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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Contenido
Co n ten id o
Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
Lección 37. El contrato de transporte terrestre (II). El transporte de mercancías y viajeros por
ferrocarril. El transporte multimodal
E) Contrato de garantía
Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 30. Derecho y mercado
I. Terminología y sistematización
I. TERMINOLOGÍA Y SISTEMATIZACIÓN
El término «mercado» sirve para designar dos cosas distintas, aunque interrelacionadas; a saber:
un modelo conceptual de la Economía, capaz de explicar la formación de precios de equilibrio,
por efecto de la libre confrontación entre oferta y demanda, o bien, un sistema de organizar los
intercambios, en el que las decisiones sobre cómo atender las necesidades correspondientes se
adoptan en régimen de libertad por los operadores económicos, sin injerencia externa de
ningún tipo (a diferencia de lo que sucede en los llamados sistemas de planificación central).
Veremos en forma progresiva el papel que los poderes públicos a través del Derecho, como
instrumento de ordenación social, cumplen o pueden cumplir, tanto en ese marco ideal de una
Economía concebida sin interferencias como en una versión más realista del mundo económico
y social. Mas desde ahora podemos asegurar que la vida del tráfico no ofrece esa imagen pura y
unitaria del mercado y más bien nos muestra «mercados» (expresado el término en plural), que
unas veces resultan directamente observables por los sentidos (los de productos), por disponer
de base física localizada donde se encuentran normalmente presentes los objetos de
contratación y los sujetos que la realizan (característica propia en los mercados urbanos
semanales, en zocos y plazas de abastos, así como también en las ferias de ganado, de
herramientas o de mercancías), mientras en otras muchas ocasiones, como sucede con los
llamados mercados de factores, los identificamos más bien –y casi exclusivamente– a través del
fruto de su existencia, o sea, por sus «cotizaciones», es decir, los precios de equilibrio formados
libremente merced a la confrontación entre oferta y demanda. Eso último sucede en todos los
mercados financieros –cada vez en mayor medida organizados por medios electrónicos– donde
se negocia el factor capital (antiguas ferias cambiarias y actuales mercados de divisas, mercados
de deuda pública o privada, así como también en los mercados bursátiles de siempre y en los
nuevos de futuros y opciones).
Sobre estas acepciones del término mercado vamos a centrar nuestra atención. En un libro
universitario no interesa mucho el mercado como ideología, y acaso menos aún cuando esa
ideología avanza decididamente hacia esquemas teológicos, en los que un nuevo ente
todopoderoso va repartiendo, a modo de juez supremo, ciertos castigos y recompensas por
conducto de sus correspondientes encarnaciones. La primera es la privatización, que juzga más
o menos como herética la explotación en común de la riqueza de un país y aspira a recortar el
llamado sector público, considerado a priori como intrínsecamente ineficiente, cuando en no
pocas ocasiones ese defecto no es asunto de titularidad de los bienes sino de la gestión que
efectivamente se les dispensa, gestión que no tiene que ser peor en el ámbito público si se
cumple con lo que piden los artículos 3.2 de la Ley de Procedimiento Administrativo y el
103 de la Constitución española. La segunda encarnación del Mercado, entendido a la manera
teológica antes descrita, se conoce como desregulación, pregonando que deben ser los mismos
operadores económicos y profesionales quienes limiten las oportunidades de ganancia, pongan
freno al apetito para obtenerla y se autorregulen en beneficio de otros sectores de la población,
titulares de intereses contrapuestos, elaborando para ello sus propias normas técnicas, códigos
de conducta y reglas de buen gobierno. Liberalización es la tercera, y acaso la más respetable de
todas esas manifestaciones, aunque difícilmente logrará alcanzar su objetivo, si, como acabamos
de ver, son los propios sujetos privados quienes fijan «buenas» y «malas» prácticas, los
específicamente legitimados para mantener, reconducir o eliminar «barreras de entrada»
(dañosas normalmente para otros empresarios y siempre para los consumidores) y, a pesar de
todo, reciben como derecho subjetivo innato –es decir, a modo de precipitado natural de «su»
propiedad privada y de la correlativa libertad de empresa– sectores explotados en régimen de
monopolio por el viejo aparato de la Administración, que tan a menudo se les «devuelve» a los
particulares sin garantía previa de que habrá efectiva competencia en los sectores transferidos.
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Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 30. Derecho y mercado
II. Perspectiva interdisciplinar y advertencias metódicas
Aquí no discutiremos todavía en profundidad la validez de ese modelo teórico, del que
momentáneamente vamos a retener tan sólo un par de ideas para seguir avanzando. La
primera, que es también la más simple, se resume en la evidencia de que no habrá mercado a
menos que el aparato descrito presente dos lados con intereses contrapuestos, pues la búsqueda
del lucro por quienes actúan desde cada uno de ellos es el mecanismo que controla y modera la
excesiva propensión a la codicia por el lado contrario, situándose más concretamente por uno de
esos lados los empresarios u oferentes de bienes y servicios, y, por el otro, los demandantes o
consumidores de los mismos. Es ésta una conclusión ciertamente no tan banal como pudiera
parecer a primera vista, ya que sectores hay o puede haber –tal como ha sucedido con el
eléctrico entre nosotros– que se califican indebidamente de «mercado» a pesar de que poco más
de un par de macrooperadores, que son siempre los mismos y coinciden además por ambos
lados de la mesa, delimitan el campo de juego y el funcionamiento, no precisamente liberal, del
sector correspondiente.
La segunda conclusión, algo más sofisticada, es que el modelo descrito se articuló inicialmente
en el marco de pensamiento propio de la llamada Escuela Moral escocesa, lo que seguramente
explica de modo suficiente su predilección por la motivación subjetiva de la conducta humana
(el propio beneficio), que es criterio probablemente útil para dar cuenta del comportamiento de
los agentes en dicho fuero interno y, si así lo quieren sus glosadores, también en la esfera
económica, pero que resulta a todas luces recurso insuficiente y carente de la misma precisión,
si pretendemos usarlo como clave hermenéutica o herramienta constructiva para los fines del
Derecho; pues es cosa sabida, aunque hoy tantos lo olvidan, que para pensar como juristas (que
es lo que a nosotros preferentemente nos importa) hemos de tener claro que nuestra misión no
consiste simplemente en construir figuras más o menos perfectas o ciertos «modelos» capaces de
explicar científicamente la realidad, sino que nuestro papel es algo distinto y consiste en tratar
de ordenar esa misma realidad de acuerdo con el bien de todos y para todos, siempre vigente. A
diferencia de la Moral y de la propia Economía, el Derecho es, pues, en todas sus ramas y
también entendido como objeto de conocimiento, asunto exclusivo del llamado fuero externo;
por lo que su cometido no se agota en la articulación de simples incentivos (llamados
jurídicamente medidas de «fomento»), sino que precisa también el uso de otras técnicas más
rigurosas, llamadas ordinariamente de «policía», a conciencia de que el sistema jurídico no
puede ceder su constitutiva misión ordenadora al funcionamiento espontáneo de virtudes
sublimes o egoístas, como tampoco es capaz de sancionar, en sentido contrario (aunque lo
pretendiera y aun entendiendo como simple instrumento de coacción), simples pecados de
pensamiento.
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Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 30. Derecho y mercado
III. Normas organizativas y normas de acción
Esta distinción entre normas organizativas y normas de acción, que los economistas también
conocen, diferenciando lo que ellos denominan «regulaciones de estructura» frente a la
«regulación de comportamientos», no modifica la perspectiva apuntada en el número anterior;
y, aunque algunos lo deploren, resulta ser un marco de referencia imprescindible y también
inseparable de la idea de mercado. Si nos fijamos básicamente en los mercados financieros –que
bien podemos tomar como ejemplo, pues son los que más se aproximan al modelo conceptual–,
normas organizativas son verbi gratia las que definen el carácter descentralizado (mercados de
market makers, u orientados por precios) o el modelo alternativo de concentración (auction
markets, orientados por «órdenes»), al que se acomoda el sistema de contratación elegido para la
celebración de los negocios. Normas de acción, de conducta o, si se prefiere, regulación de
comportamientos son aquellas otras que mandan dar preferencia a los intereses del cliente
sobre los del agente que debe ejecutar sus instrucciones, así como también, por aludir
únicamente aquí a las más importantes, las que prohíben el insider trading o abuso de
información privilegiada. Pero, si bien se mira, y aunque en el caso de las regulaciones de
estructura las normas suelen ser técnicas, mientras que en el caso de las llamadas de conducta
tienen superior apariencia deontológica, lo cierto es que todos esos tipos de normas resultan
imprescindibles para la buena ordenación y el correcto funcionamiento del mercado y, dicho
aún más radicalmente, sin la existencia de normas de uno y otro tipo es imposible aproximarse
a la realización de una verdadera justicia material en ese campo; y ello porque los propios
operadores, dejados actuar a sus anchas, en la confianza de que las ambiciones de unos
permitirán contrarrestar la condición de sus oponentes, podrán conseguir, si acaso, un resultado
de equilibrio. Pero está por ver que sea un resultado justo. Si se nos autoriza, de nuevo, el
recurso al lenguaje coloquial, bien podríamos afirmar, en conclusión, que para que un mercado
público resulte verdaderamente digno de semejante nombre y pueda ser capaz de controlar
mínimamente las euforias y temores que padecen los más sensibles, su campo de juego y el
funcionamiento de la contratación han de poder diferenciarse de modo suficiente, por un lado,
de un simple casino (donde, a falta de información equivalente, sólo ganan los «iniciados») y, por
otro, naturalmente también de la famosa cueva de Alí Babá (donde era preciso formar parte de la
banda para tener algún acceso al reparto del botín).
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Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 30. Derecho y mercado
IV. «Filosofía» ordenadora y articulación de las reglas
Y ¿cómo pueden conseguirse semejantes objetivos? Si como queda dicho y los propios
economistas reconocen, todos los mercados del mundo real, cualesquiera que sean los objetos
que en ellos se contratan, son por antonomasia mercados regulados (incluso los confiados en
mayor grado a la llamada market disicipline o «autorregulación» de los operadores), dos
conclusiones se nos ofrecen de inmediato con la evidencia de lo obvio. La primera es que la idea
de un mercado público carente de algún tipo de regulación es tan absurda e imposible de
aceptar como la existencia de «un deporte sin reglas». Y la segunda nos advierte que esas reglas
–y, más precisamente, el sistema jurídico general– son las que definen el marco de referencias
institucionales sin el cual ni siquiera sería posible la aparición del mercado mismo. No sólo
porque sin la previa garantía (jurídica) de la propiedad, de la autonomía de la voluntad y de la
libertad de asociación, y a falta de su correlato procesal de protección judicial efectiva y
salvaguarda del ejercicio coactivo de esos y otros derechos subjetivos, cualquier mercado
pretendidamente «natural» estaría permanentemente amenazado por la «ley de la jungla»; y los
operadores más honestos se verían desamparados ante las actuaciones «estratégicas» de otros
sujetos, que nuestras fuentes históricas calificaron de forma insuperable con el nombre de
logreros, es decir, frente a los comportamientos ventajistas y aprovechados de operadores
desaprensivos. La regulación es necesaria además para fijar los mecanismos de formación
pública y objetiva de los precios, para uniformar los objetos de contratación, estandarizar por
ejemplo las emisiones de Deuda pública, o definir la cantidad y calidad media –average– de las
«partidas» de cosas genéricas que se negocian –v.gr. el barril de Brent, en el caso del petróleo–;
también para «construir» modelos de contratos e instrumentos negociables, determinar el
sistema de negociación, formular las reglas de cumplimiento, establecer los bienes (reales o
«nocionales») capaces de procurarlo; para articular sistemas multilaterales de compensación y
liquidación de las operaciones y delimitar, en fin, las consecuencias de su incumplimiento. A la
vista de todo esto –que sólo los más ingenuos pueden interpretar como procesos mostrencos o
naturales, surgidos por generación espontánea–, esta segunda conclusión o corolario antes
referido nos lleva de la mano a lo que la doctrina estadounidense y alemana han dado en llamar
algo pomposamente las correspondientes «filosofías normativas», que, para entendernos, son la
imagen de marca que dota de significación específica y propia al régimen jurídico tutelar del
mercado correspondiente.
En semejante mundo, como sucedería, por lo demás, con cualquier otro fenómeno social o sector
de la convivencia, ese proceso de institucionalización de los mercados puede articularse
abstractamente según tres «filosofías» o alternativas legales distintas, a saber:
i) El régimen de libertad general, como es obvio nunca absoluta, pero limitada tan sólo por el
Derecho penal, que actuará como frontera represiva sólo cuando la acción de los operadores
económicos desemboque en comportamientos delictivos (v.gr. maquinaciones para alterar los
precios y actos de manipulación de los mercados, ya contemplados entre nosotros desde el
Código Penal de 1848, ex art. 449). Con pocas incrustaciones de legalidad administrativa –
mayormente orientadas a definir la forma de «establecimiento» de los mercados públicos (en
otro tiempo de competencia municipal o regalía de los príncipes territoriales) y, en su caso,
dirigidas eventualmente también a «delegar» funciones ordenadoras o disciplinarias– que se
encomiendan a los propios custodios del mercado, ésta fue la ordenación tradicional de
mercados y ferias, acentuada incluso en los Códigos liberales del siglo XIX. Recuérdese que desde
sus mismos orígenes las propias Bolsas se reglamentaron por Leyes especiales como materia
«desaforada», remitiéndose las pocas normas de los Códigos a esa regulación especial, que
finalmente concretaban los llamados –no por capricho– Reglamentos de «policía y régimen
interior» de cada una de ellas.
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Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 30. Derecho y mercado
V. Perspectiva institucional
V. PERSPECTIVA INSTITUCIONAL
En esta aproximación que realizamos al fenómeno del mercado, con método interdisciplinar
(económico y jurídico), una cosa puede afirmarse como suficientemente segura: lo que se llama
«el mercado» no es una pura realidad natural del mundo de la Economía, desprovista ab origine
de cualquier componente jurídico. De hecho, la propia articulación de cualquiera de esos
centros de contratación resulta inconcebible, pensando con realismo, desde su misma fase de
constitución, sin la existencia de algún tipo de reglas, autónomas o heterónomas,
consuetudinarias o escritas, que aseguren su organización y hagan posible su funcionamiento.
Tal sistema impersonal y autorregulado de formación de precios de equilibrio por el libre juego
de las fuerzas económicas es, precisamente, el que define los llamados precios de mercado. Se
trata del sistema opuesto al de intervención pública, cuya actuación puede oscilar –en función
del grado de exigencia que reclame la satisfacción del interés general– desde la simple
obligación de comunicar los precios que pretenden aplicarse hasta la fijación directa de los
llamados precios tasados; los cuales, de persistir, determinarán normalmente la aparición de
«mercados negros», donde seguirán formándose precios alternativos. Por ello, el Derecho
siempre ha reconocido el significado institucional de los precios de equilibrio formados
objetivamente en los mercados dignos de semejante nombre, considerándolos como la
manifestación más genuina de lo que históricamente se denominaba el precio corriente y, en la
esfera mercantil, se llamó el precio «de plaza». A partir de la Codificación liberal, el
reconocimiento que a tales precios les otorgan las normas trasciende al ámbito jurídico la
realidad económica, con la consecuencia de que el ordenamiento vino a considerarlos como los
usualmente aplicables a las transacciones patrimoniales, proponiéndolos como criterio de
medida para enjuiciar la corrección de las negociaciones que intermediarios y comisionistas
ejecuten por cuenta de sus clientes y mandantes (art. 258 del C. de C.) y, a la postre, también que
tal tipo de precio se tenga siempre por cierto, aunque no se exprese o cuantifique, a efecto de
conferir validez a cualquier contrato de compraventa ( art. 1448 CC).
Pero no debe olvidarse que no todos los bienes pueden negociarse masivamente y de manera
despersonalizada, en base a simples variables de peso y cantidad, según sucede en los mercados
propiamente dichos; y lo que todavía es mucho más importante y en seguida precisaremos, que
no siempre el poder de negociación de los contratantes es equivalente ni en todos los mercados
se dan con plenitud los presupuestos concurrenciales que definen ese tipo de construcción
conceptual, elevada por los economistas al modelo de una competencia pura o, si se prefiere,
libre y perfecta. Incluso en las salas de subasta, cuya dimensión concurrencial no parece
discutible, el mecanismo de autorregulación es imperfecto, ya que el precio varía en función de
un solo lado de la relación de compraventa. De manera que si no hay compradores interesados
en pujar al precio de salida, podrá irse rebajando la tasa de intercambio hasta declarar desierta
la subasta; pero, si esa puja se disparase, no resulta posible incrementar la oferta de objetos
equivalentes que modere la tendencia a un alza desproporcionada del precio. Esto no sucede en
cambio en los mercados propiamente dichos, precisamente porque en ellos se negocia sobre
cosas genéricas y fungibles que siempre pueden ser sustituidas entre sí y suelen estar dispuestas
a venderse cuando el precio mejora. Por eso, para organizar mercados sobre otros bienes que no
tienen ese carácter (fletes, seguros, etc.), lo primero es conseguir «objetivarlos», es decir,
uniformar contratos, unificar calidades y homogeneizar instrumentos de carácter específico, en
un proceso de conversión en mercancías de cosas que natural y jurídicamente no lo son
(reificación, en la terminología marxista). Y eso no siempre pueden hacerlo los simples
particulares por sí solos, en especial si los procesos correspondientes comprometen el
funcionamiento de normas de ius cogens o imperativas.
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Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 30. Derecho y mercado
VII. Estado y Mercado
Basta enumerar el cúmulo de disposiciones jurídicas de diverso rango que se ocupan del
mercado en general, y de sus concretas manifestaciones, particularmente acentuadas en los
financieros, como prototipo de los «regulados», para entender que, en esos procesos de
juridificación, podrán criticarse quizás ciertos fenómenos de sobrerregulación o determinadas
políticas intervencionistas, en ocasiones contrarias al buen funcionamiento del modelo; pero, tal
como estamos diciendo, es una simpleza presentar «el mercado» como el fruto espontáneo de
fuerzas económicas autosuficientes; y todavía más grave suponer que la actuación de los
poderes públicos ha de limitarse a corregir los llamados «fallos del mercado» o, como mucho, a
prevenir el denominado «riesgo sistémico» (situaciones de colapso, en las que el mercado ya no
existe, degradado a una masa de vendedores atemorizados que no encuentran «contrapartida»,
y que acaban generando el consiguiente estrangulamiento del crédito, para terminar
comprometiendo la propia solvencia del sistema general de pagos). No hay que esperar al fallo
ocasional para intervenir (inspeccionando y sancionando, cuando proceda, normas
incumplidas), porque para entonces mucha gente ya habrá perdido su dinero. Cuando el propio
sector no produce reglas prudenciales y de conducta, cuando las olvida, o trata de atrincherarse
en un falso laissez faire, la acción pública, y la función irrenunciable del Derecho en defensa del
interés general, exigen articular o recomponer el marco de juego dentro del cual es posible la
actuación igualitaria y libre de los particulares. Desconocer verdades tan elementales, por
mucho que se adorne de especiosos argumentos presuntamente científicos, es clara ignorancia o
pura fantasía. Estado y Mercado son conceptos que van mejor juntos y se refuerzan entre sí, ya
que para ser digno de semejante nombre (y no un inútil aparato burocrático), el primero, que no
puede desentenderse de la satisfacción de las necesidades de la población, ha de garantizar el
buen funcionamiento del segundo; sobre todo si se acepta que el mercado es en sí mismo un
bien público, en la medida que la competencia económica disminuye la probabilidad de obtener
beneficios exclusivamente privados por parte de quienes contemporáneamente no están
contribuyendo a incrementar la utilidad común y, con ella, el bienestar general (FERNÁNDEZ
ORDÓÑEZ).
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Lección 30. Derecho y mercado
VIII. Falta de realismo del modelo y reconstrucción (jurídica) de sus postulados
La primera condición para que exista un verdadero mercado, según el modelo teórico
patrocinado por los economistas clásicos, presupone que todas las empresas interesadas en
concurrir a él están ofreciendo a los consumidores bienes suficientemente intercambiables o
sustituibles entre sí, de suerte que no hay razón (objetiva) para preferir los que suministran las
unas a los que ofrecen las otras (homogeneidad del producto). En segundo lugar, es necesario
también que en tal oferta de bienes y servicios participe efectivamente un número apreciable de
operadores, ninguno de los cuales se encuentre en una posición dominante respecto de los
demás, ni en condiciones de influir por sí solo sobre las decisiones del consumidor (atomicidad
del mercado). En tercer lugar, quienes pretendan acceder al mercado, ofreciendo parecidas o
nuevas prestaciones, han de poder hacerlo en condiciones de práctica igualdad y sin soportar
costes mayores que los operadores ya instalados (ausencia de barreras de entrada). La
conjunción de estos tres postulados es la que viene a definir el carácter disputable e
intrínsecamente concurrencial del mercado en cuestión o, si se prefiere emplear léxico
tradicional, la existencia de un esquema de libre competencia. Si además se pretende que
semejante lucha concurrencial sea también perfecta, han de cumplirse también otras dos
condiciones más, a saber: que todos los participantes en el mercado, y esto vale en principio sea
del lado de la oferta o desde el de la demanda, tengan conocimiento suficiente (si fuera posible,
completo) y sustancialmente equivalente de todos los datos y elementos relevantes para la toma
de decisiones (transparencia informativa plena); y, por último, el desideratum de competencia
pura y perfecta exige que exista posibilidad de desplazamiento de actividades, sujetos y factores,
hacia las oportunidades que resulten más rentables (movilidad económica).
Este modelo descriptivo del funcionamiento ideal del tráfico patrimonial, articulado a través de
muchas empresas perfectamente autónomas, es un esquema teórico que pocas veces coincide
con la realidad. No ya, ni principalmente, porque esa constelación atómica de operadores
independientes se ha ido convirtiendo en una articulación distinta más bien de tipo molecular,
que, como la estructura de las proteínas, nos ofrece progresivamente la imagen de cadenas y
redes de empresas que contradicen el segundo postulado. Más importante es el dato de que tales
empresas compiten entre sí no sólo (ni principalmente) por sustitución, sino que, contra lo que
predica el primer postulado, lo hacen muy a menudo por diferenciación y, en lugar de
multiplicar el número de operadores, lo que multiplican son los procesos de concentración,
articulando si pueden barreras de entrada que vienen a contradecir el tercero.
A la vista de la falta de correspondencia real del modelo descrito, compete al Derecho, a través
de la disciplina de la actividad publicitaria, mediante el establecimiento de la exclusividad de
ciertos signos distintivos e invenciones merecedoras de protección, asegurar la parte legítima de
aquella diferenciación e innovación, sin mengua de permitir la multiplicación, la copia o la
imitación, allí donde el reconocimiento de falsos derechos absolutos o la proliferación de
exclusivas comerciales e industriales discutibles empobrece las alternativas del consumidor, sin
evitar suplementariamente el riesgo correlativo de generar comportamientos parasitarios o
desleales, que también han de ser corregidos. Al ordenamiento corresponde también suprimir
las barreras gremiales, las corporativas y las conseguidas por los grupos de presión, abriendo
mercados en otro tiempo configurados a modo de clubs de amigos del colegio (en ocasiones
verdaderos nidos de «iniciados») a mayores cotas de competencia, imponiendo como primera
medida deberes de transparencia que aseguren la necesaria igualdad entre los concurrentes y la
buena información del público en general, al que, de otra parte, debe protegerse frente al fraude
de los desaprensivos, sancionando la responsabilidad del fabricante y también las de quienes
diseñan y comercializan, con folleto o sin él, productos defectuosos o instrumentos financieros
engañosos. Sólo así nos acercaremos efectivamente a un modelo concurrencial, si no perfecto
cuando menos practicable (workable competition), que el mercado por sí mismo no siempre
produce ni acierta a garantizar y que, en consecuencia, el Derecho tiene que promover o
restaurar mediante la defensa de la competencia (control de concentraciones, prohibición de
prácticas colusorias y abusos de posición dominante) y, también, en su caso, mediante la
regulación suplementaria de ciertos mercados sometidos, como los de valores, a fallos
congénitos (por razón de asimetrías informativas, selección adversa, mayor peso del «riesgo
moral» u otras externalidades negativas). Será únicamente entonces cuando el modelo podrá
llegar a alcanzar un grado de funcionamiento relativamente eficiente, resolviendo de manera
más justa los excesos del poder económico y proporcionando, a la postre, la satisfacción del bien
público.
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Lección 30. Derecho y mercado
IX. La emergencia del «consumidor»
Tras la recepción del sistema de precios por los Códigos decimonónicos, se inicia de forma
prácticamente coetánea, el llamado «folclore del capitalismo» (T. ARNOLD), y por conducto
inicial de la Sherman Act en los Estados Unidos, viene a consagrarse una legislación
antimonopolística que penetraría en Europa a partir de los años cuarenta de la centuria
siguiente, para alcanzar ese movimiento a nuestro propio país en la primera Ley de Prácticas
Restrictivas de la Competencia de 1963. No obstante el esfuerzo que esa legislación supuso, la
relativa facilidad existente para transformar prácticas inicialmente prohibidas en prácticas
meramente exceptuables (la colusión se disfraza de cooperación, según R. WIETHO LTER) y la
dificultad intrínseca de identificar tests adecuados a la hora de sancionar los abusos de posición
dominante, hicieron imposible la recuperación completa de las señas de identidad de ese
paraíso perdido en clave puramente liberal de la competencia perfecta; y, con la eclosión
sucesiva del llamado Estado Social, emerge también un nueva figura, polivalente y
omnicomprensiva, con la que todos nos hemos identificado ministerio legis, es decir, el
«consumidor», en cuya protección se afanan con alma y cuerpo las leyes más modernas.
Así, además, y a título de ejemplo no exento de ironía, se evitaría la paradoja que representa
establecer una legislación protectora del consumidor que acude con su dinero a la Bolsa o a las
instituciones bancarias, cuando quien así actúa está cabalmente abdicando de su condición de
consumidor, ya que todo lo que se ahorre o que se invierta, precisamente, no se consume.
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Lección 31. El contrato mercantil
I. Introducción. El contrato mercantil como acto integrante de la actividad profesional del
empresario. Fisonomía del contrato mercantil moderno
El contrato como vehículo jurídico al servicio de la circulación de bienes y servicios es uno de los
instrumentos más significativos y más antiguos del tráfico económico; de ahí la importancia que
la contratación ha tenido en el Derecho mercantil, configurado tradicionalmente en torno a la
figura del comerciante en el ejercicio de su actividad profesional.
Parece claro, por tanto, que el contrato mercantil ha de concebirse como acto profesional del
empresario, y partiendo de esta idea se ponen de relieve dos aspectos importantes: en primer
lugar, que sin quebrantar el propio articulado del Código de Comercio, ateniéndonos a las
transformaciones que se han operado en la vida económica, no es preciso reconducir el contrato
al ámbito exclusivo del comercio y del comerciante, sino que ha de ser integrado en el ejercicio
profesional de una actividad económica (comercio, industria, servicios); y en segundo lugar, que
el contrato mercantil como expresión genuina del tráfico de mercado es una de las instituciones
más permeables a las nuevas ideas y a los cambios del sistema económico. Estos cambios no sólo
han determinado la aparición de nuevas figuras jurídicas que exigen un tratamiento específico,
sino que han afectado a la propia estructura del contrato, al clásico principio de la autonomía de
la voluntad de las partes y al propio principio de libertad de forma, generándose un conjunto de
normas imperativas cuya finalidad no es otra que la de proteger a la parte con posición más
débil en el contrato. En este sentido puede afirmarse, por referencia a nuestro Derecho, que
junto al conjunto de normas generales propias de los contratos y de las obligaciones mercantiles,
todavía ancladas en el viejo Código de Comercio, se presentan nuevos problemas y nuevas
normas. Ése es el caso, por ejemplo, de algunas de las disposiciones sobre la protección de los
consumidores y usuarios que establecidas en distintas leyes han sido incorporadas en el nuevo
Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras
Leyes complementarias, aprobado por Real Decreto legislativo 1/2007, de 16 de noviembre;
algunas de las disposiciones recogidas en la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del
Comercio Minorista, o en fin la disciplina general de la Ley 7/1998, de 13 de abril, sobre
Condiciones Generales de la Contratación.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 31. El contrato mercantil
II. Características del régimen general de los contratos mercantiles
1. La perfección de los contratos mercantiles
En el momento actual, las nuevas exigencias que han venido a establecer los contratos
celebrados a través de medios informatizados o por dispositivos automáticos, y las propias
consideraciones críticas que la doctrina había venido formulando a las teorías anteriormente
citadas, han conducido a una nueva regulación de este problema. La Ley 33/2002, de 11 de julio,
de Servicios de la Sociedad de la Información y de Comercio Electrónico, en su disposición
adicional cuarta, modificó los artículos 1262 del Código Civil y 54 del Código de Comercio, de
manera que, unificando el tratamiento establecido en ambos Códigos, se dispone hoy día que
«hallándose en lugares distintos el que hizo la oferta y el que la aceptó hay consentimiento desde
que el oferente conoce la aceptación, o desde que, habiéndosela remitido el aceptante, no puede
ignorarla sin faltar a la buena fe». Se adhiere así nuestro legislador, de forma más o menos
acertada, porque no cabe duda ninguna de que son muchos los problemas que la aplicación
práctica de la fórmula utilizada puede plantear, a la teoría del conocimiento, como posición
técnicamente más completa, pero matizada para evitar abusos, con la consiguiente valoración
de la conducta del oferente. De esta forma se trata fundamentalmente de que la perfección del
contrato no quede al arbitrio de quien pudiendo haber conocido la aceptación de su oferta, no
ha llegado a tener conocimiento de ella debido a su propia conducta. Por lo que se refiere a los
contratos celebrados por dispositivos automáticos, en los cuales las partes tampoco están
presentes, el nuevo artículo 54 del Código de Comercio, en la misma línea que se establece en
el nuevo artículo 1262 del Código Civil, prevé que «hay consentimiento desde que se
manifiesta la aceptación».
En nuestro Derecho cabe entender, por tanto, como ya se había venido señalando por la
jurisprudencia, que el medio técnico utilizado no es impeditivo a los efectos de llevar a cabo
actos de contratación. Cosa distinta es que el régimen previsto en el artículo 54 sea o no
generalizable a todos aquellos casos en los que el contrato se realice entre ausentes. Hay
supuestos como la contratación por teléfono o por radio, etc., que, en cuanto al momento de su
celebración, son asimilables a los contratos entre presentes. En esos casos, el problema surge en
cuanto se refiere al lugar de celebración del contrato, debiendo entenderse celebrados los
contratos como dispone el propio artículo 54 en su redacción actual, en el lugar en que se hizo la
oferta. Debe añadirse también que junto a estas normas generales la contratación por vía
electrónica ofrece algunas peculiaridades que serán examinadas posteriormente en este mismo
capítulo.
En relación con la contratación entre ausentes, pero con una significación especial y propia, han
de tenerse en cuenta los contratos a distancia, cuya regulación se ha realizado en nuestro
Derecho para llevar a cabo la obligada transposición a nuestro ordenamiento de la Directiva
97/7/(CE) relativa a la protección de los consumidores en materia de contratos a distancia. El
concepto y el régimen de estos contratos se estableció en nuestro país en torno a las ventas a
distancia, cuyo estudio realizamos dentro del contrato de compraventa; pero se ha generalizado
a todos los contratos celebrados con consumidores dentro del nuevo texto refundido de la Ley
General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios. La Ley 3/2014, de 27 de marzo, ha
modificado el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios
y otras Leyes complementarias, aprobado por el Real Decreto Legislativo 1/2007 de 16 de
noviembre, en el que se entienden como tales contratos a distancia los celebrados por el
empresario con consumidores o usuarios en el marco de un sistema organizado de venta o
prestación de servicios sin la presencia física simultánea del empresario y del consumidor o
usuario, y en los que se hayan utilizado exclusivamente una o varias técnicas de comunicación a
distancia hasta el momento de la celebración del contrato y en la propia celebración del mismo.
Considerándose técnicas de comunicación a distancia, entre otras, el correo postal, internet, el
teléfono o el fax (art. 92). Estos contratos a cuyo régimen jurídico se establecen determinadas
excepciones, que la nueva regulación ha ampliado, teniendo en cuenta los fines del contrato o el
objeto sobre el que recaen las prestaciones, como sucede con servicios financieros o el
aprovechamiento por turno de bienes turísticos (art. 93), están sometidos a una regulación
específica a la que nos referiremos más adelante, pero que en este momento, hay que resaltar
que en cuanto a su celebración se someten a las normas de perfección de los contratos entre
ausentes.
c) En tercer lugar, cabe señalar que existen supuestos especiales de perfección de los contratos
mercantiles; de acuerdo con la estimación de la doctrina tradicional, pueden considerarse como
tales los relativos a la contratación por medio de agente o corredor y la contratación en pública
subasta.
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2. La forma en los contratos mercantiles
No es menos cierto que, al lado de la citada disposición, el propio Código, en su artículo 52,
declara exceptuados de lo dispuesto en el artículo anterior los contratos que «con arreglo a este
Código o a Leyes especiales» estén sometidos a una determinada forma o solemnidad; de ahí no
puede derivarse, sin embargo, que en todo caso la formalidad prevista sea un requisito de
validez del contrato, pues de acuerdo con el propio principio de libertad de forma y con el
contenido del artículo 52, será preciso en cada caso considerar el alcance dado a la formalidad
establecida en relación con la validez y eficacia del contrato. Por otro lado, no estará de más
señalar que en la realidad del tráfico actual se advierte un creciente reconocimiento del
requisito de la forma en beneficio de la seguridad jurídica, la mayor parte de las veces como
medida de protección de la parte más débil en el contrato, normalmente el consumidor.
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3. La prueba del contrato mercantil
En esta materia, el Código de Comercio (art. 51) se remite al Código Civil (arts. 1214 y ss.),
estableciendo sólo algunas disposiciones especiales en relación con la prueba de los contratos
mediante la correspondencia telegráfica y la declaración de testigos, a las que somete a ciertas
limitaciones. Pero derogados de manera expresa los preceptos del Código Civil por la Ley
1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil, son los preceptos de esta Ley (recogidos en sus
arts. 281 y ss.) los que han de tomarse en consideración. La nueva regulación de la Ley procesal
ha ampliado de forma considerable los medios de prueba (art. 299); resulta así que, si bien esta
Ley no ha derogado de modo expreso los artículos del Código de Comercio, habrá de entenderse
que lo están, sin embargo, en la medida en que deban ser considerados contrarios a ella; así se
desprende de la disposición derogatoria número 3 de la referida Ley procesal.
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4. Interpretación de los contratos mercantiles
Mas en relación con la interpretación de los contratos mercantiles han de tenerse también en
cuenta las normas que sobre la interpretación de los contratos sometidos a condiciones
generales establece la Ley de Condiciones Generales, de 13 de abril de 1998 (art. 6), que serán
examinadas posteriormente. En el caso de contratos celebrados con consumidores, son
igualmente específicas estas dos consideraciones: por un lado, la ya indicada de que el contenido
de la oferta, promoción y publicidad de los productos forma parte del contenido del contrato
aunque no figure expresamente en él (art. 61.2 del texto refundido LGDCU); y, por otro lado, el
régimen de integración del contrato, conforme al principio de buena fe objetiva, en beneficio del
consumidor (art. 65 del mencionado texto refundido).
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5. Contratos con cláusula penal
Se trata en este caso de una norma recogida en el Código de Comercio que está relacionada
con el cumplimiento del contrato (art. 56). Se establece, en efecto, que en el supuesto de que en
el contrato mercantil se fijare una pena de indemnización contra el que no lo cumpla, la parte
perjudicada puede exigir el cumplimiento del contrato o la pena prevista; pero que utilizando
una de estas acciones quedará extinguida la otra, salvo pacto en contrario; es, en definitiva, una
disposición que condicionada por los pactos establecidos debe ser completada, en lo que sea
procedente, con lo dispuesto en el Código Civil sobre las obligaciones con cláusula penal (arts.
1152 y ss.). Hemos de indicar, no obstante, en primer lugar, que la cláusula penal no establece
una obligación alternativa para el deudor, que no puede eximirse de cumplir el contrato
pagando la pena, a menos que se le haya concedido esa facultad; y, en segundo lugar, que
representa una valoración objetiva del perjuicio que causa el incumplimiento, siendo en
principio una opción alternativa para el acreedor, quien puede exigir el cumplimiento del
contrato o la pena.
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6. Normas generales de los contratos con consumidores
Dentro del marco general anteriormente señalado, la última reforma, no solo ofrece una
ampliación importante del contenido de la información al consumidor previa a la celebración
del contrato, y que se refiere tanto a las garantías financieras que le exija el empresario, a la
asistencia y servicios posventa y a las garantías comerciales que, en su caso, se otorguen, y en el
supuesto de suministros de contenido digital, a la información también sobre su utilización y
limitaciones técnicas, sino que se establecen importantes disposiciones relativas al
consentimiento expreso del consumidor para cualquier pago adicional vinculado a la operación
principal por él realizada, a las limitaciones a los cargos que puedan hacerse al consumidor por
el uso de determinados medios de pago, así como al derecho del consumidor o usuario a recibir
la factura en papel, cuya entrega no podrá condicionarse al pago de cantidad económica alguna
(nuevos arts. 60, 60 bis, 60 ter y 63 del texto refundido).
Entre las normas generales sobre los contratos con consumidores tiene una importancia especial
la consagración en el texto refundido del llamado derecho de desistimiento, como facultad del
consumidor o usuario de dejar sin efecto el contrato por él celebrado, notificándoselo así a la
otra parte en el plazo establecido, sin necesidad de justificar la decisión y sin penalización
alguna. Este derecho de desistimiento es objeto de una regulación general, que ha sido objeto de
modificaciones importantes por la nueva ley, y que funciona como marco general regulatorio,
sin perjuicio de las disposiciones especiales, legales o contractuales, en este último supuesto más
favorables al consumidor, que lo establezcan en cada caso en concreto.
Es interesante así mismo poner de manifiesto que los contratos con consumidores aparecen
como núcleo central de una serie de prácticas comerciales cuya deslealtad ha sido tipificada por
la ya citada Ley 29/2009, de 30 de diciembre. Esto no quiere decir que no haya que distinguir
entre esas prácticas y el régimen de las relaciones contractuales que se entablen, diferencia que
la propia Ley marca claramente, con carácter general en la modificación que realiza con el
nuevo número 3 en el artículo 2 de la Ley de Competencia Desleal, y con carácter concreto
para los contratos con consumidores en la modificación que hace del artículo 19 del texto
refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios; pero sí que puede
haber una proyección de estas prácticas sobre el funcionamiento del contrato, sobre todo en
determinados supuestos de las llamadas ventas promocionales (ventas multinivel, ventas en
pirámide y ventas con obsequio o prima) cuya regulación realizada ya en nuestro ordenamiento
por la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, se ha adaptado a la nueva regulación de las
prácticas de competencia desleal.
En cualquier caso, nos encontramos ante una materia sometida a la necesaria adaptación de
nuestro Derecho a la Directiva 2011/83/UE de 25 de Octubre sobre derecho de los consumidores.
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7. El régimen de los contratos a distancia celebrados con consumidores
Regulados inicialmente los contratos a distancia en nuestro Derecho, a través del régimen
jurídico de las ventas a distancia, dentro de la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, el
texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios hizo, en su
momento, una regulación expresa de estos contratos, no identificados con cualquier contrato
realizado entre ausentes; regulación esta última que ha sido modificada por la Ley 3/2014, de
27 de marzo, de transposición del derecho comunitario, considerando como tales los celebrados
con los consumidores y usuarios en el marco de un sistema organizado de venta o de prestación
de servicios en el que se hayan utilizado exclusivamente una o más técnicas de comunicación a
distancia hasta el momento de la celebración y en el momento mismo de la celebración del
contrato.
El régimen de estos contratos, modificados por la mencionada Ley además, de unas normas
generales sobre el uso de medios de contratación electrónica, servicios de intermediación en los
contratos a distancia, y requisitos de las comunicaciones a distancia, establece importantes
disposiciones relativas al contrato en defensa también de los intereses de los consumidores: 1.
sobre la información precontractual en la que se tienen en cuenta para realizar la necesaria
adaptación, las restricciones técnicas y las limitaciones de determinados medios de
comunicación a distancia, 2º sobre la necesidad de consentimiento expreso, 3º. sobre la
prohibición de realizar envíos no solicitados, 4º. sobre el reconocimiento al consumidor de un
derecho de desistimiento en condiciones muy favorables para él y del que la nueva Ley ha
realizado una regulación más amplia, que incorpora, incluso un formulario normalizado al
efecto y amplía su plazo de ejercicio. Asimismo en relación con la ejecución del contrato se
establecen también una serie de normas que afectan: 1º. al plazo de ejecución, 2º. a los efectos
de la falta de ejecución del contrato por el empresario, 3º. a la posibilidad de sustituir el bien o
servicio contratado, 4º. al pago mediante tarjetas de crédito.
Hay que decir, no obstante, que del régimen previsto para estos contratos quedan exceptuados
determinados supuestos, fundamentalmente: a) las ventas automatizadas, b) las realizadas en
subasta, salvo las celebradas por vía electrónica, c) los contratos sobre servicios financieros, d)
los contratos realizados con operadores de telecomunicaciones, debido a la utilización de
teléfonos públicos, e) los celebrados para la construcción de bienes inmuebles... y una lista larga
de excepciones establecidas en el artículo 93 del texto refundido en función de la forma del
contrato o del objeto contratado.
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8. El régimen de los contratos celebrados fuera del establecimiento mercantil
Los contratos celebrados fuera del establecimiento mercantil, a través de la modificación por la
Ley antes mencionada, aparecen regulados conjuntamente con los contratos a distancia en el
nuevo Título III del texto refundido de la Ley General de Defensa de los Consumidores y
Usuarios, sometiéndose su regulación a las mismas normas con algunas diferencias.
1º los celebrados con la presencia física simultánea del empresario y del consumidor o usuario
en lugar distinto del establecimiento mercantil del empresario,
2º los contratos en los que el consumidor o usuario ha realizado una oferta en las mismas
condiciones anteriormente establecidas,
4º los celebrados durante una excursión organizada por el empresario con el fin de promocionar
o vender sus productos. Se establece además una clausula general según la cual todos los
contratos y ofertas fuera del establecimiento mercantil se presumen sometidas a las
disposiciones del correspondiente título, correspondiendo al empresario la prueba en contrario.
La determinación de estos supuestos hay que ponerla en relación con el concepto que sobre el
establecimiento mercantil establece el nuevo artículo 59 bis del texto refundido y que se refiere
a toda instalación inmueble de venta al por menor en la que el empresario ejerce su actividad de
forma permanente, así como también toda instalación móvil de venta al por menor en la que el
empresario ejerza su actividad de forma habitual. Por otro lado se ha tratado de lograr que en el
contrato celebrado fuera del establecimiento mercantil se incluyan todos aquellos supuestos en
los que la celebración del contrato esté vinculada a un contacto personal e individual entre el
empresario y el consumidor y usuario que, realizado fuera del establecimiento habitual de
aquel, puede suponer que la celebración del contrato es sorpresiva para estos o fruto de una
presión psicológica sobre ellos.
Sometidos estos contratos a las mismas normas que los contratos a distancia, tienen como
peculiaridades propias fundamentalmente las que sobre requisitos formales de los contratos
celebrados fuera del establecimiento prevé el artículo 99 del texto refundido y la que en el
artículo 113 establece que del cumplimiento de las obligaciones establecidas en el Titulo III para
los contratos celebrados fuera del establecimiento, responderán solidariamente el empresario
por cuya cuenta se actúe y el mandatario, comisionista o agente que haya actuado en nombre
propio.
El régimen de los llamados contratos celebrados fuera del establecimiento es aplicable a todos
los contratos y ofertas de contrato que tengan lugar fuera del establecimiento del empresario,
bien sea en un medio de transporte público, en la vivienda de un consumidor o en su lugar de
trabajo, siempre que la visita del empresario no responda a un requerimiento previo del
consumidor (art. 107). Se excluyen, sin embargo, de su ámbito de aplicación determinados
supuestos que, si bien inicialmente pudieran estar incluidos en él, quedan fuera de su normativa
por razones diversas: el importe de la operación inferior a 48,08 euros o la naturaleza de su
objeto (contratos de construcción, venta y arrendamiento de inmuebles).
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III. Régimen general de las obligaciones mercantiles
A diferencia de lo que sucedió con otros Códigos que le precedieron (el italiano y el alemán), en
nuestro Código de Comercio vigente de 1885 no se ha consagrado la solidaridad como un
principio propio de las obligaciones mercantiles. No puede ignorarse, sin embargo, que en la
práctica es frecuente que las deudas mercantiles se concierten con carácter solidario, que por
vía legal se van aumentando los supuestos de responsabilidad solidaria en el tráfico mercantil, y
que la propia jurisprudencia aplica el principio de solidaridad a supuestos en los que, sin
haberse pactado expresamente la responsabilidad solidaria, puede deducirse que de hecho las
partes la han tenido en cuenta.
a) En relación con el cumplimiento de las obligaciones, el Código establece, por un lado, que no
se reconocerán términos de gracia, cortesía u otros que bajo cualquier denominación difieran el
cumplimiento de las obligaciones mercantiles, a no ser los que las partes hayan establecido o se
apoyen en una disposición terminante de derecho (art. 61). Esta norma, que trata de garantizar
la rapidez y la seguridad de las transacciones mercantiles, implica una derogación del artículo
1124.3 del Código Civil y la facultad que en él se concede al juez. Por otro lado, el Código dispone
asimismo que las obligaciones que no tuvieren término prefijado por las partes o por las
disposiciones del propio Código serán exigibles a los diez días después de contraídas si sólo
producen acción ordinaria y al día siguiente si llevan aparejada ejecución (art. 62); contrasta así
esta disposición con la exigibilidad de las obligaciones puras consagrada por el Código Civil (art.
1113) y excluye también la facultad concedida a los tribunales para fijar plazo a las obligaciones
que no lo señalaren (art. 1128).
b) También en relación con la mora del deudor la disciplina del Código de Comercio (art. 63)
difiere de la disciplina civil. Frente a lo que dispone el Código Civil (art. 1100), el Código de
Comercio establece que en los contratos que tuvieren señalado un plazo para su cumplimiento
los efectos de la morosidad comenzarán al día siguiente de su vencimiento sin necesidad de
interpelación alguna; mientras que si la obligación no tiene término, ni legal ni convencional,
exige que la interpelación o reclamación previa se realice necesariamente ante un juez, notario
u otro oficial público (art. 63). Conviene recordar además las normas que sobre pago a los
acreedores se establecen en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista (art. 17, modificado
primero por la Ley de 19 de diciembre de 2002 para la transposición al ordenamiento jurídico
español de la Directiva 97/17/(CE) en materia de contratos a distancia y otras Directivas
comunitarias y posteriormente por la Ley 3/2004, de 29 de diciembre, por la que se establecen
medidas contra la morosidad en las operaciones comerciales, modificada a su vez por la Ley
15/2010 de 5 de julio), y por el Real Decreto Ley 4/2013 de 22 de febrero, de medidas de apoyo
al emprendedor y de estímulo del crecimiento y de la creación de empleo.
La Ley mencionada, de 29 de diciembre de 2004, tuvo por objeto incorporar al Derecho interno
la Directiva 2000/35/(CE), del Parlamento y del Consejo, de 29 de junio de 2000, por la que se
prevén medidas de lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales y establecer un
conjunto de disposiciones para impedir que plazos excesivamente dilatados sean utilizados para
proporcionar al deudor una liquidez adicional a expensas del acreedor, así como también
disuadir de los retrasos en los pagos eliminando de raíz las causas por las que en la actualidad la
morosidad puede resultar ventajosa para los deudores.
En cuanto al ámbito de aplicación de esta Ley, establecido en su artículo 3.1, se refiere a todos los
pagos efectuados como contraprestaciones en las operaciones comerciales realizadas entre
empresas, o entre empresas y la administración, así como las realizadas entre los contratistas
principales y sus proveedores y subcontratistas. Puede decirse que las medidas sustantivas
contra la morosidad, previstas en la Ley consisten en: establecer con carácter general un plazo
de pago (art. 4), determinar el devengo automático del interés (art. 5), señalar el tipo de interés
(art. 7) y otorgar al acreedor el derecho de reclamar al deudor una indemnización razonable por
los costes de cobro (art. 8). Aparte de estas medidas, se añade la posibilidad de pactar cláusulas
de reserva de dominio para que el vendedor conserve la propiedad de los bienes hasta el pago
total de la deuda (art. 10).
Debe resaltarse, además, que la Ley vino a desplazar a aquellos usos de comercio que venían
consagrando plazos de pago excesivamente dilatados, los cuales fueron sustituidos por las
disposiciones de la Ley. También debe destacarse que en la Ley de 2004 el plazo establecido para
la exigibilidad de la deuda y la determinación del tipo de interés sólo se aplicaban en defecto de
pacto entre las partes, aunque tratando de evitar, en todo caso, que la libertad de las partes
amparara prácticas abusivas al imponer plazos más amplios o tipos de interés inferiores a lo
previsto en ella (art. 9). Pero alguno de estos aspectos como ya se ha señalado han sido
modificados.
Efectivamente dentro del marco general de la Ley de 2004, la reforma realizada por la Ley de 5
de julio de 2010, tuvo como objeto eliminar los efectos de las crisis económicas que se habían
traducido en un aumento de impagos, retrasos y prórrogas en la liquidación de las facturas
vencidas y que estaban afectando fundamentalmente a las pequeñas y medianas empresas. En
la línea señalada lo que se hizo en ella fue incorporar una serie de medidas que se estaban
manejando en la Unión Europea y que posteriormente se incluyeron en la Directiva
2011/7/(UE) del Parlamento Europeo y del Consejo de 16 de febrero de 2011; últimamente, con la
reforma citada de 2013, se ha consumado la adaptación total de nuestro derecho a la directiva
comunitaria. De acuerdo con la última modificación los aspectos regulados son los siguientes: 1)
el plazo de pago que debe cumplir el deudor si no se ha fijado plazo de pago en el contrato y que
será de treinta días naturales contados después de la fecha de entrega de las mercancías o de la
prestación de servicios. Si en el contrato se ha establecido un procedimiento para verificar la
conformidad de los bienes o servicios el plazo será de treinta días contados desde la fecha de la
verificación, pero el plazo de la verificación no puede ser superior a treinta días naturales a
contar desde la recepción de los bienes o servicios. Estos plazos podrán ser ampliados por las
partes siempre que no se superen los sesenta días naturales. 2) Se incorpora la previsión relativa
a los calendarios de pago y cómo se calculan los intereses en caso de que algún plazo no se
abone en la fecha pactada. 3) El tipo legal de interés de demora al que el deudor estará obligado,
y que será la suma del tipo de interés aplicado por el Banco Central Europea a su más reciente
operación de financiación, efectuada antes del primer día del semestre natural de que se trate,
más ocho puntos porcentuales. 4) En el caso de mora el acreedor tendrá derecho a cobrar del
deudor una cantidad fija de cuarenta euros que se añadirá en todo caso y sin necesidad de
reclamación expresa a la deuda principal. Además tendrá derecho a una indemnización por
todos los costes de cobro debidamente acreditados que haya sufrido a causa de la demora y que
superen la cuantía antes señalada. 5) Se realiza una regulación expresa de lo que se consideran
clausulas y prácticas abusivas contrarias a la regulación establecida y se declaran nulas.
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IV. Especialidades de la contratación mercantil moderna
9. Contratación con condiciones generales: características, función económica y naturaleza
jurídica de las condiciones generales
Las exigencias del tráfico mercantil no permiten actualmente una discusión minuciosa de los
contratos mercantiles para adaptarlos a los intereses concretos y específicos de cada uno de los
contratantes; por el contrario, esas exigencias fuerzan a estipular «contratos tipo» de contenido
rígido y predeterminado que se repiten uniformemente en una serie indefinida de contratos
iguales y en los que la voluntad de una de las partes cumple, podríamos decir, una función
secundaria respecto al contenido.
Dos son en el sentido indicado los problemas fundamentales que plantean las condiciones
generales de la contratación: el de determinar su naturaleza jurídica para explicar la razón de su
obligatoriedad, y el de establecer los sistemas de control aptos para evitar los abusos.
Por lo que afecta al establecimiento de sistemas de control para evitar abusos, cabe señalar que,
dada la naturaleza contractual de las condiciones y la forma especial de producirse el
consentimiento en los contratos que las utilizan por la simple adhesión de uno de los
contratantes, es fundamental garantizar el justo equilibrio de los intereses de ambas partes. De
ahí que en los distintos ordenamientos se hayan buscado vías para corregir de alguna manera la
situación de desigualdad en que se encuentran las partes contratantes. Con esa finalidad se han
habilitado en general tres tipos de control sobre las condiciones generales: un control de
incorporación, que funciona en el ámbito de la formación del acuerdo y que va encaminado a
garantizar que las condiciones generales sean aceptadas en cada caso concreto por la parte más
débil; un control de interpretación, a través del cual se consagra el principio contra proferentem,
es decir, la interpretación no puede favorecer los intereses de la parte que impone las
condiciones generales, y un control de contenido, que es el más importante si se tiene en cuenta
que puede suceder que, aun conocidas y formalmente aceptadas las condiciones, el contratante
más débil no haya sido suficientemente libre para contratar si quiere obtener los productos
ofrecidos. De esta manera, a través del control de contenido de lo que se trata es de que puedan
ser declaradas ineficaces, no obstante su aceptación, aquellas cláusulas que sin ser
necesariamente contrarias a normas imperativas resulten abusivas de acuerdo con la función
propia del contrato o sean sospechosas de abuso, o aquellas otras que causan un perjuicio
desproporcionado a la parte más débil.
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IV. Especialidades de la contratación mercantil moderna
10. Régimen jurídico de las condiciones generales de la contratación
b) Por lo que toca al régimen de control de las condiciones generales, la Ley ha previsto, tal como
se ha señalado anteriormente, un control de incorporación al contrato, exigiendo que para que
realmente obliguen al adherente las condiciones generales tienen que haber sido aceptadas
contando con su conocimiento y comprensión. Para ello exige que se haya informado
expresamente al adherente sobre las condiciones y que se le haga entrega de un ejemplar de las
mismas, debiendo ajustarse las cláusulas a criterios de transparencia, claridad, concreción y
sencillez. Si el contrato no debe formalizarse por escrito bastará con que las condiciones se
anuncien en sitio visible dentro del lugar en el que haya de celebrarse el negocio, o se garantice
de cualquier forma al adquirente la posibilidad de conocer su existencia y contenido (arts. 5 y 7).
Se prevé además un régimen especial para los casos de contratación telefónica o electrónica con
condiciones generales. Este régimen se ha desarrollado por el Real Decreto, de 17 de diciembre
de 1999, en el que se impone un deber especial de información previa de todas y cada una de las
cláusulas de las condiciones generales, y un deber de confirmación documental de las mismas
una vez celebrado el contrato, estando sometido a revisión el referido régimen por mandato de
la disposición final quinta de la Ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la
Información y de Comercio Electrónico.
La Ley establece finalmente un control de contenido que plantea más problemas. En relación
con este control establece que serán nulas de pleno derecho las condiciones generales que
contradigan, en perjuicio del adherente, lo dispuesto en esta Ley o en cualquier otra norma
imperativa o prohibitiva, salvo que en ella se establezca un efecto distinto para la contravención,
añadiéndose además que serán nulas las condiciones generales que sean abusivas cuando el
contrato se haya celebrado con los consumidores (art. 8). El problema en este caso es que la
protección que formalmente se concede al adherente no consumidor resulta claramente
insuficiente. En efecto, a diferencia de lo que sucede en otros ordenamientos y ya se ha señalado
anteriormente, la protección del adherente no consumidor queda reducida a las cláusulas
contrarias a normas imperativas, algo que no sólo es insuficiente, sino que para ello no sería
necesaria una regulación específica.
Debe advertirse, por otra parte, que tanto la no incorporación de las condiciones generales al
contrato como su nulidad podrán ser instadas por el adherente, generándose los efectos propios
del principio de conservación del negocio: de suerte que la declaración de no incorporación o de
nulidad no determinarán la ineficacia total del contrato si éste puede subsistir sin las cláusulas
impugnadas.
Por lo que se refiere a los instrumentos procesales de control, la Ley establece junto a la acción
individual de control subjetivo del adherente en su condición de parte del contrato las llamadas
acciones colectivas que atribuyen legitimación activa a aquellas instituciones y asociaciones que
tienen representación de los intereses afectados (incluido el Ministerio Fiscal) contra cualquier
profesional que utilice las condiciones generales, o contra el que las recomiende públicamente o
manifieste su voluntad de utilizarlas (arts. 12, 16 y 17 de la Ley). Dichas acciones son, cualquiera
que sea la legitimación activa, la acción de cesación, la acción de retractación, y finalmente la
acción declarativa. Estas acciones han sido declaradas con carácter general imprescriptibles,
especialmente la acción declarativa (v. el art. 19 de la LCGC modificado por la Ley 39/2002,
de 28 de octubre, de transposiciones al ordenamiento jurídico español de diversas directivas
comunitarias en materia de protección de los intereses de los consumidores y usuarios). La
eficacia del control de las condiciones generales se complementa en la Ley con el deber de
información y de control de cumplimiento de sus normas que se atribuye a Notarios y
Registradores.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 31. El contrato mercantil
IV. Especialidades de la contratación mercantil moderna
11. Regulación de las cláusulas abusivas en los contratos celebrados con consumidores
La Ley 7/1998, de 13 de abril, no sólo regula las condiciones generales de los contratos, sino
que incorporó la Directiva comunitaria de 5 de abril de 1993, sobre cláusulas abusivas en los
contratos celebrados con los consumidores, modificando la Ley General para la Defensa de
Consumidores y Usuarios. Dicha modificación afectó al artículo 10 de la mencionada Ley
introduciendo un nuevo artículo 10 bis y dos disposiciones adicionales, la primera de las cuales
recogía un listado minucioso de cláusulas abusivas. Ambos preceptos fueron modificados por la
Ley 44/2006, de 29 de diciembre, de Mejora de la Protección de los Consumidores y Usuarios, y
en el momento actual la regulación de las condiciones generales y cláusulas abusivas en los
contratos celebrados con consumidores tiene su régimen específico en los artículos 80 y
siguientes del texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios.
Conviene señalar al respecto que con esta regulación se está protegiendo a los consumidores no
sólo contra las condiciones generales de los contratos, sino también frente a aquellas
estipulaciones que no hayan sido negociadas individualmente, aun cuando no sean condiciones
generales de los contratos por no haber sido predispuestas para una pluralidad de contratos sino
para uno solo, y también frente a todas las prácticas no consentidas expresamente precisándose
además que el hecho de que una cláusula aislada, o ciertos elementos de ella, se hayan
negociado individualmente no excluirá la aplicación de las normas sobre cláusulas abusivas al
resto del contrato, y que el empresario que afirme que una determinada cláusula ha sido
negociada individualmente asumirá la carga de la prueba.
También en estos supuestos denominados todos ellos como cláusulas abusivas se realiza la
protección a través de un control de incorporación al contrato, de unas normas generales de
interpretación y de un control de contenido que en este caso responde verdaderamente a un
sistema de protección específica. En efecto, se consagra una cláusula general de protección
frente a aquellas cláusulas abusivas que en contra de la exigencia de la buena fe causen, en
perjuicio del consumidor, un desequilibrio importante de los derechos y obligaciones que se
deriven del contrato, destacando además que el carácter abusivo de las cláusulas se apreciará
teniendo en cuenta la naturaleza de los bienes y servicios objeto del contrato, y todas las
circunstancias que concurran en él. A esta cláusula general se une una enumeración muy
pormenorizada de supuestos de cláusulas abusivas que se estructuran en diferentes tipos:
cláusulas abusivas por vincular el contrato a la voluntad del empresario (art. 85), por limitar los
derechos básicos de los consumidores (art. 86), por falta de reciprocidad (art. 87), sobre
garantías (art. 88), que afectan al perfeccionamiento y a la ejecución del contrato (art. 89), sobre
competencia y derecho aplicable (art. 90), la Ley 5/2019, de 15 de marzo, reguladora de los
contratos de crédito inmobiliario, ha establecido expresamente en su disposición final octava
que las condiciones incorporadas de modo no transparente en los contratos, en perjuicio de los
consumidores, serán nulas de pleno derecho.
Se declara así mismo la nulidad de las cláusulas abusivas, que se tendrán por no puestas, lo que
no excluye la subsistencia y obligatoriedad del contrato siempre que pueda subsistir sin dichas
cláusulas (art.83). Es interesante a este respecto señalar que la Ley 3/2014, de 27 de marzo, ha
suprimido en este precepto el poder moderador que inicialmente se atribuía al juez para que en
estos casos integrara el contrato. La supresión se ha realizado en cumplimiento de la Sentencia
de 14 de junio de 2012 del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, en la que se entendía que
reconociendo dicha facultad al juez no se había adaptado adecuadamente nuestro derecho
interno a la normativa comunitaria, ya que dicha facultad podía poner en peligro en perjuicio
del consumidor el efecto que de la nulidad de la clausula abusiva debe seguirse. La protección
que se dispensa en esta materia se completa con el régimen de acciones de cesación reguladas,
con carácter general, en los artículos 53 y siguientes del propio texto refundido.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 31. El contrato mercantil
IV. Especialidades de la contratación mercantil moderna
12. Contratación electrónica
La importancia de las aportaciones que las nuevas tecnologías ofrecen al desarrollo del
comercio electrónico tiene una manifestación especial en el ámbito de la contratación mercantil.
En el aspecto concreto que ahora interesa señalar, es decir, el relativo a los contratos que se
realizan mediante la utilización de algún elemento electrónico (cuando dicho elemento tiene o
puede tener alguna incidencia directa sobre la formación de la voluntad o sobre el desarrollo o
la interpretación futura del contrato), conviene aludir a las siguientes cuestiones.
Habida cuenta de que la contratación electrónica es una contratación entre ausentes, parece
claro que su reconocimiento de ese carácter no necesita de una declaración expresa en nuestro
ordenamiento. Pero es necesario, además, destacar que el reconocimiento de la validez del
contrato electrónico más allá de constituir una especialidad en relación con el modelo de la
perfección del contrato como contratación entre ausentes, está vinculado a la exigencia de una
serie de garantías imprescindibles, que se refieren a la legibilidad de los mensajes, y su
imputabilidad al sujeto emisor, así como su autenticidad e integridad y su recepción y
conservación por el destinatario. De este modo se explica que en la práctica se conozcan desde
hace algún tiempo acuerdos marco realizados por operadores económicos que son sujetos
habituales de la contratación electrónica; como se explica también la necesidad de ofrecer una
regulación positiva sobre este tema.
Por lo que se refiere al régimen jurídico de estos contratos, la Ley establece con carácter general
que los contratos por vía electrónica se regirán por lo dispuesto en ella, por los Códigos Civil y de
Comercio y por las restantes normas civiles o mercantiles sobre contratos, en especial, las
normas de protección de los consumidores y usuarios, y de ordenación de la actividad comercial
(art. 23.1 párrafo final). Como normas específicas fundamentales aparte de establecer unas
normas generales sobre las comunicaciones comerciales, ofertas promociones y concursos (art.
20), prevé una serie de obligaciones de información previas al inicio del procedimiento de
contratación y otras posteriores a la celebración del contrato. Las primeras están directamente
relacionadas con el medio de contratación y se refieren a informaciones relativas a los trámites
que deben seguirse para celebrar el contrato, a saber: si el prestador va a archivar el documento
electrónico en el que se formalice el contrato y si va a ser accesible; los medios técnicos que pone
a su disposición para identificar y corregir errores en la introducción de datos, y la lengua o
lenguas en que podrá formalizarse el contrato (art. 27.1). Las obligaciones de información
posteriores están relacionadas con la confirmación de la aceptación del contrato, estableciendo
los medios electrónicos a través de los cuales debe hacerse, y cuándo se entenderá recibida la
aceptación y su confirmación, señalando en este caso que se entenderán recibidos cuando las
partes a las que se dirijan puedan tener constancia de ello (art. 28). De unas y otras obligaciones
podrá ser dispensado el prestador de servicios si así lo acuerdan previamente las partes
contratantes siempre que ninguno de ellos tenga la consideración de consumidor.
Por lo demás, la protección del consumidor, aparte de las normas técnicas específicas, está
presente de modo especial en el régimen de la contratación electrónica, estableciéndose
expresamente al respecto que los contratos celebrados por esta vía en los que intervenga un
consumidor se presumirán celebrados en el lugar en que éste tenga su residencia habitual,
mientras que los celebrados entre empresarios o profesionales, en defecto de pacto entre las
partes, se presumirán celebrados en el lugar en que esté establecido el prestador de servicios
(art. 29).
La prueba de la celebración de estos contratos queda sometida a las reglas generales y en su caso
a lo establecido sobre la firma electrónica. Reconociéndose en todo caso que el soporte
electrónico será reconocido como prueba documental (art. 24). A este efecto se admite que las
partes puedan pactar que un tercero archive las declaraciones de voluntad que integran los
contratos electrónicos, indicando día y hora de las comunicaciones, pero sin que esto pueda
alterar o sustituir las funciones de la fe pública con arreglo a Derecho. Señalemos finalmente
que, sin perjuicio de lo que las partes establezcan, este archivo no podrá tener una duración
inferior a cinco años.
Los dos aspectos centrales de la regulación de la Ley son los certificados electrónicos y los
prestadores de servicios de certificación. Debe resaltarse que la prestación de servicios de
certificación no está sometida a autorización previa y se realiza en régimen de libre
competencia, aunque se vincula a un sistema de control y a un régimen de sanciones
administrativas. Los prestadores de servicios deberán cumplir una serie de obligaciones
impuestas en la Ley y están sometidos a determinadas normas especiales de responsabilidad,
imponiéndoseles la habilitación de un sistema de garantías mínimas para atender a dicha
responsabilidad.
Consideración especial dentro del contenido de la Ley merece la regulación de los certificados
electrónicos de personas jurídicas. En relación con ellas, los datos de creación de firma sólo
podrán ser utilizados en las relaciones que mantenga la persona jurídica con las
administraciones públicas o en la contratación de bienes y servicios que sean propios o
concernientes a su giro o tráfico ordinario; sin perjuicio de las limitaciones adicionales que la
persona jurídica pueda imponer por razón de la materia o de la cuantía y que deberán figurar,
en todo caso, en el certificado electrónico.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Tercera parte. Derecho de la contratación mercantil
Lección 31. El contrato mercantil
V. Contratación internacional
V. CONTRATACIÓN INTERNACIONAL
Es interesante advertir a este respecto, por un lado, que los propios Estados han ido unificando
sus propios sistemas, siendo las manifestaciones más claras de esta unificación el Convenio de
Viena, de 11 de abril de 1980, sobre compraventa internacional de mercaderías (ratificado por
España, instrumento de adhesión, de 17 de julio de 1990) y el Convenio de Roma, de 19 de junio
de 1980, sobre la Ley aplicable a las obligaciones contractuales (ratificado también por España,
instrumento de adhesión de 7 de mayo de 1993). En el ámbito de la Unión Europea es preciso
tener en cuenta el Reglamento (CE) núm. 593/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo, de
17 de junio de 2008, sobre la ley aplicable a las obligaciones contractuales (Roma I). Y la
Directiva 2008/52/(CE) del Parlamento Europeo y del Consejo, de 21 de mayo de 2008 sobre
ciertos aspectos de la mediación en asuntos civiles y mercantiles. Últimamente se ha trabajado
sobre la posibilidad de una unificación europea de las obligaciones y contratos en un esfuerzo
cada vez más amplio y en el que no faltan diversas iniciativas y proyectos. Existe incluso una
Decisión de la Comisión por la que se crea un grupo de expertos para un marco común de
referencia en el Derecho Contractual Europeo (DOUE 27-4-2010).
Por otra parte, la propia práctica del comercio internacional ha favorecido, como lex mercatoria,
la formación de los principios UNIDROIT sobre contratación internacional elaborados en el seno
del Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado, y los usos y prácticas
uniformes elaborados por los propios operadores económicos consignando una serie de
cláusulas contractuales y términos que facilitan la negociación. En relación con esta materia, la
Cámara de Comercio Internacional ha desarrollado una importante labor de recopilación y
difusión de estos usos y reglas uniformes, cuya manifestación más relevante son los llamados
INCOTERMS (International Commercial Terms). Por otro lado, la Cámara de Comercio
Internacional ha elaborado también otros textos, siendo especialmente significativas las «Reglas
y usos uniformes sobre créditos documentarios», a los que será necesario referirse más adelante.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
I. Significado y características de la compraventa mercantil
1. Nociones generales y régimen jurídico
A. Carácter mercantil de la compraventa y su regulación
El Código de Comercio establece que «será mercantil la compraventa de cosas muebles para
revenderlas bien en la misma forma en que se compraron o bien en otra diferente, con ánimo de
lucrarse en la reventa» (art. 325), añadiendo que no se reputarán mercantiles las compras de
efectos destinados al consumo del comprador o de las personas por cuyo encargo se adquieren
(art. 326.1). El elemento intencional aparece así como determinante de la calificación del
contrato, independientemente de que sean o no comerciantes quienes lo realicen; en la práctica,
sin embargo, salvo que la compraventa se integre en un tráfico profesional en el que el
comprador se dedique habitualmente a revender con lucro los objetos que compra, no es fácil
determinar la existencia de ese elemento intencional. De ahí el carácter problemático de la
distinción, las vacilaciones de nuestra jurisprudencia a la hora de aplicarla y, sobre todo, las
dificultades que se presentan en orden a la calificación de la mercantilidad de la reventa al
consumidor, operaciones todas ellas que, sin embargo, han constituido siempre el fundamente
mismo de la profesión mercantil.
El contenido de los preceptos que acabamos de citar, y el silencio del Código de Comercio
vigente, a diferencia de lo que sucedía en el Código de 1829, sobre la mercantilidad de la
reventa, han conducido a que en las últimas aportaciones doctrinales sobre el tema, algunos
autores y la propia jurisprudencia estimen que nuestro Código no admite la mercantilidad de la
reventa. La idea no es tan clara, sin embargo, si se tiene en cuenta que el propio Código regula la
compraventa de mercaderías en establecimiento abierto al público (art. 85), con todo lo que esto
supone como expresión de su mercantilidad (recordamos que son actos de comercio todos los
«comprendidos» en este código y cualesquiera otros de naturaleza análoga: art. 2 C. de C.), y si se
advierte también el hecho mismo de que la venta al público ha integrado siempre el contenido
mismo y la razón de ser del tráfico mercantil. Es curioso que la propia Exposición de Motivos del
Código, al referirse a las ferias y mercados como centros de contratación mercantil, dice que a
ellas acuden para satisfacer sus necesidades los negociantes y los consumidores. Es igualmente
expresivo, aunque tenga un sentido especial, que incluso partiendo de las posiciones extrañas a
la mercantilidad de la reventa se señale que los preceptos citados del Código de Comercio (arts.
325 y 326.1) no pueden ser interpretados de forma tan restrictiva como para excluir del campo
mercantil todas las operaciones en las que el comprador actúa para consumir si el uso o
consumo es para la propia empresa. En cualquier caso ha de tenerse en cuenta que en nuestro
Código determinadas compraventas no adquieren carácter mercantil aunque el comprador
tenga propósito de reventa lucrativa; tal es el caso de las ventas recogidas en otros apartados de
aquel precepto (art. 326.2 y 3) que excluyen del ámbito mercantil de la compraventa las ventas
que en determinadas circunstancias hagan de sus productos los artesanos, agricultores y
ganaderos.
En cuanto se refiere a su regulación, la compraventa mercantil no sólo está regulada por las
normas de carácter dispositivo establecidas en el Código de Comercio y en el Código Civil, sino
que han de tenerse a la vista también aquellas normas que, orientadas a la protección de
determinados intereses en el mercado, se proyectan en muchas ocasiones sobre la reventa y
tienen carácter imperativo; ése es el supuesto de las normas establecidas en el Texto
Refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y en la Ley de
Ordenación del Comercio Minorista (LOCM).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
I. Significado y características de la compraventa mercantil
1. Nociones generales y régimen jurídico
B. Conclusión del contrato
En esta materia rigen las normas generales o comunes a los contratos (consensuales) que se
perfeccionan por el mero consentimiento. Ha de advertirse, no obstante, que algunas
modalidades contractuales que se dan en el tráfico plantean ciertos problemas sobre el proceso
de formación del contrato: dejando para su examen posterior los supuestos de ventas tipificados
en el propio Código (como son las ventas a examen y las ventas a ensayo o prueba), debe
llamarse la atención sobre las siguientes modalidades: a) Las ventas realizadas por medio de
agentes o viajantes de comercio en las que se aplica la cláusula «salvo aceptación de la casa» que
han planteado cierta discusión sobre sus efectos en relación con la perfección del contrato; la
utilidad de esta cláusula se da cuando, gozando el agente de facultades representativas, puede
hablarse de la existencia de un contrato perfecto pero sometido a una condición suspensiva
potestativa impropia, de tal suerte que el negocio se considera perfeccionado, pero el vendedor
se reserva la posibilidad de confirmar las condiciones y circunstancias de la operación. b)
Supuesto distinto es el que se da en el contrato con cláusula «salvo venta», tradicionalmente
propia de las ventas a distancia. En estas ventas lo que quiere el vendedor es reservarse la
posibilidad de vender a otra persona el mismo objeto en tanto no tenga conocimiento de la
aceptación por el comprador; como veremos, en la actualidad, sin embargo, esta cláusula
tradicional puede plantear problemas en relación con las disposiciones que establece su
regulación propia.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
I. Significado y características de la compraventa mercantil
1. Nociones generales y régimen jurídico
C. Elementos reales
C. Elementos reales
Los elementos reales de la compraventa mercantil como de toda compraventa son la cosa objeto
del contrato y el precio que se paga por ella.
Por lo que se refiere a la cosa, no es dudoso que el objeto ordinario de las ventas mercantiles son
las cosas muebles, las denominadas mercaderías. Mas al lado de ellas existen otras cosas
muebles, corporales o no, como el dinero, los metales preciosos, los títulos de crédito, e incluso
ciertos derechos, como son, por ejemplo, los de propiedad industrial, que con frecuencia son
objeto de compraventas mercantiles. Pero también los inmuebles pueden constituir objeto del
tráfico mercantil; aunque el Código de Comercio en la definición de la mercantilidad de la
compraventa (art. 325) se refiera únicamente a los bienes muebles, el hecho de que a diferencia
de lo que sucedía con el Código anterior no haya excluido explícitamente los inmuebles, que las
propias palabras de la Exposición de Motivos prevean que los tribunales califiquen como
mercantil las ventas de bienes raíces según las circunstancias de cada caso, y que desde hace
algún tiempo estemos asistiendo a una cierta «comercialización» de los inmuebles, permite
estimar que no es de esencia a la compraventa mercantil que haya de recaer sobre bienes
muebles, aunque sus disposiciones van referidas a este tipo de bienes.
En cuanto a lo que toca al precio, rigen todavía las disposiciones del Código Civil en el sentido
de que ha de ser cierto y expresado en dinero o signo que lo represente, así como que su
señalamiento no puede quedar al arbitrio de uno de los contratantes. Pero el cumplimiento de
estos requisitos no excluye que puedan darse ciertas notas propias del precio de la compraventa
en el tráfico mercantil. Por ejemplo, es posible y cada día más frecuente que en ese tráfico sea
una de las partes quien determine el precio: «ventas a precio fijo» en las que el comprador no
puede discutir el precio, sino tan sólo decidir si compra o no al precio ya establecido por el
vendedor. Por otra parte, las ventas pueden ser a precio firme, no sometido a variación, o a
precio variable, fundamentalmente para el caso de venta con entregas periódicas o sucesivas;
mas en cualquier caso, una vez fijado el precio o su sistema de variación, las partes quedan
sometidas a él y no pueden discutir la justicia intrínseca del mismo, toda vez que la venta
mercantil no es rescindible por causa de lesión, sin perjuicio ciertamente de la responsabilidad
del contratante que hubiera procedido con malicia o fraude en el contrato o en su cumplimiento
(art. 344 del C. de C.).
Interés especial tiene también conocer estos otros datos: 1º. El régimen especial de la
determinación del precio, y el de las cláusulas abusivas sobre la determinación del precio
aplicables a las compraventas celebradas con consumidores y previstos en los artículos 60.2. b) y
85.10 del texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios.
2º. Las limitaciones que pueden restringir o anular por disposición legal o por injerencia del
poder público la fijación convencional de los precios (v. los arts. 13, 14 y 15 LOCM). Y
3º. La posición mantenida expresamente en relación con la compraventa internacional de
mercancías en la que, en aras de facilitar la celebración del contrato, se considera que en
aquellos casos en los que exista un contrato válidamente celebrado y no se haya determinado el
precio se entenderá, salvo indicación en contrario, que las partes han querido referirse al que
generalmente se está percibiendo en el momento de la celebración del contrato para ese tipo de
mercancías (art. 55 de la Convención de Viena).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
I. Significado y características de la compraventa mercantil
2. Contenido del contrato
A. Obligaciones del vendedor
Ahora bien, tiene especial interés señalar que si bien la cosa se considera entregada cuando está
ya en poder y posesión del comprador, no es menos cierto que la posesión no puede producirse
sin el consentimiento o aceptación del comprador. Al vendedor corresponde, pues, únicamente
realizar todos los actos necesarios para que el comprador pueda tomar posesión de la cosa
vendida. Esto no quiere decir, sin embargo, que entrega y puesta a disposición sean una misma
cosa, ni siquiera en aquellos casos en que, como se advierte en nuestra jurisprudencia, se reputa
entregada la cosa como traditio ficta cuando quede a disposición del comprador o se factura por
su cuenta y riesgo. Entendemos, por el contrario, que es preciso distinguir entre entrega y puesta
a disposición. Se trata de una distinción que, a nuestro modo de ver, está claramente recogida en
el Código de Comercio, pues a su tenor (arts. 338 y 339), cuando la entrega haya de realizarse en
lugar distinto del establecimiento del vendedor, la puesta a disposición del comprador exige el
envío o remesa de los efectos vendidos al punto o lugar de entrega (según se haya pactado
domicilio del comprador, vagón, puerto de embarque, etc.), y en el supuesto de que el lugar de
entrega sea el propio establecimiento del vendedor, éste cumplirá sencillamente teniendo los
géneros vendidos a disposición del comprador en sus almacenes el día señalado en el contrato.
Como veremos más adelante, esta distinción tiene gran interés en materia de transmisión de la
propiedad y del riesgo en la compraventa.
La obligación de entrega, como obligación principal del vendedor, determina las demás
obligaciones del mismo, a saber: a) La obligación de conservar la cosa vendida antes de su
entrega, aplicándose el principio general del Código Civil que obliga a conservar las cosas con la
diligencia normal de quien está obligado a darlas ( art. 1094 CC). b) Y la obligación del
vendedor de responder del saneamiento de la cosa vendida. El vendedor, lógicamente, responde
frente al comprador de la posesión legal y pacífica de la cosa vendida (art. 345) y de los vicios y
defectos ocultos que tuviere esa cosa (art. 342).
El saneamiento por evicción se produce en los términos en que está previsto en el Código Civil
(arts. 1475 y ss.); pero no estará de más señalar que la evicción es poco frecuente en las ventas
mercantiles realizadas en los establecimientos o tiendas abiertos al público, pues en esas ventas,
como ya sabemos, se produce una prescripción de derecho a favor del comprador respecto de
las mercancías adquiridas, cerrando el paso a la evicción en el más amplio sector de las ventas
mercantiles, y consagrando un sistema de protección de la seguridad jurídica más amplio que el
previsto en el ámbito del Código Civil ( arts. 464 CC y 85 C. de C.).
Mayor interés tiene en este sentido la obligación de saneamiento por vicios o defectos ocultos,
obligación cuya finalidad consiste en garantizar que el vendedor entregue al comprador la
posesión de una cosa útil. Regulada esta obligación en el Código Civil, se quiere significar que,
salvo pacto en contrario, el vendedor responde de los vicios o defectos que tenga el objeto
vendido aunque los ignore, pero no de los que estén a la vista ni de los que no lo estén si el
comprador es un perito que por razón de su profesión debía conocerlos fácilmente. En toda esta
materia, la peculiaridad de la compraventa mercantil se refiere al establecimiento de un plazo
breve de treinta días, a contar desde la entrega para que el comprador denuncie la existencia del
vicio o defecto (art. 342 C. de C.). Se trata de un plazo de denuncia previa para poder ejercitar las
acciones que el Código Civil establece en estos casos (arts. 1486 y 1490) y que la doctrina y la
jurisprudencia vienen considerando como un plazo de caducidad y no de prescripción,
transcurrido el cual, por tanto, el comprador perderá todo derecho contra el vendedor. Por otro
lado, en los supuestos que contemplamos, el comprador podrá optar entre desistir del contrato
abonándosele los gastos que pagó o rebajar una cantidad del precio a juicio de peritos ( art.
1486 CC).
Los vicios ocultos son distintos de los vicios o defectos aparentes de calidad o cantidad regulados
en el Código de Comercio (art. 336 C. de C.). Y de los cuales, además de por los vicios ocultos,
responde también el vendedor frente al comprador, sin que su responsabilidad por unos excluya
su responsabilidad por los otros cuando se den las circunstancias requeridas para cada uno de
ellos. El artículo 336 antes mencionado establece, en efecto, que si la mercancía se recibe
embalada o enfardada, la denuncia del vicio aparente debe hacerse dentro de los cuatro días
siguientes a su recibo; en otro caso, la denuncia deberá hacerse al tiempo de recibir las cosas o
de rehusar su recibo. Estos defectos facultan al comprador para optar por la rescisión del
contrato o por su cumplimiento, en ambos casos con la indemnización de los perjuicios, aunque
el vendedor, para evitar estas reclamaciones, puede exigir en el acto de entrega que se haga el
reconocimiento de las mercancías a contento del comprador.
El régimen de responsabilidad del vendedor por vicios o defectos de los bienes vendidos recibió
una regulación especial, con peculiaridades propias en los casos de ventas de bienes de consumo
entre personas que venden en el marco de su actividad profesional y los consumidores, a través
de la Ley, de 10 de julio de 2003, de Garantías en las Ventas de Bienes de Consumo, con la cual se
trató de incorporar a nuestro Derecho la Directiva 1999/44/CE del Parlamento y del Consejo de
1999, sobre determinados aspectos de la venta y garantías de los bienes de consumo. Esta Ley,
cuyos preceptos imperativos han sido incorporados al texto refundido de la Ley General para la
Defensa de los Consumidores y Usuarios en los artículos 115 y siguientes, ha consagrado la
obligación del vendedor de entregar al consumidor un bien que sea conforme con el contrato de
compraventa en los términos que en ella se establecen (arts. 114 y 116). Puede decirse que de
esta forma, en una línea semejante al Convenio de Viena, se ha unificado el tratamiento de todos
los supuestos de entrega defectuosa, en los que existiendo un aparente cumplimiento de la
obligación de entrega, ésta no satisface el interés del comprador; y ha concedido al comprador
consumidor una serie de derechos y acciones que racionalizan en buena medida el tratamiento
que los vicios ocultos, los defectos de calidad o cantidad, o la prestación distinta tienen en el
Código Civil o en el Código de Comercio. En efecto, en caso de falta de conformidad se conceden
al consumidor en cascada primero un derecho de reparación o de sustitución del bien, que a
través de modificación realizada por la Ley 29/2009, de 30 de diciembre, se han sometido en
su ejecución a determinados requisitos de constancia escrita, y segundo un derecho a la rebaja
del precio y a la resolución del contrato. Se establecen asimismo unos plazos dentro de los cuales
han de manifestarse las faltas de conformidad y de prescripción de las acciones
correspondientes, que son más razonables que los propios de los regímenes generales de la
compraventa (arts. 123 y ss.). Se regula también en el texto refundido, como ya se ha dicho
anteriormente, la garantía comercial en los artículos 125 a 127, en los que se ha armonizado el
régimen previsto en la Ley de Garantías hoy derogada con los que establecía la anterior Ley
General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios.
En todo caso conviene resaltar que se trata de un tema que en este momento ha sido objeto de
modificación en el derecho europeo, ya que previstas inicialmente dos propuestas de de
Directivas una referida a la determinados aspectos relativos a los contratos de suministro de
contenidos digitales y otra relativa a las ventas en línea y otras ventas a distancia, con el objeto
de contribuir a promover el mercado único digital en beneficio de los consumidores y de las
empresas, ya que tratando de eliminar los principales obstáculos relacionados con los distintos
Derechos contractuales que afecten al comercio transfronterizo, se está considerando el interés
de ofrecer la misma regulación a todas las ventas, también a las ventas presenciales; esta idea
responde ya la Directiva (UE) del Parlamento Europeo y del Consejo de 20 de mayo de 2.019,
relativa a determinados aspectos de los conytatos de suministro de contenidos y servicios
digitales; y la Directiva (UE) 2.019 del Parlamrntp Europeo y del Consejo, de 20 de mayo de 2.019,
relativa a determinados aspectos de los con tratos de compraventa de bienes, por la que se
modifica el Reglamento (CE) nº 2.017/2394 y la Directiva 2.009/22/CE y se deroga la Directiva
1.999/44/CE.
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A) El mercado de bienes y productos
Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
I. Significado y características de la compraventa mercantil
2. Contenido del contrato
B. Obligaciones del comprador
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Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
I. Significado y características de la compraventa mercantil
3. La transmisión de la propiedad y de los riesgos en la compraventa mercantil
Dos han sido los sistemas (el sistema germánico res perit domino, y el sistema romano res perit
emptori) que han determinado las distintas soluciones legislativas. En nuestro Derecho, la
compraventa mercantil ha recibido un tratamiento propio. En nuestro ordenamiento no hay, en
efecto, una regulación específica de las ventas con expedición para los supuestos de ventas de
plaza a plaza en los que este tema tiene una incidencia especial, pero existen distintos preceptos
que vienen a ofrecer una solución razonable del tema: los artículos 331 y 333 del Código
de Comercio, que la generalidad de la doctrina ha considerado como antitéticos, ofrecen dicha
solución.
El artículo 334 del Código de Comercio regula finalmente tres supuestos especiales de
transmisión del riesgo en los cuales los daños y menoscabos que sufran las mercaderías, por
caso fortuito, serán de cuenta del vendedor, dadas las especiales características de los supuestos
en él considerados (venta hecha por número, peso o medida o en la que la cosa vendida no fuese
cierta y determinada con marcas y señales que la identifiquen; venta en la que el comprador
tuviese la facultad de reconocer y examinar previamente la cosa vendida; y venta con condición
de no hacer la entrega hasta que la cosa vendida adquiera las condiciones estipuladas).
En relación con el tema de la transferencia del riesgo también la Ley 3/2014, de 27 de marzo,
ha establecido una serie de normas para la venta a consumidores y usuarios, previstas en el
nuevo artículo 66 del texto refundido. Dichas normas que, con carácter general, establecen que
el riesgo de pérdida o deterioro de los objetos vendidos solo se transmite cuando el consumidor
o usuario haya adquirido la posesión material del bien ya sea personalmente o a través de un
tercero indicado por él, precisan, en relación con las ventas con expedición, supuesto no
considerado especialmente en nuestro Código de Comercio, que la entrega del bien por el
vendedor al transportista no supone transferencia del riesgo al consumidor, a menos que sea el
consumidor el que se encargue del transporte de los bienes, o el transportista elegido por el
consumidor para hacer el transporte de los bienes no esté dentro de los propuestos por el
empresario.
