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1. El decreto de la ‘‘Guerra contra las drogas’’, establecido en 1986 bajo la administración Reagan,
implicó la participación de ejércitos e intensificó la corrupción de autoridades frente al poder de
las mafias. Con la aprobación del ‘‘Plan Colombia’’ durante la administración Clinton, se legitimó
el apoyo logı́stico y militar y la presencia de la marina de los EEUU (US Marines) en territorio
andino.
2. Un excelente ejemplo de esto es el libro Con la muerte en el bolsillo, de Marı́a Idalia Gómez y
Fritz, que fue galardonado con el Premio Planeta de periodismo en 2005.
3. La cursiva indica la pregunta que Carlos Monsiváis se hace en un iluminador ensayo sobre el
tema, de donde sale el epı́grafe de este trabajo. El ensayo se titula ‘‘El narcotráfico y sus legiones’’.
4. Con esta novela Restrepo ganó el Premio Alfaguara de novela en el año 2004.
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su paı́s, Vallejo y Restrepo están entre los escritores colombianos que más
venden con Alfaguara (casa editorial de mayor distribución en los mercados
de habla hispana), y parte de su éxito lo alcanzan con la publicación de estas
obras.5 Las novelas gozan de una visibilidad privilegiada que me permite
presentarlas como lo que Max Weber llama ‘‘tipo ideal’’ (en este caso son
tipos ideales), concepto que sirve para mostrar que en lo particular se puede
comprender la complejidad de un todo. Por la visión que dan estas dos obras
acerca del impacto y la formación de formas culturales ligadas al narcotrá-
fico, merecen ser analizadas en contraste.
El acercamiento teórico que propongo para analizar las obras sigue las
consideraciones de Levinas acerca del arte y la crı́tica. Levinas concibe la obra
de arte como un camino para llegar al conocimiento. El arte, sin embargo,
no es la realidad, sino su caricatura, o su sombra; el objeto de arte, además,
tiene una temporalidad propia, cerrada. La crı́tica, aparte de descifrar el mé-
todo y las técnicas usadas en el proceso creativo, debe reinsertar la obra de
arte en la historia. Tal como propone Levinas, hay una dimensión ética en la
lectura crı́tica.6 Desde esta perspectiva, una vez que el narcotráfico entra en
el espacio de la representación de lo literario, posibilita un renacer de ciertas
preguntas que habı́an estado en desuso desde hace algún tiempo en la crı́tica
literaria: la relación entre literatura y periodismo; el lugar del escritor en
momentos de gran expansión de mercados y los giros que toma el campo
literario respecto a las exigencias de este mercado en cuanto a los temas; las
propuestas estéticas y la incorporación de los lenguajes que representan el
mundo marginal de la ilegalidad. Entre todas estas posibles indagaciones,
quizá la más importante sea la preocupación por la ética de la representación
en el arte, ya que el sujeto que ocupa a la literatura en la narrativa del narco-
tráfico es traficante, drogadicto, criminal, y en el peor de los casos, asesino.
Reconocer las propuestas éticas en las narrativas de Restrepo y Vallejo es lo
que me ocupa en este ensayo.
Leer en conjunto estas obras presenta riesgos por las diferentes preocupa-
ciones que manifiestan sus autores. En La virgen, Vallejo se preocupa, al
menos de manera aparente, por los sicarios. En Delirio, Restrepo se preocupa
por el tema de las complicidades. Dos fenómenos vinculados con el narcotrá-
5. Como siempre sucede, las épocas de mayor convulsión polı́tica y social suelen ser las más
fecundas en el arte. En Colombia ha habido una proliferación de literatura sobre el tema.
6. ‘‘Reality and its Shadow’’ en Collected Philosophical Papers.
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bianos más vendidos dentro y fuera de su paı́s.7 Esta vasta obra literaria es,
entre otras cosas, una muestra del registro literario de Vallejo, que como
veremos, está muy presente en su novela.
El origen de un tema
7. En años posteriores Vallejo publica El desembarcadero (2001), una biografı́a de José Asunción
Silva, Almas en pena, Chapolas negras (2002), y La rambla paralela (2004).
