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Hora Santa de los Santos Inocentes

28 de Diciembre

Guía: Jesús, te doy gracias de todo corazón por este momento que me regalas para tener un
encuentro personal contigo. Amado Jesús, creo en ti. Creo que te has hecho hombre porque me
amas y quieres que yo también te amé. Confío en ti. Confío en que puedo abandonarme en tus
manos. Confío en tus obras, pues, aunque no siempre las entienda, sé que Tú sólo quieres y haces
lo que es mejor para mí. Te amo, Jesús, por ser Tú quién eres y porque me amas, así como soy.
Gracias por todo, Jesús.

Jesús Eucaristía, nacido para nuestra salvación, te ofrecemos lo que somos y lo que tenemos; Te
prometemos darte el calor de nuestro corazón para que, en estos momentos de adoración,
calmemos un poco tu sed de almas; te prometemos ser tus súbditos, tus siervos, tus misioneros en
todo tiempo y lugar

Señor de la historia, has que, recibiéndote en nuestro corazón, podamos vivir según tu voluntad y
que cada fruto recogido sea siempre una muestra de nuestro caminar y de nuestro deseo de ser
mejores cristianos. Regala, Señor, la paz y la tranquilidad a nuestras comunidades, permite que
nuestra parroquia no se vea sumergida en la división y regálanos el don de la unidad.

CANTO

Del santo Evangelio según san Mateo 2, 13-18

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y
le dijo: «Levántate, toma al niño y a su Madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise
porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó y esa misma noche tomó al
niño y a su Madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se
cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Cuando Herodes se
dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus
alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían
indicado. Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito,
se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque
ya están muertos.

Palabra del Señor

Momento de Silencio

Guía: Tres días después de contemplar al Niño del pesebre, la liturgia nos invita a celebrar la fiesta
de los Santos Inocentes. Hoy honramos la santidad de estos niños pequeños que fueron víctimas
de la crueldad del rey Herodes furioso por haber sido engañado por los Magos que regresaron por
otra ruta a sus lugares de origen.

Este día es muy oportuno para recordar que la santidad es sobre todo un regalo gratuito de Dios.
Se nos pide que recibamos este regalo como niños pequeños, sin obstáculos. Su sacrificio permite
entender que el Reino es para aquellos que son como ellos. Además, para marcar la preeminencia
al que siempre se comporta como el más pequeño, el más humilde, el más sencillo.
Nos recuerda también que, si la venida de Jesús es una gran noticia para nosotros porque Él es
nuestro Salvador que viene para liberarnos de la muerte y el pecado, el camino es el de la cruz. El
martirio de los santos inocentes anuncia el martirio de los inocentes por excelencia: Jesús, al que
siempre hay que imitar.

Celebrar los Santos Inocentes tres días después de Navidad no solo es un recordatorio de que los
dos eventos están relacionados, sino también contemplar en el Niño Jesús a aquel cuyo profundo
amor por nosotros lo conducirá a la muerte. El que adoramos en Navidad no es solo al Niño Jesús,
es a Jesús el Salvador, muerto y resucitado por nosotros.

Es a través de la Cruz, y no a pesar de ello, que estamos invitados a celebrar la alegría de la


Navidad. Ahora sabemos que la Cruz a veces puede ser muy pesada incluso y, quizás
especialmente, en Navidad. Sin embargo, misteriosamente, la alegría también está ahí.

Hoy nos unimos especialmente al dolor de los padres de estos pequeños asesinados brutalmente
por Herodes que me recuerda que muchos hombres, mujeres y niños viven la Navidad con
profundo dolor y sufrimiento debido a la enfermedad, a la pérdida de un ser querido, al no poder
llegar a final de mes, por la privación de libertad, etc. También nos unimos al dolor de todas las
personas inocentes que aún mueren cada día víctimas de las guerras, de la miseria en sus países…
y del aborto.