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Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
II. Compraventas especiales
4. Compraventa en feria o mercado y venta ambulante o no sedentaria
Las ventas en ferias o mercados aparecen recogidas en el Código de Comercio (art. 83). Su
regulación destaca de modo principal el carácter esencial del término: en el caso de que se trate
de ventas al contado que deben cumplirse en el mismo día de su celebración o a lo más en las
veinticuatro horas siguientes; pasados estos términos sin que ninguno de los contratantes haya
reclamado su cumplimiento, el Código prevé su nulidad (más bien es una resolución ministerio
legis), quedando los gajes, señal o arras en favor de la parte que las hubiere recibido.
Estas ventas que pertenecen, tal como se consideran en el Código, a un momento histórico ya
superado, y que se contraponen en su Exposición de Motivos a las ventas sedentarias, conectan
con lo que en el momento actual representan las llamadas ventas ambulantes. Ventas que,
sometidas al control de los Ayuntamientos dentro de la competencia de las Comunidades
Autónomas sobre comercio interior, fueron disciplinadas con carácter general por el Real
Decreto de 5 de junio de 1985, hoy día derogado por el Real Decreto 199/2010, de 26 de
febrero, por el que se regula la Venta Ambulante o no sedentaria, en el que previa la
determinación del concepto de venta ambulante, en el sentido de lo que se aclarará a
continuación y previa determinación de las distintas modalidades de estas ventas, se establece
dentro del marco de la Directiva 2006/123, de 12 de diciembre, relativa a los servicios en el
mercado interior, el régimen general de los controles a que deben someterse las llamadas ventas
ambulantes. Desde un punto de vista sustantivo cabe decir al respecto que la Ley de
Ordenación del Comercio Minorista dedica ahora a este tipo de ventas tres de sus preceptos en
los que, aparte de prever la correspondiente autorización por los Ayuntamientos y los límites
que a ellas se establecen, a través de la modificación que del artículo 54 de dicha Ley se ha
realizado, dentro del plan de liberalización de las actividades de servicios y su ejecución por la
Ley 1/2010, de 1 de marzo, de reforma de la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, se
reconoce como materia exclusiva del Estado el concepto mismo de venta ambulante.
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II. Compraventas especiales
5. Compraventa de plaza a plaza
Son, en cierto sentido, las ventas más notables en la práctica de los negocios. El tráfico
internacional y gran parte del interior se hacen con la obligación para el vendedor de remitir o
hacer transportar las mercaderías a la plaza de destino. Por esta razón, estas ventas han tenido
una manifestación muy importante en el tráfico marítimo. Pero en este momento interesa
fundamentalmente señalar la especial significación que muestra en estas ventas la incidencia
que el transporte tiene sobre el contrato de compraventa como elemento necesario de la entrega
y sus consecuencias sobre la transferencia del riesgo; en efecto, unas veces el vendedor se obliga
a efectuar la entrega en la plaza de destino corriendo con los gastos del transporte, pero otras,
las más, se obliga sólo a remitir iniciando la operación de transporte, pero sin correr con los
riesgos del mismo.
En el ámbito internacional, las ventas de plaza a plaza pueden quedar sometidas a las normas de
la Convención de Viena que regulan las ventas con expedición, así como también las relativas a
las ventas de mercaderías en tránsito (arts. 31, 67 y 68). El carácter dispositivo de estas normas
determina, no obstante, el interés fundamental que en las ventas de plaza a plaza ha de
concederse a los pactos entre las partes y la importancia que ha de darse a las Reglas Uniformes
que para la interpretación de los términos contractuales más usados en el tráfico internacional
ha elaborado la Cámara de Comercio Internacional, y que se refieren a los aspectos ya indicados
relativos al cumplimiento por el vendedor de la obligación de entrega y a la transferencia del
riesgo, así como a la imputación de los costes y la obligación de contratar el transporte y el
seguro de las mercancías e, incluso, la obligación de realizar los trámites aduaneros. Se trata de
reglas de interpretación recogidas en los llamados INCOTERMS, cuya más reciente edición es de
enero de 2000, que no son exclusivos del transporte marítimo y que tienen un claro valor
contractual, dependiendo su aplicación de la voluntad de las partes.
En relación con las ventas de plaza a plaza, es preciso señalar asimismo que si bien van
normalmente acompañadas de la realización de un contrato de transporte y de un contrato de
seguro sobre las mercancías, el funcionamiento de estos contratos no interfiere en las relaciones
entre comprador y vendedor, manteniendo cada contrato sus efectos propios entre las partes.
Así lo establece la jurisprudencia en las ventas Free on board (FOB) y «sobre vagón», en las que
el contrato queda cumplido situando el vendedor las mercancías sobre el vagón, a bordo del
buque o de una aeronave, momento en el que se produce la transmisión de la propiedad al
comprador; y así se mantiene también en relación con el caso más complejo de la venta Cost,
Insurance and Freight (CIF), en la que el vendedor no sólo ha de iniciar el transporte situando la
carga en el buque, sino que se obliga, además, a concertar el flete y el seguro de la mercancía,
teniendo la venta un precio comprensivo del costo o valor de la mercancía más el seguro y el
flete. En estos casos, no obstante, la venta se considera ya consumada en el puerto de embarque.
Ventas especiales en razón a la determinación del objeto vendido.
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II. Compraventas especiales
6. Compraventa sobre muestras y sobre calidad conocida en el comercio
El Código de Comercio regula estas ventas (art. 327), en las que la determinación del objeto del
contrato se hace a través de la muestra o señalando una calidad conocida en el comercio. Nos
encontramos, pues, ante contratos perfectos cuya peculiaridad reside en la forma en que se
determina el objeto. Así parece haberlo entendido el legislador cuando establece como
peculiaridad de su régimen jurídico que el comprador no podrá rehusar el recibo de los géneros
contratados si fueran conformes con la muestra o la calidad determinada, y que si los géneros
fueran declarados de recibo, la venta se estimará consumada; mientras que en caso contrario se
rescindirá el contrato sin perjuicio de la indemnización a que tenga derecho el comprador.
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II. Compraventas especiales
7. Venta a ensayo o a prueba y venta ad gustum
Como contrapunto a los supuestos regulados en aquel precepto (art. 327), el Código de
Comercio (art. 328) se refiere a aquellos otros casos en los que los géneros no se tienen a la vista,
ni pueden clasificarse por una calidad conocida en el comercio, o a aquellos supuestos en los que
el comprador, por pacto expreso, se ha reservado la facultad de ensayar el género contratado. En
unos y otros se da la circunstancia de que al celebrar el contrato no puede hacerse una
delimitación clara del objeto y de sus cualidades; de ahí que en ellos la especialidad se proyecte,
además, sobre el consentimiento.
Son dos distintos los supuestos contemplados en este precepto: por un lado, aquellos casos en los
que la indeterminación del objeto es tal que el comprador queda en total libertad para liberarse
del contrato; es el caso de las llamadas ventas ad gustum; por otro lado, están aquellos otros
supuestos en los que el ensayo que se reserva al comprador supone la comprobación de si se dan
en el objeto determinadas circunstancias, y sólo si no las reúne puede rescindir el contrato. Es de
advertir, no obstante, que en estos casos, si bien el Código se refiere a la posibilidad de rescindir
el contrato, se trata más bien de contratos sometidos a una condición suspensiva tal como se
desprende del régimen que sobre la transferencia del riesgo en estos contratos prevé el artículo
334.2. Es más, en la venta ad gustum, la total libertad que se concede al comprador para desistir
del contrato permite entender que nos encontramos ante una compraventa que no se
perfecciona mientras el comprador no examine el objeto y pueda decidir si adquirirlo o no.
En todo caso, en relación con estas ventas ha de tenerse en cuenta la regulación que sobre el
derecho de desistimiento se hace en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista (art. 10), al
disponer que cuando en el ejercicio de un derecho previamente reconocido se proceda a la
devolución de un producto, el comprador no tendrá obligación de indemnizar al vendedor por el
desgaste o deterioro del mismo debido exclusivamente a su prueba para tomar una decisión
sobre su adquisición definitiva sin alterar las condiciones del producto en el momento de la
entrega.
Nos referimos en este caso a aquellas ventas que, realizadas a través de distintos medios o
procedimientos que facilitan la formación del consentimiento, han recibido un tratamiento
especial en nuestro Derecho; así sucede con algunas de las que como compraventas especiales
han sido reguladas en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista. Son las llamadas ventas a
distancia, las ventas automáticas y las ventas en pública subasta. Para todas ellas, además de su
regulación específica, se prevén sistemas de control por parte de las Administraciones públicas
correspondientes.
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II. Compraventas especiales
8. Venta a distancia
8. VENTA A DISTANCIA
Reguladas las ventas a distancia en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, los artículos
correspondientes fueron nuevamente redactados por la Ley de 19 de diciembre de 2002 para
adaptar la regulación de estas ventas a la Directiva 97/7/(CEE) en materia de contratos a
distancia, considerándose en ellos como tales las celebradas sin la presencia simultánea del
comprador y del vendedor, por cualquier medio de comunicación a distancia. Al analizar estas
ventas conviene advertir, no obstante, que el texto refundido de la Ley General para la
Defensa de los Consumidores y Usuarios ha tenido una incidencia importante sobre la
regulación de la Ley de Ordenación del Comercio Minorista. Efectivamente, el texto refundido, al
ofrecer una regulación propia de los contratos a distancia celebrados con consumidores, no sólo
derogó los preceptos de la Ley que hacían referencia expresa a los consumidores, si no que al
excluir de ella las ventas a distancia celebradas con consumidores eliminó en buena medida el
sentido de la regulación protectora que en ella se establecía. En estas circunstancias, la Ley
3/2014, de 27 de marzo, dando un paso más, ha derogado los artículos 39 a 48 de la Ley de
Ordenación del Comercio Minorista, relativos al régimen jurídico de las ventas a distancia, que
quedan regulados en los términos previstos para los contratos a distancia por el texto refundido
de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios. La regulación de las ventas a
distancia en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista ha quedado reducida al contenido del
artículo 38 de dicha Ley, cuya redacción ha sido modificada por la disposición adicional
segunda, cuatro, de la citada Ley 3/2014, y que, remitiéndose para la calificación de las ventas a
distancia y para su ejercicio al texto refundido de la Ley General para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios, lo que prevé es la obligación de las empresas de ventas a distancia de
comunicar en el plazo de tres meses el inicio de su actividad al Registro de ventas a distancia,
que recogerá los datos que reglamentariamente se establezcan. Las empresas de terceros países
que practiquen ventas a distancia en territorio español, harán la comunicación al Registro de
ventas a distancia del Ministerio de Economía y Empresa, previéndose un intercambio de datos
entre dicho Registro y el que para las entidades españolas llevan las comunidades autónomas.
Últimamente con la modificación realizada en el artículo 38 de la Ley por el Real Decreto-Ley
20/2018, de 7 de diciembre, de medidas urgentes para el impulso de la competitividad en el
sector de la industria y el comercio, la regulación de las ventas a distancia se refiere
directamente a que para su calificación se estará a lo dispuesto en el artículo 92 del Texto
Refundido de la ley General para la defensa de los consumidores y usuarios y otras Leyes
complementarias, y que para el ejercicio de las ventas a distancia será de aplicación el régimen
contenido en el Titulo III de dicho texto refundido.
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II. Compraventas especiales
9. Venta automática
9. VENTA AUTOMÁTICA
De acuerdo con la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, entendemos por venta
automática la forma de distribución detallista en la que se pone a disposición del consumidor el
producto o servicio para que éste lo adquiera mediante el accionamiento de cualquier tipo de
mecanismo y previo pago de su importe (art. 49.1). Estas ventas no sólo plantean problemas
sobre la forma en que se realiza la manifestación de la voluntad contractual, sino también sobre
la necesidad de evitar abusos a los que este procedimiento puede dar lugar. De ahí el control
técnico, (excluida hoy día la autorización administrativa por la ya citada Ley 1/2010, de 1 de
marzo), a que se somete la instalación de las máquinas (art. 49.2) y otra serie de normas
importantes sobre la necesidad de que en las máquinas de venta figuren con claridad por un
lado, la información relativa al producto que se expende y al comerciante, indicando el tipo de
producto, su precio, identidad del oferente, así como dirección y teléfono donde se atienden las
reclamaciones, y por otro, información sobre la máquina, el tipo de monedas que admite,
instrucciones para la obtención del producto y acreditación del cumplimiento de la normativa
técnica aplicable (art. 50 modificado por Ley 1/2010, de 1 de marzo). Todas las máquinas deben
permitir la recuperación automática del importe introducido cuando no se facilite el artículo
solicitado (art. 51); y cuando las máquinas estén instaladas en un local destinado al desarrollo de
una empresa o actividad privada, los titulares de la misma responderán solidariamente con el
titular de la máquina frente al comprador del cumplimiento de las obligaciones específicas
derivadas de la venta automática (art. 52).
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II. Compraventas especiales
10. Venta en pública subasta
Se entiende por ventas en pública subasta aquellas ventas en las que se oferta pública e
irrevocablemente la venta de un bien a favor de quien ofrezca dentro del plazo concedido al
efecto el mejor precio a partir de un mínimo previamente fijado; al regular estas ventas, la
Ley de Ordenación del Comercio Minorista tiene en cuenta las realizadas por empresas que se
dediquen habitualmente a esta actividad o al comercio al por menor, con especial consideración
de las subastas de arte y de objetos preciosos ( art. 56 LOCM).
La regulación de estas ventas en lo que se refiere a las relaciones de la empresa subastadora con
los clientes está inspirada en la necesidad de proteger a estos últimos contra los abusos que
puedan producirse. Dichas normas se refieren fundamentalmente a: 1.º la obligación de hacer la
oferta de manera que no pueda inducirse a error sobre las cualidades del objeto subastado,
respondiendo en caso contrario la empresa subastadora junto con el titular del bien de forma
solidaria; 2.º la empresa subastadora sólo podrá exigir fianza a los licitadores cuando se haya
hecho constar en los anuncios de la subasta; 3.º la formalización escrita de la operación de venta
y de la adjudicación; 4.º la irreivindicabilidad de los bienes muebles adquiridos mediante una
venta en pública subasta en los términos del artículo 85 del Código de Comercio (arts. 57 a
61); 5.º la responsabilidad solidaria a que se somete a la empresa subastadora junto con el titular
del bien subastado.
Ventas especiales en razón a que se difiere el pago del precio o las prestaciones de ambas partes.
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11. Venta a plazos
Con carácter general, puede decirse que se trata de ventas en las que, aun realizándose la
entrega del objeto vendido por el vendedor, el pago del precio por el comprador queda diferido
por fracciones generalmente iguales y periódicas. Son contratos de gran difusión en el comercio
moderno, en los que para soslayar el riesgo que entrañan para el vendedor por la posible
insolvencia de sus compradores, se ha acudido a distintas cláusulas, como el «pacto de reserva
de la propiedad», cuya validez no ha dejado de plantear problemas.
Para evitar los abusos que pueden producirse en este tipo de ventas, sobre todo en relación con
la resolución del contrato en los supuestos en que se trata de que el vendedor recupere los
objetos vendidos, las ventas a plazos de bienes muebles corporales y no consumibles fueron
reguladas por primera vez en nuestro Derecho por la Ley, de 17 de julio de 1965, que si bien de
forma indirecta, puede considerarse como una primera expresión de la protección al
consumidor en materia de crédito al consumo. Esta protección ha sido ampliada posteriormente
con la Ley, de 23 de marzo de 1995, de Crédito al Consumo, modificada para su adaptación a la
nueva legislación europea por la Ley 16/2011, de 24 de junio, de Contratos de Crédito al
Consumo, produciéndose de esta forma una doble regulación cuya armonización constituye uno
de los objetivos de la nueva Ley de Ventas a Plazos, de 13 de julio de 1998, que modifica la
anterior, estableciendo normas que tienen carácter imperativo.
La Ley tiene por objeto la regulación de los contratos de ventas a plazos de bienes muebles
corporales no consumibles e identificables, los contratos de préstamo destinados a facilitar su
adquisición (préstamos de financiación a vendedor y préstamos de financiación a comprador) y
las garantías que se constituyan para asegurar el cumplimiento de las obligaciones nacidas de
los mismos. Quedan, no obstante, excluidas de la Ley las compraventas a plazos de bienes que
con o sin ulterior manipulación se destinen a la reventa al público y los préstamos cuya
finalidad sea la de financiar esas operaciones; las ventas o préstamos ocasionales sin finalidad
de lucro; los préstamos y ventas garantizados con hipoteca o prenda sin desplazamiento sobre
los bienes objeto del contrato; aquellos contratos cuya cuantía sea inferior a la que se fije
reglamentariamente, y los contratos de arrendamiento financiero.
En lo que toca al concepto de venta a plazos, dos son los aspectos que se tienen en cuenta para su
configuración: el objeto de la venta y la forma de establecerse el aplazamiento del precio. En
cuanto al objeto, se exige por la Ley que se trate de bienes muebles no consumibles e
identificables. Y en cuanto al aplazamiento del precio, no es necesario un desembolso inicial, ni
tampoco que el pago del precio se difiera en varios plazos, pudiendo serlo sólo en uno, siempre y
cuando su duración sea superior a tres meses. Se trata, además, de un contrato formal de
contenido parcialmente obligatorio (art. 7).
En lo relativo a su régimen jurídico, la venta a plazos ofrece ahora ciertas peculiaridades que
evidencian una mayor preocupación por la protección del comprador. Estas normas, no todas
ellas nuevas, son las siguientes:
1.º Las que vinculan la eficacia de la venta a la obtención del crédito correspondiente (arts. 62 y
63).
2.º Las que regulan la llamada facultad de desistimiento del contrato, sometido a un régimen
especial, pero sin necesidad de que se alegue causa alguna (art. 9).
3.º Las que prevén el pago anticipado total o parcial del precio aplazado sin que se le puedan
exigir los intereses no devengados (art. 9.3).
4.º Las normas que regulan el incumplimiento del comprador y que, sustituyendo el régimen
general de resolución de los contratos previsto en el artículo 1124 del Código Civil, pretende
armonizar el justo equilibrio de los intereses en juego. Se prevé en este sentido que si el
comprador demorase el pago de dos plazos o el último de ellos, el vendedor puede optar por
exigir el pago de todos los plazos pendientes o la resolución del contrato. En este último caso, la
peculiaridad viene dada porque si bien las partes deberán restituirse recíprocamente las
prestaciones realizadas, el vendedor puede deducir el 10 por 100 del importe de los plazos
pagados en concepto de indemnización por la tenencia de la cosa por el comprador, y una
cantidad igual al desembolso inicial, si existiere, como depreciación de la cosa vendida, todo ello
sin perjuicio, por supuesto, de la indemnización que proceda en caso de deterioro del objeto
vendido (art. 10).
En caso de que el vendedor opte por exigir judicialmente el cumplimiento de los plazos, se le
concede al juez una facultad moderadora para que con carácter excepcional y por justas causas
apreciadas discrecionalmente señale nuevos plazos o altere los convenidos, determinando, en su
caso, los recargos correspondientes (art. 11 de la Ley).
Por otro lado, y para el caso de incumplimiento del deudor, la Ley ofrece un sistema de garantías
al acreedor (vendedor o financiador), que se hace efectivo frente a terceros a través del Registro
de Venta a Plazos de Bienes Muebles, y el establecimiento de un procedimiento especial para la
venta en subasta a través de fedatario público de los bienes adquiridos a plazos, en el supuesto
de contratos inscritos en dicho Registro (art. 16).
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III. Compraventas internacionales
Como es sabido, la compraventa como instrumento de cambio es también una institución central
en el comercio exterior y objeto de consideración preferente en el proceso de unificación del
Derecho mercantil, necesario para evitar los posibles conflictos de leyes derivados de la
disparidad de ordenamientos jurídicos nacionales. Esta unificación se lleva a cabo por una doble
vía: de un lado, con la elaboración de una legislación uniforme en el seno de las convenciones
internacionales y el compromiso de los Estados contratantes de introducirla en su Derecho
interno; de otro, a través de la redacción de contratos tipos y condiciones de venta dentro de los
distintos sectores del tráfico internacional.
La Convención establece el carácter dispositivo de sus normas, pudiendo las partes excluir su
aplicación de forma expresa o tácita pero real y consciente, o introducir excepciones o
modificaciones. El régimen de la compraventa está regulado en la Convención de forma muy
detallada, fundamentalmente por lo que se refiere a la formación del contrato, a las obligaciones
asumidas por las partes y a la transferencia del riesgo, quedando fuera de su regulación los
aspectos relativos a la validez del contrato o de sus estipulaciones; así como los efectos que el
contrato puede producir sobre la propiedad de las mercaderías vendidas y la responsabilidad
del vendedor por la muerte o lesiones corporales que las mercancías causen a una persona. Sus
normas responden a la idea de facilitar la finalidad económica del contrato a través de una
satisfacción razonable de los intereses de las partes, de acuerdo con la buena fe, sin que se vean
afectadas, ni la seguridad, ni la rapidez del tráfico económico; de ahí su extraordinario interés
en nuestro ordenamiento como criterio inspirador del régimen del contrato.
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IV. Otros contratos afines a la compraventa
12. El contrato de permuta
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IV. Otros contratos afines a la compraventa
13. La transferencia de créditos
La disciplina del Código (arts. 347 y 348) recoge los requisitos fundamentales de dicha cesión,
que no está sometida a formalidad alguna, ni necesita del consentimiento del deudor; es
suficiente con poner en su conocimiento la transferencia para que el deudor quede obligado con
el nuevo acreedor y sólo pueda reputarse legítimo el pago que se haga a éste. El cedente
responderá de la legitimidad del crédito y de la personalidad con que hizo la cesión, pero no de
la solvencia del deudor a no mediar pacto en contrario que así lo establezca (art. 348). La cesión
de créditos mercantiles no endosables ni al portador queda así sometida a un régimen paralelo a
la de los créditos civiles, salvo en lo que se refiere a la responsabilidad sobre la solvencia del
deudor (v. art. 1529.1 CC).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 32. El contrato de compraventa y contratos afines
IV. Otros contratos afines a la compraventa
14. El contrato estimatorio
Dentro de los contratos de cambio de bienes, entre los cuales la compraventa es el más claro
exponente, procede analizar también el llamado contrato estimatorio, que, utilizado como un
útil instrumento de distribución de mercaderías y productos en las relaciones entre productores
o mayoristas y comerciantes al por menor en determinados sectores de la actividad comercial,
especialmente en el comercio de librería, tiene unas características propias (de hecho algunos
ordenamientos modernos lo han regulado expresamente), lo que no excluye que, con carácter
general, dada la ausencia de regulación especial en nuestro Derecho, se reconozca también que
habrán de aplicarse a este contrato, por analogía, algunas de las normas generales de la
compraventa.
Se conoce como contrato estimatorio aquel por el que una de las partes (tradens) entrega a otra
(accipiens) determinadas cosas muebles cuyo valor se estima en una cantidad cierta, obligándose
el accipiens a procurar la venta de dichas cosas dentro de un plazo y a devolver el valor
estimado de las cosas que venda y el resto de las no vendidas.
Así configurado el contrato, puede decirse que desde un punto de vista económico responde a
determinados intereses de las partes, fundamentalmente el de ser un medio de financiación del
minorista accipiens que se abastece sin necesidad de desembolsar el importe de las mercancías
que recibe, obteniendo su beneficio de la diferencia entre el valor estimado y el precio de venta,
mientras que al tradens se le permite la difusión de sus productos aprovechando la
infraestructura del accipiens. Desde un punto de vista jurídico se trata de un contrato que, como
se ha señalado en la doctrina y la jurisprudencia, presenta analogías con el depósito, la comisión
de venta y la venta sometida a condición suspensiva.
En el contrato estimatorio, sin embargo, hay que destacar que la entrega de la cosa no produce
la transmisión de la propiedad, sino la atribución al accipiens de un poder exclusivo de
disposición sobre el objeto. El funcionamiento de este poder exclusivo de disposición es el que
permite diferenciar el contrato estimatorio de los contratos anteriormente y citados, y el que
fundamenta una de las peculiaridades de la posición jurídica del accipiens, que sin adquirir con
la entrega la propiedad de las mercancías recibidas debe soportar su pérdida o deterioro
mientras permanezcan en su poder. Debiendo, además, el accipiens, una vez cumplido el plazo,
devolver los productos recibidos o bien el valor en que hubieren sido estimados.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 33. Los contratos de colaboración
Lec c ió n 3 3
Sumario:
I. El contrato de comisión
1. Concepto
2. Comisión y representación
3. Analogías y diferencias con otras figuras jurídicas
4. Objeto y formación del contrato
5. Contenido del contrato
A. Cumplimiento del encargo
B. Obligación de rendir cuentas
C. Prohibición de hacer de contraparte
D. Pacto de garantía
E. Privilegio del comisionista
6. Obligaciones y derechos del comitente
A. El pago de la comisión
B. Mantener indemne al comisionista
C. Garantía del comitente
7. Extinción de la comisión
II. El contrato de mediación
8. Concepto y régimen jurídico
III. El contrato de agencia
9. Regulación legal
10. Concepto y caracteres
11. Régimen jurídico del contrato
A. Derechos y obligaciones de las partes
B. Duración del contrato
C. Extinción del contrato
D. Indemnizaciones al término del contrato
IV. Los contratos de distribución
12. Concepto y notas comunes
13. Principales modalidades
14. Contenido del contrato. Especial consideración del pacto de exclusiva
15. La terminación de los contratos de distribución y el régimen indemnizatorio
16. La aplicación de la normativa de la competencia a los contratos de distribución
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A) El mercado de bienes y productos
Lección 33. Los contratos de colaboración
II. El contrato de mediación
8. Concepto y régimen jurídico
Los mediadores son personas que colaboran en la actividad de los empresarios mercantiles sin
estar ligadas a ellos por un vínculo jurídico permanente y estable. La colaboración del mediador
se presta caso por caso a través del llamado contrato de mediación o corretaje, por el que una de
las partes (el mediador) se obliga, a cambio de una remuneración, a promover o facilitar la
celebración de un determinado contrato entre la otra parte y un tercero que habrá de buscar al
efecto. La finalidad del contrato de mediación es, por tanto, la de poner en relación entre sí a las
partes que han de celebrar un futuro contrato cualquiera que éste sea (compraventa, transporte,
préstamo, seguro, etc.).
El carácter mercantil del contrato de mediación se deriva de la naturaleza de los contratos que
promueve o facilita el mediador. El Código de Comercio, al declarar libre la mediación en las
operaciones mercantiles, sanciona el carácter mercantil de la actividad desplegada por todo
agente mediador de comercio y con ello confiere ese mismo carácter al contrato en virtud del
cual se desarrolla esa actividad mediadora.
La mediación no debe identificarse con la comisión, aunque tenga con ella ciertas afinidades,
pues, si bien el mediador se obliga a realizar un encargo recibido de otra persona, su actividad, a
diferencia de la del comisionista, no es propiamente jurídica, sino material (aproximación de los
dos futuros contratantes), aunque es posible que junto a la mediación concurra un mandato
expreso. Por otra parte, se diferencia del contrato de agencia en que el encargo que se recibe no
es continuado y estable sino esporádico y también en que el mediador no actúa en interés
exclusivo de la parte que le encomendó la mediación, a diferencia de lo que sucede con el
agente. Tampoco puede confundirse con el arrendamiento o contrato de obra, porque el
mediador no se compromete u obliga, al menos normalmente, a conseguir un resultado u obra
determinada, sino sencillamente a desplegar su actividad en la búsqueda de posibles
contratantes.
En cuanto al contenido y efectos del contrato, a falta de una regulación legal, habrá que estar a
lo estipulado por las partes y, en su defecto, a lo que establezcan los usos de comercio y las
normas del contrato de comisión que puedan ser aplicadas por analogía.
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Lección 33. Los contratos de colaboración
III. El contrato de agencia
9. Regulación legal
9. REGULACIÓN LEGAL
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A) El mercado de bienes y productos
Lección 33. Los contratos de colaboración
III. El contrato de agencia
10. Concepto y caracteres
El contrato de agencia puede definirse como aquel contrato por el que una persona natural o
jurídica (denominada agente) se obliga frente a otra (generalmente denominada principal) de
forma continuada o estable y a cambio de una remuneración, a promover exclusivamente actos
u operaciones de comercio por cuenta ajena, o a promoverlos y concluirlos por cuenta y en
nombre ajenos, como intermediario independiente, sin asumir el riesgo de tales operaciones,
salvo pacto en contrario (art. 1).
De esta definición pueden extraerse las siguientes características esenciales: en primer lugar, el
agente es un empresario que actúa como intermediario independiente, por lo que no tendrán
esta consideración los representantes y viajantes de comercio, que se encuadran dentro de la
figura de los dependientes, ni, en general, las personas que se encuentren vinculadas por una
relación laboral con el empresario (art. 2). Sin embargo, no siempre resulta fácil deslindar los
supuestos en los que existe una relación mercantil de agencia de aquellos otros en los que las
partes están vinculadas por una relación laboral de carácter especial [v. el art. 2. f) y el RD
1438/1985, de 1 de agosto], por lo que habrá que estar a los diferentes criterios que permitan
determinar, en cada caso, si existe, por modesta que sea, una verdadera organización material y
personal mediante la cual se manifieste la condición de empresario independiente del agente.
En segundo lugar, la actividad del agente se dirige a promover y concluir actos u operaciones de
comercio, excepto las que se efectúen en mercados secundarios oficiales o reglamentados de
valores (art. 3). En tercer lugar, el agente actúa por cuenta y en nombre del empresario o
empresarios, no asumiendo el riesgo de las operaciones que promueve o contrata. El agente
representa al principal y está facultado para promover las operaciones previstas en el contrato,
pero sólo podrá concluirlas en su nombre cuando tenga expresamente atribuida esta facultad
(art. 6). En cuarto lugar, se trata de una colaboración estable o duradera, pudiendo establecerse
el contrato por tiempo determinado o indefinido (art. 23). En quinto lugar, el contrato de agencia
es siempre remunerado (arts. 11 y ss.). Finalmente, se trata de un contrato de carácter
consensual, aunque las partes pueden compelerse a formalizarlo por escrito (art. 22). La propia
Ley incentiva dicha fórmula al exigir su constancia por escrito como requisito para la validez de
determinadas cláusulas, sirvan de ejemplo los pactos de no competencia o de garantía.
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Lección 33. Los contratos de colaboración
III. El contrato de agencia
11. Régimen jurídico del contrato
A. Derechos y obligaciones de las partes
Ante todo hay que señalar que ambas partes están sometidas a un deber genérico de lealtad y
buena fe.
Entre las obligaciones del principal destacan las siguientes que tienen también carácter esencial:
1) Poner a disposición del agente, con antelación suficiente y en cantidad apropiada, los
muestrarios, catálogos, tarifas y demás documentos necesarios para el ejercicio de su actividad
profesional. Esta obligación se corresponde con el deber que incumbe al agente de promocionar
la actividad del principal. 2) Procurar al agente todas las informaciones necesarias para la
ejecución del contrato de agencia y, en particular, advertirle, desde que tenga noticia o previsión
de ello, de que el volumen de los actos u operaciones va a ser sensiblemente inferior al que el
agente hubiera podido esperar. 3) Satisfacer al agente la remuneración pactada conforme al
sistema escogido, que podrá consistir en una cantidad fija, una comisión (normalmente pactada
en función del volumen de ventas) o una combinación de ambas. La remuneración es un
elemento esencial del contrato, de ahí que, en defecto de pacto, no se imponga la gratuidad, sino
que la retribución será fijada de acuerdo con los usos de la plaza donde el agente desempeñe su
actividad y, a falta de éstos, por el juez en la forma y cuantía que estime razonable. El precio
fijado en el contrato es global e incluye, salvo pacto en contrario, todos los gastos efectuados por
el agente en el desempeño de su actividad (art. 18). 4) El conjunto de obligaciones del principal
se completa con la de comunicar al agente, en un breve plazo, la aceptación o el rechazo de la
operación notificada, así como, en su caso, la ejecución total o parcial o la falta de ejecución de la
operación (art. 10.3).
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III. El contrato de agencia
11. Régimen jurídico del contrato
B. Duración del contrato
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Lección 33. Los contratos de colaboración
III. El contrato de agencia
11. Régimen jurídico del contrato
C. Extinción del contrato
El contrato de agencia se extingue por las causas generales aplicables a todos los contratos,
destacando entre ellas el cumplimiento del término pactado.
Si el contrato se hubiera acordado por tiempo indefinido, las partes podrán denunciar
unilateralmente el contrato en cualquier momento (art. 25). La razón que explica esta norma,
que, por otra parte, no es exclusiva de esta modalidad de contrato, se encuentra en la repulsa
que, en el mundo de las relaciones contractuales, generan los vínculos de carácter eterno. Ahora
bien, la facultad de denuncia del contrato ha de ejercitarse de conformidad con el postulado
general de la buena fe, lo que se traduce, en este caso, en la exigencia de dar un aviso por escrito
con una antelación mínima de un mes por cada año de vigencia del contrato y máxima de seis
meses; no obstante, si el contrato hubiera tenido una vigencia inferior al año, el preaviso se
limitará a un mes (art. 25). Las partes podrán acordar plazos más amplios de preaviso con el
único límite de que el plazo para el agente no tenga una duración inferior al establecido para el
principal. El preaviso no será necesario en caso de incumplimiento por la otra parte de alguna
de las obligaciones legal o contractualmente estipuladas ni tampoco cuando la contraparte
hubiere sido declarada en concurso de acreedores (art. 26). Como causa general de extinción del
contrato figura también la muerte o declaración de fallecimiento del agente; la Ley no otorga, sin
embargo, el mismo tratamiento al fallecimiento del principal, ya que, en este caso, la extinción
no se producirá de modo automático, sino que será preciso que sus sucesores en la empresa
denuncien el contrato con el oportuno preaviso (art. 27).
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Lección 33. Los contratos de colaboración
III. El contrato de agencia
11. Régimen jurídico del contrato
D. Indemnizaciones al término del contrato
La Ley ha establecido un régimen especial de indemnizaciones exigibles por el agente una vez
finalizado el contrato que comprende, por una parte, una indemnización de carácter general por
la clientela obtenida a favor del principal y, por otra, una indemnización de carácter específico
por los daños y perjuicios causados que se limita a los casos en que proceda.
La indemnización por clientela requiere que el agente haya aportado nuevos clientes al
principal o incrementado sensiblemente las operaciones con la clientela preexistente y, además,
que su actividad anterior continúe produciendo ventajas sustanciales para el empresario en
cuestión y resulte equitativamente procedente debido a la pérdida de comisiones, a la existencia
de un pacto de prohibición de competencia o a cualquier otra circunstancia. Este régimen se
aplica tanto a los contratos de duración determinada como a los de duración indefinida. La
cuantía de esta indemnización no podrá exceder, en ningún caso, del importe medio anual de las
remuneraciones percibidas por el agente durante los últimos cinco años o durante toda la
vigencia del contrato si su duración fuera inferior (art. 28).
Sin perjuicio de la indemnización por clientela, el agente tendrá derecho a exigir una
indemnización por los daños y perjuicios causados por la resolución unilateral del contrato de
agencia de duración indefinida por parte del principal, siempre que la misma no permita al
agente amortizar los gastos que, a instancia del principal, haya realizado para la ejecución del
contrato (art. 29). Así pues, esta indemnización se configura como una compensación por las
inversiones no amortizadas impuestas por el principal al agente y puede reclamarse de forma
independiente e incluso conjuntamente con la anterior.
Por último, la Ley contempla una serie de supuestos en los cuales no existe el derecho a ninguna
de las indemnizaciones a las que nos hemos referido con anterioridad: cuando el contrato se
hubiese extinguido por causa del incumplimiento por el agente de las obligaciones establecidas
legal o contractualmente; cuando se hubiese cedido el contrato a un tercero, con consentimiento
del principal; o cuando sea el propio agente el que resuelva unilateralmente el contrato, salvo
que la denuncia tuviera como causa circunstancias imputables al principal o se fundara en la
edad, la invalidez o la enfermedad del agente y, en consecuencia, no pudiera exigírsele
razonablemente la continuidad de sus actividades (art. 30).
La acción del agente para reclamar cualquiera de las indemnizaciones citadas prescribirá en el
plazo de un año a contar desde el momento de la extinción del contrato (art. 31).
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Lección 33. Los contratos de colaboración
IV. Los contratos de distribución
12. Concepto y notas comunes
Los contratos de distribución son aquellos en los que el productor o fabricante de un bien o el
proveedor de un servicio acuerda con el distribuidor el suministro regular de los mismos para
su reventa en una zona determinada. Estos contratos se utilizan también, por lo general, como
una técnica de integración empresarial en la medida en que, a través de ellos, los distribuidores
ponen sus establecimientos al servicio de los fabricantes o proveedores y subordinan su política
comercial al logro de un objetivo común que se lleva a cabo mediante una actuación coordinada
de todos ellos, lo que permite aumentar la eficiencia del sistema y beneficia a todos sus
miembros.
Estos contratos, a pesar de sus múltiples manifestaciones, tienen una estructura común y se
caracterizan fundamentalmente por las siguientes notas: 1) Son contratos de colaboración
celebrados entre empresarios independientes, generalmente un fabricante y varios
comerciantes, para la implantación de una red de venta o distribución de los productos o
servicios de aquél. En estos contratos el distribuidor actúa por cuenta propia y, por lo tanto,
asume el riesgo empresarial de las operaciones en que interviene. Esta característica permite su
diferenciación del contrato de agencia. 2) Son contratos mercantiles, de duración continuada y
habitualmente de adhesión, por lo que resultará también aplicable a los mismos la Ley de
Condiciones Generales de la Contratación de 1998. 3) Son contratos intuitu personae o basados en
la confianza, aunque no puede decirse que sean personalísimos, ya que los factores que
conforman esta característica son, en este caso, esencialmente instrumentales y se refieren a la
capacidad técnica, profesional o financiera del distribuidor. 4) Son contratos que conllevan la
mayor parte de las veces una cesión de derechos sobre bienes inmateriales (marcas, rótulos,
logotipos, know how, etc.). 5) Finalmente, se trata de fórmulas contractuales nuevas y carentes
de regulación legal, si bien su frecuente utilización en la práctica les ha permitido alcanzar una
tipificación social que justifica su tratamiento diferenciado.
La nota esencial que permite agrupar estos contratos dentro de una categoría y diferenciarlos de
otros negocios jurídicos estriba, sin embargo, en su común causa negocial, ya que todos ellos
cumplen en el tráfico una idéntica función económica, como es el favorecer la comercialización
de productos o servicios mediante la creación de estructuras económicas integradas y duraderas
a través de empresarios jurídicamente independientes. La finalidad esencialmente perseguida
por estos contratos no es sólo favorecer un intercambio planificado de prestaciones entre dos
empresarios, sino integrar al distribuidor en el seno de una estructura organizada denominada
canal o red de distribución, dentro de la cual actuarán con independencia, aunque sometidos a
unos mismos criterios y restricciones impuestos por el productor o fabricante, que, de este
modo, consigue mantener el control de la distribución de sus productos sin emplear recursos
propios; a su vez, los distribuidores ven holgadamente compensadas las restricciones que sufren
a la hora de organizar su negocio al participar del renombre y de la clientela del titular de la red.
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A) El mercado de bienes y productos
Lección 33. Los contratos de colaboración
IV. Los contratos de distribución
13. Principales modalidades
c) El contrato de distribución selectiva, por el cual el proveedor se obliga a vender los bienes o
servicios objeto del contrato únicamente a distribuidores seleccionados por él que no gozan de
exclusividad territorial, mientras que el distribuidor se obliga a revender dichos bienes o
servicios en su establecimiento o también on line solamente a consumidores finales, respetando
las instrucciones del proveedor y prestando en su caso asistencia técnica a los compradores.
d) El contrato de distribución exclusiva, por el cual el proveedor se obliga a vender los bienes o
servicios especificados en el contrato únicamente a un distribuidor dentro de una zona
geográfica determinada para que éste los revenda en dicha zona.
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A) El mercado de bienes y productos
Lección 33. Los contratos de colaboración
IV. Los contratos de distribución
14. Contenido del contrato. Especial consideración del pacto de exclusiva
Además de las obligaciones principales que se contienen en las anteriores definiciones, existen
otras obligaciones complementarias que se imponen tanto al proveedor como al distribuidor.
Así, el proveedor estará obligado a remitir puntualmente las mercancías, aplicar los descuentos
o pagar los cánones por el volumen de ventas alcanzado por el distribuidor y procurar que los
distribuidores respeten las zonas de venta establecidas. El distribuidor, a su vez, vendrá
obligado, por ejemplo, a comprar una cantidad mínima de productos y una gama o surtido
completo de los mismos, mantener unos determinados niveles de stocks, promover las ventas,
realizar publicidad de dichos productos, respetar las marcas y signos distintivos del proveedor y
no invadir los territorios asignados a otros distribuidores. Por otra parte, hay que señalar la
ilicitud de la cláusula contractual que faculta al proveedor a imponer el precio de reventa por
resultar contraria al principio de la libertad de empresa; por lo tanto, el proveedor o fabricante
no puede fijar el precio de venta al público de un producto o servicio. A estos efectos, hay que
distinguir, sin embargo, entre los precios de tarifa o recomendados, que no resultan vinculantes
para el distribuidor, y los precios fijos, que son aquellos que no se pueden aumentar ni
disminuir, por ejemplo, realizando descuentos.
La exclusiva estipulada a favor del proveedor impedirá al distribuidor adquirir las mercancías
objeto del contrato a otro proveedor distinto del estipulado. Aunque, a primera vista, parece
beneficiar al proveedor, pues le permite racionalizar la producción y asegurar la venta de sus
productos, sin embargo, no resulta exclusivamente favorable para éste, ya que también
garantiza al comprador el abastecimiento permanente en mejores condiciones de compra. El
contenido fundamental de este contrato radicará en la obligación del distribuidor de no comprar
a otros proveedores. A cambio de la asunción de esta obligación, el distribuidor recibirá diversas
compensaciones como un mejor precio, asistencia técnica o la posibilidad de utilizar los signos
distintivos del proveedor. La exclusiva en favor del distribuidor consiste en que el proveedor se
compromete a no vender las mercancías o servicios objeto del contrato a otro distribuidor
dentro del territorio delimitado en el contrato. Entre las particularidades de esta modalidad de
exclusiva se encuentra la necesidad de determinar la zona asignada al distribuidor, ya que éste
únicamente podrá desarrollar su actividad dentro de la citada zona. La exclusiva en favor de
ambas partes supone la asunción conjunta y recíproca de las obligaciones anteriormente
enumeradas.
El pacto de exclusiva despliega sus efectos solamente entre las partes contratantes y sus
herederos, de modo que será ineficaz frente a terceros. Así pues, ni el proveedor ni el
distribuidor podrán impedir que un tercero no integrado en la red de distribución comercialice,
dentro de la zona de exclusiva, el mismo producto objeto del pacto de exclusiva pero que ha sido
adquirido en otro territorio distinto (comercio paralelo). Sin embargo, si el tercero, al
comercializar un producto en el territorio delimitado en el pacto de exclusiva, tratara de
aprovecharse de la reputación o el prestigio adquirido por el distribuidor, incurriría en un acto
de competencia desleal ( art. 12 LCD).
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IV. Los contratos de distribución
15. La terminación de los contratos de distribución y el régimen indemnizatorio
Los contratos de distribución se extinguen normalmente por las causas generales previstas en el
ordenamiento jurídico, y especialmente por el cumplimiento del plazo establecido para su
vigencia. En defecto de plazo o en el caso de que el contrato se pactara, como es habitual, por
tiempo indefinido, cabrá el desistimiento unilateral de cualquiera de las partes, que habrá de
ejercitarse siempre con arreglo a los principios de la buena fe. La muerte de cualquiera de las
partes no será causa de extinción de estos contratos, ya que los mismos no se celebran tanto
intuitu personae sino en función de las condiciones que presenta la empresa distribuidora.
Con respecto a la indemnización por clientela, hay que señalar que, en un primer momento,
nuestra jurisprudencia estableció que el distribuidor no precisaba de una tutela específica
diferente de la general ofrecida por el Derecho común en materia de terminación de los
contratos y, por tanto, negó al distribuidor el derecho a ser indemnizado por la clientela
obtenida, a menos que hubiese un pacto expreso en contrario. Tras la promulgación de la Ley
sobre el Contrato de Agencia, gran parte de la jurisprudencia se decantó por la conveniencia de
aplicar por analogía a los contratos de distribución lo estipulado en el artículo 28 de la citada
Ley. En la actualidad, sin embargo, la jurisprudencia del Tribunal Supremo parece haber
tomado un nuevo rumbo, al incidir en la necesidad de diferenciar el contrato de agencia de los
contratos de distribución, dada su diferente naturaleza jurídica, negando, en consecuencia, la
viabilidad de la interpretación analógica, y estableciendo taxativamente que, en esta modalidad
contractual, se aplicará lo pactado por las partes, y, en defecto de pacto, no existirá, con carácter
general, un derecho a la indemnización por la pérdida de clientela porque precisamente su
obtención constituye el objeto del contrato, no obstante cuando se dé la circunstancia de que la
clientela ha sido debida exclusivamente al esfuerzo del distribuidor y no a la influencia de la
marca y el proveedor esté en condiciones de aprovecharse de la misma, procederá la citada
indemnización, pudiendo utilizarse en estos casos, como criterio de referencia para calcular el
importe de la misma, el establecido en la Ley de Contrato de Agencia, que situaría su importe
máximo en la media anual del beneficio neto del distribuidor en los últimos cinco años o
durante toda la vigencia del contrato si su duración fuera inferior.
En cuanto al preaviso, diremos que, si bien en los contratos pactados por tiempo indefinido es
posible su resolución por cualquiera de las partes, sin embargo, el deber de buena fe que preside
la ejecución de los contratos de distribución exige un preaviso o notificación con una antelación
razonable de la intención de poner fin a la relación contractual.
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Lección 33. Los contratos de colaboración
IV. Los contratos de distribución
16. La aplicación de la normativa de la competencia a los contratos de distribución
Condiciones de aplicación. Ahora bien, no todos los acuerdos verticales pertenecientes a las
modalidades descritas gozan automáticamente del beneficio de la exención. Para que ésta se
aplique será preciso, de un lado, que las empresas implicadas no tengan un excesivo poder de
mercado y, de otro, que los acuerdos no tengan por objeto determinadas conductas que se
consideran especialmente lesivas de la libre competencia.
Con respecto al primero de los requisitos, esto es, el relativo al poder de mercado, ha de señalarse
que la Comisión considera que la eficiencia que producen los acuerdos de distribución integrada
compensa y supera los efectos negativos de las restricciones que imponen cuando, pese al
acuerdo, el mercado de referencia conserva un elevado grado de competencia, o dicho en otros
términos, cuando existe competencia entre las diversas marcas y ninguno de los canales de
distribución que compiten entre sí disfruta de una posición lo suficientemente fuerte como para
anular la oferta alternativa de bienes o servicios sustituibles en virtud de su función, precio o
atributos. La determinación de la existencia de un poder de mercado, que anula los efectos
beneficiosos de las restricciones verticales, se ha establecido de forma general y a través de un
criterio cuantitativo referente a la cuota de mercado, que se concreta en el treinta por ciento del
mercado relevante, de modo que, por encima de este umbral, no se aplicará la presunción de
validez del acuerdo. La cuota de mercado que habrá de computarse será tanto la del proveedor
como la del distribuidor o comprador.
En relación con el segundo de los requisitos relativo a las conductas especialmente lesivas para la
competencia, el Reglamento establece que, con independencia de la cuota de mercado alcanzada,
la exención no se aplicará a los acuerdos verticales que, directa o indirectamente, solos o en
combinación con otros factores, tengan por objeto: 1) La restricción de la facultad del
distribuidor de fijar el precio de venta del producto o servicio, aunque se admite que el
proveedor pueda imponer precios de reventa máximos o recomendar un precio de venta. 2) La
restricción del territorio o de la clientela con respecto a los cuales el distribuidor puede
desarrollar su actividad, salvo cuando se refiera a las prohibiciones impuestas al distribuidor de
no realizar ventas activas en el territorio asignado a otro distribuidor; no vender a los grupos
especiales de clientes (grandes clientes) cuyas ventas se ha reservado expresamente el
proveedor; no vender a los usuarios finales si actúa como mayorista; no suministrar a
distribuidores no autorizados si actúa dentro de un sistema de distribución selectiva; y no
vender componentes a clientes que los podrían utilizar para fabricar el mismo tipo de bienes
que los producidos por el proveedor. 3) Las restricciones de las ventas activas y pasivas a
usuarios finales por parte de los miembros de un sistema de distribución selectiva que opere al
nivel de comercio minorista, aunque sí podrá prohibírseles que operen fuera de un
establecimiento autorizado. 4) Las restricciones de suministros cruzados entre los miembros de
la red de distribución selectiva, incluso entre distribuidores que operen en distintos niveles del
comercio. 5) La restricción acordada entre un proveedor de componentes y un comprador que
los incorpora en otros bienes, que limite la capacidad del proveedor de vender esos
componentes como piezas sueltas a usuarios finales o a reparadores no autorizados.
Otros pactos no cubiertos por la exención. Tampoco se aplicará la exención a las siguientes
estipulaciones contenidas en los acuerdos verticales: 1) Los pactos de no competencia de
duración indefinida o superior a cinco años. A este respecto las cláusulas que establezcan la
renovación tácita a partir del citado período de cinco años se considerarán como de duración
indefinida. Excepcionalmente, estos límites podrán ser sobrepasados cuando los bienes o
servicios sean comercializados por el distribuidor desde locales y terrenos que sean propiedad
del proveedor o estén arrendados por él y siempre que la duración de la cláusula de no
competencia no exceda del período de ocupación de los locales y terrenos por parte del
distribuidor. 2) Las cláusulas de prohibición de competencia posteriores a la terminación del
contrato, las cuales sólo serán validas si son indispensables para proteger los conocimientos
técnicos transferidos al distribuidor y están limitadas a los bienes o servicios objeto del contrato
(límite objetivo), al local y terrenos desde los que el distribuidor haya desarrollado su actividad
(límite territorial) y a un período máximo de un año tras la expiración del acuerdo (límite
temporal), sin perjuicio de la posibilidad de pactar restricciones ilimitadas en el tiempo por lo
que respecta al uso del know-how transferido. 3) Las cláusulas que prohíban, directa o
indirectamente, a los miembros de un sistema de distribución selectiva revender productos de
marcas competidoras.
Por otra parte, las Directrices relativas a las restricciones verticales de la competencia de 19 de
mayo del 2018, siguiendo la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, han
establecido unas reglas aclaratorias de las condiciones en las que se puede llevar a cabo la
distribución o comercialización de productos a través de Internet (ventas on line): Los
fabricantes o proveedores no pueden prohibir a los distribuidores las ventas por Internet ni
tampoco las llevadas a cabo a través de plataformas electrónicas, aunque pueden restringir estas
últimas a las plataformas propias del fabricante o proveedor; tampoco pueden establecer
sistemas de precios diferentes para los productos vendidos en la tienda y los productos vendidos
on line ni porcentajes máximos de ventas on line en relación con las ventas que se realizan en las
tiendas físicas, porque se considera que este tipo de prácticas desincentiva la venta por Internet
y, por tanto, trata de impedir que se produzcan. En cambio, en la modalidad de distribución
selectiva se permite que el fabricante o proveedor pueda someter a autorización la creación de
una página web o exigir al distribuidor que tenga un establecimiento o tienda física para la
venta.
Finalmente, el Reglamento (UE) 2018/302 de 28 de febrero del 2018 sobre medidas destinadas a
impedir el bloqueo geográfico injustificado y otras formas de discriminación por razón de la
nacionalidad, del lugar de residencia o del lugar de establecimiento de los clientes en el mercado
interior considera ilegales las medidas de bloqueo por las que los comerciantes impiden que los
consumidores puedan llevar a cabo o completar una compra on line a un distribuidor de otro
país diferente a aquel del que son nacionales o en el que residen. El sistema de bloqueo opera
generalmente de manera automática cuando, al realizar el pago, se descubre por los datos del
comprador o de su tarjeta de crédito que éste es de otro país o reside en un país distinto de aquél
en que quiere realizar la compra y funciona impidiendo completar la operación o desviándola
para su cierre al distribuidor del país de origen o de residencia del comprador.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 34. El contrato de cuenta corriente
I. Concepto y caracteres
I. CONCEPTO Y CARACTERES
La cuenta corriente es un contrato bilateral en cuya virtud dos personas, que se hallan en
relación permanente de negocios, de los que dimanan créditos recíprocos, establecen su
inexigibilidad separada, sustituyéndola por un sistema de compensación automático, con
liquidaciones periódicas y consiguiente fijación de saldo, acreedor para uno y deudor para el
otro (v. STS Sala 1ª, de 18 de febrero de 2016).
Su objeto no es otro que los créditos (ergo deudas) que se anotan en la cuenta, los cuales
conforman las remesas y tienen carácter o valor pecuniario patrimonial. La tipología de créditos
que será llevada a la cuenta queda al arbitrio de las partes, pudiendo pactarse, de forma
expresa, la anotación de todos los créditos que dimanen de cualesquiera operaciones o
únicamente de algunas de ellas. En ausencia de pacto expreso, o tácito, debería entenderse que
quedan adscritos a la cuenta todos los créditos y pagos derivados de las relaciones negociales
básicas, sin que ello suponga la imposición a los cuentacorrentistas de una obligación de generar
créditos que incluir en la cuenta, sino la de anotar en la misma aquellos que efectivamente se
generen.
Debemos plantearnos, partiendo de la finalidad compensatoria global propia del contrato, qué
tipología de créditos son incluibles. Es opinión generalizada, en este sentido, que solo son
anotables los créditos derivados de prestaciones dinerarias o valorables en dinero, susceptibles
de compensación y efectuados a título de contrapartida. Algunos autores, minoritarios,
defienden la diferenciación entre adscripción y compensación, afirmando que la primera
implica solo el sometimiento a efectos de inclusión en la cuenta, sin que se exija la necesidad de
compensación inmediata o en la primera ocasión, permitiéndose con ello que puedan anotarse
en la cuenta corriente, por ejemplo, aquellos créditos que tienen un plazo de vencimiento
superior al de la cuenta, o los sometidos a condiciones suspensivas o resolutorias.
La causa del contrato posee una doble dimensión. La primera, se encuentra en la recíproca
concesión de crédito entre las partes, que unas veces activará la posición del cuentacorrentista
como acreedor y otras como deudor. Dichos créditos serán inexigibles hasta el momento pactado
y determinado en el contrato, que significará el cierre y liquidación del saldo de la cuenta
corriente. La segunda, se fundamenta en la adopción de un sistema de pagos por saldo
diferenciador cómodo, que evita el traspaso monetario, las liquidaciones y pagos repetidos con
la oportuna y necesaria búsqueda de financiación, y que proporciona seguridad, agilidad y
solvencia a las continuas relaciones económicas entre los cuentacorrentistas.
La perdurabilidad es otro carácter predicable del contrato de cuenta corriente, siendo cláusula
normal la fijación del período de duración del mismo, lo que no impide su delimitación
conforme a los usos de comercio, ni la prórroga del contrato por voluntad tácita de las partes. No
obstante, la cuenta podrá ser cerrada periódicamente, a fin de conocer y confrontar los estados
contables o para liquidar el período en curso, abonando una de las partes el saldo deudor o
arrastrándolo a la primera partida del Debe del siguiente ejercicio económico. Este carácter
duradero permite a los cuentacorrentistas disponer de recursos monetarios que, de no existir
este pacto, deberían destinar al pago puntual de una concreta deuda. Dado que la obligación de
pago del saldo se aplaza a un momento concreto, cierto y regular, hasta la llegada del mismo
(liquidación del ejercicio) los contratantes pueden disponer de crédito y recursos, siendo
admisible, incluso, el pacto de intereses.
Es contrato consensual, y no es infrecuente que surja de forma tácita y espontánea por evolución
de una práctica habitual entre quienes se hallan vinculados por relación permanente de
negocios.
La llevanza paralela entre los contratantes de una documentación contable adecuada que refleja
su estado de cuentas –circunstancia de la que el contrato toma el nombre–, y la necesidad de que
se intercambien prestaciones generadoras de crédito (remesas) para que la cuenta funcione, son
exigencias naturales de la ejecución del contrato, pero no elementos esenciales para su
existencia. No es, por tanto, contrato formal, ni real.
Se trata, por otro lado, de un contrato atípico, carente de regulación legal. No quiere ello decir,
sin embargo, que sea totalmente desconocido para nuestros textos legales. Una alusión
importante (quizás la de mayor trascendencia) a la figura la realizaba el Código de Comercio
en el artículo 909.6 de su texto, hoy derogado. No hay que descartar que esta falta de regulación,
que no ignorancia de su existencia, por parte de nuestro ordenamiento, derive de una cierta
consciencia mayor del legislador de hallarse ante un pacto singular sobre el modo de cumplir
obligaciones contractuales, susceptible de incorporarse a diversas figuras contractuales, que
ante un contrato en sí mismo.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 34. El contrato de cuenta corriente
II. Función económica y diferencia con figuras afines
En cuanto a la primera, ya hemos adelantado algunos de sus rasgos. Se trata de evitar un flujo
continuo y recíproco de fondos monetarios entre personas que están en permanente relación de
negocios, por efecto de los cuales quien asume papel de acreedor en una de ellas puede
desempeñar el de deudor en cualquiera de las sucesivas, y a la inversa. Para alcanzar este
objetivo, el trasiego de dinero se sustituye por una anotación en cuenta en espera de que otro
movimiento, de signo contrario, cancele o reduzca el montante del anterior. La comprobación
periódica de los apuntes y la consiguiente fijación de un saldo, que se satisface o se constituye en
la primera partida de un nuevo período de vigencia de la relación, son derivaciones naturales de
la mecánica operativa. Mediante el oportuno pacto y para evitar situaciones de desequilibrio,
puede también establecerse que los saldos devenguen intereses a cargo de quien sea deudor en
cada momento, incorporando a aquellos el importe de estos.
No podemos olvidar, por otro lado, la función de garantía que cumple el contrato de cuenta
corriente, por cuanto la extinción de las deudas propias contribuye a la satisfacción de los
propios créditos en virtud de la compensación.
La llamada cuenta corriente bancaria sí es, en cambio, figura contractual, cuya diferencia
esencial con la cuenta corriente ordinaria o comercial reside en que en aquella no está previsto
que los contratantes puedan ser, según los movimientos de pagos y remesas, acreedores o
deudores recíprocos. En la cuenta corriente bancaria el preconizado acreedor es solo uno: el
cliente, si se trata de las llamadas cuentas de pasivo; o el Banco, si lo son de activo. Lo que, en
cambio, fluctúa es el saldo, que en la cuenta de pasivo va siendo mayor –sin límite cuantitativo–
si el cliente efectúa más ingresos que disposiciones, o menor –pudiendo llegar a desaparecer– si
su actitud es la opuesta. En las de activo, el deudor siempre es el cliente; pero lo será en mayor o
menor medida, según se haya servido, total o parcialmente, de la suma que el Banco ha puesto a
su disposición. Tan anómala es la situación en que el titular de una cuenta de pasivo quede
deudor (descubierto), como que el de una de activo disponga de más recursos de los que le
fueron concedidos (excedidos), que tanto la legislación bancaria como las estipulaciones
contractuales contienen disposiciones para poner rápido fin a estas situaciones que, sin
embargo, en la cuenta corriente ordinaria constituyen prácticamente la razón misma de su
existencia.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 34. El contrato de cuenta corriente
III. Efectos del contrato
El hecho de que los créditos derivados de prestaciones patrimoniales que un contratante realiza
a favor del otro o, lo que es lo mismo, el hecho de que los créditos generados por remesas pasen
a constituirse en partidas, que se han de anotar en la cuenta en espera de su eventual
compensación y consiguiente liquidación por diferencia, es efecto inherente a la relación
contractual, no carente de repercusiones jurídicas que pueden incluso afectar al interés de
terceros ajenos a la operación. Así se produce, sobre todo, cuando alguno de los dos contratantes
se ve afectado por una situación concursal. Ello explica la atención que doctrina y
jurisprudencia han dispensado al contrato, en contraste con el puro carácter funcional e
instrumental que, desde el punto de vista económico, le corresponde.
El punto crucial estriba en determinar qué efecto produce sobre el crédito que pasa a integrarse
en la cuenta y sobre la relación jurídica que lo genera el hecho de que en ejecución de las
previsiones contractuales tengan reflejo en aquella.
El negocio jurídico del que dimana la remesa no se ve afectado por la existencia de la cuenta
corriente, ni por el hecho de que en ella pase a asentarse el crédito derivado de la misma. La
anotación, incluso confirmada, del crédito en la cuenta, no equivale a aquiescencia o
conformidad con la prestación de que deriva. Si esta nace, por ejemplo, de la entrega de
mercancía en el marco de una compraventa y dentro del término establecido para reclamar por
los vicios o defectos ocultos se advirtiera la presencia de estos, el comprador podría pretender la
práctica en la cuenta de un contrasiento o la retrocesión del que se realizó en su momento.
Si se admite como correcta esta construcción del fenómeno, habremos de concluir que el
supuesto de insolvencia declarada de cualquiera de los contratantes solo puede representar un
anticipo del momento de liquidación de la cuenta, con la consiguiente exigibilidad del saldo si es
a favor del concurso, o su inclusión en la masa pasiva si, al momento de declaración de la
insolvencia, era a favor de la parte in bonis. La actual Ley Concursal 22/2003, de 9 de julio,
establece en su artículo 58 la prohibición de compensar créditos y deudas del concursado a
partir de la declaración de concurso.
Sin embargo, en nuestra opinión los créditos que se insertan en un contrato de cuenta corriente
no son exigibles (ergo no se cumple el requisito de la exigibilidad) sino hasta el momento de
liquidación de la cuenta, momento en el que se compensan entre sí y se produce la novación por
el saldo de liquidación. No habiéndose producido la compensación preconcursal no cabe
concluir que la liquidación se producirá y que acrecerá la masa activa o pasiva, sino que podrá
verse afectado por la prohibición concursal de la compensación (v. la SAP de Barcelona, nº
108/2014, Sección 15ª, de 26 de marzo de 2014; SAP de Madrid, nº 273/2015, Sección 15ª, de 24 de
noviembre de 2015). Destacamos, por el tratamiento en profundidad que se hace de la materia,
la Sentencia del Juzgado de 1ª Instancia nº 7 de Vitoria-Gasteiz nº 10/2016, de 15 de enero de
2016.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
A) El mercado de bienes y productos
Lección 34. El contrato de cuenta corriente
IV. Liquidación de la cuenta y extinción del contrato
La extinción definitiva del contrato no se produce por el cierre de la cuenta, salvo que el mismo
sea definitivo. No suele venir precedida de pacto expreso y de propósito, coincidiendo
normalmente con el cese de las relaciones comerciales que dieron lugar a su nacimiento o con la
desaparición de alguno de sus componentes, sea por cese en la actividad o, como mantenemos,
por la declaración de insolvencia.
Debemos tener presente, además, que la cuenta corriente puede extinguirse por las causas
generales de extinción de los contratos, siendo posible, que la misma se deba al abandono o
denuncia unilateral de cualquiera de las partes en los supuestos de contratos de duración
indeterminada o indefinida.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
B) El mercado de servicios
Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
1. Noción, caracteres y objeto del contrato de obra
b) Es, esencialmente, un contrato de duración o de tracto sucesivo pues, desde que se formula y
acepta el encargo, hasta que se concluye la obra encomendada, transcurre un plazo (con
frecuencia fijado también por las partes), que variará en función de la naturaleza del resultado a
lograr. En este punto, el contrato se diferencia claramente de la compraventa, con la que, en
algunos otros aspectos, mantiene bastantes semejanzas, especialmente si la obra consiste en
fabricar y entregar un producto, suministrando el contratista la materia prima.
c) Su carácter mercantil deriva de que el contratista o empresario está respaldado por una
organización de recursos materiales y personales de los que ha de valerse para lograr el
resultado comprometido. Cuando la ejecución de la obra no precisa, salvo de manera accesoria,
de esa organización instrumental, el contrato permanece en el ámbito del Derecho común. Así
sucede cuando se concierta con un profesional (arquitecto al que se encarga planos de una
vivienda; abogado individual que se contrata para formalizar las operaciones de una herencia);
un artista (escultor del que se interesa una estatua); o incluso un mero artesano (el ebanista que
diseña un mueble, el sastre que confecciona un traje o el mecánico que repara un automóvil).
Por lo que a estos últimos se refiere, la exclusión del ámbito mercantil se fundamenta en una
aplicación extensiva del artículo 326.3º del Código de Comercio, refrendada por el Real
Decreto, de 18 de junio de 1982, sobre ordenación y regulación de la artesanía. En cambio, es
razonable considerar el contrato inserto en la órbita mercantil si el encargo lo recibe el titular de
un establecimiento implantado en el mercado, como puede ser un empresario de la
construcción, una firma de servicios legales, el transportista profesional, un fabricante de
plásticos o un astillero, casos todos en que la preexistencia y utilización de la organización
instrumental para la obtención del resultado son factores determinantes de la celebración y
ejecución del contrato, incidiendo sobre el elemento causal del mismo, al tiempo que los costos
de mantenimiento y utilización suelen ser pieza clave en la determinación del precio del
encargo.
d) Cuando el contrato accede al rango mercantil, es usual que desaparezca el intuitu personae,
que, en cambio, acompaña naturalmente a los que se mantienen en el ámbito del Derecho
privado común. Esta circunstancia tiene trascendencia en caso de fallecimiento o incapacidad
del contratista tras la celebración del contrato y antes de su total ejecución (v., sobre el
particular, art. 1595 CC, STS Sala 1ª, de 4 de diciembre de 2011), así como en orden a su
eventual facultad de subrogar a otro u otros empresarios en la ejecución de la totalidad o partes
de la obra (subcontrato) (v. SSTS Sala 1ª, de 20 de noviembre de 2001 y 28 de octubre de 1981).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
B) El mercado de servicios
Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
2. El problema de la legislación aplicable
El Código de Comercio no contempla el contrato de obra entre los recogidos en el libro II.
Regula una de sus manifestaciones más características, cual es el transporte (v., infra Lecs. 35 y
36). Sin embargo, en la medida en que este último constituye una especie bastante singular, no
es posible generalizar su normativa al amplio número de figuras insertas en el tronco común del
contrato de obra.
Ese tronco común habrá de buscarse en el mal llamado arrendamiento de obra que regula el
Código Civil en los artículos 1588 a 1600. A pesar de tan dislocada ubicación sistemática, es
forzoso hallar allí el único tratamiento legal genérico de la figura, aunque un buen número de
sus preceptos contemplan de manera muy específica la construcción de edificios, ciertamente la
especie tradicional, aunque no sea la única.
Pese al Cuerpo legal en que se regula, no parece presentar graves problemas para su calificación
como contrato mercantil cuando –como acabamos de decir– se inserte en una organización
empresarial creada y sustentada por uno de los contratantes, precisamente para realizar estos
encargos a requerimiento del público. Con mayor razón ha de serlo si también el principal es
comerciante (por ej., el armador que encarga a un astillero la construcción de un buque o el
empresario que confía a una agencia la organización y realización de una campaña
publicitaria), porque en este caso, la mercantilidad le viene también de su condición de
operación auxiliar del comercio, esto es, preparatoria para ejercer una actividad de esa
naturaleza.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
B) El mercado de servicios
Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
3. Clases
3. CLASES
Ya hemos aludido a la amplia variedad de modalidades que puede revestir el contrato y que
responden a la idea esencial y definitoria del mismo: la realización por el empresario o
contratista de una obra de cuyo resultado se adueña el principal a cambio del pago de la
retribución correspondiente por su obtención. En efecto, puede suceder:
a) Que la obra consista en la creación de una res nova, dotada de identidad y autonomía respecto
a los elementos empleados para su elaboración. La apreciación es válida tanto para el sector
mobiliario como inmobiliario, admitiendo para este último la lógica preexistencia del terreno
sobre el que se asienta. Un problema común a las figuras integradas en la categoría concierne al
suministro de materiales. El Código Civil, influido por la idea de que la especie típica es la
construcción de edificios, mantiene (art. 1588) el carácter de contrato de obra al margen de
quien proporcione los materiales, pese a que, en ocasiones, cuando los aporte el contratista será
difícil trazar la línea divisoria entre este contrato y la compraventa (v. STS Sala 1ª, de 1 de marzo
de 2007), sobre todo tratándose de bienes muebles. Quizás por esto no valga la misma regla en el
ámbito mercantil, sobre todo cuando el encargo se proyecta sobre bienes que el presunto
contratista fabrica en serie y vende sobre muestras o catálogo. En tales casos, si el productor
facilita el material, el contrato emigra hacia la compraventa. Solo la fabricación «a medida»
según especificaciones, más o menos precisas, del principal lo mantiene en los esquemas de la
figura del contrato de obra por empresa que estamos examinando. Al margen de ello, parece
válida, en consideración a los usos del comercio, la que constituye norma legal en otros sistemas:
a falta de acuerdo expreso, los materiales debe proporcionarlos el contratista.
c) Consideración independiente merece el caso en que la obra tiene como soporte la persona del
principal (traslado, desde luego, pero también operaciones médicas, como cirugía estética,
implante capilar, ortodoncia, que dada la forma en que hoy se acometen –en clínicas privadas
organizadas como sociedades anónimas y con cierta indiferencia sobre el facultativo que las
realiza– no parece discutible su carácter mercantil). En tales supuestos, y en relación con la
responsabilidad prevista en el artículo 1596 del Código Civil, el deber de custodia debe
entenderse sustituido por una obligación de mantener a la persona sobre la que recae la
prestación en las imprescindibles condiciones de confort y seguridad.
d) Es práctica habitual en el tráfico la celebración de contratos de obra por empresas que tienen
como objeto la obtención de un resultado inmaterial o intangible: asesorar sobre la contabilidad
de un establecimiento señalando métodos para su correcta elaboración; diseñar una campaña
publicitaria para el lanzamiento de un producto; planificar un terreno para desarrollar un
proyecto urbanístico, etc. Aunque en muchos de estos casos, la actuación del contratista
comporta también la elaboración y entrega de un bien mueble (constituido por un plano, libro,
un soporte digital, etc.), donde se refleja y explica el resultado de su obra, no es menos cierto que
este elemento material, por sí mismo, es solo el soporte físico o electrónico en que se plasma el
encargo. Para juzgar sobre la correcta realización de este no habrá que atender a la forma y al
valor de la presentación, ni siquiera al número de ejemplares entregados, sino a la calidad y
grado de acabado del producto intelectual, artístico o científico que allí aparece plasmado. En
estos casos, además, no es infrecuente que el contenido de las obligaciones de los contratantes se
complete con una llamada a la confidencialidad, que exige de ambas partes el mantenimiento de
un razonable grado de discreción o secreto sobre las interioridades de la organización
empresarial del otro, y sobre los métodos y pautas de trabajo de los que haya podido tener
conocimiento con ocasión de la celebración y, sobre todo, la ejecución del encargo.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
B) El mercado de servicios
Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
4. Forma
4. FORMA
La variedad de figuras que ampara la categoría dificulta una conclusión terminante sobre la
forma. En general, y salvo disposición legal en contrario, el contrato responde a la regla de la
consensualidad como único requisito para su perfeccionamiento. Mas eso no impide que el uso
haya consagrado otras exigencias para su eficacia que relegan el mero consentimiento a la fase
de los llamados tratos preliminares o negociaciones para la celebración del contrato, carentes de
fuerza vinculante, salvo mala fe probada, que, en todo caso, daría lugar a indemnización por
culpa extracontractual. Así, por ejemplo, en las reparaciones sobre muebles está extendida la
idea de que su perfección va unida a la entrega de la cosa sobre la que se ha de proyectar la
actuación del contratista, lo que desplaza la figura hacia la categoría de los contratos reales; otro
tanto sucede en algunas modalidades de transporte. Por lo demás, la construcción de un buque,
un complejo industrial o una maquinaria son supuestos en los que el uso ha consagrado la
forma escrita como requisito natural para su validez, habida cuenta de que la ejecución
comporta acuerdos precisos sobre la cosa (normalmente, objeto de las llamadas
«especificaciones», con entrega de planos, descripción del proyecto, calidad de materiales, etc.),
el precio (cuantía, forma de pago y garantías) y el plazo (calendario, garantía de cumplimiento,
sanciones, vicisitudes y su incidencia, etc.) que no suelen quedar confiados a un mero acuerdo
verbal entre las partes.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
B) El mercado de servicios
Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
5. Contenido del contrato: obligaciones del contratista o empresario
La obra ha de ser ejecutada según las instrucciones del principal, salvo inexistencia o
insuficiencia, en cuyo caso el empresario habrá de ajustarse a las llamadas «reglas del arte», es
decir, a los cánones técnicos consagrados por el uso o recopilados en reglamentos sectoriales,
que deben estimarse operativos, aluda o no a ellos el clausulado del contrato. De mediar
instrucciones, más o menos concretas (cuando su complejidad lo demanda, suelen incorporarse
al contrato como «pliego de especificaciones»), incumbe al contratista un deber semejante al
indicado respecto a los materiales: examinar y asesorar sobre su viabilidad, quedando exento de
responsabilidad solo si el principal insistiera en la ejecución según sus instrucciones, aunque
sean defectuosas.
Para evitar discusiones sobre calidad de la obra ejecutada, es normal establecer el sometimiento
al dictamen pericial, designando bien personas concretas, o bien entidades, organismos o
corporaciones, públicas o privadas, que dictaminen sobre la adecuación de lo ejecutado con lo
que se encargó (se trata de las llamadas oficinas o sociedades «de clasificación» o las llamadas
«ingenierías», con las que a su vez se concierta un contrato de obra –este de naturaleza
inmaterial– cuyo objeto consiste en verificar la calidad del resultado y su correspondencia con el
encargo). El artículo 1598 del Código Civil contiene dos reglas importantes al respecto: según
el párrafo segundo «si la persona que ha de aprobar la obra es un tercero, se estará a lo que éste
decida» (v. STS Sala 1ª, de 27 de abril de 2012). Y antes ha establecido que «cuando se conviniere
que la obra se ha de hacer a satisfacción del propietario (es decir, del principal) se entiende
reservada la aprobación, a falta de conformidad, al juicio pericial correspondiente». De no mediar
intervención de tercero para la aprobación de la obra, queda siempre el problema de
determinar el plazo con que cuenta el principal para denunciar vicios o defectos, sean aparentes
u ocultos. En obras de cierta entidad, no es extraño que el contrato se ocupe minuciosamente de
estos extremos, estableciendo diversos momentos relevantes, culminada o a punto de culminar
la ejecución: recepción provisional y definitiva o acta de entrega con expresión de defectos
advertidos o prueba de funcionamiento (en el contrato de construcción naval es tradicional la
llamada «prueba de mar», tendente a verificar si el buque alcanza la velocidad pactada, que es
normalmente extremo de gran importancia en obras de esta naturaleza). Si la previsión
contractual falta y no existen usos consolidados, habrá de acudirse, con las incertidumbres
propias de las invocaciones analógicas, a lo que la legislación mercantil y civil establece para la
compraventa ( art. 336 CC –probablemente de aplicación limitada a obras sobre bienes
muebles– y arts. 1484 a 1490 CC).
En materia de calidad no es infrecuente que para robustecer la posición del principal, se articule
en el contrato un sistema de garantías de buen funcionamiento, prestada por un tercero –
generalmente entidad aseguradora–, que se compromete al pago de una indemnización para el
caso de que la obra no alcance las prestaciones que de ella se esperaban y se especificaron al
contratar. La posición del principal se robustece aún más, si esta garantía se establece en la
modalidad llamada «a primer requerimiento», al obligar al garante al pago inmediato de la
indemnización, sin perjuicio de la posibilidad de su extorno si se demuestra que el resultado
coincide con el encargo.
El plazo para efectuar la entrega suele constituir un elemento de gran trascendencia en muchos
de los contratos de obra. Por ello es frecuente el establecimiento de cláusulas sobre el particular,
aunque no sea absolutamente imprescindible para su válida celebración. Los efectos de la falta
de observancia del plazo o plazos establecidos para realizar la entrega son los que, con carácter
general, señala la legislación mercantil (art. 63 C. de C.) o civil ( arts. 1100 y 1101 CC) al
respecto (v. STS Sala 1ª, de 25 de febrero de 2010). Las partes pueden incorporar cláusula penal
sancionadora del incumplimiento, cuyo posible rigor podrá ser atemperado por los tribunales
como señala el artículo 1154 del Código Civil y la copiosa jurisprudencia que lo aplica (v. SSTS
Sala 1ª, de 10 de marzo de 2010, de 13 de octubre de 2010, de 4 de diciembre de 2013 o de 19 de
noviembre de 2014). Con todo, hay en esta materia un amplio campo abierto a la disputa,
centrada esencialmente sobre dos extremos: cómo afectan a la fecha de entrega las posibles
variaciones sobre el proyecto acordadas durante la ejecución; y en qué medida el principal
puede mantener su exigencia de responsabilidad, cuando el retraso derive de caso fortuito,
fuerza mayor o acto de tercero ajeno al contrato (v. al respecto la STS Sala 1ª, de 15 de
noviembre de 2000, sobre un supuesto de caso fortuito con cláusula penal cuasi objetiva). En tal
sentido, son de gran utilidad las previsiones contractuales, aplicándose, en su defecto, el
artículo 1105 del Código Civil, a cuyo tenor, fuera de los casos expresamente mencionados en la
Ley, y de los que así lo declare la obligación, «nadie responderá de aquellos sucesos que no
hubieran podido preverse, o que, previstos, fueran inevitables».
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B) El mercado de servicios
Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
6. Obligaciones del principal
La esencial es el pago del precio. Como complementaria y con esa ambigua naturaleza de
derecho-deber, puede también mencionarse la recepción de la obra.
Mas –como queda dicho– en la mayor parte de los casos, la determinación del precio y del
momento (o momentos) en que debe abonarse es objeto de concreción en los contratos (v. STS
Sala 1ª, de 4 de febrero de 2016 y SAP de Badajoz, nº. 17/2018, Sección 3ª, de 31 enero) entre las
múltiples modalidades que la práctica conoce, permitiéndose la posibilidad de una alteración del
precio por el cambio de las circunstancias ordinarias que rodean el proyecto originario (SAP de
Barcelona, nº. 49/2018, Sección 17, de 18 enero).
El supuesto menos problemático es el ajuste a tanto alzado o «precio cerrado», que supone que
la obra se realiza a riesgo y ventura del empresario o contratista, quien asume el alza o baja que
a lo largo de la ejecución puedan experimentar los elementos precisos (materiales, mano de
obra, cargas sociales, transportes, etc., v. STS Sala 1ª, de 20 de abril de 2009,23 de octubre de 2013
y de 30 de diciembre de 2014). A este respecto, la norma del artículo 1593 del Código Civil,
aunque concebida para la construcción inmobiliaria, es válida para cualquier tipo de obra,
siempre que se respeten las condiciones que la norma establece, fruto de una experiencia que
sigue siendo vigente: no podrá pedirse aumento del precio, «salvo cambio en el plano que
produce aumento de la obra siempre que hubiere dado su autorización el propietario» (v. STS Sala
1ª, de 27 de diciembre de 2010, de 12 de julio de 2012 y 3 de junio de 2016). Sobre la posibilidad
de utilizar cualquier medio para la manifestación de dicha autorización se han pronunciado las
Audiencias Provinciales, destacando la SAP de Barcelona, nº 406/2014, Sección 14ª, de 18 de
diciembre de 2014). En cualquier caso, no siempre el contratista muestra su predisposición (a
veces, tampoco el principal) a correr con el riesgo de fluctuación de los precios; de ahí la
frecuente incorporación de las llamadas «fórmulas polinómicas», a través de las cuales se
pretende configurar en qué grado las fluctuaciones de costo de los distintos elementos que
inciden en la ejecución (a veces, incluso, hasta los gastos financieros) repercuten en el precio de
la obra acabada. Conviene tener presente además que nuestra jurisprudencia, como hemos
venido reseñando, se inclina por entender que la regla general en materia de obras es la de
«precio abierto», al ser los costos de una obra «sometidos de continuo a variación, por lo que la
subsistencia de unos precios iniciales requiere el necesario consenso de los interesados».
Otro extremo de importancia, por las cautelas que le rodean, se refiere a los plazos de pago.
Nada tiene de extraño que se establezca un «calendario de pagos», bien tomando en
consideración fechas corrientes o bien en coincidencia con el avance efectivo de la obra. Esta
obligación es requisito determinante que expresamente debe constar en el contrato. En este
caso, no obstante, se ha de cuidar la distinción entre la ejecución de obra por unidades –en cuyo
supuesto resulta aplicable lo previsto en el art. 1592 CC, que incide no solo sobre el precio,
sino también sobre la recepción de la obra, la responsabilidad por vicios y el desplazamiento del
riesgo de pérdida–, de aquel otro en que la referencia a la culminación de determinadas fases de
la obra tiene como única finalidad la fijación de la fecha de vencimiento de cada uno de los
plazos establecidos para el pago del precio, pero no supone la correlativa recepción ni presume
conformidad alguna con lo realizado hasta ese momento (v. SSTS Sala 1ª, de 1 de marzo de 2007
y de 18 de septiembre de 2013). Incluso puede suceder que las cantidades que se abonan por
estas certificaciones parciales de obra no deban interpretarse como aquiescencia del principal a
la magnitud de la obra amparada por ellas y a su calidad, sino que son entregas de cantidades,
«abonadas a buena cuenta» y a resultas de una última medición y conciliación al término de los
trabajos.
La otra obligación del principal es la recepción de la obra a su terminación y previo aviso del
empresario. Si no está totalmente «terminada», no hay posibilidad de entrega, ni deber de
recepción. El empresario no puede pretender una recepción anticipada, ya que el objeto del
contrato es una obra perfecta y acabada (opus perfectum et consumatum), salvo que se den las
circunstancias del artículo 1592 del Código Civil, sobre encargo por unidades. El principal
tiene derecho, antes de la recepción, a la llamada verificación de la obra, es decir, la
comprobación de que se ajusta a las condiciones del encargo realizado, por lo que, aun cuando
no se hayan pactado, deberá reconocérsele la posibilidad de contar con un breve plazo para
efectuar la verificación. Por otro lado, hemos de entender que si el principal retrasa la recepción
–y, eventualmente, el pago– por supuestos vicios o defectos de la obra que luego se revelan
inexistentes, incurrirá en responsabilidad por mora. En la Ley de Ordenación de la Edificación
se contiene una regulación pormenorizada (v. art. 6) de la recepción de la obra, llamada a
constituirse en derecho supletorio de la voluntad contractual en el sector de las construcciones
inmobiliarias y, en cuanto sea posible, invocable por analogía en obras de otra naturaleza.
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Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
7. El juego de las garantías
Tanto el pago diferido hasta la entrega, como su anticipación total o parcial, significan que,
alguna de las partes, durante la fase de ejecución, mantiene frente a su oponente una posición
acreedora, posición no deseable para ninguna ante el riesgo de que su deudor incurra en
insolvencia, con el consiguiente daño para el contratante acreedor. Para mitigar estos efectos, se
conocen soluciones que, en todo caso, han de superar el obstáculo de la limitada eficacia de la
disciplina contractual, toda vez que lo que en esta se establezca en el plano puramente
obligacional, no siempre será oponible a terceros, considerando como tales a la colectividad de
acreedores del contratante insolvente, que pueden legítimamente ignorar los pactos internos.
La mejor solución estriba obviamente en articular alguna garantía en beneficio del acreedor,
reconociéndole algún privilegio sobre la obra. Si se trata del contratista, su condición de
propietario de la obra mueble objeto del encargo hasta que efectúe la entrega puede representar
garantía suficiente; si el objeto del contrato es repararla, podrá, además, esgrimir el privilegio
del artículo 1600 del Código Civil, que le faculta a «retenerla en prenda hasta que se le
pague». Tratándose de inmuebles (supuesto en el que por otra parte no es usual el
desplazamiento íntegro del pago al momento de la entrega), siempre tendrá los privilegios
propios del acreedor refraccionario.
Por lo que respecta al principal, en el supuesto de que sea el quien proporciona los materiales,
tendrá la garantía que deriva de su condición de propietario de la obra por efectuarse esta sobre
cosa propia.
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Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
I. El contrato de obra, en general
8. Supuestos de resolución anticipada del contrato
La configuración del contrato como de tracto sucesivo, anteriormente destacada (v. núm. 1 en
esta Lec.), origina la posible aparición de acontecimientos o circunstancias que impiden la
normal ejecución de las prestaciones recíprocas previstas en su celebración y la consiguiente
necesidad de liquidar la relación contractual frustrada en sus objetivos. Entre los más
importantes, debemos destacar los siguientes:
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I. El contrato de obra, en general
9. El subcontrato: concepto y caracteres
Con esta denominación se conoce aquella figura en que el contratista inicial encarga la ejecución
de determinadas unidades de obra, o incluso su totalidad, a otros empresarios, bien por la
mayor especialización de estos, bien por la acumulación de encargos de aquel o bien, en fin, por
la simple razón de que por las condiciones de su contrato con el principal le resulta favorable
esta modalidad. En estos casos, el subcontratante asume la investidura de principal, mientras
que quien recibe el encargo tiene frente a aquel el carácter de contratista, aunque en el tráfico se
le conozca como subcontratista para resaltar su condición de contratista sucesivo.
La regla general en el contrato de obra mercantil es que, salvo prohibición expresa del principal,
el contratista puede subcontratar, total o parcialmente, el encargo que le haya sido
encomendado, pero será responsable frente al principal de la gestión de los subcontratistas (así
lo señala con suficiente amplitud de términos, en cuanto engloba también a proveedores y
personal laboral, el art. 1596 CC). La norma es igualmente válida cuando la identidad del
subcontratista haya sido indicada o sugerida por el principal, pues –salvo pacto expreso en
contrario– la aceptación del contrato por el contratista implica asunción de la responsabilidad
por la gestión del designado. La misma regla de la autorización prescrita para contratar rige en
el sector público ( art. 217 de la Ley de Contratos del Sector público, de 2017). Con idéntica
contundencia establece esa misma Ley (art. 215.4) la regla de la incomunicación de
responsabilidad entre principal y subcontratista: «Los subcontratistas quedarán obligados sólo
ante el contratista principal, que asumirá, por tanto, la total responsabilidad de la ejecución del
contrato...».
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Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
II. El depósito mercantil
10. Consideraciones generales. Normativa aplicable
El depósito ha constituido siempre una operación importante en el tráfico mercantil. Nótese que
para los moralistas clásicos uno de los cauces justificadores del lucro mercantil era la
adquisición de mercancía en una época (de abundancia) y su colocación en el mercado en otra
(de escasez). Para ello es imprescindible, tempore intermedio, proveer a su custodia y sufragar
los gastos de su conservación. Con este fin, el titular de los géneros necesitados de salvaguarda
puede obtener este servicio en el mercado a través del contrato de depósito, que celebrará bien
con un depositario ocasional o bien con entidad o compañía con organización y medios idóneos
para realizar este tipo de prestaciones. En ambos casos, el contrato tendrá carácter mercantil (v.
art. 303 C. de C.): en el primero, como auxiliar, preparatorio o consiguiente, a una operación
comercial de otra naturaleza (v.gr.: compraventa); en el segundo, como operación comercial
directa al constituir el tráfico profesional de uno de los contratantes: el depositario. A este
corresponde un estatuto personal de rancia raigambre en el Derecho mercantil, reconocido en
nuestro Código de Comercio, que contempla la versión corporativa en las llamadas
«compañías de almacenes generales de depósito», a la regulación de cuya actividad profesional
dedica algunos preceptos (arts. 193 a 198), que han de ponerse en relación con lo establecido en
los artículos 303 y siguientes, destinados específicamente a la disciplina del contrato de depósito
mercantil, así como con los recogidos en el Código Civil, relativos a la misma figura
contractual (arts. 1758 y ss.). Además de ello, el propio Código de Comercio, en el artículo 310,
contiene una remisión a las condiciones generales incorporadas a estatutos y reglamentos de los
Bancos, compañías de depósito y de crédito, que regirán el contrato, en primer lugar,
aplicándose, en defecto de pacto, las disposiciones del Código de Comercio y con carácter
supletorio las normas de Derecho Común. Dichas condiciones habrán de interpretarse con el
alcance que la legislación más moderna establece en esta materia, con fuerza vinculante, sobre
todo si tenemos en cuenta el carácter dispositivo de las normas legales reguladoras del contrato
de depósito.