8. Es notable que el cultismo sicario (latı́n) aparece en la prensa a mediados de los 80, para
reemplazar a ‘‘asesinos de la moto’’, como se conocı́a a estos muchachos anteriormente.
9. Lara Bonilla fue secretario de Justicia en el gobierno de Virgilio Barco. Se le acusó de que en
algún momento de su carrera polı́tica Lara Bonilla tuvo contacto y recibió dinero del narcotráfico.
Con el fin de salvar su reputación y sen̄alar sus diferencias con Pablo Escobar, Lara Bonilla em-
prendió una feroz campaña contra el capo y promulgó la ley de extradición. Esto le costó la vida.
Sobre el asesinato de Lara Bonilla, ver Salazar (2001) y Fabio Castillo Los jinetes de la cocaı́na
(1987) y La coca nostra (1991). Los autores dan dos versiones distintas sobre la posición de Lara
Bonilla y su relación inicial con sectores del narcotráfico.
10. Sin hacerlo responsable de lo escrito, agradezco a Óscar Montoya un diálogo que afinó mis
ideas sobre la novela de Vallejo.
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11. Vı́ctor Gaviria, cineasta colombiano que ha hecho dos pelı́culas sobre los jóvenes de las co-
munas: Rodrigo D. No futuro (1990) y La vendedora de rosas (2000), incorpora en su narrativa el
lenguaje de sus protagonistas, quienes no son actores profesionales sino jóvenes de los barrios.
Shroeder sigue los pasos de Gaviria y da mayor veracidad al relato. Ası́ Joshua Martson también
filmó Marı́a, llena de gracia, (2004), en español y con un reparto colombiano. Estas pelı́culas no
sólo cuentan historias distintas, sino que presentan visiones por momentos radicalmente opuestas
acerca de los muchachos de los barrios.
12. Vallejo muestra la realidad de los sicarios como absoluta. Los sicarios son representaciones
estáticas cuyas identidades no están en proceso de construcción, y por lo tanto, no tienen posibili-
dad de negociación con el poder que las define. El autor no cuestiona la imagen de los sicarios,
sino que reproduce y replantea la concepción que los discursos dominantes dan de estos mu-
chachos. Esto, a su vez, garantiza el éxito de su propuesta y refuerza una imagen hegemónica, en
la que los dominados asumen una serie de prácticas y concepciones dominantes como propias,
con lo cual se perpetúa y legitima la situación de desigualdad.
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13. Miguel Ángel Asturias, sensible a la sumisión violenta de sus personajes en la novela escribe en
1967 un ensayo en el que los personajes de El señor Presidente le reprochaban haberlos condenado a
repetir su padecimiento al infinito en cada lectura de su novela.
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14. Entre los elementos que cabe recordar, Fernández L’Hoeste menciona algunos en la obra de
Vallejo: el recorrido por Medellı́n como el descenso a los infiernos; las visitas a las iglesias como
los cı́rculos de la Comedia; la galerı́a de polı́ticos y hombres públicos que aparece en la novela
(polı́ticos y autoridades del clero) de la misma forma en la que aparecen este tipo de personajes
en la obra de Dante; la referencia a un detective asesinado en los años treinta que Fernando ve
metido en un ataúd y que alude a la vida circular de un Medellı́n que vive muriendo (2001).
15. En la Comedia los personajes son tomados de figuras históricas, pero su representación es más
real en el poema que es la realización del personaje histórico (E. Auerbach cit. en Bloom 3).
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16. Auerbach llamó a Dante el poeta secular porque fue el primero en transferir el mundo de lo
sagrado al lenguaje de lo secular. Podrı́amos decir que Fernando representa el mundo secular en
las imágenes de lo sagrado.
17. Para la literatura, el lenguaje es la materia prima para la labor artı́stica; en él se expresan y
resuelven las contradicciones entre autor/personaje, o yo/otro, y con él se propone una estética.
