 de marzo de 2015

HORA SANTA CON EL PAPA FRANCISCO


IGLESIA DEL SALVADOR
– TOLEDO -
E XPOSICIÓN DE RODILLAS
El sacerdote revestido expone el Santísimo Sacramento como de costumbre.

M ONICIÓN INICIAL
La vida se nos ha dado para conocer, amar y servir a Dios y para después de
nuestra muerte vivir felices en el cielo con él eternamente. Este es la finalidad de
nuestra vida, para esto hemos venido al mundo, para esto hemos de vivir.
Nunca llegaremos a conocer, amar y servir a Dios lo suficiente porque Dios es
infinito y sobrepasa todo conocimiento humano… Es una tarea diaria que ha de
ocuparnos hasta nuestra muerte.
Conocer, amar y servir a Dios es lo que da sentido a todas las etapas de
nuestra vida, también a la ancianidad… El Papa nos invita a fijar nuestra mirada
en el anciano Simeón y la profetisa Ana que aguardaban las manifetación del
Señor, la llegada del Mesías. “No tenían compromisos más importantes que este.
Esperar al Señor y rezar.”
En el adoración eucarística, el Señor se nos presenta también y se nos manifiesta,
nos habla a nuestro interior… En la adoración eucarística nosotros podemos también
rendirle nuestro acto de fe, de adoración, de esperanza y amor. Digamos con fe y
humildad:
MI DIOS, YO CREO, ADORO, ESPERO Y OS AMO.
OS PIDO PERDÓN POR LOS QUE NO CREEN, NO ADORAN,
NO ESPERAN Y NO OS AMAN.

BREVE SILENCIO
SALMO 70. LA ORACIÓN DE UN ANCIANO
(Se puede recitar a dos coros, o intercalar alguno de los versículos como antífona. P. E. Te daré
gracias, Dios mío, por tu lealtad.)
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
Se tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías,
siempre he confiado en ti.
No me rechaces ahora en la vejez,
me van faltando las fuerzas, no me abandones;
porque mis enemigos hablan de mí,
los que acechan mi vida celebran consejo;
dicen: "Dios lo ha abandonado;
perseguidlo, agarradlo, que nadie lo defiende".
Dios mío, no te quedes a distancia;
Dios mío, ven aprisa a socorrerme.
Que fracasen y se pierdan los que atentan contra mi vida,
queden cubiertos de oprobio y vergüenza los que buscan mi daño.
Yo, en cambio, seguiré esperando, redoblaré tus alabanzas;
mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación.
Contaré tus proezas, Señor mío,
narraré tu victoria, tuya entera.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas,
ahora, en la vejez y las canas,
no me abandones, Dios mío,
hasta que describa tu brazo a la nueva generación,
tus proezas y tus victorias excelsas, las hazañas que realizaste:
Dios mío, ¿quién como tú?
Me hiciste pasar por peligros, muchos y graves:
de nuevo me darás la vida,
me harás subir de lo hondo de la tierra;
acrecerás mi dignidad, de nuevo me consolarás;
y yo te daré gracias, Dios mío, con el arpa, por tu lealtad;
tocaré para tí la cítara, Santo de Israel;
te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste;
y mi lengua todo el día recitará tu auxilio,
porque quedaron derrotados y afrentados
los que buscaban mi daño. BREVE SILENCIO Y SENTADOS
ectura del Evangelio según san Lucas Lc 2,22-40
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la
Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al
Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón
primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio
un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la
Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este
hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el
Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte
antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y
cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley
prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor,
puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis
ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para
iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban
admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre:
«Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad
avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció
viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios
noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora,
alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de
Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.