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II. El depósito mercantil
11. El depósito ordinario: concepto, régimen jurídico y obligaciones de las partes
De este entramado regulador se desprende que el depósito es un contrato bilateral y real por el
que una persona (llamada depositante) entrega a otra (depositario) una cosa mueble para que la
custodie y se la restituya a él mismo o a la persona que designe. En el ámbito mercantil, la
bilateralidad del contrato es incuestionable, por cuanto a las obligaciones de custodia y
restitución «a demanda», que pesan sobre el depositario, se contrapone el derecho a percibir
retribución, salvo que se pacte la gratuidad (art. 304), por el importe contractualmente
concertado o –a falta de pacto– por el que sea usual en la plaza en que se constituya. La
onerosidad del depósito mercantil, salvo disposición en contrario, lo diferencia del depósito civil
(art. 1769 C.C.).
El carácter real aparece recogido en el artículo 305 del Código de Comercio, que confirma
lo establecido en el artículo 1758 del Código Civil. Con ello nuestro ordenamiento rinde
tributo a la tradición romanística que hacía del depósito, junto al mutuo, el comodato y la
constitución prendaria, los cuatro contratos cuya perfección se hace depender de la entrega de
la «cosa» objeto del mismo.
Por lo que al depósito concierne, la cosa ha de ser un bien mueble de consumo no inmediato,
como ya destacara al definir la figura el artículo 1759 del Código Civil. Si se trata de cosa
fructífera, el depositario cuidará del percibo de los frutos en el momento de su sazón, como
concreta el artículo 308 del Código de Comercio para los depósitos susceptibles de producir
frutos civiles: los de títulos, valores, efectos o documentos que devenguen interés. A esta figura
se le llama también depósito administrado y presenta un contenido más rico que el depósito
ordinario, por cuanto la prestación del depositario no se limita a la mera custodia.
La obligación de custodia que, en principio, asume el propio depositario salvo que expresamente
haya sido autorizado por el depositante para encomendarla a otra persona, constituye el eje del
contrato de depósito, que permite distinguirlo de otros en los que, existiendo obligación de
conservación de la cosa recibida, la misma no puede calificarse como la finalidad principal o
única del contrato (v.gr. el contrato de transporte). Esta obligación se extiende a la vigilancia
sobre la correcta conservación del objeto depositado, procurando no solo evitar su exposición a
riesgos o menoscabos, sino también tratando de poner remedio a las averías que provengan de
la naturaleza o vicio de las cosas, de las que, además, debe dar cuenta inmediata al depositante
para que provea en lo menester (v. art. 306 C. de C.). Por lo que concierne a la responsabilidad,
su régimen es el típico de las obligaciones ex recepto, el depositario no responde de daños
derivados del caso fortuito o fuerza mayor, pero sí le incumbe la carga de la prueba de haber
desplegado la debida diligencia (art. 307 C. de C.). No se trata, como se ha afirmado, de una
obligación puramente pasiva, al menos en un segundo momento, pues si bien al principio se
cumple con la simple posesión de la cosa depositada, una vez se tenga la misma, el depositario
debe realizar todas las actividades necesarias para defender la cosa de riesgos externos y evitar
que se deteriore.
El depositario deberá, además, devolver la cosa con sus aumentos, en su caso, siendo de
aplicación, en defecto de norma específica en el Código de Comercio, los artículos 1770 y
siguientes del Código Civil.
Debería el depositante, igualmente, en defecto de norma, y por aplicación del artículo 1779
del Código Civil, asumir la obligación de reembolsar al depositario los gastos efectuados para la
conservación de la cosa, con la indemnización, en su caso, de los eventuales perjuicios que como
consecuencia haya sufrido. La cuestión, no obstante, no es pacífica. Hay quienes consideran que
se encuentran incluidos en la retribución del depositario; quienes entienden aplicable un
criterio de proporcionalidad en función de la finalidad del depósito y del valor de la cosa
depositada; y quienes mantienen que dicho reembolso solo procede cuando los gastos sean
imprevistos y extraordinarios o el depósito sea gratuito.
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II. El depósito mercantil
12. Los depósitos especiales
Nuestro ordenamiento conoce modalidades de depósito respecto de las que establece algunas
disposiciones que el uso o los contratantes suelen completar con previsiones específicas. Son los
llamados depósitos especiales.
B) El depósito colectivo que se produce cuando varias personas entregan a un único depositario
distintas partidas de cosas genéricas (granos, vinos, minerales) de calidad similar, autorizándole
para mezclarlas o confundirlas en depósito unitario. En tales casos, obviamente, el depositante
no puede pretender la devolución de los mismos objetos que depositó, sino otros tantos de la
misma especie y calidad. Del mismo modo, los daños o averías que sufran los géneros afectarán
a todos los depositantes en proporción a su interés (cfr. art. 31 del RD-l, de 22 de septiembre de
1917, sobre depósitos en almacenes generales, que pertenecen a esta categoría).
Entre los depósitos especiales se halla el que da título a este apartado. Se entiende por almacenes
generales de depósitos, establecimientos dedicados al almacenaje, conservación y custodia de
mercancías, que proliferan en zonas donde suelen acumularse aquellas (aduanas, puertos,
centros agrícolas comarcales, etc.).
El Código de Comercio le dedica algunos preceptos, contenidos en los artículos 193 a 198, que
tienen singular interés para el Derecho mercantil en lo que concierne a la emisión de unos
títulos valores, llamados resguardos, que participan de la condición de títulos de tradición o
representativos de mercancías (v. Lección 45, ap. II.2. C, de esta obra).
Las expresadas disposiciones del Código conectan con las del Real Decreto-ley, de 22 de
septiembre de 1917, que completó la legislación en la materia y permitió el desempeño de las
funciones tradicionalmente atribuidas a los Almacenes generales, a otras entidades del sector
agrario y del transporte.
Como singularidad más importante de la figura encontramos –como ya hemos dicho– los
resguardos, expresivos de la especie y cantidad de las mercancías y que son representativos o
equivalentes de las mismas, de tal forma que su transmisión por endoso, cesión o cualquier
título traslativo del dominio equivale a la entrega de la posesión de las propias mercancías
depositadas, de las que los almacenes generales de depósito, expendedores de los resguardos, se
constituyen en meros tenedores físicos, servidores de la posesión. La propia configuración del
título que se expide (que tiene un formato de tríptico) permite la escisión entre propiedad y
pignoración de las mercancías representadas en él, efecto que se logra si una de las partes del
tríptico se separa y se entrega al acreedor pignoraticio, mientras otra la otra es conservada por
el propietario de la mercancía. En todo caso, la tercera la tiene siempre la compañía de
almacenes generales, en calidad de matriz, para su cotejo con las otras dos partes del documento
que están en circulación.
En los supuestos en que el depositante no abone al depositario los gastos que hubiese realizado
este último para la conservación de la cosa y la indemnización por perjuicios, en su caso, nacerá
un derecho de retención de la cosa.
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II. El depósito mercantil
14. Extinción del contrato
La pérdida o destrucción de la cosa pone también fin al contrato, sin perjuicio de las
responsabilidades que puedan derivar del acontecimiento.
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Lección 35. Los contratos de obra. El depósito mercantil. El contrato de edificación
III. Contrato de edificación
15. Los contratos sobre construcción de edificios. Concepto, régimen jurídico y clases
Hemos indicado anteriormente (vid. ap. 2, in fine) que la Ley de Ordenación de la Edificación,
de 5 de noviembre de 1999 (LOE), supuso un importante hito normativo, que pretende –como
declara en su Exposición de Motivos– «superar la discrepancia existente entre la legislación
vigente y la realidad por la insuficiente regulación actual del proceso de la edificación». Y es justo
reconocer que, en gran medida, el legislador ha conseguido su propósito, aunque –como la
experiencia nos enseña– su aplicación diaria pone de relieve algunas carencias que han
motivado diferentes retoques de la norma, las últimas efectuadas en mayo de 2014 para
proceder a regular el problemático tema de la instalación de infraestructuras de Red o
instalaciones radioeléctricas en edificios de dominio privado; y en julio de 2015, con entrada en
vigor en enero de 2016, para modificar el apartado primero del artículo 19 en relación con los
medios para hacer efectivas las garantías por daños materiales ocasionados por vicios y defectos
en la construcción, y, además, con la finalidad de dar una nueva regulación a la percepción de
cantidades a cuenta del precio durante la construcción, establecida en la Disposición adicional
primera de la norma.
Quizá por ello, la doctrina coincide al afirmar que no se trata de una norma destinada a
disciplinar el contrato de obra civil, sobre todo si tenemos en cuenta el carácter interdisciplinar
de sus preceptos. Ni siquiera regula todo lo concerniente al contrato de obra inmobiliaria de
naturaleza civil. Primero, porque su régimen jurídico se limita a aquel que tenga por objeto la
construcción de un edificio, de carácter permanente, que cumpla, además, los requisitos que
exige la disposición y que en líneas generales pueden sintetizarse en la realización de obras de
cierta enjundia que afecten al volumen, estructura, diseño exterior y condiciones de
habitabilidad o seguridad del inmueble ya existente; o de obras de nuevas construcción, salvo
que sean de escasa entidad constructiva y sencillez técnica, que no tengan de forma eventual o
permanente, carácter residencial ni público y se desarrollen en una sola planta (art. 2). Segundo,
porque el régimen de responsabilidad contemplado en el artículo 17 de la norma, se entiende sin
perjuicio de las contractuales en que incurren los intervinientes en el proceso de edificación,
previendo además, con carácter exclusivo, daños materiales causados en el edificio, sin
referencia, por ejemplo, a daños personales. Tercero, porque la norma no resulta aplicable a los
supuestos en los que las Administraciones Públicas y los organismos y entidades actúen como
agentes del proceso de la edificación, más que con carácter supletorio a la legislación sobre
contratos de las Administraciones Públicas (art. 1.3). Cuarto, porque la norma contempla, en sus
artículos 8 y siguientes, la participación de otros sujetos en el contrato con los que el promotor
ha podido concertar relaciones jurídicas de diferente naturaleza, no disciplinadas en la Ley de
Ordenación de la Edificación. Por último, no podemos olvidar que la Ley citada no deroga las
normas sobre el contrato de obra inmobiliaria civil contempladas en el Código decimonónico.
La delimitación del objeto del contrato requiere analizar conjuntamente los artículos 1544 del
Código Civil y 2 de la Ley de Ordenación de la Edificación, puesto que el mismo se concreta en
la realización, por el contratista o constructor, de un edificio en sí mismo considerado, a favor del
comitente o promotor, a cambio de un precio cierto. Debiendo ese edificio cumplir las
condiciones que exige el artículo 2 de la Ley.
El concepto de edificio no ha estado exento de pronunciamientos doctrinales, que van desde una
concepción estricta a otra de carácter más amplio que, en definitiva, es la que parece acoger,
tomando como base el artículo 2 de la Ley de Ordenación de la Edificación, el Código Técnico de
la Edificación (Anexo III del Real Decreto 314/2006, de 17 de marzo).
a) El promotor o persona que decide, impulsa, programa y financia las obras de edificación, sea
persona física –autopromoción– o persona jurídica –comunidades constituidas ad hoc,
cooperativas de vivienda...–, públicas o privadas ( art. 9.1.LOE). El artículo 9.2 de Ley de
Ordenación de la Edificación enuncia, sin carácter exhaustivo, las obligaciones que asume en su
participación en el proceso de edificación.
c) La dirección de obra es objeto de un doble contrato que celebra el promotor con el director de
obra, de una parte, y con el director de la ejecución de la obra, de otra. Ambos forman parte de
la dirección facultativa y mientras las funciones del director de la obra parecen concretarse en el
control de lo ya realizado por el constructor en ejecución del proyecto y de las órdenes que del
propio director dimanan (que pueden, incluso, comportar modificaciones del proyecto,
requeridas por el progreso de los trabajos), el director de la ejecución controla más directamente
el propio desarrollo de la obra en su progresión cotidiana. Se trata de sendos contratos de obra,
de naturaleza civil, muy condicionados por el carácter profesional que ostentan tanto el director
de obra (Arquitecto, Ingeniero Superior, etc.) como el de la ejecución (Aparejador –hoy
Arquitecto Técnico–, Ingeniero Técnico, etc.).
d) El contrato de permuta de solar por edificación futura. Esta modalidad no constituye un tipo
específico de contrato, sino una diversidad de formas contractuales distintas, que se caracterizan
por el hecho de que el titular de un solar (normalmente un consumidor final) enajena su
propiedad o un derecho de vuelo a un tercero (promotor empresarial) a cambio de una
contraprestación futura en especie, o mixta, consistente en la entrega (normalmente en
propiedad, pero puede ser en arrendamiento) de determinados pisos o locales en la construcción
futura.
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III. Contrato de edificación
16. El régimen legal de responsabilidad
Un tema que aborda esta Ley con pormenor y profusión es el de las responsabilidades y
garantías de cada interviniente en el proceso de edificación. A la materia dedica el Capítulo IV
de su texto (arts. 17 a 20). El régimen tradicional venía representado por el artículo 1591 del
Código Civil, donde se consagra la llamada responsabilidad decenal de arquitectos y
constructores por vicios en la edificación, precepto que ha dado lugar a una copiosísima
jurisprudencia, no siempre de orientación unitaria, sobre diversas cuestiones que lleva
aparejadas: carácter contractual o legal de la responsabilidad en él establecida; inclusión entre
los responsables del promotor (figura no aludida en el precepto); determinación exacta del
origen del daño para precisar la identidad del responsable, cuando no sea aconsejable
establecerla con carácter solidario; definición de que debe entenderse por vicio ruinógeno y un
largo etcétera de cuestiones, reveladoras de que el precepto del Código Civil ha supuesto,
durante más de un siglo, el único instrumento al alcance de los tribunales para apoyar en él la
exigencia de responsabilidad. De aquí que se hayan visto obligados a forzar sus términos para
adaptarlos a las nuevas técnicas y prácticas de la construcción o para conseguir que la
responsabilidad en él consagrada alcance a personas y a situaciones que, aun no comprendidas
en los estrictos supuestos tipificados de la norma, deben, en equidad, soportarla (no obstante,
sobre el ámbito de aplicación de la norma, se ha pronunciado recientemente el TS Sala 1ª, en su
sentencia de 17 de enero de 2019).
Por ello, descartada la idea de la derogación expresa del artículo 1591 del Código Civil (tal vez
le afecte la genérica recogida en la disp. derogatoria primera de la Ley), se opta por establecer
un régimen autónomo y detallado que, en buena lógica, debe considerarse sustituto del recogido
en el Código Civil y que, además, se posiciona en relación con algunos de los problemas que más
han preocupado a la jurisprudencia.
En primer término, se trata de una responsabilidad derivada de la propia Ley y establecida «sin
perjuicio de sus responsabilidades contractuales» (art. 17.1). Por tanto, no parece derogable ni
modificable por los interesados. En punto a los daños por los que se responde y a la duración de
la responsabilidad, calculada a partir de la recepción sin reservas o desde la subsanación de los
defectos que se adviertan en aquella, se establecen tres posibilidades: a) respecto de los daños en
elementos estructurales que comprometen directamente la resistencia y estabilidad del edificio
se establece una garantía de diez años; b) durante tres años, en cambio, se responde por los
derivados de vicios o defectos que afecten a la habitabilidad; c) por último, el constructor
responde durante un año de los vicios o defectos que afecten a la terminación o acabado. En
materia de distribución de la responsabilidad se sigue, en principio, la regla de la
independencia: cada agente responde «personal e individualizadamente» de los daños causados
por él, sus empleados y subcontratistas, sin perjuicio de la facultad de repetir. Esta regla tiene
dos excepciones: «el promotor responderá solidariamente con los demás agentes intervinientes
ante los posibles adquirentes de los daños materiales en el edificio ocasionados por vicios o
defectos de construcción», y «cuando no pudiera individualizarse la causa... o quedase probada la
concurrencia de culpa... la responsabilidad se exigirá solidariamente» (art. 17.3). El régimen
acogido exige la determinación del ámbito de competencia profesional de cada agente y, sobre
todo, el de las personas cuya negligencia asume, cometido que la Ley realiza en los números 5, 6
y 7 del artículo 17. La responsabilidad no es objetiva (art. 17.8) y debe exigirse dentro de los
plazos que indica el artículo 18, contados a partir de la fecha en que se hace patente el
quebranto y, para la repetición, desde la firmeza de la resolución judicial condenatoria o de la
fecha de pago de indemnización por vía amistosa. Para evitar los efectos de eventuales
insolvencias de los responsables, la Ley establece la obligación de adoptar una serie de garantías
por daños materiales ocasionados por vicios o defectos de la construcción, susceptibles de ser
constituidas mediante seguros de daños materiales o seguro de caución, que deberán reunir los
exhaustivos requisitos establecidos en la norma (art. 19). Del mismo modo, se establece como
requisito para el otorgamiento de escrituras públicas de obra nueva y para la inscripción de
éstas en el Registro de la Propiedad el testimonio de haberse constituido las garantías
establecidas en la Ley. Idéntica cautela se exige para inscribir en el Registro Mercantil la
liquidación de una sociedad promotora (art. 20).
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B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
I. El contrato de transporte
1. El transporte.
A. Consideraciones generales
A. Consideraciones generales
La importancia económica y social del transporte justifica, al igual que sucede en otras
actividades relevantes, una reseñable intervención administrativa en el establecimiento de su
marco jurídico , en el control de la actividad, en el desarrollo de las infraestructuras, etc. La
misma se acusa, especialmente, en el transporte aéreo y terrestre, quizá por la consideración,
sobre todo en este último, de algunas de sus modalidades como servicio público o servicio de
interés general. Este carácter o tinte ius publicista, traducido en un elevado número de
disposiciones legales de Derecho administrativo, no siempre se coordina adecuadamente con las
de carácter mercantil, reguladoras de una actividad esencialmente privada.
Buena muestra de este carácter ius publicista son Ley de Ordenación de los Transportes
Terrestres (LOTT) de 30 de julio de 1987, y su Reglamento general de desarrollo, de 28 de
septiembre de 1990 ( ROTT). Ambas disposiciones han sido objeto de algunas reformas,
destacando, en este sentido, la llevada a cabo por la Ley 39/2003, de 17 de noviembre, del
Sector Ferroviario (LSF), que derogó los capítulos relativos al ferrocarril, estableciendo para este
medio de transporte una nueva normativa (no podemos olvidar, v. Lec. 37, que la LSF fue
derogada por la Ley 38/2015, de 19 de septiembre, del sector ferroviario , con la que se incorpora
a nuestro ordenamiento jurídico la denominada Directiva RECAST ( Directiva 2012/34/UE del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 21 de noviembre de 2012, por la que se establece un
espacio ferroviario europeo único). Mención especial merece, además, por lo que pueda suponer
en la inserción en el mercado de nuevos y cuestionados operadores de transporte, la
modificación de los artículos 181 y 182 del Reglamento de la Ley de Ordenación del Transporte
Terrestre, llevada a cabo en 2015, en materia de arrendamiento de vehículos con conductor.
Recientemente, además, debe mencionarse la reforma de la LOTT, llevada a cabo por el RD-l
3/2018, de 20 de abril.).
Estas disposiciones, y especialmente en lo que al sector ferroviario se refiere, la norma de 2015,
han supuesto un importante avance en la transición legislativa de un sistema de intervención
administrativa a uno liberal en régimen de competencia (pretendidamente incentivada por la
Ley 25/2009, de 22 de diciembre, de modificación de diversas leyes para su adaptación a la Ley
sobre el libre acceso a las actividades de servicios y su ejercicio –Ley Omnibus–), que se
completa con el régimen previsto en la Ley 2/2011, de Economía Sostenible (art. 93),
configurando los principios básicos sobre los que se sustentaría el régimen jurídico del
transporte, y que pueden sintetizarse en: unidad de mercado; libertad de empresa;
armonización de las condiciones de competencia entre los diferentes modos y operadores;
reserva al Estado de la planificación del sistema de transportes en cuanto al diseño de la red, las
restricciones al acceso y las medidas de fomento complementariedad y competencia entre
medios de transporte garantía de los derechos de los operadores y usuarios, en especial los
derechos de igualdad en el acceso a los mercados de transporte, participación, queja y
reclamación; gestión eficiente por parte de los operadores y de las Administraciones Públicas;
coherencia entre los niveles de inversión y calidad de servicio y las necesidades y preferencias
de los usuarios; y fomento de los medios de transporte de menor coste ambiental y energético y
de la intermodalidad.
La importancia de las normas de Derecho público, ordenadoras del transporte, confrontaba con
la escueta disciplina que contenía nuestro Código de Comercio, sobre el contrato mercantil de
transporte terrestre, que, en cierto modo, había sido superada por el propio sector a través del
condicionado general de los contratos y por el empuje de las disposiciones administrativas, y
que ha sido derogada por la Ley 15/2009, de 11 de noviembre, sobre el Contrato de Transporte
Terrestre de Mercancías (LCTTM). Esta última disposición, como su propia denominación indica,
tiene por objeto la regulación del transporte terrestre de mercancías tanto por carretera como
por ferrocarril (art. 1 LCTTM), al tiempo que se establece la referencia analógica para cualquier
tipo de trasporte sin una específica regulación (disp. ad. 1ª LCTTM), así como para aquellos
transportes que se concierten en el marco de una operación logística (art. 9 LCTTM).
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B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
I. El contrato de transporte
1. El transporte.
B. La influencia de los cambios tecnológicos en el transporte. Reflexiones sobre las
plataformas de economía colaborativa en el transporte
El transporte ha estado siempre influenciado por los cambios tecnológicos que han incidido no
solo en la posibilidad de habilitar nuevos medios de transporte, sino en los costes de los mismos,
permitiendo su generalización en el uso o aplicación a nuevos productos o servicios. Las pautas
de comportamiento de los clientes también inciden en el desarrollo de la industria del
transporte, desde la fabricación de los medios de transporte (piénsese en el ramp up de
fabricación de aviones en el mundo) hasta el propio uso. La incidencia en el tratamiento jurídico
del transporte de los cambios tecnológicos es evidente (piénsese en que hasta hace bien poco
tiempo el transporte aéreo se consideraba un monopolio natural).
Aún cabe estar expectantes con otros cambios. Nos referimos no solo al transporte autónomo de
personas y mercaderías (pilotados remotamente –aviones- o sin conductores –trenes, coches y
autobuses-) que quizás afecte a las normas de responsabilidad, más que a las de transporte en sí;
sino a fenómenos como el cambio en la relación entre el ciudadano y el medio de transporte
(cambio de percibirlo como una propiedad de, por ejemplo, un automóvil a una prestación de
servicios) que convertirá en contratos de alquiler por tiempo (sharing) lo que son usos por
propietario; medios de transporte que combinarán diferentes modos o ámbitos donde discurre
el transporte (no diferentes medios de transporte, véase el prototipo pop up de Audi y Airbus,
sino transporte por tierra y aire en un mismo medio); o nuevos medios de transporte que
cambiarán la eficiencia tiempo/coste de los medios actuales (véase, por ejemplo, el iniciativa
hyperloop).
En este orden de cosas, el ámbito donde se ha puesto de manifiesto una mayor “revolución” es
sin duda el del transporte terrestre de personas, especialmente, por el momento, el que se
desarrolla en el ámbito interurbano. La irrupción en el mercado de nuevos operadores
especializados en el transporte de personas (pensamos en Uber, Cabify y BlablaCar, por
mencionar algunos ejemplos), gracias al auge concedido por las Instituciones Comunitarias a la
ya implantada economía colaborativa (Comunicación de la Comisión Europea, de 2 de junio de
2016, Una Agenda Europea para la economía colaborativa), ha generado importantes
consecuencias jurídicas que se ponen de relieve, por un lado, en lo concerniente al modo de
prestar los servicios de transportes (sujetos que lo llevan a cabo); y, por otro, en cuanto a la
forma en la que los destinatarios celebran los contratos de transporte.
Los principales problemas se han planteado en relación con el papel que desempeñan las
plataformas en la prestación del servicio de transporte, y ha venido propiciado por las
constantes reclamaciones que se han efectuado desde el sector del taxi y del transporte de
autobús. Ambos entienden que las mencionadas plataformas están llevando a cabo una
conducta desleal, por infracción de normas, al operar en el sector del transporte terrestre sin
cumplir las exhaustivas exigencias que imponen las normas reguladoras de la materia, a las que
antes hacíamos referencia. Las plataformas, por su parte, han intentado defenderse alegando
que su actividad se circunscribe a poner en contacto la oferta y la aceptación, sin que en ningún
momento realicen actividad de transporte, que se lleva a cabo por los prestadores de servicios
subyacentes, lo que las situaría en el marco de intermediación on line que contempla la Ley
34/2002, de 16 de julio, de servicios de la sociedad de la información y de comercio electrónico.
Nuestro legislador, en un afán de solucionar el conflicto, modificó en 2015 los artículos 181 y 182
del RLOTT a los efectos de fijar el régimen jurídico aplicable al arrendamiento de vehículos con
conductor. De igual forma, la LOTT se reformó por el RD-l 3/2018, de 20 de abril, en aras de
mejorar el mencionado régimen. Se impone al titular del vehículo, de forma muy resumida, la
obligación de obtener una licencia municipal de taxi o una autorización VTC que, conforme a las
previsiones legales, será otorgada por la Comunidad Autónoma competente. No parece, sin
embargo, que se haya logrado el anhelo legislativo, por lo menos no a gusto de todos. La cuestión
se ha debatido en los Tribunales, a instancia de la Comisión Nacional del Mercado y de la
Competencia que se mostraba contraria a la limitación que supone el sistema de otorgamiento
de licencias VTC y, sobre todo, al régimen que para la transmisión de las mismas se contempla en
el RD 1076/2017, de 29 de diciembre, por el que se establecen normas complementarias al
RLOTT, en relación con la explotación de las autorizaciones de arrendamiento de vehículos con
conductor. La controversia fue resuelta por el TS, Sala 3ª, en su sentencia de 4 de junio de 2018,
avalando la imposición de limitaciones a las VTC siempre que las mismas sean necesarias y
proporcionadas, como forma de garantizar el equilibrio entre las dos modalidades de transporte
urbano, para asegurar el mantenimiento del servicio del taxi como un servicio de interés
general. Tal pronunciamiento motivó la reforma del artículo 91 LOTT por el RD-l 13/2018, de
30 de julio, en aras de facilitar, como expresa su Exposición de motivos, que servicios de
transporte sustancialmente iguales se desarrollen en un marco regulatorio coherente. Así las
cosas, conforme a la norma, la autorización de arrendamiento de vehículos con conductor de
ámbito nacional va a habilitar, exclusivamente, para realizar servicios de carácter interurbano,
siendo los órganos que ostenten competencias en materia de transporte urbano los que habrán
de determinar, en el ejercicio de estas, las condiciones en las que podrán ser autorizados y
prestados los servicios de transporte de viajeros íntegramente desarrollados en su ámbito
territorial, incluidos los que se realizan en la modalidad de arrendamiento de vehículos con
conductor. La Comisión Nacional del Mercado y de la Competencia, ha vuelto a pronunciarse al
respecto en su Informe de 17 de enero de 2019, anunciando los inconvenientes que para el
mercado tendrá la finalización del período transitorio de adaptación que fija el artículo 91;
recomendando que se replantee la limitación del ámbito de las autorizaciones nacionales VTC;
pidiendo que se derogue la regla de la habitualidad previstas en el RDLey; y, apostando «por una
actuación normativa que, teniendo como objeto la mejora del servicio para los usuarios finales y
para el conjunto de la ciudadanía, parta de un enfoque global de la actividad de transporte en
vehículos de turismo, de forma que la regulación aplicable a taxis y VTC respete los principios de
buena regulación económica, en beneficio de los consumidores y usuarios». Las disposiciones
aprobadas por algunos legisladores autonómicos ponen de relieve, también, que la polémica
sigue estando servida.
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B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
I. El contrato de transporte
2. Concepto, caracteres y clases de transporte
Aun cuando no existe una definición genérica de contrato de transporte, la doctrina ha realizado
un indudable esfuerzo tendente al establecimiento de un concepto que permita encuadrar las
distintas modalidades, y que pueda tener en cuenta la importante diferencia existente en
función de que lo transportado sean mercancías o personas. Así, en el contrato de transporte,
una persona (porteador) se obliga, a cambio de un precio, a trasladar mercancías o personas bajo
su responsabilidad de un lugar a otro y en el tiempo previsto.
El traslado, elemento esencial del contrato, sin el que el mismo carecería total y absolutamente
de sentido, debe hacerse en el caso de los pasajeros, sin que sufran lesiones ni ningún otro
perjuicio ni en su persona, ni en su equipaje; y en el caso de las mercancías, en el estado en que
se recibieron por el porteador. En efecto, el contrato de transporte constituye un arrendamiento
de obra y no de servicios, de manera que, aunque la prestación de desplazamiento se configura
como objeto central del contrato de transporte, el transportista no se compromete solo a efectuar
una actividad (el transporte), sino que asume una obligación de resultado.
Ese resultado es, además, indivisible, con independencia de que el transporte lo lleve a cabo el
propio porteador o un tercero. Destaca, en este sentido, el carácter fungible del contrato,
admitiéndose la posibilidad de que el porteador contratante realice por sí mismo la prestación o
recurra a terceros para esta finalidad, e incluso de que la misma se cumpla, materialmente, no
por el porteador con el que se ha celebrado el contrato, sino por otro transportista (porteador de
hecho). Es, por otro lado, un contrato oneroso, de carácter consensual (aun cuando se emitan
documentos determinados tales como la carta de porte, o el billete de pasaje).
Mención especial merece, en orden a la determinación de los caracteres del contrato, el objeto
transportado, que deberá ser necesariamente bienes de carácter material, sin que los bienes
inmateriales puedan constituir objeto de verdadero transporte. De aquí, por ejemplo, que el
envío o transmisión de los datos propios de las comunicaciones electrónicas o la de contenidos
digitales no constituye transporte en el sentido que estamos examinando.
Lo anterior, común a todo tipo de transporte, se completa con la previsión legislativa contenida
en la LCTTM, que para su ámbito señala la mercantilidad de todo contrato de transporte
terrestre de mercancías cualquiera que sea su objeto o la habitualidad o profesionalidad de sus
partes. En efecto, el artículo 2.2 a la hora de designar la normativa aplicable al contrato, se
refiere, junto a las normas internacionales y comunitarias, con carácter supletorio a las
disposiciones sobre la contratación mercantil.
El condicionado general fue aprobado por Orden FOM/1882/2012, de 1 de agosto, norma que
declara la aplicación y exigibilidad del condicionado contenido en el Anexo, con independencia
de las características del transporte o de la tipología de la mercancía transportada, salvo que la
partes dispongan otra cosa en las condiciones particulares que pacten para la modalidad de
transporte de que se trate (art. 1), teniéndose en cuenta que, cuando se trata de contratos de
adhesión, las condiciones aprobadas en la Orden que analizamos solo podrán modificarse
cuando las que se establezcan resulten más beneficiosas para el adherente (art. 2.1). Debemos
tener presente, por otro lado, la imperatividad que se impone a determinadas condiciones
generales ex art. 2.3 de la norma; y, las reglas especiales que, en orden a la aplicación de esta
norma, se contienen en los artículos 3 a 6 para determinados tipo de transporte.
Es irrelevante, para la caracterización del contrato como mercantil, el objeto del transporte
(personas o mercancías) o el medio empleado para ello. De igual forma, y siempre que el mismo
se desarrolle en el ejercicio de una actividad de empresa, carece de importancia la forma que
adopte el empresario-porteador, e incluso, con precisiones, la eventual titularidad del mismo
sobre el medio de transporte que utilice para el cumplimiento de la prestación.
Pero la magna divisio en el transporte ha sido siempre la que diferencia en función del medio (o
vehículo) empleado para realizarlo: marítimo, fluvial, aéreo, ferroviario o por carretera. Tal
criterio no excluye la especial situación que deriva del empleo en un mismo contrato de
diversidad sucesiva de medios (transporte multimodal), o de la participación sucesiva de varios
porteadores (transporte combinado), sobre los que volveremos.
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carretera
II. El contrato de transporte terrestre de mercancías
3. Concepto y régimen jurídico
El legislador define el contrato de transporte terrestre de mercancías como aquel por el que el
porteador se obliga frente al cargador, a cambio de un precio, a trasladar mercancías de un
lugar a otro, y ponerlas a disposición de la persona designada en el contrato, utilizando para
ello, conforme al artículo 1 de la norma, medios mecánicos con capacidad de tracción propia
(art. 2.1 LCTTM). Definición en la que pueden incluirse, tanto los supuestos en los que dicho
transporte se lleva a cabo por carretera como por vía ferroviaria.
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Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
II. El contrato de transporte terrestre de mercancías
4. Elementos personales del contrato
El entramado subjetivo de los diversos contratos de transporte puede ser de mayor o menor
complejidad en razón de la aparición de todos los roles posibles, y también de que nos
encontremos ante transporte de personas o cosas. Así podemos llegar a distinguir entre:
d) Expedidor. Es el tercero, en sentido estricto, ajeno al contrato de transporte, que por cuenta
del cargador hace entrega de las mercancías al transportista en el lugar de expedición de las
mismas (art. 4.4 LCTTM). Su función se limita, en consecuencia, a contribuir a la correcta
ejecución del contrato de transporte, asumiendo obligaciones que corresponderían al cargador o
que son accesorias de las que este asume. La proliferación de este tipo de operadores en el
tráfico contrasta con el deficiente tratamiento legal, limitándose el legislador en la LCTTM a
asimilarlo al cargador, en las escasas ocasiones en las que se refiere a este sujeto. Alguna
precisión más contiene la LOTT y su Reglamento en materia de colaboración con la actividad
inspectora y sanciones por incumplimiento de las obligaciones que le impone en su ámbito de
aplicación.
La agencia de transporte, que se define como empresario auxiliar de transporte cuya función
consiste en intervenir en la contratación del transporte por carretera, tanto interior como
internacional, realizando actividades de gestión, información, oferta y organización del
transporte, mediando con plena responsabilidad entre cargadores y transportistas y pudiendo
actuar en la contratación de otros medios de transporte. Conforme a lo previsto en el artículo
119 LOTT, las agencias de transporte, como cualquier otro operador de transporte, deberían
contratar en nombre propio tanto con el demandante del servicio como con el transportista que
vaya a realizarlo.
Los operadores logísticos son empresas especializadas en organizar, gestionar y controlar, por
cuenta ajena, las operaciones de aprovisionamiento, transporte, almacenaje o distribución de
mercancías que precisan sus clientes en el desarrollo de su actividad empresarial, pudiendo
utilizar en el desarrollo de sus operaciones infraestructuras, tecnologías y medios propios o
ajenos ( art. 122 LOTT). Actúan en nombre de los propietarios de la mercancía, aportando sus
conocimientos y experiencias, así como su gran capacidad de oferta de servicios de transporte a
precios más ventajosos a los establecidos por las tarifas oficiales de las empresas porteadoras.
Las empresas de verificación de conformidad prestan un servicio auxiliar a medio camino entre
el transporte y el negocio para el que el transporte es parte de la entrega. Si el transportista tiene
que comprobar (art. 25 LCTTM) el estado de embalaje y el número de bultos, la compañía de
verificación de conformidad, comprueba la identidad técnica de las mercaderías con aquellas
que se ha comprometido a expedir. Piénsese, por ejemplo, en la compraventa internacional de
cualquier mercadería de calidad, especie o técnica determinada y que solo es comprobada su
identidad en destino. Estas entidades realizan esa comprobación en origen inspeccionando la
mercancía antes de su expedición para comprobar que cumpla con las normas de calidad y
seguridad respectivas del país de destino. No tienen una regulación específica.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
III. El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera
5. Consideraciones previas: régimen jurídico y sujetos intervinientes
Como quedó dicho, este régimen jurídico privado (por más que abunden los elementos
imperativos) se acompaña de las normas de Derecho público directamente aplicables a esta
rama de la actividad económica. Esto es, la Ley 16/1987, de 30 de julio de Ordenación de los
Transportes Terrestres (LOTT) y su Reglamento de desarrollo aprobado por Real Decreto
1211/1990, de 28 de septiembre (ROTT); así como en el transporte ferroviario, la Ley 38/2015,
de 29 de septiembre, del Sector ferroviario (LSF) y su Reglamento de desarrollo aprobado por
Real Decreto 2387/2004, de 30 de diciembre (RSF), modificado, entre otros por el Real Decreto
664/2015, de 17 de julio, por el que se aprueba el Reglamento de Circulación Ferroviaria,
modificado por el Real Decreto 1011/2017, de 1 de diciembre. Conforme a lo previsto en la
disposición adicional única el Real Decreto 271/2018, de 11 de mayo, las referencias que
contenga el RSF, a la derogada Ley de 2003, deben entenderse hechas a la LSF de 2015, en todo lo
que no resulte incompatible con la misma, conforme a lo establecido en la disposición
derogatoria única de esta última disposición.
Este «paquete» normativo se complementa con la Ley 25/2009, Ley Omnibus (en especial arts. 20-
25) y con la Ley 2/2011 de Economía Sostenible (en especial arts. 93 a 98, disps. ads. 3ª y 4ª y disp.
finales 4ª, 22ª y 23ª). Debemos tener en cuenta, además, lo previsto en la Orden
FOM/1882/2012, de 1 de agosto, por la que se aprueban las condiciones generales de contratación
de los transportes por mercancías por carretera, en cumplimiento de lo establecido en la
disposición adicional 3ª de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías.
El actual régimen legal responde a un proceso de liberalización, común a muchas otras ramas de
la economía, y que en el ámbito del transporte comenzó con la anteriormente mencionada Ley
del Sector ferroviario. Liberalización que, sin duda, implica la necesidad de un nuevo marco
legal para las relaciones contractuales que vayan dándose ya en un nuevo escenario de apertura
a la libre competencia.
De igual forma, extiende su ámbito de aplicación al transporte fluvial, salvo que el mismo se
realice en las condiciones establecidas en el artículo 1.2 de la Ley 14/2014, de 24 de julio, de
navegación marítima, conforme a lo previsto en el apartado tercero del mismo precepto (disp.
ad. 1ª). Supletoriamente, se extiende al transporte postal siempre que se esté fuera del marco del
servicio postal universal (disp. ad. 3ª). También al de auxilio y rescate en carretera y por último
al transporte realizado en bicicleta, en espera del establecimiento de un régimen jurídico
específico (disps. ads. 4ª y 5ª).
Dos cuestiones son destacables. Por un lado, la regulación es común para los contratos de
transporte terrestre, tanto por carretera como por ferrocarril, sin perjuicio del establecimiento
de especialidades aplicables exclusivamente a este último. Por otro lado, hay que tener en
cuenta que estamos ante una regulación de carácter dispositivo para las partes contratantes,
excepto en lo relativo al orden público y determinados contenidos que se establecen como
imperativos, como son las normas referidas a la responsabilidad del porteador y a la
prescripción de las acciones derivadas de la propia Ley del Contrato de Transporte Terrestre de
Mercancías. Por ello el margen para la autonomía de la voluntad es relativamente amplio (art. 3
LCTTM).
La Ley define a los sujetos que pueden formar parte del contrato señalándose la presunción de
contratación en nombre propio para los habituales contratantes o intermediarios en este tipo de
contratos (art. 5). Además, se hace mención expresa a los porteadores efectivos, para regular la
cuestión de la intervención de varios sujetos por vía de subcontratación en el transporte. Ahora
bien, se echa en falta la especificación del régimen de responsabilidad de este porteador
efectivo, pues en ningún momento se pronuncia la Ley sobre la posible responsabilidad que el
mismo tendrá frente al cargador, señalándose sencillamente una conversión (que no
subrogación) de la posición jurídica del porteador contractual en la de cargador, al haber
contratado con otro porteador la realización de todo o parte del transporte (art. 6.2).
Sí que encontramos una regulación bastante más detallada, del contrato de transporte con
porteadores sucesivos (arts. 64 y ss.), en el que el régimen de responsabilidad para los diferentes
intervinientes en la realización del transporte viene establecido con meridiana claridad, así
como la limitación de la legitimación pasiva, más allá de los problemas que en la práctica
puedan suscitarse debido a la complejidad ínsita a este tipo de contratos.
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Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
III. El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera
6. La documentación del contrato
Existen, además, supuestos en los que su expedición es obligatoria ex lege, como es el caso de los
contratos de transporte continuados celebrados con un trabajador autónomo económicamente
dependiente (art. 16.4 LCTTM).
En la carta de porte distinguimos tres tipos de contenidos: el obligatorio, con detalles como fecha
y lugar de expedición, sujetos, mercancías, con indicación de su naturaleza, número y cantidad,
así como el tipo de embalaje que se precisa, y el precio (art. 10.1); el contenido facultativo que las
partes quieran reflejar como resultado de sus acuerdos (art. 10.2); y el que por exigencia de la
legislación especial aplicable al tipo de mercancía u otras circunstancias, deba quedar reflejado
en la carta de porte. La omisión de alguna de las menciones previstas en el artículo 10.1 no
privará de eficacia a la carta de porte en cuanto a las incluidas (art. 13.2).
De forma detallada se establece el contenido de la carta de porte en la condición 2.3 del Anexo
de la Orden FOM/1882/2012, al que nos remitimos.
La carta de porte se emitirá una vez el porteador haya recibido las mercancías y haya verificado
las condiciones en las que las mismas se encuentran. Se trata de un examen limitado y externo,
centrado en comprobar las condiciones de embalaje o la apariencia de las mercancías
entregadas por el cargador. Conforme a lo establecido en el artículo 25 de la Ley del Contrato de
Transporte Terrestre de Mercancías el porteador hará constar en la carta de porte, de forma
motivada, los defectos y dudas que se deriven del mencionado examen, así como si se ha podido
realizar o no esta verificación inicial de las mercancías (vid infra).
Se establece la obligación de emitir una carta de porte para cada envío (art. 10.3 LCTTM) y se
prevé la posibilidad de emitir tantas cartas como vehículos participen en el transporte, si así lo
solicitan porteador o cargador (art. 10.4). Deberán emitirse tres ejemplares originales de la carta
de porte, que irán signados por el cargador y el porteador (art. 11.1), sin que esta exigencia sea
obstáculo para la emisión de cuantas copias se consideren conveniente por las partes, al no
establecerse prohibición al respecto.
Sorprende, no obstante, la exigencia de acuerdo entre las partes para el empleo de este medio
electrónico de documentación, contrario a las disposiciones legales sobre comercio electrónico.
No consideramos, por otro lado, que sea obstáculo al respecto la exigencia de que el segundo
ejemplar deba viajar con las mercancías, ex artículo 11.3, pues es evidente que la misma queda
perfectamente satisfecha con el documento electrónico, al que alude el artículo 15.2 de la Ley del
Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías. Mayores dudas plantea que tipo de firma
electrónica deberá emplearse para signar el documento, pues si la misma ha de garantizar no
solo la identidad del firmante, sino también la integridad del documento o las fechas del mismo,
dudamos de la validez de una firma electrónica simple y nos decantamos por el recurso, cuanto
menos, a una firma avanzada, sobre todo si tenemos en cuenta las exigencias de la condición 2.8
de la Orden de 2012 en cuanto a los requisitos o condicionamientos de elaboración de la carta de
porte electrónica.
La fuerza probatoria de la misma es fehaciente una vez firmada por ambas partes, en cuanto a
la conclusión y el contenido del contrato, así como de la recepción de las mercancías por el
porteador, salvo prueba en contrario (art. 14.2).
No podemos confundir las reservas que realiza el porteador con las que lleve a cabo el
destinario cuando las mercancías han llegado al lugar de destino (vid infra).
Esta obligación del porteador tiene su correlato en el artículo 19 de la Ley del Contrato de
Transporte Terrestre de Mercancías, en virtud del cual, el cargador deberá entregar al porteador
las mercancías en el tiempo y en el lugar pactados, o en defecto de pacto, en el establecido por
los usos, o por las relaciones comerciales anteriores para el caso, por ejemplo, de transportes
continuados. El precepto prevé, además, las consecuencias que se derivan del incumplimiento
total o parcial de esta obligación. La entrega deberá efectuarse, por otro lado, en las condiciones
establecidas en el artículo 21 de la norma.
Como no podía ser de otro modo, el artículo 24 de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de
Mercancías aclara los deberes de información que el cargador tiene para el caso de mercancías
peligrosas, así como las posibilidades de actuación que el porteador tiene para el caso de que no
sea informado correctamente al respecto, y su obligación de comunicación inmediata al
cargador en caso de haber actuado según alguna de esas posibilidades. Sobre el transporte de
mercancías peligrosas debe tenerse en cuenta, además, las previsiones contenidas en Real
Decreto 97/2014, de 14 de febrero, por el que se regulan las operaciones de transporte de
mercancías peligrosas por carretera en territorio español.
Salvo que la normativa reguladora de determinados tipos de transporte establezca cosa distinta,
conforme a lo establecido en el artículo 20, las operaciones de acondicionamiento y carga-
descarga de las mercancías se atribuyen, respectivamente, a cargadores y destinatarios, salvo
que el porteador las asuma antes de la efectiva presentación del vehículo para su carga o
descarga, previendo el precepto la responsabilidad que asumen unos y otros en función de los
daños que puedan irrogarse a las mercancías durante las operaciones de carga y descarga,
estiba o desestiba, de tal forma que, si las he llevado a cabo el cargador o el destinatario, serán
ellos quienes respondan, salvo que el cargador haya realizado las mencionadas operaciones
siguiendo las instrucciones del porteador (art. 20.2 LCTTM, v. SAP de Soria, núm. 148/2017,
Sección 1ª, de 30 octubre).
Los artículos 25 a 28 de la norma establecen las actuaciones que debe llevar a cabo el porteador
una vez le han sido entregadas las mercancías. Pesa sobre el porteador el deber de guarda y
conservación de las mismas desde el momento en que las recibe hasta que las traslada a su
destino (art. 28.1), y, como es lógico, de realizar el transporte en las condiciones pactadas, por la
ruta convenida o por la que considere más idónea en función de las circunstancias y de las
mercancías, en caso contrario, debiendo entregar las mercancías en las condiciones en que las
recibió (ex art. 34 LCTTM, v. SAP de Jaén, nº 373/2018, Sección 1ª, de 13 de abril de 2018). Con
carácter previo, conforme a lo establecido en el artículo 25, el porteador deberá realizar un
examen externo de las mercancías en el momento en que se hace cargo de las mismas,
comprobando, además, la exactitud de las menciones de la carta de porte relativas al número y
señales de los bultos. Deberá hacer mención en la carta, de forma motivada, a aquellas
objeciones o defectos que aprecie, o, en su caso, a la imposibilidad o carencia de medios
adecuados para verificar la coincidencia del número y las señales de los bultos.
Prevé el legislador, que estas actuaciones se llevarán a cabo por el porteador en presencia del
cargador o sus auxiliares, o, en caso de que no sea posible, ante Notario o con asistencia del
Presidente de la Junta Arbitral del Transporte competente o persona por él designada (art. 26.3).
En estos supuestos, el resultado del reconocimiento deberá hacerse constar o en la carta de porte
o en el acta que se levante al afecto (art. 26.4).
Debemos tener en cuenta que, si los bultos se presentan mal acondicionados o mal identificados,
sin la documentación necesaria, o si su naturaleza o características no coinciden con las
declaradas por el cargador, el porteador tendrá derecho a rechazar los bultos, comunicándolo
debidamente al cargador (art. 27). De igual forma, podrá el porteador supeditar el traslado de la
mercancía a la aceptación por el cargador de las reservas hechas en la carta de porte (art. 27.2).
No siendo posible realizar el transporte en las condiciones pactadas es necesario y así provee la
Ley un procedimiento de comunicación y actuación. El artículo 31 se refiere a la solicitud por
parte del porteador al cargador de las oportunas instrucciones para tal caso, aunque lo lógico
habría sido establecer que la comunicación del porteador hubiera de hacerse a quien tuviera en
ese momento el derecho de disposición sobre la mercancía, pues podría perfectamente no ser el
cargador, en cuyo caso tal comunicación y solicitud de instrucciones carecerían de todo sentido.
En cualquier caso, a falta de instrucciones, el porteador actuará adoptando las medidas que
considere oportunas, siguiéndose para ello criterios como la razonabilidad y proporcionalidad
para asegurar el buen fin de la operación.
Sí que podemos observar la expresa mención al titular del derecho de disposición sobre la
mercancía, en lo que a la comunicación y solicitud de instrucciones del porteador se refiere,
para el caso en que esta corra riesgo de perderse o sufrir graves perjuicios, por lo que se
entiende que lo previsto en el artículo anterior es un descuido del legislador, y considerándose
como adecuado modo de actuar el previsto en este artículo 32. Los gastos que se puedan
ocasionar al porteador por todo lo relacionado con la comunicación y solicitud y ejecución de
instrucciones solicitadas y dictadas por el titular del derecho de disposición, correrán a cargo de
este último salvo culpa del porteador (arts. 31.3 y 32.2). Por último, es de destacar la posibilidad
de actuación que se da al porteador cuando se está ante mercancía de determinada naturaleza o
en determinado estado, ya que podrá solicitar directamente a la Junta Arbitral de Transporte
competente o ante el órgano judicial, la venta de la mercancía sin esperar instrucciones, de tal
modo que el producto de la venta quedará a disposición de quien corresponda deduciéndose el
precio del transporte y de los gastos ocasionados.
Las mercancías deberán ser entregadas en los plazos previstos en el artículo 33 (supra),
normalmente convencionales en el transporte de mercancías por carretera y perfectamente
regulados en el caso de transporte ferroviario, en ausencia de acuerdo (infra Lec. 37).
Partiendo de que las mercancías tienen que ser puestas a disposición del destinatario en el
mismo estado en el que se recibieron, atendiendo a lo establecido en la carta de porte (art. 34), el
legislador es consciente de que en el momento de producirse dicha entrega pueden surgir
desavenencias entre las partes en torno al estado en el que han llegado las mercancías (sobre la
validez de la declaración unilateral de la destinataria, SAP de Zamora, núm. 38/2016, Sección 1ª,
de 19 de febrero). Las mismas serán resueltas mediante la designación de perito, de común
acuerdo o judicialmente, o por la Junta Arbitral de Transporte correspondiente, sin que ello
impida la posibilidad de recurrir a la vía judicial, cuando no se esté de acuerdo con la decisión
adoptada por dichos órganos.
El destinatario puede ejercer los derechos que se derivan del contrato de transporte tras la
solicitud de la entrega de las mercancías al llegar estas, o después del momento en que debieran
haber llegado. Ahora bien, para actuar en tal sentido vendrá obligado a efectuar el pago del
precio del transporte y de los gastos causados, o si hubiera discrepancias sobre estos conceptos,
prestar caución suficiente. Por tanto, antes de hacer valer sus derechos, el destinatario está
obligado a cumplir en todo caso sus obligaciones como tal (art. 35 LCTTM).
Recoge la Ley una serie de circunstancias por las que se hace imposible la entrega de la
mercancía al destinatario, tras lo que tendrá el porteador que comunicarlo al cargador, que
habrá de dar las instrucciones correspondientes. Asimismo, se señala el juego de sustituciones
que se da cuando estas circunstancias se presentan tras la orden del destinatario de entregar las
mercancías a un tercero. El destinatario sustituirá al cargador y el tercero al destinatario (art. 36
LCTTM).
En el pago del precio del transporte, el legislador consagra la presunción legal de que el mismo
se realiza a portes pagados, ya que a falta de pacto se entiende que el cargador tiene la
obligación de pagar el precio del transporte y demás gastos (art. 40 LCTTM), pago que deberá
efectuarse, por otro lado, en el momento en el que la mercancía haya llegado al lugar de destino
y haya sido puesta a disposición del destinatario, salvo que se prevea otra cosa en el contrato
(art. 39 LCTTM). Ahora bien, cuando se pacte que sea el destinatario el encargado del pago del
precio, estará obligado a hacerlo tras aceptar la mercancía y si no lo hiciera será responsable
subsidiario el propio cargador. Se acaba así con los lamentables abusos que se producían en la
práctica en perjuicio del porteador, que tendrá ahora la posibilidad de dirigir su reclamación de
pago frente al cargador tras no haber obtenido satisfacción de sus intereses legítimos tras
reclamar frente al destinatario que asumiera la obligación de pago del transporte. El pago contra
reembolso tiene su régimen especial (art. 42 LCTTM).
Si el transporte fuese ejecutado de forma parcial, el porteador solo puede exigir el precio en
proporción a la parte ejecutada, siempre que dicha ejecución parcial pueda reportar algún
beneficio al deudor del precio del transporte. En cualquier caso, si la inejecución se debe a
causas imputables al cargador o al destinatario, el porteador está en su derecho de exigir el
precio íntegro (art. 40).
En referencia al transporte continuado, se establecen las pautas a seguir en cuanto al pago del
precio y fijación del mismo, afirmándose de forma inequívoca la presunción de no gratuidad del
transporte (art. 39.4 LCTTM).
Se favorece el cobro del precio y los gastos de transporte por parte del porteador gracias a una
serie de medidas además de la expuesta anteriormente. Así el artículo 40 recoge la posibilidad
que tiene el porteador de no entregar la mercancía si el obligado al pago de las mismas y de los
gastos, no lo hace o no presta caución suficiente, teniendo en tal caso que depositar las
mercancías judicialmente o ante la Junta Arbitral de Transporte correspondiente y pedir su
enajenación para la obtención de lo debido, para lo que el plazo legal es de diez días desde el
impago. Hay además una remisión a la Ley de 3/2004, de 29 de diciembre (debemos entender
que o la norma que la sustituya) por la que se establecen medidas de lucha contra la morosidad
en las operaciones comerciales, entrando en juego por tanto un mayor interés del dinero, a
pagar por el obligado al pago que incurre en mora tras el plazo de treinta días desde la fecha
establecida para el mismo (art. 41). Este precepto concluye estableciendo la nulidad de
determinados pactos cuando sean abusivos en perjuicio del porteador, remitiéndose, una vez
más para regular esta situación, a la Ley 3/2004 y la Ley 15/2010, de 5 de julio, de modificación
de la Ley 3/2004, de 29 de diciembre, por la que se establecen medidas de lucha contra la
morosidad en las operaciones comerciales.
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B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
III. El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera
8. Las mercancías: depósito y enajenación
El porteador, cuando el transporte o la entrega no sean posibles, podrá descargar las mercancías
por cuenta de quien tenga derecho sobre las mismas, teniendo que hacerse cargo de su custodia.
También podrá depositarlas confiándolas a un tercero (de cuya elección responderá) o bien
depositarlas ante el órgano judicial o la Junta Arbitral de Transporte que corresponda, supuesto
en el que el transporte se considerará concluido (art. 44).
En cualquiera de los casos señalados en el párrafo anterior, es posible para el porteador solicitar
ante el órgano judicial o ante la Junta Arbitral de Transporte, y siempre que se den unas
concretas circunstancias, la enajenación de las mercancías sin esperar a recibir instrucciones
concretas del que tenga derecho sobre ellas. De las mencionadas circunstancias, es de difícil
apreciación la que se expresa en términos de «excesivos gastos de custodia en relación con el
valor de la mercancía», cuestión que se podría haber objetivado de alguna forma. Para el caso
en que no se den las circunstancias señaladas, la Ley habla de plazo razonable tras el cual el
porteador puede pedir la venta de las mercancías, si no recibió las instrucciones oportunas. Una
vez más la norma hace uso de un concepto jurídicamente indeterminado, sembrando la duda al
porteador sobre lo que pueda ser considerado razonable, según las circunstancias. La situación
pudiera aún complicarse tratándose de mercaderías de rápida devaluación en depósito.
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B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
III. El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera
9. La responsabilidad del porteador
A. El fundamento de la responsabilidad
A. El fundamento de la responsabilidad
Alguna precisión es necesaria al hablar del momento a partir del cual responde el porteador. Si
bien la Ley en su artículo 28.1, establece la obligación del porteador de guardar y custodiar las
mercancías, desde que las recibe en origen hasta que las entrega en destino, el artículo 47 se
expresa en términos de responsabilidad desde la recepción de las mercancías para el transporte.
La duda como puede inferirse podría suscitarse en relación al período de tiempo en que
transcurren las operaciones de carga y descarga, ya que, aun siendo el porteador el encargado
de efectuarlas, no se estaría, en virtud del artículo 47, dentro del período de responsabilidad,
que no comenzaría hasta el inicio del transporte en sí, y haría inaplicable el régimen de
responsabilidad recogido en esta Ley, resultado que no estaría justificado. En conclusión, habrá
de considerarse que el porteador es responsable de la mercancía incluso durante el período de
carga y descarga, siempre que sea el encargado de llevar a cabo dichas operaciones.
Una vez aclarado esto, la responsabilidad será obviamente por la pérdida total o parcial de las
mercancías, así como por las posibles averías o menoscabos. También responderá por el mismo
concepto, en caso de retraso en la ejecución del transporte en los términos previstos en esta Ley.
En caso de incumplimiento del porteador de otras obligaciones derivadas del contrato de
transporte, responderá según las reglas generales de responsabilidad contractual cuando nada
haya sido regulado de forma específica al respecto.
Las causas de exoneración de esa responsabilidad establecidas de modo taxativo (art. 48 LCTTM)
se basan en la prueba de que el daño causado es imputable al cargador o al beneficiario. La
norma incluye también una serie de presunciones de exoneración. Son presunciones iuris
tantum por lo que cabe prueba en contrario, que corresponde al porteador.
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Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
III. El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera
9. La responsabilidad del porteador
B. La limitación de la responsabilidad del porteador
En caso de averías, se vuelve a tomar como referencia el lugar y momento en que el porteador
recibe la mercancía, y el cálculo se realiza por la diferencia entre el valor de la mercancía tal
como se recibió, y el de la misma averiada (se entiende valor de mercado de esa o similar
mercancía). El problema será establecer el valor que la mercancía tiene una vez averiada, pues
la avería puede afectar de forma muy diferente a la mercancía que como consecuencia de la
misma podría quedar totalmente inservible, por lo que el valor indemnizable podría llegar a ser
el valor total de mercancía. En este sentido, el artículo 54.2 viene a equiparar la avería que haga
absolutamente inútil la mercancía para su venta o consumo, a la pérdida total de la misma a
efectos indemnizatorios, estableciéndose así un límite cuantitativo. También se equiparan a la
pérdida total de la mercancías otros dos casos muy concretos, esto es, cuando la parte de la
mercancía no entregada convierta en inservible la que sí ha sido entregada, y el transcurso del
tiempo de plazo establecido en la ley sin que se haya procedido a la entrega, es decir, veinte días
desde la fecha pactada o treinta, a falta de pacto al respecto.
La indemnización por retraso que señala el artículo 56 habrá de entenderse siempre que
estemos dentro de los plazos que acabamos de mencionar, dentro de los cuales obviamente la
indemnización no debiera llegar a ser mayor de la estipulada para la pérdida total.
Siempre dentro de la posible aplicación de las normas que se analizan sobre limitación de
responsabilidad, se establece un límite cuantitativo de la indemnización como ya se apuntaba al
principio de este apartado. El artículo 57 toma como referencia el Indicador Público de Renta de
Efectos Múltiples/día, cuyo tercio por cada kilogramo bruto de mercancía perdida o averiada, no
podrá ser superado a efectos indemnizatorios.
En caso de retraso, la indemnización no podrá superar el precio del transporte, aunque suele ser
habitual que el daño causado exceda del mismo. Aun surgiendo la obligación de indemnizar por
varios conceptos, no cabrá cantidad total indemnizatoria superior a la suma debida en caso de
pérdida total de las mercancías (art. 57.3 LCTTM).
Todos los límites establecidos por la Ley, y aun expresándose esta en los términos «no podrá
exceder», son superables si así se pacta, pues tal como se dijo en referencia a la ineficacia de
pactos que aminoraran la responsabilidad del porteador, cabrá acuerdos que, en sentido
contrario, aumenten dicha responsabilidad, debiendo por tanto entenderse que lo establecido
por la norma ha de respetarse siempre que no haya pacto en el sentido expuesto. Se volverá
sobre esta cuestión al analizar el artículo 61 de la Ley.
También cabe, por último, aumentar el límite de indemnización que se prevé para los casos de
pérdida y avería, que igualmente permitirá al porteador exigir un suplemento del precio del
transporte.
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Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
III. El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera
10. La prescripción de acciones
El legislador detalla el momento concreto en que ha de comenzar el cómputo del plazo para
entablar la reclamación, atendiendo para ello al motivo o circunstancia determinante de la
misma, de forma semejante al régimen previsto en este sentido en el Convenio de Ginebra. Ante
pérdida parcial, avería y retraso el plazo dará comienzo desde la entrega al destinatario. En
situación de pérdida total de las mercancías comenzará una vez transcurridos los veinte días
desde el plazo convenido de entrega o transcurridos treinta días desde que el porteador se
hiciera cargo de la mercancía para el caso en que no se pactara plazo alguno para la entrega.
Para finalizar se establece un plazo para el resto de los casos no contemplados antes, y será de
tres meses desde la celebración del contrato de transporte o desde el día en que la acción
pudiera ejercitarse en caso de que fuera posterior a los tres meses. Así, en cualquier caso, no se
comenzará a computar el plazo antes de los tres meses (art. 79).
Por ser plazos de prescripción y no de caducidad, podrán ser interrumpidos, para lo que la Ley
remite (art. 79.3, v. STS Sala 1ª, de 25 de noviembre de 2016) a las causas señaladas con carácter
general en los contratos mercantiles. Esto nos llevará a los artículos 944 y siguientes del
Código de Comercio.
Finaliza la regulación de la prescripción con una norma que supone una importante novedad en
referencia a las acciones entre porteadores. Será de un año el plazo para interponer la acción de
regreso ocasionada por la inicial responsabilidad de un porteador por los daños generales a las
mercancías por otros porteadores, plazo que comenzará a computarse desde el momento en que
se fijara la indemnización a pagar por sentencia firme o laudo arbitral, o en su ausencia, a partir
del momento en que el porteador que ahora acciona contra otro efectuó el pago. Como cabe
observar se evita a favor del porteador que afrontó el pago de la indemnización, que su acción
de regreso prescriba frente al porteador que causó los daños en la mercancía.
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Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
IV. Transporte internacional de mercancías por carretera. Aproximación al régimen jurídico
Su ámbito objetivo se limita a aspectos parciales del contrato de transporte: documentos del
transporte y cuestiones conexas (arts. 4 y ss.); derechos de porteadores y cargadores o
destinatarios (arts. 11 y ss.); y, como apuntábamos, al establecimiento del régimen de
responsabilidad del porteador por pérdidas, averías o retrasos (arts. 17 y ss.).
Merece especial mención, a fin de delimitar el ámbito de la norma, el artículo 2 del Convenio, en
el que se regula el denominado transporte superpuesto, consistente en el traslado del vehículo
de transporte por carretera a bordo de otro medio de transporte (un buque o un tren, por
ejemplo), siempre que las mercancías no hayan sido descargadas del primer vehículo y cargadas
en el segundo y que exista pluralidad de medios de transporte.
Las partes del contrato son las mismas que en el transporte nacional, planteándose los mismos
problemas apuntados anteriormente. De forma expresa se regulan, en los artículos 34 y
siguientes la posible existencia de varios porteadores.
Así, respecto del porteador, de forma esquemática, se contempla su deber de revisar las
mercancías en el momento en que las recibe, así como el derecho a hacer constar en la carta de
porte las reservas justificadas que considere, en este sentido (art. 8), so pena de considerarse, en
caso contrario que las mercancías estaban en buen estado en el momento de la recepción (art.
9.2); deberá custodiar las mercancías una vez recibidas y efectuar el transporte en el plazo
previsto, o en su defecto en el que resulte razonable exigir a un porteador diligente (art. 19);
deberá solicitar las instrucciones del cargador o del destinatario en los supuestos en los que el
transporte sea irrealizable, o sea imposible proceder a la entrega de las mercancías (arts. 14, 15
y 16).
No alude el Convenio, por voluntad de sus redactores, a los sujetos a los que compete la carga y
descarga de las mercancías, quedando la materia reservada al pacto entre las partes y, en su
defecto, supletoriamente, al Derecho nacional.
Como en la mayoría de los Convenios sobre transporte, el Convenio de Ginebra (CMR) establece
un sistema de limitación de la responsabilidad del porteador que se concreta, por un lado, en la
previsión de que solo serán indemnizables los daños materiales directos e inmediatos,
excluyéndose, en consecuencias los daños indirectos o consecuenciales, tales como el lucro
cesante (salvo que la causa de la responsabilidad sea el retraso); por otro, en el establecimiento
de un sistema de cláusulas de exoneración; y, por último, en la limitación en la cuantía o suma
de la responsabilidad, que dependerá del motivo causante del daño (pérdidas, art. 23; averías,
art. 25).
Se consagra, por último, de forma semejante a los Derechos internos, un exhaustivo régimen en
materia de reclamaciones previas al ejercicio de acciones de responsabilidad (verificación
contradictoria, conforme al art. 30).
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Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
V. Transporte de personas por carretera: régimen nacional e internacional
La circunstancia capital de que la prestación del porteador se proyecte sobre una persona
atribuye a este contrato características diferenciales frente al transporte de cosas: en él no cabe
hablar de entrega, ni al comienzo ni al fin del contrato; y no existe la figura del consignatario ni
del cargador.
El contrato de transporte de viajeros por carretera puede ser definido como aquel acuerdo de
voluntades por el que una de las partes (transportista) se obliga mediante precio a trasladar a la
otra persona (viajero) y a su equipaje de un lugar a otro en las condiciones pactadas, incólume y
de forma segura.
Se trata de una modalidad o subespecie del contrato de obra, pues el transportista no solo se
compromete a llevar a cabo su actividad de forma diligente, sino también a la consecución del
resultado, el traslado del pasajero al lugar de destino especificado, sin que el mismo sufra
menoscabo alguno en su persona o en su equipaje.
En cuanto a su régimen jurídico, el contrato de transporte de viajeros por carretera se regula, sin
perjuicio de las disposiciones autonómicas y locales, en sus respectivos ámbitos, por la Ley
16/1987, de 30 de julio, de Ordenación del Transporte Terrestre y su Reglamento, Real Decreto
1211/1990, de 28 de septiembre.
Dicho régimen difiere según estemos en presencia de los denominados transportes regulares
(que se efectúan conforme a itinerarios, calendarios y horarios preestablecidos) o discrecionales
(que no responden a dichos criterios de prefijación); de uso general (demanda colectiva) o
especial (destinado a grupos específicos de usuarios).
Desde la óptica del Derecho privado destaca, igualmente, el Reglamento (UE) 181/2011 sobre
derechos de los viajeros por autobús y autocar, de 16 de febrero de 2011.
Para el caso en el que el transporte de viajeros por carretera tenga la consideración de turístico,
habrán de tomarse en consideración las normas específicamente contenidas al respecto en los
artículos 110 y siguientes de la Ley de Ordenación del Transporte Terrestre.
El elemento precio tiene en este contrato de transporte un matiz especial, pues salvo en el caso
de los transportes privados, en los públicos habrá de determinarse conforme a tarifas fijadas por
la Administración ( arts. 66 y ss. ROTT). No cabe la menor duda, en este sentido del carácter
oneroso del contrato de transporte de viajeros por carretera, sin perjuicio de la existencia de
casos en los que el mismo tiene carácter gratuito, denominados transportes interesados o de
cortesía, benévolos o de complacencia. El transporte interesado bien puede equipararse al
oneroso, por el interés que el porteador tiene en el mismo, sin necesidad de que tenga que ser
traducido en el sentido de precio. Los otros, plantean problemas en orden a la determinación de
una posible responsabilidad del transportista en caso de daños, que habrá de ser ejercitada por
los trámites de la responsabilidad extracontractual, sin perjuicio de la prevista en las normas
especiales sobre circulación y del resarcimiento que pueda obtenerse por los seguros
obligatorios.
Con excepción de aquellos supuestos en los que entre el pasajero y el porteador no medie
relación contractual alguna (pensamos en algunos servicios de transporte discrecional o
regulares de uso especial), la responsabilidad del porteador tendrá carácter contractual,
subjetivo (negligencia) e ilimitado, de la que solo podrá exonerarse en supuestos de fuerza
mayor o de culpa de un tercero. Este régimen general posee dos importantes excepciones: la
derivada del régimen de responsabilidad objetivo establecido en el Real Decreto Legislativo
8/2004 de 29 de octubre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley sobre
Responsabilidad Civil y Seguro en la Circulación de Vehículos a Motor; y la prevista en el Real
Decreto Legislativo 1/2007 de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la
Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios, también de carácter objetivo y
compatible con cualquier otra de naturaleza contractual o extracontractual, siempre que
concurran los requisitos establecidos en el artículo 148 de la norma.
La responsabilidad del porteador alcanza tanto los daños personales (lesión, muerte...), como los
materiales y morales, tanto por accidente como por retraso, cancelación o interrupción
injustificada del viaje. Paralelamente a lo que sucede en el transporte de mercancías con la
obligación de custodia de las cosas transportadas, rige aquí una obligación de vigilancia, que en
caso de infracción genera la responsabilidad específica del porteador, con independencia de la
valoración que ha de hacerse de la conducta del pasajero en la producción del daño. En orden al
ejercicio de la acción de responsabilidad, no será necesario que el viajero formule reclamaciones
previas al ejercicio de la acción judicial, debiendo estarse a los plazos prescriptivos establecidos
en el Código Civil.
No parece que deba extenderse este régimen de responsabilidad a los denominados bultos de
mano, en tanto los mismos no se facturan, permaneciendo en todo momento bajo la vigilancia y
responsabilidad del viajero, salvo que el mismo pueda demostrar que los daños de dicho
equipaje se debieron a negligencia del porteador.
No debemos olvidar, por otro lado, la obligación que pesa sobre el porteador de suscribir
seguros obligatorios que den cobertura a los daños ocasionados a los pasajeros.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
VI. Transportes terrestres especiales. El contrato de mudanza
La Ley de Ordenación del Transporte Terrestre, en su artículo 66, clasifica los transportes en
ordinarios y especiales, atendiendo, a la especificidad de su objeto o de su régimen jurídico.
En concreto, considera transportes especiales, aquellos en los que, por razón de su peligrosidad,
urgencia, incompatibilidad con otro tipo de transporte, repercusión social, u otras causas
similares están sometidos a normas administrativas especiales, e incluso a autorizaciones
específicas ex artículo 89 de la Ley. En cualquier caso, se consideran transportes especiales, el de
mercancías peligrosas, productos perecederos cuyo transporte haya ser realizado en vehículos
bajo temperatura dirigida, el de personas enfermas o accidentadas y el funerario. La
enumeración legal se considera numerus apertus, teniendo en consecuencia la concepción de
transporte especial todo aquel que, conforme a la regla general, sea regulado como tal, de forma
específica por una disposición de carácter administrativo.
Es aquel por el que el porteador transporta, carga, descarga y traslada una serie de objetos
enumerados en la propia norma: mobiliario, enseres y sus complementos (art. 71 LCTTM). El
legislador acota el tipo de objetos susceptibles de ser transportados y, aunque parece que
estemos ante categorías amplias, el carácter taxativo de la norma impide incluir el transporte de
otros objetos. Los lugares desde y hacia donde se transportan los objetos también son
especificados a modo de lista cerrada: vivienda, local de negocio o centro de trabajo, teniendo el
mismo carácter antes expuesto en relación a los objetos transportados.
No es este el criterio del legislador al delimitar las prestaciones que el porteador puede llevar a
cabo, ya que se prevé la posibilidad de que las partes acuerden otras prestaciones adicionales,
tales como la preparación, el armado o desarmado, el embalaje y el desembalaje de los objetos a
transportar. Deja así abierta la posibilidad de inclusión de otras operaciones que la Ley califica
como complementarias, creando la duda sobre qué operaciones poseen dicha catalogación. Por
ello, cabe plantearse si operaciones como el almacenaje de los objetos a transportar, aunque sea
por un breve período de tiempo, o su consignación en un guardamuebles, pueden ser
consideradas como complementarias de la mudanza cuando en sí constituyen un depósito, con
su propia regulación normativa diferente al contrato de mudanza.
Al señalar las obligaciones del porteador en el artículo 74, se puede observar cierta
contradicción con lo establecido en el artículo 71, pues en este se configura la operación de carga
y descarga como una obligación esencial o consustancial al contrato de mudanza mientras que
las operaciones de armado y desarmado, embalaje y desembalaje serán pactadas por las partes.
Sin embargo, el artículo 74 parece poner tanto las operaciones de carga y descarga como las que
se acaba de mencionar al mismo nivel, teniendo que asumirlas el porteador a falta de pacto
expreso.
Como deber de información por parte del porteador, se establece que tendrá que poner en
conocimiento del cargador las normas administrativas que sean aplicables al traslado pactado,
así como informar sobre la posibilidad de concertar un contrato de seguro que cubra el riesgo de
daños a los bienes objeto de la mudanza, cuya conclusión no liberará de responsabilidad al
porteador. Este deber de información es de suma importancia para el porteador pues su
incumplimiento acarreará la no aplicación de las normas de limitación de su responsabilidad
(art. 76 LCTTM). En cuanto a las causas y presunciones de exoneración de responsabilidad del
porteador, son, junto con algunas específicas, aplicables las generales del contrato de transporte
terrestre de mercancías por expresa remisión (art. 75 LCTTM); técnica quizás discutible si
consideramos que, a falta de norma especial (mudanza), se aplicará la general (transporte
terrestre), y que la remisión puede dar lugar a alguna falta de adecuación cuando se trate de
mudanzas multimodales en las que el régimen supletorio debería ser el propio del medio
utilizado. Se prevé, además, la posibilidad de que el legitimado para reclamar demuestre que el
daño no fue causado, en todo o en parte, por los riesgos excluyentes de la responsabilidad del
porteador. Por otro lado, se establece que, si se prueba, entendemos que por porteador, que los
daños fueron causados, parcialmente, por circunstancia que le resulta imputable, su
responsabilidad se limite en la medida en la que su culpa ha contribuido a la causación del daño
(art. 75.5 LCTTM).
El límite de indemnización del porteador por daños o pérdidas de los bienes transportados es
superior al señalado por la Ley para el contrato de transporte, tomando como referencia de
nuevo el Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples/día y su relación con el metro cúbico
de espacio de carga necesario para el cumplimiento del contrato. Es interesante observar cómo
se excluyen de este límite indemnizatorio los daños que sufre el cargador en bienes de su
propiedad, distintos de los transportados en la mudanza, y que tan comúnmente se padecen.
Responsabilidad ilimitada por tanto para estos casos.
La acción por pérdida o avería de los bienes queda condicionada a que el cargador manifieste
por escrito sus reservas al porteador o a sus auxiliares distinguiendo como ya se hiciera para el
contrato de transporte, entre averías aparentes, que deberán manifestarse en el acto de entrega,
o no aparentes, para las que se establece un plazo de 7 días hábiles. Una vez más queda clara la
importancia que tiene el deber de información para el porteador cuando se trata de un
destinatario-consumidor, ya que la infracción de dicho deber implicará la posibilidad de acción
por parte del consumidor fuera de los plazos establecidos y sin necesidad de formular las
exigidas reservas (art. 77.1).
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B) El mercado de servicios
Lección 36. El contrato de transporte terrestre (I). El transporte de mercancías y viajeros por
carretera
VII. El contrato de transporte con porteadores sucesivos o cumulativo
Este tipo de contrato, a diferencia de otras modalidades como puedan ser el transporte con
reexpedición, el transporte múltiple, o el transporte unitario con subtransporte, en las que se
observa la existencia de una pluralidad de transportistas que, como regla general, asumen una
parte del recorrido, implica que existe un contrato único asumiendo cada uno de los
transportistas la responsabilidad por la ejecución íntegra del mismo, aun cuando su
intervención directa se limite a una parte del trayecto.
Una vez fijado esto se establece una nueva limitación al ejercicio de la acción derivada del
contrato. Así, la responsabilidad solidaria opera siempre y cuando se cumpla además la
siguiente condición: solo podrá dirigirse la acción contra un porteador que no sea el primero o el
último, en el caso en que el daño causado a la mercancía se haya producido en el trayecto por él
llevado a cabo. Esto será en muchas ocasiones de difícil prueba por parte del cargador o del
destinatario, máxime si no se hizo uso por parte de los distintos porteadores de las reservas
oportunas, por lo que la legitimación pasiva en cuanto a una posible responsabilidad solidaria
quedaría reducida al primero y al último de los porteadores, por la limitación impuesta por la
propia Ley. En conclusión, la responsabilidad que con tan meridiana claridad parecía tener un
carácter solidario, pierde eficacia y efecto de protección para el acreedor del contrato de
transporte al establecerse las numerosas limitaciones arriba explicadas.
El porteador frente al que se haya entablado la reclamación y se haya visto obligado a pagar una
indemnización según lo establecido en los artículos que regulan esta modalidad de contrato,
tendrá derecho a repetir contra el resto de los porteadores que han participado en la ejecución
del mismo. El porteador sobre el que se ejerce el derecho de repetición no podrá formular
protesta o promover discusión porque el porteador frente al que en primer término se presentó
la reclamación pagara cuando la indemnización fuera fijada judicial o arbitralmente,
habiéndosele informado del proceso y de su derecho a intervenir en este.
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B) El mercado de servicios
Lección 37. El contrato de transporte terrestre (II). El transporte de mercancías y viajeros por
ferrocarril. El transporte multimodal
I. El transporte por ferrocarril: del monopolio a la liberalización
Se pretende, por otro lado, lograr la convivencia perfecta entre la liberalización del sector y las
garantías en cuanto a la seguridad y calidad en la prestación de los servicios de transporte
ferroviario, intentando, además, que realización de dicha actividad en régimen de libre
competencia no genere una elevación de los costes que han de satisfacer los viajeros.
La primera norma comunitaria, en este sentido, fue la Directiva 91/440/(CEE), de julio, sobre
desarrollo de los ferrocarriles comunitarios, que sin pronunciarse sobre si los servicios de
transporte debían ser de titularidad pública o privada, impuso la separación contable de las
infraestructuras y de los servicios. A ella siguieron la Directiva 95/18/(CE), del Consejo, de 19
de junio, sobre concesión de licencias a las empresas ferroviarias y la Directiva 95/19/(CE), de
19 de junio, sobre la adjudicación de las capacidades de las infraestructuras ferroviarias y la
fijación de los correspondientes cánones de utilización.
Fruto de los trabajos llevados a cabo para la elaboración del Libro Blanco «La política europea
del transporte de cara al 2010», de 2001, se aprobó el Segundo Paquete ferroviario, cuyo objetivo
era la consecución de un espacio europeo ferroviario integrado (Directivas 2004/49/CEE,
2004/50/CEE y 2004/51/CEE, todas de 29 de abril, y Reglamento 881/2004, de la misma fecha).
A pesar de la liberalización que se consigue con las disposiciones citadas y, especialmente, con la
nueva Ley del Sector Ferroviario, no podemos dejar de reseñar el importante elenco de
facultades que la misma atribuye a la Administración. Así, la Dirección General de Transporte
Terrestre, a la que se encomienda el otorgamiento de las licencias y las labores de inspección. La
Administración de Infraestructuras ferroviarias (ADIF), que ha reemplazado a RENFE en la
administración y gestión de infraestructuras, construcción de otras nuevas y adjudicación de la
capacidad de infraestructura. RENFE-operadora, será el organismo público encargado de la
prestación del servicio. El Comité de Regulación Ferroviaria y Aeroportuaria, será, por último, el
organismo encargado de garantizar la pluralidad de operadores, controlar el mercado y resolver
los conflictos que puedan surgir en el mismo.
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B) El mercado de servicios
Lección 37. El contrato de transporte terrestre (II). El transporte de mercancías y viajeros por
ferrocarril. El transporte multimodal
II. El contrato de transporte de mercancías por ferrocarril
1. Régimen jurídico nacional del transporte de mercancías por ferrocarril
Así, por ejemplo, en orden a la determinación del vehículo o medio utilizado para la realización
del transporte, delimitando el ámbito objetivo en el que se desenvuelven las disposiciones
reguladoras, el legislador, en la Ley de Ordenación del Transporte Terrestre define el transporte
por ferrocarril como aquel en el que los vehículos en los que se realiza circulan por un camino
de rodadura fijo que les sirve de sustentación y de guiado (art. 1.2). Con anterioridad a la
reforma de 2013 operada en dicha disposición, se excluía de tal consideración los teleféricos, así
como otros medios análogos de transporte que utilicen cables, tractor o portador o que no
tengan camino terrestre de rodadura (art. 150). No contempla el legislador referencia alguna al
respecto, pudiéndose considerar que dichos vehículos siguen excluyéndose del ámbito de
aplicación de la disposición que comentamos, sobre la base de que incumplen la exigencia de
circular por un camino terrestre de rodadura.
El porteador es, en este supuesto, una persona a la que se imponen determinados requisitos
precisamente establecidos en la Ley del Sector Ferroviario, que han sido objeto de reforma por
RD-l 23/2018, de 21 de diciembre. Así, la actividad de las empresas ferroviarias se condiciona a la
obtención de la correspondiente licencia (art. 49 LSF), previa acreditación del cumplimiento de
los requisitos que en orden al tipo social, a su capacidad financiera, su competencia profesional
y a la cobertura asegurativa de sus responsabilidades se regulan detalladamente en los artículos
49 y siguientes de la citada Ley y 59 y siguientes de su Reglamento, en cuanto no resulten
incompatibles con la norma legal. Se regulan, con igual detalle las consecuencias del
incumplimiento de las mencionadas exigencias, que se concretan en la suspensión y, en casos de
gravedad, en la pérdida de la licencia (arts. 56 y 57 LSF). Se prevén además las obligaciones que,
en orden a la prestación del servicio, especialmente en caso de transporte de viajeros, han de
cumplir las empresas ferroviarias (art. 58 LSF). No podemos olvidar, tampoco, la referencia que
el legislador realiza al cumplimiento de las adecuadas medidas de seguridad en la ejecución del
transporte (arts. 64 y ss. LSF).
Sentada esta base, de especialización por el medio utilizado para el transporte, no pretendemos,
en este apartado, reproducir el régimen jurídico que en relación con el transporte de mercancías
por carretera, aplicable al realizado por ferrocarril, hemos analizado con detenimiento en la
lección precedente (vid.Lec. 36), se trata de poner de relieve aquellas especialidades que, en
relación al transporte nacional de mercancías por ferrocarril, se contienen en la Ley del
Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías e incluso en el Reglamento del Sector
Ferroviario, respecto del que se cuestiona su vigencia, en los aspectos que regula del contrato
que analizamos.
Estos plazos legales pueden ser modificados, además de por acuerdo entre las partes, por el
porteador, ampliándolos en aquellos casos en los que durante el viaje las mercancías se
transporten por líneas con diferente ancho de vías, por mar o por carretera, cuando no exista
conexión ferroviaria; o en aquellos otros en los que concurran circunstancias extraordinarias
que entrañen un aumento anormal del tráfico o dificultades anormales de explotación (art.
33.2). No precisa el legislador, cuando hubiera sido conveniente, al menos a título
ejemplificativo, a que circunstancias extraordinarias se está refiriendo, por lo que parece que,
en cualquier supuesto que pueda considerarse anómalo a criterio del transportista, se está
imponiendo a este la obligación de notificar al cargador y esperar sus instrucciones, establecida
en los artículos 31 y 32 de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías, a fin de no
incurrir en una posible responsabilidad por retraso.
Respecto del artículo 91, por el que se impone a los cargadores y destinatarios que se encarguen
de efectuar la entrega y recogida de mercancías en la terminal ferroviaria, el deber de obtener
autorización para entrar en dicha terminal con los vehículos apropiados, condicionando la
misma a la cobertura de su responsabilidad civil por los daños y perjuicios que pueda ocasionar,
se afirma no solo que el mismo no tiene fundamento en la Ley del Sector Ferroviario, sino que
colisiona con la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías, al no establecer esta
última, entendemos, condicionamiento alguno en este sentido.
La regulación del título de transporte contenida en el artículo 92 del Reglamento del Sector
Ferroviario debe entenderse derogada por las normas que, sobre la carta de porte, se prevén en
los artículos 16 y siguientes de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías. Igual
consideración debe hacerse en relación con el régimen de responsabilidad que contempla el
precepto reglamentario, superado por el previsto en los artículos 47 y siguientes de la Ley citada.
La colisión o relación del artículo 94.1 del Reglamento del Sector Ferroviario con el artículo 31
de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías merece una consideración
especial. El segundo se encarga de regular los impedimentos en la realización del transporte, en
las condiciones contractualmente fijadas, por causas debidamente justificadas, que, aunque no
precisa, entendemos no guardan relación alguna con una conducta culposa o negligente del
porteador. El artículo 94.1, por el contrario, regula las medidas compensatorias a que tiene
derecho el cargador en los supuestos en los que se cancele o interrumpa un servicio por causas
imputables a la empresa ferroviaria. Ambas disposiciones extiende su ámbito de aplicación a
supuestos total y absolutamente diferentes, por lo que consideramos que las mismas son
compatibles, de tal forma que no podemos entender derogado el artículo 94.1, de forma tácita,
por contradicción con el artículo 31, conforme señala la disposición derogatoria única de la Ley.
Por ello, cuando el transporte ferroviario se cancele o interrumpa por causa imputable a la
empresa, el cargador tendrá derecho, a su elección, a que la carga sea transportada en otro tren
o en otro medio de transporte adecuado, o a que se le devuelva el importe pagado, asistiéndole,
además, el derecho a reclamar las indemnizaciones a que haya lugar. Así, si de estos hechos
imputables se derivase la pérdida o avería de la mercancía o el retraso en la entrega de la
misma, será de aplicación las normas contenidas en los artículos 47 y siguientes de la Ley del
Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías. Cualquier otro daño deberá ser reclamado,
conforme a los cauces previstos para la exigencia de las oportunas responsabilidades
contractuales.
Entendemos, por último, que los párrafos segundo y tercero del artículo 94 de la Ley del
Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías deben considerarse derogados por las normas
sobre responsabilidad del porteador, establecidas en la Ley.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
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Lección 37. El contrato de transporte terrestre (II). El transporte de mercancías y viajeros por
ferrocarril. El transporte multimodal
II. El contrato de transporte de mercancías por ferrocarril
2. El contrato de transporte internacional de mercancías por ferrocarril
Las Reglas CIM presentan, como analizaremos a continuación, una importante similitud con las
normas sobre transporte de mercancías por carretera (Convenio CMR), analizadas en la Lección
36.
Parece, por otro lado, aunque no existe unanimidad doctrinal al respecto, que las Reglas se
aplican, exclusivamente, a los contratos onerosos, a pesar de que la CIV son de aplicación
también a los gratuitos y no se encuentre argumento que justifique el tratamiento diferenciado,
más allá de la vinculación a la actividad empresarial. La onerosidad del contrato, o los gastos
derivados del mismo, son, conforme al art. 10, de cuenta del expedidor-cargador, salvo
estipulación en contrario y con excepción del supuesto previsto en el párrafo segundo del
precepto.
