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Chile: El eslabón olvidado en la historia de la

cocaina

POR ANDRÉS ESTEFANE • ILUSTRACIÓN: MAX BOCK

A inicios de 2009 y tras quince años de trabajo el historiador estadounidense Paul


Gootenberg presentó Andean Cocaine: The Making of a Global Drug, un minucioso
estudio que vino a reenfocar los debates respecto a la historia y la eficacia de los
regímenes de prohibición del más exitoso y controvertido bien de exportación del
continente: la cocaína. Entre los hallazgos de la investigación, cuya traducción al
español está en curso, destaca el gravitante papel de Chile en la configuración de las
redes que hicieron de este alcaloide un fenómeno global.
A pesar de su popularidad, la cocaína es
un tema del que se sabe relativamente
poco. Los prejuicios abundan porque
ignoramos un aspecto fundamental: los
intereses que han conectado y conectan las
geografías de producción, circulación y
consumo. Ese es el diagnóstico de Paul
Gootenberg, profesor de historia
latinoamericana de la Universidad Estatal
de Nueva York en Stony Brook, quien hace
quince años inició una investigación en
archivos estadounidenses, ingleses y
latinoamericanos con la idea de escribir
una historia global de la cocaína que
sirviera como insumo para un debate
informado. Andean Cocaine: The Making
of a Global Drug (2009) es el resultado de
esa apuesta. Mientras se prepara su
traducción al español, los editores
negocian versiones en italiano y japonés;
traducciones al francés, coreano, alemán,
ruso y hebreo están también en agenda.

El libro comprende casi 150 años de


historia, desde las primeras
investigaciones científicas sobre cocaína
realizadas a mediados del siglo XIX por el
químico Alfredo Bignon en Lima, hasta la formación de las redes latinoamericanas de
narcotráfico que dominaron la segunda mitad del siglo XX y lo que va del presente.
Con similar atención se analiza el problemático protagonismo de Estados Unidos,
errático líder de una larga y estéril “guerra global” contra un producto del que sus
ciudadanos son los principales consumidores del mundo.
Chile es también parte importante de esa historia. En rigor ocupa un lugar ilustre, pues
antes de que el negocio fuera controlado por los carteles colombianos y mexicanos,
Chile operó como base del grupo de traficantes que controló las redes de circulación de
cocaína durante las décadas claves de 1950 y 1960. Eran los años en que Santiago
figuraba como un reputado centro de consumo. A continuación algunos fragmentos de
una extensa entrevista en la que Gootenberg analiza las operaciones de ese grupo, los
nexos entre el golpe de estado de 1973 y la aparición de los carteles colombianos y las
polémicas acusaciones que vinculan a Augusto Pinochet con el tráfico de drogas.

LA FIESTA CHILENA DE LAS DROGAS

Uno de los hallazgos de tu investigación tiene que ver con el papel que
juega Chile en la historia de la cocaína. ¿Se puede hablar de una especie de
eslabón olvidado en esa historia?
Algo así. Esto puede sorprender a muchos en Chile, pero los que dominaron el tráfico
de cocaína durante los’ 50 y 60 fueron los chilenos. Eran los ‘colombianos’ de la época
y fueron ellos quienes sentaron las bases del inmenso mercado de la cocaína de las
décadas posteriores. Para entender este proceso hay que remontarse a los años 40,
cuando los peruanos articularon los primeros anillos de contrabando marítimo de
cocaína en respuesta a las restricciones impuestas por las leyes estadounidenses sobre
drogas. La represión que cayó sobre estos circuitos en los años 1948-49 no hizo más
que desplazar las rutas hacia el norte de Chile, que llegó así a convertirse en la
principal base de organización de los expansivos mercados de cocaína durante los’ 50.

¿Pero no habían competidores?


La única competencia seria para los chilenos en esa década fueron los mafiosos
cubanos, que habían formado sus propios círculos de consumo y contrabando con base
en La Habana. Fidel Castro clausuró esa ruta en 1959 y los traficantes expulsados –
muchos de los cuales terminaron en Miami- constituyeron la primera clase
internacional de traficantes profesionales en la década de 1960.

¿Quiénes controlaban las rutas en el norte?