ORACIÓN: ¡Señor, en esta festividad de los santos inocentes oro por todas las personas del mundo
que sufren, que no tienen nada, que son perseguidos! ¡Oro por la masacre de tantos inocentes,
hombres y mujeres, abandonados por sus gobiernos, famélicos por la escasez de agua o de
alimentos, masacrados por la falsa salida del aborto, que no pueden defenderse de las injusticias,
que están inmersos en conflictos armados que ponen en peligro sus vidas, que ven atentadas su
dignidad humana, que viven esclavizados en sus trabajos, que se convierten en moneda de cambio
en el tráfico sexual…! ¡Señor, todos ellos proclaman tu Evangelio, dan testimonio de Ti! ¡Sé, Señor,
que no permaneces impasible ante tanta injusticia y que en esta Navidad te haces presente en la
fragilidad de un niño y que culminarás tu vida en el sacrificio de la cruz, ¡por esto te doy gracias
porque me permites entender que te pones siempre al lado de los que sufren!

¡Señor, gracias, porque cuando un hombre sufre, cuando un inocente muere, tu sufres con él y
mueres con él compartiendo de una manera viva, amoroso y misericordiosa tanta fragilidad!
¡Señor, te doy gracias porque nos iluminas para entender que en tu lógica divina has nacido para
salvarnos y que a pesar de que el camino de la vida está repleto de luces y sombras!

CANTO

GUÍA: La persecución de Herodes provocará la muerte de unos niños, los primeros mártires de la
historia, y la obligada huida de la Sagrada Familia a Egipto.

Hasta este acontecimiento provocado por la visita de los Reyes Magos a Herodes era un hecho
consumado que los poderosos tuvieran la última palabra sobre el destino de los más débiles. La
fuerza prevaleciendo sobre la debilidad humana. Pero Dios, que hace las cosas extraordinarias,
llevó a su Hijo a presentarse en el mundo de la manera más vulnerable: en la figura de un niño, de
una familia pobre, en un entorno hostil.
La Palabra se hace carne en un pesebre, en la oscuridad de la noche, en la soledad del tiempo.
Pero es la manera como Dios quiso entrar en el corazón del mundo porque era la forma de
inaugurar un nuevo estadio en las relaciones humanas: el inocente no es ya la víctima, sino que
ocupa el primer lugar en el corazón de Dios. Este Niño invierte el orden de las cosas y, siguiendo a
este Niño, todos los niños, todos los inocentes, todos los pobres, los desheredados, los frágiles, los
abandonados… tienen en Aquel que ha venido al mundo su esperanza.

Bautizamos a esta fiesta tan paradójica y dolorosa como la festividad de los santos inocentes, en el
contexto de una huida a Egipto, de un sobreviviente y de una infinidad de niños muertos por las
ansias de poder de un monarca sin escrúpulos.

Esta fiesta reclama la justicia contra toda injusticia, la inocencia contra la barbarie del pecado y
grita la bondad con la maldad humana. He escuchado en varias ocasiones el argumento de ciertas
personas que afirman que mientras haya un niño que sufra, un emigrante que huya de la pobreza
o mientras haya gente que viva sin futuro no podrán creer en el Dios que los cristianos afirmamos
es amor.

No parece haber respuesta o argumento a esta muerte de los santos inocentes que forman parte
de la vida cotidiana de este mundo, pero sí otra manera de ver las cosas: todo lo que concurre en
la historia es para gloria de Dios. Sobre el proyecto de la Buena Nueva Dios que se anuncia en el
pesebre de Belén se cierne la sombra de la cruz. Son las trabas que ponemos los hombres a su
proyecto y demuestra que el mundo se llena de vacío cuando no tiene a Dios. No es la muerte y el
sufrimiento lo que prevalece sino otra Vida, la eterna, la que prevalece. Todas estas personas
inocentes son los portavoces del sufrimiento humano y el Niño Jesús es, en cierto modo, su rey, su
soberano.

CANTO

«LEVÁNTATE, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque
Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). Con estas pocas palabras el ángel despierta a
José para que salve la vida del Niño Jesús. Quizá nos ha llamado la atención que esta vez el relato
no comenzase por un consolador no temas; esta vez sí que hay motivos para temer porque lo que
está a punto de suceder es dramático. Un rey, por envidia y miedo, busca a Cristo para matarle.
Jesús encuentra enemigos siendo todavía un niño frágil.