Las Reglas CIM son, por otro lado, normas de carácter imperativo, que solo podrán ser alteradas
en aquellos supuestos previstos expresamente en las mismas. De hecho, cualquier cláusula que
las contravenga se considerará nula y no producirá efecto alguno, sin que ello suponga la
nulidad de otras disposiciones del contrato, ni del contrato en sí mismo. Esta exigencia no es
óbice, sin embargo, para que el transportista pueda asumir obligaciones o responsabilidades
superiores a las previstas en las Reglas (art. 5).
En cuanto a los elementos subjetivos, coinciden con los de cualquier contrato de transporte: el
transportista (contractual o de hecho, art. 3); el cargador (en las Reglas expedidor) y el
destinatario (quien, aunque tiene determinadas obligaciones, no deja de ser un tercero en favor
del cual expedidor y transportista han concertado el contrato de transporte).
Como en el transporte internacional por carretera la carta de porte hace fe de las condiciones
del contrato de transporte y de la recepción de las mercancías por el transportista, así como del
estado de las mismas y de su embalaje, debiendo tenerse en cuenta el derecho de comprobación
inicial que asiste al porteador (derecho, que no obligación, a diferencia de la CMR), y de hacer
constar en la carta las reservas motivadas que estime (arts. 11 y 12).
En cuanto al contenido del contrato, antes de iniciarse el transporte, las Reglas imponen junto a
la obligación de emitir y entregar la carta de porte, la de entrega de las mercancías al porteador,
remitiendo a la voluntad de las partes la determinación de a quien compete la carga y descarga
de las mismas (art. 13), y estableciendo que a falta de pacto corresponde al transportista con
respecto a los bultos y al cargados en relación con los vagones completos. Se imputa al
expedidor la responsabilidad por cualquier daño que pueda ocasionar al transportista la carga
defectuosa, así como por los daños o defectos en el embalaje (art. 14).
No se obliga al transportista a verificar el estado y/o circunstancias de las mercancías (art. 11). Si
lo hace, tendrá derecho a efectuar en la carta de porte las reservas que estime. Se consagra, en
este sentido, el derecho del expedidor a exigir que se compruebe la mercancía en aquellos casos
en los que sea este sujeto quien efectúa la carga, previéndose que el porteador solo podrá
negarse sino posee los medios para ello. Los gastos, en tal caso, son de cuenta del expedidor,
debiendo dejarse constancia en la carta. Recuérdese lo señalado en la Lección anterior respecto
de las empresas de verificación de conformidad.
El transporte deberá llevarse a cabo en los plazos previstos en el artículo 16, salvo que las partes
hayan acordado otros distintos, o que, concurriendo las circunstancias previstas en el párrafo 3º
del precepto, el transportista pueda fijar plazos suplementarios. A fin de dar cumplimiento a
esta obligación, debemos tener en cuenta que, en principio, recae sobre el expedidor el
cumplimiento de las obligaciones o formalidades aduaneras (art. 15).
El artículo 22 contempla tres importantes derechos del porteador. El primero, a resarcirse de los
gastos que le haya podido ocasionar el cumplimiento de las obligaciones impuestas en los
artículos 20 y 21. El segundo a poner las mercancías a depósito de un tercero (respondiendo solo
de la elección acertada del mismo). Y el tercero, a proceder a la venta de los efectos, conforme a
las normas del lugar donde se hallen, cuando la naturaleza de la mercancía o su estado lo
justifiquen o cuando los gastos de custodia sean desproporcionados en relación con su valor. El
importe de la venta, deducidos los gastos, se pondrá a disposición del derechohabiente. En
última instancia, cuando existiendo los impedimentos, el expedidor no dé instrucciones en un
plazo razonable y los mismos no puedan ser subsanados conforme venimos exponiendo, el
transportista podrá devolver la mercancía o, en caso justificado, destruirla por cuenta del
expedidor.
Las Reglas CIM consagran, en términos semejantes al Convenio CMR, la responsabilidad del
porteador por pérdidas, averías en las mercancías o retrasos en su entrega, sean causados por el
mismo o por cualquiera de sus auxiliares (considerando como tales a los gestores de la
infraestructura ferroviaria, art. 40), desde el momento en que las recibe hasta que cumple con la
obligación de entregarlas, y con independencia de la infraestructura ferroviaria utilizada. Se
equipara a la pérdida de las mercancías en retraso en la entrega que supere los umbrales y las
normas del artículo 29.
Por otro lado, no cualquier daño va a ser indemnizable, se parte de daños de cierta entidad, de
tal forma que el transportista no responderá de mermas, normales y tolerables en el transporte
por ferrocarril (art. 31). Tampoco será responsable si prueba que concurren las causas de
exoneración previstas en el párrafo segundo del artículo 23, es decir, culpa del derechohabiente,
órdenes de este que no se deriven de una falta de las mercancías o circunstancias que el
transportista no ha podido evitar o cuyas consecuencias no ha podido obviar. No será
responsable si alega (no es necesario prueba, art. 25.2, salvo en el caso del apartado a], y la
alegación puede ser desvirtuada por el acreedor del transporte), cualquiera de las causas
especiales del párrafo 3 del precepto, que solo operan como eximente de la responsabilidad por
pérdidas o averías.
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Lección 37. El contrato de transporte terrestre (II). El transporte de mercancías y viajeros por
ferrocarril. El transporte multimodal
III. El transporte de viajeros por ferrocarril: régimen nacional e internacional
El transporte de viajeros por ferrocarril posee un régimen jurídico complejo, en el que conviven
normas internacionales (Reglas Uniformes relativas al contrato de transporte internacional de
viajeros y equipajes por ferrocarril [CIV]; y, comunitarias, Reglamento (CE) Nº 1371/2007, del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 23 de octubre, sobre derechos y obligaciones de los
viajeros por ferrocarril, norma esta última que se encuentra en proceso de reforma con vista a
la elaboración de una versión refundida, de la que por el momento no se tienen noticias, más
allá de saber que se encuentra en primera lectura, v. COM[2017] 548 final, de 27 de septiembre
de 2017).
Así las cosas, por imperativo del artículo 4 de la norma comunitaria, y sin perjuicio de lo
específicamente dispuesto en la misma, la celebración y ejecución de un contrato de transporte y
el suministro de información y billetes se regirán por las disposiciones de los títulos II y III del
Anexo I, en el que se extractan las Reglas CIV (arts. 6 a 25); el régimen de responsabilidad
respecto de los pasajeros y sus equipajes, se acomoda a los artículos 26 a 52 y 54 a 64 de las
mencionadas Reglas (arts. 11 y 15 del Reglamento), con las excepciones derivadas de la
aplicación del Acuerdo del Consejo de Ministros de 5 de mayo de 2010 (Resolución de 22 de mayo
de 2010, de la Dirección General de Transporte Terrestre), en lo que se refiere a la
responsabilidad por daños, quedando sometida la responsabilidad por retraso a lo previsto en
los artículos 15 y siguientes del Reglamento, y 32 de las reglas CIV.
Debemos tener en cuenta, por otro lado, las normas nacionales contenidas en los artículos 59 y
86 y siguientes de la Ley del Sector Ferroviario, en la medida en la que no se opongan a la
disposición comunitaria.
Distinto del billete es el talón de equipajes, que, salvo prueba en contrario, hace fe de la
facturación del mismo y de las condiciones de su transporte (art. 16 Reglas CIV), al mismo
tiempo, permite disponer de los elementos facturados durante el viaje (art. 21). Como el billete,
tampoco se trata de un documento esencial cuya pérdida o irregularidad afecte a la existencia o
validez de los acuerdos sobre equipaje facturado, quedando los mismos sometidos a las Reglas
internacionales. En cuanto a su contenido, debemos tener en cuenta lo establecido en el artículo
17 de las Reglas.
Ambos documentos podrán ser emitidos de forma separada o en un solo documento, en soporte
papel o por medios electrónicos.
En orden al equipaje, se prevé que el viajero solo podrá llevar consigo los bultos de mano así
como animales vivos, salvo que puedan molestar o incomodar a los viajeros o puedan causar un
daño, debiendo facturar el equipaje que le permitan las condiciones generales del contrato (art.
12 Reglas CIV). La facturación se condiciona ex artículo 18 a la presentación de título de
transporte válido y al cumplimiento de las condiciones de rotulación e identificación del
equipaje que se prevén en el artículo 20. Deberán observarse, en el caso del traslado de
vehículos, las previsiones contenidas en los artículos 23 y siguientes de las Reglas CIV.
El transportista, por su parte, tendrá derecho a comprobar que los objetos y animales
transportados cumplen las normas de transporte, salvo que lo prohíban las leyes y reglamentos
del Estado en que la comprobación deba tener lugar. El viajero tiene derecho a ser invitado a
esta comprobación y de no presentarse deberá efectuarse ante dos testigos (art. 13). Debemos
tener en cuenta, además, que el Reglamento, impone a los transportistas ferroviarios y a los
administradores de infraestructuras ferroviarias, la obligación de adoptar las medidas
necesarias para garantizar la seguridad en las estaciones y en los trenes.
Especial importancia adquiere, en este sector del transporte, la información sobre las
condiciones del viaje (arts. 7 y 8 del Reglamento, 58 LSF y 87 y ss. RSF), sobre todo en lo
concerniente a horarios y tarifas, y a los seguros y afianzamientos contratados para cubrir
posibles daños. Es también obligación de la empresa ferroviaria el establecimiento de los
mecanismos que permitan tramitar las reclamaciones de los viajeros (vid. art. 27 del
Reglamento). La entrega del equipaje, en el lugar de destino, deberá efectuarse contra entrega
del correspondiente talón y, en su caso, contra el pago de los gastos que graven el envío. En caso
contrario, el transportista no está obligado a la entrega a no ser que el viajero justifique
suficientemente su derecho, pudiendo el transportista caso de no considerar dicha justificación
bastante, exigir una fianza (art. 22).
El viajero, por su parte, asume como obligación fundamental abonar el precio del billete y
conservar el título de transporte, pudiendo el porteador, en caso de no poder acreditar el viajero
que contrató el transporte, exigirle el pago del precio, junto con el correspondiente sobreprecio
(vid supra) y, en caso contrario, exigirle el abandono del tren. Además, deberá mantener un
comportamiento correcto y someterse a los controles de seguridad correspondientes. En cuanto
al comportamiento del viajero, merece especial atención el artículo 9 de las Reglas CIV, sin
parangón, aunque pudiera ser deseable en otros medios de transporte. Contempla la norma la
posibilidad de que las condiciones generales de transporte prevean que queden excluidos, o
puedan quedar excluidos, durante el viaje aquellos viajeros que representen un peligro para la
seguridad del vehículo o del resto de los viajeros, o para el buen funcionamiento de la
explotación, así como a aquellos que incomoden de manera intolerable a los demás viajeros (una
suerte de denegación de embarque justificada si de transporte aéreo estuviéramos hablando).
Los viajeros expulsados no tendrán derecho a devolución del billete ni del precio que hubieren
podido pagar por el transporte del equipaje. El régimen de responsabilidad del porteador en el
transporte ferroviario de viajeros no es ajeno a la complejidad que subyace en el tratamiento
jurídico de la materia, sobre todo porque no solo conviven las normas establecidas en las Reglas
CIV, el Reglamento Comunitario y el Reglamento del Sector Ferroviario, sino que, en ocasiones
las mismas colisionan. Por ello, la doctrina se ha planteado cual debe primar en caso de
conflicto, resolviendo la primacía del Texto Comunitario sobre el nacional, y de las Reglas CIV en
el ámbito en el que resulta de aplicación el COTIF.
En cuanto al equipaje, y para el caso de muerte o lesiones del viajero, debemos distinguir según
se trate de bultos de mano (responsabilidad subjetiva) o de equipaje facturado (responsabilidad
objetiva de la que solo puede exonerarse el porteador en los casos del art. 36.2 Reglas CIV),
contemplando el legislador tanto los daños derivados de pérdida o avería, como por retraso en
la entrega del mismo. Cuestión distinta es la responsabilidad, por daños al equipaje que
conforme al artículo 36 asume el transportista desde que se hace cargo de los mismos hasta su
entrega, o, en su caso, de producirse un retraso en la misma, salvo que concurran las causas de
exención de responsabilidad de los párrafos segundo y tercero del precepto. El monte de la
indemnización, según la causa del daño, se determina en los artículos 41 a 43 de las Reglas.
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Lección 37. El contrato de transporte terrestre (II). El transporte de mercancías y viajeros por
ferrocarril. El transporte multimodal
IV. El contrato de transporte multimodal
Debemos ser conscientes, por otro lado, de que la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de
Mercancías no establece el marco jurídico general del transporte multimodal, limitándose a la
regulación del contrato de transporte multimodal y, específicamente, solo de aquel en el que al
menos uno de los medios empleados es el terrestre y siempre que las partes no hayan convenido
otro régimen al respecto (por ej., las Reglas de la UNCTAD y de la CCI relativas a los documentos
de transporte multimodal, ex art. 3.1 LCTTM).
Atendiendo a la literalidad del precepto, y a las previsiones establecidas en el artículo 69, sobre
el que volveremos, parece que lo relevante no es como se lleve a cabo de forma efectiva el
transporte, sino como se haya concertado el mismo, es decir, si el mismo se ha celebrado como
un contrato multimodal o unimodal, estableciendo el precepto último citado el régimen jurídico
a aplicar cuando lo que se convino multimodal termine siendo unimodal o a la inversa.
Por otro lado, no es necesaria la concurrencia de varios porteadores para que estemos en
presencia de un contrato de transporte multimodal. Así lo prevé el artículo 67 cuando define el
contrato con independencia del número de porteadores que intervengan en el mismo. Lo usual,
no obstante, es que este contrato se concierte como un transporte con subtransporte, en el que
interviene un transportista contractual, conocido como operador de transporte multimodal y
uno o más transportistas efectivos.
Ahora bien, la protesta por pérdidas, avería y retraso se realizará según la normativa aplicable
al modo de transporte en que la entrega se realice o haya de ser realizada (art. 68.2), y ello, con
independencia del régimen de responsabilidad que pueda resultar aplicable.
El párrafo 3 del artículo 68 establece el régimen supletorio aplicable en aquellos supuestos en los
que no pueda determinarse la fase del trayecto en la que se produjeron los daños, determinando
que se resolverá aplicando el previsto en la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de
Mercancías. Quedan, no obstante, dudas por resolver. No determina la norma, por ejemplo, que
régimen ha de aplicarse cuando los daños no se producen en una fase propiamente dicha del
transporte, por ejemplo, el durante su depósito, como tampoco se resuelve sobre qué ocurre
cuando el retraso, la pérdida o la avería ha tenido lugar en varios momentos del trayecto.
Parece, no obstante, que lo más lógico será aplicar el régimen previsto en la Ley, haciendo una
interpretación extensiva de la previsión contenida en el artículo 68.3.
En otro caso, si se contrata un transporte terrestre y se realiza por otro diferente, o bien se
utilizan varios (paso de unimodalidad a multimodalidad), el régimen de responsabilidad
aplicable será el más beneficioso que resulte al comparar el terrestre con el/los efectivamente
utilizados (art. 69.2).
Por último, para los casos de contratación de transporte indeterminado (por no especificación
del modo a utilizar), se aplicará el régimen de esta Ley tanto si se empleó solo el transporte
terrestre como si se hizo uso de diferentes modos en el que uno de ellos fue el terrestre (art.
69.3).
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 38. Contratos y mercados financieros
I. La economía financiera y su regulación
1. El dinero y la contratación financiera
El dinero sirve, ante todo, como unidad de cuenta o medida con la que se calcula el valor de
bienes y servicios. En segundo término, el dinero vale, es decir, tiene valor de cambio o
adquisitivo: es algo que se acepta a cambio de bienes y servicios o, dicho más sencillamente, es
un medio de pago; y, por eso, en fin, sirve también como depósito de valor (guardamos o
ahorramos dinero).
Junto al dinero legal y de pleno poder liberatorio (en moneda o papel), debemos recordar la
existencia del «dinero bancario», que representa la mayor parte de la masa monetaria existente
en las economías desarrolladas. Este tipo de dinero está vinculado al desenvolvimiento
experimentado por el sistema económico durante los siglos XIX y XX que, entre otros efectos, ha
determinado que los bancos y otras entidades afines en las que el público deposita dinero,
puedan crear medios de pago propios, esto es, dinero (bancario), pues, en efecto, los depósitos
bancarios y los instrumentos bancarios que sirven para cederlos o disponer de ellos (cheques,
transferencias, domiciliaciones de pagos, tarjetas, etc.) se aceptan generalmente como
sustitutivos de billetes y monedas. Más reciente es la existencia y utilización del llamado dinero
electrónico, esto es, de otros medios de pago caracterizados por la circunstancia de que su valor
o importe, que se «almacena» en un soporte electrónico, va reduciéndose conforme se utilizan o
emplean.
La generalización del dinero (legal, bancario o electrónico), el paso a una economía dineraria
desarrollada, permite el desenvolvimiento y aumento de los intercambios de bienes y servicios y
abre el camino a la economía financiera y a la existencia de intercambios o transacciones
puramente financieros, es decir, operaciones o negocios en los que el dinero es el objeto mismo
de la contratación, el objeto de la prestación que tipifica y singulariza los diversos negocios o
contratos que, por ello, a diferencia de los que se conciertan en los mercados de bienes y
servicios, podemos denominar financieros.
Los contratos financieros se caracterizan, en efecto, por ceder y transmitir financiación, esto es,
dinero o el derecho a obtenerlo, a cambio de conferir a quien lo proporciona ciertos derechos
patrimoniales (especialmente derechos de crédito pecuniario, pero también otros, como los
derechos de participación o propiedad en las entidades prestatarias), tendentes a proteger los
dos intereses que, típicamente, persigue, en última instancia, todo financiador, que son la
recuperación y la remuneración de la financiación realizada. A esos derechos patrimoniales se
les denomina en la práctica activos (derechos) financieros y a las correspondientes obligaciones,
pasivos financieros.
La contratación financiera articula, pues, la cooperación entre sujetos que precisan financiación
y sujetos que pueden concederla. Así entendida, la contratación financiera propiamente dicha
(principal o primaria) debe distinguirse de otras contrataciones, lato sensu o impropiamente
financieras que la tienen como antecedente preciso y a la que completan y sirven, siendo,
empero, diferentes, como son la contratación de servicios financieros, la contratación secundaria
o derivativa de activos financieros y la contratación de derivados, esto es, de determinados
derechos basados o fundamentados en activos financieros. En efecto, la contratación financiera,
como la de activos reales, precisa para su mejor desarrollo de una contratación auxiliar por la
que se prestan determinados servicios que la facilitan y estimulan. Estos servicios, que por ello
se denominan financieros, son, fundamentalmente, de dos tipos: servicios bancarios y servicios
de inversión (v. Lec. 40 y 42). Mediante la contratación secundaria de activos financieros se
transmite un activo o derecho financiero preexistente a un tercero a cambio de un cierto precio
(o valor de liquidación). La contratación secundaria es de gran importancia (esencial, en muchos
casos), pues proporciona al financiador inicial un mecanismo de desinversión sin necesidad de
deshacer la operación financiera concertada al inicio, esto es, sin privar al receptor de los
recursos financieros que se le facilitaron. La contratación de derivados de activos financieros
dota, como veremos, a los titulares de éstos de mecanismos de transferencia del llamado price
risk; es decir, del riesgo de variación del precio de dichos activos, que, a cambio de una
contraprestación, asume un tercero.
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I. La economía financiera y su regulación
2. Los mercados financieros
Ahora bien, el mercado financiero, al igual que sucede con el mercado de bienes y servicios, no
es único, pudiendo distinguirse una pluralidad de ellos en función de distintos criterios:
A) Ante todo, en atención a la clase de contratación que en ellos se practica, se distinguen, de una
parte, mercados principales, primarios o de emisión y, de otra, mercados complementarios,
categoría que comprende tanto a los mercados de servicios financieros, como a los mercados
secundarios (o de liquidación o negociación secundaria) de activos, y a los mercados de
derivados.
Entre los mercados de dinero, destacan los mercados monetarios. Son mercados en los que se
opera al por mayor (mercado de mayoristas), de gran liquidez (se negocia a muy corto plazo,
semanas, días o incluso horas) y bajo riesgo debido a la elevada solvencia de las entidades (de
crédito o financieras) que participan en ellos. Su ejemplo más destacado es, quizá, el mercado
interbancario, en el que concurren las entidades de crédito que precisan o disponen de recursos
para financiación a corto plazo. Se integran, asimismo, en el mercado monetario determinadas
operaciones sobre la Deuda Pública o endeudamiento financiero de las Administraciones
Públicas (v. Lec. 41).
b) De mayor importancia para nosotros es la distinción entre los mercados intermediados y los
mercados no intermediados. En estos últimos, la contratación se realiza de forma directa entre
los oferentes y demandantes finales de los recursos, sin que, entre unos y otros, se interponga
tercero alguno. Los primeros son aquellos, por el contrario, en que resulta de esencia la
interposición de un tercero que capta, primero, los recursos que, después, cede. El ejemplo más
importante de mercado desintermediado es el ofrecido por los mercados de valores, que, como
veremos, son unos activos financieros definidos por especiales caracteres (v. Lec. 41). El
paradigma, a su vez, de mercado intermediado es el mercado crediticio, es decir, aquel en que la
intermediación o interposición se lleva a efecto por las denominadas entidades de crédito
(bancos, cajas de ahorro y cooperativas de crédito) a las que nos referiremos más adelante.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
I. La economía financiera y su regulación
3. Función económica de la contratación y de los mercados financieros
A) Aunque la teoría económica asigna múltiples objetivos al sistema financiero (esto es, al
conjunto de transacciones, mercados, entidades e instituciones financieras), a nuestros efectos
basta con señalar que la función básica que desarrolla es la de suministrar recursos dinerarios a
aquellos sujetos, públicos o privados, que lo requieran para atender sus necesidades (personales
o empresariales), utilizando los que, en un momento determinado, no precisan otras entidades o
sujetos, igualmente públicos o privados. Ello no es baladí, pues, en términos colectivos, lo que
significa es que el sistema financiero amplía la capacidad del sistema económico para generar
bienes y servicios, esto es, para satisfacer las necesidades de sus integrantes.
B) Junto a su función básica o intrínseca, el sistema financiero desarrolla otros dos cometidos de
gran importancia en una economía compleja y desarrollada.
a) Así ocurre, en primer término, en relación con el control de la inflación y la estabilidad de los
precios, objetivo básico de la política monetaria que se articula mediante determinadas
actuaciones (fundamentalmente, las denominadas «operaciones de mercado abierto») de las
autoridades monetarias (Bancos Centrales y el Banco Central Europeo, en el caso de la Unión
Europea) en algunos mercados financieros, más concretamente en los monetarios, con el objetivo
de «inyectar» o «drenar» liquidez. El aumento de la liquidez se consigue, en términos generales,
mediante la adquisición por el Banco Central o autoridad monetaria correspondiente de activos
financieros de las entidades que intervienen en estas operaciones de política monetaria. Por
contra, la reducción de la liquidez se alcanza mediante la transmisión de activos y su pago por
parte del mercado. Es importante destacar que, en la ejecución de estas operaciones, las
autoridades monetarias carecen de imperio, y han de ajustarse, sin merma de las estrechas
relaciones de colaboración que se establecen con las entidades que realizan contrapartida, a los
principios de economía abierta y libre competencia y, en su caso, a la reglas de funcionamiento
de los mercados en que se lleven a efecto.
b) No es menor el papel que el sistema financiero juega en el régimen general de pagos entre los
diferentes operadores económicos. Al respecto baste con pensar en el ingentísimo número de
operaciones que se realizan a diario, tanto en el ámbito de bienes o servicios como en el
financiero, así como con considerar que, gracias al sistema financiero y en particular a las
entidades de crédito y a las especializadas en prestar servicios de pagos o de compensación de
pagos, los realizados en efectivo son casi residuales, con los incrementos en seguridad y ahorro
de gastos que ello representa.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
I. La economía financiera y su regulación
4. Regulación de los mercados financieros
A. Fundamentos de la regulación
A. Fundamentos de la regulación
Aunque es difícil sentar criterios generales, dadas las diferencias entre mercados, sí puede
considerarse objetivo básico de toda esa regulación la protección y potenciación de la actividad
financiera o, si se prefiere, del ahorro en ella invertido (inversión) y de quienes lo suministran
(ahorradores o inversores). En este ámbito, la labor del ordenamiento jurídico consiste en crear,
mediante la formulación de reglas o normas, ciertas condiciones previas de seguridad y
economía que reduzcan a límites aceptables los riesgos de los inversores y los costes de las
operaciones, de manera que, contando con ello el inversor, pueda multiplicarse el número de
operaciones realizadas y cumplirse así tanto mejor o más acabadamente la función básica que se
asigna al sistema financiero.
De ahí que las normas acaso más importantes de esta regulación sean aquellas que persiguen la
difusión de información (disclosure), no sólo sobre circunstancias o datos económicos objetivos,
sino también sobre los subjetivos o atinentes a los sujetos que demandan financiación, de modo
que los mercados sean suficientemente transparentes, situación que muy frecuentemente no se
produce de manera espontánea. En segundo lugar, destaca el conjunto de disposiciones que
definen el estatuto y regulan las actividades de las entidades financieras, propiamente dichas, o
de aquellas otras que, de alguna manera, colaboran o están presentes profesionalmente en los
mercados financieros, considerándose su solvencia y correcta actuación objetivos
fundamentales de la política legislativa en vigor. En tercer lugar, deben citarse las normas que
atienden a la regulación de las relaciones que se conciertan entre las partes y, especialmente, a
los aspectos técnicos del establecimiento y funcionamiento de los mercados organizados (tales
como definición y normalización de los activos contratados, sistemas y garantías de negociación
y liquidación, etc.) que resultan decisivos para garantizar la seguridad jurídica y la eficiencia
económica de las transacciones que en ellos se realizan. Puede, por último, señalarse la
existencia de un cuarto bloque o conjunto normativo, de carácter administrativo, referido a los
entes públicos (Banco de España y CNMV, en el caso español) especialmente encargados de
supervisar y controlar el cumplimiento de las normas anteriores y, muy particularmente, la
actuación de las entidades financieras.
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I. La economía financiera y su regulación
4. Regulación de los mercados financieros
B. Fuentes de la regulación
B. Fuentes de la regulación
Desde una perspectiva formal, la regulación de los mercados financieros se lleva a cabo
mediante un sistema de fuentes ciertamente complejo. Por una parte, a medida que las
relaciones e intercambios económicos reales y financieros desbordan los ámbitos estatales, se
acentúa la tendencia hacia una regulación supraestatal. Así ha ocurrido en la Unión Europea, en
la que, al margen del hito fundamental de la unificación de las divisas y de la política monetaria,
no han dejado de alcanzarse otros que, si bien menos llamativos, son de gran importancia. Es el
caso, en primer término, del principio de reconocimiento de entidades financieras sometidas a la
supervisión por parte de la autoridad competente del país de origen, que ha supuesto una suerte
de «pasaporte comunitario» decisivo en el proceso de realización efectiva de la libertad de
establecimiento y de prestación de servicios. Además, se han aprobado numerosas directivas de
armonización que han supuesto una notable aproximación de las legislaciones nacionales en la
materia, se han dado pasos de importancia en materia de coordinación de la supervisión de
mercados y entidades mediante la creación de las Autoridades Europeas de Supervisión (en
particular la Autoridad Bancaria Europea y la Autoridad Europea de Valores y Mercados cuyo
principal cometido ha sido elaborar proyectos de normas técnicas y de formular directrices y
recomendaciones, a fin de garantizar la convergencia y coherencia de la supervisión en la Unión
Europea) seguidos finalmente por otros aún más ambiciosos en materia de entidades de crédito
(vid. infra, epígrafe 8).
Pero, con esta importante salvedad, sin duda, en la medida en que los mercados siguen teniendo
una base estatal, es la legislación de este carácter la que presenta todavía una mayor
importancia y peso regulador. Entre sus características más sobresalientes pueden destacarse
las siguientes: a) aunque la competencia reguladora se asigne constitucionalmente de manera
prioritaria al Estado, no se excluye en el caso español la concurrencia competencial, en ciertos
aspectos o materias, de las Comunidades Autónomas ( art. 149.1, 6 y 11, CE); b) es muy
frecuente el recurso a la potestad reglamentaria, para así desarrollar en detalle los principios o
normas contenidos en leyes o disposiciones de rango general. Debido al indudable tecnicismo de
la materia, en numerosas ocasiones esa potestad reglamentaria se delega y ejerce por los
organismos administrativos encargados de la supervisión y control de los mercados, mejor
dotados para esa labor por su mayor grado de especialización; c) cabe señalar también la
existencia de reglas privadas que, especialmente en el caso de los mercados organizados,
establecen los propios interesados, en materias como el funcionamiento operativo de los mismos
y que introducen una mayor flexibilidad en el conjunto regulador; d) y, en fin, que se ha
afrontado la disciplina de los distintos mercados financieros, no obstante sus múltiples puntos
de contacto, de manera separada en atención a sus peculiaridades, dándose lugar a sectores
normativos diferenciados, pudiendo destacarse, quizás, el Derecho del mercado de valores
centrado sobre todo en la regulación del mercado, por una parte, y la regulación y ordenación
del crédito, por otra, construida, más bien, en torno a la figura clave de la entidad de crédito.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
I. La economía financiera y su regulación
4. Regulación de los mercados financieros
C. Entes estatales con competencias en la materia: el Banco de España y la Comisión
Nacional del Mercado de Valores
b. La Comisión Nacional del Mercado de Valores
Naturaleza y régimen jurídico. La Comisión Nacional del Mercado de Valores es también un ente
de Derecho público, con personalidad jurídica propia y plena capacidad pública y privada (
art. 16.1 LMV). Como el Banco de España, en el ejercicio de sus funciones, la Comisión actuará
de conformidad con el régimen jurídico de las Administraciones Públicas, mientras que en sus
adquisiciones patrimoniales está sujeta sin excepciones a las normas del Derecho privado. Los
contratos que celebre se ajustarán a la legislación de contratos del sector público ( art.
16.3LMV).
Al igual que el Banco de España, la Comisión podrá dictar, para el desarrollo y ejecución de
normas generales, siempre que cuente con habilitación expresa para ello, disposiciones
reglamentarias denominadas asimismo circulares, que también se publicarán en el «Boletín
Oficial del Estado» y que entrarán en vigor conforme a lo dispuesto en el apartado 1.º del
artículo 2 del Código Civil.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
I. La economía financiera y su regulación
4. Regulación de los mercados financieros
C. Entes estatales con competencias en la materia: el Banco de España y la Comisión
Nacional del Mercado de Valores
a. El Banco de España
a. El Banco de España
Naturaleza y régimen jurídico. El Banco de España, actual Banco Central español, integrado en el
Sistema Europeo de Bancos Centrales, se configura como una entidad de Derecho público, con
personalidad jurídica propia y plena capacidad pública y privada que, para el desarrollo de su
actividad y para el cumplimiento de sus fines, actúa con autonomía de la Administración del
Estado, desempeñando su función administrativa con arreglo al régimen jurídico de las
Administraciones Públicas y quedando sometido al ordenamiento jurídico privado en sus demás
actuaciones (v. Ley 13/1994, de 1 de junio, de Autonomía del Banco de España, reformada por
la Ley 12/1998, de 28 de abril, entre otras).
Más allá de los caracteres de su personalización jurídica, la singularidad, sin duda, más
importante de su régimen consiste en su doble condición institucional: por un lado, es un ente
integrado en la Administración institucional del Estado; por otro, es parte integrante del Sistema
Europeo de Bancos Centrales, y en cuanto tal está sometido a las disposiciones del Tratado de
la Unión Europea y a los Estatutos del Sistema, debiendo ajustarse en el ejercicio de las
funciones que a tal condición corresponden a las orientaciones e instrucciones del Banco Central
Europeo, entidad que se creó como órgano director de la política monetaria de la zona euro,
teniendo como objetivo primordial el mantenimiento de la estabilidad de precios, y a la que,
posteriormente, se le asignaron importantes funciones relativas al control y supervisión de las
entidades de crédito de los Estados miembros.
i) Servicio de tesorería pública. Podrá prestarlo en los términos que convenga con el Tesoro, y con
las Comunidades Autónomas que se lo soliciten, realizando por su cuenta ingresos y pagos, y, en
general, desarrollando cualquier otro servicio, quedando, empero, prohibida, en aras de la
ortodoxia y estabilidad financieras, la autorización de descubiertos o la concesión de cualquier
otro tipo de crédito.
ii) Servicio de Deuda pública. El Banco de España prestará el servicio que se precise,
contribuyendo con sus medios técnicos a facilitar la emisión, amortización y, en general, la
gestión de la Deuda. En consideración a los mismos principios de ortodoxia, no podrá suscribir
Deuda Pública, aunque podrá adquirirla en el mercado secundario en ejercicio de las funciones
(especialmente, de control monetario) que tiene encomendadas.
iii) Dirección y control de los sistemas generales de pagos nacionales. En este campo, el Banco de
España mantiene o controla distintos «sistemas de pago», esto es, organizaciones de medios y
personas con la función de compensar y liquidar global y multilateralmente los pagos que han
de realizarse en determinados grupos o conjuntos de transacciones económicas (v.gr., las
operaciones de política monetaria, etc.). Esta labor del Banco de España está estrechamente
unida a la apertura en el mismo de las correspondientes cuentas de tesorería por parte de las
entidades que participan en los diferentes sistemas de pagos y liquidación, así como a sus
funciones de depositario voluntario de reservas y excedentes, y de prestamista, en última
instancia, de las entidades de crédito, justificando su conocido apelativo de Banco de Bancos o
Banco del sistema crediticio.
Para el adecuado ejercicio de las anteriores funciones, el Banco de España no sólo ostenta
potestades ejecutivas, sino también potestades normativas reglamentarias, pudiendo dictar
circulares, llamadas monetarias, cuando conciernen a la política monetaria y emisión de billetes
y monedas; y circulares que podemos denominar ordinarias, para el ejercicio de sus otras
competencias, cuando resulten precisas para el desarrollo de normas que le habiliten
expresamente al efecto. Unas y otras disposiciones se publicarán en el «Boletín Oficial del
Estado», y entrarán en vigor conforme a lo previsto en el apartado 1.º del artículo 2 del
Código Civil.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
5. Noción y clases de entidades de crédito
A. Bancos
A. Bancos
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
5. Noción y clases de entidades de crédito
B. Cajas de Ahorro
B. Cajas de Ahorro
Son entidades de crédito que ofrecen una acusada singularidad derivada de su origen y
naturaleza fundacional que exige resolver de modo específico cuestiones que en el caso de las
demás entidades de crédito quedan solventadas por su configuración societaria. Nos referimos,
en primer término, a la necesidad de establecer sobre bases diferentes de las societarias tanto la
fundamentación cuanto el ejercicio del poder de dirección empresarial, pues las cajas no tienen
propietarios que gestionen, por sí o mediante representantes, sus intereses. En segundo término,
como corresponde también a su naturaleza fundacional, no persiguen una finalidad lucrativa,
sino benéfico-social. Resulta de todo ello una especial complejidad o especificidad que, en
palabras del Tribunal Constitucional, «se concreta en su función social, así como en el carácter
representativo de los órganos de gobierno, con las exigencias derivadas de una gestión eficaz que
debe cumplirse con criterios estrictamente profesionales» (STC de 22 de marzo de 1988).
A la consecución de tales objetivos se orientó una detallada regulación que incluía una
abundante legislación autonómica (en orden a las cuestiones competenciales; v. además de la
citada, las SSTC de 28 de marzo de 1982 y 30 de mayo de 1996) y que corrió pareja al gran
crecimiento y desarrollo que, en las últimas décadas, tuvieron estas entidades. La reciente crisis
económica y financiera les afectó de forma muy directa y determinó la práctica desaparición de
muchas de ellas. Actualmente, la nueva Ley 26/2013, de 27 de diciembre, de Cajas de Ahorros
y Fundaciones Bancarias ha recogido en un único texto (derogando, entre otras disposiciones, la
Ley 31/1985, de 2 de agosto y parcialmente el RD-l 11/2010, de 9 de julio) el régimen jurídico
de las Cajas de ahorro, tratando de reforzar los valores clásicos de estas entidades, esto es, su
carácter social y marcadamente territorial, difuminados al calor del extraordinario aumento
producido, como se ha indicado, en su negocio crediticio.
i) En efecto, la Ley, para evitar riesgos excesivos, ya soportados en el pasado reciente, persigue
que las Cajas no superen un cierto volumen o tamaño, impidiendo que asuman esta forma
jurídica las entidades crediticias cuyo activo total consolidado, según el último balance auditado,
exceda de diez millones de euros; o cuya cuota de depósitos sea superior, en su ámbito
territorial, al 35 por 100 del total del mercado. Si concurre alguna de estas circunstancias, la
entidad en cuestión deberá traspasar todo su patrimonio afecto a la actividad financiera a otra
entidad de crédito y transformarse en una fundación bancaria.
Al mismo efecto, la Ley limita el ámbito de actuación de las Cajas de Ahorro al de una sola
comunidad autónoma, con la posibilidad de ampliarlo a un máximo de diez provincias,
limítrofes entre sí.
ii) Por cuanto se refiere a la estructura de capital, las Cajas de Ahorro deberán crearse con un
fondo dotacional mínimo adecuado para su actividad ( art. 4 del Decreto 1838/1975, de 3 de
julio). En sintonía con la nueva visión legislativa de las Cajas de Ahorro, la disposición adicional
decimotercera de la Ley obliga a las que hubiesen emitido cuotas participativas (unos peculiares
valores negociables de renta variable, vigencia indefinida y que computan como fondos propios)
a presentar a la aprobación del Banco de España un plan específico para su amortización.
iii) Los órganos de gobierno de las Cajas de Ahorro son la Asamblea General, el Consejo de
Administración y la Comisión de Control, debiendo crearse dentro del Consejo las Comisiones de
Inversiones, Retribuciones y Nombramientos y de la Obra Social.
iv) Por lo que se refiere al régimen aplicable a sus resultados, una vez atendidas las reservas y
provisiones que, legal o estatutariamente, correspondan, y, en su caso, satisfechas otras
asignaciones obligatorias, el sobrante ha de destinarse necesariamente a obras benéfico-sociales,
esto es, orientadas a actividades como la sanidad, investigación, enseñanza, cultura o asistencia
social ( art. 22 RD 2290/1977, de 27 de agosto, de regulación y función de los Órganos de
Gobierno de las Cajas de Ahorro, parcialmente vigente).
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II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
5. Noción y clases de entidades de crédito
C. Cooperativas de crédito
C. Cooperativas de crédito
Las cooperativas de crédito pueden clasificarse en dos grandes grupos: a) las cooperativas de
crédito agrícola, las más numerosas e importantes dentro del sector, que pueden utilizar la
denominación o expresión de cajas rurales, y cuyo objeto es la financiación de actividades de
aquella naturaleza; y b) las cooperativas de crédito no agrarias, de carácter industrial y urbano
que atienden, por el contrario, a necesidades de financiación gremial y profesional (médicos,
abogados, etc.).
Sobre esas bases, lo que la legislación citada persigue es, en esencia, adaptar la forma jurídica
cooperativa al desarrollo de la actividad crediticia, dando lugar a una suerte de sociedad
cooperativa especial en atención a su objeto social (v.gr., el capital social ha de ajustarse a las
cuantías establecidas en las disposiciones que desarrollan la Ley, que están en función del
ámbito territorial y del número de habitantes de los municipios comprendidos en él; han de
contar con una dirección general atribuida a personas que reúnan las condiciones idóneas, etc.).
El Real Decreto-ley 11/2017, de 23 de junio, de medidas urgentes en materia financiera ha
modificado la Ley 13/1989 para incorporar al régimen jurídico de las cooperativas de crédito la
posibilidad de integrarse en sistemas institucionales de protección previstos en la normativa
europea y permitir que mejoren su resistencia a los riesgos que puedan surgir en el ejercicio de
su actividad.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
6. Los establecimientos financieros de crédito
Los establecimientos financieros de crédito son, como los bancos, sociedades anónimas
especiales. Su característica distintiva estriba en que tienen vedada la posibilidad de financiarse
con depósitos (debiendo hacerlo con sistemas alternativos: mercado de valores, financiación
bancaria, etc.), al tiempo que su actividad principal consiste en ejercer, en los términos que
reglamentariamente se establezcan, una o varias de las actividades siguientes: a) concesión de
préstamos y créditos; b) factoring, con o sin recurso y sus actividades complementarias; c)
arrendamiento financiero y actividades complementarias; d) otorgamiento de hipotecas
inversas; y e) concesión de avales, garantías y compromisos similares. Los establecimientos
financieros de crédito pueden, asimismo, emitir dinero electrónico o realizar servicios de pago,
siempre que soliciten una autorización específica para esta actividad.
Su régimen jurídico sigue, en líneas generales, las pautas establecidas para las entidades de
crédito en sentido estricto, aunque la prohibición de captar fondos reembolsables, explique y
justifique el menor nivel de exigencia que lo caracteriza, aplicándoseles el de aquéllas en lo no
previsto específicamente por su ley reguladora (v. Ley 5/2015).
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
7. Fundaciones bancarias
7. FUNDACIONES BANCARIAS
La Ley 26/2013, ya mencionada, ha introducido en nuestro sistema esta nueva figura para
institucionalizar unas fundaciones que no son consideradas entidades de crédito pero que se
caracterizan por ostentar una cierta participación (directa o indirecta, superior al 10 por 100) o
una cierta influencia (poder nombrar o destituir a algún miembro del Consejo de
Administración) en alguna de ellas. Son, pues, fundaciones que, amén de desarrollar su fin
institucional, social o benéfico, orientan o tienen una actividad económica consistente en la
tenencia y gestión de una participación, ciertamente significativa, en una entidad de crédito. Se
rigen por la Ley 26/2013 y, con carácter supletorio, por la legislación estatal o autonómica de
fundaciones.
Los órganos de gobierno de las fundaciones bancarias son el Patronato, el Presidente, el Director
General y los demás órganos delegados o apoderados que puedan prever sus estatutos, de
acuerdo con la regulación general de las fundaciones. Corresponde al Patronato velar por la
legalidad de la constitución y actuación de las fundaciones bancarias, sin perjuicio de las
funciones de control y sanción del Banco de España. El Patronato designará de entre sus
miembros a un Presidente, a quien se atribuye la más alta representación de la fundación
bancaria. El Director General, que generalmente asume las funciones ejecutivas, es nombrado
por el Patronato y asiste a sus reuniones con voz y sin voto.
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II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
A. Creación y registro
A. Creación y registro
La solicitud de autorización deberá presentarse, sin embargo, ante el Banco de España y habrá
de cumplir con los requisitos previstos en la legislación estatal que tratan de asegurar que la
entidad nazca con garantía de futuro (capital social adecuado a la actividad que se va a
desarrollar, programa de actividades y organización razonables, fundadores o participantes
solventes y comprometidos con el proyecto, administración y dirección profesionales e idóneas,
etc.). El Banco de España, previo informe del Servicio Ejecutivo de la Comisión de Prevención de
Blanqueo de Capitales e Infracciones Monetarias, la Comisión Nacional del Mercado de Valores y
la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones, propondrá al Banco Central Europeo la
concesión de la autorización que habrá de otorgarla salvo que se contradiga alguna norma
europea ( art. 3 RD 84/2015). En el caso de que no se cumplieran las condiciones estatales, es el
propio Banco de España quien deniega la solicitud de autorización.
Una vez autorizada, la entidad deberá constituirse e inscribirse tanto en el Registro Mercantil
como en el Registro de Entidades de Crédito, con funciones estrictamente de control y
supervisión, cuya llevanza corresponde al Banco de España. Ambas inscripciones han de
preceder al inicio de las operaciones. A igual régimen de autorización y registro se someten,
como regla general, las ulteriores modificaciones estatutarias.
Por otro lado, cabe señalar que, en atención al principio comunitario de reconocimiento de
entidades financieras («pasaporte comunitario»), la apertura o establecimiento en España de
sucursales de entidades de crédito autorizadas en otro Estado miembro de la Unión Europea, así
como la prestación directa de servicios por estas últimas, no requerirá autorización previa.
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II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
B. Período de tutela
B. Período de tutela
Tras la constitución, se inicia un período variable durante el cual las entidades de crédito tienen
limitadas determinadas actuaciones o decisiones con el propósito de extremar las cautelas en las
fases iniciales de la vida de la nueva entidad ( art. 8 RD 84/2015). En concreto, durante los
tres primeros ejercicios, no podrán repartirse dividendos, debiendo destinarse la totalidad de los
beneficios de libre disposición a reservas. Igualmente, durante los cinco primeros años, a partir
del inicio de sus actividades, se prohíbe o limita la posibilidad de conceder créditos, préstamos o
avales en favor de socios, consejeros y altos cargos de la entidad, y se sujeta la transmisión inter
vivos de las acciones y su gravamen o pignoración a la previa autorización del Banco de España,
que, en general, realizará un seguimiento continuado de las operaciones y del cumplimiento del
programa de actividades presentado para la autorización.
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8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
C. Normas de solvencia
C. Normas de solvencia
Agrupamos en este epígrafe un conjunto de normas cuya finalidad específica es que las
entidades de crédito, fuertemente dependientes de la financiación de terceros, mantengan en
todo momento un nivel suficiente de solvencia.
Con el fin de garantizar la solidez necesaria en el mercado de crédito, se exige a las entidades de
crédito unos niveles determinados de «capital básico» (o cifra resultante de la suma y resta de
determinadas partidas contables como capital, reservas, provisiones, etc.) que deben
representar al menos el 8 por ciento de la suma total de sus «exposiciones » y «riesgos » ( art.
92.1, c) del Reglamento Europeo 575/2013 y art. 39 de la Ley 10/2014).
Hasta que la exigencia de recursos propios no quede cumplida, las entidades de crédito están
sujetas a determinadas restricciones relativas al reparto de dividendos, la dotación de la obra
benéfico social, la retribución de las participaciones preferentes, las retribuciones variables de
administradores y directivos y la recompra de acciones, con independencia, además, de
constituir una infracción susceptible de ser sancionada administrativamente.
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II. La actividad crediticia y las entidades de crédito
8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
D. Propiedad y control
D. Propiedad y control
Por otra parte, se impone a quienes alcancen una participación igual o superior al 5 por 100 de
su capital el deber de comunicarlo a la entidad de que se trate, así como cualquier variación, por
aumento o disminución, que suponga rebasar dicho porcentaje o sus múltiplos.
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8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
E. Administración y gestión
E. Administración y gestión
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8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
F. Obligaciones de información
F. Obligaciones de información
Las entidades de crédito están obligadas, en su caso, por una multiplicidad de normas, a
informar extensa y detalladamente al Banco de España y al Banco Central Europeo con el
objetivo de que éste tenga en todo momento un conocimiento cabal de la situación económica,
patrimonial y financiera de la entidad, así como del cumplimiento de las diversas obligaciones
que se le imponen en la regulación que estamos examinando. También interesa destacar que
están sujetas a un amplio desarrollo e intensificación de los deberes contables del empresario.
Bajo la vigencia, acentuada si cabe, del principio de prudencia, sus estados contables, en todo
caso sujetos a verificación por auditores, son objeto tanto de un mayor pormenor cuanto de una
mayor frecuencia en su confección (v.gr., los bancos deben realizar un balance de situación
mensual y una cuenta de resultados trimestral), debiendo adaptarse a modelos preestablecidos,
que no pueden ser modificados ni reducidos.
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G. Supervisión e inspección de las entidades de crédito
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H. La reestructuración y resolución de las crisis de las Entidades de crédito. El Fondo de
Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB)
De esta forma, casi sin solución de continuidad con las actividades de supervisión, se somete a
todas las entidades a un estrecho seguimiento que permita reflejar no ya su situación actual,
sino la previsible o que pueda anticiparse en función de distintas circunstancias que puedan
hacer peligrar su viabilidad, permitiéndose el establecimiento de las medidas correctoras o
preventivas necesarias, hasta el punto de que, en este nuevo marco regulatorio, es posible que se
imponga a entidades perfectamente solventes determinadas modificaciones estructurales,
organizativas o, incluso, de su línea de negocio para garantizar que, en el caso de que la entidad
devenga inviable, su «resolución» pueda hacerse de manera ordenada y mínimamente lesiva
para todos los intereses afectados.
Es un principio fundamental de esta nueva regulación que las «resoluciones» se lleven a cabo
sin recursos, ayudas o fondos públicos, de forma que el coste de las crisis sea soportado, en
primer lugar, por la propia entidad, sus accionistas y acreedores; después, mediante cierta
mutualización del riesgo, por el conjunto de las entidades de crédito (que, a tal efecto, deben
dotar el llamado Fondo de Resolución, cuyos recursos financieros alcanzarán al menos el 1% de
los depósitos garantizados de todas las entidades); y, sólo en última instancia, por los
depositantes, en la medida que no queden cubiertos por el Fondo de Garantía de Depósitos (vid.
infra letra J). El Fondo Único de Resolución entró en funcionamiento el 1 de enero de 2016 y se
va dotando progresivamente por las contribuciones bancarias durante un periodo transitorio
que comprende entre 2016 y 2024, hasta alcanzar un tamaño equivalente al 1% de los depósitos
garantizados. Inicialmente, el Fondo está compartimentado por países y se irá mutualizando
progresivamente a lo largo de un período de ocho años. El 8 de diciembre de 2015, el ECOFIN
acordó que los Estados miembros participantes en la Unión Bancaria pusieran a disposición de
la Junta Única de Resolución una facilidad de préstamo para garantizar la financiación
suficiente del Fondo Único de Resolución. Estas facilidades de préstamo individuales serán
únicamente empleadas como mecanismo de última instancia. Por lo que respecta a nuestro país,
en virtud del Real Decreto-ley 4/2016, de 2 de diciembre, de medidas urgentes en materia
financiera se ha autorizado al Ministro de Economía, Industria y Competitividad a firmar el
Acuerdo de Facilidad de Préstamo entre el Reino de España y la Junta Única de Resolución, por el
cual se pone a disposición de la Junta Única de Resolución un importe de hasta 5.291.000 miles
de euros, como mecanismo de apoyo común durante el periodo transitorio del Fondo Único de
Resolución.
Es también importante subrayar que la nueva regulación atribuye la «función resolutoria» a una
autoridad distinta de la supervisora, con objeto de evitar cualquier solapamiento o interferencia
en el ejercicio de una y otra potestad administrativa. Por ello, en el caso español, la entidad
competente no es el Banco de España, sino el llamado Fondo de Reestructuración Ordenada
Bancaria (FROB).
El Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria es una entidad de Derecho público que goza de
personalidad jurídica propia, correspondiendo su gobierno y administración a una Comisión
Rectora formada por once miembros designados por el Banco de España, por el Ministerio de
Economía, por el Ministerio de Hacienda y por el Vicepresidente de la Comisión Nacional del
Mercado de Valores.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
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8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
I. La Sociedad de Gestión de Activos
Esta Sociedad tiene como objeto exclusivo el indicado, esto es, la tenencia, adquisición, gestión y
enajenación de los activos que las entidades en procesos de reestructuración y resolución le
hayan transferido (concretados por el RD 1559/2012, de 15 de noviembre). En su capital
podrán participar, además del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, que no podrá
ostentar la mayoría, las entidades de crédito, y las demás entidades calificadas como financieras.
A fin de asegurar que su régimen contable es coherente con el mandato de desinversión a largo
plazo que tiene que desarrollar esta Sociedad y reconociendo que la volatilidad de la evolución
del mercado inmobiliario ha tenido un impacto en la cuentas de la entidad, el Real Decreto-ley
4/2016, de 2 de diciembre, de medidas urgentes en materia financiera ha modificado la
Disposición Adicional Séptima de la Ley 9/2012, de 14 de noviembre, de reestructuración y
resolución de entidades de crédito para, en sumna, especificar más concretamente el esquema
de registro de las eventuales minusvalías resultantes de la aplicación de la normativa contable
que se realizará en el patrimonio neto de la sociedad.
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
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8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
J. El Fondo de Garantía de Depósitos
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
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8. Régimen jurídico de las entidades de crédito
K. Régimen sancionador
K. Régimen sancionador
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
III. Los contratos bancarios
9. Concepto, clasificación y caracteres
No obstante su diversidad, pueden subrayarse ciertos caracteres que son generales o comunes a
la mayor parte de los contratos bancarios, interesando señalar los siguientes: a) son contratos de
empresa, y deben, pues, ser considerados, en principio, mercantiles (v. Lec. 31), con
independencia de que en ocasiones se les apliquen disposiciones tuitivas y protectoras que
examinaremos más adelante; b) en la mayor parte de los casos, son contratos legalmente
atípicos, pero dotados de una acusada tipicidad negocial y social, hasta el punto de ser éste un
sector en que los usos juegan un papel de cierto relieve; c) normalmente, se conciertan
utilizando condiciones generales predispuestas por la entidad de crédito, respondiendo así a
exigencias funcionales inexcusables, pero igualmente pudiendo en ocasiones comprometer,
especialmente en los supuestos de créditos al consumo, el equilibrio contractual (v. Lec. 31); y d)
son contratos, igualmente por lo común, de duración e intuitu personae, que, en definitiva,
vinculan estrechamente a las partes, y en los que, por tanto, juegan una función esencial las
exigencias de la buena fe ( arts. 1258 CC y 57 C. de C.). Ése es el fundamento último de
ciertos deberes o prestaciones accesorias que se integran en el contenido específico de cada uno
de los contratos bancarios. Nos referimos, en primer término, al deber de documentación y
contabilización que tienen las entidades de crédito de las relaciones, a veces plurales, que
establecen y desarrollan con cada uno de sus clientes que vienen así a denominarse
genéricamente, por referencia a su expresión contable, cuentas bancarias. Además del anterior,
debe citarse, en segundo término, el deber de secreto o de no revelación de los datos (saldos,
posiciones, transacciones, etc.) que conozcan como consecuencia de las relaciones establecidas
con ellos. El deber de secreto reconocido y sancionado legalmente (v. art. 83 Ley 10/2014) no ha
de sobreestimarse, pues cede en presencia de otros intereses preferentes. Así ocurre frente a la
obligación de contribuir al sostenimiento de las cargas públicas ( art. 93 de la Ley 58/2003,
de 17 de diciembre, General Tributaria) y frente a la conveniencia de prevenir la utilización
ilícita de fondos ( Ley 10/2010, de 28 de abril, de prevención de blanqueo de capitales y de la
financiación del terrorismo).
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Lección 38. Contratos y mercados financieros
III. Los contratos bancarios
10. Regulación de los contratos bancarios. Criterios de política legislativa
Nuestra legislación carece de una regulación general de los diferentes contratos bancarios, por
lo que la autonomía de la voluntad y el acuerdo entre las partes ocupan un lugar central en la
labor de composición de los intereses en presencia. Ahora bien, como hemos advertido, obvias
exigencias prácticas hacen que la contratación bancaria se realice, casi siempre, utilizando
condiciones generales predispuestas por las entidades de crédito. Al mismo tiempo, en
numerosas ocasiones, el cliente puede ser considerado, de acuerdo con la legislación en la
materia, como consumidor y beneficiario, en consecuencia, de la especial protección que el
ordenamiento presta a quien participa desde esa posición subordinada en el tráfico de bienes y
servicios. La regulación convencional de los contratos bancarios debe, pues, respetar las
disposiciones tanto de la Ley de Condiciones Generales de la Contratación cuanto de la Ley
General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios (v. Lec. 31), cuya aplicación se extiende
también, en efecto, con carácter general, a las relaciones de las entidades de crédito con sus
clientes (v. STS de 9 de mayo de 2013). Junto a esas normas generales de protección, el legislador
ha establecido otras específicas que interesa mencionar, y que, ahora, con carácter básico, se
establecen en el artículo 5 de la Ley 10/2014 (modificado por la Ley 5/2019) para mayor
protección del cliente de entidades de crédito:
b) Por lo que respecta a la información contractual, se prevé que las entidades de crédito deberán
hacer entrega al cliente de un ejemplar del documento en que se formalice la prestación o
servicio recibido. Además, los documentos relativos a operaciones activas o pasivas duraderas
deberán recoger el contenido adicional prescrito en la Orden que pone un especial hincapié en
que se reflejen los extremos más importantes como los relativos al devengo y liquidación de
intereses, comisiones, reembolso anticipado de la operación, etc. Las entidades de crédito
también harán constar la equivalencia entre la suma de todos los intereses, comisiones y gastos
pagados por el cliente y un tipo de interés efectivo anual, expresando, en definitiva, la
denominada tasa anual equivalente (TAE), esto es, el precio efectivamente satisfecho por la
financiación obtenida.
c) En lo relativo a la transparencia e información de las condiciones que practican, la Orden
impone a las entidades de crédito poner a disposición de los clientes (en sus establecimientos
comerciales, páginas electrónicas, etc.) los tipos de interés, comisiones y gastos habitualmente
aplicados a los servicios que prestan con mayor frecuencia. Igualmente, aquellas entidades que
permitan descubiertos en las cuentas de depósito o excedidos en las de crédito, deberán publicar
las comisiones, tipos de interés o recargos aplicables a tales supuestos.
d) En materia de publicidad, se establece que, toda publicidad financiera, tal y como se define en
la Orden se deberá ajustarse a criterios específicos que garanticen su claridad y veracidad, así
como sujetarse a procedimientos de control de las propias entidades de crédito, sin perjuicio de
que el Banco de España pueda sancionar las prácticas que no cumplan con las exigencias
normativas (v. también Orden EHA/1718/2010, de 11 de junio).
e) En relación con el eventual servicio de asesoramiento bancario o financiero que pueden prestar
las entidades de crédito a favor de sus clientes, la Orden requiere que se informe expresamente
al cliente sobre el hecho de que se está contratando dicho servicio así como su remuneración o
coste.
f) En materia de servicios bancarios vinculados, se exige que las entidades de crédito que
comercialicen servicios bancarios vinculados a la contratación de otros, financieros o no,
informen expresa y claramente al cliente sobre la posibilidad de contratarlos o no de manera
separada y de los costes correspondientes.
B) Por otro lado, profundizando en la política legislativa de defensa del consumidor o usuario, en
este caso, de crédito, se han establecido distintas regulaciones específicas que, en síntesis,
exponemos a continuación:
Las relaciones y contratos sometidos a la Ley de Contratos de Crédito al Consumo, sin perjuicio
de la aplicación de las normas que más adelante se detallan [apartados b), c) y d)], se harán
constar por escrito, bajo pena de nulidad, y en los mismos no se podrán incluir pactos, cláusulas
y condiciones contrarios a lo dispuesto en dicha Ley, salvo que sean más beneficiosos para el
consumidor. El contenido, en fin, de la Ley incluye una serie de medidas protectoras del
consumidor, referidas, entre otros extremos, a los siguientes: a) la regulación de forma detallada
de la información que debe figurar en la publicidad, comunicaciones comerciales y anuncios de
ofertas; b) la obligación de los prestamistas y, en su caso, los intermediarios, de dar la
información precontractual establecida legalmente y de advertir de los riesgos en caso de
impago o de endeudamiento excesivo, así como, finalmente, la obligación de evaluar la solvencia
del prestatario con carácter previo a la celebración del contrato de crédito; c) la inclusión
obligatoria en el documento contractual de determinados extremos de la financiación que se
consideran especialmente relevantes (por ej., tasa anual equivalente); d) la sujeción de la
modificación del coste del crédito en perjuicio del prestatario a determinadas condiciones, como
su ajuste a un índice de referencia objetivo (IPC, EURIBOR, etc.); e) el derecho del consumidor al
reembolso anticipado del crédito, con limitación de las compensaciones que en tal supuesto haya
de satisfacer; f) el especial régimen de ejercicio de los derechos del consumidor en los casos de
«contratos vinculados» (es decir, en los casos en que la adquisición de bienes o servicios se
encuentre financiada por un tercero distinto del proveedor de aquéllos), consistente en que el
consumidor puede ejercitar el derecho y, sobre todo, las excepciones derivadas del
incumplimiento del proveedor contra éste y también contra el financiador, siempre que se den el
conjunto de circunstancias requeridas al efecto en la Ley, en particular, que entre el concedente
del crédito y el proveedor de los bienes y servicios exista una acuerdo previo, concertado en
exclusiva, en virtud del cual aquél ofrezca crédito a los clientes del proveedor para la
adquisición de los bienes y servicios de éste; y que el consumidor haya obtenido el crédito en
aplicación del acuerdo previo anteriormente mencionado.
Por último, conviene indicar que la Ley 5/2019, de 5 de marzo, ha regulado los contratos de
crédito inmobiliario, estableciendo normas de transparencia y de conducta que imponen
obligaciones a los prestamistas e intermediarios de crédito, desarrollando su régimen jurídico y
determinando el régimen sancionador por los incumplimientos de las obligaciones establecidas.
Esta ley viene a completar y actualizar la Ley 2/2009, de 31 de marzo y la Orden 2899/2011 de 28
de octubre.
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Lección 39. Los contratos bancarios (I)
I. Contratos de financiación
1. Noción general y clases
Por nuestra parte, procederemos a analizar las operaciones activas en función de su naturaleza,
distinguiendo entre el préstamo, la apertura de crédito y el descuento, que son las modalidades
básicas y más importantes de financiación crediticia, aunque el primero de ellos no sea siempre
instrumento de ella (préstamo civil o simplemente mercantil). Junto a ellas, estudiaremos
también otras figuras contractuales más modernas como el leasing o el factoring, que responden
plenamente al concepto de operación de financiación del que partimos, sin que a ello sea óbice
el que, habitual o generalmente, se concierten por parte de establecimientos financieros
especializados.
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Lección 39. Los contratos bancarios (I)
II. El contrato de préstamo
2. Consideración general
2. CONSIDERACIÓN GENERAL
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Lección 39. Los contratos bancarios (I)
II. El contrato de préstamo
3. El contrato de préstamo mercantil y el préstamo bancario. Notas definitorias y caracteres
El artículo 311 del Código de Comercio parece vincular el carácter mercantil del préstamo a
una doble circunstancia, personal y teleológica: que una de las partes, al menos, sea
comerciante, y que las cosas prestadas hayan de destinarse a actos de comercio. El criterio legal
que fundamenta la mercantilidad del préstamo en su accesoriedad respecto de otros actos de
comercio no sólo es fuente de incertidumbre (para calificar el préstamo habrá que atender a la
intención o voluntad expresa o tácita del prestatario o, en otro caso, esperar a que la operación
se realice para ponerla en relación con el préstamo y determinar su carácter a posteriori), sino
que, además, conduce a negar en la práctica carácter mercantil al mismo préstamo bancario,
esto es, a los préstamos realizados por entidades especialmente dedicadas al «comercio de
préstamos» cuando las cantidades prestadas no se destinen a operaciones mercantiles. Huyendo
de esa interpretación, el Tribunal Supremo declaró hace tiempo, al amparo del artículo 2 en
relación con el artículo 175 y algunos otros del Código de Comercio, que los préstamos bancarios
tienen en todo caso carácter mercantil, aunque se hagan «a favor de personas ajenas al
comercio, que no se propongan emplear el objeto recibido en operaciones mercantiles» (SSTS de
9 de mayo de 1944 y 20 de noviembre de 1985; v. también Res. DGRN 1 de febrero de 1980). El
carácter mercantil del contrato se hace descansar, así, a la postre, en la intervención de un
empresario en el mismo: el préstamo será mercantil cuando se realice por quien tenga como
objeto de su actividad la concesión de préstamos o cuando, quienquiera que sea el prestamista,
se reciba por un empresario con destino al comercio o industria que realiza.
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 39. Los contratos bancarios (I)
II. El contrato de préstamo
4. Objeto del contrato
Según se desprende de los artículos 312 y 316 del Código de Comercio, el mutuo
mercantil puede recaer sobre dinero, valores y especies o cosas fungibles distintas del dinero y
de los valores, lo que permite que pueda hablarse de préstamo de mercaderías, valores y dinero.
Debe indicarse que, de todos ellos, el préstamo bancario de dinero es el que tiene mayor
importancia práctica, y que el préstamo de mercaderías y de valores son poco habituales, salvo
el caso de los que tienen como objeto valores negociados en un mercado secundario cuyas
exigencias hacen, por lo demás, que el legislador haya configurado un tipo o clase especial que
estudiaremos en el lugar correspondiente (v. Lec. 42).
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Lección 39. Los contratos bancarios (I)
II. El contrato de préstamo
5. Efectos del contrato
De acuerdo con la tesis del carácter real y unilateral del préstamo, el prestamista no asume
obligación alguna, puesto que la entrega al prestatario del dinero o cosa fungible pactada no es
consecuencia o efecto del contrato, sino condición para su existencia. Inversamente, si el
préstamo se configura, como es habitual en la práctica, como contrato consensual y bilateral, el
prestamista está obligado a realizar esa entrega o puesta a disposición en las condiciones
pactadas.
En todo caso, parece que el énfasis debe ponerse en las obligaciones del prestatario que son las
siguientes:
El contenido de la obligación de restitución varía según cuál sea el objeto del préstamo:
a) Cuando el objeto del préstamo es dinero, el artículo 312.1 del Código de Comercio
distingue dos distintos supuestos. Por un lado, las deudas de cantidad o suma que constituyen
para el Código la regla general, y en las que el prestatario cumple devolviendo el dinero o
unidades de cuenta recibidas, pudiendo elegir la clase de dinero o moneda que va a emplear
para el pago, con tal que iguale el importe recibido (por ej., se recibe un préstamo por importe de
mil euros, cuantía que podrá devolverse en otras monedas o divisas, determinándose su
cantidad por el tipo de cambio existente en el momento de la devolución). O, dicho con palabras
del Código, «pagará el deudor devolviendo una cantidad igual a la recibida, en arreglo al valor
legal que tuviere la moneda al tiempo de la devolución». Por otro lado, regula el Código las
deudas de moneda específica (v.gr. un préstamo de mil euros) para el caso de que se haya pactado
la devolución del préstamo en una concreta moneda o divisa, en cuyo caso ha de devolverse otro
tanto de la prestada, es decir, igual cantidad o número de unidades de cuenta en la misma
especie en que se recibieron. En cualquier caso, la restitución del préstamo en dinero o divisa
extranjera deberá hacerse en conformidad con las disposiciones administrativas sobre control
de cambios, en la actualidad prácticamente liberalizados en su totalidad (v. Ley 19/2003, de 4 de
julio, sobre Régimen Jurídico de los Movimientos de Capitales y de las Transacciones Económicas
con el Exterior).
Por otra parte, conviene precisar que la cuestión relativa a la moneda de pago es, en rigor,
distinta a la que suscita, desde la perspectiva de la obligación de restitución, la pérdida de valor
del dinero. Nuestro Código de Comercio sigue, como no podía ser de otro modo, en aras de
exigencias generales del tráfico, el denominado sistema nominalista, es decir, el principio de que
ha de devolverse el mismo número de unidades de cuenta recibido con independencia del
incremento o disminución del poder adquisitivo o valor de la moneda en que tenga que hacerse
la devolución. Ello no quiere decir, sin embargo, que el principio nominalista no pueda ser
derogado contractualmente, habiéndose usado desde antaño múltiples cláusulas especiales
dirigidas a corregir los efectos de una eventual desvalorización del dinero («cláusula oro»,
«valor oro», etc.).
Desde otro punto de vista, puede también señalarse que existen distintas formas de amortización
o restitución del dinero prestado. Ésta puede realizarse de una vez, al término del plazo pactado,
pero es más frecuente, especialmente en los préstamos bancarios, la utilización de otras
modalidades, como son las amortizaciones progresivas mediante pagos parciales en plazos
sucesivos, de igual o diferente cuantía, que se devengan sin solución de continuidad desde el
inicio del préstamo o tras un cierto período de carencia (por ej., un año). Es común, por otra
parte, al menos también en los préstamos bancarios, el pacto que permite la amortización
anticipada, que normalmente conlleva el pago de una compensación a la entidad de crédito por
los intereses que se dejan de ingresar o, si se prefiere, por la eliminación de un plazo establecido
en beneficio de ambas partes ( art. 1127 CC).
b) Por lo que se refiere a la obligación de restitución en las otras clases de préstamo, preocupa
sobre todo al legislador la eventualidad de la desaparición o extinción (prácticamente imposible
en el caso del dinero) de los valores o especie que constituyan su objeto, estableciendo que en los
préstamos de títulos de crédito o, en general, de valores, «pagará el deudor devolviendo otros
tantos de la misma clase e idénticas condiciones, o sus equivalentes si aquéllos se hubiesen
extinguido, salvo pacto en contrario». En los préstamos en especie o préstamos de mercaderías,
«deberá el deudor devolver, a no mediar pacto en distinto sentido, igual cantidad en la misma
especie y calidad, o su equivalente en metálico si se hubiere extinguido la especie debida» (art.
312.2 y 3 C. de C.).
El Código, con acierto, reputa interés «toda prestación pactada a favor del acreedor», pudiendo
así distinguirse el interés nominal o teórico que se asigna en estrictos términos financieros a la
financiación, y el real o efectivo que, de hecho, se satisface tras la adición de comisiones (v.gr. la
comisión de apertura que en los préstamos bancarios se satisface en el momento inicial del
préstamo en compensación de los gastos en que, por información, estudio, etc., incurre la
entidad de crédito con carácter previo a la formalización de la operación) u otros gastos
repercutibles, y que, como sabemos, la regulación administrativa de las entidades de crédito
obliga en ciertos casos a expresar mediante el cálculo y expresión de la denominada tasa anual
equivalente (TAE) (v. Lec. 38).
El interés puede ser fijo o variable, según que el mismo quede definitivamente establecido en un
tipo determinado o se haya pactado que el mismo pueda modificarse a lo largo de la duración
del contrato. El interés variable es muy frecuente en los préstamos a largo plazo, y la finalidad
de la cláusula es mantener el equilibrio económico inicial durante toda la vida del contrato. En
la práctica suele fijarse añadiendo un margen o diferencial (spread) (0,5 por 100, 1 por 100, etc.)
a algún índice, oficial o no (v.gr., el EURIBOR) del precio del dinero para que de esta forma no
quede al arbitrio de ninguna de las partes su variación. Algunas cláusulas pactadas en
préstamos a interés variable, como, singularmente, las llamadas «cláusulas suelo» pueden, en
algunos casos, reputarse abusivas, lo que ha dado lugar, como en otro momento hemos
mencionado (v. Lección 38) al establecimiento de medidas ad hoc para la protección a los
consumidores a fin de solventar las controversias que pudieran suscitarse con las entidades de
crédito en relación con estas específicas cláusulas ( Real Decreto-ley 1/2017, de 20 de enero, de
medidas urgentes de protección de consumidores en materia de cláusulas suelo).
C) Otras obligaciones derivadas del contrato. Con el fin de asegurarse frente al riesgo de
insolvencia sobrevenida del prestatario, es muy frecuente que el crédito se garantice personal
(firmas o avales de terceros) o realmente (con prendas o hipotecas de distintas clases. V. Lec. 44).
Además de ello, en los préstamos bancarios de cierta entidad suelen imponerse determinadas
obligaciones al prestatario mediante las que se regula su conducta y trata de controlarse su
situación económica y financiera (obligaciones de proporcionar información económico-
financiera, de auditarse, de asegurar determinados bienes o activos, prohibiciones de
disposición de activos, mantenimiento de determinados ratios financieros, etc.), cuyo
incumplimiento determina en algunos casos una revisión al alza de la obligación de pago de
intereses (por aumento del riesgo) y en otros faculta incluso para la resolución anticipada del
contrato.
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II. El contrato de préstamo
6. Intereses de demora
6. INTERESES DE DEMORA
Distintos de los intereses remuneratorios que hemos estudiado son los intereses moratorios o de
demora que se ligan al incumplimiento del contrato. A ellos se refiere el artículo 316 del
Código de Comercio cuando establece que los deudores que demoren el pago de sus deudas
después de vencidas, deberán satisfacer desde el día siguiente al vencimiento el interés pactado
para este caso o, en su defecto, el legal.
A nuestro juicio, el régimen legal de los intereses de demora debe considerarse Derecho
dispositivo. La prohibición del anatocismo, la capitalización de intereses, la aplicación del tipo
pactado o legal de interés, etc., no son sino pautas normativas que tratan de mantener una cierta
proporcionalidad en la determinación del superior coste o prima de riesgo que ha de satisfacerse
por una financiación que, por alguna circunstancia, se desarrolla anómalamente. Desde esta
perspectiva, acaso pueda reconocerse a las partes una amplia libertad para fijar esa
remuneración adicional en los términos que tengan por oportunos, siempre que se respeten los
límites especiales que el licitum agere encuentra en este campo, y que se recogen en
disposiciones de carácter tuitivo y protector y en la Ley de Represión de la Usura o percepción
de unos intereses notablemente superiores a los correspondientes a las circunstancias del caso,
y, por ello, ni siquiera justificados por el incumplimiento del deudor. Por este ángulo, viene
también a ponerse de manifiesto que el interés de demora no es, en el fondo, algo muy distinto a
una cláusula penal (pues se trata de una obligación que nace, y es exigible sólo cuando
previamente se incumple otra), precisando la determinación de su validez y eficacia un
enjuiciamiento que ha de hacerse necesariamente caso por caso.
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II. El contrato de préstamo
7. Extinción del contrato de préstamo
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II. El contrato de préstamo
8. Préstamos especiales
8. PRÉSTAMOS ESPECIALES
B) Préstamo sindicado. Junto a los préstamos donde la posición del prestamista es asumida por
una sola entidad, existen otros supuestos, normalmente referidos a operaciones bancarias de
importante volumen, en que aquella posición es compartida por varias entidades de crédito que
prestan, en la proporción que convengan, los fondos entregados al cliente, que normalmente es
una empresa o entidad de gran dimensión.
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III. La apertura de crédito
9. Concepto, función económica y naturaleza jurídica
La apertura de crédito, que está mencionada, pero no regulada por nuestro Código de
Comercio (v. arts. 175 y 177), es un contrato por el que la entidad de crédito se obliga, durante un
cierto plazo y hasta una cantidad determinada, a poner a disposición del cliente la suma o sumas
de dinero que le demande y a realizar otras prestaciones pactadas en el contrato.
Goza de una propia naturaleza jurídica, sin confundirse con el préstamo. Se trata también de un
contrato definitivo, en la medida en que vincula a las partes desde su conclusión al cumplimiento
recíproco de sus obligaciones, sin que sea precisa ninguna ulterior manifestación de voluntad.
Los actos de utilización de la disponibilidad o de disposición del crédito son meros actos, o, en su
caso, negocios de ejecución o de cumplimiento de la obligación de financiación ya asumida en el
contrato por parte de la entidad de crédito.
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III. La apertura de crédito
10. Clases
10. CLASES
La apertura de crédito puede ser simple o en cuenta corriente. Es simple cuando se concede al
acreditado el derecho de disponer por una sola vez, en un acto o en varios, de la disponibilidad o
crédito. Es en cuenta corriente cuando, además de disponer, el cliente puede, durante el plazo de
vigencia del contrato, realizar reintegros o reembolsos, de manera que se recree o reitere en el
tiempo la disponibilidad que la entidad de crédito le ha concedido, justificando así la
denominación de cuenta de crédito que en la práctica recibe este contrato. En estos casos, la
entidad de crédito carga en la cuenta del cliente las sumas de que vaya disponiendo, y, por el
contrario, le abona las entregas que efectúe. De esta forma, rebajando el saldo el acreditado
mediante abonos o ingresos en la cuenta, podrá utilizar más de una vez durante el transcurso
del contrato el crédito abierto por la entidad, con lo que aumentan las ventajas de orden
económico de esta operación crediticia.
Desde otro punto de vista, suele diferenciarse entre aperturas de crédito propias o a favor del
contratante e impropias o a favor de un tercero. En rigor, la apertura de crédito impropia es,
como tal, poco frecuente en la práctica. El crédito documentario, que es la operación bancaria
más frecuentemente citada como ejemplo de apertura de crédito impropia, constituye en
realidad un supuesto más complejo y con una función práctica diferente (v. Lec. 40).
Como ocurre en el caso del préstamo, la apertura de crédito suele garantizarse, con garantías
personales o reales. En los supuestos de mayor riesgo o cuantía, suele recurrirse también a la
sindicación (créditos sindicados), valiendo en este punto las indicaciones efectuadas
anteriormente sobre el préstamo sindicado. En la práctica no es infrecuente que a la sindicación
se una el llamado «crédito-subasta». En estos casos, el acreditado no dispone directa e
inmediatamente de las sumas que precise, sino que debe dirigir una solicitud de disposición al
banco agente encargado de ofrecer y subastar entre las entidades participantes la demanda de
financiación o crédito realizada por el cliente. En el caso de que la subasta quede desierta, el
cliente puede recurrir subsidiariamente al crédito que a tal efecto se prevé en el contrato.
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III. La apertura de crédito
11. Efectos del contrato
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III. La apertura de crédito
12. Extinción del contrato y liquidación de la cuenta
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IV. El contrato de descuento
13. El descuento. Concepto, función económica y naturaleza jurídica
Así las cosas, concebido el descuento como una operación crediticia no cabe asimilarlo, como a
veces se ha hecho, con la compraventa o cesión de créditos, pues aunque se produce una
transmisión del crédito en favor de la entidad crediticia, la misma tan sólo puede comprenderse
como una medida instrumental para la finalidad principalmente buscada por las partes, que es
la obtención y concesión de financiación. Desde este punto de vista, el descuento también se ha
aproximado al préstamo, con el que comparte su finalidad crediticia, pero del que se distingue
jurídicamente con nitidez, como comprobaremos al estudiar sus caracteres y efectos. Se trata, en
realidad, de un contrato autónomo, con fisonomía propia y distinta, que no permite su
identificación con ninguna otra figura jurídica, como reiteradamente ha señalado nuestra
jurisprudencia (SSTS de 21 de noviembre de 1984, 20 de febrero de 1985, 21 de julio de 1993 y 10
de marzo de 2000).
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IV. El contrato de descuento
14. Clases de descuento
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IV. El contrato de descuento
15. Caracteres y efectos del contrato
Aunque nada impide que el descuento se convenga verbalmente, y así ocurría con frecuencia en
los supuestos de descuento aislado de una letra de cambio, en la práctica se recurre a la
suscripción de las correspondientes pólizas o escrituras que gozan de las ventajas que les
atribuyen los artículos 517 y 572 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, anteriormente
citados. Conforme a su actual configuración práctica y a los principios generales de nuestro
ordenamiento, el descuento puede caracterizarse, por otra parte, como un contrato consensual
(no real) y bilateral, generador por lo tanto de obligaciones para ambas partes; y, desde luego,
oneroso, porque cada uno de los contratantes obtiene del otro una ventaja o beneficio
patrimonial: el cliente obtiene la disponibilidad o entrega de una determinada cantidad o suma,
y la entidad de crédito percibe, en compensación, un interés que se descuenta del importe
anticipado.
De ahí la peculiar situación en que se encuentra la entidad de crédito descontante: por una
parte, la entidad de crédito no está obligada a actuar contra el deudor del crédito, aunque en su
condición de titular del mismo pueda exigirle el pago, utilizando para ello todas las acciones,
incluidas, en su caso, las cambiarias, que le asistan. Por otra parte, la entidad descontante debe
realizar todos los actos necesarios para la conservación del crédito descontado, pues en otro caso
podría producirse igualmente la liberación del cliente por aplicación del principio general que
en orden al pago establece el artículo 1170 del Código Civil. Por lo general, ante el impago
por parte del tercero, las entidades de crédito hacen uso de la cláusula «salvo buen fin», es decir,
exigen directamente de su cliente la devolución del importe anticipado, reintegrándole, una vez
obtenido aquél, en la titularidad del crédito contra el tercero. Las entidades de crédito suelen
hacer esto último cargando en cuenta a los clientes los créditos o efectos impagados, amén de
poder ejercitar contra ellos las acciones cambiarias o derivadas del contrato de descuento que
en cada caso procedan.
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IV. El contrato de descuento
16. Extinción del contrato
El descuento se extingue al vencimiento del crédito descontado, bien por el pago realizado por el
deudor, bien, en caso de impago, por el reintegro del cliente a la entidad de crédito de la
cantidad recibida más los gastos. El pago o el reintegro deberán ser totales. La entidad de crédito
no viene obligada a admitir pagos parciales.
La acción de la entidad de crédito contra el deudor por razón del crédito descontado estará
sometida, en orden a la prescripción, a las normas inherentes a la naturaleza del crédito mismo.
En el descuento de efectos cambiarios regirán los plazos de prescripción de la Ley Cambiaria. La
acción de la entidad de crédito contra el cliente descontatario, como fundada en el contrato de
descuento, está sometida a la prescripción ordinaria de cinco años (arts. 943 C. de C. y 1964
CC).
Como en los demás contratos de crédito, pueden preverse causas de vencimiento anticipado del
contrato que, en principio, conceden a la entidad de crédito la facultad de exigir la restitución
inmediata de los importes anticipados, valiendo en este punto las consideraciones que sobre el
particular se han realizado con ocasión del estudio del préstamo y de la apertura de crédito. (En
relación con los efectos de la declaración del concurso, vid. SSTS de 31 de octubre, de 19 de
diciembre de 2011 y de 26 de mayo de 2014).
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V. El contrato de «factoring»
17. Noción general
El contrato de factoring es un contrato en virtud del cual un empresario (por lo general, una
pequeña o mediana empresa) asigna los créditos comerciales que ostenta frente a su clientela a
otro empresario especializado (la sociedad de factoring, que legalmente ha de ser una entidad o
un establecimiento financiero de crédito), y que se compromete, a cambio de una comisión o
precio, a prestar un conjunto de diversos servicios relacionados con ellos.
La entidad de factoring se encarga, en primer lugar, de gestionar el cobro de los créditos que le
son asignados y de llevar su contabilidad (servicio administrativo o de gestión), descargando al
empresario de estas labores administrativas y permitiéndole concentrarse en la actividad de
producción de bienes y servicios que caracteriza su actuación en el mercado. Además, y previa
solicitud del empresario, es habitual que la sociedad de factoring financie los créditos que le son
transmitidos, anticipando su importe antes del vencimiento con deducción de los
correspondientes intereses (servicio de financiación, materialmente equivalente al que
proporcionaría un contrato de descuento). Por último, las entidades de factoring suelen cubrir
también el riesgo de insolvencia de los clientes del empresario, abonando a éste el importe de
los créditos cedidos que resulten impagados (servicio de garantía).
La relación de factoring está gobernada por el llamado principio de globalidad, por el cual el
empresario se obliga a ceder la totalidad o categorías previamente determinadas de los créditos
que se originen en su actividad profesional. Pero ello no implica que todos los créditos se
beneficien por igual de todas las funciones desarrolladas por la sociedad de factoring, pues los
servicios pueden adaptarse a las concretas necesidades de cada empresario y combinarse de
distinta forma en relación a cada uno de los créditos que vengan cedidos. Además, los servicios
más cualificados de financiación y de garantía suelen limitarse a los créditos que sean
aprobados por la propia sociedad de factoring, de forma singular o –como suele ser habitual–
mediante la previa concesión de «líneas de riesgo» en relación con los distintos clientes del
empresario.
En todo caso, al ser una figura atípica, el régimen del contrato de factoring (obligaciones de las
partes, supuestos de incumplimiento, extinción, etc.) queda remitido a lo que libremente
convengan las partes.
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VI. El contrato de arrendamiento financiero («leasing»)
18. Concepto, clases y naturaleza jurídica
El leasing presenta en la práctica distintas modalidades. Según la naturaleza del bien que la
entidad especializada adquiera a instancias del usuario que lo precisa, puede ser mobiliario o de
«equipo» e inmobiliario. Cabe asimismo diferenciar el leasing de amortización total y parcial. En
el primero, las cuotas que periódicamente satisface el usuario cubren la totalidad de los costes
de la inversión realizada, de manera que el precio asignado al bien para el supuesto de ejercicio
de la opción de compra es residual o simbólico; en el segundo, por el contrario, las cuotas son
más bajas, y no alcanzan a satisfacer la totalidad de los costes, de modo que la entidad aún debe
recuperar una parte sustancial de éstos al término del contrato, lo que llevará a efecto sea
enajenando el bien por un precio significativo al mismo usuario de la inversión o a un tercero,
sea volviéndolo a explotar en régimen de leasing o arrendamiento. Distinto del leasing
propiamente dicho es el llamado leasing operativo o renting, que en realidad no se diferencia
sustancialmente de un negocio normal de arrendamiento; en este caso, en efecto, la sociedad de
renting corre con el riesgo de la inversión, al adquirir determinados bienes por iniciativa propia
que luego cede a empresarios por cortos períodos de tiempo.
Hechas las anteriores precisiones, podemos afrontar la cuestión relativa a la naturaleza jurídica
de este contrato. En nuestra opinión, no cabe calificarlo como un arrendamiento, pues la
función del contrato no es tanto ceder el uso del bien cuanto financiar la posibilidad de
explotarlo o disfrutarlo, como bien muestra que en la práctica el leasing se configure, en
realidad, como una alternativa al préstamo de dinero o a otros contratos de financiación, frente
a los que proporciona, sin embargo, la garantía adicional representada por la titularidad que la
entidad de leasing adquiere y mantiene sobre los bienes adquiridos durante toda la vida del
contrato (a diferencia de lo que ocurre, v.gr., en el mutuo. V. arts. 1740 y 1753 CC). Menos
aún cabe considerarlo, como a veces se ha sostenido, una compraventa a plazos, pues la
adquisición del bien por el usuario es meramente eventual y no se produce en todos los casos,
aunque ciertamente no cabe negar que en los leasings de amortización total acaban
produciéndose efectos económicamente muy similares, en especial cuando la vida útil del bien
coincide, como suele ser habitual, con el fin del plazo de duración del contrato. Tampoco, en fin,
puede reputarse un comodato o préstamo de uso, pues este tipo negocial es legalmente
incompatible con la percepción de emolumento alguno ( art. 1741 CC). Por ello, estimamos que
el contrato de leasing constituye, en rigor, un contrato sui generis (STS de 10 de abril de 1981), de
carácter, como decíamos, ciertamente, financiero, pero cuya especificidad radica en que la
financiación, en lugar de prestarse directamente al cliente, se le facilita indirectamente, mediante
la previa adquisición y cesión del bien que precisa; es decir, en puridad, mediante la realización
de la inversión por un tercero y su explotación por el interesado, que ha de satisfacer tanto el
coste de adquisición cuanto el financiero correspondiente.
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VI. El contrato de arrendamiento financiero («leasing»)
19. Contenido y extinción del contrato
Por lo que se refiere al contenido obligacional del contrato, conviene indicar que la primera
obligación de la entidad de leasing es la de concluir el contrato de compraventa de acuerdo con
las instrucciones del usuario (v. STS de 1 de marzo de 2011). La entidad compra, en efecto, por
cuenta e interés del cliente, por lo que, aunque conserva la titularidad del bien, no responde de
los vicios que puedan aquejarlo, debiendo tan sólo cederlo, en los términos convenidos, al
cliente, quien, por su parte, queda subrogado en los derechos y acciones que correspondan a
aquélla frente al vendedor. Además, durante la vigencia del contrato, el cliente debe satisfacer
lógicamente las cuotas pactadas, destinar el bien cedido al uso previsto y cuidarlo y conservarlo
diligentemente, corriendo en todo caso con el riesgo de su pérdida o deterioro. En garantía del
cumplimiento de esta obligación, los contratos suelen reservar un derecho de inspección en
favor de la sociedad de leasing e imponen a cargo del usuario la obligación de asegurar los
bienes.