Recordemos el uso de lenguajes locales en las vanguardias y los relatos como en costumbristas,
Huasipungo, de Jorge Icaza, o La vorágine de José Eustasio Rivera, entre muchı́simos otros, en los
que el lenguaje de aquel descrito, (i.e. el indio, el cauchero) aparece entre comillas. Autores como
José Marı́a Arguedas o Juan Rulfo no señalan el lenguaje del otro y la riqueza de su narrativa está
en el lenguaje mismo. Un ejemplo de novelas que tratan el fenómeno del narcotráfico usando el
lenguaje como un instrumento de creación y no de diferencia(ción) son las del sinaloense Elmer
Mendoza, Un asesino solitario (1999) y El amante de Janis Joplin (2001).
18. Parlache se llama el lenguaje de los muchachos de las comunas. Para estudios sobre el parlache,
véase ‘‘¿Cómo surge el parlache?’’ de Luz Stella Castañeda Naranjo y José Ignacio Henao Salazar
en Lingüı́stica y Literatura (30–42).
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19. Éste es el elemento fundamental que rompe paralelismos con Dante. Para Dante, el exilio de
su Florencia natal marcó su tragedia personal y el particular desarrollo de su literatura. Marı́a
Luisa Menocal tiene dos libros que han guiado mi particular acercamiento a Dante como un poeta
polı́tico: Writing in Dante’s Cult of Truth (1991) y Shards of Love: Exile and the Orgins of the Lyric
(1994).
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20. Hay un eco de las narrativas del siglo XIX en las que sus autores (Sarmiento, en Facundo, o
Juan León Mera en Cumandá) describen lugares sin haberlos conocido para ası́ construir la idea
de una invasión de la barbarie frente a la cual la civilización debe protegerse. En Vallejo, las
comunas representan la barbarie y el resto de Medellı́n los rezagos de una civilización en vı́as de
extinción.
21. En la pelı́cula Fernando tampoco es viejo; aunque mayor que sus amantes, no aparenta más
de 50 años.
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6 años), y que generó el primer éxodo masivo del campo hacia la ciudad.
Deja de lado, no sólo el acontecimiento más violento y largo de la historia
de la Colombia de su infancia, sino también la violencia que afectó a esos
moradores de Sabaneta que él describe en su novela como moradores de un
retrato costumbrista de finales del XIX: ‘‘Las casitas a la orilla de la carretera
en el pesebre eran como las casitas a la orilla de la carretera de Sabaneta,
casitas campesinas con techitos de teja y corredor’’ (18). Me pregunto ¿cómo
una novela que deja por fuera la historia que ha llevado a Medellı́n, y a
Colombia en general, al descalabro de los últimos años, puede ser leı́da como
una narrativa que desacraliza y presenta una crı́tica mordaz, como afirman
sus crı́ticos?
Pero no es eso lo único que el relato deja de lado. Ese ‘‘fin del mundo’’
también sepulta un pasado. El mismo pasado que es lo más valioso que tiene
Fernando: ‘‘Mira Alexis, tú tienes una ventaja sobre mı́ y es que eres joven y
yo ya me voy a morir, pero desgraciadamente para ti nunca vivirás la felici-
dad que yo he vivido’’ (17). El pasado se construye, entonces, como el archivo
donde guarda recuerdos idı́licos, el registro de los libros leı́dos, de los paı́ses
visitados, del conocimiento adquirido, pero, sobre todo, representa eso que
ha perdido, esa identidad que no tiene con quien reinventar. Recordemos
que Fernando es un hombre solo, su familia murió, heredó un departamento
en el que no hay ningún objeto en el que pueda rastrearse la pertenencia a
un mundo (cualquiera), no hay ni muebles, ni ropa. La única referencia a
ese pasado es su nostalgia por un Medellı́n que dejó de existir cuando la
invasión de las comunas. La retórica de esta nostalgia se entiende mejor si
seguimos a Raymond Williams en lo que él define como un elemento re-
sidual de formaciones culturales y sociales previas y que están presentes, aun-
que de manera inconsciente, en la escritura (122). Hay en la construcción de
ese pasado personal idı́lico, la manifestación de una nostalgia de clase que
está presente como un residuo cultural, como remanencia del privilegio de
hombre letrado. En este sentido, a la imagen de intelectual posmoderno que
proyecta Fernando de manera consciente en su discurso nihilista, le traiciona
un gesto de clase que aparece de manera inconsciente en la escritura y revela
la nostalgia de una clase extinta. Por eso el referente especı́fico que no parece
tener juicios de valor, se lo encuentra en un registro más conservador y pelig-
roso.