GUÍA: El Evangelio nos pone a dos personajes que, al contemplarlos, son opuestos: Por un lado,
Herodes, que antepone sus intereses con violencia e ira, sin importar a quien aplasta para
conseguir sus fines, y por otro, está José, el esposo de María, hombre justo, dócil y obediente.
José, el Hombre que no tiene miedo de cambiar sus planes y aceptar en su vida la propuesta de
Dios. ¿Con cuál de los dos me identifico el día de hoy? ¿Estoy abierto a la propuesta que Dios tiene
para mí o prefiero hacer siempre mi voluntad, aunque ello implique lastimar a otros?

José, sin embargo, no se deja dominar por miedo y despierta delicadamente a María. Ayer mismo
han disfrutado de la visita de los Magos. El olor a incienso y el brillo del oro que les han regalado
siguen llenando el lugar donde descansan. Y, sin embargo, ya es necesario escapar, salir sin llamar
la atención.
Podemos aprender del contraste de esta escena evangélica, al no perder de vista las sufrientes
circunstancias en las que Dios quiso hacerse Niño. «Contemplar el pesebre es también contemplar
este llanto, es también aprender a escuchar lo que acontece a su alrededor y tener un corazón
sensible y abierto al dolor del prójimo (...). Contemplar el pesebre aislándolo de la vida que lo
circunda sería hacer de la Navidad una linda fábula que nos generaría buenos sentimientos, pero
nos privaría de la fuerza creadora de la Buena Noticia que el Verbo Encarnado nos quiere regalar.
Y la tentación existe» [1].

EN EL CORAZÓN de María se empieza a hacer presente la profecía de Simeón: «A tu misma alma la


traspasará una espada» (Lc 2,35). La madre de Cristo se está acostumbrando a salir enseguida, sin
precipitación, pero sin demoras innecesarias. Esta vez tampoco hay tiempo para despedirse. ¿Por
qué Jesús es una amenaza para Herodes? María y José tal vez no lo entienden, pero no juzgan los
planes divinos. No se rebelan. Rezan antes de salir para que Dios les proteja y les bendiga en este
nuevo viaje. Las dificultades no les nublan la vista, aunque temen por el Niño.

A José, quizá, una vez más, le asalta la misma incertidumbre que en ocasiones anteriores: ante el
embarazo de María, cuando partieron hacia Belén a pocos días de dar a luz, la falta de lugar en la
posada y ahora la necesidad de huir en medio de la noche. San Josemaría se impresionaba ante su
reacción: «¿Habéis visto qué hombre de fe? (...) ¡Cómo obedece! “Toma al Niño y a su Madre y
huye a Egipto”, le ordena el mensajero divino. Y lo hace. ¡Cree en la obra del Espíritu Santo!»[2]. El
padre terrenal de Jesús ha asumido su misión y sabe que un minuto de retraso puede ser
perjudicial. Contempla a María absolutamente abandonada en Dios y en él, así que deciden partir
en medio de la oscuridad.

«San José fue el primer invitado a custodiar la alegría de la Salvación. Frente a los crímenes atroces
que estaban sucediendo, san José –testimonio del hombre obediente y fiel– fue capaz de escuchar
la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque supo escuchar la voz de Dios y se
dejó guiar por su voluntad, se volvió más sensible a lo que le rodeaba y supo leer los
acontecimientos con realismo (...). Al igual que san José, necesitamos coraje para asumir esta
realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos» [3].

CANTO

Ahora, tengamos un diálogo con San José, pidámosle la gracia para ser dóciles a la voluntad de
Dios como él lo fue:

San José, hoy te miro en el Evangelio y encuentro en ti un ejemplo hermoso de las características
que debe tener mi vida de cristiano: escucha atenta, obediencia pronta y vida centrada en Jesús.