Por otra parte, frente al incumplimiento del cliente, la entidad de leasing, además de las acciones
declarativas o ejecutivas (si cuenta con un título de esta naturaleza para acreditar su derecho)
que le correspondan, podrá declarar resuelto el contrato e instar al juez, a través de un breve
procedimiento especial, la recuperación de los bienes cedidos, sin perjuicio del derecho del
cliente a plantear otras pretensiones relativas al contrato de arrendamiento financiero en el
procedimiento declarativo que corresponda (v. disp. adic. primera citada y art. 16.2LVPBM,
modificados por la disp. final séptima LEC).
En punto, finalmente, a la extinción propiamente dicha del contrato por terminación del plazo
pactado, ha de recordarse que el usuario puede optar por la adquisición del bien pagando el
precio previamente establecido. Si no ejercita esa opción, cabe que las partes concluyan un
nuevo contrato de leasing o, simplemente, que el cesionario restituya el bien a la entidad
financiera, que podrá, a su vez, cederlo nuevamente a un tercero.
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 40. Los contratos bancarios (II)
I. Contratos de captación de pasivos
1. Consideración general
1. CONSIDERACIÓN GENERAL
En un sentido lato, las operaciones de pasivo son todas aquellas que permiten a las entidades de
crédito la captación de recursos, propios o ajenos. Centrándonos en la financiación ajena o de
terceros, cabría aún distinguir la obtenida en el mercado de valores de la proveniente de otras
fuentes genuinamente crediticias (operaciones pasivas crediticias) como son las desarrolladas
con el Sistema Europeo de Bancos Centrales y, en particular, con el Banco de España, las
realizadas con otras entidades de crédito en el mercado interbancario, y, en especial, las de
captación del ahorro o fondos de la clientela mediante contratos que llevan aparejada la
obligación de restitución ( art. 1.1 de la Ley 10/2014, de 26 de junio). Estas últimas, sin duda
las más relevantes, dan lugar a los denominados contratos de captación de pasivos, que, además
de otros supuestos (v.gr. las cesiones de crédito en forma de «participaciones» o las cesiones
temporales de activos con pacto de recompra) comprenden, sobre todo, de manera muy
destacada, a los depósitos, de amplísima difusión en la práctica.
Ahora bien, contrario sensu, no todos los depósitos bancarios sirven para la captación de
pasivos, ni procuran fondos para realizar la intermediación crediticia. Ello queda reservado a
los depósitos bancarios de uso, únicos que aquí interesan, remitiéndose el análisis de los
depósitos de custodia al examen de las operaciones neutras o accesorias, pues, en realidad, la
entidad de crédito se limita en esos casos a prestar un servicio ajeno a su actividad típica de
intermediación.
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Lección 40. Los contratos bancarios (II)
II. Los depósitos bancarios de uso
2. Concepto y naturaleza jurídica de los depósitos de uso
Los depósitos bancarios de uso son depósitos abiertos de dinerario (v. art. 307.3 C. de C.) que, por
definición, permiten a la entidad de crédito el uso o disponibilidad del objeto del depósito, con la
consecuencia de que el dinero entregado pasa a ser propiedad de la entidad de crédito,
surgiendo para ésta la obligación de devolver otro tanto, cuando lo solicite el depositante o
cuando se cumpla el plazo pactado. Su naturaleza jurídica es, pues, la del depósito irregular (v.
Lec. 35), caracterizado en estos supuestos por ciertos matices que, a nuestro entender, refuerzan
su propia especificidad. Por un lado, en todo depósito bancario de uso está más presente que en
los demás depósitos irregulares la finalidad de custodia, pues, por amplias que sean las
facultades de disposición de la entidad de crédito, el deber de custodia se mantiene vivo a través
de la inexcusable obligación de administrar su propio patrimonio en forma que los depositantes
puedan disponer del tantumdem, lo que, unido a las medidas legales de defensa del ahorro,
atribuyen al depósito de uso bancario una fisonomía peculiar que le distancia, con nitidez, del
préstamo mutuo, especialmente en aquellas modalidades de depósito en que la restitución no
viene sujeta a plazo alguno. Pero, por otro lado, no puede desconocerse que el uso o
disponibilidad que concede al depositario, lejos de ser un elemento accidental, es un elemento
esencial del contrato que sólo así cumple la función de obtención de capital productivo (fondos
disponibles) que precisan las entidades de crédito para desarrollar su actividad típica, hasta el
punto de que es esta circunstancia la que explica, en oposición a lo que sucede en el contrato de
depósito (art. 304 C. de C.), que sean las entidades de crédito las que satisfagan una
remuneración al cliente por la entrega de sus fondos, cantidad que, económicamente, no es sino
un interés o precio del dinero recibido.
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II. Los depósitos bancarios de uso
3. Titularidad del depósito
La titularidad de los depósitos bancarios de uso puede ser individual o colectiva, sucediendo esto
último cuando se constituye conjuntamente por dos o más personas, bien con derecho de
disposición individual y separada de cada una de ellas sobre la totalidad de los fondos
depositados (depósito indistinto o solidario), bien con disponibilidad sometida a la firma de todas
o varias de ellas, como medida de control recíproco (depósito conjunto o mancomunado). En caso
de fallecimiento de un titular indistinto, el supérstite podrá seguir disponiendo, a nuestro juicio,
del depósito, salvo que se establezca otra cosa en el contrato. Cuestión o plano distinto al de la
legitimación para actuar frente a la entidad de crédito en el ámbito del contrato de depósito es el
de la propiedad de su saldo. En este punto, estimamos que la pluralidad de depositantes legitima
una presunción de cotitularidad sobre el objeto del depósito, que decaerá ante la prueba de que
la propiedad de lo depositado corresponde a algún concreto depositante. Los anteriores
supuestos son diferentes del depósito con un solo titular y una o varias personas meramente
autorizadas para disponer de los fondos, lo que es muy frecuente en el caso de depósitos
constituidos por sociedades mercantiles u otras personas jurídicas.
Debe, por último, advertirse que la restitución del depósito (y, en general, de las posiciones
acreedoras que el cliente tenga frente a la entidad de crédito en distintos contratos o relaciones)
puede resultar condicionada por el llamado pacto de compensación entre cuentas, muy frecuente
en la práctica, en cuya virtud la entidad de crédito puede compensar los saldos deudores que el
cliente mantenga en algunas cuentas o relaciones con la entidad, con los saldos acreedores de
que disponga en otras.
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II. Los depósitos bancarios de uso
4. Clases de depósitos de uso
En atención a los términos y condiciones que se hayan establecido para el ejercicio de la facultad
de restitución de las cantidades depositadas, se diferencia entre los depósitos a la vista y los
depósitos a plazo.
b) A diferencia de los depósitos a la vista, en los depósitos o imposiciones a plazo fijo (IPF) la
restitución de la suma depositada sólo procede al vencimiento del plazo pactado. El plazo y la
ausencia de ingresos y abonos acercan en mayor medida estos depósitos al mutuo, pues, en
realidad, no son sino una forma de inversión de fondos o tesorería por parte de los clientes. Estas
circunstancias determinan también que la entidad de crédito abone en estos casos un interés
más elevado que en los depósitos a la vista o que se habiliten fórmulas que permiten obtener
una rentabilidad superior (es el caso de los nuevos depósitos denominados estructurados o
depósitos-bolsa, en los que el cliente, amén de la devolución íntegra del depósito al vencimiento
del plazo, obtiene una determinada remuneración vinculada al incremento que experimente
algún valor o índice bursátil). Al mismo tiempo, con la finalidad de dar liquidez a las
imposiciones, las entidades de crédito pueden emitir unos resguardos o certificados que
incorporan el derecho a la devolución o restitución del capital o dinero depositado. Se
denominan certificados de depósito, y son títulos valores, a la orden, transmisibles por endoso,
de modo que el titular puede enajenarlos recuperando los fondos invertidos o depositados a
plazo sin que se cancele o ponga fin al contrato con la entidad de crédito (OM de 17 de enero de
1981). La liquidez de estos documentos es, empero, reducida, dada la inexistencia de mercados
secundarios organizados en los que se negocien.
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III. Servicios bancarios. Servicios de pagos
5. Consideración general. La compensación bancaria
Junto a la función crediticia, la banca y demás entidades de esta naturaleza han desarrollado
desde antaño la de intervenir o mediar en los pagos, evitando en lo posible, por razones de
seguridad y economía, el empleo de numerario en la liquidación de las transacciones
mercantiles o de cualquier otra naturaleza. Esta función, en el origen ligada, como ocurría con la
letra de cambio, a los supuestos de cambio trayecticio, ha conocido una extraordinaria
ampliación de la mano del desarrollo, primero, de los depósitos bancarios y, más tarde, de los
diversos instrumentos o contratos que, como el cheque, la cuenta corriente bancaria, la
transferencia o, en fin, las mismas tarjetas de débito o crédito permiten movilizarlos o utilizarlos
sin disposición de efectivo.
Tan importante es esta labor de intermediación que las entidades de crédito han tenido que
crear mecanismos o sistemas que faciliten, bajo la dirección y supervisión del Banco de España,
la liquidación entre ellas de las numerosísimas operaciones en que intervienen. El sistema
tradicional de compensación bancaria en España era el constituido por las denominadas
cámaras de compensación bancaria, asociaciones constituidas por bancos, cajas de ahorro y
cooperativas de crédito, de ámbito normalmente local o provincial que, modernamente, han
sido sustituidas por el denominado Sistema Nacional de Compensación Electrónica. El Sistema,
supervisado por el Banco de España, aplica, con gran ventaja, las técnicas informáticas y
electrónicas a la realización y compensación de pagos. Está abierto a todas las entidades de
crédito operantes en España (no así a los establecimientos financieros de crédito), y permite la
compensación de toda clase de operaciones de intermediación de pagos, incluyendo, además de
las tradicionales, otras modernas, como disposiciones de efectivo en cajeros automáticos y pagos
mediante tarjeta. Su funcionamiento es, conceptualmente, sencillo, consistiendo en el
intercambio informático entre las entidades de los datos representativos de las operaciones que
tienen que compensar, obteniéndose para cada par de entidades un saldo neto que se liquida
mediante el correspondiente abono o adeudo en las cuentas de tesorería que mantienen con el
Banco de España. El sistema español de compensación y liquidación bancaria se completa con el
denominado Target-2 Banco de España para los grandes pagos en euros, tanto de operaciones
nacionales como transfronterizas, con liquidación en tiempo real (v. la Ley 41/1999, de 12 de
noviembre, sobre Sistemas de Pago y Liquidación de Valores, modificada en sucesivas
ocasiones).
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Lección 40. Los contratos bancarios (II)
IV. La cuenta corriente bancaria
6. Concepto. Función económica y caracteres
Así concebida, no cabe confundir la cuenta corriente bancaria con el contrato de cuenta
corriente mercantil, pues falta en ella tanto la recíproca concesión de crédito, cuanto la
suspensión de la exigibilidad de las obligaciones de las partes hasta la fecha de liquidación que
caracterizan a esta última figura (v. SSTS de 7 de marzo de 1974 y 11 de marzo de 1992) amén,
sobre todo, de que su causa o función económica es, como se ha señalado, diferente. Por otra
parte, tampoco se confunde, en rigor, con el depósito a la vista en cuenta corriente, pues ni en
éste son de esencia los servicios de caja, ni en la cuenta corriente la entrega o depósito de fondos
por el cliente representa más que la provisión o cobertura necesaria para realizarlos, amén de
que, en la práctica, la disposición mediante cheques y la autorización de descubiertos o anticipos
crediticios son privativos de la cuenta corriente bancaria.
Como ocurre con la mayoría de los servicios bancarios, la cuenta corriente bancaria carece de
regulación jurídico-positiva, aunque sus rasgos aparecen bien definidos en la práctica, y pueden
aplicarse supletoriamente las normas del mandato y de la comisión mercantil. Además, debe
tenerse en cuenta que a este contrato se aplica, en buena medida, el Real Decreto-ley 19/2017,
de cuentas de pago básicas, traslado de cuentas de pago y comparabilidad de comisiones, que
incorpora al ordenamiento español la Directiva 2014/92/UE. Se trata de un contrato
consensual y no real, pues la entrega de fondos por parte del cliente tiene más bien, como
decimos, la significación de provisión de fondos. No es un contrato formal, aunque normalmente
se celebre por escrito. Es, por último, bilateral o generador de obligaciones para ambas partes.
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IV. La cuenta corriente bancaria
7. Derechos y obligaciones de las partes
El cliente debe pagar, en efecto, las distintas comisiones que, como precio de los servicios
prestados, le cargue la entidad de crédito, así como aportar los fondos suficientes para que
aquélla pueda realizar los pagos que procedan en favor de terceros (art. 250 C. de C.). Si se
realizaran sin contar con fondos disponibles, la entidad de crédito acreditará su importe en la
cuenta del cliente que deberá abonar los intereses correspondientes por el descubierto. Se trate,
como entiende la jurisprudencia, de la concesión de un crédito (SSTS de 2 de octubre de 1984, 25
de noviembre de 1989 y 11 de julio de 1994), o, como parece más razonable, de un mero anticipo
de fondos (arts. 250 y 251 C. de C.), esos intereses deben ser proporcionados, sin que caso de
ostentar el cliente la condición de consumidor puedan sobrepasar una tasa anual equivalente
superior a dos veces y media el interés legal del dinero (art. 20 L CC). La entidad de crédito
puede exigir la cobertura o pago del descubierto en cualquier momento, sin necesidad de
respetar el plazo establecido en el artículo 313 del Código de Comercio, salvo que, por las
circunstancias del caso, pueda deducirse la concesión de un cierto aplazamiento (STS de 14 de
diciembre de 1983).
La entidad de crédito, por su parte, además de realizar, siguiendo las instrucciones del cliente,
los pagos ordenados y de recibir los cobros previstos en el contrato (sobre la fuerza liberatoria
de los pagos y cobros realizados mediante la cuenta, v. infra núm. 11), deberá, a petición del
cliente, entregarle los libros-talonarios de cheques que precise, anotar los movimientos
producidos en la cuenta e informarle sobre la situación de la misma cuando lo solicite (STS de 11
de marzo de 1992) y, periódicamente, mediante el envío de resúmenes o extractos, cuya
corrección se presume salvo que el cliente manifieste su disconformidad en el plazo pactado
(SSTS de 14 de junio de 1985, 20 de junio de 2003, 9 de octubre de 2007 y de 11 de febrero de
2010). La entidad de crédito, en el desempeño de su servicio de caja, deberá actuar con la
diligencia exigible a una organización empresarial especializada, respondiendo en caso
contrario de los daños y perjuicios que se causen (SSTS de 4 de diciembre de 1975, 15 de julio de
1988, 21 de noviembre de 1997 y 24 de marzo de 2006).
Como en el caso de los depósitos, la titularidad de la cuenta corriente puede corresponder a una
persona o a varias, pudiendo configurarse, en este último caso, como una titularidad
mancomunada (conjunta) o indistinta (solidaria). A lo que en su momento dijimos, conviene
añadir ahora que, en el caso de cuentas mancomunadas, tanto el ejercicio de la titularidad
(facultades) cuanto la atribución de la responsabilidad (obligaciones) son conjuntas. Por el
contrario, si la cuenta es indistinta, cualquiera de sus titulares podrá dar instrucciones a la
entidad por separado de los demás, a la vez que todos ellos responderán solidariamente frente a
aquélla. En ausencia de pacto, es dudoso si debe presumirse la mancomunidad (arg. ex art.
1137 CC) o la solidaridad (arg. ex art. 1731 CC) de la cuenta, aunque nos inclinamos por la
primera posibilidad.
Por lo que se refiere a la extinción de este contrato, puede señalarse que la cuenta corriente se
establece normalmente por tiempo indefinido, pudiendo ser resuelta unilateralmente, mediante
un preaviso en el caso, al menos de que sea la entidad de crédito quien decida terminarla, sin
perjuicio de los límites que, en atención a los clientes personas físicas y en cuanto a las cuentas
de pago básicas, prevé el Real Decreto-ley 19/2017 (Art. 6).
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V. Tarjetas bancarias
8. Noción y clases de tarjetas. Las tarjetas de pago
Las tarjetas emitidas por las entidades de crédito para uso de sus clientes pueden ser de distintas
clases o, mejor aún, cumplir simultáneamente diferentes funciones. Dejando de lado los
denominados «monederos electrónicos» o tarjetas de prepago (esto es, tarjetas prepagadas y
electrónicamente «recargables» utilizadas para pequeños pagos que van consumiendo el valor
adquirido), aún poco introducidas en nuestra práctica, y que también pueden emitir las
denominadas entidades de dinero electrónico (v. Ley 21/2011, de 26 de julio, de Dinero
Electrónico, modificado por el Real Decreto-ley 19/2018, de 23 de noviembre), la primera clase
de tarjeta o función que puede cumplir una tarjeta bancaria es la de permitir el acceso y operar
en los cajeros automáticos de la entidad con la que se mantiene relación bancaria o en los de
otras entidades que estén, sin embargo, interconectadas mediante una red de transmisión de
datos. La tarjeta de cajero automático cumple la función de extender y permitir un
funcionamiento automatizado del servicio de caja, obteniendo entregas o reembolsos de dinero,
depositando efectivo o cheques, u obteniendo información sobre la cuenta misma o realizando,
en fin, otras operaciones. Cuando la tarjeta se reduce a este uso se comporta, en la práctica,
como un documento de legitimación real, aunque sea sui generis (pues, amén de su posesión, se
requiere la utilización de la correspondiente clave electrónica o número de identificación
personal). Esta tarjeta también puede usarse en ventanilla (i.d. en otra sucursal distinta de
aquella en la que el cliente mantiene sus relaciones con la entidad), recuperando entonces su
funcionamiento como título de legitimación nominal propiamente dicho, y exigiendo para su
empleo, en tal caso, la identificación del portador como el titular mencionado en el documento.
Distintas son las tarjetas bancarias de pago que, con independencia de permitir, como es
habitual, el acceso a cajeros automáticos, pueden ser utilizadas (al igual que las expedidas por
algunas entidades financieras especializadas, caso de American Express o Diner's Club) como
medios de pago, esto es, como sustitutivos del dinero no sólo en las transacciones que se realicen
con un concreto sujeto o empresa (caso de las tarjetas comerciales expedidas, por ej., por
grandes empresas de distribución), sino también en las que se convengan con una pluralidad de
ellos en el tráfico general de pagos de bienes y servicios.
Al igual que ocurre en otros supuestos, nos encontramos en el caso de las tarjetas de pago ante
una pluralidad de relaciones jurídicas carentes de regulación positiva que, seguramente, no
pueden reconducirse a una única figura o modalidad contractual, aunque no dejamos de
recordar que la figura y la función de la vieja carta-orden que regula nuestro Código de
Comercio en los artículos 567 y siguientes no resultan acaso totalmente extrañas a esta moderna
herramienta de pago.
Esa similitud es, particularmente, apreciable en la relación entre emisor y titular o usuario de la
tarjeta. El emisor es, en nuestro caso, una entidad de crédito que la emite y entrega a su cliente
para, como hemos visto, facilitarle el ejercicio de ciertas facultades vinculadas al servicio de caja
y, sobre todo, permitir su utilización como medio de pago. El cliente paga por ello una comisión
(única) de emisión y otra periódica (anual) de mantenimiento, en el contexto de una relación
(cuenta corriente, depósito, etc.) con el banco compatible con el adeudo de los pagos realizados
con la tarjeta o, lo que es lo mismo, a la postre efectuados por la entidad de crédito a quien haya
realizado la venta del bien o servicio de que se trate. Desde esta perspectiva, ha de añadirse que
las tarjetas bancarias de pago pueden serlo, a su vez, de débito o crédito. En la tarjeta de débito,
el adeudo en cuenta se produce en tiempo real (transacción on line) o en brevísimo plazo, por lo
que tan sólo pueden utilizarse cuando la entidad cuenta con la corriente provisión. La tarjeta de
crédito permite, por el contrario, su utilización aun cuando se carezca de aquella disponibilidad,
de manera que la liquidación que la entidad realiza se resuelve en una financiación al cliente, en
una operación de crédito por la que se devengan intereses, y cuyo principal ha de amortizarse
en el plazo que se haya pactado (es muy frecuente el cargo conjunto de todas las operaciones a
fin de mes). En la práctica, es usual que las tarjetas de pago puedan funcionar indistintamente
como tarjetas de débito o crédito, según disponga o no de fondos el titular en el momento de su
utilización. Es también habitual que la tarjeta se conceda por un período de tiempo
determinado, es decir, con validez temporalmente limitada, y que su empleo se prorrogue
tácitamente de manera sucesiva, mediante el envío de nuevos ejemplares en sustitución de los
que caduquen. Obviamente, la cancelación injustificada de la tarjeta obligará a indemnizar los
daños y perjuicios causados al cliente (STS de 15 de noviembre de 1994).
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V. Tarjetas bancarias
10. Pérdida o sustracción de la tarjeta
La pérdida o sustracción de la tarjeta bancaria plantea, como ocurre en general con los títulos
valores y con los documentos de legitimación, el problema de su indebida utilización
(disposición abusiva en cajeros, compras sucesivas a cargo de la tarjeta, etc.) y con ella la
cuestión relativa a sus consecuencias jurídicas. Con independencia de las de índole penal que
puedan recaer sobre el autor de la sustracción o del abuso, debe tenerse en cuenta que el titular
de la tarjeta está lógicamente obligado a custodiarla y a usarla diligentemente (debe, por ej.,
proceder a firmarla tan pronto como se le haga entrega de ella, no darla a un tercero, no anotar
en lugar reconocible el número de identificación personal, etc.). En caso de pérdida, deberá
ponerlo en inmediato conocimiento de la entidad emisora, que habrá de contar al efecto con los
servicios de atención oportunos, y que, acto seguido, debe proceder a impartir las instrucciones
operativas que correspondan (aviso informático de sustracción) para que el sistema deniegue a
partir de ese momento ulteriores reembolsos o autorizaciones de transacciones. El Real
Decreto-ley 19/2018, de 23 de noviembre, de servicios de pago y otras medidas urgentes en
materia financiera, (que deroga la Ley 16/2009, de 13 de noviembre, de Servicios de Pago),
recogiendo criterios ya asentados en las condiciones generales usados en el tráfico, impone a las
entidades emisoras determinados deberes para garantizar la seguridad técnica al uso de las
tarjetas de pago.
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VI. La transferencia bancaria
11. Concepto y naturaleza jurídica. El giro
La transferencia es una orden de traspasar una determinada cantidad de dinero de una cuenta
bancaria a otra, normalmente de diferente titular, perteneciente a la misma o diferente entidad
de crédito, que sustituye y evita el trasiego físico del dinero, su retirada, primero, de una cuenta
y su ingreso, después, en otra. En el caso de la transferencia interna o realizada entre cuentas
mantenidas en una misma entidad, la operación se reduce a cargar o adeudar la suma en la
cuenta del cliente ordenador y abonarla o acreditarla en la del cliente beneficiario. Cuando la
transferencia ha de realizarse, por el contrario, entre cuentas de entidades distintas
(transferencia externa), puede ocurrir que las dos tengan o no relaciones de cuentas entre sí; en
el primer caso, la orden de transferencia se transmite de entidad a entidad, y luego éstas
liquidarán entre sí en la forma que esté establecida (transferencia directa); en el segundo, las
entidades entrarán en relación por medio de una tercera que normalmente será el banco central
del país de que se trate (transferencia indirecta). En la actualidad, la liquidación de las
transferencias se realiza por lo general en el seno de los modernos sistemas de compensación e
interconexión bancaria que hemos analizado.
Debe indicarse, por otra parte, que la difusión de las cuentas corrientes bancarias y de la
transferencia ha disminuido la importancia, al menos en nuestra práctica, del contrato de giro.
Se habla de giro cuando la entidad de crédito u otra especializada recibe una determinada suma,
por lo general no muy cuantiosa, de un cliente para ponerla a disposición de otra persona, por lo
común en efectivo, en un lugar distinto. Las entidades crediticias o especializadas en esta
actividad pueden cumplir estas operaciones sin desplazamiento ni transporte material de
numerario mediante simples órdenes de pago cursadas a sus sucursales, agencias o
corresponsales.
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VI. La transferencia bancaria
12. Régimen jurídico
En términos generales, cabe indicar ante todo que la entidad de crédito ha de ejecutar la
transferencia de conformidad con las instrucciones del cliente (art. 254 C. de C.), desplegando la
diligencia y, en especial, la celeridad que resulta exigible en la prestación de un servicio
profesional retribuido, respondiendo de los daños y perjuicios que se ocasionen en otro caso
(SSTS de 29 de mayo de 1978 y 15 de julio de 1998). El cliente ordenante viene, por su parte,
obligado a abonar la comisión que corresponda (art. 277 C. de C.), lo que normalmente se lleva a
cabo también mediante adeudo en su cuenta; y naturalmente habrá de contar con la previa
disponibilidad de fondos o saldo necesario para cubrir el importe de la transferencia que haya
ordenado (art. 250 C. de C.). No se agota con ello el contenido de derechos y obligaciones de esta
compleja operación, pues también la entidad receptora de la transferencia que ha de abonarla
en la cuenta del beneficiario tiene las suyas propias. Por una parte, presta a su cliente un
servicio remunerado que ha de ejecutarse de acuerdo con lo dicho en el lugar correspondiente
(v. supra núm. 6), y ejecuta, por otra, un encargo u orden, en definitiva, un nuevo mandato, de la
entidad del ordenante o de otra interpuesta en el caso de que se trate de una transferencia
indirecta. A todo ello, debe añadirse que Real Decreto-ley 19/2018, de 23 de noviembre, de
servicios de pago y otras medidas urgentes en materia financiera (que transpone la Directiva
(UE) 2015/2366, de 25 de noviembre, que a la vez deroga la Ley 16/2009, de 13 de noviembre,
de Servicios de Pago) establece, en síntesis obligaciones para las entidades que intervienen en
las transferencias realizadas en o entre Estados de la Unión Europea: a) la obligación de efectuar
la transferencia por su importe total, menos los gastos que deberán ser compartidos entre el
ordenante y el beneficiario, a menos que aquél haya especificado que deben correr a cargo de
este último (art. 53); b) la obligación de que la fecha de valor del abono en la cuenta de pago del
beneficiario no sea posterior al día hábil en que el importe de la operación de pago se abonó en
la cuenta del proveedor de servicios de pago del beneficiario (art. 58); c) en tercer término, la
fecha de valor del cargo en la cuenta de pago del ordenante no será anterior al momento en que
el importe de la operación de pago se cargue en dicha cuenta (art. 58); d) finalmente, se regulan
por la Ley las obligaciones de reembolso y de indemnización en caso de incumplimiento de las
obligaciones establecidas (arts. 60 a 62).
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VII. Servicios de custodia. Depósitos de custodia
13. Concepto y contenido
Frente a los denominados depósitos de uso, los depósitos bancarios de custodia son aquellos en
que el depositante persigue una típica y exclusiva finalidad de custodia. Son depósitos regulares,
en los que el banco no puede usar ni disponer de las cosas depositadas, como, verbigracia,
ocurre en los depósitos realizados en cajas o paquetes cerrados o lacrados a los que se refiere el
artículo 307 del Código de Comercio.
De estos depósitos el más importante era el que tenía por objeto títulos valores, especialmente
acciones, y que solía denominarse depósito transmisible de valores o depósito de efectos en
custodia. La multiplicación creciente de la riqueza mobiliaria confirió auge especial a este
depósito, porque, aparte de ser un depósito remunerado, facilitaba a las entidades de crédito la
posibilidad de controlar indirectamente el voto de importantes paquetes de acciones en las
juntas generales de las grandes sociedades anónimas, en virtud de las representaciones que los
accionistas depositantes solían conferir al efecto a las personas designadas por la entidad
depositaria de los títulos. A su vez, los clientes titulares de valores se liberaban de las tareas
relativas a su gestión y administración burocráticas, que se encomendaban a la entidad de
crédito. En este depósito, a la obligación de custodia se unía, pues, la de administrar los valores
depositados, y en esa dualidad de causas se encontraba la nota más característica del contrato,
cuya naturaleza era, en realidad, la de un contrato mixto de depósito y mandato.
En la práctica, los depósitos de custodia tradicionales, tanto los administrados como los cerrados,
han perdido gran parte de su importancia, habiendo sido sustituidos por otras figuras
contractuales, en particular la administración de valores y el servicio o alquiler de cajas de
seguridad. Remitimos al lugar correspondiente el estudio de la primera (v. Lec. 35), y analizamos
a continuación el contrato o servicio de alquiler de cajas de seguridad que, de hecho, se presta
sobre todo por entidades de crédito.
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 40. Los contratos bancarios (II)
VIII. Servicio de cajas de seguridad
14. Noción general
La naturaleza jurídica del contrato por el que se adquiere el uso de la caja es discutida. En
general, predomina la tesis del arrendamiento de cosa, y los formularios bancarios españoles
hablan también de alquiler de las cajas; pero la jurisprudencia es contradictoria: estimó
primeramente (STS de 14 de diciembre de 1928) que se trataba de un arrendamiento de cosa y
no de un depósito, y posteriormente sostuvo (STS de 21 de abril de 1933) que, teniendo el
contrato como fin principal y decisivo la custodia, debería prevalecer el carácter de depósito
sobre el de arriendo. A nuestro juicio, lo más acertado sería ver en esa figura jurídica un
contrato mixto de arrendamiento de cosa (cesión de uso de la caja) y de depósito (vigilancia o
custodia del local en que se hallen instaladas las cajas), o, mejor aún, un contrato atípico y sui
generis, porque ha de reconocerse que ni la cesión del uso de la caja de seguridad, ni la custodia
que sobre la misma ejercita la entidad de crédito, coinciden en rigor con las prestaciones típicas
del contrato de arrendamiento y de depósito, respectivamente, pues, por un lado, se trata de un
uso condicionado por la constante intervención del arrendador, y, por otro, de una custodia
ejercida paradójicamente sobre sus propias instalaciones.
Dada su atipicidad, el contrato se regirá por lo acordado por las partes y, en su defecto,
analógicamente, por las normas reguladoras del tipo de contrato (depósito o arrendamiento) que
más se asemeje a la cuestión o extremo precisado de regulación. El contrato debe considerarse
consensual, no siendo preciso para su perfección la entrega o introducción en la caja de cosa o
efecto alguno. Tampoco es precisa, en rigor, la existencia de forma especial alguna, aunque en la
práctica se documenta por escrito.
En punto a su contenido, cabe indicar que la entidad de crédito se obliga a custodiar o vigilar las
cajas, velando por su integridad física (v. arts. 119 y ss. RD 2364/1994, de 9 de diciembre,
por el que se aprueba el Reglamento de Seguridad Privada, modificado parcialmente en diversas
ocasiones), y debe responder de la idoneidad de los locales en que estén instaladas para el fin a
que se las destina. La entidad de crédito responde del cumplimiento de estas obligaciones (v.
arts. 1568 CC y 307 C. de C.), pero en cualquier caso el cliente soporta siempre la carga de una
doble prueba, sobre el contenido y sobre el valor de los objetos introducidos en la caja. La
entidad de crédito deberá además facilitar al cliente el uso de la caja fuerte en el tiempo y forma
determinada en el contrato. El cliente, aparte de pagar el precio convenido por este servicio,
debe utilizar la caja de forma diligente, y destinarla al uso pactado. La apertura de las cajas se
hace previa firma del usuario en un libro registro especial, en presencia de un encargado de la
entidad, y con el concurso de dos llaves distintas, una en posesión del usuario y otra de la
entidad de crédito.
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Lección 40. Los contratos bancarios (II)
IX. Garantías bancarias. El crédito documentario
15. Avales bancarios y nuevas modalidades de garantías
Las entidades del crédito, además de exigir muy frecuentemente garantías para asegurar en su
beneficio las relaciones establecidas con sus clientes, también realizan la función o servicio de
garantizar a éstos frente a terceros. Se trata, en estos casos, de la prestación de una garantía en
sentido estricto o técnico por la que las entidades de crédito perciben una contraprestación
dineraria o comisión. En ocasiones, las garantías proporcionadas por las entidades de crédito
son reconducibles a las figuras típicas conocidas por nuestro ordenamiento, en particular al
contrato de fianza (aunque en la práctica suela utilizarse la denominación de aval), regulándose,
entonces, por los pactos establecidos por las partes y por las disposiciones contenidas en los
Códigos Civil y de Comercio. Pero, en las últimas décadas, han ido surgiendo en el tráfico nuevas
formas de garantía para hacer frente a la necesidad de una mayor seguridad y, sobre todo,
celeridad en el pago, y que en la práctica se prestan casi exclusivamente por entidades de
crédito. Por razones sistemáticas y de claridad expositiva, remitimos el estudio de unas y otras
modalidades al capítulo relativo a los contratos de garantía, estudiando a continuación el crédito
documentario, que presenta caracteres especiales.
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IX. Garantías bancarias. El crédito documentario
16. El crédito documentario
A. Noción general y fuentes reguladoras
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IX. Garantías bancarias. El crédito documentario
16. El crédito documentario
B. Naturaleza jurídica y efectos
La operación que analizamos da lugar, al menos, a dos distintas relaciones obligacionales: la del
banco con su cliente y la del banco con el beneficiario. El fundamento de la primera está, según
la doctrina más segura, en un mandato de crédito que obliga al banco a pagar (o aceptar o
descontar un efecto) conforme a las instrucciones recibidas del cliente, y a éste a reembolsarle
en su día las sumas de que disponga el beneficiario (v. STS de 20 de julio de 1995). Para explicar
el fundamento de la relación del banco con el beneficiario se han ensayado distintas
construcciones (teoría de la representación, del mandato de crédito, de la fianza, del contrato a
favor de tercero, de la delegación, etc.), pero, en realidad, ninguna de ellas es plenamente
satisfactoria. Estamos, en definitiva, en el caso del crédito documentario, ante una de esas
figuras atípicas del Derecho mercantil moderno que, presentando rasgos comunes con distintas
instituciones, no se acomoda exactamente a ninguna de ellas (v. STS de 30 de marzo de 1976),
aproximándose, como la transferencia, a la figura de los «contratos conexos», es decir, a los
supuestos que integran un conjunto de prestaciones diversas en el marco de negocios distintos
pero interdependientes en la medida en que unos son fundamento (negocios-base) de otros
(negocios de ejecución), con una finalidad práctica, sin embargo, unitaria y común.
En nuestro caso, esa finalidad no es, en puridad, sino sólo en sentido amplio de garantía. El
banco no garantiza, en efecto, ni subsidiaria ni solidariamente, el cumplimiento del comprador u
obligado por la relación subyacente; ni tampoco asume la obligación del cliente como propia.
Contrae frente al beneficiario una obligación distinta que desempeña la función de caución,
presupuesto o condición sine qua non de la operación o transacción comercial que está en la
base; o, lo que es lo mismo, dicho en otros términos, el compromiso del banco o entidad
crediticia que interviene en la operación es un elemento que se integra en el supuesto de hecho
de la existencia o, al menos, de la exigibilidad de la obligación del beneficiario que, en otro caso,
sin la previa entrega del importe de la transacción, no accedería a realizarla (SSTS de 24 de abril
de 2013 y de 13 de marzo de 2014).
Los efectos del crédito documentario deben ser examinados desde ese punto de vista,
examinando separadamente las dos relaciones anteriormente expuestas:
a) En la relación del banco con el cliente que le da la orden, los efectos del crédito irrevocable
están teñidos del carácter del mandato o comisión que informa esa relación (STS de 20 de julio
de 1995). El banco se obliga a poner a disposición del beneficiario el importe del crédito o a
realizar la prestación correspondiente; así como a retirar y recoger en cada acto de disposición
del crédito los documentos correspondientes (letra, factura, póliza, conocimiento), verificando su
conformidad, debiendo destacarse la importancia de esta labor del banco, pues de su
satisfactoria ejecución dependen, en buena medida, la salvaguarda y satisfacción de los
intereses del comprador «contra documentos» (v. SSTS de 30 de marzo de 1976 y de 10 de julio
de 2007). Por ello, las Reglas cuidan especialmente esta materia, empezando por declarar que los
bancos deben examinar todos los documentos estipulados en el crédito con un cuidado
razonable, para comprobar que, aparentemente, están de acuerdo con los términos y
condiciones del crédito. En definitiva, el banco debe comprobar, de acuerdo con las
instrucciones recibidas, que la documentación está completa, que los documentos reúnen,
externa y objetivamente, los requisitos o exigencias necesarios para la función representativa
que realizan, y que concuerdan entre sí. Conviene insistir en que la comprobación del banco no
sólo es estrictamente documental, sino también de alcance limitado: si los documentos están en
regla y son conformes con los términos y condiciones del crédito, el banco no asume
responsabilidad alguna en cuanto a su exactitud, autenticidad o validez, ni en cuanto a la
descripción de las mercancías que representan. También quedan exentos los bancos de
responsabilidad por los retrasos o pérdidas que puedan sufrir en su tramitación cualesquiera
despachos, cartas o documentos.
Por su parte, el cliente se obliga frente al banco a darle las instrucciones necesarias para realizar
la operación y, claro está, a satisfacerle la comisión pactada y a reintegrarle los gastos suplidos.
Si el banco realizó una apertura de crédito, el cliente deberá reintegrarle, además de las
cantidades satisfechas al beneficiario, los intereses correspondientes.
Para la seguridad del cumplimiento de estas obligaciones puede exigir el banco una garantía
especial (personal o real), pero en todo caso cuenta con la que le proporciona la tenencia de los
documentos representativos de las mercancías, que, al conferirle la disponibilidad de éstas, no
permite al cliente retirarlas sin liquidar previamente con el banco, además de que el artículo
276 del Código de Comercio le confiere, como comisionista, un derecho de retención sobre la
mercancía mientras no se le hayan satisfecho sus derechos (v. Lec. 33).
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Lección 40. Los contratos bancarios (II)
IX. Garantías bancarias. El crédito documentario
16. El crédito documentario
C. Transferencia y extinción del crédito
Las Reglas permiten la transferencia del crédito, siempre que se haga constar expresamente que
es transferible, entendiéndose por tal que el ordenante puede instruir al banco emisor para que
el crédito pueda ser utilizado, en todo o en parte, por uno o varios terceros (segundos
beneficiarios, que suelen ser los proveedores del primero), a los que éste cede el crédito con la
finalidad de pagarles. Salvo que se estipulara otra cosa, el crédito sólo puede ser transferido una
vez.
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Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
I. El mercado de valores
1. Consideración general
1. CONSIDERACIÓN GENERAL
A diferencia del mercado del crédito, el mercado de valores es desintermediado. Entre los que
facilitan y obtienen recursos no se interpone entidad alguna (prescindiendo, naturalmente, de
las actividades de pura colaboración o servicios que también se desarrollan o prestan en este
mercado). La financiación se realiza directamente, sin intervención de la entidad de crédito,
planteándose, por tanto, dificultades que la intermediación resuelve, o, por lo menos, aminora:
la dificultad, en primer término, de encontrar la contrapartida adecuada en ausencia de una
entidad especializada en ofrecerla, tomando y cediendo recursos financieros; el mayor riesgo y
menor liquidez, en segundo término, de las operaciones convenidas que no descansan en la
solvencia de unas entidades especializadas, reguladas y supervisadas, como son las entidades de
crédito.
Esos mecanismos que hacen posible esas distintas transacciones son los denominados mercados
de valores, con cuya existencia y organización se trata de suplir tanto las ventajas inherentes a la
intermediación de las entidades de crédito cuanto las limitaciones de la contratación tradicional.
Al mayor riesgo de las operaciones, se responde mediante una difusión de información
(disclosure) suficiente al menos para que, sin negociación previa, se entreguen y obtengan
recursos financieros entre partes que no son entidades financieras ni crediticias, lo que, en
definitiva, determina un nuevo mercado (y también, como veremos, un nuevo modo de
encontrarse oferta y demanda financieras) que denominamos mercado primario de valores. Por
su parte, la necesidad de dar liquidez a los inversores se afronta, en defecto también de una
entidad que la garantice en el momento deseado o convenido sin detrimento de quienes la
recibieron, mediante el recurso a la contratación o mercado secundario, esto es, mediante la
transmisión de los correspondientes activos financieros a terceros interesados en adquirirlos,
subrogándose en la posición de sus primitivos titulares o financiadores originales, transmisión
que, al igual que ocurre en el mercado primario, tampoco descansa en la existencia de una
previa negociación individual.
Pero, para que ello sea posible, se requiere, en primer término, que la información relevante
sobre los activos financieros y sus emisores sea objeto de una permanente actualización. En
segundo lugar, es preciso también que los activos financieros que se someten a esta especial
contratación, y que se denominan instrumentos financieros, destacando entre ellos los valores
negociables, secunden igualmente sus exigencias, esto es, que reúnan unas determinadas
características de tipicidad, homogeneidad y transmisibilidad que permitan su adquisición
originaria en el mercado primario y cesión ulterior en el secundario de una manera impersonal,
masiva, segura y económica. La difusión de información sobre los demandantes de recursos y la
objetivación y normalización de los derechos constituidos y transmitidos permite abordar la
canalización y regulación del encuentro de una oferta y demanda atomizadas. En este punto, es
esencial la actuación de entidades financieras especializadas no en la interposición crediticia,
sino en la búsqueda y localización de «posiciones» que puedan casarse. El problema es
particularmente agudo en el caso del mercado secundario hasta el punto de que su adecuado
funcionamiento y el desenvolvimiento de su función de asegurar la liquidez de las inversiones
previamente realizadas no sólo exige la presencia de esas entidades, sino también, muchas
veces, la de crear auténticas organizaciones o establecimientos especializados (mercados
organizados) que permitan concertar y realizar de manera continuada en el menor tiempo
posible un número ingente de operaciones concluidas entre personas no sólo ausentes, sino que
ni siquiera se conocen ni identifican. Ello, a su vez, exige nuevamente una normalización muy
acusada de las reglas de la contratación y de la ejecución de operaciones, articulándose, por ello,
especiales «sistemas» de conclusión y liquidación de operaciones.
Como puede fácilmente comprenderse, todo esto, esta complejísima labor de creación y
regulación de un marco institucional que permita la realización de operaciones financieras no
intermediadas bajo un régimen singular que podemos denominar de mercado, caracterizado por
la ausencia de negociación bilateral y por su carácter impersonal y masivo, no puede llevarse a
efecto confiando sólo en la libre coordinación de los interesados. Es impensable en ausencia de
una cierta, mayor o menor, pero en todo caso, muy significativa, heterocomposición de los
intereses que, amén de proteger aquellos individuales que puedan lesionarse, subordine todos
los concurrentes al interés superior, general o público, a que exista un mercado financiero no
intermediado jurídicamente seguro y económicamente eficiente. Ésa es precisamente la función
y finalidad del Real Decreto Legislativo 4/2015, de 23 de octubre, por el que se aprueba el
Texto Refundido de la Ley del Mercado de Valores, y de la numerosa regulación que lo
desarrolla.
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Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
II. Instrumentos financieros
2. Concepto, caracteres y clases
El artículo 2 de la Ley del Mercado de Valores (LMV) fija sus límites objetivos de aplicación
al establecer que quedan comprendidos en su ámbito los «instrumentos financieros», categoría
que, como detalla el Anexo de la Ley al que remite el artículo 2, comprende tanto los «valores
negociables» como los «instrumentos financieros derivados». Unos y otros son, a su vez, el objeto
de la negociación desintermediada en régimen de mercado.
A) De conformidad con dicho Anexo, los valores negociables pueden definirse como «cualquier
derecho de contenido patrimonial, cualquiera que sea su denominación, que, por su
configuración jurídica propia y régimen de transmisión, sea susceptible de tráfico generalizado e
impersonal en un mercado financiero». A la luz de esta definición y también del Real Decreto
1310/2005, las características de los valores negociables son las siguientes:
b) Estos derechos han de ser, además, negociables. La negociabilidad supone algo más que la
mera transmisibilidad, propia de prácticamente todos los derechos patrimoniales, y puede
identificarse con la circunstancia de estar asistidos por un particular régimen jurídico que haga
especialmente segura y rápida su transmisión. Ese régimen jurídico puede atribuirlo bien la
plasmación de los derechos en un documento (incorporación) o bien la fijación de su contenido
mediante un registro informativo especial (anotación), alcanzándose así la conclusión de que
valor negociable tan sólo puede serlo el derecho de contenido financiero que se documenta de
manera que resulte aplicable sea el régimen jurídico de los títulos valores, sea el de las
anotaciones en cuenta, regímenes uno y otro que protegen, mediante técnicas diferentes, la
rapidez y la seguridad de la transmisión de ciertos derechos.
c) Los valores negociables han de agruparse, finalmente, en emisiones. Por emisión puede
entenderse «el conjunto de valores negociables procedentes de un mismo emisor y homogéneos
entre sí por formar parte de una misma operación financiera o responder a una unidad de
propósito..., por ser igual su naturaleza y régimen de transmisión, y por atribuir a sus titulares
un contenido sustancialmente similar de derechos y obligaciones». La homogeneidad, que
excluye la singularidad (típica, por ej., de los efectos de comercio), no está reñida, en cambio, con
la existencia de diferencias en aspectos de naturaleza accesoria (importe nominal de los valores,
fecha de puesta en circulación, etc.).
B) La Ley del Mercado de Valores extiende su ámbito objetivo a los «instrumentos financieros
distintos de los valores negociables», a los que se le aplican, con las adaptaciones precisas, las
reglas previstas en la Ley para los valores negociables (art. 2,2).
Esta extensión de la regulación propia de los valores negociables (que comporta otra de las
actividades que pueden desarrollar las empresas de servicios de inversión y del ámbito de
supervisión administrativa por parte de la CNMV), se debe al desarrollo de los mercados e
instrumentos derivados que se han hecho imprescindibles para gestionar los riesgos financieros
que afectan a quienes frecuentan los mercados de esta naturaleza, en especial, los mercados de
valores, por lo que su cabal regulación conduce a que también se disciplinen estas nuevas
relaciones contractuales (swaps, fraps, opciones, futuros, etc.) que, cada día más, aparecen como
su complemento o corolario habituales.
De conformidad con la Ley del Mercado de Valores, son «instrumentos financieros derivados»
los contratos a plazo, los contratos de opción, los acuerdos de tipos de interés a plazo, los
contratos de permuta y otros contratos de instrumentos financieros derivados cuyo
«subyacente» (es decir, el activo cuyo price risk trata de cubrirse) sean valores negociables,
divisas, índices o cualquier otro tipo de bien o referencia de naturaleza financiera (esto es,
contratos de derivados financieros) que se negocien o puedan serlo en régimen de mercado
[letras d) a k) del Anexo de la LMV]. Pero la Ley ha ido más allá, y también considera
instrumentos financieros tanto a los contratos de derivados financieros que no son objeto de
negociación en un mercado secundario (por ej., fraps y swaps), cuanto a los contratos derivados
de cualquier tipo, incluso sobre «subyacentes» no financieros (v. gr., contratos y mercados de
derivados sobre materias primas), pero que se negocien o sean susceptibles de serlo bajo aquel
régimen [letras e) y f) del Anexo]. Sin duda, esta extensión adicional de la categoría le resta
homogeneidad y puede suponer el inconveniente de una menor incidencia o eficacia normativa
de las reglas previstas por la Ley para los valores negociables, que habrán de aplicarse «con las
adaptaciones precisas», pero en favor del criterio legislativo puede argüirse que, al menos,
permite someter ciertas transacciones que, no obstante su singularidad, presentan una cierta
conexión con los mercados de valores o con los activos financieros, a unas mismas bases y, desde
luego, a la función supervisora de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
III. Las empresas de servicios de inversión y otras entidades relacionadas con el mercado de
valores
3. Concepto y clases de empresas de servicios de inversión. Referencia a su régimen jurídico
La Ley del Mercado de Valores define las empresas de servicios de inversión como entidades
financieras cuya actividad principal consiste en la prestación a terceros de servicios de inversión,
considerándose como tales, entre otros, la recepción, transmisión y ejecución de órdenes (de
inversión o desinversión) por cuenta de terceros, la colocación y el aseguramiento de las
emisiones y ofertas públicas de ventas, el asesoramiento en materia de inversión, la gestión de
sistemas multilaterales de negociación, así como la gestión de carteras de inversión (art. 140).
Además, se consideran «servicios auxiliares», que también pueden ser realizados por las
empresas de servicios de inversión, otras muchas actividades tales como la custodia y
administración de instrumentos financieros y monetarios, la concesión de créditos o préstamos
de dinero o valores a inversores a los efectos de la ulterior realización de una operación en el
mercado de valores, el asesoramiento a empresas sobre estructura de capital, estrategia
industrial y cuestiones afines, la elaboración de informes de inversiones y análisis financieros,
etc. (art. 141). Lógicamente, los distintos servicios de inversión y servicios auxiliares que
realicen estas entidades han de recaer sobre los derechos y contratos que se insertan en el ámbito
objetivo de la regulación especial del mercado de valores, esto es, los valores negociables y los
instrumentos financieros derivados a que se refiere el artículo 2 y el Anexo de la Ley del
Mercado de Valores y, por extensión, los instrumentos del mercado monetario que no tengan la
condición de valores negociables (art. 138.1).
En atención a su distinto ámbito o campo de actuación, la Ley distingue cuatro tipos diferentes
de empresas de servicios de inversión:
a) Las sociedades de valores, que son aquellas empresas de servicios de inversión que pueden
operar profesionalmente tanto por cuenta ajena como por cuenta propia, y realizar todos los
servicios de inversión y servicios auxiliares previstos en la Ley.
b) Las agencias de valores, que son, en cambio, empresas de servicios de inversión con un
ámbito de actuación más limitado, pues no pueden negociar por cuenta propia, ni asegurar la
suscripción de emisiones y ofertas públicas de venta, ni, en fin, conceder créditos o préstamos
para inversiones en valores.
c) Las sociedades gestoras de carteras, que son empresas de servicios de inversión con objeto aún
más limitado, comprensivo del servicio de gestión de carteras de inversión, del asesoramiento en
materia de inversión, así como la prestación de servicios auxiliares consistentes en
asesoramiento de empresas sobre estructura de capital, estrategia industrial y cuestiones afines.
d) Las empresas de asesoramiento financiero, que son, por último, personas físicas o jurídicas,
exclusivamente dedicadas al asesoramiento en cuestiones de inversión y a los servicios
auxiliares de asesoramiento empresarial sobre estructura de capital, estrategia industrial y
cuestiones afines (art. 143).
Por otra parte, la Ley del Mercado de Valores permite a determinadas entidades realizar
actividades propias de las empresas de servicios de inversión. Dada la progresiva difuminación
del principio de especialización de las entidades financieras, así ocurre, en primer término, con
las entidades de crédito, que pueden realizar todas las actividades propias de aquéllas, siempre
que su régimen jurídico, sus estatutos y su autorización específica las habiliten para ello (art.
145). Otro tanto sucede, en segundo término, con las empresas de servicios de inversión
autorizadas en otro Estado miembro de la Unión Europea, que merced a ello («pasaporte
comunitario») podrán realizar en España, bien mediante apertura de una sucursal, bien en
régimen de libre prestación de servicios, las actividades de los artículos 140 y 141 (v. art. 173
para el supuesto menos frecuente de prestación de servicios de inversión por parte de entidades
no comunitarias, que las somete a previa autorización como a las entidades españolas de nueva
creación).
Finalmente, debe destacarse que las empresas de servicios de inversión, salvo las empresas de
asesoramiento financiero, pueden designar agentes para la promoción y comercialización de los
servicios de inversión y servicios auxiliares objeto de su programa de actividades, así como para
la realización habitual de ciertos servicios de inversión (art. 146).
Aparte de las señaladas, ninguna persona o entidad puede desarrollar de modo habitual
ninguno de los servicios de inversión, ni de los servicios auxiliares (excepto el asesoramiento de
empresas y la realización de informes de inversión) que configuran el ámbito estricto y en todo
caso reservado a la actuación de estas entidades (art. 144). Asimismo, la comercialización de los
servicios de inversión y la captación de clientes sólo podrán realizarse, directamente o por
medio de los agentes, por las entidades que estuvieran autorizadas a prestar tales servicios
(segundo párrafo del art. 144.1).
Para asegurar el adecuado desarrollo de sus funciones, el legislador regula de modo completo y
detallado a las empresas de servicios de inversión, tanto mediante las normas de la Ley del
Mercado de Valores (art. 149 y ss.) cuanto por medio de otras complementarias y de desarrollo
(en especial, el RD 217/2008, de 15 de febrero, sobre Régimen Jurídico de las Empresas de
Servicios de Inversión y de las demás entidades que prestan servicios de inversión y la Circular
10/2008, de 30 de diciembre, de la CNMV, sobre Empresas de Asesoramiento Financiero),
pudiendo, en síntesis, indicarse que su regulación sigue, como regla general y abstracción hecha
de las diferencias que derivan de sus peculiaridades, las pautas y los contenidos (autorización
administrativa, normas de solvencia, régimen de propiedad, supervisión y control, etc.) del
régimen de las entidades de crédito. Una vez constituidas, las empresas de servicios de inversión
y las entidades asimiladas podrán solicitar y obtener, si cumplen los requisitos exigidos en cada
caso, su admisión como miembros de los mercados secundarios oficiales (art. 69).
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Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
III. Las empresas de servicios de inversión y otras entidades relacionadas con el mercado de
valores
4. Los fondos de garantía de inversiones
Los fondos de garantía de inversiones se destinan a proteger los intereses de los inversores en
determinadas situaciones de crisis o dificultad que, no obstante su especial regulación y la
supervisión a que se ven sometidas, pueden afectar a las empresas de servicios de inversión,
contribuyendo con ello a la confianza y buen funcionamiento general de los mercados de
valores. Debe destacarse que en ningún caso las actividades realizadas por las empresas de
asesoramiento financiero están cubiertas por estos fondos ( art. 143.5 LMV).
Dentro de este marco general, la Ley, desarrollada por el Decreto 948/2001, modificado por el
Decreto 628/2010, ha establecido la creación de un único fondo de garantía de inversiones de
carácter obligatorio al que han de adherirse todas las sociedades y agencias de valores, así como
las sociedades gestoras de cartera.
Como el Fondo de Garantía de Depósitos en entidades de crédito (v. Lec. 38), el Fondo de
Garantía de Inversiones cuenta con un patrimonio separado, pero, a diferencia de aquéllos,
carece de personalidad jurídica, encomendándose su representación y administración a una
sociedad gestora, que tendrá forma anónima, quedará sujeta al control y supervisión de la
Comisión Nacional del Mercado de Valores, y cuyo capital se distribuirá entre las empresas de
servicios de inversión adheridas, en la misma proporción en que efectúen las correspondientes
aportaciones ( art. 198.2LMV).
5. CONCEPTO Y CLASES
Los mercados secundarios de valores pueden ser objeto de múltiples clasificaciones. En atención
a los activos en ellos negociados, pueden diferenciarse los mercados de valores en sentido
estricto (valores negociables) y los mercados de otros activos o contratos financieros. Entre los
primeros podrían citarse los mercados de acciones o de obligaciones, mientras que entre los
segundos se encontrarían los mercados de derivados financieros. En función de su grado de
institucionalización, los mercados secundarios pueden ser organizados o no organizados (over
the counter), siendo aquéllos los que revisten mayor interés e importancia.
Sin desconocer las anteriores clasificaciones, nuestra Ley hace mayor hincapié en la distinción
entre mercados regulados y no regulados, denominando a los primeros mercados secundarios
oficiales. Por mercado oficial ha de entenderse en principio el mercado organizado conforme a lo
dispuesto en la Ley del Mercado de Valores y sus normas de desarrollo, especialmente en lo
referente a las condiciones de acceso, admisión a negociación, procedimientos operativos y
publicidad (art. 43.1). En nuestro ordenamiento, tienen, entre otros, la consideración de
mercados oficiales las Bolsas de Valores, el Mercado de Deuda Pública representada mediante
anotaciones en cuenta, los mercados de futuros y opciones, cualquiera que sea el tipo de activo
subyacente (financiero o no financiero) a los instrumentos que en ellos se negocien, y, en fin, el
mercado AIAF de renta fija. La Ley no fija un numerus clausus de mercados oficiales, pues prevé
que puedan constituirse otros con tal carácter, de ámbito estatal o autonómico, en el futuro [art.
43.2 letra e)]. Junto a lo dispuesto en la Ley del Mercado de Valores, el régimen de los mercados
regulados se haya actualmente previsto, por un lado, en el Real Decreto-ley 21/2017, de 29 de
diciembre, de medidas urgentes para la adaptación del Derecho español a la normativa de la
Unión Europea en materia del mercado de valores (Título I). Con la entrada en vigor de este Real
Decreto-ley, producida el 3 de enero de 2018, comenzó a aplicarse el nuevo marco normativo
sobre mercados e instrumentos financieros definido por la Directiva 2014/65/UE (MiFID II) y
el Reglamento MiFIR. Por otro lado, el Real Decreto 1464/2018, de 21 de diciembre, por el que
se desarrollan el texto refundido de la Ley del Mercado de Valores y el Real Decreto-ley 21/2017,
cuyo objetivo es completar la incorporación del paquete regulatorio MiFID II, también establece
disposiciones relativas a la estructura organizativa de los mercados regulados (arts. 2 a 10).
En consonancia con el marco europeo, el Real Decreto-ley 21/2017, además de referirse a los
mercados regulados, contiene (Título II) normas de funcionamiento de los llamados Sistemas
Multilaterales de Negociación (SMN) y de los Sistemas Organizados de Contratación (SOC), cuya
creación, pese a no ser mercados regulados, también viene sujeta, en ambos casos, al régimen de
autorización previa y supervisión por la CNMV (art. 26.1). La Directiva MiFID II define un SMN
como un sistema multilateral, operado por una empresa de servicios de inversión o por un
organismo rector del mercado, que permite reunir, dentro del sistema y según normas no
discrecionales, los diversos intereses de compra y de venta sobre instrumentos financieros de
múltiples terceros, dando lugar a contratos. Los SOC, que son una nueva categoría de centros de
negociación introducida por la Directiva MiFID II, se definen como sistemas multilaterales en los
que interactúan los diversos intereses de compra y de venta de bonos y obligaciones,
titulizaciones, derechos de emisión o derivados de múltiples terceros, dando lugar a contratos.
Los SOC –u OTF, por sus siglas en inglés- quedan limitados, pues, a instrumentos de renta fija y
derivados, y en ellos, a diferencia de los mercados regulados y los SMN, cabe la negociación a
través de normas discrecionales. En la actualidad, funcionan como SMN el Mercado Alternativo
de Renta Fija (MARF SMN), el Sistema Electrónico de Negociación de Activos Financieros (SENAF
SMN), el Mercado Alternativo Bursátil (MAB SMN) y el Mercado de Valores Latinoamericano
(Latibex SMN), que, inicialmente, fue autorizado por Acuerdo del Consejo de Ministros de 29 de
octubre de 1999 para acoger la negociación en euros de valores emitidos por empresas de aquel
origen y procedencia. En 2019 ha sido autorizado como nuevo SMN Dowgate (Madrid),
especializado en negociación de deuda pública y productos derivados. Por el momento, sólo un
par de centros de negociación funcionan como SOCs (CAPI OTF y CIMD OTF).
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
IV. Los mercados primarios y secundarios de valores
6. Las Bolsas de Valores
b) Miembros del mercado. La condición de miembro del mercado, es decir, de sujeto habilitado
para operar en el mismo, se reserva a las sociedades y agencias de valores, a las entidades de
crédito y a las empresas de servicios de inversión y de crédito extranjeras en los términos que
permite el régimen de actuación transfronteriza establecido en la Ley en aplicación de la
Directiva de Servicios de Inversión (v. art. 164 y ss. LMV). Conviene también advertir que las
condiciones de accionista de la Sociedad Rectora y de miembro del mercado son disociables, sin
que la primera implique la segunda, ni, viceversa, obligue ésta a formar parte de la sociedad
titular del mercado.
Entre los sistemas de contratación bursátil, destaca, ante todo, el llamado Sistema de
Interconexión Bursátil (SIBE). La Ley del Mercado de Valores, que respetó, como sabemos, las
bolsas previamente existentes, no fue ajena a la conveniencia de unificar al menos la
contratación de algunos valores, y de superar, en consecuencia, las limitaciones de los mercados
locales o «plazas» de contratación. Por ello, el artículo 56 del LMV determinó que las bolsas de
valores establecieran un sistema de interconexión bursátil de ámbito estatal, integrado a través
de una red informática, mediante la que los intermediarios autorizados pudieran dar entrada a
las órdenes de compra y venta y casar la demanda y oferta existentes con independencia o
abstracción de los mercados o bolsas locales.
A nivel nacional, los aspectos concretos del nuevo sistema de poscontratación han sido
desarrollados por el Real Decreto 878/2015, de 2 de octubre, sobre registro, compensación y
liquidación de valores negociables representados mediante anotaciones en cuenta, sobre el
régimen jurídico de los depositarios centrales de valores y de las entidades de contrapartida
central y sobre requisitos de transparencia de los emisores de valores admitidos a negociación
en un mercado secundario oficial.
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IV. Los mercados primarios y secundarios de valores
7. El Mercado de Deuda Pública en anotaciones
El ingente volumen que el gasto público ha alcanzado en las economías modernas, las
limitaciones de la política fiscal y el firme convencimiento de la necesidad de financiar el déficit
público que ello puede ocasionar, de manera respetuosa con los mecanismos de mercado, ha
llevado a la organización de mercados que faciliten la financiación de las Administraciones
públicas. Es el caso, en nuestro país, del denominado Mercado de Deuda Pública en Anotaciones,
que apresta sistemas modernos y eficaces de suscripción, negociación y liquidación para los
valores públicos, principalmente del Estado (letras del tesoro, bonos y obligaciones del Estado,
etc.).
El Mercado de Deuda Pública en Anotaciones se rige por las disposiciones de la Ley del Mercado
de Valores y una dispersa y variada normativa de desarrollo que ha de ser sustituida por un
Reglamento del Mercado, previsto por la Ley del Mercado de Valores, y cuya aprobación
corresponde al Ministro de Economía y Competitividad, a propuesta del Banco de España, previo
informe de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
En cualquier caso, su específica función institucional determina que la Ley establezca que
corresponde al Banco de España la condición de órgano rector del Mercado de Deuda Pública,
que, por otro lado, engloba, a diferencia de las bolsas de valores, tanto el mercado primario o de
emisiones (conocidas habitualmente como subastas por el sistema más frecuentemente utilizado
para su colocación) cuanto otro secundario o de negociación de valores ya emitidos.
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IV. Los mercados primarios y secundarios de valores
8. Los mercados de futuros y opciones
La moderna evolución del mercado financiero nos ha familiarizado con una nueva figura, que
son los llamados contratos de derivados a los que ya nos hemos referido. Dentro de la
contratación de derivados, los denominados contratos de futuros y opciones se caracterizan por
tener o basarse en «subyacentes» homogéneos, sean o no financieros, con la consecuencia de
que sus correspondientes «derivados» puedan ser objeto de normalización y negociación en
mercados organizados especializados.
En nuestro país, estos nuevos mercados se habilitaron para negocios sobre Deuda Pública en
1989, y posteriormente, se extendieron a otros activos financieros. Más tarde, el Real Decreto
1814/1991, de 20 de diciembre (posteriormente derogado y sustituido por el RD 1282/2010, de
15 de octubre) estableció su regulación general como mercados oficiales, habiéndose autorizado
a su amparo los mercados MEFF renta fija, MEFF renta variable (Orden de 8 de julio de 1992), el
efímero mercado FC&M de futuros y opciones sobre cítricos (Orden de 14 de julio de 1995) que
dejó de funcionar años más tarde, al igual que el Mercado de Futuros del Aceite de Oliva (Orden
de 1 de diciembre de 2003) que también dejó de hacerlo recientemente) pudiendo distinguirse
de esta forma los mercados oficiales de derivados sobre activos financieros (de renta fija o
variable, o incluso activos meramente teóricos o «nocionales» como es el caso de los índices
bursátiles) y los mercados de derivados sobre activos no financieros. El RD 1282/2010 fue
derogado, estando actualmente en vigor la Resolución de 21 de diciembre de 2010, de la
Comisión Nacional del Mercado de Valores, por la que se publica el Reglamento del Mercado
Secundario Oficial de Futuros y Opciones (MEFF).
La Ley del Mercado de Valores admite la posibilidad de crear otros mercados oficiales de
derivados tanto de ámbito estatal como autonómico, siempre que, a propuesta de la Comisión
Nacional del Mercado de Valores, recaiga la pertinente autorización del Ministerio de Economía
y Empresa o de la Comunidad Autónoma de que se trate (art. 64).
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Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
V. Normas de conducta
9. Consideración general
9. CONSIDERACIÓN GENERAL
Estas normas de conducta suelen ser normas de contenido genérico, que se desarrollan
mediante la formulación de los llamados códigos de conducta (esto es, normas de naturaleza
reglamentaria, de ámbito más o menos amplio), y de los denominados reglamentos internos de
conducta (privativos de una particular entidad y formulados por ella voluntariamente o en
cumplimiento de una disposición legal, para regular la actuación de sus órganos de
administración, empleados y representantes). Se trata, en este último caso, de reglamentaciones
o normas, en rigor, de naturaleza privada, aunque su incumplimiento puede dar lugar a la
imposición de sanciones en cuanto afecten al desarrollo de lo previsto en la Ley del Mercado de
Valores o en códigos generales o específicos de conducta. Por otra parte, las normas de conducta
contienen o imponen, en algunos casos, reglas de comportamiento con terceros, mientras que, en
otros, se trata de normas denominadas estructurales u organizativas que normalmente inciden o
afectan a la organización interna de las entidades que operan profesionalmente en los mercados
de valores.
Ciñéndonos a las normas recogidas en la Ley del Mercado de Valores, que, a su vez, recogen las
procedentes de la Directiva 2014/65/UE de 15 de mayo de 2014, cabe distinguir:
Por otro lado, incorporando, igualmente, exigencias, de la Directiva 2014/65/UE, la Ley del
Mercado de Valores requiere que las personas que prestan asesoramiento o proporcionen
información a los clientes posean conocimientos adecuados y exige, por otro lado, que las
empresas de servicios de inversión se aseguren de que las remuneraciones o evaluaciones a su
personal no puedan entrar en conflicto con la obligación de la empresa de actuar en el mejor
interés de los clientes, pudiendo sólo reconocer incentivos a la comercialización cumpliendo
determinadas condiciones (vgr. aumento de la calidad del servicio para el cliente).
En esta sede, la Ley se ocupa, por último, de la gestión y ejecución de las órdenes de clientes, de
las que trataremos al analizar los contratos de servicios de inversión (ver Lección 42).
En punto a lo que hay que entender por información privilegiada la Ley remite al Reglamento
(UE) nº 596/2014, que la define como toda información de carácter concreto que no se haya
hecho pública, que se refiera directa o indirectamente a uno o varios emisores o a uno o varios
instrumentos financieros y que, de hacerse pública, podría influir de manera apreciable sobre
los precios de dichos instrumentos (art. 7). Según se precisa, la información tiene carácter
concreto si se refiere a una serie de circunstancias que se dan o que se puede esperar
razonablemente que se van a dar, o a un hecho que ha sucedido o que se puede esperar
razonablemente que va a suceder, siempre que esa información sea suficientemente específica
para permitir extraer alguna conclusión sobre los efectos que esas circunstancias o ese hecho
podrían tener en los precios de los instrumentos financieros. La información que, de hacerse
pública, podría influir de manera apreciable sobre los precios de instrumentos financieros se
entiende que es aquélla que un inversor razonable utilizaría probablemente como uno de los
elementos de la motivación básica de sus decisiones de inversión.
Por su parte, las personas con responsabilidades de dirección en el emisor, así como las
personas estrechamente vinculadas con ellas, deben notificar al emisor y a la autoridad
competente, a más tardar en un plazo de tres días hábiles a partir de la fecha de la operación,
toda operación por cuenta propia relativa a instrumentos vinculados al emisor una vez
alcanzado un importe que la Ley del Mercado de Valores ha establecido, siguiendo el máximo
previsto en el Reglamento, en 20.000 Euros ( art. 230 LMV). Esta obligación de notificación
nace cuando, dentro de un año natural, la suma sin compensaciones de todas las operaciones
alcance la cifra de 20.000 euros. A partir de esa primera comunicación, los sujetos obligados
deben comunicar todas y cada una de las operaciones subsiguientes efectuadas ( art. 230
LMV). La obligación de difusión pública de las operaciones notificadas por las personas con
responsabilidades de dirección en los emisores o por las personas estrechamente vinculadas con
ellas se dará por cumplida para dichas sociedades emisoras en caso de que estas difundan la
información correspondiente a través de los medios técnicos previstos por la CNMV ( art. 230
LMV). Sin perjuicio de todo ello, cabe destacar, por otro lado, que las personas con
responsabilidades de dirección dentro de un emisor no pueden llevar a cabo ninguna operación
por su cuenta ni por cuenta de un tercero, directa o indirectamente, en relación con
instrumentos del emisor, durante un período de 30 días naturales antes de la publicación de un
informe financiero intermedio o de un informe anual que el emisor deba publicar [art. 19
Reglamento (UE) 696/2014].
c) Normas de actuación exigibles a cualquier persona que actúe en los mercados de valores o que
ejerza actividades relacionadas con ellos.
Con carácter general, el Reglamento (UE) 696/2014 prohíbe las operaciones con información
privilegiada, así como la comunicación indebida de información privilegiada (art. 14),
estableciendo a estos efectos que «ninguna persona» podrá: a) realizar o intentar realizar
operaciones con información privilegiada; b) recomendar que otra persona realice operaciones
con información privilegiada o inducirla a ello, o c) comunicar ilícitamente información
privilegiada. Por lo tanto, no sólo las empresas de servicios de inversión o los emisores y su
personal directivo tienen prohibido el insider dealing y el uso de información privilegiada, sino
que cualquier persona, inversora o no, queda igualmente vinculada por estas prohibiciones.
Asimismo, el Reglamento (UE) 696/2014 también prohíbe, con el mismo alcance general, la
«manipulación de mercado», estableciendo, a estos efectos, que «ninguna persona manipulará o
intentará manipular el mercado» (art. 15). De acuerdo con el Reglamento, la manipulación de
mercado puede incluir numerosas actividades y conductas que se enumeran en el mismo a
efecto ejemplificativo, incluyendo entre otras: (i) ejecutar una operación, dar una orden de
negociación o cualquier otra conducta que transmita o pueda transmitir señales falsas o
engañosas en cuanto a la oferta, la demanda o el precio de instrumentos financieros; (ii) ejecutar
una operación, dar una orden de negociación o cualquier otra actividad o conducta que afecte o
pueda afectar, mediante mecanismos ficticios o cualquier otra forma de engaño o artificio, al
precio de instrumentos financieros; (iii) difundir información a través de los medios de
comunicación, incluido Internet, o por cualquier otro medio, transmitiendo o pudiendo
transmitir señales falsas o engañosas en cuanto a la oferta, la demanda o el precio de un
instrumento financiero, incluida la difusión de rumores, cuando el autor de la difusión sepa o
debiera saber que la información era falsa o engañosa; (iv) la intervención de una persona, o de
varias en concierto, para asegurarse una posición dominante sobre la oferta o demanda de
instrumentos financieros, que afecte o pueda afectar a la fijación, de forma directa o indirecta,
de precios de compra o de venta o que cree o pueda crear otras condiciones de negociación no
equitativas; (v) la compra o venta de instrumentos financieros, en el momento de apertura o
cierre del mercado, que tenga o pueda tener el efecto de inducir a confusión o engaño a los
inversores que operen basándose en las cotizaciones mostradas, incluidas las cotizaciones de
apertura o de cierre.
Junto a las sanciones administrativas y las consecuencias que en el orden civil pueden, en su
caso, acarrear la contravención de las prohibiciones referidas, conviene destacar, además, que
tanto la manipulación de mercado como la utilización de información privilegiada constituyen
ilícitos penales tipificados en el Código Penal (arts. 284, 285, 285 bis, 285 ter y 285 quater). La
regulación penal vigente es fruto de la reforma operada por la Ley Orgánica 1/2019, de 20 de
febrero, por la que se ha modificado el Código Penal para transponer, entre otras, la Directiva
2014/57/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 16 de abril de 2014, sobre las sanciones
aplicables al abuso de mercado. Los artículos 284 y 285 del Código Penal ya sancionaban
con anterioridad conductas concretas de actuación delictiva por utilización de información
privilegiada y manipulación de mercado, pero no abarcaban todos los supuestos
específicamente previstos en la norma europea. Se ha optado por unos tipos penales que, en las
conductas de mayor gravedad de manipulación de mercado y realización de operaciones con
información privilegiada, se configuran como delitos graves, distinguiendo, de acuerdo con la
Directiva, tres tipos penales, referidos a (i) las operaciones con información privilegiada,
incluyendo la recomendación o inducción a otra persona a realizar operaciones con información
privilegiada; (ii) la comunicación ilícita de información privilegiada; y (iii) la manipulación de
mercado.
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Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
VI. Régimen de supervisión, inspección, intervención y sanción
10. Consideración general
Según expusimos, la Comisión Nacional del Mercado de Valores tiene encomendada, salvo
determinados supuestos (v. art. 233, que se refiere a la competencia de otras autoridades de
supervisión, como las Comunidades Autónomas o el Banco de España), la supervisión e
inspección de la actividad de las entidades directamente relacionadas con el mercado de valores
o de cualesquiera otras personas físicas o jurídicas en cuanto se refiere a sus actuaciones en
dicho mercado, pudiendo aplicarse en este punto, mutatis mutandis, las consideraciones
efectuadas sobre la que el Banco de España realiza sobre entidades de crédito y establecimientos
financieros. También como el Banco de España, la Comisión Nacional del Mercado de Valores
está facultada para proceder, en supuestos de crisis empresarial o graves irregularidades, a la
intervención de las entidades sujetas a su supervisión y a la sustitución de sus administradores (
art. 311 LMV) (vid. Lec. 38 H). En lo que se refiere al régimen disciplinario y sancionador
que, con singular detalle y extensión, se establece en los artículos 271 y siguientes de la Ley, cabe
decir asimismo que se asimila en términos generales al establecido para las entidades de crédito.
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Lección 41. El mercado de valores (I): organización. La inversión colectiva
VII. La inversión colectiva
11. Noción general
Junto a los inversores individuales (fundamentalmente, personas físicas) se dan cita en los
mercados de valores otros inversores que se denominan institucionales. Son personas jurídicas o
entidades (fondos de pensiones, compañías de seguros, etc.) que, además, por su propio objeto y
finalidad o por otras circunstancias, invierten de manera habitual y significativa en los
mercados de valores, contando con los oportunos medios para el análisis y seguimiento de sus
inversiones. Una manifestación particularmente destacada de la inversión institucional es la
denominada inversión colectiva, protagonizada por entidades cuya exclusiva razón de ser es la
de agrupar capitales de diferentes sujetos (normalmente, personas físicas) para invertirlos, total
o parcialmente, en los mercados de valores y gestionarlos, de manera conjunta y profesional, sin
finalidad de control político o empresarial, disminuyendo los riesgos por medio de la
diversificación de la cartera, y estableciendo el rendimiento del inversor en función de los
resultados globales conseguidos. No son, pues, entidades, como las de crédito, que captan fondos
para prestarlos; tampoco son puros emisores de valores que apelan al mercado para conseguir
la financiación que precisan. Son, por el contrario, entidades que captan fondos del público para
reinvertirlos colectivamente, aportando su interposición economías de escala o sinergias que
permiten una disminución de costes de administración y de riesgos y una mayor capacidad de
gestión, seguimiento y control financiero de la inversión.
La constitución de las entidades de inversión colectiva está sujeta a autorización previa por
parte de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, a la que se somete el correspondiente
proyecto de constitución de las sociedades y fondos de inversión (art. 10.1 LIC). La autorización
sólo podrá denegarse por incumplimiento de los requisitos legal o reglamentariamente exigidos
para la constitución de la institución de que se trate, y deberá ser resuelta mediante acuerdo
motivado, dentro, como regla general, de los tres meses siguientes a su solicitud (art. 10.3 y 4
LIC).
Preocupa de forma especial a la Ley la transparencia de estas entidades, y, a tal fin, prevé y les
impone las siguientes obligaciones: a) deberán confeccionar y publicar para su difusión entre
accionistas, partícipes y público en general un documento que contenga la información
fundamental y básica para el inversor, un folleto completo así como informes anuales, semestrales
y trimestrales, con el fin de que, de forma actualizada, sean públicamente conocidas todas las
circunstancias que puedan influir en la apreciación del valor de sus patrimonios y en las
perspectivas de la institución y, de modo particular, los riesgos que comportan, así como el
cumplimiento de la normativa aplicable (art. 17.1); b) con anterioridad a la suscripción de las
participaciones y acciones, deberá entregarse gratuitamente el documento informativo básico y
el último informe semestral realizado, así como, previa solicitud, el folleto completo y los últimos
informes anuales y trimestrales publicados (art. 18.1); c) las sociedades y fondos de inversión
deberán hacer públicos, en la forma que se establece en el artículo 30 del Reglamento, los hechos
o informaciones relevantes relacionados con la institución, dando conocimiento de los mismos a
la Comisión Nacional del Mercado de Valores e incorporándolos a los informes sucesivos para su
conocimiento por los accionistas y partícipes (art. 19); d) finalmente, la adquisición y pérdida de
una participación significativa en una sociedad o fondo de inversión deberá comunicarse a la
Comisión Nacional del Mercado de Valores de forma trimestral, considerándose significativas las
participaciones que alcancen o superen el veinte, cuarenta, sesenta, ochenta o cien por cien de
estas entidades (art. 22 de la Ley y art. 31 del Reglamento).
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 42. El mercado de valores (II). Operaciones y contratos
I. Operaciones del mercado primario y similares
1. Las ofertas públicas de suscripción de valores negociables
A. Registro administrativo de la oferta
Las ofertas públicas de suscripción están sujetas al cumplimiento de los siguientes requisitos:
Se excluyen de la aplicación del régimen legal las ofertas dirigidas exclusivamente a inversores
cualificados, a menos de ciento cincuenta personas físicas o jurídicas de un mismo Estado, así
como aquellas otras que se refieran a valores con nominal igual o superior a cien mil euros o
que requieran una inversión mínima de ese importe, y, en fin, aquellas ofertas de cuantía
inferior a 5.000.000 euros. Igualmente, el Gobierno podrá exceptuar total o parcialmente del
cumplimiento de los requisitos establecidos a ciertas ofertas públicas en función de la
naturaleza del emisor o de los valores, la cuantía de la emisión o de la naturaleza o el número de
los inversores a los que vayan destinados ( art. 36.3LMV).
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Lección 42. El mercado de valores (II). Operaciones y contratos
I. Operaciones del mercado primario y similares
1. Las ofertas públicas de suscripción de valores negociables
B. Ejecución y desarrollo de la oferta
La oferta, claro está, debe ser puesta en conocimiento de sus destinatarios. En el caso de ofertas
sujetas a registro previo, el emisor u oferente deberá editar el folleto informativo y ponerlo a
disposición de los interesados antes del inicio del período de colocación. Caso de realizarse
publicidad comercial, debe basarse en el folleto, mencionando expresamente su existencia,
registro y los lugares donde puede encontrarse, y, en todo caso, ajustarse a lo dispuesto en el
artículo 28 del Real Decreto 1310/2005 y también en la Ley 34/1988, de 11 de noviembre,
General de Publicidad. Además, el emisor u oferente deberá elaborar y tener a disposición de los
interesados un resumen informativo en el que figuren los principales datos y riesgos referentes
a la oferta, al emisor y a los posibles garantes de la oferta.
La aceptación de la oferta debe ser puramente adhesiva, sin implicar alteración o modificación
alguna, amén de formularse en tiempo (el Decreto regulador establece que el período de
aceptación debe iniciarse antes del transcurso de un mes desde el registro del folleto) y forma
(de acuerdo con las condiciones definidas en la oferta). La aceptación debe también
considerarse irrevocable, salvo que circunstancias sobrevenidas o conocidas con posterioridad a
la oferta, que obligan por sí mismas a realizar un suplemento del folleto, justifiquen otra
solución. Distinto de todo ello es que, en la práctica, sea frecuente que, con anterioridad al
período de oferta y aceptación propiamente dicho, exista otro conocido como de «prospección de
la demanda», durante el cual los inversores, más que efectuar declaraciones de aceptación,
formulan intenciones no vinculantes u órdenes revocables de suscripción o compra que
permiten al emisor determinar, con mayor conocimiento de causa, las condiciones definitivas de
la oferta. En estos casos, una vez hecha esa determinación final, que puede afectar a un
elemento tan esencial como el precio, las declaraciones iniciales pueden convertirse o no en
aceptaciones.
Es muy frecuente en las operaciones que analizamos que la cuantía de las aceptaciones
formuladas supere la oferta. Por ello, constituye un elemento esencial de la oferta, que debe
quedar previamente definido, el establecimiento para esos casos de un sistema de adjudicación
de los valores entre los inversores. En la práctica, los más utilizados son el de prorrateo, el
cronológico y el de subasta. El primero consiste en la distribución de los valores entre todas las
aceptaciones, bien de manera proporcional al importe de cada una de ellas, bien con
ponderación de otros criterios, como su cuantía u otros factores. El sistema cronológico implica
la adjudicación de los valores por orden de recepción de las aceptaciones. El de subasta consiste,
en fin, en adjudicar los valores al mejor postor.
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Lección 42. El mercado de valores (II). Operaciones y contratos
I. Operaciones del mercado primario y similares
2. Oferta pública de venta de valores
De acuerdo con el artículo 35 de la Ley del Mercado de Valores, la oferta pública de venta de
valores «es toda comunicación a personas en cualquier forma o por cualquier medio que presente
información suficiente sobre los términos de la oferta y de los valores que se ofrecen de modo que
permita a un inversor decidir la adquisición o suscripción de estos valores» (también art. 38
RD 1310/2005). Sin embargo, no tendrán la consideración de ofertas públicas las ofertas de
valores dirigidas exclusivamente a inversores cualificados; las dirigidas a menos de 150
personas por Estado miembro, sin incluir los inversores cualificados; las dirigidas a inversores
que adquieran valores por un mínimo de 100.000 euros por inversor, por cada oferta separada,
y las ofertas cuyo valor nominal unitario sea de, al menos, 100.000 euros o cuyo importe total
sea inferior a 5.000.000 euros ( art. 38.1RD 1310/2005). Sin embargo, cualquier reventa ulterior
de los valores objeto de las mencionadas ofertas se considerará como una oferta separada y se
aplicará la definición de oferta pública contenida en el artículo 38 del RD 1310/2005 para
decidir si dicha reventa puede o no calificarse como oferta pública de valores.
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I. Operaciones del mercado primario y similares
3. Ofertas públicas de adquisición de valores
A. Concepto, finalidad y naturaleza jurídica
Las ofertas públicas de adquisición, conocidas como OPAs, son las dirigidas a todos los
accionistas de una sociedad o a los titulares de otros valores que puedan dar derecho a su
suscripción o adquisición (derechos de suscripción, obligaciones convertibles, etc.) para adquirir
la totalidad o parte de unas u otros. Pero la OPA, en la práctica, además de ser una operación que
permite adquirir acciones, es utilizada, generalmente, como medio para lograr o incrementar el
control de sociedades anónimas con la anuencia del órgano de administración (OPAs amistosas)
o sin ella (OPAs hostiles).
Es claro, pues, que no cabe confundir la OPA ni con la oferta pública de suscripción, ni tampoco
con la oferta pública de venta, aunque participe de la misma naturaleza contractual que una y
otra, fundamentándose, también, en la predisposición y registro de toda la información
necesaria y suficiente para su aceptación. Se justifica así su examen en este lugar, aunque sea
una operación que tampoco es, en rigor, de mercado primario.
Las OPAs se regulan por lo dispuesto en los artículos 128 y siguientes de la Ley del Mercado de
Valores y en el Real Decreto 1066/2007, de 27 de julio, que los desarrolla; así como por la
Circular 8/2008, de 10 de diciembre, de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, por la que
se aprueban los modelos a los que deberán ajustarse los anuncios y las solicitudes de
autorización de las ofertas públicas de adquisición de valores.
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C) Los mercados de valores y crédito
Lección 42. El mercado de valores (II). Operaciones y contratos
I. Operaciones del mercado primario y similares
3. Ofertas públicas de adquisición de valores
B. Clases de OPA. Las OPAs obligatorias. Fundamento y supuestos
En nuestro ordenamiento, junto a las OPAs voluntarias, que constituyen el ejercicio (reglado) de
una facultad, existen supuestos en que su formulación resulta obligatoria. Los supuestos de
OPAs obligatorias se refieren siempre a sociedades cuyas acciones (o valores asimilados) se
negocian en una bolsa de valores, y su fundamento radica en el deseo legislativo de proteger a
los accionistas, especialmente los minoritarios, en casos de cambios en el control societario o en
los de exclusión de la cotización de los correspondientes valores. En los primeros, la obligatoria
utilización del mecanismo de la OPA como medio de adquisición del control asegura que el
mayor precio que normalmente se paga por el porcentaje de acciones que, de facto o de iure, lo
garantiza (prima de control), alcance o se reparta entre todos los accionistas que acepten la
oferta; en los segundos, la OPA se configura como la fórmula que permite que los accionistas que
lo deseen transmitan sus títulos antes de que pierdan la liquidez que proporciona su cotización
en bolsa.
Los supuestos concretos, legalmente definidos, de OPAs obligatorias y sus características pueden
resumirse como sigue:
a) OPAs obligatorias por toma de control de la Sociedad afectada: Toda persona física o jurídica
que alcance el control de una sociedad cotizada (ya sea mediante la adquisición de acciones u
otros valores que confieran, directa o indirectamente, el derecho a la suscripción o adquisición
de acciones con derechos de voto de la sociedad; ya sea mediante pactos parasociales con otros
titulares; o ya sea como consecuencia de los supuestos de tomas de control indirectas o
sobrevenidas establecidas en el art. 7 del Reglamento) está obligada a presentar una OPA por la
totalidad de las acciones u otros valores que directa o indirectamente puedan dar derecho a su
suscripción o adquisición, a un precio equitativo en el plazo máximo de un mes desde que se
haya alcanzado el control (art. 3 RD).
Se considera que una persona física o jurídica tiene individualmente o de forma conjunta con las
personas que actúen de concierto con ella, el control de una sociedad cuando alcance, directa o
indirectamente, un porcentaje de derechos de voto igual o superior al 30 por 100, o bien, cuando
haya alcanzado una participación inferior y designe, en los términos establecidos
reglamentariamente, un número de consejeros que, unidos, en su caso, a los que ya se hubieran
designado, representen más de la mitad de los miembros del órgano de administración de la
sociedad (art. 4.1 RD).
Para el cómputo de los derechos de voto, se atribuirán a una misma persona los
correspondientes a las personas o entidades que pertenezcan al mismo grupo, a las personas
que actúen en nombre propio pero por cuenta o de forma concertada con ella, y los derechos de
voto poseídos por personas interpuestas (art. 5 RD).
La OPA deberá ser total, esto es, dirigirse a todos los accionistas, obligacionistas o titulares de
valores que puedan dar derecho a su suscripción o adquisición; y formularse por un precio
equitativo. Se entenderá, como regla general, que el precio es equitativo cuando, como mínimo,
sea igual al precio más elevado que haya pagado el obligado a formular la oferta o las personas
que actúen en concierto con él, por los mismos valores durante un cierto período de tiempo
anterior a la oferta, como prevé expresamente el artículo 9 del Real Decreto ( art. 128.1LMV).