PUNTOS PARA LA MEDITACIÓN. S.S. Francisco, 11 de marzo de 2015


Lo primero que es importante subrayar: es verdad que la sociedad tiende a descartarnos,
pero ciertamente el Señor no. Él nos llama a seguirlo en cada edad de la vida, y también
la ancianidad contiene una gracia y una misión, una verdadera vocación del Señor. No es
aún el momento de “no remar más”. Este periodo de la vida es distinto a los anteriores,
no hay duda; debemos también “inventarlo” un poco, porque nuestras sociedades no
están preparadas, espiritual y moralmente, para darles su pleno valor.
Antes, en efecto, no era tan normal tener tiempo a disposición; hoy lo es mucho más. Y
también la espiritualidad cristiana ha sido un poco tomada por sorpresa, y se trata de
delinear una espiritualidad de las personas ancianas. ¡Pero gracias a Dios no faltan los
testimonios de santos y santas ancianos! El testimonio de los ancianos en la fidelidad.
Es una reflexión para continuar, en ámbito tanto eclesial como civil. El Evangelio viene a
nuestro encuentro con una imagen muy bonita, conmovedora y alentadora. Es la imagen
de Simeón y de Ana, de quienes nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, de san
Lucas. Eran realmente ancianos, el “viejo” Simeón y la “profetisa” Ana que tenía 84
años. El Evangelio dice que esperaban la venida de Dios cada día, con gran fidelidad,
desde hacía muchos años. Querían verlo precisamente ese día, recoger los signos, intuir
el inicio. Quizá estaban también un poco resignados, ya, a morir antes: esa larga espera
continuaba sin embargo ocupando su vida, no tenían compromisos más importantes que
este. Esperar al Señor y rezar. Y así, cuando María y José llegaron al templo para
cumplir la disposición de la Ley, Simeón y Ana se movieron impulsados, animados por
el Espíritu Santo. El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento.
Reconocieron al Niño, y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea: dar
gracias y dar testimonio por este Signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno
de júbilo. Ha sido un poeta en ese momento. Y Ana se convierte en la primera
predicadora de Jesús: “hablaba del niño a quienes esperaban la redención de Jerusalén”.
¡Queridos abuelos, queridos ancianos, pongámonos en la estela de estos ancianos
extraordinarios! Nos convertimos también nosotros un poco en poetas de la oración:
tomemos gusto a buscar palabras nuestras, apropiémonos de esas que nos enseña la
Palabra de Dios.
La oración de los abuelos y los ancianos es un gran don para la Iglesia, una riqueza. Una
gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana: sobre todo para
aquella que está demasiado ocupada, demasiado distraída. ¡Alguno debe también cantar,
también por ellos, cantar los signos de Dios! Proclamar los signos de Dios. Rezar por
ellos. Miremos a Benedicto XVI, que ha elegido pasar en la oración y en la escucha de
Dios la última etapa de su vida. Es bonito esto. Un gran creyente del siglo pasado, de
tradición ortodoxa, Olivier Clément, decía: “Una civilización donde no se reza más, es
una civilización donde la vejez no tiene ya sentido. Y esto es aterrador, nosotros
necesitamos antes que nada ancianos que recen, porque la vejez nos es dada para esto.
Es algo bello, algo bello esto, la oración de los ancianos.
Nosotros podemos dar las gracias al Señor por los beneficios recibidos, y llenar el vacío
de la ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las esperas de las nuevas
generaciones y dar dignidad a la memoria y a los sacrificios de las pasadas. Nosotros,
los ancianos, podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es árida.
Podemos decir a los jóvenes asustados que la angustia del futuro puede ser vencida.
Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más
alegría en el dar que en el recibir. Los abuelos y las abuelas forman la “coral”
permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de
alabanza sostienen la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.
La oración, finalmente, purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a
Dios previene el endurecimiento del corazón en el resentimiento y en el egoísmo. ¡Qué
feo es el cinismo de un anciano que ha perdido el sentido de su testimonio, desprecia a
los jóvenes y no comunica una sabiduría de vida! ¡Sin embargo, qué bonito es el aliento
que el anciano consigue transmitir al joven en búsqueda del sentido de la fe y de la vida!
Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras
de los abuelos tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que
mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación sacerdotal, las llevo aún conmigo
siempre en el breviario. Y las leo a menudo y me hace bien. Como quisiera una Iglesia
que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre
los jóvenes y los ancianos. Y esto es lo que hoy pido al Señor, este abrazo.

BENDCIÓN Y RESERVA

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