El pasado es otra diferencia que establece con sus amantes, porque ellos
no lo tienen. ‘‘Alexis y yo diferı́amos en que yo tenı́a pasado y él no; coincidı́a-
mos en nuestro mı́sero presente sin futuro en ese sucederse de las horas y los
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dı́as vacı́os sin intención, llenos de muertos’’ (108). Esa falta de pasado exime
de cualquier dimensión ética a sus actos, porque, según Fernando, los
muchachos no tienen identidad, o acaso, acceso a ella. Los muchachos se
mueven en un mundo amoral. Fernando no les reconoce historia ni a ellos
ni a sus padres: ‘‘A machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron
huyendo dizque de ‘la violencia’ y fundaron estas comunas sobre terrenos
ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión. De ‘la violencia’.
. . . ¡Mentira! La violencia eran ellos. Ellos la trajeron, con los machetes. De
lo que venı́an huyendo era de sı́ mismos’’ (119). Al negarles historia, les niega
identidad y les anula su capacidad de acción.
Después de presenciar/instigar varios asesinatos de los que Alexis es el
autor, Fernando lo llama ‘‘mi ángel exterminador’’. Ángel, palabra/imagen
que tiene la doble connotación de lo que Fernando considera una belleza
angelical y la maldad del ángel caı́do. La imagen de un ángel sin historia
contrasta con la que Walter Benjamin usó para hablar de la historia misma:
memoria fundamental que nos permite labrar un camino hacia el futuro,
nuestra única posibilidad de construir una identidad. El ángel de Benjamin
tiene el dorso volteado hacia atrás pero sus alas anuncian un próximo vuelo
hacia el futuro. Por eso la idea de que la historia está llena de la presencia del
ahora (257). Si no tienen pasado, mal pueden los sicarios aspirar a un futuro.
Esta concepción ahistórica que Fernando tiene sobre esos otros colombia-
nos explica las soluciones que propone para su paı́s. ‘‘¿Tiene este problemita
solución? Mi respuesta es un sı́ rotundo como una bala: el paredón.’’ (41)
‘‘Mi fórmula para acabar con ella [la pobreza] no es hacerles casa a los que
la padecen y se empeñan en no ser ricos: es cianurarles de una vez por todas
el agua y listo; sufren un ratico pero dejan de sufrir años’’ (97). La frialdad
para mirar la muerte lo pone en la misma posición de los sicarios que matan
como única solución a sus problemas. Ambos apelan a la muerte desde el
lugar de lo amoral. Los sicarios porque no tienen pasado ni identidad y Fer-
nando porque dejó de tener una identidad con referente, por eso la insisten-
cia en la propia muerte. La superioridad de Fernando yace en la negación del
otro al que representa. Al mismo tiempo, al hablar de las soluciones que
propone para Colombia, reivindica en estos muchachos la capacidad de ase-
sinar a sangre frı́a. Él no comete asesinatos, pero los instiga, y se constituye
en su autor intelectual. Genera ası́ doble juego borgeano en el que lo literario
y lo real son dos lados de la misma ficción.
La violencia en la mirada de Fernando es absoluta con respecto a todo lo
femenino. Es tan recalcitrante su odio por todo lo que se parezca a una mujer
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que parte de la pureza que encuentra en sus dos amantes es que ellos no han
tenido relaciones con mujeres. Para él sus niños no se contaminaron: ‘‘Con-
que era eso pues lo que habı́a detrás de esos ojos verdes, una pureza inconta-
minada de mujeres’’ (25). Y como si le sirviera de excusa para mostrar su
misoginia sin pudor, también la atribuye a su formación religiosa con los
salesianos que le enseñaron que tener relaciones con mujeres es el pecado de
la bestialidad (25). Resulta imposible leer con ironı́a los párrafos en los que
Fernando habla de lo femenino con desprecio, de la mujer con asco, sobre
todo de su función reproductiva, como si las mujeres fueran hermafroditas
que se reproducen solas y fueran únicas responsables de la pobreza: ‘‘surgen
niños de todas partes, de cualquier hueco o vagina como las ratas de las
alcantarillas cuando están muy atestadas y ya no caben’’ (102).