La Comisión Nacional del Mercado de Valores podrá dispensar de la obligación de presentar una
OPA cuando otra persona o entidad, directa o indirectamente, tuviera un porcentaje de voto
igual o superior al que tenga el obligado a formular la oferta (art. 4.2 RD).
b) OPAs por exclusión de cotización: El artículo 81 de la Ley del Mercado Valores establece que
cuando una sociedad acuerde la exclusión de sus acciones de la negociación en los mercados
oficiales españoles, deberá promover una oferta pública de adquisición dirigida a todos los
valores afectados por la exclusión. La oferta deberá dirigirse a todos los titulares de las acciones
de la sociedad cotizada, formularse como compraventa, y a un precio que no sea inferior al que
resulte de aplicar las normas de valoración previstas en el artículo 10 del Reglamento.
La Comisión Nacional del Mercado de Valores podrá dispensar la obligación de formular una
OPA de exclusión en aquellos supuestos en los que se presente otro procedimiento equivalente
que asegure la protección de los legítimos intereses de los titulares de acciones afectadas por la
exclusión, así como del resto de valores afectados (art. 11 RD).
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I. Operaciones del mercado primario y similares
3. Ofertas públicas de adquisición de valores
C. Obligaciones de los órganos de administración y dirección
A los efectos anteriores, la junta general de accionistas podrá ser convocada quince días antes de
la fecha fijada para su celebración, mediante anuncio publicado en el Boletín Oficial del Registro
Mercantil y en uno de los diarios de mayor circulación en la provincia, con expresión de la fecha
de la reunión en primera convocatoria y todos los asuntos que en ella deben tratarse.
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I. Operaciones del mercado primario y similares
3. Ofertas públicas de adquisición de valores
D. Medidas de neutralización
D. Medidas de neutralización
De forma inversa, la Ley, para proteger los intereses de los accionistas, permite la suspensión o
eliminación de ciertas cláusulas estatutarias o parasociales que puedan comprometer el éxito de
las OPAs.
En concreto, la junta general de accionistas, constituida con los quorum reforzados del
artículo 194 de la Ley de Sociedades de Capital, podrá acordar la suspensión e ineficacia de las
cláusulas o pactos que limitan la transmisibilidad o restrinjan el derecho de voto de las acciones,
bien, temporalmente, durante el período de aceptación de la oferta o con ocasión de la junta
general convocada para la adopción, en su caso, de medidas defensivas, bien, definitivamente,
en el supuesto de que el oferente alcance un porcentaje igual o superior al 70 por 100 del capital
( art. 135.1 y 3 LMV y art. 29 RD).
Las cláusulas estatutarias que fijen con carácter general el número máximo de votos que pueden
emitirse quedarán sin efecto cuando, tras una oferta pública de adquisición, el oferente haya
alcanzado un porcentaje igual o superior al 70 por ciento del capital que confiera derechos de
voto ( art. 135.2LMV).
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I. Operaciones del mercado primario y similares
3. Ofertas públicas de adquisición de valores
E. Compraventas forzosas
E. Compraventas forzosas
Cuando, como resultado de la presentación de una OPA total, ya sea obligatoria o voluntaria, el
oferente posea valores que representen al menos el 90 por 100 del capital que confiere derechos
de voto y la oferta haya sido aceptada por titulares de valores que representen al menos el 90
por 100 de los derechos de voto, distintos de los que ya obraran en poder del oferente, podrá
exigir de los restantes titulares de valores su venta a un precio equitativo, siempre y cuando se
haya reservado este derecho en el folleto explicativo de la OPA. En los mismos casos, e
inversamente, los titulares de valores de la sociedad afectada podrán exigir del oferente la
compra de sus valores a dicho precio ( art. 136 LMV). El plazo máximo para exigir la venta o
compra forzosa será de tres meses a contar desde la terminación del plazo de aceptación. Si,
como consecuencia de la realización de las compraventas forzosas, el oferente deviniera titular
de todos los valores, quedarán excluidos de la negociación a partir de la liquidación de la última
operación, salvo que la Comisión Nacional del Mercado de Valores, previa solicitud del oferente,
le conceda un plazo de un mes para restablecer los requisitos de difusión y liquidez necesarios
para mantenerse en el mercado (art. 47.10 RD).
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I. Operaciones del mercado primario y similares
3. Ofertas públicas de adquisición de valores
F. Infracciones y sanciones
F. Infracciones y sanciones
Las personas o entidades que promuevan una oferta pública de adquisición, las sociedades
afectadas, las empresas de servicios de inversión que actúen en representación del oferente, los
administradores y, en fin, cualquier otra persona que, directa o indirectamente, intervenga por
cuenta o de forma concertada con alguna de las entidades anteriormente indicadas en la oferta
pública, quedarán sujetas al régimen de supervisión, inspección y sanción de la Ley del
Mercado de Valores que, en su artículo 280, califica como infracción muy grave el
incumplimiento de las obligaciones establecidas en materia de ofertas públicas de adquisición
[art. 280, letra r), r).bis y r).ter].
Además de las correspondientes sanciones administrativas ( art. 302 LMV), quienes incumplan
la obligación de formular una OPA (esto es, quien no la presente, la presente fuera de plazo o
con irregularidades esenciales), no podrán ejercer los derechos políticos derivados de ninguno
de los valores de la sociedad cotizada cuyo ejercicio le corresponda por cualquier título, ni de los
poseídos indirectamente ( art. 132 LMV y art. 27 RD). Además serán nulos los acuerdos
adoptados por los órganos de una sociedad cuando para su constitución o la adopción de dichos
acuerdos hubiera sido necesario computar los valores cuyos derechos políticos estén
suspendidos. En estos supuestos, la Comisión Nacional del Mercado de Valores estará legitimada
para el ejercicio de las correspondientes acciones de impugnación, en el plazo de un año a
contar desde que tenga conocimiento del acuerdo. Sólo podrán recuperarse los derechos
políticos suspendidos mediante la formulación de una OPA sobre la totalidad de los valores de la
sociedad a un precio equitativo o la obtención del consentimiento unánime del resto de los
titulares de los valores.
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II. Admisión, suspensión y exclusión de valores negociables de la negociación en mercados
secundarios oficiales
4. Admisión a negociación
4. ADMISIÓN A NEGOCIACIÓN
Con carácter general se establece un régimen común para todos los mercados, cuyo objetivo es,
por una parte, que el emisor y los valores cumplan determinados requisitos de idoneidad, y, por
otra, que se disponga de la información necesaria tanto sobre los valores como sobre sus
emisores, de modo que puedan adoptarse decisiones de compra de manera fundamentada y sin
necesidad de más contactos o trámites con sus titulares. En concreto, el artículo 36 de la Ley
del Mercado de Valores establece como requisitos previos a la admisión a negociación los
mismos que se establecen para la realización de las ofertas públicas de suscripción, a cuya
explicación nos remitimos (v. supra I).
Tras la verificación de la Comisión, será preciso también el acuerdo del organismo rector del
mercado de que se trate. Al respecto, sin perjuicio de las obligaciones contenidas en el artículo
76 de la Ley del Mercado de Valores, los mercados deben establecer normas claras y
transparentes, que aseguren una negociación ordenada y eficiente. En especial, debe
garantizarse que los valores negociables sean libremente transmisibles, y que los instrumentos
financieros derivados gocen de condiciones efectivas de liquidación y formación de precios (
Arts.24 a 25 del Real Decreto-ley 21/2017, de 29 de diciembre).
Además de ello, por la importancia que tiene el dato de la propiedad o control de los emisores,
conviene destacar que el artículo 125 de la Ley del Mercado de Valores establece el deber de
notificar la adquisición o transmisión de una participación significativa de acciones cotizadas a la
propia sociedad emisora y a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, entendiendo por tal
cualquier adquisición o disposición que suponga alcanzar o perder determinados porcentajes de
participación (3 por 100, 5 por 100, etc.). El porcentaje se reduce al 1 por 100 cuando el afectado
tenga su residencia en un «paraíso fiscal» o en un territorio que carezca de órgano supervisor de
los mercados de valores. Los administradores de sociedades cotizadas deberán, en fin,
comunicar cualquier adquisición o transmisión que lleven a efecto con independencia del
capital de la sociedad que representan (v. RD 1362/2007, de 19 de octubre, en relación con los
requisitos de transparencia relativos a la información sobre los emisores cuyos valores están
admitidos a negociación en un mercado secundario oficial o en otro mercado regulado de la
Unión Europea). La Comisión del Mercado de Valores podrá suspender cautelarmente el
ejercicio de los derechos de voto asociados a las acciones adquiridas cuando no se hubieran
comunicado adquisiciones de participaciones significativas [antes letra p) del art. 234.2LMV,
añadida por el Real Decreto-ley 9/2017, de 26 de mayo, por el que se transponen directivas de
la Unión Europea en los ámbitos financiero, mercantil y sanitario, y sobre el desplazamiento de
trabajadores, que ha pasado a ser la letra w) tras la aprobación del Real Decreto-ley 14/2018].
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II. Admisión, suspensión y exclusión de valores negociables de la negociación en mercados
secundarios oficiales
5. Suspensión de la negociación
5. SUSPENSIÓN DE LA NEGOCIACIÓN
La negociación también puede ser suspendida por la Comisión Nacional del Mercado de Valores
cuando concurran circunstancias especiales que puedan perturbar el normal desarrollo de las
operaciones sobre los mismos o aconsejen dicha medida en protección de los inversores ( art.
21 del Real Decreto-ley 21/2017). La suspensión puede acordarse de oficio, a instancia del
organismo rector correspondiente o del emisor, y no implica la pérdida de la transmisibilidad
del valor o que éste no pueda enajenarse, sino que su transmisión no se beneficia del específico
régimen jurídico típico del mercado (operación de mercado) (v. Lec. 42 y, por lo que se refiere a
valores cotizados en Bolsa). La suspensión, que no excederá del plazo máximo que
reglamentariamente se fije, no debe prolongarse más allá de lo necesario con el fin de proteger
los intereses de los inversores y reducir los perjuicios que puedan causarse por la pérdida de
liquidez de los valores afectados.
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II. Admisión, suspensión y exclusión de valores negociables de la negociación en mercados
secundarios oficiales
6. Exclusión de la negociación
6. EXCLUSIÓN DE LA NEGOCIACIÓN
La exclusión puede responder también a la voluntad del emisor que, por razones diversas, desee
optar por retirar el valor de la negociación en el mercado. Al contrario de lo que ocurre con la
admisión, la exclusión reduce o dificulta la liquidez de los valores de que se trate. Por esta razón,
la Ley obliga a la sociedad emisora de los valores que se excluyen, a la realización de una oferta
pública para su adquisición, salvo en aquellos supuestos en que mediante otro procedimiento
equivalente se asegure la protección de los legítimos intereses de los titulares afectados por la
exclusión (art. 82) (v. Lec. 42, apartado 3).
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III. Operaciones de mercado secundario oficial
7. Definición y clases
7. DEFINICIÓN Y CLASES
Para que pueda cumplir su función, la transmisión de los valores admitidos a negociación en un
mercado secundario oficial se sujeta a normas especiales que se contienen en la Ley del
Mercado de Valores y disposiciones que la desarrollan. Frente al régimen jurídico común de
transmisión de valores, el especial o de mercado trata de acentuar la seguridad y bajo coste de
las transacciones sobre valores admitidos a negociación, lo que se consigue mediante la
predisposición de la información necesaria para realizarlas y la normalización o encauzamiento
de las operaciones y consecuente limitación de la autonomía negocial. Más aún, el legislador no
sólo articula un régimen jurídico ad hoc, sino que impone, por lo general, su aplicación en
detrimento del común, porque, en definitiva, los intereses que tutela no son sólo los particulares
de los intervinientes, sino también los generales conectados a la existencia y correcto
funcionamiento del mercado.
Aunque las disposiciones que en la Ley del Mercado de Valores se referían a la negociación y a
las operaciones en un mercado secundario oficial han quedado derogadas en buena medida
(Cap. IV del Tít. IV, relativo a los mercados secundario oficiales de valores), puede continuar
considerándose que tienen la consideración de operaciones de mercado secundario oficial las
transmisiones por título de compraventa u otros negocios onerosos característicos de cada
mercado cuyo objeto sean valores negociables u otros instrumentos financieros admitidos a
negociación en el mercado de que se trate, y que se efectúen en ese mercado con sujeción a sus
reglas de funcionamiento). En este sentido, conviene volver a recordar que, conforme al
artículo 43 de la Ley del Mercado de Valores, son mercados regulados, que denominamos
mercados secundarios oficiales, aquéllos sistemas multilaterales que permiten «reunir los
diversos intereses de compra y venta sobre instrumentos financieros para dar lugar a contratos
con respecto a los instrumentos financieros admitidos a negociación», y que están autorizados y
funcionan de forma regular, conforme a lo previsto en la legislación, con sujeción en todo caso, a
condiciones de acceso, admisión a negociación, procedimientos operativos, información y
publicidad.
Las operaciones de mercado pueden clasificarse, así, en atención a diversos criterios. Así, según
el mercado en que se realizan, puede hablarse de operaciones bursátiles ( art. 58 LMV),
operaciones del Mercado de Deuda, operaciones de derivados, etc. Ahora bien, sólo a las
compraventas y a los otros negocios onerosos más característicos o frecuentes en cada mercado
se les aplica el régimen jurídico que vamos a analizar. Las transmisiones a título oneroso
diferentes a las citadas y las transmisiones a título lucrativo no gozan, por el contrario, de
aquella calificación. Las operaciones que, en cambio, son marginales en el contexto general de
las transmisiones (v. gr. una donación), y que, por tanto, no pueden considerarse «operaciones
de mercado», quedan sujetas a las reglas generales civiles o mercantiles que resulten aplicables,
aunque deberán notificarse a efectos informativos (pues versan sobre valores admitidos a
negociación) a los organismos rectores del correspondiente mercado, bien directamente o bien a
través de alguno de sus miembros y en la forma que reglamentariamente se determine. Hasta
tanto, y para mayor seguridad del tráfico, el adquirente no podrá negociar los correspondientes
valores, ni ejercer los derechos a ellos inherentes.
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III. Operaciones de mercado secundario oficial
8. Compraventas
8. COMPRAVENTAS
A diferencia de lo que ocurre con otras operaciones (v. supra núms. 9 y 10), la Ley del
Mercado de Valores no ha regulado de manera singular la compraventa de valores admitidos a
negociación; no obstante de su articulado cabe deducir un conjunto de reglas que, en unión de
las propias del Derecho de obligaciones y de las específicas sobre negociación y contratación de
cada mercado, permiten trazar los rasgos esenciales de su régimen jurídico:
b) Obligatoriedad de la contratación por medio de los miembros del mercado. Como corresponde a
la práctica de los mercados organizados, las compraventas ordinarias deben realizarse con la
participación de, al menos, una entidad que ostente la condición de miembro del
correspondiente mercado. Dicha participación puede producirse de distintos modos, según se
realice la operación: i) entre quienes sean miembros del correspondiente mercado; ii) entre
quien sea miembro del correspondiente mercado actuando por cuenta propia y quien no tenga
esa condición; iii) entre quienes no tengan la condición de miembros del correspondiente
mercado, con la intermediación, actuando por cuenta ajena, de uno o dos miembros del mismo;
o, finalmente, iv) entre quienes no tengan la condición de miembros del correspondiente
mercado y hayan convenido entre sí, con toma de razón (es decir, registro) de sus términos por
un miembro del mercado (en relación con la actuación por cuenta ajena que es, sin duda, la más
frecuente al menos en los mercados bursátiles, v. núm. 13).
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III. Operaciones de mercado secundario oficial
9. Préstamo de valores
9. PRÉSTAMO DE VALORES
La operación de préstamo deberá ser comunicada tanto al organismo rector como al sistema de
compensación de que se trate, y naturalmente inscrita en el correspondiente registro de
anotaciones, requisito imprescindible a los efectos de la ulterior disposición de los valores
prestados, finalidad típica o eventual (caso de que se utilice para garantía de una operación
financiera) de esta singular operación.
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III. Operaciones de mercado secundario oficial
10. Operaciones dobles y operaciones con pacto de recompra
El artículo 6 del Real Decreto-ley 5/2005 establece que podrán ser reconocidas, por el
organismo rector correspondiente, como operaciones de mercado secundario las operaciones
dobles y las operaciones con pacto de recompra. Mediante esta disposición se da carta de
naturaleza a unas operaciones que, en el caso de los contratos de doble, han desempeñado
tradicionalmente un papel fundamental en el desenvolvimiento de los mercados bursátiles,
aunque en nuestro país dejaron de practicarse desde el final de la Guerra Civil; y que, en el caso
de las operaciones con pacto de recompra (repurchase agreements o repos), contaban tan sólo
con un reconocimiento reglamentario limitado a su utilización en el mercado de deuda.
Sin perjuicio, pues, de que la regulación correspondiente a cada mercado desarrolle aspectos
particulares de su régimen, la Ley del Mercado de Valores establece algunas reglas de alcance
general sobre unas y otras operaciones. Por operaciones dobles (también denominadas
simultáneas) se entienden por la Ley aquellas en las que se contratan, al mismo tiempo, dos
compraventas de sentido contrario o cruzadas de valores de idénticas características
(normalmente acciones) y por el mismo importe nominal, pero con distinta fecha de ejecución,
pudiendo ser ambas compraventas al contado con diferentes fechas de liquidación, a plazo, o la
primera al contado y la segunda a plazo. Las operaciones con pacto de recompra son aquellas en
que el titular de los valores (generalmente de Deuda Pública) los vende, conviniendo
simultáneamente la recompra de valores de idénticas características y por igual valor nominal,
en una fecha determinada (anterior a la de amortización necesaria o facultativa, total o parcial
de los valores de que se trate) (art. 5.2 RD-l 5/2005).
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IV. Contratos de servicios de inversión
11. Consideración general
Como ya sabemos, los servicios de inversión y los servicios auxiliares que se enumeran en los
artículos 140 y 141, respectivamente, de la Ley del Mercado de Valores son muy variados y
heterogéneos, pudiendo clasificarse en atención al mercado (primario o secundario) en el que se
presten; al objeto o finalidad a que respondan, o en función de otros criterios. A algunos de estos
servicios hemos hecho ya mención en el lugar oportuno, estudiándose a continuación otros que
revisten particular importancia.
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IV. Contratos de servicios de inversión
12. Administración de valores
La labor del administrador comprende el ejercicio por cuenta del titular de los derechos
económicos de que disfruten los valores (arg. ex art. 308 C. de C.), pero no el cumplimiento de
obligaciones, ni el ejercicio de derechos de otro signo. El administrador no está obligado, en
efecto, a desembolsar, por citar un ejemplo, dividendos pasivos, si no cuenta para ello con la
oportuna provisión de fondos (art. 250 C. de C.); y no está facultado, por otra parte, para hacer
uso de derechos políticos, particularmente el derecho al voto, sin previo cumplimiento de las
disposiciones vigentes en la materia (v.gr., arts. 184 y ss. LSC). Por lo que se refiere al
derecho de suscripción preferente, entendemos que, en defecto de instrucciones, que deben ser
solicitadas del cliente, el administrador debe abstenerse de suscribir, procediendo, si ello fuera
posible, a la venta de los correspondientes cupones (v., sin embargo, STS de 23 de enero de 1947).
En ningún caso podrá el administrador enajenar o disponer de los valores administrados (v. art.
309 C. de C.). A los efectos de que la entidad administradora pueda desarrollar su labor, se
requiere que el titular de los valores la apodere o faculte para que pueda interesar del emisor y
de la entidad encargada del registro contable de los valores las actuaciones y anotaciones
correspondientes (v. Lec. 49).
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IV. Contratos de servicios de inversión
13. La ejecución de órdenes. La comisión de compra o venta de valores
A la comisión de compra o venta de valores se le aplican las normas del Código de Comercio
que, con carácter general, regulan ese contrato (arts. 244 y ss.), pero ha de tenerse en cuenta que
su conexión con un mercado organizado determina la existencia de diversas especialidades:
a) La comisión u orden de compra o venta sólo puede darse a las empresas de servicios de
inversión o demás entidades autorizadas que ostenten la condición de miembros del mercado en
que vaya a realizarse la operación (v. arts. 138, 143 y 164 y ss. LMV). Es frecuente, por lo
demás, que la orden o encargo no se haga directamente al intermediario autorizado para
ejecutarla, sino a un tercero que no es miembro del correspondiente mercado, y que la
transmitirá a quien lo sea, por cuenta del cliente. En este caso, a la comisión propiamente dicha
antecede un distinto mandato o gestión de carácter meramente instrumental (la recepción y
transmisión de órdenes de terceros) que no participa de las particularidades de aquélla, y que
también se considera por la Ley como un servicio de inversión [art. 140.1. a)LMV].
b) En contrapartida, el miembro del mercado que recibe una comisión de compra o venta está
obligado a aceptarla, deviniendo de esta forma en una comisión o contrato forzoso para el
comisionista ( art. 71 LMV). El incumplimiento de esta obligación constituye, abstracción
hecha de la indemnización de daños y perjuicios que puedan haberse producido, infracción
administrativa grave [v. art. 292.2LMV]. El comisionista podrá exonerarse, no obstante, del
cumplimiento de la comisión, si no se le acredita la titularidad de los valores que ha de vender o
no se le hace provisión de fondos para los valores que ha de comprar, o, cuando se trate de
operaciones a plazo, no se le constituyan las garantías o coberturas que estime convenientes, y
que, como mínimo (en protección, a la postre, de un más seguro desenvolvimiento de la
operación y del mercado mismo) habrán de ser las que, en su caso, estén establecidas
reglamentariamente (cfr. art. 250 C. de C.).
d) Sin perjuicio de su necesaria claridad, la formulación del encargo u orden viene normalmente
facilitada por su tipificación, consuetudinaria (es el caso de los denominados «usos bursátiles») o
escrita, de naturaleza reglamentaria (v., por ej., los arts. 1 y ss. del RD 1849/1980, de 5 de
septiembre, declarados en vigor, hasta tanto no se desarrolle en este punto la LMV, por la disp.
trans. primera del RD 629/1993) o privada (circulares de los órganos rectores
correspondientes), que resulta imprescindible tanto para eliminar problemas de interpretación
como para facilitar su adecuada ejecución. Cuando el cliente dé instrucciones específicas sobre
la ejecución de su orden, la empresa ejecutará la orden siguiendo la instrucción específica (
art. 223.1LMV). Las órdenes pueden cursarse por escrito, por vía telefónica o telemática, que es
el procedimiento que utilizan los denominados intermediarios on line, debiendo registrarse en
todos los casos en los términos reglamentariamente establecidos (v. RD últ. citado y la Orden
EHA/1665/2010, de 11 de junio).
En todo caso, las entidades que ejecuten órdenes tienen que disponer de procedimientos y
sistemas de gestión de órdenes, de conformidad con lo previsto en el Reglamento Delegado
(UE) 2017/565, que permitan su puntual, justa y rápida ejecución, sin perjudicar a ningún cliente
cuando se realizan operaciones para varios de ellos o se actúa por cuenta propia ( art. 221
LMV). Asimismo, deberán adoptar las medidas oportunas para facilitar la ejecución más rápida
posible de las órdenes de clientes a precio limitado respecto de acciones admitidas a negociación
en un mercado regulado o negociadas en un centro de negociación que no sean ejecutadas
inmediatamente en las condiciones existentes en el mercado (art. 221).
e) En el desempeño del encargo, el comisionista debe actuar con la diligencia y lealtad exigibles a
quien realiza, como labor profesional y remunerada, una gestión en interés y por cuenta de
tercero. En punto a la concreción de esas genéricas exigencias, son aplicables las disposiciones y
normas de conducta que regulan la actuación profesional de las empresas de servicios de
inversión en los mercados de valores, debiendo también ahora señalarse que su incumplimiento
puede fundamentar una doble responsabilidad contractual y administrativa del comitente (v.
arts. 1255 y 1258 CC y 57 y 259 C. de C. y Lec. 33).
La Ley del Mercado de Valores incluye el concepto de «contraprestación total» para determinar
cuál es el mejor resultado posible para un cliente cuando se ejecutan sus órdenes, prescribiendo
que quienes ejecuten órdenes deberán adoptar todas las medidas suficientes para obtener el
mejor resultado posible para las operaciones de sus clientes teniendo en cuenta el precio, los
costes, la rapidez y probabilidad en la ejecución y liquidación, el volumen, la naturaleza de la
operación y cualquier otro elemento relevante para la ejecución de la orden ( art. 221 LMV).
En el caso de órdenes de clientes minoristas que no hubieran dado instrucciones específicas, el
mejor resultado posible se determinará en términos de contraprestación total, compuesta por el
precio del instrumento financiero y los costes relacionados con la ejecución, considerando todos
los gastos contraídos por el cliente que estén directamente relacionados con la ejecución de la
orden, incluidas las comisiones del centro de ejecución, las de compensación y liquidación o las
satisfechas a terceros implicados en la ejecución de la orden (art. 223.2).
Por otro lado, las empresas y entidades que ejecuten órdenes deben supervisar la efectividad de
sus sistemas y de su política de ejecución de órdenes con objeto de detectar y, en su caso,
corregir cualquier deficiencia. A estos efectos, también deberán comprobar periódicamente si
los centros de ejecución incluidos en su política de ejecución de órdenes proporcionan los
mejores resultados posibles para el cliente o si es necesario introducir cambios, en cuyo caso, de
ser importantes, los notificarán a los clientes con los que tengan una relación profesional estable
( art. 224 LMV).
f) Complemento de las anteriores exigencias, son los especiales requisitos informativos que
deben cumplir las entidades que ejecutan órdenes, que vienen obligadas a informar a sus
clientes sobre su política de ejecución de órdenes, siendo necesario que obtenga su
consentimiento antes de aplicársela ( art. 222 LMV). A estos efectos deben explicar con
claridad, con el suficiente detalle y de modo que pueda ser comprendida fácilmente por los
clientes, cómo ejecutarán las órdenes para el cliente, ajustándose al Reglamento Delegado (UE)
n.º 2017/565. Asimismo, cuando dicha política permita que la entidad ejecute las órdenes al
margen de un centro de negociación, los clientes deberán conocer este extremo, debiendo
prestar su consentimiento previo y expreso –que puede ser general o para cada operación en
particular– antes de proceder a la ejecución de las órdenes fuera de un centro de negociación.
Las entidades deberán comunicar al cliente, tras la ejecución de la operación, el centro en el que
se ha ejecutado la orden y deberán demostrar a los clientes que lo pidan que han ejecutado sus
órdenes de conformidad con la política de ejecución de la empresa ( arts. 221 bis y 222
LMV).
Por otro lado, conforme a lo dispuesto en el Reglamento Delegado (UE) 2017/576, las empresas
de servicios y actividades de inversión que ejecuten órdenes de clientes deberán resumirán y
publicarán con periodicidad anual, respecto a cada clase de instrumento financiero, los cinco
principales centros de ejecución de órdenes, en términos de volúmenes de negociación, en los
que ejecutaron órdenes de clientes en el año anterior, así como información sobre la calidad de
la ejecución obtenida (art. 22 bis).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
C) Los mercados de valores y crédito
Lección 42. El mercado de valores (II). Operaciones y contratos
IV. Contratos de servicios de inversión
14. Gestión de carteras de inversión
La gestión de carteras de inversión es un contrato por el que el gestor (que ha de ser una
empresa de servicios de inversión o una entidad asimilada) se obliga a administrar una cartera o
conjunto determinado de valores negociables e instrumentos financieros pertenecientes a un
tercero (el inversor o cliente), a cambio de una contraprestación que remunera sus servicios.
Su naturaleza jurídica es la de un mandato o comisión. Se rige por los pactos establecidos entre
las partes y por las disposiciones de nuestros Códigos en la materia, aunque no debe olvidarse la
aplicación de la Ley del Mercado de Valores desarrollado, en este punto, por el Real Decreto
217/2008, de 15 de febrero, modificado por el Real Decreto 358/2015, de 8 de mayo y por otros
posteriores. Se trata de un contrato consensual, por lo que no precisa, en principio, de forma
especial alguna para su validez y eficacia. No obstante, en protección del inversor, la normativa
citada impone al gestor la norma de actuación de formalizar las relaciones con el cliente
mediante un contrato-tipo de gestión, que fije los criterios a que ha de sujetarse la gestión de la
cartera, y que ha de haberse sometido a la previa aprobación de la Comisión Nacional del
Mercado de Valores.
La obligación fundamental del gestor es administrar el capital confiado de acuerdo con las
instrucciones recibidas. En todo caso, la gestión debe poder considerarse, de acuerdo con el
artículo 140 d), de la Ley del Mercado de Valores, discrecional: sujeta, por un lado, salvo
supuestos justificados, a los criterios generales de inversión pactados por escrito con el cliente;
pero con la posibilidad para el gestor, por otro, de tomar decisiones, dentro de ese ámbito
general y dejando de lado los supuestos también excepcionales de necesaria autorización previa,
«según su mejor juicio profesional». El gestor, insistimos, no es, en este sentido, un simple
ejecutor de decisiones ya tomadas, ni tampoco un mero asesor financiero, sino un especialista
que presta sus conocimientos y medios para una mejor orientación y administración
propiamente dicha de la cartera.
La obligación de gestión es, naturalmente (otra cosa es que pueda pactarse lo contrario), una
obligación de actividad o medios. El gestor no queda obligado a conseguir un determinado
resultado (beneficios, revalorización de la cartera, etc.), sino a desplegar la diligencia exigible a
quien específica y profesionalmente asume la gestión de unos concretos y determinados
intereses ajenos. Además de diligentemente, el gestor debe desempeñar su labor de manera leal,
defendiendo y anteponiendo, en todo momento, los intereses del cliente a los suyos propios (STS
de 11 de julio de 1998).
Por todo ello, puede entenderse que la Ley del Mercado de Valores prevea que las sociedades
gestoras de carteras no estarán autorizadas a tener fondos o valores de clientes, por lo que, en
ningún caso, podrán colocarse en posición deudora con respecto a sus clientes ( art.
143.4LMV). Asimismo, el Real Decreto 217/2008 (art. 53) establece que, por regla, las sociedades
gestoras de carteras no podrán poseer u ostentar a su nombre ni los fondos ni los instrumentos
financieros puestos a su disposición por sus clientes para su gestión discrecional o que sean el
resultado de dicha gestión.
El gestor está también obligado a rendir cuentas de su gestión, manteniendo informado al
cliente de la marcha de la gestión, y realizando las oportunas liquidaciones de las operaciones
que vaya realizando, sin perjuicio de la rendición general de cuentas que se realice al término
del contrato. Finalizado éste, deberán poner el patrimonio a disposición del cliente en la forma
pactada, pudiendo retener las cantidades que le sean debidas (art. 7 de la Orden y art. 1730
CC).
En punto a la extinción del contrato, puede mencionarse que el contrato suele pactarse por
tiempo indefinido, y que en tal caso cada una de las partes podrá resolverlo unilateralmente
mediante un congruo preaviso. Acaso basándose en la revocabilidad ad nutum del mandato (
art. 1732 CC), la Orden establece que el cliente conservará en todo momento la facultad de
desistir unilateralmente el contrato, incluso si se ha pactado por tiempo determinado, sin
perjuicio del derecho del gestor a percibir las comisiones y gastos pendientes de liquidación y
reembolso.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
1. Introducción
1. INTRODUCCIÓN
La existencia humana se encuentra constantemente amenazada por una serie de riesgos que
acechan a la propia persona o a sus bienes. Ante esta situación, las personas pueden adoptar
una actitud pasiva o de resignación frente a dichos riesgos o bien un comportamiento activo o
de búsqueda de soluciones que permitan evitar o disminuir sus efectos perjudiciales. Surgen así
las técnicas de prevención que, pese a su evolución a través de los tiempos, no han logrado la
desaparición total de los riesgos, por ello no debe extrañarnos que se hayan ensayado otros
mecanismos para lograr que, al menos, no resulten especialmente gravosos, como, por ejemplo,
el desplazamiento del riesgo hacia otras personas o entidades. Esta transferencia del riesgo
puede realizarse de dos maneras diferentes: mediante la asociación de las distintas personas que
están expuestas al mismo riesgo, de modo que cuando una de ellas sufre un siniestro el resto de
los asociados contribuye a su reparación (seguro mutuo), o bien a través del traspaso del
referido riesgo a otra persona que se compromete a asumirlo en su totalidad, a cambio, claro
está, de un precio que pagará la persona que quiere protegerse (seguro a prima). De la
combinación de ambos sistemas ha surgido el seguro moderno, que viene a sumar la
transferencia del riesgo y su reparto entre una serie de personas que se encuentran sometidas a
los mismos riesgos.
En torno a estos elementos se suele formular el concepto económico del seguro, que se asienta
fundamentalmente sobre los siguientes requisitos: que exista un riesgo, esto es, la posibilidad de
que se realice un evento económico desfavorable para el sujeto que se asegura; que haya una
transferencia del riesgo del sujeto que lo sufre a otro que, generalmente, es un empresario
especializado; que dicha transferencia conlleve una distribución del riesgo entre una
colectividad de personas, lo que, desde una óptica empresarial, se suele realizar mediante la
utilización de unas bases técnicas; que la transferencia sea una operación autónoma y no un
efecto secundario de otro tipo de negocio.
Desde un punto de vista jurídico, se puede definir el Derecho del seguro como el conjunto de
normas que regulan las operaciones de seguro y la actividad aseguradora en todos sus aspectos
y manifestaciones. Desde esta perspectiva se puede hablar de un Derecho público del seguro,
que comprendería las normas sobre el control administrativo de la actividad aseguradora, y de
un Derecho privado del seguro, que abarcaría fundamentalmente las normas que regulan el
contrato de seguro.
2. REGULACIÓN LEGAL
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
3. Concepto y caracteres del contrato de seguro
El artículo 1 de la Ley define el contrato de seguro como «aquel por el que el asegurador se obliga,
mediante el cobro de una prima y para el caso de que se produzca el evento cuyo riesgo es objeto de
cobertura, a indemnizar, dentro de los límites pactados, el daño producido al asegurado o a
satisfacer un capital, una renta u otras prestaciones convenidas». Con esta definición se supera el
anacrónico concepto de seguro referido tan sólo a los daños fortuitos ocasionados a los bienes
asegurados, que se contenía en los Códigos Civil y de Comercio, así como la polémica doctrinal
existente entre los partidarios de un concepto unitario del seguro, basado fundamentalmente en
su finalidad indemnizatoria, y los defensores de un concepto dualista de seguro que se refiera
por separado a los seguros de daños, en los que opera la citada finalidad, y a los seguros de
personas, en los que la causa es la mera previsión del que se asegura. Por consiguiente, a la luz
de nuestro Derecho positivo, es posible formular un concepto unitario del seguro, basado en la
idea de que la finalidad esencial del seguro consiste en reparar mediante el pago de una
indemnización el daño sufrido por el asegurado o, dicho en otros términos, que en todo seguro
(incluso en los seguros de vida) la realización del siniestro genera daños al asegurado, cuyas
consecuencias económicas van a ser soportadas por el asegurador en virtud del seguro. En
consecuencia, podemos definir el contrato de seguro como aquel contrato por el que una
persona (asegurador) se obliga, a cambio de una prestación pecuniaria (prima), a indemnizar a
otra (asegurado), dentro de límites convenidos, los daños sufridos por la realización de un
evento incierto.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
4. Elementos del contrato
A. Elementos personales
A. Elementos personales
Los aseguradores son auxiliados, tanto en su actividad de comercialización de los seguros como
en la de preparación y formalización de los contratos de seguro, por otros empresarios, que
reciben genéricamente la denominación de mediadores de seguros. La actividad de mediación de
seguros se regula por la Ley 26/2006, de 17 de julio, de Mediación de Seguros y Reaseguros
Privados. La Ley define la mediación como aquella actividad mercantil consistente en la
presentación, propuesta o realización de trabajos previos a la celebración de un contrato de
seguro o reaseguro, o en la formalización de dichos contratos entre una persona y una compañía
de seguros, así como la actividad posterior de asistencia al tomador del seguro, asegurado o
beneficiario en la ejecución de dichos contratos, especialmente en caso de siniestro (art. 2.1).
Esta actividad queda reservada por ley exclusivamente a los mediadores de seguros, lo que
significa que sólo ellos pueden desarrollarla. La actividad de los mediadores de seguros se
somete a la supervisión y control de la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones
(arts. 47 y ss.). Los mediadores de seguros podrán contratar colaboradores externos para la
distribución de seguros que realizarán fundamentalmente labores de captación de clientela,
actuarán siempre por cuenta de dichos mediadores y no tendrán la condición de mediadores de
seguros (art. 8 LMSRP).
Los mediadores de seguros se clasifican en: 1) Agentes de seguros, que son las personas físicas o
jurídicas que mediante la celebración de un contrato de agencia y la inscripción en un registro
administrativo especial promueven la realización de contratos de seguro para una o varias
compañías aseguradoras (art. 9). Los agentes de seguros, a su vez, pueden ser: Agentes de
seguros exclusivos, cuando desarrollan su actividad para una compañía de seguros (art. 13).
Agentes de seguros vinculados cuando desarrollan su actividad de producción de seguros para
varias compañías de seguros (art. 20). Operadores de banca-seguros, que son las entidades de
crédito y las sociedades mercantiles creadas o controladas por éstas que realizan la actividad de
mediación de seguros para una o varias compañías de seguros utilizando las redes de
distribución de las entidades de crédito. La entidad de crédito sólo podrá poner su red de
distribución a disposición de un único operador de banca-seguros (art. 25.2) Corredores de
seguros, que son las personas físicas o jurídicas que realizan la actividad de mediación de forma
independiente e imparcial y no mantienen vinculación con ninguna entidad aseguradora
determinada (art. 26). Los corredores de seguros deberán figurar inscritos previamente en el
registro administrativo especial de mediadores de seguros. El corredor de seguros está
vinculado con el demandante de un seguro por un contrato de comisión. El corredor de seguros
no podrá percibir de las entidades aseguradoras ninguna retribución distinta a las comisiones.
Las actividades de agente y corredor de seguros son incompatibles entre sí. 3) Corredores de
reaseguros que son las personas físicas o jurídicas que realizan la actividad de mediación en
reaseguros (art. 34). Las relaciones entre los corredores y las entidades reaseguradoras se
someterán al principio de libertad contractual y supletoriamente se regirán por los preceptos
que el Código de Comercio dedica a la comisión mercantil.
b) El asegurado es el titular del interés objeto del seguro, esto es, la persona que se encuentra
amenazada por un riesgo y quiere ponerse a cubierto del mismo mediante un seguro.
c) El tomador del seguro es la persona que contrata con el asegurador y firma con él la póliza del
seguro. Por lo general, suelen coincidir las figuras del tomador del seguro y del asegurado. Lo
normal es que el tomador contrate el seguro por cuenta propia, asumiendo también la posición
jurídica de asegurado, pero también puede ocurrir que contrate el seguro por cuenta ajena, en
cuyo caso esas dos posiciones jurídicas se encarnarán en personas diferentes. Cuando no
coincidan las figuras del tomador del seguro y del asegurado, las obligaciones y los deberes que
derivan del contrato de seguro, incluido el pago de la prima, corresponderán al tomador del
seguro, salvo aquellos que por su especial naturaleza tengan que ser cumplidos necesariamente
por el asegurado. No obstante, el asegurador no podrá rechazar el cumplimiento por el
asegurado de los mencionados deberes y obligaciones. En cambio, los derechos derivados del
contrato de seguro corresponderán al asegurado o, en su caso, al beneficiario.
d) El beneficiario es un tercero en favor del cual se estipula el seguro y, por consiguiente, queda
legitimado para percibir la indemnización.
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
4. Elementos del contrato
B. El riesgo
B. El riesgo
La práctica del seguro ha consagrado por razones técnicas, que se basan fundamentalmente en
la necesidad de evaluar económicamente los riesgos que se aseguran, el principio de la
especialidad o determinación del riesgo consistente en que sólo quedan cubiertos aquellos
riesgos que aparecen especificados en la póliza generalmente en función de un conjunto de
circunstancias de tiempo, lugar y origen del daño (así, por ej., se asegura el riesgo de robo del
automóvil en territorio español y sólo durante un año).
Hay riesgos que, sin embargo, no resultan asegurables por razones técnicas o por razones
jurídicas. Desde el punto de vista jurídico, el carácter de elemento causal propio del riesgo
excluye la posibilidad de asegurar riesgos que recaigan sobre una actividad ilícita o sobre
intereses contrarios a la ley, la moral o el orden público ( art. 1275 del Código Civil), así
como los causados por mala fe del asegurado (art. 19). Con respecto a esta última cuestión hay
que señalar, por una parte, que, aun cuando el precepto se refiere únicamente a la mala fe del
asegurado, la prohibición habrá de extenderse también a la de todos los interesados en el cobro
de la indemnización, como, por ejemplo, el tomador del seguro o los beneficiarios y, por otra,
que, al excluir solamente la mala fe, resultará asegurable la culpa grave o leve del asegurado.
Desde el punto de vista técnico, las dificultades para asegurar un determinado riesgo provienen
normalmente de la dimensión del mismo y de su carácter excepcional o esporádico, porque estas
circunstancias impiden establecer una base estadística que sirva de soporte al seguro y permita
el cálculo de la prima; por esta razón, tradicionalmente se han venido excluyendo de la
cobertura del seguro los llamados riesgos catastróficos (guerra, acciones terroristas, erupciones
volcánicas, terremotos, etc.). Para atender a la cobertura de estos riesgos se ha creado en nuestro
país el Consorcio de Compensación de Seguros (v. Ley 12/2006 que modifica el RDL 7/2004,
que aprueba el Texto Refundido de la Ley 21/1990, de 19 de diciembre, y el RD 300/2004, de
20 de febrero, que aprueba el Reglamento del seguro de riesgos extraordinarios, modificado por
RD 1265/2006, de 8 de noviembre y Real Decreto 1386/2011, de 14 de octubre).
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
4. Elementos del contrato
C. El interés
C. El interés
El objeto del seguro es el interés que tiene el asegurado en el bien expuesto al riesgo. Por interés
ha de entenderse la relación económica existente entre un sujeto y un bien, la cual tiene un
valor cuya disminución o pérdida habrá de ser compensada por la indemnización del seguro.
Así pues, no son las cosas o las personas las que se aseguran, sino los intereses que tenemos
sobre las mismas. En los seguros de daños en las cosas o de enfermedad y accidentes en las
personas, esa relación se advierte claramente; en los seguros de responsabilidad la relación
vendrá determinada por la deuda patrimonial que se genera; finalmente, en los seguros de vida
el interés consistirá en la valoración económica de las consecuencias de la muerte o la
supervivencia de las personas. La concepción del interés como objeto del seguro no aparece
recogida en la Ley de Contrato de Seguro de un modo explícito, pero se desprende de la
redacción de varios artículos (arts. 25 a 33), aunque en otros se hable imprecisamente de cosas o
de objetos asegurados (arts. 35 y 36).
Para que un interés resulte asegurable deberá reunir las siguientes características: ser subjetivo,
tener un valor económico-patrimonial y ser lícito. La falta de un interés genera la nulidad del
seguro (art. 25). Por último, señalaremos que sobre un mismo bien pueden recaer diversos
intereses que pueden ser asegurados separadamente; así, por ejemplo, sobre una vivienda
pueden recaer los intereses del propietario, del arrendatario y del acreedor hipotecario de tal
manera que cada uno de ellos podrá contratar un seguro de incendios que le garantice contra el
riesgo de incendio o de explosión.
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
4. Elementos del contrato
D. La prima
D. La prima
Se denomina prima a la contraprestación que paga el tomador del seguro o el asegurado por el
desplazamiento del riesgo al asegurador. Tiene también la consideración de elemento esencial
del contrato, de forma que no habrá seguro si no se paga la prima.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
5. Conclusión y documentación del contrato
La Ley determina que el contrato de seguro y sus modificaciones o adiciones se consignarán por
escrito, pero no exige explícitamente esa forma para la validez del mismo (art. 5). Esa
circunstancia permite, a nuestro juicio, sostener que se trata de un contrato consensual en el que
la forma escrita cumple una mera función instrumental, dirigida a la prueba y no a la existencia
del contrato, todo ello sin perjuicio de que las partes puedan acordar que el seguro no tomará
efecto en tanto no haya sido firmada la póliza, o bien, como prevé la propia ley, que esos efectos
se retrotraigan al momento en que se presentó la solicitud o se formuló la proposición (art. 6).
El contenido de la póliza viene sustancialmente determinado por la Ley, que exige, de un lado,
que se redacte en cualquiera de las lenguas españolas oficiales en el lugar donde se formalice, a
elección del tomador del seguro y, de otro, que se hagan constar en la póliza, como mínimo, los
siguientes datos: a) La identificación de los contratantes y, en su caso, la del asegurado y del
beneficiario. b) La identificación del interés asegurado o el concepto en el cual se asegura. c) La
determinación del riesgo cubierto, decribiendo de forma clara las garantías y coberturas
otorgadas en el contrato y las exclusones y limitaciones que las afecten destacadas
tipográficamente. d) La designación de los objetos asegurados y su situación. e) La suma
asegurada. f) El importe de las primas, la fecha de su vencimiento y lugar de pago. g) La
duración del contrato. h) El nombre de los agentes mediadores que intervengan en el contrato
(art. 8).
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
6. Contenido del contrato
A. Obligaciones del tomador
a) Deber de declarar el riesgo. Antes de la conclusión del contrato, el tomador del seguro debe
declarar al asegurador todas las circunstancias por él conocidas que puedan influir en la
valoración del riesgo (art. 10). Generalmente este deber se cumplimenta rellenando un
cuestionario elaborado por el asegurador; si este último no presentara ningún cuestionario el
tomador quedará exonerado de tal deber. La exoneración operará también con respecto a las
circunstancias que, pese a influir en la valoración del riesgo, no están en el cuestionario. En caso
de que el tomador no comunicara todos los datos (reticencia) o los comunicara de forma
inexacta, el asegurador podrá resolver el contrato en el plazo de un mes, haciendo suyas las
primas correspondientes al período de seguro en curso (art. 10, párrafo 2). Si el siniestro
sobreviniere antes de que el asegurador procediera a la resolución del contrato, los efectos serán
diferentes dependiendo de si hubo dolo o culpa grave por parte del tomador del seguro. Así, de
mediar dolo o culpa grave del tomador, el asegurador quedará liberado del pago de la
indemnización; en caso contrario, se reducirá la indemnización en proporción a la diferencia
entre la prima convenida y la que se hubiera aplicado de haberse conocido la verdadera entidad
del riesgo (art. 10, párrafo 3).
b) Pago de la prima. La obligación principal del tomador del seguro es pagar una prima como
contraprestación del riesgo asumido por el asegurador.
La prima, que se determina según criterios técnicos, se paga anticipadamente (arts. 14 y 15) y es
indivisible, de modo que la perteneciente a cada período temporal del seguro corresponderá
íntegramente al asegurador, el cual no vendrá obligado a devolverla aunque se resuelva el
contrato o se suspenda por cualquier causa la cobertura del seguro.
La prima puede ser única o periódica. Se habla de prima única cuando se fija su importe para
toda la duración del seguro y se paga de una sola vez, y de prima periódica cuando el importe de
la prima se establece en función de períodos regulares de tiempo como, por ejemplo,
quinquenios, anualidades, semestres, etc., y el pago se efectúa de modo sucesivo a su
vencimiento. No hay que confundir estos conceptos con la figura del fraccionamiento del pago
de la prima, que es una posibilidad que las compañías de seguros ofrecen a los asegurados para
facilitar su pago, permitiendo, por ejemplo, que la prima anual se pague por meses o por
trimestres.
Los efectos del impago de la prima dependerán de la modalidad de la misma y de la actitud del
tomador del seguro. El impago de la prima única o de la primera de las primas periódicas por
culpa del tomador del seguro permitirá al asegurador resolver el contrato o bien exigir el pago
por vía ejecutiva y, si en ese tiempo se produjera el siniestro, el asegurador quedará liberado de
su obligación, salvo pacto en contrario. El impago de las primas sucesivas producirá la
suspensión de la cobertura del seguro una vez transcurrido el plazo de gracia de un mes a
contar de su vencimiento y, si el asegurador no reclamara el pago dentro de los seis meses
siguientes al vencimiento de la prima, el contrato quedará extinguido. Por último, si pese al
impago de la prima, el contrato no hubiera sido resuelto o no se hubiera extinguido, la cobertura
volverá a tener efecto a las veinticuatro horas del día en que el tomador pagara la prima (art.
15).
c) Además de las anteriores, la Ley y las pólizas establecen otros deberes a cargo del tomador o
del asegurado. Así, con anterioridad a la realización del siniestro, deberá dar cuenta al
asegurador de los demás seguros que celebre sobre los mismos riesgos e intereses (art. 32) y de
las circunstancias que impliquen una agravación o aumento del riesgo, salvo en el caso de los
seguros de personas en los que no habrá que comunicar las modificaciones del estado de salud
del asegurado que, en ningún caso se considerarán agravación del riesgo (art. 11); y, una vez
sobrevenido el siniestro, deberá comunicar al asegurador la realización del mismo, para lo cual
dispone de un plazo de siete días a contar del momento de su conocimiento (art. 16), transmitir
al asegurador toda la información disponible sobre el siniestro y tomar cuantas medidas sean
factibles para aminorar las consecuencias del siniestro y salvar los bienes asegurados (art. 17).
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
6. Contenido del contrato
B. Obligaciones del asegurador
a) La principal obligación del asegurador es ofrecer una garantía frente al riesgo. Esta obligación
presenta como característica el mantenerse como abstracta durante la vida del contrato y
materializarse sólo cuando se produce el siniestro. Para hacer frente a esta obligación, la
legislación de ordenación y supervisión impone a las empresas aseguradoras la realización de
provisiones técnicas, la disposición de un margen de solvencia y la constitución de un fondo de
garantía.
Pero para que surja la obligación de indemnizar deberán concurrir los siguientes presupuestos:
la existencia de un contrato de seguro válido cuya cobertura esté en vigor; el acaecimiento de un
evento que expresamente se contemple entre los riesgos asegurados y no figure entre los
excluidos; la producción de un daño al interés asegurado; la presencia de un nexo causal entre el
evento y el daño. Constatados dichos presupuestos, la cuantía de la prestación del asegurador
dependerá del daño sufrido por el asegurado y de la suma asegurada estipulada en el contrato.
Su determinación no planteará problemas en los supuestos de seguros en los que, como se ha
indicado con anterioridad, el valor del interés se calcula a tanto alzado; no sucederá lo mismo,
sin embargo, en aquellos otros en los que el cálculo se realiza en función del valor real,
especialmente cuando se presenten casos de sobreseguro e infraseguro. En los primeros, como el
daño siempre es total y se trata de seguros plenos, el montante de la indemnización vendrá
determinado por la suma asegurada. En cambio, en los segundos, el importe de la
indemnización vendrá determinado, dentro del límite máximo de la suma asegurada, por la
entidad real del daño sufrido y la proporción en que se encuentre el valor del interés asegurado
con la suma asegurada (art. 30).
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
7. Duración del contrato, prescripción y fuero judicial
Por duración del contrato se entiende todo el tiempo de subsistencia de la relación de seguro. La
Ley, salvo casos excepcionales (como sucede en el seguro del automóvil), no fija el tiempo de
duración de los contratos de seguro, dejando esta cuestión al arbitrio de las partes, pero
exigiendo, en cambio, que se haga constar en la póliza. Generalmente la duración del contrato se
divide en períodos de tiempo iguales, a cada uno de los cuales corresponde el pago de una
prima, algo que no significa el fraccionamiento de la duración del seguro, pues el contrato sigue
siendo único. Por otra parte, establece un plazo máximo de duración de diez años aplicable a
todas las modalidades de seguro con la salvedad del seguro de vida (art. 22). Terminado el plazo
de vigencia de un contrato, éste podrá prorrogarse una o más veces por un período de tiempo no
superior a un año cada vez, si así se establece expresamente; las partes pueden oponerse a la
prórroga mediante una comunicación escrita dirigida a la otra parte, realizada con un plazo de,
al menos, un mes de antelación a la finalización del período de seguro en curso si el que se
opone es el tomador y de dos meses si es el asegurador. El asegurador deberá notificar al
tomador toda modificación del contrato de seguro al menos con dos meses de antelación a la
conclusión del período en curso. Las condiciones y plazos de oposición a la prórroga o su
inoponibilidad deberán destacarse en la póliza. Estas disposiciones no serán de aplicación a los
seguros de vida, en cuanto sean incompatibles con su propia regulación. Finalmente hay que
indicar que el contrato de seguro se extinguirá por las siguientes causas: vencimiento del
término, realización de un siniestro que motive el pago de la indemnización, cesación del riesgo,
acuerdo de las partes o resolución unilateral motivada por incumplimiento de las partes,
alteración de la naturaleza de las cosas o de las circunstancias del riesgo y concurso o
liquidación del asegurador.
Las acciones que derivan del contrato de seguro prescribirán a los dos años si se trata de seguro
de daños y a los cinco si se trata de seguro de personas (art. 23). Estos plazos empezarán a
contarse desde el momento en que pudieron ejercitarse. Con respecto a la interrupción de la
prescripción, se estará a lo dispuesto en el artículo 944 del Código de Comercio.
El fuero judicial vendrá determinado por el domicilio del asegurado, siendo nulo todo pacto en
contrario (art. 24).
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Lección 43. Los contratos de seguro
I. El contrato de seguro en general
8. Modalidades del seguro
La Ley de Contrato de Seguro se refiere únicamente a dos modalidades: los seguros contra daños
y los seguros de personas.
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
II. Seguros de daños
9. Concepto y clases
9. CONCEPTO Y CLASES
Bajo esta denominación genérica, la Ley de Contrato de Seguro regula nueve modalidades de
seguro: incendios, robo, transportes terrestres, lucro cesante, caución, crédito, responsabilidad
civil, defensa jurídica y reaseguro. Todos ellos son seguros de indemnización objetiva en los que
el importe de la indemnización se determina después del siniestro en función del daño
patrimonial realmente sufrido por el asegurado. En los tres primeros (seguros de cosas en
sentido estricto), el interés asegurado recae directamente sobre cosas concretas y determinadas;
en los otros (seguros de patrimonio), el interés que se asegura afecta al patrimonio general del
asegurado en lugar de a bienes concretos y determinados.
Pero además de estos tipos concretos de seguros de daños que se regulan en la Ley de Contrato
de Seguro, existen otras modalidades, reguladas en normas especiales, que también entran en
esa categoría genérica, como los seguros agrícolas, los seguros de automóviles o el seguro de
responsabilidad por riesgo nuclear.
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Lección 43. Los contratos de seguro
II. Seguros de daños
10. Disposiciones especiales en materia de seguros contra daños
Se engloban bajo este epígrafe una serie de cuestiones que o bien son de carácter general, como,
por ejemplo, la aplicación del principio indemnizatorio o el procedimiento de valoración de los
daños, o bien afectan a determinadas situaciones concretas que pueden darse en esta modalidad
de seguro, tales como la subrogación del asegurador, la transmisión de la cosa asegurada o la
especial situación en la que se encuentran determinados acreedores privilegiados.
En el seguro de daños el interés cobra una especial relevancia porque, al ser un seguro de los
llamados de indemnización objetiva, se basa primordialmente en el principio indemnizatorio,
según el cual el seguro no puede ser nunca objeto de enriquecimiento para el asegurado.
Sin embargo, considerando que las cualidades personales de las partes intervinientes en el
contrato pueden también tener una influencia decisiva sobre las circunstancias contractuales,
especialmente en relación con el manejo del riesgo por parte del asegurado y con la solvencia
del asegurador, se concede a ambos la facultad de resolver el contrato. De este modo, el
asegurador podrá rescindir el contrato dentro de los quince días siguientes a aquel en que tenga
conocimiento de la realización de la transmisión; por su parte, el adquirente de la cosa
asegurada también podrá rescindir el contrato si lo comunica por escrito al asegurador en el
plazo de quince días a contar del conocimiento de la existencia del seguro (art. 35). Estas normas
se aplicarán también en los casos de muerte y concurso de acreedores del tomador del seguro o
del asegurado (art. 37).
c) Posición de los acreedores con garantía real y privilegiados. La Ley ha establecido un sistema
de protección del interés de los acreedores hipotecarios, pignoraticios o privilegiados sobre los
bienes especialmente afectos al pago de sus créditos cuando aquéllos se encuentren asegurados,
consistente en extender sus derechos sobre dichos bienes a las indemnizaciones que satisfaga el
asegurador a sus respectivos propietarios, de modo que el asegurador no podrá pagar la
indemnización sin el consentimiento expreso de dichos acreedores (art. 40). A estos efectos, el
tomador del seguro o el asegurado deberán comunicar al asegurador la constitución de la
hipoteca, prenda o privilegio cuando tuvieran conocimiento de su existencia.
Además, el asegurador deberá notificar a los citados acreedores el impago de las primas por
parte del tomador del seguro o del asegurado para que aquéllos puedan hacerlas efectivas para
mantener vigente el contrato de seguro, incluso frente a la oposición de éstos. En este caso, la
extinción del contrato de seguro no será oponible frente a este tipo de acreedores hasta después
de transcurrido un mes desde que se les comunicó el hecho que motivó la extinción (art. 41).
d) Liquidación del siniestro y valoración del daño. Como consecuencia de la aplicación del
principio indemnizatorio a esta categoría de seguros, para poder proceder a la liquidación del
siniestro es preciso determinar previamente los daños realmente sufridos y la cuantía de las
indemnizaciones que correspondan. Esta determinación se realiza a través de un procedimiento
especial regulado en el artículo 38 de la Ley, que se describe a continuación:
- Una vez acaecido el siniestro y notificado en tiempo y forma al asegurador, el tomador del
seguro o el asegurado deberán comunicar por escrito al asegurador, en el plazo de cinco
días, la relación de los objetos asegurados existentes en el momento del siniestro, la relación
de los salvados y una estimación de los daños. Si las partes llegan a un acuerdo sobre el
importe y la forma de pago de la indemnización, el asegurador deberá cumplir su prestación
de inmediato.
El asegurador no podrá subrogarse contra el propio asegurado, contra las personas por quienes
deba responder civilmente según el artículo 1903 del Código Civil, ni tampoco contra sus
parientes o las personas que convivan con él; pero estas exclusiones no tendrán efecto si la
responsabilidad procede de una conducta dolosa o cuando se trate de un seguro de
responsabilidad (art. 43.3).
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Lección 43. Los contratos de seguro
II. Seguros de daños
11. Seguro de responsabilidad civil
Otras peculiaridades de esta modalidad de seguro son: que se imponen al asegurado, además de
la obligación de pagar la prima y del deber de notificar el siniestro, otros tres deberes
específicos: ceder al asegurador la dirección jurídica frente a la reclamación judicial o
extrajudicial, abstenerse de reconocer en cualquier forma su responsabilidad y cooperar con el
asegurador en las cuestiones relacionadas con el siniestro (art. 74); y que se impone al
asegurador el pago directo a la víctima del daño. En efecto, el perjudicado o sus herederos
tendrán acción directa contra el asegurador para exigirle el cumplimiento de la obligación de
indemnizar, sin perjuicio del derecho del asegurador a repetir contra el asegurado en el caso de
que el daño causado al tercero sea debido a una conducta dolosa de aquél (art. 76). Esta acción
es inmune a las excepciones que puedan corresponder al asegurador frente al asegurado, no
obstante, el asegurador podrá oponer la culpa exclusiva de la víctima y las excepciones
personales que pudiera tener contra ella. A los efectos del ejercicio de la acción directa, el
asegurado está obligado a manifestar al tercero perjudicado o a sus herederos la existencia del
contrato de seguro y su contenido.
Por último, la Ley 20/2015 ha derogado el artículo 75 LCS que establecía la obligatoriedad
de contratar un seguro de responsabilidad civil para el ejercicio de aquellas actividades que el
Gobierno determinara en razón de su especial peligrosidad y ha regulado esta materia en una
nueva norma que se contiene en la Disposición adicional segunda, que impone la exigencia de
una norma con rango de ley para el establecimiento de los seguros obligatorios y establece un
registro de los mismos a efectos informativos que gestionará el Consorcio de Compensación de
Seguros. Entre los seguros obligatorios podemos citar los siguientes: automóvil, riesgo nuclear,
caza, contaminación marina por hidrocarburos, navegación aérea, propiedad de perros
peligrosos, etc.
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Lección 43. Los contratos de seguro
III. Seguros de personas
12. Concepto y disposiciones especiales de los seguros de personas
Los seguros de personas tienen como finalidad la cobertura de riesgos relativos a la persona
humana. Unas veces el riesgo consiste en la posibilidad de un evento que afecte a la existencia
misma del asegurado (seguro de vida), mientras que otras consiste en la posibilidad de que el
asegurado sufra lesiones corporales debidas a causa violenta y externa (seguro de accidentes) o
un quebranto de su salud (seguro de enfermedad). Con carácter general para todos estos
seguros, la vigente Ley de Contrato de Seguro establece dos concretas prescripciones: la primera,
que el contrato puede celebrarse con referencia a riesgos relativos a una persona o a un grupo
de ellas, que deberá estar definido por alguna característica común extraña al propósito de
asegurarse (art. 81); la segunda, que el asegurador, aun después de pagada la indemnización, no
podrá subrogarse en los derechos que en su caso correspondan al asegurado contra un tercero
como consecuencia del siniestro, a excepción de lo relativo a los gastos de asistencia sanitaria
(art. 82).
La Ley 20/2015, ha añadido una nueva sección quinta al título tercero denominada «seguros de
decesos y dependencia» (Disposición final primera, cuatro), que regula estas modalidades de
seguro e incorpora una nueva norma que establece la libre elección del prestador de servicios
en los seguros de asistencia sanitaria, dependencia y decesos (artículo 106 quáter LCS).
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Lección 43. Los contratos de seguro
III. Seguros de personas
13. Seguro de vida
El seguro de vida es aquel en que el asegurador, a cambio de una prima única o periódica, se
obliga a satisfacer al tomador del seguro o a la persona que éste designe, un capital o una renta
cuando el asegurado fallezca o alcance determinada edad.
Las principales modalidades de seguro de vida son: el seguro para el caso de muerte, en el que la
obligación del asegurador está subordinada a la muerte del asegurado (obligación a término
incierto); el seguro para el caso de sobrevivencia, en el que la obligación del asegurador está
subordinada al hecho de que el asegurado continúe con vida a una determinada edad o fecha
(obligación condicional), y el seguro mixto, que combina los dos anteriores, haciendo que la
obligación del asegurador quede subordinada a la muerte o a la sobrevivencia del asegurado.
a) En relación con la perfección del contrato, la Ley concede al tomador del seguro un derecho a
la resolución unilateral del contrato sin indicación de los motivos y sin penalización alguna en el
plazo de treinta días a partir de la entrega de la póliza o documento de cobertura provisional,
aunque limitado a los contratos individuales de duración superior a seis meses [art. 83. a)]. Si se
trata de contratación a distancia habrá que estar a lo dispuesto en la Ley 22/2007, de 11 de
julio, a la que anteriormente se ha hecho referencia (art. 10).
b) En cuanto a los elementos personales, hay que destacar la especial regulación de las figuras del
asegurado y del beneficiario. El asegurado es, en este caso, la persona sobre cuya vida o cabeza
se establece el seguro; es decir, la persona cuya muerte o sobrevivencia obliga al asegurador a
satisfacer el capital o renta asegurados; a estos efectos, el seguro podrá estipularse sobre la vida
propia o la de un tercero, tanto para caso de muerte como para caso de supervivencia, pero, en
los seguros para caso de muerte, si son distintas las personas del tomador del seguro y del
asegurado, será preciso el consentimiento escrito de éste para la validez del seguro, salvo que
pueda presumirse de otra forma su interés por la existencia del seguro (art. 83). El beneficiario es
la persona a favor de la cual se contrata el seguro y, por consiguiente, la que habrá de percibir
del asegurador el capital o renta asegurados. El beneficiario ocupa una posición jurídica
singular porque, aunque no es parte del contrato, adquiere un derecho propio, nacido del mismo
y no vinculado a la posición del tomador que le designó (art. 88). La designación del beneficiario
deberá hacerse en la póliza, bien de forma nominativa o bien determinándole de algún otro
modo (art. 85). Ahora bien, la designación de beneficiario no hace nacer en favor de éste un
derecho definitivo, sino sometido a la condición de que su designación no sea revocada por el
tomador antes de que se produzca el hecho del cual depende el pago del capital o renta. El
tomador del seguro podrá modificar la designación del beneficiario anteriormente realizada sin
necesidad del consentimiento del asegurador, haciendo nueva designación bien sea en la propia
póliza, en una posterior declaración escrita comunicada al asegurador o en testamento (art. 84).
El tomador podrá renunciar, sin embargo, a la facultad de cambiar el beneficiario, haciendo la
designación del mismo en la póliza con carácter irrevocable, lo que supondrá también la pérdida
de los derechos de rescate, anticipo, reducción y pignoración de la póliza (art. 87).
c) La prima del seguro de vida se calcula técnicamente sobre la base estadística de tablas de
mortalidad. Ahora bien, como el riesgo en este tipo de seguros no es constante, sino que va en
aumento a medida que transcurre el tiempo y se acerca la muerte del asegurado o la fecha
prevista para el pago de la renta o del capital asegurado, las primas, que se establecen en
función del riesgo realmente corrido, deberían ser muy bajas en los primeros años y muy
elevadas en los años próximos al acaecimiento del siniestro, lo que dificultaría su pago. Sin
embargo, para facilitar la contratación de estos seguros, la práctica ha generalizado el sistema de
pago de una prima uniforme durante toda la vigencia del contrato, para lograr lo cual se
establece una forma de cálculo consistente en que en los primeros años el seguro cubra con
exceso el riesgo corrido, para que los excedentes de prima, capitalizados y convenientemente
invertidos, permitan compensar en el futuro el déficit que necesariamente se producirá al
aumentar el riesgo y permanecer la prima invariable. Los excedentes de primas
correspondientes a la parte de riesgo no corrido forman la llamada reserva matemática de cada
contrato.
La reducción del seguro consiste en que la falta de pago de la prima una vez transcurrido el plazo
previsto en la póliza (que no podrá ser superior a dos años desde la conclusión del contrato) en
lugar de la resolución del contrato, producirá la reducción del seguro (art. 95). Con la reducción
el seguro continúa en vigor, pero sólo por el importe que corresponda a la reserva matemática
del contrato, según la tabla de valores que aparece en la póliza. La reducción procederá
igualmente cuando lo solicite el tomador del seguro, transcurrido el citado plazo. El rescate de la
póliza consiste en la facultad del tomador del seguro de denunciar el contrato percibiendo del
asegurador el importe de la correspondiente reserva matemática (art. 96). También es práctica
generalizada en el seguro de vida que los aseguradores concedan anticipos a cuenta de la suma
asegurada hasta un determinado porcentaje del valor de rescate que corresponda a la póliza en
el momento de la solicitud (art. 97). Finalmente, el tomador podrá ceder o pignorar la póliza en
cualquier momento, siempre que no haya sido designado beneficiario con carácter irrevocable
(art. 99). La cesión transmite al cesionario los derechos derivados de aquélla. La prenda de la
póliza es una operación por virtud de la cual el deudor garantiza el pago de su deuda con el
capital o suma asegurada.
El reaseguro es una modalidad de seguro que cubre el riesgo que asumen los aseguradores al
estipular los contratos de seguro directo con sus clientes. La Ley de Contrato de Seguro define al
reaseguro como aquel contrato por el que una de las partes (reasegurador) se obliga a reparar,
dentro de los límites establecidos en la Ley y en el contrato, el daño patrimonial sufrido por la
otra parte (reasegurado o asegurador directo) a consecuencia del pago de una indemnización
derivada de un contrato de seguro (art. 77). Su finalidad es resarcir el daño patrimonial que
experimenta el asegurador directo al producirse el evento que le obliga a indemnizar a su
asegurado. En este sentido, se trata de una modalidad de seguro que puede encuadrarse entre
los seguros de daños.
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D) El mercado del riesgo
Lección 43. Los contratos de seguro
IV. Reaseguro
15. Contenido del contrato
La Ley de Contrato de Seguro apenas contiene normas dedicadas al reaseguro. Este hecho se
explica porque se trata de un contrato que se celebra siempre entre aseguradores, es decir, entre
profesionales del sector, que no necesitan ni una detallada reglamentación ni una especial
protección. Impera, pues, el principio de la autonomía de la voluntad y, por consiguiente, este
tipo de contratos se regirán por los pactos estipulados por las partes y, en su defecto, por el
Derecho consuetudinario representado generalmente por los usos establecidos por la práctica
internacional. Estos usos han dado lugar a cuatro principios básicos: el principio de suerte
común, según el cual los reaseguradores quedan obligados a seguir la suerte que corra el
asegurador directo; el principio de cuenta corriente por lo que se refiere al pago o liquidación de
las primas y comisiones; el principio de pago simultáneo o al instante de los siniestros, lo que
significa que el reasegurador, tan pronto como reciba una reclamación del asegurador directo
basada en el pago de una indemnización por siniestro, está obligado a indemnizarle, y,
finalmente, el principio de sometimiento a arbitraje para la resolución de conflictos entre las
partes.
El reaseguro, como los demás seguros, debe consignarse por escrito en documento firmado por
ambos contratantes. Pero el documento no suele denominarse póliza, sino convenio o tratado.
En dicho documento figurarán, por lo general, los datos relativos a las partes, la naturaleza de
los riesgos cubiertos, la modalidad adoptada para el reaseguro, la participación asumida por el
reasegurador y la parte de riesgo retenida por el cedente o asegurador directo, las condiciones
económicas del contrato, la fecha de efectos y plazo de duración y las condiciones para su
denuncia o rescisión.
En un sentido muy amplio, con el término de garantía se alude a cualquier medio jurídico que
asegure el cumplimiento de una obligación por parte del deudor, evitando el perjuicio que su
incumplimiento pueda ocasionar al acreedor. Desde esta perspectiva, son o constituyen garantía
todos los instrumentos de tutela, legales o convencionales, que el ordenamiento jurídico pone a
tal fin a disposición del acreedor o, en términos aún más generales, del titular de un derecho
subjetivo. En un sentido estricto o técnico, se entiende, sin embargo, por garantía un nuevo
derecho, distinto del principal o garantizado (que, de suyo, puede ser común o privilegiado, es
decir, dotado per se de especiales facultades o prerrogativas para facilitar su efectividad. v.
arts. 1921 y ss. CC y 90 LC), constituido convencionalmente con la finalidad de asegurar, en
última instancia, por otras vías, por medio del nuevo derecho, la satisfacción del interés del
sujeto activo o acreedor.
En el ámbito que nos es más próximo, que es el Derecho patrimonial, existe una gran diversidad
de derechos de garantía de distinto contenido y alcance, regulados en muy distintas fuentes
legales: en los Códigos Civil y de Comercio, ante todo, pero también en leyes especiales estatales (
Ley Hipotecaria, Ley de Prenda sin Desplazamiento e Hipotecas Mobiliarias, de 16 de
diciembre de 1954, etc.) o autonómicas (la Compilación Navarra o la Ley 5/2006, de 10 de
mayo, del Libro Quinto del Código Civil de Catalunya, relativo a los derechos reales). Aunque la
materia no es propiamente de la competencia de nuestra disciplina, cabe señalar que todos ellos
pueden agruparse en la summa divisio de las garantías personales, cuyo paradigma es la fianza, y
de las garantías reales, que encuentran en la prenda y en la hipoteca sus manifestaciones más
destacadas. En el primer caso, el derecho de garantía es un derecho relativo o personal por el
que resulta obligado o responsabilizado un tercero que, de forma gratuita o remunerada,
vincula su patrimonio a la satisfacción del interés del acreedor. En el segundo, el derecho de
garantía, también constituido por un tercero o incluso por el mismo deudor, es, por el contrario,
un derecho absoluto o real que, como tal, confiere al acreedor no ya la vinculación de un nuevo
patrimonio, sino la afección o gravamen de una cosa o bien determinado, otorgando al acreedor
un poder o señorío directo e inmediato sobre la misma que, entre otras facultades, confiere al
acreedor el ius distrahendi o derecho de realización del valor de la cosa dada en garantía para
así, en su caso, conseguir el pago.
Las garantías son muy frecuentes en el tráfico empresarial que descansa, en gran medida, en el
crédito, y llegan a constituir un elemento habitual, casi connatural, de algunas transacciones
financieras. Por ello, aunque no quepa hablar de un específico derecho o régimen de las
garantías mercantiles o de que éstas sean sustancialmente diferentes de las civiles, pueden
destacarse algunas singularidades o particularidades que sí cabe denominar «mercantiles», pues
son la respuesta práctica o legislativa a especiales necesidades o condiciones del tráfico
empresarial; y que son las que justifican precisamente su tratamiento por nuestra parte,
remitiéndonos en todo lo demás a las aportaciones de la doctrina civil o especializada en esta
materia.
Por último, antes de abordar su estudio, ha de recordarse que en los contratos de garantía se
reproducen, por otra parte, algunos de los problemas de protección de la «parte débil» del
contrato que ya han sido analizados en esta obra. El papel protagonista que en su contratación
asumen las entidades de crédito, sobre todo en su condición de acreedores profesionales
beneficiarios de las garantías, determina que, en numerosas ocasiones, estos contratos se
realicen utilizando condiciones generales predispuestas por la entidad, afecten a contrapartes
sin el suficiente poder contractual o que, incluso, puedan considerarse consumidores, por lo que
también en este campo el viejo aserto qui dit contractuel, dit juste debe ser atemperado, en su
caso, con la aplicación de las normas tuitivas que correspondan.
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
2. Consideración general
2. CONSIDERACIÓN GENERAL
En el campo de las garantías personales, el Código de Comercio dedicó algunos preceptos a los
«afianzamientos mercantiles» (arts. 439 y ss.), pero más importante que tal circunstancia es el
hecho de que la práctica mercantil viene modelando y adoptando la figura básica de la fianza a
muy distintas exigencias. En unas ocasiones, se procede a alterar sus rasgos para proporcionar
al derecho del acreedor una garantía más enérgica. Se constituyen así garantías que, por
comparación a la configuración legal del tipo básico de la fianza, pueden denominarse garantías
fuertes o cualificadas como el aval cambiario (v. Lec. 46), la misma fianza solidaria o las
modernas garantías a «primera demanda» o «requerimiento», figuras que, en unión de otros
supuestos diversos como el crédito documentario o el seguro de caución, cierta jurisprudencia
ha pretendido englobar en ocasiones bajo un nuevo tipo o concepto de aval (SSTS de 7 de
septiembre de 1968, 21 de marzo de 1980 y 8 de julio de 1983, entre otras) tan lato, en efecto,
como heterogéneo y carente de precisión. Otras veces se asiste, por el contrario, al fenómeno
inverso, pues quien constituye la garantía trata de limitar o disminuir su compromiso y
responsabilidad, creándose garantías, como ocurre en el caso de las denominadas confort letters
o «cartas de patrocinio», que cabe calificar como débiles también en relación con la fianza.
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
3. El contrato de fianza
A. Concepto y carácter mercantil
El Código de Comercio no define el contrato de fianza, por lo que a tal fin ha de acudirse al
Código Civil, que lo conceptúa como aquel por el que una persona (el fiador) se obliga a pagar o
cumplir por un tercero, en el caso de no hacerlo éste (art. 1822).
Así las cosas, se justifica también que limitemos nuestro análisis, bien a esas especiales normas
mercantiles, bien a algunas cuestiones que suelen plantearse exclusivamente o, al menos, con
frecuencia en la práctica mercantil del afianzamiento, remitiendo, como ya hemos advertido, el
estudio de los demás aspectos de interés a las obras generales sobre el contrato de fianza.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
3. El contrato de fianza
B. Conclusión del contrato
A diferencia de la fianza civil, que no requiere formalidad alguna con tal de que sea expresa (
art. 1827 CC), el artículo 440 del Código de Comercio dispone que la mercantil «deberá
constar por escrito, sin lo cual no tendrá valor ni efecto». No se trata, pues, de una exigencia de
forma ad probationem, sino ad solemnitatem. El afianzamiento mercantil es, en definitiva, un
contrato formal. Pero esa exigencia formal queda cumplida tanto si la declaración escrita se
recoge en póliza o escritura pública autorizada por notario, como suele ocurrir en el tráfico
mercantil a los efectos de dotarla de los beneficios inherentes a esta clase de documentos
(autenticidad, certeza de la fecha, fuerza ejecutiva, etc.), cuanto si se plasma en un documento
privado, que, por otra parte, puede ser el mismo contrato principal cuyo cumplimiento se
garantiza, un documento separado o incluso una simple carta dirigida por el fiador al acreedor
(v. STS de 17 de noviembre de 1998, que admite la eficacia de la aceptación tácita de la fianza, así
como la más antigua de 8 de octubre de 1986, que admitió la renovación de una fianza en
méritos de un consentimiento tácito). Más aún, la norma del artículo 440 del Código debe ser
entendida, respetando su finalidad, que no es sino la de dar certeza a la constitución de la
relación de fianza, de acuerdo con la realidad social del tiempo en que se aplica ( art. 3 CC),
aceptando como expresión escrita suficiente para la constitución de la fianza la que pueda
producirse mediante modernos medios telemáticos que, sin embargo, no utilizan el soporte de
papel (v. al respecto las SSTS de 3 de noviembre de 1997 y de 6 de octubre de 2005 sobre el
concepto de documento, y recuérdese también el reconocimiento general de que ya goza en
nuestro ordenamiento la firma electrónica en virtud de la Ley 59/2003, de 19 de diciembre,
modificada parcialmente por la Ley 56/2007, de 28 de diciembre y por la Ley 9/2014, de 9 de
mayo, por la Ley 25/2015, de 28 de julio, y por la por Ley 39/2015, de 1 de octubre).
Conviene precisar también que la constancia escrita se requiere para la validez y eficacia de la
relación de fianza propiamente dicha, que es la que liga al fiador con el acreedor beneficiario de
la garantía, no, en cambio, para la de mandato u otra que explique y justifique la intervención
del fiador garantizando el cumplimiento del deudor, relación (denominada de «cobertura») que,
en cuanto a la forma, quedará sujeta a las reglas que en cada caso le sean aplicables.
Aunque la fianza puede ser espontánea y prestarse sin consentimiento y aun sin conocimiento
del deudor (arts. 838 in fine y 1823 CC), lo habitual, al menos en el tráfico mercantil, es que la
intervención del fiador se produzca a requerimiento o solicitud del deudor, que atiende así, a su
vez, una exigencia o condición previamente impuesta por el acreedor. Es en este contexto donde
debe situarse el artículo 441 del Código de Comercio que, de manera acaso paradójica desde la
perspectiva actual y al igual que en el caso del préstamo (art. 319), establece que el
afianzamiento mercantil será gratuito, salvo pacto en contrario (v. STS de 18 de noviembre de
1988 que, por el contrario, invierte la presunción cuando el fiador es una entidad de crédito).
Interesa, por otra parte, destacar que en los afianzamientos mercantiles, en particular en
aquellos prestados en favor de entidades de crédito, es muy frecuente la existencia de una
pluralidad de fiadores para reforzar aún más el derecho del acreedor. Esta configuración plural
de la fianza puede responder, sin embargo, a distintos principios. Puede ocurrir que distintos
fiadores garanticen independientemente, sin que exista ninguna relación entre ellos, la
obligación del deudor frente al acreedor. En tal caso, cada fiador responde frente a este último
como si fuera un fiador único, y no podrá repetir contra los otros fiadores. Es, sin embargo, más
frecuente que la pluralidad de fiadores se organice como una cofianza, es decir, con el
establecimiento de una única obligación de garantía asumida (solidaria o mancomunadamente)
por una pluralidad de personas. En este supuesto, cabrá, por el contrario, la repetición del que
haya pagado más de la parte que proporcionalmente le corresponda satisfacer ( art. 1844 CC).
Distinta de las hipótesis anteriores es la subfianza, es decir, la fianza que garantiza el
cumplimiento no ya del deudor principal, sino del propio fiador ( art. 1846 CC).
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
3. El contrato de fianza
C. Objeto de la fianza
C. Objeto de la fianza
Es el mismo que el de la obligación principal garantizada. No puede ser distinto, ni más extenso.
Como señala el Código Civil en el artículo 1826, «el fiador puede obligarse a menos, pero no a
más que el deudor principal, tanto en la cantidad como en lo oneroso de las condiciones». No
obstante, si la fianza fuera simple o indefinida, comprenderá no sólo la obligación principal, sino
también todas sus accesorias ( art. 1827 CC).
Más interés tiene para nosotros subrayar que pueden afianzarse toda clase de obligaciones,
pecuniarias o no (en este último caso, la fianza es una fideiussio indemnitatis, pues el fiador
garantiza la indemnización por la falta de cumplimiento específico de la prestación), siempre
que sean válidas ( art. 1824 CC), tanto si son de presente como futuras (ciertas o incluso
meramente eventuales), aunque en este caso no puede reclamarse contra el fiador hasta que la
deuda sea líquida ( art. 1825 CC). Más aún, la jurisprudencia ha sancionado la admisibilidad de
las denominadas fianzas omnibus o fianzas generales o flotantes (prestadas con frecuencia por
sociedades holdings en favor de sus filiales) extensibles a cualquier obligación que exista o
pueda existir entre el deudor y el acreedor siempre que puedan subsumirse en la categoría o
categorías previamente definidas en el contrato, y no se supere la duración y el máximo de
responsabilidad, en su caso, pactados (SSTS de 17 de febrero de 1962, 29 de marzo de 1979, 20 de
febrero de 1987, 27 de septiembre de 1993 y 13 de octubre de 2005).
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
3. El contrato de fianza
D. Efectos del contrato
Constituida válidamente la fianza, produce una serie de efectos entre fiador y acreedor, entre
fiador y deudor principal, y, en su caso, entre los cofiadores y subfiadores, que, de acuerdo con el
criterio que venimos siguiendo, no analizamos en toda su amplitud, sino en aquellos apartados
que más pueden interesar desde la perspectiva mercantil.
A) Como ya sabemos, la fianza obliga al fiador a pagar o cumplir la obligación principal en caso
de no hacerlo el deudor. Éste es el verdadero y fundamental efecto del contrato que deriva,
directa e inmediatamente, de su causa o función económica de garantía. Ahora bien, el
legislador ha perfilado el alcance de este efecto estableciendo que el fiador no puede ser
compelido a pagar al acreedor sino después de producida la constitución en mora o el
incumplimiento por parte del deudor ( arts. 1100 CC y 63 C. de C.), es decir, de manera
subsidiaria y tras haberse hecho, además, excusión de todos sus bienes ( art. 1830 CC). El
fiador, en síntesis, garantiza al acreedor sólo en caso de insolvencia del deudor. Pero, en
contrapartida, para que el fiador pueda oponerse al pago y hacer uso del derecho o facultad que
hemos referido, técnicamente denominado beneficio de excusión, se ve sometido a una doble
carga: de oponerlo o expresarlo por vía de excepción y, sobre todo, de señalar bienes del deudor
realizables dentro del territorio español que sean suficientes para cubrir el importe de la deuda (
art. 1832 CC).
El beneficio de excusión no constituye, sin embargo, un elemento esencial del contrato de fianza,
y no tiene lugar en los distintos supuestos del artículo 1831 del Código Civil, esto es: 1) cuando
el fiador haya renunciado expresamente a ello; 2) cuando se haya obligado solidariamente con el
deudor; 3) en el caso de concurso del deudor (v. disp. adic. primera LC); y 4) cuando éste no
pueda ser demandado judicialmente dentro del Reino. Dejando de lado en este momento el
último supuesto, en el que el beneficio cede para hacer efectiva la causa de garantía ante la
imposibilidad o dificultad de que el acreedor pueda hacer previa excusión de los bienes de un
deudor que no puede ser demandado en España, conviene precisar algunos extremos sobre los
restantes:
Cuestión distinta es la relativa a si, aun en ausencia de estas cláusulas, prácticamente de estilo,
cabe en el tráfico mercantil negar al fiador el beneficio de excusión. La jurisprudencia del
Tribunal Supremo se ha mantenido particularmente vacilante en esta materia, y así, mientras
algunas sentencias negaron el beneficio de excusión en los afianzamientos mercantiles,
basándose en la presunción de solidaridad de las obligaciones mercantiles (v. SSTS de 4 de
diciembre de 1950, 7 de diciembre de 1968, 25 de abril de 1969 y 25 de abril de 1970), otras
posteriores establecieron, de acuerdo con el artículo 1137 del Código Civil, la presunción
contraria (SSTS de 10 de noviembre de 1972, 7 de abril de 1975 y 25 de marzo de 1990) para,
finalmente, insistir algunas de las más recientes en la tesis inicial (SSTS de 20 de octubre de 1989,
7 de marzo de 1992, 14 de febrero de 1997 y 15 de abril de 2005). A nuestro juicio, en el estado
actual de nuestra legislación, no existen bases suficientes para negar la aplicación del beneficio
de excusión, ni siquiera en el tráfico mercantil, cuando no se haya renunciado expresamente al
mismo. El afianzamiento mercantil no es, en la construcción legislativa, una figura distinta de la
fianza civil, sin que el legislador haya considerado necesaria la previsión de una norma
específica, por lo que, en su defecto, entendemos que ha de aplicarse el régimen del Código Civil,
especialmente si tenemos en cuenta que la presunción de solidaridad de las obligaciones
mercantiles tampoco cuenta con base legal alguna. Cuestión distinta es que la exigencia de que
la renuncia al beneficio de excusión sea expresa o que el carácter solidario de la obligación del
fiador no pueda, y no deba, ser objeto de una interpretación flexible. Así, nuestra jurisprudencia
no considera necesario que las partes utilicen, expressis verbis, determinadas fórmulas, siendo
suficiente que aparezca evidente la voluntad de los contratantes de apartar, por uno u otro
camino, el beneficio de excusión o la subsidiariedad (SSTS de 7 de diciembre de 1968, 16 de
diciembre de 1976, 2 de marzo de 1984, 26 de abril de 1985, 5 de marzo de 1990 y 21 de
noviembre de 1994).
b) En relación con los procedimientos concursales que pueden afectar al deudor principal,
hemos de señalar que, de acuerdo con la función de garantía propia del contrato de fianza, su
tramitación no impide el ejercicio de los derechos del acreedor, quien puede exigir el pago al
fiador, incluso judicialmente, separadamente o al margen del procedimiento concursal, siempre
que en su caso no hubiere votado a favor del convenio. Por otra parte, ha de tenerse en cuenta
que la declaración del concurso no supone por sí misma un incumplimiento, ni siquiera (en el
caso de la fianza solidaria) un no cumplimiento por parte del deudor, sin que,
consecuentemente, pueda fundamentar por sí sola, a nuestro juicio, una inmediata actuación
contra el fiador. Si el procedimiento concursal desemboca en la liquidación, se produce, por el
contrario, el vencimiento anticipado de los créditos concursales aplazados ( art. 146 LC), lo que
parece en principio legitimar al inmediato ejercicio del derecho de garantía frente al fiador que,
caso de realizar el pago antes del tiempo prefijado en la obligación, podrá hacerlo con el
descuento correspondiente. (Sobre los derechos de repetición del fiador contra el deudor en
concurso, v. arts. 133 y ss. LC y Lec. 54).
B) Por lo que se refiere a la cofianza, que es el supuesto más frecuente de pluralidad de fiadores,
cabe repetir que puede ser mancomunada o solidaria. En el primer caso, siendo varios los
fiadores por una misma deuda, la obligación de responder se divide entre todos, y el acreedor no
puede reclamar a cada cofiador sino la parte que le corresponda satisfacer de acuerdo con lo
pactado y, en defecto de pacto, la parte alícuota o proporcional que corresponda ( art.