El negocio de la cocaína en Chile fue manejado por un extenso clan empresarial turco,
la familia Huasaff-Harb (el apellido aparece de distintas formas en los archivos
policiales). César y Amanda Huasaff formaron el núcleo junto a cuatro hijos y otros
parientes dedicados al negocio: llegaron a manejar importantes clubes, prostíbulos y
laboratorios de cocaína en Arica y mantuvieron estrechas conexiones en Bolivia con los
pequeños productores de pasta básica de cocaína que emergieron durante la década
que siguió a la Revolución Boliviana de 1952. Supuestamente este grupo disfrutó de
complicidad y protección policiaca en Chile. El vínculo en Bolivia fue a través de uno
de los hermanos, Ramis Harb, quien a su vez era cercano al chileno Luis Gayán
Contador, líder de varias e importantes unidades policiales bolivianas del período post-
revolucionario. Los Huasaff-Harb también se aventuraron hacia las tierras bajas del
este de Bolivia, a espacios fronterizos como el Chapare, para fomentar la producción
ilícita de coca-cocaína. Eludiendo los nexos cubanos, la familia forjó rutas de trasiego a
través de México, donde también se sirvió de las conexiones locales. Aparte de este
creciente negocio de exportación, Santiago en sí mismo se convirtió en un famoso
centro de consumo de cocaína en los años 50. Era la fiesta chilena de las drogas.
¿Y cuándo se acabó la fiesta?
Como decía, después de la Revolución Cubana los chilenos quedaron como los mayores
protagonistas del negocio y los regímenes represivos en Brasil y Argentina limitaron
cualquier posibilidad de competencia. Con el tiempo, sin embargo, la estadounidense
BNDD (Bureau of Narcotics and Dangerous Drugs) y la Interpol advirtieron lo que
sucedía. La presión policial sobre los Huasaffs condujo a sucesivos arrestos de los
miembros del clan durante los años 60. No obstante, iterando un patrón que recuerda
el posterior quiebre de los carteles colombianos en la década de los 90, estas
operaciones llevaron a que el negocio de la cocaína en Chile se tornara mucho más
competitivo, descentralizado e incontrolable. Cientos de nuevas figuras emergieron,
incluyendo mafiosos extranjeros que movían más de 100 kilos al año. Son los años de
apogeo, cuando el gusto y la demanda internacional por cocaína se dispara, y que
coinciden con los gobiernos de Frei y Allende.

EL GOLPE Y LOS CARTELES COLOMBIANOS

En tu libro sugieres que el golpe de estado y el inicio de la dictadura de


Pinochet marcan un vuelco en esta historia, ¿cuál es el vínculo?
El golpe de estado de 1973 fue el principal motivo del repentino auge de los carteles
colombianos de cocaína, liderados por hombres de negocios como Pablo Escobar y
Carlos Lehder. Todo esto está vinculado, por cierto, con el boom de la cocaína en
Norteamérica en los 80. Algunos reportes periodísticos de la época repararon en este
reacomodo, pero en tanto punto de inflexión ha tendido a ser ignorado por
historiadores y analistas de políticas en drogas.

¿Qué sucedía en los gobiernos anteriores, con Frei y Allende por ejemplo?
Allende, al igual que Frei, tuvo notorios problemas lidiando con los traficantes
nacionales. El negocio creció durante su presidencia, tal como lo hizo la demanda de
los consumidores estadounidenses mientras la ‘campaña’ antidrogas de Richard Nixon
se ponía en marcha. Nuevas células y anillos emergieron una vez que los Huasaff-Harb
fueron desarticulados. Estos son los años de otra figura femenina, Ruth Galdames, ‘la
Yuyiyo’ y de importantes mafiosos extranjeros, como el uruguayo Adolfo Sobosky. Pero
los reportes de los oficiales estadounidenses fueron ambivalentes en este punto: la
brigada chilena antinarcóticos era admirada y el mismo Allende era oficialmente visto
como una agente cooperador con las campañas estadounidenses en drogas, incluso en
el período en que las relaciones en otros frentes se volvían más tensas. No obstante,
algunos miembros anticomunistas del congreso estadounidense trataron de
instrumentalizar el tema como parte de su campaña contra Chile. Así sucedió, por
ejemplo, a propósito del affair Squella-Avendaño en 1972, cuando un alto oficial del
ejército chileno simpatizante de Allende fue sorprendido en Miami contrabandeando
millones en cocaína.

¿Y qué pasa tras el golpe?


Después del golpe de septiembre todo cambió. Un influyente oficial de la DEA (Drug
Enforcement Administration) se aproximó directamente a Pinochet para convencerlo
de que una eficiente campaña antidrogas le ganaría el favor de los Estados Unidos
(Pinochet ya estaba enfrentando problemas en el exterior por el tema de los derechos
humanos) y de paso evitaría que los grupos de izquierda usaran las ganancias del
tráfico para financiar actividades subversivas. Valiéndose de su poder militar, Pinochet
se movió con rapidez y eficacia. Luis Fontaine, su nuevo jefe de narcóticos de
Carabineros, encarceló o expulsó a los 19 traficantes chilenos más importantes.
Algunos fueron enviados a juicio a Estados Unidos y otros huyeron a Argentina. La
Junta de Gobierno, por su parte, acusó infundadamente a todo el gobierno de Allende,
e incluso a simpatizantes en el extranjero, de complicidad con el negocio de las drogas,
arrestando y proscribiendo, y en un caso asesinando, a un importante número de
oficiales antinarcóticos del régimen.