Proponiendo, como Fernando lo hace, el amor homosexual como lı́cito y
aceptable, algunos trabajos crı́ticos conciben ese discurso anti-homofóbico
como una propuesta de género abierta y egalitaria (Jaramillo). No hay que
volver a los griegos para encontrar en prácticas homosexuales visos de una
profunda misoginia; en la cultura homosexual contemporánea hay ciertas
instancias en que lo homosexual y lo misógino no son únicamente ecos el
uno del otro, sino en que la homosexualidad es fruto de la misoginia.22 La
manera peyorativa de referirse a polı́ticos y sacerdotes como ‘‘maricones’’
también confunde, porque estas expresiones hacen eco de un discurso homo-
fóbico que Fernando rechaza. Sin embargo, más allá de esos mensajes contra-
dictorios acerca de la concepción sobre el género, predomina una singular y
profunda misoginia.23 Si la propuesta de la novela es la ironı́a y la crı́tica
mordaz a instituciones, como se ha afirmado, y si lo que busca Fernando en
su narrativa es exponer lo execrable de Colombia de una forma brutal, la
excesiva misoginia que recorre el texto lo vuelve sospechoso y lo aleja de
cualquier propuesta de crı́tica seria.
Varios de estos elementos en la obra resultan seductores porque despistan.
22. Una excelente etnografı́a sobre la dificultad de clasificar de manera tajante las identidades de
género, las orientaciones sexuales y las valoraciones respecto a ellas es el libro de Annick Prieur,
Mema’s House: Mexico City. On Travestis, Queens, and Machos. (1998). Para un estudio sobre la
homosexualidad y la homosociabilidad en la literatura ver el clásico estudio de Eve Sedgwick
Kosofsky Between Men. English Literature and Male Homosocial Desire (1985).
23. Mary Louise Pratt sugiere que la eliminación de todo lo femenino en la novela se transforma
en una clave para comprender la violencia.
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El delirio
Restrepo cuenta una historia en la que muestra su preocupación por las com-
plicidades y las transacciones ilegales que se dan tras la cortina de violencia
que vive la sociedad colombiana a finales de los años ochenta. El dinero del
narcotráfico circula por los mundos financieros locales y, naturalmente, cier-
tas inversiones favorecen a las elites. Las fortunas de terratenientes ancestra-
les que constituı́an la base material de las burguesı́as más tradicionales han
mermado. Los narcotraficantes le ofrecen a esa elite la opción de mantener
una posición de privilegio sin comprometerse legalmente, a través de meca-
nismos de lavado de dinero. Esto, a su vez, genera prácticas de complicidad
y participación que deben ocultarse. Cuando se debate la posibilidad de la
ley de extradición, los narcotraficantes, liderados por Pablo Escobar, arreme-
ten con violencia contra la elite que en ese momento aboga por expulsarlos
y que otrora se valió de ellos y de su dinero para aferrarse al poder. Restrepo
escribe contra esa actitud hipócrita que, además de juzgar aquello de lo que
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fue parte, no asume una responsabilidad cı́vica frente a la debacle que vive el
paı́s.24
A diferencia de los sicarios que son personajes con cuerpos marcados y
lenguajes propios, la corrupción es invisible y los sı́mbolos para representarla
son indeterminados. Restrepo propone el delirio como un discurso que apela
a representar aquello casi irrepresentable y, al menos en principio, exige a su
lector decodificar los significados de ese delirio.25
Con el fin de lograr un paralelismo simétrico y vincular La virgen y Delirio
con el Renacimiento, se podrı́a sugerir una lectura de esta última a la luz de
El elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam. Restrepo también utiliza la
locura como un recurso literario y adopta una posición apologética respecto
a ella porque desde la locura se permite revelar una verdad alterna. Esa vin-
culación general que se puede establecer con Erasmo, sin embargo, tiene
manifestaciones concretas que, en el caso de la protagonista de Delirio, se
deben exponer dentro de un registro más cercano.