1837.ICC). Este beneficio llamado ahora de división es análogo al beneficio de excusión, cesando
en los mismos casos y por las mismas causas que este último (art. 1837.II CC). Cuando así ocurra,
cada cofiador responde, por el contrario, de la totalidad de la deuda frente al acreedor, sin
perjuicio de derecho de repetición que le asista. Para que pueda tener lugar esta repetición, el
legislador exige, sin embargo, que el pago por el cofiador se haya hecho en virtud de la demanda
judicial o hallándose el deudor principal en estado de concurso ( art. 1844 CC y SSTS de 1 de
julio y 2 de diciembre de 1988, 7 de junio de 1991, 4 de mayo de 1993 y 24 de mayo de 1994).
Debe, con todo, tenerse en cuenta que en la práctica mercantil se renuncia en la mayor parte de
las ocasiones al beneficio de división, tal y como hemos visto ocurría con el de excusión, siendo
aplicables en este punto las consideraciones que sobre aquel particular hemos realizado
anteriormente.
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
3. El contrato de fianza
E. Extinción de la fianza
E. Extinción de la fianza
Por su carácter accesorio, «la obligación del fiador se extingue al mismo tiempo que la del
deudor», así como «por las mismas causas que las demás obligaciones» ( art. 1847 CC).
Quiere esto decir que, junto al supuesto más común de extinción de la fianza representada por
la extinción de la obligación del deudor (v.gr., por su pago), caben otros, menos frecuentes, en
que puede producirse la liberación del fiador sin que se haya producido la del deudor principal,
y ello puede ocurrir cuando la causa extintiva afecte por alguna particular razón a la fianza pero
no a la obligación principal (por ej., por condonación de la obligación de afianzar o por
confusión entre acreedor y fiador).
La distinción efectuada presenta un particular interés, habida cuenta del carácter normalmente
duradero tanto de la obligación principal cuanto de la fianza, pues nada impide que sea distinto
el plazo de cumplimiento y de vigencia de una y otra, respectivamente. Así, en los casos en que
la fianza se haya pactado por un plazo determinado, se extinguirá por su transcurso,
subsistiendo, empero, la obligación principal. Si no se hubiese fijado plazo y fuese retribuida, la
fianza despliega sus efectos hasta la completa extinción de las obligaciones que deriven del
contrato afianzado. Si fuese gratuita, por el contrario, el fiador podrá al cabo de diez años
ejercitar la acción de relevación de fianza de conformidad con el artículo 1843.5.º del Código
Civil (art. 442 C. de C.).
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
4. Las «garantías a primer requerimiento»
A. Concepto y contenido
A. Concepto y contenido
Como hemos señalado, en las últimas décadas han ido surgiendo en el tráfico, especialmente en
el ámbito del comercio internacional, nuevas formas de garantía que aspiran a reforzar la
posición de que goza el beneficiario de un contrato de fianza. Con ellas, se trata de hacer frente a
situaciones en las que se precisa o desea una mayor seguridad y celeridad en el pago, y de
ordinario se asumen o constituyen por parte de entidades de crédito. El supuesto más
significativo de estas nuevas modalidades de garantías es el constituido por las garantías
denominadas «a primer requerimiento» o «a primera demanda», respecto de las que interesa
formular algunas ideas básicas que permitan entender el alcance y significado de esta nueva
modalidad, también muy ampliamente utilizada en el tráfico interno, en el contexto o marco
general de las garantías personales.
En este sentido, debe ante todo pensarse que la cláusula «a primer requerimiento» o «a primera
demanda» es una declaración o estipulación que puede insertarse en cualquier contrato (por ej.,
en un arrendamiento o en una compraventa), y que tan sólo persigue un pago o cumplimiento
inmediato tan pronto como el beneficiario lo reclame en los términos y condiciones previstos en
el contrato (que pueden consistir en la mera presentación de un requerimiento escrito o en la
exigencia de adicionales requisitos, como aportación de documentos, certificados u otros),
dejándolo a salvo de cualquier discusión o excepción por parte del deudor. La cláusula y sus
objetivos no difieren, en esencia, desde este punto de vista, del tradicional solve et repete.
Como cualquier otro contrato, también el de garantía o fianza puede ser «a primer
requerimiento», con la consecuencia entonces de que el pago cuya seguridad y celeridad se
persigue es justamente el del garante, siendo discutido si la inclusión de la cláusula en el
contrato origina una nueva modalidad de aquélla o, por el contrario, un tipo distinto de garantía
personal que vendría a identificarse con el denominado contrato abstracto o autónomo de
garantía y cuya característica esencial sería la superación de la accesoriedad de la fianza.
A nuestro juicio, esta construcción debe ser matizada. En efecto, con independencia de que,
como ha señalado alguna doctrina, el análisis de la jurisprudencia citada no resulta enteramente
concluyente, y de que la amplitud que a veces se otorga a la exceptio doli acaba suponiendo
también en ocasiones la plena restauración del principio de accesoriedad, debe tenerse en
cuenta en todo caso que la abstracción y autonomía de las obligaciones han de entenderse, de
acuerdo con los principios generales de nuestro Derecho y con la propia lógica de las cosas, de
manera más funcional que sustancial: lo que se pretende es que el garante pague a primer
requerimiento, sin que el pago se vea impedido o demorado por pretextos relativos a la relación
existente entre acreedor y deudor, siendo, sin embargo, indiscutible que el ordenamiento jurídico
no puede sancionar ni admitir, en perjuicio del garante, un cobro que se demuestre a la postre,
por vicisitudes de la relación entre acreedor y deudor, como indebido o sin causa, circunstancia
cuya prueba, no obstante, le corresponderá realizar (v. SSTS de 15 de abril de 1991 y 17 de
febrero de 2000).
Pero, vistas las cosas desde este ángulo, manteniéndose, pues, en última instancia la dependencia
y vinculación entre la obligación del garante y el derecho del acreedor garantizado, y delimitado
el alcance de la abstracción, parece puede convenirse en que las denominadas garantías a
primera demanda siguen siendo genuinas garantías, inclinándonos, entonces, a considerarla, de
acuerdo con la segunda línea de pensamiento existente en la materia, como una modalidad de la
fianza, de la que vendría a suponer una suerte de variante cualificada o reforzada por la
circunstancia de que la accesoriedad opera con posterioridad al pago, no por vía de excepción,
sino sólo por la de acción.
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
II. Garantías personales
5. Las cartas de patrocinio
A. Consideración general
A. Consideración general
Con esta denominación u otras parecidas (cartas de acreditación o apoyo, confort letters, en la
terminología anglosajona) se alude a documentos usados en el moderno tráfico mercantil que
asumen precisamente la forma de misivas o cartas, mediante los que su emisor (normalmente,
aunque no necesariamente, la sociedad dominante de un grupo de compañías, o el socio de
control de una sociedad) tiende a facilitar la concesión de crédito por parte del destinatario (que
habitualmente es una entidad de crédito) en favor de un tercero o «patrocinado» que suele ser
una sociedad dependiente o controlada por el autor de la carta.
En la práctica, el contenido o texto de estas cartas es muy variado, pues incluyen declaraciones
de muy distinto alcance. En las cartas o declaraciones denominadas de «conformidad» o
«conocimiento» (awareness), el redactor manifiesta al destinatario la existencia de ciertos
hechos, normalmente referidos a su posición de control o dominio (v.gr., que, en efecto, es titular
de una participación de ese carácter en su capital social; que conoce y aprueba la concesión del
crédito, etc.). Es muy frecuente que a las anteriores declaraciones se unan otras, llamadas de
«permanencia» o «mantenimiento» (stand by), en las que el patrocinador indica su «propósito»,
«intención» o «voluntad» de mantener un determinado statu quo en relación con el patrocinado
(sea la participación en su capital, sea la política de grupo que se venga practicando, etc.). En
ocasiones, a unas y otras se añaden también determinados «compromisos» o «garantías» (de
ejercer vigilancia y control sobre el patrocinado para que cumpla regularmente sus
obligaciones, de realizar o no realizar determinadas actuaciones con la sociedad dependiente a
fin de que mantenga su capacidad de cumplimiento o, incluso, el compromiso de reembolso del
crédito en ciertas condiciones o circunstancias).
Sobre esta base, cabe añadir que la determinación del alcance de las concretas obligaciones
accesorias o instrumentales que contrae el emisor de la carta frente a su destinatario debe
hacerse, necesariamente, caso por caso. Con carácter general puede señalarse, sin embargo, que,
por un lado, salvo supuestos excepcionales de declaraciones claramente expresivas de la
voluntad o compromiso de cumplir la obligación del deudor en el supuesto de que éste no lo
haga, no llegan a implicar la vinculación del emisor como fiador (cfr. art. 1827 CC); y que, por
otro, no constituye óbice al carácter vinculante y obligatorio de las cartas que su contenido se
exprese en forma de declaración de ciencia o de hechos, si realmente puede llegarse a la
conclusión, como normalmente sucede, de que las partes no redactan la carta a efectos
informativos sino a los más incisivos e importantes de disciplinar el comportamiento del
redactor de la carta en cuanto afecta al desenvolvimiento de la relación de crédito a la que
apoya y refuerza (en este sentido, STS de 13 de febrero de 2007).
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E) Contrato de garantía
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III. Garantías reales
6. Consideración general
6. CONSIDERACIÓN GENERAL
La legislación hipotecaria del siglo XIX supuso una profunda transformación del régimen de las
garantías reales, reflejada más tarde en el Código de Comercio de 1885 y en el tardío Código
Civil de 1889, y que, en esencia, consistió, por cuanto ahora interesa, en establecer una clara
pero también rígida separación entre la prenda y la hipoteca, figuras que hasta entonces habían
estado a menudo, si no confundidas, sí, al menos, estrechamente unidas en las fuentes. De
acuerdo con ello, la prenda queda nítidamente configurada como un derecho real de garantía
que recae sobre bienes muebles, y que utiliza como mecanismo o modo de afección la
desposesión, la entrega de la cosa al acreedor que así se asegura el ejercicio eficaz de sus
facultades, en especial el ius distrahendi. La hipoteca se define, en cambio, como un derecho real
de garantía que grava bienes inmuebles, siendo la inscripción o anotación en un registro ad hoc el
medio que asegura o preserva los derechos del acreedor frente a terceros.
a) El planteamiento legislativo, tributario en cierta medida del viejo aserto res mobiles, res viles
hubo de enfrentarse, en primer término, a la proliferación de la denominada riqueza mobiliaria,
a una riqueza que no consiste ni en inmuebles, ni, en rigor, en cosas, sino en derechos relativos
de crédito o participación, y que, por tanto, mal podían servir como objeto de garantías reales
(cfr. art. 437 CC). El aprovechamiento y movilización de esta nueva e ingente riqueza, en
general, y su utilización como objeto de garantía, en particular, provocó, en efecto, la
incorporación de tales derechos a ciertos documentos (títulos valores) dotados de características
físicas y jurídicas tales que permiten su funcionamiento como equivalentes materiales, primero,
de los derechos representados y, consecuentemente, mediante esta «cosificación», su ulterior
pignoración. La prenda cambiaria y la prenda de acciones son, a nuestro juicio, los ejemplos más
destacados de esta ampliación del número y clase de objetos susceptibles de ser dados en prenda
por los titulares de esa riqueza mobiliaria (empresarios o no) en favor de sus acreedores,
aunque se han visto desprovistos de regulación hasta la promulgación de las Leyes especiales de
Sociedades Anónimas de 1951 y 1989 y, actualmente, las Leyes de Sociedades de Capital, y
Cambiaria y del Cheque de 1985.
b) Por otra parte, el desarrollo técnico y económico fue poniendo muy claramente de manifiesto
la ineficiencia de la prenda cuando tiene por objeto bienes-capital, sean mercaderías, sean otros
medios de producción en sentido estricto. La desposesión asegura, quizá, el derecho del
acreedor, pero priva al deudor empresario o comerciante de un activo productivo. Desde este
ángulo, es fácil comprender que evitar la desposesión ha sido un importante reto que el Derecho
ha tenido que afrontar utilizando dos vías distintas pero complementarias.
En unas ocasiones, fue nuevamente el título valor o la creación del equivalente sobre la cosa o
de los derechos sobre la cosa, el expediente técnico que permitió separar la disposición y el uso o
posesión de la cosa, y, en concreto, atribuir el derecho de garantía al acreedor sin merma de la
utilización de la cosa por el deudor o, al menos, sin necesidad de entregarla al acreedor. A ello
responde la creación y pignoración de los títulos representativos de mercancías, fenómeno que
ya recogió incluso el Código de Comercio, especialmente en el artículo 196, y que posteriormente
completó el Real Decreto de 13 de diciembre de 1917.
En otras ocasiones, la naturaleza del bien, su fácil identificación y sus caracteres intrínsecos
permitían dar un paso más y prescindir incluso de la traditio (física o documental), sustituyendo
la aprehensión material por la anotación registral y consecuente publicidad de la existencia de
un determinado gravamen o derecho real sobre el bien. Éste fue el caso de la hipoteca naval,
regulada por la Ley de 21 de agosto de 1893, que, estableciendo una auténtica fictio iuris, dispuso
que «para este solo efecto se considerarán tales buques como bienes inmuebles, entendiéndose
modificado en este sentido el artículo 585 del vigente Código de Comercio». La superación de
la ficción se llevó a cabo mucho más tarde con la promulgación de la Ley de Hipoteca Mobiliaria
y Prenda sin Desplazamiento de 16 de diciembre de 1954 (modificada en diversas ocasiones) que
admitió, sin ambages, para bienes que, en general, son o pueden ser calificados o utilizados
como «capital», tanto un derecho de prenda sin desplazamiento cuanto una hipoteca mobiliaria,
sustituyéndose también en ambos casos la entrega por la inscripción en un registro especial.
Ambas instituciones persiguen, en definitiva, la finalidad común de hacer viable la garantía real
para ciertos bienes muebles que por su valor, por su naturaleza o por la función que cumplen
como factores de producción económica, se adaptan con dificultad a los modelos clásicos de las
garantías reales (prenda e hipoteca comunes), y ambas instituciones dejan en posesión de sus
dueños los bienes sobre los que se impone la garantía. Para separar las dos instituciones, a pesar
de su interna semejanza, se ha fijado la Ley en el distinto grado de identificabilidad registral de
los bienes que pueden constituir su objeto. Reservó, al decir del preámbulo, la hipoteca
mobiliaria para aquellos bienes «de identificación semejante a la de los inmuebles y, por tanto,
como éstos, claramente susceptibles de hipoteca y de ser ilimitadamente perseguidos por acción
real» (tales como los automóviles y las aeronaves); e hizo objeto de la prenda a aquellos otros de
identificación menos perfecta y, por consiguiente, de más difícil persecución real (entre los que
se encuentran las máquinas que sean identificables, las mercancías y materias primas
almacenadas, y, también, entre otros, «los derechos de crédito, incluso los créditos futuros,
siempre que no estén representados por valores y no tengan la consideración de instrumentos
financieros»).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
III. Garantías reales
7. Contrato de prenda
A. Noción y clases de prendas mercantiles
No contiene nuestro Código de Comercio reglas generales sobre el contrato de prenda, por virtud
del cual el deudor o un tercero afectan especialmente una cosa mueble al pago de una deuda, en
forma que, vencida y no satisfecha, pueda hacerse efectiva sobre el precio de venta de la cosa,
con preferencia a los derechos de cualquier otro acreedor. Pero la omisión legal no es bastante
para reputar inadmisible que la prenda pueda tener carácter mercantil, siendo pertinente
atribuírselo tanto a las prendas constituidas en garantía de obligaciones mercantiles (aplicación
del criterio que sigue para la fianza el art. 439) como a las que tengan por objeto «cosas
mercantiles», es decir, bienes u objetos funcional o intrínsecamente conectados con el tráfico
mercantil y sometidos a particulares reglas (v.gr. la prenda de mercaderías, de títulos o de
valores. Cfr. art. 320 CC), las cuales se constituyen además, normalmente, para garantizar el
cumplimiento de obligaciones mercantiles.
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
III. Garantías reales
7. Contrato de prenda
B. Prenda de títulos: prenda cambiaria, prenda de acciones y prenda de títulos
representativos de mercancías
a) Como dijimos, la prenda cambiaria ( art. 22 LCCh.) y la prenda de acciones ( art. 132
LSC) constituyen los ejemplos legislativos más significativos de pignoración de documentos
creados al efecto de incorporar o «dar cuerpo» a determinados derechos con el objeto de poder
aplicarles, en su ejercicio y transmisión, un régimen jurídico inspirado, mutatis mutandis, en los
principios reguladores del tráfico de las cosas muebles que, justamente, tienen su fundamento
esencial en la posesión de la res. Una y otra han sido estudiadas en los lugares correspondientes
de esta obra, por lo que tan sólo hemos de añadir que, en la actualidad, su importancia práctica
ha disminuido muy considerablemente. El declive de la pignoración de la letra de cambio corre
parejo al que sufre este documento en el tráfico de nuestros días que la utiliza cada vez menos
como genuino instrumento de crédito. La pignoración de acciones se antoja, por el contrario,
una figura en pleno uso, pero conviene recordar que la progresiva sustitución de los títulos-
acciones por las anotaciones en cuenta (fenómeno que afecta en particular a las acciones que
cotizan en Bolsa, que son, entre otras razones, por su liquidez, las más aptas para servir como
garantía) determina que en muchas ocasiones se configure, de acuerdo con esa nueva forma de
representación, como una prenda registral, que más adelante analizamos.
La constitución en prenda de los resguardos emitidos por los almacenes generales de depósito
está expresamente prevista por el artículo 196 del Código de Comercio, que faculta al
acreedor no satisfecho que tenga en prenda un resguardo para «requerir a la compañía para
que enajene los efectos depositados, en cantidad bastante para el pago», con preferencia sobre
las demás deudas del depositante. Por su parte, la prenda de conocimiento de embarque (art.
706 C. de C.) y otros títulos de transporte se utiliza especialmente en las operaciones de crédito
documentario, en las que el banco pagador conserva en su poder esos documentos en garantía
del reembolso de las cantidades satisfechas.
Como los títulos representativos de las mercancías pueden ser nominativos, a la orden o al
portador, la constitución de la prenda seguirá en cada caso distintos modos. Tratándose de
títulos al portador, bastará ponerlos en posesión del acreedor, identificándolos por su
numeración o de otra forma adecuada en el documento del contrato. Si los títulos son a la orden,
deberá hacerse un endoso a título de garantía, al modo utilizado con la letra de cambio (v. Lec.
46). Y, por último, cuando el título sea nominativo, será necesaria la notificación al emisor del
título (v. art. 121.2LSC que para el caso de prenda de acciones nominativas admite igualmente
su constitución mediante endoso en garantía). Cuando se trate de mercancías depositadas en
almacenes generales de depósito o en otras entidades asimiladas a ellos, la constitución de la
prenda se simplifica de conformidad con lo dispuesto en Real Decreto de 13 de diciembre de
1917 que, desarrollando la regulación del Código, desdobla, a efectos traslativos del dominio y de
la pignoración de los objetos depositados, el documento representativo de las mercancías. El
depositario emite y entrega al depositante dos documentos: el resguardo de depósito que sirve
para la enajenación de las mercancías; y el resguardo de garantía o warrant, que es el
equivalente de las mercancías para el caso de procederse a su pignoración. El régimen de
circulación, conjunta o separada, de ambos documentos permite tanto una disposición plena
como limitada sobre las mercancías, bastando con recordar ahora que la transmisión separada
del warrant tan sólo implica la pignoración de los productos depositados (v. Lec. 35).
La ejecución de la prenda constituida sobre las mercaderías representadas por estos títulos tiene
lugar mediante el ejercicio del derecho a obtener su entrega y la subsiguiente venta en subasta
pública notarial en la forma prevista en el artículo 1872 del Código Civil, o requiriendo a la
compañía para que las enajene, en el caso de existir warrant, también en subasta pública
notarial celebrada en el propio almacén o depósito (art. 197 C. de C.).
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
III. Garantías reales
7. Contrato de prenda
C. Prendas registrales: prenda de participaciones sociales y prenda sin desplazamiento de
la posesión
Nos referimos con esta expresión a aquellas prendas que no implican la desposesión ni del
objeto pignorado, ni tampoco la de un equivalente documental o título que pueda crearse o
utilizarse al efecto. Son prendas en que la afección del bien y los correspondientes derechos del
acreedor no se aseguran, ni fundamentan en la posesión, sino en el cumplimiento de ciertas
formalidades y en la inscripción o anotación del derecho en el registro pertinente.
b) La prenda sin desplazamiento de la posesión que se reguló, como hemos ya señalado, por la
Ley de 16 de diciembre de 1954, ofrece singular importancia en el campo de la actividad
mercantil, permitiendo el legislador su constitución sobre máquinas y demás bienes muebles
identificables por características propias (marcas, modelos, número de fabricación, etc.) y sobre
mercaderías y materias primas almacenadas. También puede ser utilizada por los titulares de
explotaciones agrícolas, forestales y pecuarias sobre los frutos pendientes y cosechas esperadas
dentro del año agrícola; frutos separados y productos de dichas explotaciones; animales y
máquinas y aperos de las explotaciones.
Una vez constituida, recae sobre el deudor un amplio conjunto de obligaciones y deberes que
tratan de reforzar la protección de los intereses del acreedor, habida cuenta tanto del hecho de
que el deudor sigue en la posesión cuanto de la circunstancia de la imperfecta identificabilidad
registral que en ocasiones sufren los bienes susceptibles de esta garantía, hasta el punto de que
la Ley ha estimado preciso considerar al deudor como depositario, a todos los efectos legales,
incluidas las responsabilidades civiles o criminales pertinentes, de los bienes pignorados. En
atención a ello, el deudor no podrá, sin consentimiento del acreedor, enajenar los bienes dados
en prenda, ni trasladarlos del lugar en que se encuentren. Por otra parte, correrá con los gastos
necesarios para su debida conservación, reparación y administración debiendo responder de la
pérdida, deterioro o mal uso de dichos bienes. El acreedor, por su lado, tiene facultades para
comprobar su existencia y estado. Si el deudor hiciese mal uso de los bienes o incumpliera las
obligaciones establecidas en los artículos anteriores, el acreedor podrá exigir la devolución de la
cantidad adeudada o la inmediata ejecución de la prenda, sin perjuicio de las responsabilidades
que procedan.
Para hacer efectivo el crédito garantizado regula la Ley un procedimiento extrajudicial de venta
en subasta notarial de los bienes pignorados, y concede asimismo al acreedor pignoraticio
preferencia y prelación sobre los demás hasta donde alcance el valor de la prenda.
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
III. Garantías reales
7. Contrato de prenda
D. La prenda de valores representados por anotaciones en cuenta y admitidos a
negociación en un mercado secundario oficial
Como es sabido, una de las principales novedades introducidas por la Ley del Mercado de
Valores fue la regulación de las anotaciones en cuenta como forma moderna de representación
de valores, llamada a sustituir, en no pocos casos, a la tradicional o cartular (v. Lec. 49). Dicha
regulación contempla, entre otros extremos, la constitución de derechos reales sobre esta clase
de valores, haciendo total abstracción del hecho de que se negocien o no en un mercado
secundario. Esta circunstancia, y el hecho de que en la práctica sea muy poco frecuente la
representación mediante anotaciones en cuenta de valores que no se negocian en un mercado
secundario, permite que nos ciñamos al estudio del supuesto de pignoración de valores
cotizados que, además, es objeto de una regulación complementaria de gran importancia
contenida en los artículos 320 y siguientes del Código de Comercio.
En primer término, ha de precisarse que esta prenda tan sólo recae, no obstante la redacción del
Código (que prevé, como hemos señalado, en el art. 322 la doble modalidad de representación),
sobre valores negociables representados por anotaciones en cuenta, pues, en atención a lo
expuesto en otro lugar de esta obra, tan sólo los así documentados pueden acceder a ser
negociados en un mercado secundario oficial (v. Lec. 41). Precisado este extremo, que justifica la
titulación de este apartado, debe señalarse que la característica más acusada de esta prenda es,
justamente, su condición o constancia registral (registro de anotaciones en cuenta) a la que la
Ley anuda efectos muy importantes, que si no alcanzan a los constitutivos, más propios de los
registros inmobiliarios, sí determinan, desde luego, su oponibilidad a terceros. De acuerdo con el
artículo 12 de la Ley del Mercado de Valores, la constitución de derechos reales limitados u
otra clase de gravámenes sobre valores representados por medio de anotaciones en cuenta (que
puede realizarse tanto mediante documento público o privado, expedido por sociedad o agencia
de valores acreditativo del acto o contrato concluido, según establecen el art. 50 y concordantes
del RD 116/1992, de 14 de febrero) debe inscribirse en la cuenta correspondiente, añadiendo
el precepto que «la inscripción de la prenda equivale al desplazamiento posesorio del título», y
que «la constitución del gravamen será oponible a terceros desde el momento en que se haya
practicado la correspondiente inscripción».
El acreedor garantizado con esta prenda goza, durante la fase de seguridad de la prenda y salvo
la posesión, de las mismas facultades que caracterizan la posición jurídica del titular de una
prenda ordinaria, en particular del ius retentionis (art. 324 C. de C.) y el ius praelationis (art.
320.2 C. de C.). Por el contrario, la singularidad de esta modalidad pignoraticia se revela en la
especial regulación del ius distrahendi que se ve asistido, como dijimos, de un procedimiento
particularmente ventajoso. En efecto, además del procedimiento extrajudicial que con carácter
general regula el artículo 1872 del Código Civil para el ejercicio privado del poder de
realización del valor que la prenda confiere a su titular, el acreedor dispone ahora de un
procedimiento especial que, salvo pacto en contrario, no exige ni la notificación al deudor, ni la
presencia notarial, ni la doble subasta con carácter previo a la adjudicación, en su caso, del bien
con carta de pago por la totalidad de la deuda. Todos estos requisitos impuestos por el legislador
en protección del deudor resultan, en este caso, innecesarios, al poder sustituirse por la
enajenación de los valores con las garantías que representa, o debe representar su realización o
ejecución en el mercado, en particular, en un mercado organizado y regulado como es el oficial
en el que los valores necesariamente han de cotizar.
Se entiende así que el legislador establezca para el supuesto de préstamo, que es el que
expresamente regula, que, vencido el plazo, el acreedor está autorizado, sin más trámite, a pedir
la enajenación de los valores dados en garantía, a cuyo fin entregará a los organismos rectores
del correspondiente mercado la póliza o escritura del contrato de préstamo acompañada del
certificado acreditativo de la inscripción de la garantía, expedido por la entidad encargada del
correspondiente registro contable. El organismo rector, una vez hechas las oportunas
comprobaciones, adoptará las medidas necesarias para enajenar los valores pignorados en el
mismo día en que reciba la comunicación del acreedor o, de no ser posible, en el día siguiente, a
través de un miembro del correspondiente mercado secundario oficial, añadiéndose que el
acreedor pignoraticio sólo podrá hacer uso de este procedimiento especial durante los tres días
hábiles siguientes al vencimiento del préstamo (art. 322 C. de C.). En el caso de ejecución por
impago de cuentas de crédito (art. 323 C. de C.) o de obligaciones derivadas de otras fuentes en
que así se haya previsto, será de aplicación la norma contenida en el artículo 572.2 de la Ley
de Enjuiciamiento Civil, aunque en estos últimos casos no pueda estimarse que el organismo
rector correspondiente quede obligado ex lege a realizar los trámites conducentes a la ejecución
de los valores de que se trate.
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
III. Garantías reales
7. Contrato de prenda
E. Prendas «financieras»
E. Prendas «financieras»
El Real Decreto-ley 5/2005, modificado por la Ley 7/2011, de 11 de abril, ha dado carta de
naturaleza en nuestro Derecho a las denominadas garantías financieras. Se trata de una serie de
contratos con función directa (prenda) o indirecta (dobles y operaciones con pacto de recompra)
de garantía que pueden calificarse de especiales (si no de excepcionales) por cuanto se les dota
de un régimen privilegiado de constitución y ejecución, para así facilitar y asegurar en mayor
medida determinadas operaciones financieras exclusivamente protagonizadas por entidades
públicas, organismos rectores de mercados y entidades financieras, vinculadas al
funcionamiento de los mercados organizados o de los sistemas de pago y compensación, pero
también, lo que acaso resulta más cuestionable, a comunes concesiones de préstamos o créditos.
Las garantías financieras articuladas en forma de prenda deben constar por escrito, pero sin que
sea exigible ninguna otra formalidad para su validez y eficacia, incluso frente a terceros. Han de
tener por objeto dinero, derechos de crédito, valores negociables, instrumentos financieros y
cualquier derecho directo o indirecto sobre estos activos. La ejecución (ius distrahendi) podrá
realizarse mediante compensación o utilización del efectivo, venta privada o apropiación de los
valores, instrumentos financieros o derechos dados en garantía. Más aún, la ejecución de estas
singulares garantías ni siquiera se ve interferida por la declaración de concurso del deudor, pues
se las exceptúa del régimen del artículo 58 de la Ley Concursal (v. Lec. 53).
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E) Contrato de garantía
Lección 44. Las garantías de la contratación mercantil
III. Garantías reales
8. Contrato de hipoteca
A. Consideración general
A. Consideración general
Este contrato, por el cual se afectan especialmente bienes inmuebles o derechos reales
constituidos sobre ellos, en garantía del cumplimiento de una obligación, tampoco ha sido
recogido por nuestro Código de Comercio que relegó a la legislación hipotecaria o a la civil todo
lo concerniente al tráfico inmobiliario (cfr. art. 325). Pero la realidad ha venido a demostrar
tanto la compatibilidad entre el tráfico mercantil y el inmobiliario cuanto la conveniencia de
adaptar en ciertos extremos el régimen hipotecario común a necesidades o situaciones que
suelen presentarse en el desenvolvimiento de la actividad empresarial. Nacieron, así,
determinados tipos de hipotecas que, por su directa vinculación con el tráfico mercantil y por
satisfacer sus exigencias, bien pueden denominarse mercantiles.
El ejemplo más destacado de cuanto decimos es el representado por la hipoteca mobiliaria que,
también regulada por la Ley citada de 16 de noviembre de 1954, tiene como objeto bienes tan
«mercantiles» como pueden ser las aeronaves, la maquinaria industrial, la propiedad industrial
o el mismo establecimiento mercantil en su conjunto. Se pone así claramente de manifiesto que
constituye un instrumento creado ex professo por el legislador para ampliar las posibilidades de
obtención de crédito por parte del comerciante o empresario que pueden ofrecer una garantía
tan significada como la hipotecaria, afectando bienes que, de suyo, por su naturaleza mueble, no
eran, de acuerdo con los cánones civiles e hipotecarios, utilizables al efecto.
Junto a la anterior, pueden citarse también como figuras o modalidades especiales de hipoteca
que tienen en común asegurar el cumplimiento de obligaciones de carácter normalmente
mercantil, a la hipoteca en garantía de cuentas corrientes de crédito, que es una hipoteca de
máximo en la que el importe y la exigibilidad del saldo ha de acreditarse con independencia del
título constitutivo de la hipoteca y por medios extrarregistrales; y a la hipoteca en garantía de
títulos endosables y al portador, que se constituye unilateralmente a favor de sus tenedores
presentes o futuros. Una y otra se rigen por lo establecido en la Ley y en el Reglamento
hipotecarios.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
1. El título-valor, instrumento de materialización de derechos. Función económica
Siguiendo esta concepción amplia de los títulos-valores como títulos de legitimación, podemos
diferenciarlos de los títulos de legitimación impropia o contraseñas, los cuales, en cambio, no
incorporan por sí mismos al documento el derecho a una prestación, sino que sirven
exclusivamente como medio probatorio de que se está legitimado para el ejercicio de un
determinado derecho.
a) Por lo que respecta a la posibilidad de emplear los títulos-valores como instrumentos para la
transmisión de créditos, su uso presenta importantes ventajas frente a la cesión ordinaria. Y es
que a través de los títulos-valores la transmisión deja de estar sometida a las normas
reguladoras de la cesión de créditos (derechos que se incorporan al documento), para resultar de
aplicación la ley de circulación de las cosas muebles (es decir, la ley de circulación del
documento que incorpora el derecho). De este modo, a través de los títulos se consigue superar
algunos de los inconvenientes que presenta el mecanismo de la cesión de créditos. En primer
lugar, permiten eliminar los costes de transacción aparejados a la cesión, que requiere una
cierta investigación previa de parte del cesionario sobre los caracteres del derecho que se
adquiere, su existencia y alcance en el momento en que es cedido y la titularidad legítima del
cedente. De este modo, la cesión de créditos se encuentra subordinada a las rigideces de las
normas reguladoras de esta forma de transmisión y al principio de que nemo plus iuris ad alium
transferre potest quam ipse habet, es decir, que ningún acreedor puede ceder a un tercero más
derecho –ni en condiciones distintas– de aquél que ostenta. El cesionario adquiere el crédito de
forma derivativa y, en consecuencia, sometido a las excepciones que el deudor pudiera oponer al
cedente. Ante la eventual interposición de tales excepciones, el cesionario tendrá que dirigirse
posteriormente contra el cedente pues éste respondería «de la legitimidad del crédito y de la
personalidad con que hizo la cesión» (veritas nomini del art. 348 C. de C.). Del mismo modo, toda
cesión de créditos debe ser notificada adecuadamente al deudor ( arts. 1527 CC. y 347 C. de
C.).
Mediante el empleo de los títulos-valores se consigue superar estos inconvenientes, pues su uso
produce la incorporación del derecho al documento, perfilándose en éste el alcance y caracteres
del crédito. El deudor no podrá negarse al pago en las condiciones determinadas al sujeto que
aparezca como legítimo tenedor del título, no pudiendo por tanto oponer excepciones o
circunstancias que no consten en el documento. Al mismo tiempo, se facilita la circulación del
crédito, que viene aparejada a la correcta transmisión del documento en el que éste se
encuentra reflejado. Al estar perfectamente definidos los caracteres y contenido de éste y al
impedirse al deudor oponer excepciones que no se reflejen en el título, la circulación del crédito
corre la misma suerte que el documento en el que se representa: si el documento se transmite de
forma adecuada, se habrá transmitido igualmente el derecho que incorpora.
b) Los títulos-valores presentan igualmente ventajas por lo que afecta a la transmisión de cosas
materiales, al permitir la representación de las mismas a través de su reflejo en el documento. A
raíz de tal representación los bienes representados pasan a correr la misma suerte en el tráfico
jurídico que la que corra el título que los simboliza. Así, en el título se incorpora el derecho a
obtener las cosas materiales que en él se representan, pudiéndose, del mismo modo, disponer de
tales bienes a través de la transmisión del documento, permitiendo el tráfico de las mercancías
sin necesidad de su desplazamiento material. Las cosas representadas pueden cambiar de amo
sin cambiar de mano. Lógicamente, las mayores potencialidades de esta forma de transmisión a
través de la entrega del documento se manifestarán respecto a bienes que se encuentran en
lugares lejanos o que están siendo transportados a otro lugar.
d) Finalmente, los títulos-valores facilitan la liquidez del acreedor, permitiendo que éstos
concedan mayores aplazamientos a sus deudores en el pago de sus obligaciones si sus
necesidades así lo requieren. La posibilidad de transmitir el crédito o el derecho a través de la
transmisión del título, implicará que el acreedor que se vea necesitado a cobrar el crédito que en
el documento se representa, pueda a su vez, transmitir éste a sus propios acreedores, gracias a la
facilidad de transmisión que caracteriza a los títulos-valores. Obviamente, para que ello sea
viable, es necesario que desde el ordenamiento jurídico se otorgue una protección sustantiva y
procesal adecuada de modo que se faciliten la exigibilidad y ejecución del derecho que se
incorpora al documento, limitándose las posibilidades de oposición del deudor.
Estas ventajas que presentan los títulos-valores han fomentado la «titulización» de bienes y
derechos, pues permiten y facilitan la circulación y transmisión de cuanto resulta incorporado al
documento.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
2. Perspectivas de futuro
2. PERSPECTIVAS DE FUTURO
Como instrumentos del tráfico jurídico, los títulos-valores se ven igualmente afectados por las
tendencias que influyen sobre las relaciones jurídicas que representan, debiendo adaptarse a las
necesidades y requerimientos del tráfico económico. Factores como el progreso tecnológico, la
prevalencia de la riqueza mobiliaria sobre la inmobiliaria o la internacionalización de las
relaciones comerciales y financieras requieren una cierta adaptación de los títulos-valores a
nuevas necesidades. La evolución actual de los títulos-valores presenta la nota común de su
progresiva desmaterialización, sin embargo, hemos de diferenciar dos corrientes en función del
tipo de título al que nos refiramos.
Así, por lo que respecta a los llamados títulos en serie o valores mobiliarios agrupados en
emisiones (como es el caso de las acciones y las obligaciones de las sociedades, o los bonos y
letras del tesoro) la tendencia ha sido al abandono de su representación por medio de títulos
para su sustitución a través de registros contables. Se trata de valores emitidos en masa, de
modo que todos ellos presentan unos caracteres de uniformidad e identidad que los hacen
fungibles, al incorporar exactamente los mismos derechos todos los elementos de estas series.
En estos casos, la emisión de títulos en masa para cada uno de los elementos de cada serie
comportaba unos costes de creación, custodia y manipulación, que pasaron a ser sustituidos
haciéndose uso de registros contables de su titularidad, actualmente articulados por medio de
sistemas informáticos. La perfección técnica de estos registros contables informáticos ha
facilitado la celeridad y la seguridad en la transmisión de las titularidades jurídicas de los bienes
y derechos representados en los títulos ahora tabulados. Con ello se va generalizando la
sustitución de la representación de los derechos a través de los títulos para su consignación por
medio de un registro contable informatizado en el que se van haciendo constar las vicisitudes
que afectan a la titularidad de los mismos: pertenencia y transmisión, extinción y la eventual
constitución de derechos reales o de trabas sobre éstos. El ejercicio de los derechos
representados en estos registros deja así de estar conectado a la legítima posesión de un
documento para referirse a la vigencia del asiento registral, así como a la identificación del
sujeto que según el registro resulte en la actualidad titular legítimo de los derechos inscritos.
Esta tendencia, no obstante, no implica una vuelta a la aplicación de la ley propia de la cesión de
créditos, sino la sustitución de la ley que rige la transmisión del documento por el régimen
propio de la inscripción, disfrutando, además de la seguridad del registro.
En cambio, esta tendencia no ha sido la seguida por los efectos de comercio (letras, pagarés,
cheques), en tanto que conforman documentos que se refieren a operaciones concretas y que no
son emitidos en serie, lo que impide su tratamiento electrónico uniforme. Ello no obstante,
también han experimentado éstos una cierta tendencia hacia su desmaterialización. Aunque la
normativa se haya mantenido hasta ahora ajena al hecho, se ha planteado ante la jurisprudencia
la posibilidad de utilización de ciertos títulos-valores electrónicos (como el caso del pagaré
electrónico que, sin embargo, aún no ha sido admititdo por la jurisprudencia). Por su parte,
otros títulos electrónicos han recibido ya reconocimiento legislativo, como la carta de porte
electrónica (Protocolo CMR de 20 de febrero de 2008; art. 15 Ley 15/2009, de 11 de
noviembre, del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías). Al tiempo, se están articulando
nuevos medios para la circulación de efectivos, caracterizados, igualmente, por su
desmaterialización y su representación mediante registros, como son los servicios de pago o el
dinero electrónico.
Como posible apreciación de futuro hay que señalar que la Propuesta de Código Mercantil
entregada por la Sección de Derecho Mercantil de la Comisión General de Codificación al
Ministerio de Justicia el 20 de junio de 2013, sí contiene una previsión expresa a la forma
electrónica en su tratamiento general de los títulos valores. En efecto, el propuesto artículo 610-
1.2 establece de forma literal que «Los títulos valores se podrán librar o emitir en papel o en
soporte electrónico. El libramiento o la emisión en soporte electrónico solo podrán realizarse en
los casos en que la ley lo autorice expresamente». Como se observa, la cuestión queda
emplazada al tratamiento pormenorizado que la legislación realice de cada título valor.
Concretamente por lo que respecta a los títulos de crédito, el artículo 631-6 lleva a cabo una
regulación algo más detallada, reiterando que podrán documentarse en soporte papel o en
soporte electrónico y remitiendo a un posterior desarrollo reglamentario la determinación de
los requisitos que han de reunir los títulos de crédito documentados en soporte electrónico, a fin
de garantizar la seguridad del soporte así como la autenticidad, la integridad y la intangibilidad
del contenido, el modo de transmisión y de legitimación del titular y la pérdida de validez o de
eficacia.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
3. Formación progresiva del concepto de título-valor
Aunque, como veremos, el empleo de los primeros títulos se remonta a las relaciones
económicas entre los mercaderes del Medievo –si bien en su configuración confluyeron
aportaciones árabes, hebreas, chinas y europeas-, la formación del concepto de título-valor como
noción unitaria aglutinante de diversas clases de documentos con contenidos distintos no se
produce en la doctrina hasta la segunda mitad del siglo XIX, gracias fundamentalmente a la
aportación de los juristas alemanes e italianos. Pese a tratarse de instrumentos dispares, todos
ellos cumplen una función común de facilitar la circulación de derechos y agilizar su ejercicio,
de donde se ha podido extraer una serie de elementos comunes, lo que permitió construir una
teoría jurídica unitaria, que contiene los principios generales que comparten todos los títulos.
Directamente ligado con la posesión del documento, se construye el concepto central de los
títulos valores de la legitimación, que toma como base la necesidad de poseer el documento y
exhibirlo para poder ejercitar el derecho que incorpora. La legitimación puede ser entendida en
un doble sentido: por un lado, que el deudor no estará obligado a cumplir el contenido de la
prestación sin la exhibición del documento y que, en el caso de que lo hiciere, no estaría
cumpliendo con eficacia liberatoria, pudiéndosele exigir el cumplimiento de su contenido
posteriormente mediante la entrega del documento (segundo requerimiento que sí resultaría
legitimado y tendría eficacia extintiva); por otro lado, en sentido inverso, el deudor cumple –y
cumple bien– realizando la prestación a favor de quien resulte legítimo tenedor del título-valor,
siempre que, de conformidad con el documento que exhibe, resulte facultado para recibir la
prestación.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
4. Definición del título-valor. Análisis crítico del concepto
Sobre la base de lo expuesto, se puede definir el título-valor como el documento necesario para el
ejercicio del derecho literal y autónomo incorporado en él. De esta definición se pueden extraer
las notas que caracterizan a todo título-valor y que reflejan los caracteres conceptuales con que
unitariamente se pueden considerar todos ellos.
b) El segundo de los caracteres que presentan los títulos-valor es la legitimación para el ejercicio
del derecho que llevan incorporado. Así, a diferencia de lo que ocurre con la transmisión
ordinaria de créditos a través de la cesión, que requiere la comunicación al deudor, en los
títulos-valores la mera posesión del título es suficiente para legitimar a su tenedor para el
ejercicio del derecho que incorporan –en los títulos al portador–, o bien, requiriéndose algunos
requisitos complementarios que se unan a la posesión –cláusula de endoso en los títulos a la
orden, o notificación al deudor en los títulos nominativos–. De este modo, los títulos-valor
presentan la ventaja de que su mera posesión (o, en su caso, posesión cualificada) genera la
apariencia de titularidad del derecho, liberándose a su poseedor de la carga de tener que
demostrar la titularidad del derecho, favoreciéndose con ello la circulación de los derechos que
incorporan. Igualmente, se libera al deudor de la carga de tener que comprobar la legitimidad
del sujeto que exige el cumplimiento de la obligación, pudiendo confiar en la simple apariencia
de la titularidad del documento que exhibe, para llevar a cabo un cumplimiento liberatorio de
su obligación. En consecuencia, se puede afirmar que la posesión es legitimadora tanto en su
aspecto activo –legitimando al acreedor que posee el título para exigir el pago–, como en su
aspecto pasivo –en beneficio del deudor, que quedará liberado de la obligación si paga al sujeto
que aparece como titular del documento–.
Sin embargo, si se lleva esta legitimación a través de la posesión a sus últimas consecuencias se
podría dar lugar a situaciones antijurídicas en las cuales el derecho resulte adquirido por un
sujeto que, pese a ser titular aparente del título-valor, no es titular verdadero del mismo y, por
tanto, no estaría legitimado para su adquisición. El funcionamiento de los títulos-valores no
desconoce el principio consagrado en el artículo 1164 del Código Civil, según el cual sólo
libera el pago hecho de buena fe. Como derivación de tal principio, sólo el poseedor legítimo del
título tendrá derecho a la prestación que éste incorpora y, por tanto, sólo cuando sea legítimo
tenedor del documento podrá ejercitar o transmitir el derecho contenido en el título. Del mismo
modo, si el deudor conoce que el sujeto que posee el documento no ostenta su titularidad
legítima, no quedará liberado de su obligación si da cumplimiento a la obligación que éste le
exija, por lo que deberá rehusar el pago. A su vez, el ordenamiento jurídico no protege la
adquisición del derecho por un tercero a sabiendas de que su transmitente no es su verdadero
dueño, pues al tratarse de un sujeto que actúa de mala fe, no podrá invocar en su beneficio los
efectos legitimadores de la apariencia.
c) La literalidad de los títulos-valores hace referencia a que del tenor de su texto se obtiene
información precisa sobre el contenido, extensión y modalidades del derecho que incorpora el
documento. De este modo, se requiere como requisito esencial la redacción del contenido del
derecho por escrito, así como la incorporación de la firma del sujeto que se responsabiliza del
cumplimiento de la prestación que se incorpora al título. La nota de la literalidad permite
objetivizar el contenido del derecho que se transmite a través del título-valor. Así, el legítimo
titular del documento no podrá sufrir las consecuencias de las posibles excepciones que el
deudor pudiera esgrimir contra el sujeto que le transmitió el título. La literalidad actúa así como
complemento de la legitimación por la posesión en la definición de los elementos subjetivo y
objetivo del derecho incorporado al título-valor. Al mismo tiempo, permite aumentar la
confianza del sujeto que recibe el título sobre la exactitud de su contenido, quedando el receptor
del mismo liberado de la carga de tener que averiguar cuál era el verdadero alcance y contenido
del derecho incorporado al título.
Esta literalidad, sin embargo, no es igual en todos los títulos-valores. En efecto, se puede
distinguir dos tipos de títulos: de un lado se encuentran los llamados títulos perfectos, completos
o de literalidad directa, como son el pagaré, el cheque o la letra de cambio, en los que la
literalidad de la incorporación del derecho al título es absoluta; frente a ellos, los llamados
títulos imperfectos, incompletos o de literalidad por remisión (como es el caso de las acciones de
las sociedades anónimas) son aquellos en los que para conocer el contenido concreto de los
derechos que se incorporan a los títulos no será suficiente ya con la literalidad del documento,
teniendo que recurrir a elementos extraños al título (escritura y estatutos de la sociedad). En
este último caso, como se observa, queda reducida la nota de la literalidad.
d) Como derivación de los caracteres anteriores, los títulos-valores se definen también por la
nota de la autonomía, de modo tal que cada uno de los portadores del título transmite o ejercita
un derecho propio, de carácter originario y no derivativo. Se trata, por tanto, de un derecho que
se ejercita en nombre propio, con independencia del derecho de anteriores poseedores, y que,
en consecuencia, no se ve afectado por las relaciones que hayan podido existir entre el deudor y
los tenedores precedentes. Ello implica, igualmente, que a los legítimos tenedores del título no
podrá oponer el deudor las excepciones personales que tuviera contra el resto de tenedores
anteriores del documento.
Finalmente, resulta oportuno apuntar que aunque nuestra normativa vigente no contiene una
definición legal de qué deba entenderse por títulos-valores, la Propuesta de Código Mercantil sí
contiene tal concepto en su artículo 610-1. De conformidad con la norma propuesta, «los títulos-
valores son aquellos documentos necesarios para el ejercicio del derecho patrimonial en ellos
representado, librados o emitidos para facilitar la circulación de ese derecho».
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
5. El título-valor y su causa
5. EL TÍTULO-VALOR Y SU CAUSA
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
6. Aspecto jurídico-real del título
Precisamente la incorporación del derecho a un elemento material, además de dar lugar a que le
resulten de aplicación normas propias de los elementos reales, sometería a la entidad abstracta
del derecho a la suerte del documento. De este modo, a diferencia del derecho, el título como
documento puede ser objeto de extravío, sustracción o destrucción (pérdida, robo, incendio...).
En este sentido, el ordenamiento jurídico dulcifica o relativiza la incorporación del derecho al
documento y permite que aquél recobre su naturaleza abstracta como derecho, a través de su
desincorporación al título perdido. Este derecho desincorporado podrá ser posteriormente
reincorporado a un nuevo título o duplicado del anterior, procediéndose a amortizar el
documento previo, lo que supondrá que el mismo no tenga más valor que el de ser un simple
papel que ya no representa el derecho que indica, esto es, que ha dejado de incorporarlo.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
7. Títulos-valores impropios
A. Títulos y contraseñas de legitimación
Dentro de esta categoría por exclusión de los títulos impropios hemos de señalar, en primer
lugar, los llamados títulos de legitimación. Se trata de documentos que, a diferencia de los títulos-
valores, simplemente cumplen la función de facilitar la prueba de la titularidad de un derecho,
así como simplificar la posibilidad de su transmisión, sin necesidad de probar la titularidad
originaria del mismo o su adquisición derivativa. Por tanto, se trataría simplemente de
documentos que cumplen la función de permitir que el deudor cumpla su obligación
satisfaciendo la prestación a favor de quien aparezca como tenedor legítimo del documento;
facilitando al acreedor la reclamación de tal prestación, para la cual no tendrá que probar nada
respecto a la relación causal, bastando con la exhibición del documento. Al mismo tiempo, estos
títulos de legitimación facilitan la transmisión del derecho que contienen mediante la entrega
del documento a su nuevo tenedor, que estará legitimado para reclamar la prestación sin
necesidad de notificar tal vicisitud al deudor y sin tener que probar la titularidad actual del
derecho. Se trata de documentos que, salvo declaración expresa de su carácter no cedible,
podrán circular bajo la forma y con los efectos propios de la cesión. Algunos ejemplos de este
tipo de títulos de legitimación son los billetes de pasaje nominativos (ferrocarril, ferry...), los
billetes de entrada a espectáculos, los billetes de lotería, las papeletas de empeño al portador...
Careciendo aún más del carácter de títulos-valores y estando prácticamente privados de la nota
de la literalidad se encuentran las contraseñas de legitimación. En este caso estaríamos ante una
simple referencia –documental o indicada sobre otro soporte material– que cumplen la función
de liberar al deudor cumpliendo una prestación conocida frente al tenedor de la contraseña. Es
el caso, por ejemplo, de las fichas de guardarropa o los resguardos de los objetos entregados
para su reparación o consigna.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
7. Títulos-valores impropios
B. Cartas de patrocinio
B. Cartas de patrocinio
Carecen igualmente de los caracteres de los títulos-valores y, por tanto, merecen ser
consideradas como títulos impropios las llamadas cartas-órdenes de crédito, reguladas en los
artículos 567 a 572 del Código de Comercio, que las conceptúa como aquellas expedidas de
comerciante a comerciante o para atender a una operación mercantil. Se trata de títulos
nominativos indicativos de una cuantía fija, que funcionan como un documento (carta) a través
del cual el emitente (llamado dador) invita a otra persona a que pague a un tercero directamente
designado en el título (portador de la carta). Pese a haber caído en desuso en el tráfico
económico actual, constituyen el germen no remoto de otros instrumentos más difundidos, como
son la carta de patrocinio y la tarjeta de crédito.
Al igual que ocurre con la carta-orden de crédito, la carta de patrocinio contiene una invitación
al destinatario para que conceda algún tipo de crédito al beneficiario (patrocinado). Estos títulos
impropios –también llamados confort letters, cartas de conformidad, de responsabilidad o de
garantía – se construyen sobre la base de una relación empresarial o relación de patrocinio
preexistente entre el remitente (patrocinador) y el beneficiario (patrocinado), que normalmente
son ambos sociedades mercantiles. Sobre la base de esta relación de patrocinio, el patrocinador
se compromete a mantener su protección al patrocinado a través de las manifestaciones vertidas
en su carta, de modo que el patrocinado pueda cumplir normalmente ante el destinatario las
obligaciones que se deriven del crédito que se le concede, contando con la garantía del
patrocinador.
Así configuradas las cartas de patrocinio puede discutirse cuál deba ser la naturaleza jurídica de
éstas, es decir, qué posición debe ser la protagonizada por el patrocinador en el caso de que el
patrocinado incumpla la relación que le vincula con el beneficiario de la carta. De este modo,
podría cuestionarse si su posición ha de ser cercana a la del fiador, de modo tal que deba
responder de la deuda del patrocinado como tal; o si, por el contrario su valor se limitaría al de
ser una mera carta de recomendación (a las que se alude en el último inciso del art. 568 C. de C.),
quedando en consecuencia el patrocinador inmune de una obligación efectiva a hacer frente a la
deuda del patrocinado. En cualquier caso, la jurisprudencia del Tribunal Supremo está sentando
la doctrina de que para que sea jurídicamente exigible el compromiso asumido por el
patrocinador sobre la base de estas cartas, es necesario que esté perfectamente determinada la
operación de crédito que se garantiza, que se indiquen claramente los sujetos afectados
(beneficiario y patrocinado), así como que se realice una nítida descripción del contenido
obligacional que comportan (SSTS de 18 de marzo de 2009 y de 13 de febrero de 2007).
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Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
7. Títulos-valores impropios
C. Tarjetas de crédito y débito
Igualmente en conexión con la carta de crédito se han de considerar las tarjetas de crédito (credit
cards), surgidas sobre los esquemas de aquélla en el tráfico mercantil anglosajón, extendiéndose
rápidamente al resto del mundo. Se trata de un instrumento que se construye sobre la base de la
relación jurídica existente entre un establecimiento financiero (emitente o dador) y sus clientes
(beneficiario o titular) con los que normalmente mantienen un contrato de cuenta corriente, y
que despliega sus efectos de frente a una serie de empresarios ante los cuales va a hacerse valer
la tarjeta. A través de la relación de tarjeta de crédito, el beneficiario se obligará con los
empresarios a título oneroso adquiriendo bienes o servicios, dirigiéndose posteriormente éstos
contra el emitente para obtener el cobro de los créditos que han nacido de tales adquisiciones.
En cambio, el emitente se resarcirá de estos pagos mediante la presentación al cobro de recibos
periódicos sobre la cuenta corriente bancaria del beneficiario. El emitente de la tarjeta responde
frente a quienes suministraron los bienes o servicios al titular o beneficiario dentro del límite
máximo de la cantidad cubierta por la tarjeta y siempre que se haya desplegado la debida
diligencia en orden a la correcta identificación del titular y saldo del que puede disponer. El
emitente soporta los eventuales riesgos de insolvencia del titular de la tarjeta, sin perjuicio de
ejercitar contra él las acciones judiciales correspondientes. Como contraprestación recibe una
doble comisión: una posible cantidad fija anual por facilitar este medio de pago al beneficiario y
un porcentaje del costo de bienes o servicios pagados con la tarjeta que le abona el
suministrador de aquéllas.
Por su parte, las tarjetas de débito funcionarían como un instrumento a través del cual el titular
de una cuenta corriente y titular de la tarjeta puede disponer ante terceros del dinero que tiene
depositado en la entidad bancaria. En este caso, a diferencia de lo que ocurre con las tarjetas de
crédito, el banco no asume per se ninguna obligación de crédito, sino que se limita a articular las
disposiciones de fondos en ella depositados que lleva a cabo el cliente. La cantidad de la que el
cliente podrá disponer está limitada al importe que haya en cada momento en la cuenta
corriente, sin poder excederlo a cuenta de créditos concedidos por el emitente. Por ello su
carácter de instrumento de crédito queda desdibujado, conformando simplemente un
instrumento de disposición en efectivo del contenido de una cuenta corriente previa.
Hemos de señalar que, a diferencia de lo que ocurre con los documentos cambiarios (letra,
cheque, pagaré...) que se excluyen de su ámbito de aplicación (art. 3.g), al empleo de tarjetas
bancarias sí resulta de aplicación la normativa contenida en la Ley 16/2009, de 13 de
noviembre, de Servicios de Pago, cuando las mismas sean utilizadas para llevar a cabo una
operación de pago, entendiéndose ésta como una acción, iniciada por un sujeto ordenante o por
un beneficiario, consistente en situar, transferir o retirar fondos, con independencia de
cualesquiera obligaciones subyacentes entre ambos (art. 2.5) (Lecc. 49 epíg. III).
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Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
I. Noción y caracteres del título-valor
8. La circulación de los títulos-valores
La configuración de los títulos valores como incorporación a un documento del derecho a una
prestación procedente de una relación causal nos debe llevar a diferenciar entre la titularidad
del derecho representado –que corresponderá, en todo caso, al propietario del título, es decir, el
acreedor en la relación causal–, y la legitimación para el ejercicio del mismo –que, en cambio,
corresponderá al legítimo poseedor del título–. De este modo, el poseedor que haya adquirido el
título cumpliendo las formalidades que para la transmisión del mismo exige la ley, estará
legitimado para su ejercicio, pero no será el propietario del mismo. Las formalidades que la ley
exige para que se produzca la transmisión del título dependerán de si nos encontramos ante un
título nominativo, a la orden o al portador.
En función del modo en que se produzca la transmisión del título, podremos distinguir entre la
circulación regular, la circulación irregular y la circulación impropia del mismo.
a) La circulación regular es aquella en la que la transmisión del título se produce cumpliendo los
requisitos exigidos por la normativa para la misma y como consecuencia de un negocio de
transmisión válido celebrado entre el propietario actual y otro sujeto, basado en una relación
causal existente entre ambos (y que podrá ser de muy diverso género: pago de una deuda, título
gratuito, pago a cuenta de otra cuenta...). Para que el título-valor circule regularmente será
necesaria su entrega del propietario actual a otro sujeto, así como el cumplimiento de las
formalidades que la normativa exija en particular para cada clase de título (nominativos, a la
orden, al portador).
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Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
II. Clases
9. Clasificación de los títulos-valores. Criterios de clasificación
Adoptando diversos criterios, los títulos valores se pueden clasificar en distintas categorías. De
este modo, se pueden considerar:
a) Según la influencia que tenga el negocio jurídico causal sobre la obligación contenida en el
título se puede distinguir entre títulos causales y títulos abstractos. Los títulos causales serían
aquellos en los que el negocio causal influye sobre el funcionamiento de la obligación
documental contenida en el título, de modo que se liga el documento al negocio anterior que le
sirve de causa, haciendo que transciendan las vicisitudes de éste al título. En ellos, deudor
podría oponer al tenedor del título las excepciones al pago que se derivan de la relación causal,
es decir, aquellas que le vinculan con el acreedor de la relación subyacente en el documento. Por
su parte, los títulos abstractos tratan de desconectar el documento del negocio causal. No
obstante, no puede decirse que ningún título-valor sea completamente causal ni completamente
abstracto, sino que será predominantemente de un tipo o de otro, en función de la protección
que la normativa haya querido ofrecer al tenedor. Así, con la creación de los títulos-valores
abstractos se trata de proteger al tenedor legítimo del documento de las posibles excepciones
que el sujeto que resulta en el documento como deudor pueda oponer sobre la base de las
relaciones jurídicas que le vinculaban con el acreedor inicial. Del mismo modo, un mismo título
podrá ser en ciertas ocasiones causal o abstracto en función de la persona de su tenedor y de la
participación de éste en la relación subyacente. En consecuencia, en el caso de un título que no
haya circulado, el acreedor podrá dirigirse contra el deudor sobre la base de la relación
documental o de la relación causal, pero en cualquier caso, las circunstancias personales que
ligan a deudor y acreedor sobre la base de la relación causal se mantienen, pudiendo ser
opuestas en la reclamación de la deuda.
b) Según el modo en que sean emitidos, los títulos-valores pueden ser singulares o emitidos en
serie. Así, los títulos singulares son aquellos que se emiten de forma separada y aislada como
consecuencia de una relación subyacente con unos rasgos concretos, de modo tal que el
contenido del título se adapta perfectamente a los requerimientos de la relación causal. Es el
caso típico de los pagarés, los cheques y las letras de cambio, que representan el importe de la
deuda contraída entre los sujetos de la relación causal. En cambio, los títulos en serie se emiten
de forma conjunta, en masa o serie, teniendo un contenido uniforme dentro de cada emisión. Es
el caso de las acciones y obligaciones de las sociedades, los títulos de deuda pública, las letras y
pagarés del Tesoro, etc. En estos casos, cada serie puede estar compuesta por multiplicidad de
títulos con un contenido exactamente igual (ergo, fungibles). Dado el elevado número de
ejemplares que puede alcanzar, cada serie, las tiradas de las mismas por lo que respecta a su
creación, numeración y suscripción pueden resultar bastante complicadas y costosas, por lo que
los valores que se solían representar a través de este tipo de títulos han pasado a representarse
mediante anotaciones en cuenta. Históricamente en razón de este criterio clasificatorio
distinguíamos, según la nomenclatura gala, entre efectos de comercio y valores mobiliarios. Los
primeros eran los de emisión singular o aislada porque respondían a instrumentos de pago o
crédito de operaciones comerciales singulares. Por tanto sus condiciones y circunstancias de
ejercicio eran singulares y ajustadas a las del negocio del que traían causa. El concepto de valor
mobiliario hoy tiene su trasunto en el ámbito de los mercados de valores en los llamados valores
negociables. En efecto, junto a algunas categorías de contratos sobre tales valores negociables, el
texto refundido de la Ley del Mercado de Valores (RDL 4/2015, de 23 de octubre, art. 2.1) los
define como aquellos «derechos de contenido patrimonial, cualquiera que sea su denominación,
que por su configuración jurídica propia y régimen de transmisión, sea susceptible de tráfico
generalizado e impersonal en un mercado financiero» y que son «emitidos por personas o
entidades, públicas o privadas, y agrupados en emisiones». Seguidamente la norma enuncia una
lista no cerrada de títulos que en todo caso serán considerados como valores negociables. Tanto
si atendemos a la relación ejemplificativa como a las características conceptuales de los valores
negociables veremos que nos encontramos ante títulos valores.
c) En función del sujeto que los emite, distinguiremos entre títulos públicos y títulos privados.
Como puede deducirse, los primeros serán emitidos por entidades públicas; mientras que los
títulos privados son emitidos por particulares o entidades privadas. Se trata ésta de una
distinción que en la actualidad ha perdido parte de su transcendencia. A ella se refería el ya
derogado artículo 61, números 1 y 2 del Código de Comercio, y su finalidad era destacar las
especiales características que revestían estos títulos cuando eran emitidos por un organismo
público, los cuales además, en ciertos casos, se ven beneficiados de determinadas ventajas
fiscales, así como exonerados de ciertos requisitos para su creación o circulación ( arts. 103 a
105 de la Ley General Presupuestaria). Realmente el aspecto trascendente de esta división
se refiere al riesgo asumido por quien concede el crédito. Por tal razón, y generalmente en el
ámbito de los títulos emitidos en masa se distingue en títulos de riesgo soberano, cuasi soberano
y riesgo privado. La primera categoría se asociaba a la idea de que los Estados no podían jamás
ser insolventes (y a tal riesgo se asociaban también las grandes empresas públicas y algunas
corporaciones). Pero esta taxonomía, más económica que jurídica, ha quedado muy
recientemente obsoleta por cuanto la crisis de 2007 destruyó el mito de la solvencia de los
Estados al tiempo que las políticas de reducción del déficit han acabado con la garantía
subsidiaria de los Estados a las emisiones financieras de sus mayores empresas que emiten bajo
su exclusivo riesgo.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
II. Clases
10. Títulos-valores según el derecho incorporado
A. Títulos de pago o crédito
En los títulos de pago o crédito, también llamados de suma, se incorpora el derecho a exigir una
determinada cantidad de dinero del deudor en el momento, lugar y moneda que se expresan en
el documento. Dado su contenido pecuniario, se trata de los títulos más antiguos y también de
los más difundidos, de modo tal que se emplean como paradigma de los títulos-valores. Los
ejemplos más destacados de títulos de pago son el pagaré, el cheque y la letra de cambio. Se trata
de documentos en los que se puede apreciar nítidamente la nota de la literalidad, dada la
simplicidad de la prestación que incorporan. En algunos casos, el legítimo titular del derecho
podrá ejercitar su contenido en cualquier momento desde la emisión (como es el caso de todas
las clases de cheques y en los pagarés y letras de cambio a la vista), mientras que en otros
supuestos se exige que medie un lapso de tiempo entre la emisión y el vencimiento (pagaré y
letra de cambio no a la vista).
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II. Clases
10. Títulos-valores según el derecho incorporado
B. Títulos de participación
B. Títulos de participación
Los títulos de participación, por su parte, en lugar de incorporar el derecho concreto a una
prestación (pecuniaria o no), incorporan un conjunto de derechos de diversa naturaleza, tengan
contenido económico (derecho al dividendo, a la cuota de liquidación), de carácter político
(derecho de voto, a la impugnación de acuerdos, a la designación separada de administradores),
e incluso de carácter mixto (derecho de suscripción preferente). Como se deduce, los ejemplos
más claros de este tipo de títulos son las acciones, incorporándose en los títulos de participación
el derecho a participar en el funcionamiento de la sociedad que las emitió; si bien, como se hace
patente, gran parte de las sociedades de capital han abandonado este sistema tradicional de
representar las acciones mediante títulos, pasando al sistema de anotaciones en cuenta.
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Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
II. Clases
10. Títulos-valores según el derecho incorporado
C. Los llamados títulos de tradición. Su régimen en el Derecho español
Los títulos de tradición o títulos representativos de mercancías son aquellos que incorporan el
derecho a obtener la restitución de los bienes materiales –propiamente mercancías– en ellos
indicados en el momento y lugar también determinados en el tenor del documento. Se trata de
un tipo de título-valor cuya simple tenencia produce los efectos inherentes a la posesión de las
cosas que representan, de modo tal que las transmisiones y la suerte que reciba el título
desplegarán sus efectos sobre las mercancías indicadas (cambio de titularidad, constitución de
derechos reales...). Algunos ejemplos tradicionales de este tipo de títulos son el conocimiento de
embarque, el talón de ferrocarril o los resguardos de depósito en almacenes generales.
En estos títulos, la incorporación de los elementos representados al documento es tal que sobre
las mercancías se producirán los efectos reales que se proyecten sobre el título. En los
ordenamientos como el español que emplean un sistema de transmisión de la propiedad que
requiere la combinación del título y el modo (ex art. 609 C.C.), la transmisión del documento
sirve como entrega de la cosa –modo– en el título representada. De esta forma, la titularidad del
documento equivaldrá a la posesión de las mercancías, por lo que el propietario del título podrá
disponer de éstas con la simple transmisión del título (lógicamente, cumpliendo para ello los
requisitos formalmente exigidos para la transmisión según el tipo de documento). Los mismos
efectos se producirán con los demás derechos reales que se puedan constituir sobre las
mercancías representadas. Así, la entrega del documento en prenda servirá para poseer al
acreedor pignoraticio de las mercancías que en el título se representan, equivaliendo al
desplazamiento de la posesión que requiere la prenda ordinaria.
En los títulos de tradición se puede distinguir de este modo entre una posesión mediata y una
posesión inmediata de las mercancías representadas. Así, la posesión inmediata la tendrá el
sujeto que materialmente tiene las mercancías u objetos (sea para su depósito, custodia,
transporte...), y que a cambio de su tenencia, emite el título a través del cual se compromete a
devolverlas al sujeto que aparezca legítimamente titular del documento en el momento y lugar
determinados; por su parte, la posesión mediata corresponde a quien ostente legítimamente el
título que representa las mercancías, y que será la persona que esté legitimada para exigir su
restitución al emisor del título en las condiciones especificadas en el documento. A través de
estos títulos se vincula la titularidad del documento con la posesión de los bienes, de modo tal
que el que legítimamente detente el título se le presume poseedor de los bienes que en él se
representan, pudiendo, en consecuencia, operar sobre los bienes representados mediante la
utilización del título en el que se incorpora el derecho a la restitución.
Sin embargo la actual Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías, que dedica los
artículos 10 a 16 a la regulación de la carta de porte, ha terminado con la consideración de la
misma como título valor de tradición. Dicha norma, además de regular el contenido mínimo de
la carta de porte (art. 10) nos indica que ésta no es necesaria (art. 10.1) por lo que puede haber
un contrato de transporte sin que se llegue a emitir (ese dato por sí mismo no nos dice más que
el contrato de transporte no es formal). Cuando cualquiera de las partes así lo exija se emitirá la
carta de porte. Se hará en triplicado ejemplar: un ejemplar para el cargador, un segundo que
viajará con las mercaderías y el tercero que quedará en poder del porteador (art. 11.3). Si nos
encontrásemos ante un título-valor de tradición, la transmisión de la carta de porte conllevaría
la transmisión de las mercaderías transportadas, y su posesión sería inexcusable para exigir la
entrega de las mismas. Bajo el imperio de la Ley sobre el Contrato de Transporte Terrestre de
Mercancías (art. 12) el destinatario no tendrá que exhibir ni poseer ejemplar alguno de dicha
carta, pudiendo exigir, eso sí, el destinatario que el porteador le entregue el segundo ejemplar, y
éste último, que el destinatario le firme el recibí en el tercer ejemplar (o documento separado).
Nos remitimos al contenido de la Lección 36.
El texto de la Ley de Navegación Marítima diluye aún más la diferencia entre títulos de
tradición y títulos de crédito, al determinar que la circulación por endoso del conocimiento de
embarque se regirá por las normas aplicables a los títulos cambiarios, en la medida que sea
compatible con la naturaleza del conocimiento.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
II. Clases
11. Clasificación de los títulos-valores por el modo de designación del titular
A. Los títulos nominativos
Los títulos nominativos o títulos directos son aquellos en que se designa expresamente a una
persona determinada como titular del derecho, la cual será en principio, la única legitimada
para exigir el cumplimiento de la obligación que incorporan. Se trata del primer tipo de título-
valor que surge históricamente ya que solo con posterioridad se generan las otras clases de
títulos por medio de la incorporación al documento de las cláusulas «al portador» y «a la orden».
En los títulos nominativos, además de exigirse la posesión del documento para poder ejercer el
derecho que incorporan –como en todo título-valor–, es necesario que la identidad del tenedor
que pretende ejercitar el derecho coincida con la de la persona designada directamente en el
documento, debiendo acreditar que se trata de dicha persona o que actúa en nombre de ésta.
Cuando los títulos nominativos estén emitidos en serie (acciones u obligaciones de sociedades,
cédulas hipotecarias, etc.), la existencia de un libro-registro de sus titulares en poder del
emitente exige que sea necesaria la inscripción previa del titular del documento en el libro antes
de que pueda ejercitar sus derechos. De este modo, sólo estarán legitimados para ejercitar los
derechos aquellos que aparezcan inscritos en el libro-registro, teniéndose que hacer constar en
él las transferencias sucesivas del título (así lo exige, por ej., el art. 116 LSC por lo que
respecta a la transmisión de las acciones y participaciones de las sociedades de capital).
Los títulos nominativos son los que presentan una mayor complejidad para su cesión y
transmisión. Así, junto a la entrega del título y la designación en el mismo del cesionario, es
necesario, además, la notificación de la cesión al deudor o a la entidad emisora si no se trata de
títulos de pago. A falta de normas específicas para el tipo de título en particular resulta de
aplicación el artículo 347 del Código de Comercio, el cual requiere la puesta en conocimiento
de la transmisión al deudor para «los créditos mercantiles no endosables ni al portador»; a
partir de tal comunicación, el deudor sólo realizará un pago legítimo –por tanto, liberatorio–
cuando lo haga a este cesionario que le ha sido notificado, sin que se pueda reputar tal el pago a
cualquier otra persona. Como se aprecia, para que se pueda operar la transmisión de los títulos
nominativos es necesario comunicar previamente la transmisión al deudor, lo cual servirá,
además, en los títulos emitidos en serie para que se practique la correspondiente y necesaria
modificación de datos en el libro-registro.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
II. Clases
11. Clasificación de los títulos-valores por el modo de designación del titular
B. Títulos al portador. Concepto, clases y régimen jurídico
A diferencia de los títulos nominativos, los títulos al portador no designan a ninguna persona
como titular del derecho que contienen, de modo que el portador del documento estará
legitimado para ejercitar el derecho que se documenta. Ello se produce mediante la inserción en
el título de una cláusula «al portador» por la que se expresa este carácter; cláusula que, además,
no es siempre necesaria, pues en aquellos casos en que la ley no exija imperativamente que el
documento se deba emitir con carácter nominativo o a la orden, se presume su carácter al
portador cuando en el título no se indique de modo expreso la persona de su titular. La plena
incorporación del derecho al documento y la supresión de formalidades en su transmisión
fomentaron la difusión de este tipo de títulos, pues son especialmente aptos para la movilización
del crédito y el ahorro, permitiendo el desarrollo comercial de las empresas y, al mismo tiempo,
el empleo del crédito por parte del propio Estado.
La disciplina de estos títulos contenida en el Código de Comercio (arts. 544 y ss.) es limitada e
incompleta, centrándose su estudio en los supuestos de amortización en caso de robo, hurto o
extravío, así como en el procedimiento para la obtención de un duplicado. Estos títulos pueden
incorporar cualquier tipo de derecho patrimonial que se pueda materializar en un título-valor,
por tanto, podrán emitirse al portador tanto los títulos de pago, como los de participación o los
de tradición. A excepción de la letra de cambio, el pagaré, la carta-orden de crédito y las acciones
de ciertas sociedades, los demás títulos de crédito pueden ser emitidos al portador.
Los títulos al portador legitiman al poseedor del título al ejercicio del derecho que incorporan
por el simple hecho de tener el documento conforme a Derecho. De este modo, el acreedor
deberá realizar la prestación incorporada al título a favor de aquel sujeto que presente el
documento, sin poder exigir prueba de su titularidad regular. Al mismo tiempo, quedará
liberado si cumple de buena fe –es decir, ignorando la ilegitimidad de la posesión– frente al que
le presente el documento, con independencia de la regularidad real o no de la posesión. Similar
conclusión ha de mantenerse en el caso del pago a un tenedor incapaz: en este supuesto, el
deudor de la prestación cumple legítimamente realizando el contenido de ésta a favor de quien
presente el documento, sin estar obligado a comprobar las circunstancias personales del mismo,
siempre que obre de buena fe.
Tanto el Código de Comercio (art. 544) como la Ley de Enjuiciamiento Civil (art. 517)
reconocen fuerza ejecutiva tanto a los títulos al portador que representen obligaciones de pago
(en dinero o especie) como a los cupones que los representen –en el caso que éstos existan–. De
este modo, la normativa procesal reconoce que la acción ejecutiva deberá fundarse en un título
que tenga aparejada ejecución, incluyendo entre tales los títulos al portador «que representen
obligaciones vencidas y a los cupones también vencidos de dichos títulos » ( art. 517.6LEC).
Los títulos al portador serán transmisibles por la tradición del documento (art. 545 C. de C.), al
igual que ocurre con las cosas muebles, por lo que su régimen de circulación es el más sencillo
dentro de los títulos-valores. Esta simplificación se construye sobre la base constatada por la
jurisprudencia de que la tradición implica una presunción iuris tantum de que el tenedor del
efecto es legítimo poseedor del mismo (SSTS de 11 de octubre de 1975 y de 17 de noviembre de
2008). Sin embargo, la facilidad de su transmisión no debe romper la regla general de la
transmisión de la propiedad en el derecho español. Así, el sistema español requiere la
concurrencia de un título y un modo para que se pueda adquirir la propiedad, por lo que la
entrega del documento deberá suceder a un acto o contrato traslativo del dominio. Esta
tradición, igualmente, podrá hacerse con fines traslativos o, simplemente, con fines limitados a
la creación de un derecho real, una garantía o un contrato de custodia sobre el mismo
(usufructo, uso, prenda, depósito...).
Finalmente, el artículo 545 del Código hace referencia a la irreivindicabilidad del título
adquirido por un tercero de buena fe, de modo que se hace inatacable su posición de frente al
propietario ilegítimamente desposeído (STS Sala 1ª de 21 de febrero de 1986). Para evitar estos
efectos, el propietario de títulos al portador robados o extraviados podrá promover los
procedimientos contenidos en los artículos 547 a 566 para impedir que el detentador pueda
negociar el título con intervención notarial, lo que lo haría irreivindicable; así como para evitar
que se paguen a tercera persona los dividendos, los intereses o el capital del título, y para
conseguir la expedición de un duplicado.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 45. Títulos-valores. Teoría general
II. Clases
11. Clasificación de los títulos-valores por el modo de designación del titular
C. Títulos a la orden
C. Títulos a la orden
A medio camino entre los títulos nominativos y los títulos al portador se encuentran los títulos a
la orden. Se asemejan a los títulos nominativos en tanto que en ellos aparece indicado el sujeto
titular del derecho; pero, en cambio, la obligación documental se deberá cumplir a la orden del
primer tomador del documento o, en caso de posteriores transmisiones del título, a la orden de
quien se designe como último adquirente y tenedor legítimo. Se trata, por tanto de títulos que
están destinados a circular en el tráfico mercantil.
Con la incorporación de la cláusula «a la orden» se refleja que se trata de títulos que están
destinados a salir del ámbito de poder del primer tomador para circular en el tráfico hacia otra
persona que exigirá el pago. Al circular el título, cada nuevo adquirente puede disponer a su vez
del mismo, indicando que se pague a la orden de otro. Se sucederán así una serie de endosos
(transmisiones) del documento, estando legitimado el último adquirente o tenedor legítimo para
el ejercicio del derecho autónomo que incorpora el documento. El caso paradigmático sobre el
que se construye la teoría general del título a la orden es el de la letra de cambio; si bien, otros
títulos como el cheque, el pagaré, el conocimiento de embarque, el resguardo de depósito, etc.,
pueden ser igualmente emitidos a la orden.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
I. Los títulos de crédito. Concepto y dinámica de las declaraciones cambiarias
Aunque sean objeto de una regulación conjunta en el marco de la Ley Cambiaria y del
Cheque, nuestra normativa vigente no contiene una regulación general de los títulos de crédito,
más allá de las normas específicas que se ocupan de regular la letra de cambio, el cheque y el
pagaré. Tradicionalmente la doctrina ha empleado, siguiendo los esquemas de la propia Ley, las
estructuras propias de la letra de cambio para el estudio de los títulos de crédito regulados en la
Ley Cambiaria. No obstante, las necesidades del tráfico actual nos obligan a ofrecer un cambio
de óptica en su tratamiento, dando prioridad al estudio del pagaré, en tanto que instrumento
preponderante en el tráfico mercantil, y explicar sobre la base de éste los esquemas de la letra
de cambio. Por su parte, el cheque mantiene su propia singularidad tanto por lo que respecta a
su funcionamiento como a su uso.
Resulta importante señalar, que las declaraciones cambiarias son autónomas unas de las otras,
es decir, que la declaración realizada por cada uno de los firmantes de un título de crédito será
válida aunque el título contenga firmas de personas incapaces de obligarse, firmas falsas o de
personas imaginarias, o firmas que por cualquier otra razón no puedan obligar a las personas
que hayan firmado el título o a aquellas en cuyo nombre figure firmado.
El librador, los endosantes y los avalistas de un cheque o un pagaré, así como el aceptante de
una letra de cambio, responderán solidariamente frente al tenedor.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
II. El pagaré
1. Concepto y caracteres
1. CONCEPTO Y CARACTERES
El pagaré cambiario es un título-valor por el cual una persona (denominada firmante) se obliga a
pagar a otra (beneficiario) o a su orden, una determinada cantidad de dinero en la fecha y lugar
indicados en el título. La literalidad del pagaré, como se observa, es una promesa de pago, es
decir, un compromiso directo a cargo del firmante de hacer frente a una obligación pecuniaria a
favor del beneficiario o de la persona que resulte legítimo tenedor del documento. Este carácter
promisorio es precisamente lo que nos permitirá distinguir el pagaré de los otros títulos de pago
regulados en la Ley Cambiaria y del Cheque, pues la letra de cambio y el cheque contienen
mandatos de pago.
Pese a su distinta naturaleza –el pagaré es una promesa de pago, la letra de cambio es un
mandato–, el contenido de ambos títulos hace que las diferencias se desdibujen, en tanto que
ambos documentos incorporan la obligación de pagar una determinada cantidad de dinero en el
momento de su vencimiento al sujeto que aparezca legitimado para exigir la prestación (según
las normas de funcionamiento de cada título), permitiéndose la circulación de ambos títulos de
crédito mediante endoso, la incorporación de avales de terceros, el pago por intervención, el
protesto... Es por ello por lo que la Ley Cambiaria regula en detalle la letra de cambio,
reduciendo la disciplina específica del pagaré (arts. 94 a 97) a realizar una remisión (y
modulación) a las normas previstas para ésta.
El pagaré puede ser definido como un título-valor literal, formal y abstracto, por el que una
persona, llamada firmante, se compromete de forma incondicionada a pagar una determinada
suma de dinero a su vencimiento a otra, llamada beneficiario. Ha de estar emitido en todo caso a
la orden o en forma nominativa, por lo que no podrá ser librado al portador. De este concepto se
pueden extraer los caracteres que definen al pagaré:
a) Se trata de un título de crédito o de pago por el cual el firmante se compromete a pagar una
determinada cantidad de dinero, en euros o en cualquier otra moneda admitida a cotización
oficial. Por este motivo, el derecho incorporado al título ha de tener contenido pecuniario, no
pudiéndose instrumentar a través del pagaré la entrega de mercancías.
b) El título contiene una promesa de pago (promesa pura y simple). Así, a diferencia de otros
instrumentos de pago, como la letra de cambio o el cheque, el firmante del pagaré no ordena que
se realice un pago, sino que se compromete a efectuarlo. Se trata, por tanto, de un compromiso
directo a diferencia del que se asume con el mandato de pago, a través del cual se garantiza
simplemente el pago por otro sujeto. De este modo, el firmante del pagaré es obligado directo y
principal de la relación cambiaria, a diferencia de lo que ocurre en las relaciones jurídicas del
cheque y de la letra de cambio, que contienen relaciones de carácter triangular.
c) La promesa de pago cumple los fines de contener un derecho literal y autónomo a través de
un título formal, en tanto que ha de reunir los requisitos extrínsecos exigidos por los artículos 94
y 95 de la Ley Cambiaria para que pueda ser considerado un pagaré.
d) El pagaré se hará efectivo a su vencimiento, lo que significa que entre la fecha de su emisión
(libramiento) y la de la realización efectiva del pago prometido debe mediar un lapso de tiempo.
Así, la promesa de pago deberá cumplirse, bien en el momento en que se presente al firmante
(pagaré «a la vista»), bien transcurrido cierto plazo desde esta presentación (pagaré «a un plazo
desde la vista»), bien en un día concreto del calendario (pagaré «a día fijo o determinado»), bien
en un día contado a partir de la fecha de emisión (pagaré «a un plazo desde la fecha»).
e) Del mismo modo, el pagaré deberá hacerse efectivo en el lugar de pago que se determine en el
título.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
II. El pagaré
2. Función económica del pagaré
El pagaré se utiliza como instrumento de crédito, por tanto, para aplazar el cumplimiento de la
prestación debida por parte del deudor, lo cual se ve favorecido en el tráfico por dos caracteres
de su régimen jurídico. En primer lugar, la facilidad de su transmisión, sea por endoso o por
descuento, de modo que el acreedor poseedor del título pueda obtener liquidez en cualquier
momento. Y, en segundo lugar, por las garantías efectivas del pago que se derivan de ser el
pagaré título ejecutivo, pudiendo abrir directamente procedimiento ejecutivo a través del juicio
cambiario regulado en los artículos 819 a 827 de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
Al mismo tiempo, el pagaré está siendo utilizado para la articulación de pagos contra cuenta
corriente con vencimiento determinado. Se trataría en este caso del reconocimiento de una serie
de deudas con vencimiento en una fecha determinada y que serán pagadas en el momento de su
vencimiento con cargo a la cuenta corriente que se determina en el título. Ha de notarse, sin
embargo, que al fijar que el pago se hará con cargo a una cuenta corriente no se está realizando
una orden de pago a la entidad bancaria (lo que sería más propio de un cheque) sino que se está
determinando propiamente el lugar en el que el deudor realizará el pago (domiciliación). De
hecho, a diferencia de lo que ocurre con el pagaré, el cheque no podría utilizarse para hacer
frente a esta necesidad ya que no puede postdatarse (sobre la diferencia entre estos pagarés y el
cheque postdatado v. RDGRN de 4 de junio de 2009). La circular del Banco de España número 11
de 6 de noviembre de 1990, dirigida a las Entidades miembros del Sistema Nacional de
Compensación Electrónica, sobre Sistema Nacional de Intercambios contiene la Norma SNCE-
004, por la que se regulan los requisitos de normalización de los pagarés de cuenta corriente.
Pese a que se deba admitir la validez de estos pagarés en blanco como garantía de relaciones de
préstamo en las relaciones entre empresarios, no resulta tan clara su admisibilidad en lo que
respecta a la contratación con consumidores de servicios bancarios. Sobre esta cuestión doctrina
y jurisprudencia se encuentran divididas [v. considerando que se trata de condiciones abusivas y
contrarias a la normativa de defensa de consumidores SSAP Girona (secc.1ª), de 16 de junio de
2000, Tarragona (secc. 3ª), de 17 de abril de 2009, Valencia (secc. 9ª), de 29 de septiembre de
2010; en contra, admitiendo que tales cláusulas no son per se abusivas, SSAP Baleares (secc. 3ª),
de 8 de septiembre de 2010, Sevilla (secc. 2ª), de 31 de octubre de 2006]. Se cuestiona de este
modo si la incorporación a los contratos bancarios de préstamo personal de una cláusula a
través de la cual el prestatario se compromete a firmar pagarés en blanco en garantía de la
restitución del importe del crédito pueda constituir una cláusula abusiva en virtud del artículo
10 bis de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios. Si bien desde la
perspectiva estricta de su funcionamiento como documentos cambiarios no cabe duda de la
posibilidad de su utilización, existen diversos factores que nos deben llevar a cuestionarnos si se
trata de cláusulas abusivas. Así, la incorporación de tal obligación implicaría que ante el
incumplimiento o el vencimiento anticipado del préstamo, la entidad bancaria pueda recurrir
directamente a un procedimiento ejecutivo a través de un juicio cambiario, sin necesidad del
reconocimiento notarial previo de la deuda que abriría el procedimiento ejecutivo sobre la base
del préstamo. Al mismo tiempo, la admisión de esta posibilidad que permitiría pasar
directamente a la ejecución privaría al consumidor de la garantía de comprobación por el
fedatario de que la liquidación se ha practicado adecuadamente (ex arts. 573.2ª y 574.1ª
LEC).