¿Cómo se rearticulan las rutas tras la represión?


La represión de Pinochet es el evento clave que desplaza el flujo de cocaína hacia
Colombia, una dirección más lógica en la activa ruta hacia Miami. Autos, camiones y
pequeñas avionetas comenzaron así a penetrar las regiones del Chapare en Bolivia y
Huallaga en Perú para reorientar el abastecimiento de pasta base. Algunas fuentes
indican que los traficantes chilenos ya habían comenzado a reclutar colombianos como
mulas, pues estos eran todavía desconocidos para los oficiales encargados de reprimir
el flujo de la sustancia. Aunque esta es otra historia, habría que decir que los
traficantes y grupos empresariales colombianos probaron ser tremendamente eficaces
reemplazando a los chilenos, renovando y robusteciendo el negocio justo cuando la
demanda desde el norte se disparaba.

¿Es la represión el error frecuente en la política estadounidense sobre


drogas?
Un historiador que siguió la pista de este cambio me indicó que algunos funcionarios
de la DEA posteriormente se arrepintieron de haber usado a Pinochet de esa forma,
pues en vez de aplastar el emergente negocio de la cocaína (tarea que todavía creían
posible a inicios de la década) terminaron dispersándolo y poniéndolo fuera de control.
Y bueno, la “guerra” contra los colombianos sigue hasta estos días. Hay muchas ironías
históricas en este caso: una de ellas es cómo la intervención de Estados Unidos contra
la democracia chilena se volvió contra ellos a través de los narcotraficantes
colombianos; la otra tiene que ver con los presuntos nexos posteriores entre Pinochet y
el tráfico de drogas.

NARCODICTADOR

Hace algunos años circularon antecedentes que vinculaban a la dictadura


de Pinochet con el tráfico de drogas. ¿Hay pistas de ese nexo en tu
investigación?
En 2006, después de que el caso Riggs demostrara que Pinochet no era el patriota
incorruptible y desinteresado que sus adherentes creían, comenzaron a circular varias
historias en la prensa internacional respecto a sus vínculos con el negocio de la cocaína
hacia finales de los’ 70. Incluso el sobrio New York Times, en su edición del 11 de julio
de 2006, publicó un artículo al respecto; días antes la noticia había aparecido en La
Nación de Santiago. La idea es que hacia el fin de la década, cuando se encontraba
aislado internacionalmente y sus energías estaban concentradas en sus propias
actividades terroristas, siendo la más notoria la Operación Cóndor, Pinochet se volcó a
la producción de drogas como una manera de financiar ilícitamente sus redes
clandestinas. Aunque no he encontrado documentación al respecto, he conversado con
algunos expertos como John Dinges, periodista especializado en las operaciones de
inteligencia de Pinochet, y Peter Kornbluh, quien conoce los trabajos de inteligencia de
Estados Unidos bajo la dictadura. Kornbluh no ha visto nada sobre drogas en las
fuentes estadounidenses, pero Dinges sugirió hace algunos años que los grupos
cubanos derechistas que la DINA contrató para el asesinato de Orlando Letelier en
Washington eran conocidos traficantes de cocaína.

Pero también están los rumores respecto a una planta en Talagante…


Es cierto. Se viene a la memoria un artículo titulado “Narcodictador” publicado por la
revista política mexicana Proceso, algo lejos de mi idea de periodismo confiable, en
julio de 2006. Allí se reproducen fantásticos detalles sobre los circuitos internacionales
de drogas vinculados a Pinochet y sobre el uso de la planta química de la Armada
ubicada en Talagante para refinar el producto. Supuestamente el general Manuel
Contreras, entonces a la cabeza de la DINA, estuvo directamente involucrado. Es de
esperar que los periodistas e historiadores chilenos se animen a buscar pruebas
concluyentes. De confirmarse, esto marcaría un sorprendente giro en los complejos y
olvidados nexos de Chile con la historia de la cocaína.

Este debe ser uno de esos casos en que el objeto de estudio guarda
sorpresas. ¿Algún episodio interesante tras recorrer esta adictiva línea de
investigación?
Hay una buena anécdota. En un archivo inglés, que no voy a nombrar, encontré
muestras reales de cocaína archivadas en pequeñas bolsas de papel. Tenían más de
cien años y habían sido enviadas desde una estación botánica en India. Enfrenté un
tremendo dilema: el historiador en mí quería proteger la integridad del ‘archivo’, pero
el científico quería arrancarse al baño para testear si la muestra centenaria seguía
activa.

¿Quién ganó?
El historiador…

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