La literatura latinoamericana está llena de mujeres cuya falta de cordura es
cautivadora—por ejemplo, Susana Sanjuán en Pedro Páramo de Juan Rulfo
y Laura, en ‘‘A imitaçao da rosa’’, de Clarice Lispector. Ambos personajes
manifiestan locuras con las que lectoras y lectores pueden simpatizar, ya que
son deliberadas, casi voluntarias. Tanto Susana como Laura ejercen una resis-
tencia fı́sica para evitar doblegarse ante el sistema patriarcal que las oprime.
Su locura es el lugar de un obstinado combate. Son locuras que tienen una
chispa de agencia, y aunque sea mı́nimo, hay en ambos personajes un res-
quicio de voluntad de resistir individual. Esto las hace objeto de lecturas de
género que acertadamente buscan decodificar su locura como una clave para
comprender el sistema que las oprime.
A pesar de que Agustina nos recuerde a otras locas de la narrativa latino-
americana, y de que las coordenadas que las definan como locas sean las del
sistema patriarcal, hay que definir qué las distingue. Agustina delira por ser
fruto y cómplice involuntario de un sistema de mentiras. El delirio de Agu-
stina, ası́ como el de Susana y el de Laura, contrapone la lógica con lo arbitra-
24. El tema de esta corrupción está presente en varios libros, aunque no siempre como tema
principal. Para una visión general sobre el mismo, ver Alonso Salazar (2001), Juan Tokatlián
(2000), Luis Fernando Sarmiento y Ciro Krauthausen (1991), Betancourt y Garcı́a (1994).
25. Al proponer la lectura del delirio como un discurso que revela aquello que lo produce, sigo a
Foucault en su propuesta de analizar la locura a nivel discursivo. La locura que propone Restrepo
no concierne a lo patológico, sino a lo que sus sı́ntomas representan.
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Genealogı́a de la locura
Freud nombra al mecanismo por el cual el sujeto rehúsa aceptar las contra-
dicciones propias y las proyecta sobre otro como un acto/gesto de negación.
Para Freud la negación (Verneinung) es un mecanismo de defensa tı́picam-
ente masculino.26 Si la negación lleva a una proyección de las contradicciones
propias sobre otro, el otro puede asumirlas como propias y actuar según
26. Ver sobre todo ‘‘Fetichism’’, ‘‘Some Physical Consequences on the Anatomical Distinction
Between the Sexes’’ y ‘‘Negation’’. La traducción del término me parece problemática, ya que
negación no refleja la complejidad del problema. La palabra ha sido traducida al inglés como
disavowal, que en español quiere decir un ‘‘descargo de responsabilidades’’. Es a esto último a lo
que me refiero en el texto.
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27. Elaine Showalter propone esta lectura en su libro Sexual Anarchy (1990). Véase también el
clásico de Elisabeth Bronfen, The Knotted Subject (1998).
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Por Sofi sabemos que cuando Agustina tenı́a diecisiete años su hermano
Bichi, después de una tremenda paliza que el padre le propina gratuitamente
frente a toda la familia, pone en evidencia la relación entre su padre y Sofi
revelando a los presentes las fotos prohibidas. Al hacerlo el Bichi espera la
aprobación o la alianza con su madre, verdadera vı́ctima de la traición. El
resultado, sin embargo es otro. La madre toma las fotos con mucha naturali-
dad, las guarda en la bolsa de su tejido y le dice a Joaquı́n: ‘‘Vergüenza
deberı́a darte, Joaco; ¿esto es lo que has hecho con la cámara de fotos que te
regalamos de cumpleaños, retratar desnudas a las muchachas del servicio?’’
y, acto seguido, se dirige a su marido: ‘‘Quı́tale la cámara a este muchacho
hasta que no aprenda a hacer buen uso de ella’’ (321). La madre desvı́a la
mirada, no confronta la mentira, la esconde. Después de este confronta-
miento, Bichi sale de la casa y atrás de él sale la tı́a Sofi con algo de dinero y
ropa. Al ver el cuadro familiar en el momento de salir de la casa, Sofi com-
prende que la vı́ctima de esa mentira es Agustina, para la que no hay espacio
en esa narrativa familiar. Sofi se promete volver a rescatarla, lo que explica
su aparición en casa de Aguilar.
Paradojas finales
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