Por un lado, José, me maravilla la capacidad que tienes de descubrir la voz de Dios aun en una
cosa que podría parecer tan pequeña y banal como lo es un sueño. Tú estás atento a la voz de Dios
en cada momento.

¡Qué contraste con mi vida! A menudo yo le pido a Dios que me muestre su voluntad… pero le
pido que sea con grandes señales, con cosas extraordinarias que no dejen lugar a la duda. Y por
esperar esas cosas grandes, muchas veces no soy capaz de reconocer la voluntad de Dios en el
pobre que pide limosna en la calle, en el silencio de mi oración, en aquél que se encuentra a mi
lado y necesita un consejo, o solamente ser escuchado.

Tú, José, escuchas y obedeces con prontitud. No pones excusas ni quejas… ¡Ni siquiera pides más
explicaciones! Obedeces, ya que confías en que Dios sabe lo que hace, aunque tú no lo entiendas.

¡Y yo, en cambio, tantas veces siento a Dios en el banquillo de los acusados! No me canso de
preguntarle – y en ocasiones, casi de exigirle – el porqué de su actuar. No consigo aceptar su
voluntad pues tantas veces estoy tan aferrado a mi manera de pensar, a mi modo de hacer las
cosas, que me quejo y quisiera corregirle la plana a Dios. Si obedezco, tantas veces lo hago a
regañadientes y no con la prontitud con la que Tú obedeces.

José, Tú escuchas y obedeces porque quieres defender a Jesús y a María sin importar lo costoso
que sea. Tú vives para custodiarlos, vives para ellos. Para ti, Jesús lo es todo y no permites que
nada ni nadie te lo quite… ¡Preferirías primero perder la vida a perder a Jesús!

¿También yo sería capaz de hacer lo mismo? Me ruboriza recordar todos mis pecados, que no son
otra cosa que el haber entregado a Jesús a Herodes, es decir, a mis pasiones, a mis apetitos, a mis
egoísmos. ¡Tantas veces he permitido que las tentaciones me arrebaten a Jesús!

Querido José, tú sabes que no quiero perder nunca más a Jesús de mi vida. Intercede por mí ante
Jesús para que Él me conceda la gracia de imitar tu ejemplo de vida santa. Defiéndeme de todos
aquellos que quieran apartarme de Jesús y María, y pídele a Dios que algún día pueda llegar a
estar con ustedes en el cielo.

CANTO

Los santos Inocentes confesaron con la entrega de su vida al Señor Jesús, nacido de María en
Belén de Judá. Por su intercesión, dirigimos al Padre nuestra oración por nosotros y por todos los
hombres.

Por la Iglesia: para que proclame siempre con valentía el derecho de todo hombre a la vida.
Roguemos al Señor.

Por todos los que sufren violencia o persecución por causa del Evangelio y de la justa defensa de
los derechos humanos: para que, por intercesión de los santos Inocentes, sean fortalecidos en la
lucha contra toda forma de mal. Roguemos al Señor.

Por todos los que detentan alguna forma de poder: para que sepan siempre ejercerlo al servicio
del hombre y, sobre todo, de los más pobres e indefensos. Roguemos al Señor.

Por nosotros: para que consigamos acercarnos a Dios con las actitudes de sencillez y disponibilidad
requeridas por Cristo para poder entrar en el reino de los cielos. Roguemos al Señor.

Te lo pedimos, Padre, por tu Hijo Jesucristo, que quiso asumir en la encarnación, por amor
nuestro, la condición de niño desvalido y necesitado, Él, que vive y reina contigo por los siglos de
los siglos

ORACIÓN FINAL
Señor Jesús, hemos llegado al final de este diálogo de amor. Gracias por permitirnos pasar un
tiempo a tu lado. Hoy te pedimos por intercesión de San José, nos concedas la gracia de la
docilidad del corazón, la confianza y la obediencia pronta para asumir lo que el Padre tiene para
cada uno de nosotros. Señor, que en esta vida podamos exclamar ¡Mi vida eres Tú Señor y sin ti,
ella no tiene sentido! amén.

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