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
II. El pagaré
3. Elementos personales: firmante, beneficiario, tenedor, avalista. Responsabilidades
La estructura subjetiva del pagaré es mucho más sencilla que la que presentan la letra de
cambio y el cheque. Así, como reconocimiento de deuda y promesa de pago, el pagaré se
construye como una relación directa entre dos partes: el firmante y el beneficiario o tomador. El
primero de éstos reconoce la existencia de una deuda a favor del segundo surgida de la relación
subyacente de la que trae causa el título, y se compromete al pago de su importe en un momento
posterior. Por su parte, el beneficiario aparece como titular del documento, quien podrá exigir al
firmante el pago de la prestación dineraria derivada del documento a partir del momento de su
vencimiento. Como consecuencia de esta estructura bilateral, el firmante del pagaré se posiciona
como obligado cambiario principal y directo. Como hemos afirmado, la persona del beneficiario
tiene que estar determinada en el propio título, por lo que éste deberá emitirse en forma
nominativa o a la orden. Pese a que no se admite el pagaré al portador, análogos efectos pueden
conseguirse en la práctica a través de la emisión de un pagaré en que quede sin indicar la
persona del tomador, completándose en un momento posterior (siendo de aplicación el art. 12
LCCh). Aunque desde el punto de vista formal fuera posible, ha de descartarse la posibilidad
de emitirse un pagaré a la propia orden, es decir, haciendo que coincidan las personas del
firmante y del beneficiario. La negación de tal posibilidad ha de descansar tanto en lo absurdo
de prometerse a sí mismo un pago, como por la cuestión formal de que el artículo 96 de la Ley
Cambiaria no declara expresamente aplicable al pagaré el artículo 4. Sin embargo, el carácter
autónomo del derecho incorporado así como la posibilidad de que exista un beneficiario distinto
al momento del vencimiento en virtud de un endoso, permitirían sostener la posición favorable
a admitir la emisión a la propia orden.
Con anterioridad a la emisión del pagaré, el beneficiario será normalmente acreedor del
firmante por una suma igual o superior al importe por el que se emite, crédito derivado de
alguna prestación realizada en su favor, llamado en lenguaje cambiario «provisión de fondos» y
que, aun siendo ajeno al juego de derechos y obligaciones vinculados al título, representa, sin
embargo, un sustrato lógico de la creación de aquél, en cuanto, normalmente, para cancelar,
total o parcialmente, esta relación crediticia el firmante crea y emite el pagaré. De ahí que
también se le llame «crédito causal», porque da origen al título.
Hay que señalar que, en virtud del artículo 1170 del Código Civil, la mera entrega del
pagaré no implica la cancelación de la deuda extracambiaria o causal existente entre firmante y
beneficiario. Así, «la entrega de pagarés a la orden, o letras de cambio u otros documentos
mercantiles, sólo producirá los efectos del pago cuando hubiesen sido realizados, o cuando por
culpa del acreedor se hubiesen perjudicado», hasta que no suceda eso, la acción para pedir el
cumplimiento de la obligación causal queda en suspenso (v. SSTS Sala 1ª de 11 de diciembre de
1992, de 28 de noviembre de 2006 y de 20 de noviembre de 2009).
Otro problema que generan los pagarés de financiación es la tendencia al «peloteo de pagarés»,
práctica que se produce cuando, ante el vencimiento de un pagaré se libra uno nuevo para el
pago del originario. Esta práctica normalmente generará que cada vez el importe sea mayor,
como consecuencia de los lógicos incrementos de deuda por el aplazamiento y la falta de
liquidación inmediata. A los pagarés que se generan para «el peloteo» se les denomina «pagarés
de resaca».
Junto a estos dos sujetos mínimos y naturales de la relación cambiaria articulada a través del
pagaré –firmante y beneficiario–, pueden participar otros sujetos en el mismo. De este modo,
cuando el pagaré esté emitido «a la orden», el beneficiario podrá transmitirlo mediante endoso a
otro sujeto, que pasaría a integrarse dentro de la relación cambiaria como tenedor. Este tenedor,
a su vez, podrá transmitir el pagaré a través de nuevos endosos a nuevos tenedores. El pagaré,
como título-valor, está abocado a la circulación en el tráfico económico, lo que justifica que
cuando es utilizado en las relaciones entre empresarios o profesionales se sucedan sus
transmisiones, haciéndose así circular el crédito. El endoso podrá hacerse a favor de otro
empresario –tenedor, endosatario–, empleándose, por tanto como instrumento de pago –total o
parcial– de una relación causal existente entre ambos; o bien –hipótesis más usual en la
actualidad– recurriendo a su descuento en una entidad bancaria. A través del contrato de
descuento el tenedor del documento cambiario lo endosa a una entidad bancaria para recibir su
importe –lógicamente con una reducción en concepto de comisión de cobro (propiamente, el
descuento)– a cambio de la transmisión del documento. A partir de ese momento, el banco
tendrá el título y podrá exigir su pago a los obligados cambiarios.
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II. El pagaré
4. Elementos formales: promesa de pago, documentación, timbre
El pagaré conforma un título formal en tanto que sólo merecerá la calificación de tal el
documento que reúna los requisitos exigidos por la normativa ( art. 94 LCCh), a los que se
hará alusión más adelante al estudiar el libramiento del pagaré (v. infra III.6). En cualquier caso,
su contenido mínimo ha de incluir la palabra «pagaré» en tanto que compresiva de la promesa
pura y simple de pago que asume el firmante y sobre la base de la cual funciona el título.
El pagaré, en cualquier documento que reúna los requisitos exigidos en el artículo 94, merecerá
la consideración de tal. Si falta alguno de ellos, el documento tendrá un mayor o menor valor
jurídico, pero no podrá ser considerado un pagaré, ni disfrutará de las ventajas que lleva
aparejado el título cambiario. Ello no obstante, con fecha de 30 de junio de 1986, el Consejo
Superior Bancario aprobó un modelo normalizado de pagaré comercial y otro de pagaré de
cuenta corriente que, sin embargo, están desprovistos de carácter imperativo.
El Reglamento del Impuesto [art. 44.2, a) del RD 898/1995, de 29 de mayo] puntualiza que los
pagarés a la orden cumplen función de giro. La jurisprudencia fiscal, sobre estas bases
normativas y tras algunas vacilaciones, ha entendido que el pagaré girado a la orden está
sometido a la misma tributación que la letra de cambio y que el emitido con carácter nominativo
también lo estará salvo expresa incorporación de la cláusula «no a la orden».
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Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
II. El pagaré
5. Evolución normativa. Situación actual de predominio sobre la letra de cambio
El pagaré nace como instrumento del tráfico en la Baja Edad Media como un documento notarial
a través del cual se contenía al mismo tiempo un reconocimiento de deuda pecuniaria
(confessio) y una promesa de saldarla (promissio). La emisión del documento tomaba como
causa una relación subyacente consistente en la toma de una cantidad de dinero que se debía
restituir en importe equivalente de otra moneda (cambium siccum) o bien en la misma u otra
moneda en otro lugar (cambio trayecticio).
Pese a que en su origen y dada su mayor simplicidad el uso del pagaré fue mayor, pronto fue
superado en su uso en la práctica por la letra de cambio, pues ésta no precisaba la intervención
notarial y permitía una más ágil circulación de los créditos, así como instrumentar la obligación
del pago de intereses a través del propio documento.
Estos títulos como «vales» o «pagarés» han recibido reconocimiento legal en los principales
textos mercantiles desde las Ordenanzas de Bilbao de 1737, las de Málaga de 1825 y los Códigos
de Comercio de 1829 y 1885, hasta la derogación de las normas correspondientes del Código
(arts. 443 a 543) articulada por medio de la Ley Cambiaria de 1985. Ésta sigue la misma técnica
que la Ley uniforme de Ginebra de 1930, la cual ofrecía un tratamiento pormenorizado de la
letra de cambio destinando su Título II (arts. 75 a 78) a la regulación del «pagaré a la orden»,
remitiéndose en tales preceptos al régimen de la letra de cambio. Esta evolución es fruto de la
generalización del uso de los documentos cambiarios –principalmente la letra de cambio– a
partir del siglo XIX, y de la potenciación de los intercambios internacionales, que pusieron de
manifiesto la necesidad de unificar los ordenamientos reguladores, lo que acabó lográndose a
través de la Ley Uniforme adoptada por un amplio número de países (a la que, sin embargo, no
se adhirieron los ordenamientos del ámbito anglosajón). Esta Ley Uniforme de Ginebra de 1930
y, por ende, la Ley Cambiaria española que se basa en ella, se inclinan más decididamente por
un sistema de corte germánico que por el francés, poniendo como fundamento de las
obligaciones que derivan de los títulos el que se reflejan en ellos declaraciones de voluntad
vinculantes, dotadas de un explícito contenido y apariencia legitimadora, cuya exigibilidad
dimana de ellos mismos y no de la causa que determina su emisión, normalmente ignorada e
intrascendente y cuyas vicisitudes no afectan a los compromisos recogidos en el documento.
La codificación contribuyó a que el pagaré cayera en un cierto desuso y ocupara una posición
relegada frente al predominio de la letra de cambio. Así, la regulación del Código de Comercio
exigía que en el pagaré se hiciera constar el negocio causal determinante de la emisión (con lo
que quiebra el principio de autonomía del título) y, además, sólo llevaban aparejada ejecución
los pagarés que se emitieran como consecuencia de operaciones de comercio. A diferencia de la
letra, el pagaré no estaba puramente configurado como un título autónomo de la relación causal,
a la que condicionaba sus efectos.
Con la Ley Cambiaria y del Cheque, de 16 de julio de 1985, siguiendo los principios uniformes de
Ginebra, el pagaré se configura completamente como un título autónomo y se ve beneficiado por
su estructura más simple, de modo que progresivamente se va imponiendo en el uso sobre la
letra de cambio. Así, la tendencia de uso de los títulos de crédito en el tráfico mercantil ha
experimentado un importante cambio, de suerte que el empleo del pagaré pasa a estar
generalizado, mientras que la letra de cambio pasa a ocupar una posición marginal. Esta
tendencia es reflejo de la influencia anglosajona, en cuyo tráfico el uso del pagaré (promissory
note) ha sido siempre superior al de la letra (bill of exchange).
Ello no obstante no debe hacer pensar que la regulación que la normativa dispensa al pagaré sea
escasa o deficiente pues, como se afirma, el régimen jurídico que le resulta de aplicación es el de
la mayor parte de la disciplina de la letra de cambio, por tanto, sólo se precisa un cambio en la
óptica interpretativa para considerar de forma sistemática el régimen del pagaré. Según el
artículo 96 de la Ley Cambiaria serán de aplicación al pagaré las normas aplicables a la letra de
cambio por lo que respecta al endoso, al vencimiento, al pago, a las acciones por falta de pago, al
pago por intervención, a las copias, al extravío, sustracción o destrucción, a la prescripción, al
cómputo de los plazos y a la prohibición de los días de gracia, al lugar y domicilio, a las
alteraciones, así como los artículos 5, 6, 7, 8, 9, 10, 12, 13 y 32.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
III. Emisión del pagaré: el libramiento
6. Creación. Menciones obligatorias
Con el libramiento del pagaré surge la obligación cambiaria del firmante de hacer frente al pago
del importe documentado en el momento en que éste venza, sin requerirse –a diferencia de lo
que ocurre en la letra de cambio– la aceptación (v. Lec. 47 VII.12). La firma del emisor del pagaré
es requisito para el nacimiento de éste, de modo que hasta que la misma no se produce no ha
nacido en puridad el título de crédito.
El pagaré conforma un título perfecto por lo que atañe a su literalidad, ya que de la dicción del
documento se tiene conocimiento exacto del contenido y las condiciones de la deuda que
incorpora. A diferencia de lo que ocurre con la letra de cambio, su emisión no tiene que estar
versada sobre un formato oficial, por lo que se deberá admitir su libramiento en cualquier
forma siempre que reúna los requisitos básicos especificados en el artículo 94 de la Ley, de modo
tal que el título que carezca de alguno de estos requisitos no se considerará pagaré ( art. 95
LCCh):
2. La promesa pura y simple de pagar una cantidad determinada en euros o moneda extranjera
convertible admitida a cotización oficial. A través de esta indicación se consagra el pagaré como
una promesa de pago, a diferencia de la letra y el cheque que conforman órdenes de pago.
Actualmente, en virtud de la abstracción que ha recibido el pagaré en la Ley Cambiaria a
diferencia del derogado régimen del Código de Comercio, no conforma ya el pagaré un
reconocimiento de deuda, si bien ésta existirá normalmente para que el firmante se avenga a
prometer el pago (aunque se trate de una deuda de carácter moral con un tercer sujeto,
característica de los pagarés de favor). Con esta desconexión de la promesa de pago del
reconocimiento de la deuda se consigue la abstracción del documento, que se vuelve autónomo
con respecto a las relaciones causales que motivan su emisión.
Por otro lado, el contenido de la promesa ha de ser necesariamente la satisfacción de una deuda
de carácter pecuniario, expresada en euros (aunque la Ley Cambiaria siga haciendo referencia a
la peseta) o en moneda extranjera admitida a cotización. El pagaré se construye así como un
título de pago. En caso de discrepancias resultará de aplicación el artículo 7 de la Ley Cambiaria,
en virtud del cual cuando en un pagaré figure escrito su importe en letra y en números y éstos
no sean coincidentes, será válida la cantidad escrita en letra. Por otro lado, si el importe
estuviera escrito varias veces por suma diferente, ya sea en letra, ya sea en números,
prevalecerá la cantidad inferior (estas previsiones, quizá resultan más apropiadas por lo que
respecta a la letra de cambio, cuyo modelo oficial, siguiendo una pauta arraigada, invita a
mencionar la cuantía de su importe en dos ocasiones, una en expresión numérica y otra en
literaria).
3. La indicación del vencimiento. Se trata ésta de una indicación no del todo obligatoria, puesto
que el pagaré cuyo vencimiento no esté indicado se considerará pagadero a la vista ( art.
95.aLCCh), no implicando dicha omisión que el documento pierda el carácter de pagaré. Los
modos en que puede ser indicada la fecha de vencimiento aparecen regulados en los artículos 38
a 42 (a lo que hay que añadir la precisión que hace el art. 97.II por lo que respecta al
vencimiento a un plazo desde la vista). Las clases de vencimiento serán estudiadas más adelante
en esta lección (v. epíg. 16).
4. El lugar en que el pago haya de efectuarse. A falta de indicación del lugar de pago, se
considerará el lugar de emisión del pagaré y, al mismo tiempo, como lugar del domicilio del
firmante ( art. 95.bLCCh). La indicación del lugar de pago puede hacerse también mediante
domiciliación, bancaria o no, ya que el artículo 5 de la Ley Cambiaria admite que el pagaré
podrá ser pagadero en el domicilio de un tercero. Los pagarés de cuenta corriente y los cheques
de pago domiciliado en cuenta se encuentran específicamente disciplinados a través de la
Circular del Banco de España de 6 de noviembre de 1990, que los integra dentro del Sistema
Nacional de Compensación Electrónica. No puede quedar inadvertido que las entidades
bancarias que prestan servicios de domiciliación quedarán sometidas en sus relaciones a la
normativa de la Ley de Servicios de Pago de 14 de noviembre de 2009, por quedar recogidos
estos servicios dentro de su ámbito de aplicación (art. 1) (v. Lec. 40.III).
5. El nombre de la persona a quien haya de hacerse el pago o a cuya orden se haya de efectuar, esto
es, la designación del beneficiario. El pagaré ha de ser emitido necesariamente en forma
nominativa o a la orden, resultando nulo el pagaré emitido al portador. Al igual que la letra de
cambio, el pagaré es un título naturalmente a la orden, por lo que resultará endosable, salvo
prohibición expresa, a través de la inserción de la cláusula «no a la orden». Queda a salvo, no
obstante, la posibilidad de circulación de un pagaré en blanco en el que no se indique la persona
del tomador hasta el momento de hacerlo efectivo ( art. 12 LCCh), en cuyo caso tendrá un
funcionamiento similar a los títulos al portador.
7. La firma del que emite el título, denominado firmante. Para que se repute válida la promesa de
pago que contiene el pagaré se precisa la firma del promitente o su representante con poder
bastante, cuestión que ha de ser expresada en la antefirma y cuyo régimen se contiene en los
artículos 9 y 10 de la Ley. Salvo los administradores de sociedades, que se consideran
autorizados por el mero hecho de su nombramiento, el resto de los apoderados deben serlo de
manera expresa, pudiéndoseles exigir la exhibición del poder. En caso de falta de éste, el falso
apoderado queda vinculado a título personal. Igual sucede con el que se excediese en sus
atribuciones por la parte en que se haya excedido. Por su parte, el artículo 8 de la Ley, que
resulta aplicable, declara el principio de la autonomía de las declaraciones cambiarias, de modo
que cuando un pagaré «lleve firmas de personas incapaces de obligarse, o firmas falsas, o de
personas imaginarias, o firmas que por cualquier otra razón no puedan obligar a las personas
que hayan firmado la letra o a aquellas con cuyo nombre aparezca firmada, las obligaciones de
los demás firmantes no dejarán por eso de ser válidas».
Finalmente, para que pueda disfrutar del carácter de pagaré, el documento deberá haber
satisfecho el requisito fiscal al que hicimos referencia con anterioridad, es decir, se debe haber
satisfecho el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados,
mediante la incorporación del timbre en aquellos supuestos que sea legalmente exigido. La
normativa (art. 33 del texto refundido de la Ley del Impuesto) exige el pago de todos los pagarés,
salvo de aquellos que estén emitidos incluyendo la cláusula «no a la orden», en cuyo caso no
será necesaria la incorporación del timbre y el título producirá plenos efectos sin necesidad de
satisfacer el tributo.
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Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
III. Emisión del pagaré: el libramiento
7. Cláusulas facultativas: intereses, «no a la orden», «sin gastos», cesión de la provisión
a) Cláusula de intereses. En la medida en que el pagaré implica un aplazamiento del pago de una
deuda, es normal que éste devengue un interés. Esta cláusula, regulada en el artículo 6 de la Ley
Cambiaria, sólo despliega virtualidad en los títulos librados a la vista o a un plazo desde la vista,
lo cual tiene su lógica puesto que en los demás casos (fecha fija o un plazo desde la fecha), existe
certeza del momento en que se va a producir el pago y, por tanto, no resulta necesario introducir
esta cláusula de intereses pues tales podrán ser directamente incorporados en el importe de la
deuda cambiaria. En cambio, cuando la determinación del momento de exigibilidad del título
depende del acreedor, puede resultar útil concederle un incentivo (propiamente el interés), por
si le conviene retrasar su decisión de exigir el pago. En todo caso, el tipo de interés anual deberá
indicarse en el pagaré, mención sin la cual, la cláusula se tendrá por no escrita. Salvo
estipulación en contrario, los intereses devengarán desde la fecha del libramiento del pagaré
hasta el momento de su presentación.
b) Cláusula «no a la orden». El pagaré puede ser librado de forma nominativa o a la orden; no
obstante, su libramiento en forma nominativa no impide que éste pueda ser transmitido a través
de endosos. Es por ello que la inserción de esta cláusula priva al pagaré de su condición natural
de título endosable, aunque no impide la cesión ordinaria del crédito subyacente (art. 14.II
LCCh).
c) Cláusula «sin gastos» o «sin protesto». A través de la incorporación de esta cláusula, regulada
en el artículo 56 de la Ley, el firmante, endosante o sus avalistas podrán dispensar al tenedor de
hacer que se levante protesto por falta de pago o falta de indicación del «visto» (en los casos de
vencimiento a un plazo desde la vista) para poder ejercitar sus acciones de regreso, tanto por la
vía ordinaria como ejecutiva. Para la validez de esta cláusula se requiere además que sea
firmada por el sujeto que la introduce, puesto que sólo produce efectos respecto a él. Con ella, se
dispensa al tenedor de acreditar mediante protesto o declaración equivalente su diligencia a la
hora de intentar hacer efectivo su importe, comprometiéndose a reembolsárselo, evitando
gastos inherentes a tales formalidades.
d) Cesión de la provisión. Pese a no ser frecuente, esta cláusula –regulada en el art. 69 LCCh–
tiene gran transcendencia en la mecánica cambiaria. A través de su inserción, el beneficiario
cede a los sucesivos tenedores del pagaré la acción derivada de su relación causal con el
firmante y que dio origen a la emisión del título. Con la incorporación de esta cláusula, el
beneficiario transmite con el endoso del pagaré no sólo los derechos correspondientes a la
relación cartácea, sino también su posición jurídica en la relación subyacente. Para la validez de
la cesión de la provisión será necesaria, obviamente y por imperativo de los artículos 1526 y
siguientes del Código Civil, la comunicación al firmante de la cesión. Aunque no se pueda
excluir su aplicabilidad al pagaré, esta cláusula tendrá un encaje más natural en la letra de
cambio, la cual puede ser emitida y circular sin aceptación por parte del librado. En estos casos,
con la cesión de la provisión, el tomador de la letra obtendrá, al menos, la garantía de que podrá
dirigirse contra el librado sobre la base de la relación causal –y sobre la relación cartácea
cuando la letra haya sido aceptada–. En las sucesivas transmisiones mediante endoso del pagaré
o la letra de cambio que incorporen la cláusula de cesión de la provisión ésta no operará de
forma automática como consecuencia del mismo endoso, sino que requerirá, igualmente, que la
cesión sea comunicada al firmante (v. STS de 19 de diciembre de 1986).
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Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
III. Emisión del pagaré: el libramiento
8. Vicisitudes tras su emisión: copias, suplementos, extravío, sustracción o destrucción,
alteraciones
El régimen jurídico del pagaré no admite la emisión de duplicados del título ( arts. 79 a 81
LCCh) a diferencia de lo que ocurre para la letra de cambio, pero sí se prevé la posibilidad de
efectuar copias del mismo ( arts. 82 y 83 LCCh). Estas copias funcionan como resguardo
para retirar el título original de quien lo tenga en custodia y como instrumento idóneo para
recoger válidamente endosos y avales. Así, el beneficiario o el tenedor de un pagaré podrá sacar
copias del mismo (actualmente hemos de admitir también las digitales y las fotocopiadas),
teniendo validez los endosos y avales que se hagan sobre las mismas como si se produjesen
sobre el original.
Dado que su emisión no debe ajustarse por imperativo legal a un modelo formalizado, la
utilización de suplementos en el pagaré se plantea más extraña que para la letra de cambio,
limitada a las características de espacio y texto ofrecidas por el formato. En cualquier caso, la
Ley reconoce directamente la aplicabilidad del artículo 13 al pagaré, en el caso de que resulten
necesarios. Así, en los casos en que la extensión de las menciones que se quieran hacer constar
en el pagaré exija un espacio mayor del disponible en el documento, podrá ampliarse el soporte
documental incorporando un suplemento a través de una hoja adherida en que se identifique la
misma y en la que se podrá hacer constar cualquier mención que se estime pertinente como si se
plasmase sobre el mismo pagaré, con la excepción de las menciones obligatorias del artículo 92,
que en todo caso deberán figurar sobre el original.
Por otro lado, el hecho de la incorporación del derecho de crédito a un soporte documental con
el libramiento del pagaré, como ocurre en cualquier título, puede entrañar el riesgo de extravío,
sustracción o destrucción del documento que implicaría la pérdida del derecho a reclamar el
mismo por la vía cambiaria. Ante esta eventualidad, los artículos 132 a 135 de la Ley de
Jurisdicción Voluntaria (que deroga los antiguos arts. 84-87 de la LCCh) articulan un
procedimiento al que puede acudir el tenedor que se ha visto desposeído del pagaré, que lo ha
perdido o que ha sufrido su destrucción, para evitar que se realice el pago al sujeto que resulte
ahora poseedor del documento, para que el título sea amortizado y para que se expida
posteriormente un nuevo documento en el que se reconozca su titularidad. Para ello se requiere
que el poseedor legítimo que haya sido desposeído del título –o cualquier persona que haya
sufrido la destrucción o extravío del pagaré– presente un escrito ante el Juzgado de lo Mercantil
del lugar de pago justificando su legitimación para promover el expediente de amortización.
Para la actuación en dicho expediente se requerirá la intervención de abogado y procurador y
será tramitado ante el secretario judicial del Juzgado de lo Mercantil. La incoación del
expediente se comunicará al emisor del pagaré y se anunciará en el Boletín Oficial del Estado y
en un periódico de gran circulación de la provincia, disponiéndose la citación de quienes
pudieran estar interesados en el mismo. Tras la comparecencia de las partes interesadas, el
secretario judicial dictará un decreto pronunciándose sobre la prohibición de negociar o
transmitir el título y sobre la procedencia del pago del mismo. Si en el plazo de seis meses desde
la incoación del procedimiento, no se hubiese suscitado controversia, el Secretario judicial
autorizará el cobro de los rendimientos que produzca el título, comunicándoselo al emisor para
que pueda proceder a su pago. El pago podrá quedar condicionado a la prestación de una fianza
que pueda garantizar, en su caso, la devolución. Si el pagaré tuviera un plazo de vencimiento
superior, si en el plazo de un año no hubiera mediado oposición al expediente, el secretario
judicial ordenará la emisión de un nuevo título que se entregará al solicitante.
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III. Emisión del pagaré: el libramiento
9. El pagaré en blanco
9. EL PAGARÉ EN BLANCO
Las cláusulas obligatorias a las que alude el artículo 94 de la Ley Cambiaria deben estar
presentes en el momento de hacer efectivos los derechos incorporados al pagaré. Mientras tanto,
el pagaré puede figurar y circular con redacción incompleta. Este mecanismo puede utilizarse,
por ejemplo, para hacer que el pagaré funcione como un título al portador –pese a que la ley no
lo reconoce–, dejando incompleta la designación del beneficiario del documento hasta el
momento en que se vaya a hacer efectivo el crédito. Igualmente, puede ser que se deje sin
designar el importe del título, como de hecho ocurre en los pagarés que se libran en garantía de
créditos, en los que su importe se hace constar sólo ante el caso de impago para hacer frente al
cobro del remanente de la deuda y sus intereses. También puede dejarse incompleta la
designación de la fecha de vencimiento. En cambio, menos frecuente resultará la no designación
del lugar del pago, ya que la omisión de tal mención no permite ningún juego en la práctica que
repute grandes beneficios.
Basándose en los principios de literalidad, que sólo cede ante casos de mala fe o culpa grave, el
legislador admite la posibilidad de completar en momentos sucesivos los títulos en blanco,
inclinándose por conceder eficacia al modo en que definitivamente quede redactado el pagaré
cuando se vaya a exigir la prestación. De este modo, el pagaré sólo podrá exigirse al firmante si
está completo, es decir, cuando reúna todas las menciones obligatorias fijadas en el artículo 94
de la Ley y, en su caso, se haya satisfecho el requisito fiscal. Por su parte, según el artículo 12 de
la Ley Cambiaria, cuando el pagaré estuviera incompleto en el momento de su emisión y se
completase posteriormente de forma contraria a lo acordado, el incumplimiento de tales pactos
no podrá esgrimirse contra el legítimo tenedor que haya adquirido el título de buena fe y sin
culpa grave, es decir, desconociendo la existencia de los mismos.
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IV. Circulación del pagaré: el endoso
10. Concepto
10. CONCEPTO
El endoso implica una declaración pura y simple que el actual tenedor del título (llamado a estos
efectos endosante) inserta y firma en el documento, por la cual legitima a otra persona
(denominada endosatario) para ejercer los derechos que se incorporan al documento. La
inserción de tal negocio «en el dorso» del título dio nombre al «endoso». Se trata de la forma
ordinaria por la que se transmiten los títulos «a la orden» –y, entre ellos, el pagaré–, permitiendo
a su titular hacer circular el crédito que incorpora el documento. De este modo, el firmante
emite el pagaré y lo transmite al beneficiario; éste, podrá optar por esperar a que llegue el
momento de su vencimiento para exigir el cobro del crédito que se ha documentado, o bien,
podrá optar por hacer circular el documento antes de que sea cobrable, mediante su transmisión
–su endoso– a cualquier otro sujeto, que resultará desde ese momento legitimado a exigir su
pago cuando el crédito cartáceo venza.
Por su propia naturaleza, los títulos de crédito o de pago –como son el pagaré, el cheque y la
letra de cambio– están destinados a servir de instrumentos en el tráfico jurídico. Así, el artículo
14 de la Ley Cambiaria establece que son endosables incluso los pagarés que no estén librados
expresamente a la orden. Como se ha afirmado anteriormente, el pagaré puede ser emitido
nominativamente o a la orden; pues bien, su endoso será posible en cualquiera de estos dos
casos, siempre y cuando no se contenga de forma expresa la mención de que no puede ser
endosado, haciendo constar en su texto la cláusula «no a la orden» o una expresión equivalente
(art. 14.II LCCh). En tal caso, quedaría prohibida la transmisión del pagaré mediante endoso,
pero manteniéndose siempre la posibilidad de transmitir el crédito mediante su cesión ordinaria
(sometida, por tanto, a las normas del Código Civil, arts. 1526 y ss.).
El cesionario podrá ser cualquier persona, aunque haya sido ya previamente titular del pagaré
(sea beneficiario o se le haya endosado anteriormente a este endoso en cuestión) y, a su vez,
podrá endosar de nuevo el pagaré. Podría considerarse el supuesto de que el pagaré sea
endosado al propio firmante. Lógicamente tal opción es posible, en el sentido que el título
pasaría de manos de un endosatario a las de su propio emisor; pero se puede entender que, por
sí misma, esa transmisión deja en cierta medida sin efectos el pagaré (yo no me puedo prometer
a mí mismo que me pagaré en un futuro una determinada cantidad de dinero, pues entraría en
juego la confusión como medio de extinción de las obligaciones ex art. 1192 CC). Así, mientras
permanezca en las manos del firmante, el pagaré quedará sin efectos, pero este firmante lo
podrá volver a endosar nuevamente, volviendo a quedar obligado al pago del título frente a
ulteriores tenedores.
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IV. Circulación del pagaré: el endoso
11. Función económica del endoso
El endoso cumple la función económica básica de permitir la circulación del título, de modo tal
que el beneficiario pueda obtener liquidez de la posesión del documento sin tener que esperar a
su vencimiento. Evidentemente esta finalidad se puede conseguir igualmente a través de la
cesión ordinaria de cualquier crédito. No obstante, la transmisión cambiaria del pagaré se
muestra más ventajosa con respecto a las normas de la cesión. Así, se desvincula del régimen de
la cesión ordinaria, que liga su eficacia frente a terceros al hecho de que esta transmisión conste
en documentos públicos, así como la necesidad de poner en conocimiento del deudor el negocio
realizado, limitan la garantía del cedente y no desvinculan al crédito de su pasado –que continúa
pudiéndose ver afectado por las excepciones personales que el deudor pudiera esgrimir contra
el acreedor originario–.
Sin embargo, no todos los endosos están llamados a cumplir la función económica de la
transmisión del título y los derechos que incorpora. La Ley Cambiaria admite la posibilidad de
realizar endosos «en garantía» o «en prenda» ( art. 22 LCCh) de modo tal que su transmisión
no tiene el efecto de transmitir su propiedad, sino que en tales casos el endoso sólo valdrá como
comisión de cobranza. Del mismo modo, se admite también para legitimar la actuación de un
sujeto como mandatario del endosatario; así, el artículo 21 regula el endoso como «valor al
cobro», «para cobranza» o «por poder», a través del cual se legitima al tenedor a ejercer los
derechos derivados del pagaré, pero sin poder endosarlo más que en comisión de cobranza.
En último término, aunque no por ello con menos transcendencia, la realización de endosos
sucesivos produce el efecto de aumentar las garantías de cobro del pagaré de las que dispondrá
el último tenedor del documento, ya que cada uno de los endosantes, en tanto que firmantes del
título garantizan –salvo cláusula en contrario– al pago frente a los tenedores posteriores ( art.
18.ILCCh).
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IV. Circulación del pagaré: el endoso
12. Requisitos
12. REQUISITOS
Para que se repute válido el endoso es necesario que éste cumpla una serie de premisas de fondo
y de forma. Por lo que respecta a sus requisitos de fondo, el endoso ha de implicar una
declaración pura y simple de la transmisión del pagaré ( art. 15.I LCCh), de modo tal que
cualquier condición a la que se subordine el endoso se considerará como no escrita. Del mismo
modo, el endoso debe ser total ( art. 15.I y IILCCh), en el sentido de que un endoso parcial, esto
es, por parte de la cuantía reflejada en el documento, sería nulo y no produciría la transmisión
del documento.
Para la validez del endoso se han de cumplir además una serie de requisitos formales. Como
trámite por el cual se produce la transmisión del pagaré, el endoso ha de comportar la
incorporación de una cláusula escrita al documento del pagaré y, al mismo tiempo, venir
acompañado de la entrega material o tradición del título. Por lo que respecta a la escritura, se ha
de insertar en el documento del pagaré una cláusula en la que se indique tal transmisión. En la
letra de cambio el endoso se materializa en el reverso del formato oficial (de hecho, el término
endoso procede de la expresión «en dorso»), pero al no estar sujeto el pagaré a ningún modelo
oficial, su inclusión se puede producir en cualquier lugar del documento (o, incluso en sus
suplementos –opción válida también para la letra de cambio–, art. 16.ILCCh), siempre que
conste de forma clara su contenido, su efecto y –en su caso– la identificación de las partes.
El modelo oficial de letra de cambio incorpora en su reverso un módulo en el que se puede hacer
constar el endoso, en el que se indica «Páguese a... con domicilio en...» a lo que se añade la
datación de la cláusula y la identificación del endosante. Al no estar sometido el pagaré a
formato oficial, cualquier expresión equivalente sería admisible siempre y cuando exprese de
forma indubitada la voluntad de transmitir de forma total, pura y simple el pagaré. De hecho, el
modelo de pagaré normalizado aprobado por el Consejo Superior Bancario el 30 de junio de
1986, recomendaba la inserción del endoso en el reverso con idéntica dicción, a la que, además,
se añade un espacio reservado para la posible inserción de cláusulas.
En el caso de que se desease hacer circular más el título insertando sucesivos endosos, éstos se
podrán hacer constar en cualquier lugar del documento –preferiblemente en el reverso–, así
como incorporarlos al pagaré a través de suplementos a éste.
Finalmente, para completar el endoso será necesaria la entrega o traditio del pagaré (STS de 1 de
marzo de 1989). Sólo en el momento que se ha producido su entrega al endosatario el endoso
produce efectos, de modo que hasta que tiene lugar esta traslación material de la posesión, la
incorporación literaria al documento no produce efectos jurídicos, pudiendo ser cancelada por
el endosante (que aún es tenedor) sin responsabilidad cambiaria alguna. Finalmente, hemos de
destacar que los endosos tachados se considerarán como no escritos ( art. 19.1LCCh).
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13. Efectos del endoso
Los artículos 17 a 20 de la Ley Cambiaria regulan los efectos del endoso. Éstos pueden ser
concretados en tres: traslativo, legitimatorio y de garantía.
b) En virtud del efecto legitimatorio, el tenedor del pagaré será considerado portador legítimo
del mismo y podrá ejercitar los derechos incorporados al documento, siempre que lo haya
adquirido de buena fe.
c) El efecto de garantía implica que todos los firmantes del documento (firmante y endosantes
sucesivos), salvo cláusula en contrario, garantizarán el pago frente a los tenedores posteriores.
De este modo, cada endoso robustece la seguridad del cobro, pues añade un nuevo implicado en
el buen fin del título. Sin embargo, este efecto de garantía puede quedar limitado mediante el
clausulado de la cesión, tal y como se analizará en el siguiente epígrafe.
Para que se produzcan estos efectos será necesario que el tenedor del pagaré justifique su
derecho a través de una serie no interrumpida de endosos, aun cuando el último endoso esté en
blanco. En el caso de que un endoso en blanco se continúe con otro endoso, el firmante de éste (o
sea, el endosante) se entenderá que adquirió el pagaré por el endoso en blanco.
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IV. Circulación del pagaré: el endoso
14. Clases de endoso
Se pueden construir diversas tipologías de endoso en función de los criterios que se tomen en
consideración para establecer las categorías. Además de la diferencia ya mencionada entre
endosos completos y endosos en blanco ( art. 16 LCCh) y que hace referencia al modo en que
se ha completado la formalidad literaria del endoso, se pueden emplear otros criterios de
distinción que atienden a los distintos efectos que el endoso implique.
La primera gran distinción que se puede emplear es la que diferencia entre endosos plenos y
endosos limitados; produciendo los primeros la transmisión de la propiedad del pagaré y de
todos los derechos que de él resultan, así como los tres efectos antes mencionados: traslativo,
legitimatorio y de garantía; mientras que los segundos sólo atribuyen una garantía o la facultad
de actuar como mandatario. Estas limitaciones, dado que resultan restrictivas de la eficacia
normal de endoso han de hacerse constar de forma expresa en el título, reputándose, de lo
contrario, el endoso como pleno.
Al no producir plenamente los efectos del endoso, los endosos limitados implican que el
endosante conserve la propiedad del pagaré y la titularidad de los derechos cambiarios. La Ley
Cambiaria contempla dos casos concretos de endosos limitados: el endoso de apoderamiento y el
endoso en garantía. El endoso de apoderamiento, regulado en el artículo 21 legitima al
endosatario sólo para el cobro del pagaré como apoderado del endosante, de modo tal que no
podrá volver a endosarlo más que para el mismo objeto, es decir, para su cobro. De este modo, el
endosatario actuará no en derecho propio, sino en el de su endosante, no adquiriendo la
propiedad del título y estando sometido, además, a las excepciones que el deudor pueda tener
contra su endosante/mandante. Por ello, la jurisprudencia ha considerado que este tipo de
endoso se asimila sustancialmente al mandato o comisión mercantil con representación (STS de
29 de noviembre de 2002). Tal circunstancia se hará constar en el documento mediante la
inserción de las cláusulas «por poder», «valor al cobro», «para cobranza» o cualquier otra
similar, puesta en la propia cláusula del endoso.
Por su parte, el endoso en garantía, regulado en el artículo 22 de la Ley Cambiaria, tiene como
función que el titular pignore el pagaré en garantía de un crédito existente contra él. Para ello,
se insertará en el documento las cláusulas «valor en prenda», «valor en garantía» u otra análoga.
Este tipo de endoso limitado no produce tampoco la transmisión de la propiedad del título, pese
a lo cual el endosatario no se verá afectado por las excepciones surgidas de las relaciones entre
deudor y endosante, puesto que el acreedor pignoraticio, aunque sea con fines de garantía,
ejerce derechos cambiarios en nombre propio y no por cuenta del endosante.
Por las cláusulas que se pueden insertar en el endoso se pueden considerar diversas clases de
transmisiones que implican una modulación del funcionamiento ulterior del título. Así, se
pueden considerar los endosos al portador y los endosos en blanco (arts. 15.III, 16 y 17 LCCh),
que legitiman al sujeto que sea poseedor del título en el momento del vencimiento, pasando a
funcionar el título como título al portador en su circulación. Del mismo modo, el endosante
puede establecer una cláusula en su endoso por la que se prohíban ulteriores transmisiones (art.
18.II LCCh), si bien en este caso la prohibición no será tal, el título podrá seguir circulando, pero
con la limitación de que tal endosante en concreto no responderá frente a las personas a quienes
posteriormente se les endose el pagaré. Similar pero con mayores efectos es el «endoso sin mi
responsabilidad» ( art. 18.ILCCh), que implica que el endosante no garantiza el pago frente a
los tenedores posteriores; con ello se elude el efecto de garantía inherente a los endosos plenos.
Finalmente, en función del momento en que se produzca el endoso, se podrá distinguir entre
endosos anteriores al vencimiento, posteriores al vencimiento y posteriores al protesto por falta
de pago o al vencimiento del plazo para levantarlo ( art. 23 LCCh).
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
IV. Circulación del pagaré: el endoso
15. Otras formas de transmisión del pagaré: cesión ordinaria, transmisión ope legis,
adquisición a non domino
15. OTRAS FORMAS DE TRANSMISIÓN DEL PAGARÉ: CESIÓN ORDINARIA, TRANSMISIÓN OPE
LEGIS, ADQUISICIÓN A NON DOMINO
Junto al endoso, el artículo 24 de la Ley Cambiaria prevé la llamada cesión ordinaria, como
medio de transmisión del pagaré en el que se potencia el carácter obligacional del mismo sobre
su carácter de título-valor. Ésta se deriva de un negocio de cesión ordinaria (de carácter
normalmente oneroso) del crédito documentado en el pagaré, que permitirá al cesionario
ejercer los derechos que ostentaba el cedente frente al deudor cedido. Como cesión, la
transmisión se regirá por las disposiciones de los artículos 347 y 348 del Código de Comercio,
que regulan la cesión de créditos; aunque paradójica o, tal vez, inexplicablemente, el legislador
incluya estos preceptos como constitutivos de un epígrafe rotulado «de la transferencia de
créditos no endosables». Esta posibilidad de recurrir a la cesión del crédito no es frecuente
pudiéndose hacer uso del endoso, que es una forma de transmisión más sencilla y con efectos
más favorables para el tráfico del documento. No obstante, será posible tal cesión cuando, por
cualquier circunstancia, no se pueda endosar el pagaré, por ejemplo, por llevar incorporada la
cláusula «no a la orden».
Frente al endoso, la cesión conlleva los inconvenientes de que el firmante podrá oponer al
cesionario las excepciones que tenía frente al cedente. Al mismo tiempo el cedente, salvo pacto
expreso, no responde de la solvencia del crédito (bonitas nomini). El sistema de la cesión será
igualmente el que se aplique a la transmisión del pagaré por otros medios distintos al endoso,
como pueden ser los casos de sucesión hereditaria, fusión por absorción del tenedor, adquisición
en ejecución judicial, etc. (art. 24.II LCCh).
Por otro lado, en caso de impago del pagaré por el firmante, la persona que paga el título en vía
de regreso a su legítimo tenedor tiene derecho a que se le entregue el pagaré y con él poder
accionar contra el obligado directo y/o su avalista. Esta situación puede afectar al beneficiario, a
los endosantes sucesivos y a los avalistas de éstos ( art. 77 LCCh). Al pagar la deuda reflejada
en el documento, reciben su titularidad, quedando legitimadas para el ejercicio del derecho que
contienen. A esta transmisión automática del título descorriendo la cadena de endosos y
transitando entre obligados cambiarios se le denomina cesión ope legis.
Como título autónomo y en aras a la protección de la buena fe, el artículo 19.II de la Ley
Cambiaria protege al tercero de buena fe que adquiera un pagaré por cualquier causa de un
tenedor que, sin saberlo, no era su legítimo tenedor. Así se protege esta forma de adquisición a
non domino, indicándose que cuando tras haber sido una persona desposeída del pagaré que
tenía, por cualquier causa que fuere, el nuevo tenedor que justifique su derecho no estará
obligado a devolver el título si lo adquirió de buena fe. Estará por tanto legitimado al ejercicio
del derecho incorporado salvo que se haya promovido previamente el expediente de
amortización del título.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
V. Garantía del pagaré: el aval
El aval conforma una declaración cambiaria indicada en el título a través de la cual un sujeto,
llamado avalista, garantiza el cumplimiento de la obligación cambiaria por alguno de los
vinculados al pago (avalado). Este avalado podrá ser el propio firmante o cualquiera de los
tenedores sucesivos del pagaré que lo hayan endosado. La función económica que cumple esta
declaración es la garantía del pago del título, reforzando la seguridad del tenedor en la definitiva
satisfacción de su crédito.
Esta garantía presenta los caracteres de ser al mismo tiempo accesoria y autónoma. Es accesoria
en tanto que refuerza la garantía ofrecida por otro obligado cambiario (firmante o cualquiera de
los tenedores endosantes del pagaré), no pudiéndose añadir un aval al pagaré sin conexión
directa a uno de los sujetos del título –la falta de mención se entenderá realizada en garantía del
firmante–. Pero, al mismo tiempo, es autónoma, pues su validez no depende de la validez de la
obligación que garantiza. Así, cuando la obligación garantizada resulte nula por cualquier causa
que no sea vicio de forma, el aval seguirá siendo válido. Al mismo tiempo, el avalista no podrá
oponer las excepciones personales que corresponderían al avalado, debiendo pagar la deuda sin
más.
Uno de los efectos de la circulación de los títulos cambiarios es que, además del firmante
(librado aceptante o librador en la letra de cambio), los sucesivos firmantes del documento que
lo endosen a su vez responderán del pago del documento. Pero mientras que la garantía de estas
declaraciones es indirecta y refleja, pues el obligado principal continúa siendo el firmante del
pagaré, la garantía que supone el aval es explícita, externa y directa. De esta función cautelar
que conforma la causa del aval, se desprende su semejanza con la fianza, sin embargo, no
obstante esta similitud, la regulación del aval cambiario lo diferencia de la fianza en ciertos
aspectos. Así, el artículo 37 de la Ley Cambiaria, tras afirmar que el avalista responde de igual
manera que el avalado –aspecto que es propio también de la fianza–, establece que el avalista no
podrá oponer las excepciones personales del avalado y que el aval seguirá siendo válido aunque
la obligación garantizada fuera nula (compárese con la dicción del art. 1853 CC), con lo cual
se aparta del carácter accesorio propio de la fianza y que impide, a su vez, considerar que el aval
conforma una obligación accesoria, más allá de la necesidad de ir vinculado a la posición de
algún sujeto del pagaré.
Lo común es que el avalista sea una persona ajena a al pagaré, incorporándose de este modo al
círculo de obligados cambiarios, aumentando con su solvencia las posibilidades de cobro del
pagaré. El artículo 35 de la Ley Cambiaria, no obstante, permite que la garantía sea prestada
también por un firmante del pagaré, lo cual tendrá sentido cuando el avalista aumente el
número de sujetos frente a quienes se obliga, por ejemplo, cuando un tenedor endosante del
pagaré avala al firmante, con lo que respondería, no sólo frente a los tenedores sucesivos, sino
también a los tenedores previos a su recepción del título. Más extendido en el tráfico se
encuentra, en cambio, el aval bancario, que garantiza la expectativa de cobro del documento.
Respecto a los requisitos de forma, en el modelo oficial de letra de cambio éste aparece reflejado
en el reverso del formato, donde se hace constar la expresión «por aval de...», junto a la data de
la declaración y la indicación del nombre y domicilio del avalista. Aunque el formato de letra no
lo solicite expresamente, para que esta declaración produzca efectos es necesario que sea
firmada por el avalista. En el modelo de pagaré normalizado del Consejo Superior Bancario no
aparece reflejado el aval, el cual, dado la falta de formalismos del documento, podrá plasmarse
en cualquier lugar del documento, siempre y cuando haga constar de forma expresa su carácter
y venga firmado por el avalista. Será suficiente con la indicación de la expresión «por aval» o
cualquier otra fórmula equivalente. La Ley Cambiaria (art. 36.II) prevé la validez como aval de
la simple firma de una persona puesta en el anverso del título (siempre y cuando no se trate de
la firma del firmante –para el pagaré–, o del librador o librado –para la letra de cambio, en cuyo
caso servirán como libramiento y aceptación, respectivamente–). En cualquier caso, el aval
deberá reflejarse en el documento del título, o en su caso, en sus suplementos, no siendo válido
el aval inserto en un documento separado. Este aval en documento separado, aunque no sea
expresamente considerado por la Ley, podrá tener el valor de afianzamiento (STS de 3 de junio
de 2002).
A diferencia de lo que ocurre con el endoso, que debe ser por la totalidad de la cuantía del título,
la ley permite los avales de parte del importe del pagaré, como recoge el artículo 35 de la Ley
Cambiaria. En tal caso, se trataría de un aval limitado en cuanto a su cantidad.
El aval se puede indicar en cualquier momento, incluso después del vencimiento y denegación
del pago del título (art. 35.III LCCh), siempre que a la persona que se avale continúe obligado –
directamente o en vía de regreso– por el pagaré. Al indicar la Ley que el avalista responde de
igual manera que el avalado, se ha de entender que lo hace también durante el mismo plazo, o
sea, hasta que se extinga por prescripción la acción cambiaria. Pese a ello, el avalista podrá
limitar –como de hecho se ha impuesto en la práctica– el período de tiempo durante el cual tiene
vigencia su garantía, caducando ésta si no se le requiere el pago en un período de tiempo
determinado tras el vencimiento e impago del pagaré. Se trataría en este caso de un aval
limitado en el tiempo, válido aunque sin reconocimiento legal.
La Ley considera también la adquisición ope legis del pagaré por el avalista que haya pagado el
título, adquiriendo éste los derechos derivados del mismo contra el sujeto avalado y contra todos
los que sean cambiariamente responsables respecto a él (art. 37.II).
No puede resultar ajeno que, además de la garantía por aval y fianza, el cumplimiento de la
obligación cambiaria por cualquiera de los sujetos obligados se puede garantizar por prenda o
hipoteca incorporadas al documento (STS de 14 de abril de 2010), para lo cual se precisará,
lógicamente, no sólo su mención en el propio título, sino también su inscripción en el Registro de
público correspondiente.
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Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
VI. Vencimiento del pagaré
16. Clases de vencimiento
El capítulo V de la Ley Cambiaria ofrece un tratamiento del vencimiento del pagaré y la letra de
cambio, analizando las formas de determinarlo y el régimen jurídico de cada una de éstas. Así,
según el artículo 38, el pagaré podrá librarse a fecha fija, a un plazo contado desde la fecha, a la
vista o a un plazo desde la vista.
El libramiento a un plazo contado desde la fecha indicará que el pagaré vence al transcurrir un
determinado lapso de tiempo a contar desde la fecha de emisión. Cuando el vencimiento se
indique a uno o varios meses a partir de la fecha o de la vista, el vencimiento se determinará
computándose los meses de fecha a fecha, «cuando en el mes del vencimiento no hubiere día
equivalente al inicial del cómputo se entenderá que el plazo expira el último del mes» ( art. 41
LCCh). Ello implica que en el cómputo no se excluyen los días inhábiles, pero en el caso de que
el día de vencimiento lo fuese, se entenderá vencido el pagaré al primer día hábil siguiente.
Por su parte, la aplicación del vencimiento a un plazo desde la vista –originariamente pensado
para la letra de cambio– requiere una cierta modulación (contenida en el art. 97 LCCh) para el
pagaré, al no ser éste un título aceptable, por contener una promesa y no un mandato de pago.
Ello implica que no se pueda determinar la fecha de vencimiento en función de la aceptación o
de la negativa a prestarla; momento que se sustituye por el de su presentación a la vista, que se
tendrá que realizar –salvo que el firmante (o, en su caso, los endosantes) acorte o alargue dicho
plazo– en el término de un año a partir de su fecha ( art. 27 LCCh). A través de este trámite de
la presentación a la vista, el firmante del pagaré hace constar que el documento se le ha
presentado a través de una declaración de «visto» o expresión equivalente, fechada y firmada,
momento a partir del cual correrá el plazo para el vencimiento. «La negativa del firmante a
poner su visto fechado se hará constar mediante protesto, cuya fecha servirá de punto de
partida en el plazo a contar desde la vista» (art. 97.II LCCh).
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Lección 46. Los títulos de crédito: el pagaré (I)
VI. Vencimiento del pagaré
17. Presentación al pago
En virtud del artículo 43 de la Ley Cambiaria, una vez vencido el pagaré, el tenedor deberá
presentarlo al pago, bien en la misma fecha de vencimiento, bien en cualquiera de los dos días
hábiles siguientes –obviamente, salvo en caso de libramiento a la vista, supuesto en el cual, se
podrá presentar en cualquier momento dentro de los márgenes considerados–. Cuando se trate
de un pagaré domiciliado en cuenta corriente, su presentación a una Cámara o sistema de
compensación equivale a su presentación al pago.
Ante la presentación del pagaré para su cobro, el firmante puede adoptar diversas actitudes:
a) Pagar la totalidad del importe del título que se le presenta. Éste sería el fin deseable del
pagaré. A través del pago se extinguen todas las relaciones jurídicas versadas sobre el título y, en
consecuencia, las obligaciones y responsabilidades de todos los firmantes, extinguiéndose
también el propio pagaré como título-valor. A raíz del pago no es posible su reinserción en el
tráfico. Cuando realiza el pago, el firmante deberá exigir del portador la entrega del pagaré,
pudiendo requerirle igualmente la expedición de un recibí por él firmado ( art. 45 LCCh).
Esta norma encuentra una excepción cuando el título se encuentra en poder de una entidad de
crédito, que podrá excusarse de entregarla, sustituyéndolo por un documento que lo identifique
y en el que se aluda a haberse satisfecho. Con este documento se suplirá al pagaré y en el caso de
que apareciese un tercero poseyendo el original y reclamando su importe (adquisición a non
domino), deberá responder la entidad de crédito del perjuicio que pudiera derivarse.
b) Realizar un pago parcial. El presentador del pagaré no puede oponerse a admitir un pago
parcial (art. 45.II LCCh). En tal caso, el firmante podrá exigir que se haga constar en el pagaré tal
pago, expidiéndose recibo del mismo, pero no podrá exigir que se le entregue el documento. Con
este pago parcial, en la medida en que se cancela parte del importe del pagaré, se producirá una
minoración de las obligaciones de los deudores y responsables del buen fin del título.
c) Negar el pago haciéndolo constar de forma expresa en el documento. Aunque no sea conducta
frecuente, no deja de tener utilidad: acredita que se ha presentado al cobro, con lo que se evitan
otras formas más complejas y costosas de demostrar tal hecho, actuando como declaración
sustitutiva del protesto ( art. 51 LCCh).
d) Denegar el pago sin efectuar otro pronunciamiento. En este caso, el tenedor tendrá que
acreditar que lo presentó al cobro para evitar que el documento se perjudique.
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Lección 47. El pagaré (II). la letra de cambio
I. El pago del pagaré
1. El pago por intervención
En los supuestos en que reclamado el pago al firmante, éste no lo haya atendido y en los casos de
vencimiento anticipado del pagaré por concurso del firmante contemplados en el artículo 50.II
de la Ley Cambiaria, podrá tener lugar el pago por intervención, ya sea antes o después del
vencimiento del título, pero no más tarde del día siguiente al último permitido para levantar
protesto por falta de pago ( art. 74 LCCh). El firmante, un endosante o un avalista podrán
designar en el pagaré una persona que lo pague en el caso de que resulte necesario; e,
igualmente, el pagaré podrá ser pagado por una persona que sin estar expresamente indicada en
el pagaré, intervenga por cuenta de cualquier obligado en vía de regreso, pudiendo ser en este
segundo supuesto un tercero o cualquier obligado cambiario a excepción del firmante.
Si varios sujetos ofrecieran su intervención, se preferirá a aquel que libere a un mayor número
de obligados cambiarios; y si alguno de los obligados incumpliese esta regla de prioridad
perderá sus acciones contra todas las personas que hubieran podido quedar liberadas (art. 75.II
LCCh). En cualquier caso, este pago por intervención debe ser aceptado por el tenedor del
pagaré, pues en el caso de que rechace el mismo, perderá sus acciones contra todos los obligados
cambiarios que hubieran resultado liberados en el caso de que el pago se hubiera aceptado.
En el caso de que aparezcan estos indicados para el pago en el pagaré o personas que hayan
aceptado el pago por intervención y que estén domiciliados en el lugar del pago, el tenedor
deberá presentar a todos ellos el pagaré para su cobro y, cuando ninguno de ellos lo atienda,
levantar protesto. De faltar este protesto, se liberará de su obligación a quien realizara la
indicación o la persona que aceptara el pago, así como los endosantes posteriores al mismo.
Este pago por intervención se hará constar en el pagaré mediante recibí, en el que se indicará la
persona a cuyo favor se ha realizado el pago, debiendo comprender el mismo la satisfacción de
la cantidad total del pagaré. A través del pago por intervención se libera a todos los endosantes
del pagaré posteriores a aquel por cuenta del cual se ha efectuado.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 47. El pagaré (II). la letra de cambio
I. El pago del pagaré
2. La falta de pago del pagaré. La acción de regreso
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 47. El pagaré (II). la letra de cambio
I. El pago del pagaré
3. El protesto y la declaración sustitutiva
Fuera de estos cuatro supuestos, la acreditación de la falta de pago se hará normalmente a través
del protesto notarial del pagaré ( art. 51.I LCCh). Salvo exigencia en contrario del firmante,
se puede sustituir este requerimiento de protesto notarial por la llamada «declaración
equivalente» regulada en el artículo 51.II de la Ley Cambiaria.
El protesto notarial deberá practicarse en los ocho días hábiles siguientes al vencimiento,
tratándose de una diligencia que consiste en el levantamiento de acta por el notario, al que se
entrega el pagaré no pagado para su copia o reproducción, notificando el fedatario este protesto
al librado dentro de los dos días hábiles siguientes para que, si lo desea y en otro plazo igual,
comparezca en la notaría a examinar el título, pagarlo o manifestar lo que convenga a su
derecho en atención al pagaré. En el caso de que comparezca decidiendo pagar, deberá afrontar
el importe del pagaré así como los gastos causados, pudiendo en consecuencia retirarla, de modo
que se extingue la relación cambiaria. En caso de que no proceda al pago, el notario restituirá el
pagaré al reclamante junto con una copia del acta levantada y la nota de los gastos que ha
generado el trámite del protesto (v. arts. 52 a 54 LCCh).
Por lo que respecta a la declaración equivalente al protesto, la Ley considera que producirá los
mismos efectos la declaración del firmante que conste en el pagaré firmada y fechada en la que
se deniegue el pago, así como la declaración, con los mismos requisitos, del domiciliatario o, en
su caso, de la Cámara de Compensación en la que se deniegue el pago, salvo que el firmante haya
exigido de forma expresa el levantamiento de protesto notarial (art. 51.II). Estos supuestos
legales que eximen de la práctica del protesto notarial, así como el frecuente recurso a la
declaración equivalente del banquero domiciliatario o la cámara de compensación bancaria han
hecho que el protesto notarial haya caído en desuso, pese a haber sido en otros momentos
piedra angular del régimen de los títulos desatendidos.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 47. El pagaré (II). la letra de cambio
I. El pago del pagaré
4. La acción de regreso
4. LA ACCIÓN DE REGRESO
Este posible pago del título por los demás obligados cambiarios (distintos del firmante)
responsables del buen fin del documento, bien por habérseles reclamado tal pago por el tenedor,
bien porque se les haya requerido y hayan accedido, no implica la extinción de las relaciones
jurídicas vinculadas al pagaré. De este modo, el pago hecho por un endosante le faculta para
repetir contra los que le preceden y contra el firmante, así como contra los avalistas de
cualquiera de ellos; por su parte, el pago hecho por un avalista le permite dirigirse contra su
avalado y contra los que serían responsables frente a éste (los endosantes anteriores y el
firmante y sus avalistas si los hubiera).
A estos pagos que realizan los responsables del pagaré (endosantes y avalistas) se les denomina
«regreso cambiario» y pueden producirse al margen de procedimientos judiciales –por vía
amistosa–. Por el contrario, si se hace recurso a la intervención judicial, se operará la acción de
regreso a través del procedimiento cambiario, que pasamos a analizar en el epígrafe siguiente.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 47. El pagaré (II). la letra de cambio
II. El juicio cambiario
5. Acciones cambiarias
5. ACCIONES CAMBIARIAS
El artículo 49 de la Ley Cambiaria indica que las acciones cambiarias en sentido estricto –y, por
tanto, excluyendo las ya estudiadas acciones causal y de enriquecimiento– pueden ser de dos
clases: directa o de regreso. La acción directa es aquella que se dirige contra el firmante del
pagaré o sus avalistas; mientras que la acción de regreso está dirigida contra cualquier otro
obligado cambiario, es decir, los endosantes y los avalistas de éstos.
La directa es una acción contra el deudor o sus avalistas, ya que trata de conseguir el pago del
pagaré, sus réditos y los gastos que se han ocasionado con motivo del impago por parte del
firmante y sus avalistas a los que se les ha reclamado extrajudicialmente el pago y contra los que
se ha provisto el expediente del protesto notarial o se ha hecho constar la declaración
equivalente. Por el contrario, la acción de regreso se dirige contra los que legalmente son
responsables del buen fin del pagaré, es decir, los endosantes y los avalistas de éstos.
Además de los sujetos contra los que se dirigen y la distinta naturaleza de ambas acciones, éstas
se diferencian también por los distintos requisitos y plazos a los que se somete su ejercicio.
Mientras que para el ejercicio de la acción directa no es necesario el levantamiento de protesto,
en tanto que el firmante se obliga pura y simplemente sin condicionar su responsabilidad a tal
trámite; el ejercicio de la acción de regreso requiere como premisa haber protestado la letra ante
notario o haber practicado la declaración equivalente, dentro de los plazos legalmente
establecidos.
Pese a que ambas acciones se ejercitarán de ordinario a partir del vencimiento del título, la Ley
Cambiaria contempla la posibilidad de anticipar el ejercicio de la acción de regreso ante las
circunstancias del artículo 50 a las que nos referimos con anterioridad, y que se trata de
supuestos que hacen presumir el fracaso del pagaré desde antes de su fecha de vencimiento.
Igualmente, serán distintos los plazos de prescripción de ambas acciones ( art. 88 LCCh):
mientras que la acción directa prescribe a los tres años del vencimiento, la acción de regreso
prescribe al año del protesto o la declaración equivalente.
Las acciones cambiarias pueden ser ejercitadas simultánea o sucesivamente, sin necesidad de
sujetarse a orden alguno ( art. 57 LCCh) hasta que se consiga la recuperación del total del
crédito, los gastos generados por su cobro y los intereses y réditos mencionados en el artículo 58
de la Ley. En el caso de pago por intervención, el que haya realizado el pago estará igualmente
legitimado para interponer acciones cambiarias en vía directa y en vía de regreso contra el
firmante y sus avalistas y contra los endosantes anteriores a él y sus avalistas. En este caso de
ejercicio de las acciones por el que ha pagado se han de tener en cuenta las disposiciones de los
artículos 59 –en tanto que determina el importe reclamable– y 88.III de la Ley –que las somete a
un plazo de prescripción de seis meses desde que hubiera pagado o se le haya dado traslado de
la demanda interpuesta contra él–.
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Lección 47. El pagaré (II). la letra de cambio
II. El juicio cambiario
6. Excepciones cambiarias
6. EXCEPCIONES CAMBIARIAS
Dado el carácter de la autonomía de los títulos, el procedimiento judicial para exigir por la vía
cambiaria el pago de un pagaré, una letra de cambio o un cheque insatisfechos se caracteriza
por la limitación de las excepciones que puede oponer judicialmente el deudor –sea en vía
directa o en vía de regreso– al tenedor insatisfecho. En este sentido, los motivos que pueden ser
esgrimidos en juicio se encuentran limitados, aspecto que ha sido considerado como la
manifestación más acentuada del rigor cambiario. En definitiva, las excepciones oponibles en
materia cambiaria están tasadas.
Solve et repete (paga y luego reclama) es el principio que se aplica en el funcionamiento de los
títulos cambiarios. A través de ellos se está potenciando y agilizando el cobro del crédito que
éstos llevan incorporado, de tal modo que se propugna el pago oportuno del título –se lleve a
cabo éste de forma voluntaria o forzosa– y sólo una vez su importe se haya en poder del legítimo
tenedor, se pasará a discutir sobre las eventuales correcciones que se deban aplicar sobre el
modo en que se llevó a cabo el pago o sobre la existencia y exigibilidad de la deuda incorporada.
Por su parte, las excepciones cambiarias son aquellas que derivan del propio título, como se
enuncian en segundo párrafo del artículo 67. Se trataría de los siguientes supuestos:
2. La falta de legitimación del tenedor o de las formalidades necesarias del título conforme a lo
dispuesto en la Ley. En este segundo apartado se incluyen dos excepciones que toman supuestos
de hecho distintos y que tienen distintas consecuencias, lo que hace cuestionar lo apropiado de
su regulación conjunta. Así, por un lado, los defectos de legitimación del tenedor sólo inhabilitan
a éste para el ejercicio de la acción cambiaria –situación que puede ser planteada por el obligado
a través de esta excepción–, pero no impiden que otro sujeto del título reclame el pago, al no
verse éste afectado por el vicio invalidante (por ej., un endoso defectuoso deslegitima al
endosatario, pero la reclamación del endosante es perfectamente atendible). Por otro lado,
cuando se hace referencia a la falta de formalidades del título, se está haciendo alusión a que el
pagaré no presente las menciones exigidas por el artículo 94 de la Ley Cambiaria, situación que
priva de la condición de pagaré al documento en que se fundamenta la acción, desvaneciéndose,
en consecuencia, la posibilidad de interponer cualquier acción cambiaria, sea quien sea el actor
y con independencia de la identidad del demandado.
3. La extinción del crédito cambiario cuyo cumplimiento se exige al demandado. En este caso
también se pueden precisar el origen y los efectos de esta excepción. Su dinámica se regía por
las siguientes normas: El pago que haga el firmante del pagaré extingue completamente el título
y los derechos incorporados al mismo; la prescripción beneficia a los deudores, según cómputo y
plazo; la tenencia legítima del pagaré por los endosantes conlleva la liberación de los que
asumieron obligaciones de regreso después de aquéllos; el pago hecho al tenedor legítimo
extingue el crédito respecto al receptor, pero el tercero de buena fe a cuyo poder llegue el pagaré
por cauce cambiario podrá reclamar de nuevo el pago.
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III. Prescripción de acciones
Los artículos 88 y 89 de la Ley regulan la prescripción de las acciones cambiarias. Así, las
acciones en vía directa contra el firmante prescriben a los tres años desde la fecha de
vencimiento. Las acciones del tenedor en vía de regreso contra los endosantes, prescriben al año
desde el protesto o declaración equivalente o, en su defecto, desde la fecha del vencimiento en
los pagarés «sin gastos». En el caso de que los endosantes hayan pagado el título y se dirijan
contra otros o contra el firmante, su acción prescribirá a los seis meses desde que aquél hubiera
pagado el pagaré, o desde la fecha en que se le hubiera trasladado la demanda contra él.
Esta prescripción podrá ser interrumpida sometiéndose a las reglas generales del artículo
1973 del Código Civil.
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IV. El pagaré electrónico
Tales razones contrarias a su admisibilidad entendemos que han de ser rechazadas, al menos
por lo que respecta a los pagarés emitidos de forma nominativa y no a la orden, pues en ellos,
siempre que se pueda determinar de forma indubitada la personalidad de firmante y
beneficiario el compromiso que incorporan será completamente válido –recuérdese, además,
que este tipo de pagaré no está sometido al pago del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y
Actos Jurídicos Documentados–.
Por lo que respecta a la letra de cambio emitida electrónicamente, el hecho de que se requiera
compilar el modelo oficial formalizado de ésta para su validez hace que se robustezcan las
razones para denegar su admisibilidad.
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V. Pagarés especiales: pagarés del Tesoro, pagarés de empresa
El pagaré que hemos considerado hasta ahora es el pagaré ordinario o pagaré cambiario. Sin
embargo, no podemos omitir la existencia en el tráfico de otros títulos que, bajo la denominación
común de pagarés encierran instrumentos con otros caracteres, tales como los pagarés del
Tesoro y los pagarés de empresa.
Los pagarés del Tesoro conforman un tipo de valores mobiliarios de carácter inmaterial que no
se plasman en un soporte documental, a diferencia de lo que ocurre con los pagarés cambiarios,
sino que emplean el medio de representación a través de anotaciones en cuenta. En
consecuencia, no se puede considerar que se trate de auténticos títulos, en los que se hagan
constar declaraciones vinculantes para el emisor, su avalista o los transmitentes sucesivos. En
cambio, se trata, de título de deuda pública emitidos por el Estado para obtener financiación, al
igual que los bonos y las cédulas.
Por su parte, los pagarés de empresa resultan más interesantes dado a que se encuentran más
cercanos al pagaré cambiario. Además de emplear la misma denominación, los pagarés de
empresa, al igual que los cambiarios, se caracterizan por la naturaleza privada del firmante y la
variedad de supuestos que se amparan bajo esa denominación, fruto del fenómeno de la
llamada «titulización de créditos», o lo que es lo mismo, la tendencia a materializar mediante
documentos las relaciones crediticias, aunque luego, en un paso posterior, la materialización se
desvirtúe mediante la «virtualización», que es como se denomina a la incorporación a soporte
electrónico de lo que se venía materializando en documentos. El pagaré de empresa se emite
cuando un empresario beneficiario de un crédito con unas condiciones y un importe
determinados, procede a la emisión singularizada de uno o varios pagarés, vinculados a la
devolución del crédito con sus intereses a los vencimientos fijados en el contrato. Eso permite al
acreedor transmitir su derecho durante su vigencia y facilita los trámites de cobro a quien sea
titular a su vencimiento, trámite que llevará a cabo con la simple presentación del pagaré. Se
trata del llamado pagaré aislado (o «a la medida»), que no presenta mayores dificultades para su
equiparación con el pagaré cambiario si cumple los requisitos exigidos por el artículo 94 de la
Ley Cambiaria. No obstante, dado que normalmente estos títulos se emiten al portador, les
resultará de aplicación el contenido de los artículos 544 y 545 del Código de Comercio.
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VII. La letra de cambio
7. Evolución histórica y situación actual
La Ley Cambiaria hace que el panorama cambie a partir de 1985. Esta norma, fiel reflejo de la
Ley Uniforme de Ginebra de 1931, ofrece el tratamiento adecuado al pagaré, lo cual junto a su
estructura más simple que la de la letra, ha propiciado que su uso se haya impuesto en las
últimas décadas y empiece a tener un mayor reconocimiento normativo.
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VII. La letra de cambio
8. Función económica
8. FUNCIÓN ECONÓMICA
Así, la primera gran función económica que cumple la letra de cambio es la de servir de
instrumento de crédito en las relaciones comerciales entre empresarios. Es el caso del
comerciante que adquiere de un proveedor unas mercancías solicitándole un aplazamiento para
su pago. Hasta este punto, la relación entre ambos podría regirse sobre la base de la relación
jurídica subyacente (relación causal, relación de valuta), por tanto, según las normas del negocio
causal –salvo que el acreedor quisiera beneficiarse de las ventajas jurídicas aparejadas a los
títulos cambiarios (ser título ejecutivo, fácil transmisibilidad...) y decida instrumentar ese pago
aplazado a través de una letra o un pagaré–. Dado el aplazamiento que implica la relación
causal, puede resultar que durante el lapso que media entre la contracción de la deuda y el
momento de su vencimiento, interese al acreedor hacer circular ese crédito, esto es, utilizar los
fondos que obtendrá futuramente con la liquidación del título y que actualmente se encuentran
congelados en el crédito aplazado. Para ello librará una letra de cambio, sobre la base de la cual
comunique a su deudor la orden pura y simple de pagar el importe debido sobre la base de la
relación causal (o parte de él) a otra persona designada en el documento –el tomador–. Del
mismo modo, siendo emitido naturalmente como instrumento a la orden, este tomador podrá
utilizar el derecho de crédito recibido de su deudor (que, a la vez es el librador de la letra),
endosándolo a otros sujetos (sucesivos tenedores) en pago de sus créditos.
Igualmente, la letra de cambio cumple una cierta función de garantía del pago del crédito que en
ella se instrumenta. Cada uno de los sujetos que firma la letra (librador, librado aceptante,
endosantes, avalistas) se compromete con su suscripción a responder del buen fin de la letra. De
este modo, si llegado su vencimiento el librado no satisface su importe, se podrá proceder en vía
de regreso requiriendo el pago a los sucesivos tenedores del documento.
Del mismo modo, la letra de cambio presenta las mismas ventajas sobre la cesión ordinaria de
créditos que ya consideramos respecto del pagaré. Es por ello por lo que su empleo se reputa en
ciertos casos mucho más beneficioso que dejar el pago de la deuda al funcionamiento de la
relación subyacente.
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VII. La letra de cambio
9. Elementos subjetivos: librador, librado, tomador, endosatario, avalista
Además de las menciones que ya hemos considerado sobre los sujetos que integran la relación
cambiaria contenida en la letra de cambio, compete hacer algunas precisiones sobre la posición
que adopta cada uno de ellos.
a) El librador es la persona que emite la letra de cambio y que, necesariamente, responde del
pago de ésta. Aparece como acreedor en la relación subyacente, ostentando un derecho de
crédito contra el que será librado en la letra de cambio. Su posición jurídica en el documento es
la de mandante, es decir, ordena al librado a que realice un pago a un tercero –tomador–, con
una cuantía y en el momento y lugar determinados en el título. No obstante, hasta este punto es
sólo él quien emite una declaración, es decir, la emisión de la letra de cambio puede tener lugar
sin que lo sepa (sin que lo acepte todavía) el librado, que podrá asumir o no la obligación del
pago. De hecho, el artículo 1 de la Ley Cambiaria no considera como contenido necesario de la
letra de cambio la firma del librado, a diferencia de la del librador que sí es obligatoria ( art.
1.8º LCCh).
b) El librado aparece como deudor de la letra y como persona que, en principio, debiera
responder de su pago. Se debe subrayar, por tanto, que esta obligación de pago no la asume
realmente hasta la aceptación, que se realizará firmando la letra de cambio girada a su nombre.
La aceptación de la letra puede realizarse en el momento de su libramiento o bien, en un
momento posterior y siempre antes de la fecha de su vencimiento (presentación a la aceptación)
– art. 25 LCCh–. Nos remitimos a su tratamiento más adelante en esta lección (v. epíg. VII.12).
El tomador es pues el beneficiario del mandato de pago, que devendrá acreedor del crédito si
continúa siendo tomador y poseedor al vencimiento. El tomador puede además disponer de la
letra mediante su transmisión a tercero.
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VII. La letra de cambio
10. Elementos formales: mandato de pago, modelo, oficial, timbre
La letra de cambio es un título formal, que ha de reunir las menciones exigidas por la normativa
para merecer la consideración de tal. Así, el artículo 1 de la Ley Cambiaria establece las
menciones que son imperativamente necesarias para considerar el título como letra de cambio,
de modo que «el documento que carezca de alguno de los requisitos que se indican en el artículo
precedente no se considera letra de cambio» ( art. 2 LCCh), siempre y cuando no se trate de
las circunstancias subsanables a las que se refiere seguidamente y que analizaremos con los
requisitos. Estos requisitos del título son:
2. El mandato puro y simple de pagar una suma determinada en euros o moneda extranjera
convertible admitida a cotización oficial. El modelo oficial, siguiendo una pauta consuetudinaria
arraigada, invita a mencionarla por dos veces, una en expresión numérica y otra en letra.
Resulta de aplicación aquí también el contenido del artículo 7 en caso de discrepancias.
4. La indicación del vencimiento. El vencimiento podrá indicarse, igual que en el pagaré, a fecha
fija, a un plazo contado desde la fecha, a la vista, a un plazo contado desde la vista ( art. 38
LCCh). En el caso de que no se mencione expresamente en el formato, la letra se entenderá
pagadera a la vista [ art. 2.a)LCCh].
8. La firma del que emite la letra, denominado librador. Éste podrá firmar por sí o por
representante (necesariamente por representante el librador persona jurídica), según los
artículos 9 y 10 de la Ley Cambiaria.
Para su validez, la letra de cambio ha de ser completada dentro del modelo oficial en papel
timbrado, que consagra un formato uniforme y da entrada a estos requisitos. Tal modelo en
papel timbrado incorpora, además, el pago del impuesto, que será proporcional a la cuantía y
vencimiento fijados en la letra (a mayor cuantía del documento, mayor será la cuota tributaria).
Estas formalidades son imprescindibles para que el documento que la ostente tenga la
consideración legal de letra de cambio y los efectos consiguientes unidos a ésta.
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VII. La letra de cambio
11. Similitudes y diferencias con el pagaré
La premisa de la aceptación de la letra por el librado para que éste asuma obligación cambiaria
es la principal diferencia existente entre la letra y el pagaré, que analizaremos en profundidad
en el epígrafe siguiente. Así, tal providencia no aparece en el pagaré, puesto que éste implica
una promesa de pago de la misma persona que lo emite, pago que asume por el mero hecho de
su emisión: dado que la firma del firmante –valga la redundancia– es requisito esencial del
pagaré, éste ha asumido por esa misma firma el deber de pago (promesa de pago). En cambio, en
la letra, el sujeto que emite el documento es distinto del que ha de pagar, librado, por lo que éste
deberá aceptar expresamente la obligación.
Las demás diferencias tienen menor relevancia y se derivan directamente de esta divergencia
orden de pago / promesa de pago. Consideraremos algunas de las más relevantes:
4. La letra de cambio puede ser girada contra dos o más librados, sometiéndose al régimen del
artículo 44 de la Ley Cambiaria.
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Lección 47. El pagaré (II). la letra de cambio
VII. La letra de cambio
12. La aceptación. Concepto y función. Presentación a la aceptación. Actitudes del librado
requerido para aceptar. Falta de aceptación y consecuencias
La institución central que diferencia el régimen de la letra del propio del pagaré es la aceptación
derivada de la propia estructura de la letra en tanto que orden de pago. De este modo, la única
mención imprescindible en la letra de cambio es su emisión, o sea, el libramiento por parte del
librador. La aceptación se puede definir como la manifestación pura y simple que realiza el
librado comprometiéndose a cumplir el mandato de pago que recibe del librador y que figura en
el documento.
Aunque la aceptación puede indicarse en cualquier momento anterior al vencimiento del título,
en ocasiones resulta conveniente que sea aceptada la letra antes de hacerla circular. En estos
casos, el propio librador exige del librado que declare su compromiso de pagarla. Con ello
robustece las probabilidades de cobro de la letra, ya que el tomador sabrá que cuenta con la
vinculación expresa del llamado a pagarla y no sólo con la responsabilidad del librador. Pero
esta aceptación también resulta interesante para el librador como emitente de la letra e inicial
titular del crédito que incorpora, en tanto que vincula a su deudor por una vía más rigurosa que
la nacida de la relación causal, dadas las ventajas que presenta el título cambiario con respecto a
las acciones para exigir el cumplimiento de la relación subyacente (título ejecutivo,
transmisibilidad más sencilla...).
La Ley Cambiaria regula la aceptación en los artículos 25 a 34, que se insertan en el capítulo III.
Se trata de una regulación que, sin embargo, presume que la letra llega a poder del tomador sin
haber sido aceptada, siendo el tomador –o los sucesivos tenedores del documento– el que
interesa la aceptación de la letra por el librado antes de su vencimiento.
Para que sea válida, se ha de indicar al menos la fórmula «acepto» o expresión equivalente, a la
que se deberá acompañar la firma autógrafa del librado o su apoderado. Se presume que se ha
aceptado la letra simplemente con la consignación de la firma del librador en el anverso del
título ( art. 19 LCCh). La fecha no es imprescindible, salvo que por ella se deba determinar el
vencimiento (letras a un plazo desde la vista) o que en cláusula especial se haya previsto la
presentación dentro de un determinado plazo. En tales casos, será preciso el protesto para
acreditar la fecha en el caso de que el aceptante no la haga constar o no acepte la letra.
En el caso de entrar la letra en circulación sin haber sido aceptada por el librado, se considera la
facultad del tomador y de los sucesivos tenedores de presentar la letra a la aceptación ( art. 25
LCCh). Ello salvo que el librador –o, a veces, los endosantes–, hayan establecido un plazo para la
presentación ( art. 26 LCCh), que deberá observarse pues, de lo contrario, se extinguirá su
responsabilidad por el buen fin de la letra. Esta facultad de presentación a la aceptación, en
cambio, deviene obligación en las letras con vencimiento a un plazo desde la vista, para, a partir
de ella, determinar el vencimiento. La presentación ha de hacerse a la persona del librado en el
lugar de su domicilio.
El librado requerido de aceptación, que en ningún caso podrá pedir la entrega del título, podrá
adoptar alguna de las siguientes posiciones:
a) Aceptar, pura y simplemente, la letra por todo su importe, en cuyo caso se produce el capital
efecto previsto en el artículo 33 de la Ley Cambiaria: «por la aceptación el librado se obliga a
pagar la letra de cambio a su vencimiento».
b) Aceptar parcialmente, lo que significa que sólo se compromete al pago de una cantidad
inferior a la consignada en el título. Por el resto del importe, el portador tendrá que actuar
contra los demás responsables de la falta de aceptación.
e) Negar la aceptación sin hacerlo constar en el documento. Este caso exigirá algún medio para
acreditar que el tenedor presentó la letra a aceptación.
Revela también la negativa a aceptar una predisposición evidente a no hacer frente al pago de la
deuda a su vencimiento, la cual es considerada por el artículo 50 de la Ley como suficiente para
que el tenedor pueda exigir el pago anticipado de la letra a los responsables en vía de regreso
(librador, endosantes y los avalistas de ambos). Para ello se debe acreditar mediante protesto
notarial haber intentado inútilmente la aceptación (art. 51), no siendo necesario el protesto –
salvo que el librador lo haya exigido expresamente– la declaración del librado en la que niega la
aceptación o realiza simplemente una aceptación parcial.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
I. Concepto y función económica
1. Evolución histórica y régimen vigente
El cheque se genera en el tráfico comercial de las ciudades de la Italia de la Baja Edad Media,
donde se conocía un tipo de documento, llamado assegno, que se empleaba para retirar los
fondos que se depositaban previamente en manos de un banquero. Dada su relativa similitud, a
tal documento se le fue aplicando un régimen similar al que se iba construyendo para la letra de
cambio, beneficiándose, de este modo, de las ventajas del régimen de tal título. Otro antecedente
remoto de los cheques los encontramos en las cedule di cartulario que se empezaron a utilizar ya
en la Edad Moderna en las relaciones con los primeros bancos.
Por lo que respecta a nuestro entorno, con el desarrollo de las primeras codificaciones, su
empleo era limitado y se trataba más de un instrumento propio de la práctica anglosajona. Así,
el Código de Comercio de 1829 no contiene una regulación del cheque, debiendo esperarse al
de 1885 para encontrar su reconocimiento legislativo en nuestro ordenamiento. En la
actualidad, su regulación se contiene en la Ley Cambiaria y del Cheque, que lo regula en sus
artículos 106 a 167, en los que se reproduce el Convenio unificador de la Conferencia de Ginebra
de 1931, por la que se aprobó una Ley Uniforme en materia de cheques y otra destinada a
reglamentar ciertos conflictos de leyes en materia de cheques.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
I. Concepto y función económica
2. Caracteres del cheque
a) El cheque implica una orden de pago pura y simple, que no puede estar sometida a ninguna
condición ( art. 106.2 LCCh). En este sentido, al igual que la letra de cambio el cheque
instrumenta una orden de pago a otro sujeto (librado), y en ello se diferencian ambos del pagaré
que contiene una promesa de pago.
b) La orden de pago del cheque se realiza necesariamente a la vista. Como hemos afirmado, el
cheque «nace vencido», esto quiere decir que su legítimo tenedor podrá exigir su pago desde el
momento que tenga el título. El cheque no desempeña ninguna función de crédito, sino de
instrumentar el pago –no el pago propiamente, que no se producirá hasta que no se cobre su
importe o se perjudique el documento por culpa del tenedor (art. 1170.II CC)–. De este modo,
en el documento del cheque no se deberá hacer constar fecha de vencimiento (de hecho, el
artículo 106 de la Ley no lo recoge como mención obligatoria del documento). La Ley robustece
este carácter a través de la dicción del artículo 134 que establece que cualquier mención
contraria al pago a la vista se tendrá por no escrita. Con la Ley de 1985 desapareció la práctica
comercial de girar cheques postdatados. Éstos son aquellos en los que se incorporaba una
función de crédito mediante la consignación de una fecha de emisión posterior a la real,
demorando al menos hasta esta fecha formal de emisión la presentación al pago. La
consideración del cheque como pagadero a la vista dio al traste con esta práctica toda vez que el
cheque debía ser pagado a su presentación de forma independiente a la fecha consignada en su
literalidad.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
I. Concepto y función económica
3. Elementos subjetivos: librador, librado, tomador, endosante, avalista
El cheque adopta la estructura triangular característica de la orden de pago –al igual de la letra
de cambio– y se diferencia de la bilateralidad de la promesa de pago que define al pagaré. A
través de la emisión del cheque el librador da una orden de pago al banco librado (que dispone
previamente de una provisión de fondos de éste y con el que se ha pactado la posibilidad de
instrumentar este tipo de relaciones) para que realice el pago documentado en el cheque a otro
sujeto, llamado tomador. Este tomador, a su vez, podrá hacer circular el título a través de su
endoso, pudiendo promover así la circulación del cheque como título cambiario. Al igual que en
la letra y el pagaré, a estas relaciones se puede sumar la intervención de avalistas que
garanticen que el sujeto al que se vinculan cumplirá con la obligación que le corresponda. Pese a
que sus posiciones son similares a las ya estudiadas para la letra de cambio –y, en menor
medida, para el pagaré–, es necesario realizar algunas observaciones.
El librador es el emitente del cheque que da una orden de pago al banco con el que previamente
ha tenido que suscribir un pacto de cheque y en el que previamente ha tenido que realizar una
provisión de fondos en cuantía suficiente para cubrir el importe de la deuda. Éste será el deudor
en la relación extracambiaria por la cual se emite el cheque y será responsable último de su
pago.
Por su parte, el librado ha de ser necesariamente una entidad bancaria en la que el librador
tenga una cuenta corriente que lleve aparejada un pacto de cheque. Como mandatario del
librador ha de realizar el pago al sujeto que sea legítimo tenedor en las condiciones que
aparezcan especificadas en el cheque que se le exhiba, no pudiéndose oponer al pago mientras
haya fondos en la cuenta corriente. Al mismo tiempo, el cheque no puede ser aceptado –o, mejor
dicho, es como si naciera ya aceptado–, por lo que el librado deberá responder del pago que se le
pida, cumpliendo así la orden recibida del librador. Finalmente, al no ser realmente deudor el
librado, sino simplemente mandatario que realiza la orden de pago con cargo a unos fondos
previamente provistos por el librador, resulta lógico que éste no pueda ser ni avalado ni avalista
en la relación causal.
Por lo que respecta al endoso y a los avalistas del cheque, su régimen es similar al de los demás
títulos cambiarios, si bien por la propia configuración del cheque su empleo será bastante más
marginal.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
I. Concepto y función económica
4. Elementos formales: orden de pago
En todo caso, por su estructura, la emisión del cheque requiere una serie de presupuestos de
fondo, ya que el librado ha de ser un banco o entidad de crédito en el que el librador tenga una
cuenta corriente con fondos suficientes para atender al pago. Esta relación se articula de
conformidad con un acuerdo expreso o tácito previo entre librado y librador por el cual pactan
la posibilidad de utilización de este medio para disponer de dichos fondos. La emisión del
cheque requiere, de este modo de dos presupuestos:
En primer lugar, la existencia de fondos en el banco de los cuales pueda disponer el librador y
que sean suficientes para atender al pago del cheque. Lógicamente, no es necesario que se trate
de fondos que se materialicen sobre una cuenta corriente como consecuencia de depósitos, sino
que también podrán librarse cheques sobre la base de los fondos procedentes de una línea de
crédito –y hasta el importe en que la disponibilidad de dicha línea lo consienta–. Sin embargo,
como se ha apuntado, la falta de fondos en el banco para atender al libramiento del cheque no
hace que éste sea inválido, aunque incremente la responsabilidad del librador.
En segundo lugar, se precisará además, este pacto o contrato de cheque entre librador y banco
para poder disponer de fondos emitiendo tales documentos. Comúnmente al suscribir un
contrato de cuenta corriente bancaria y, derivado del servicio de caja que integra a éste, se
permite la posibilidad de disponer del dinero existente en tal cuenta a través de cheques.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 48. El cheque. La factura aceptada
I. Concepto y función económica
5. Clases de cheque en función de su libramiento
El cheque puede ser emitido en blanco, al igual que considerábamos para el pagaré y la letra de
cambio, y ello pese a la brevedad del lapso durante el cual el cheque puede circular. De este
modo, sólo se precisa que el documento reúna las menciones que el artículo 106 de la Ley
declara obligatorias en el momento en que se presente al banco para su cobro (de este modo, el
artículo 119 transcribe para el cheque el contenido del artículo 12 LCCh).
Junto a ello, hemos de considerar las formas en que el cheque puede ser librado, que se
consideran en el artículo 111 de la Ley Cambiaria. A diferencia de lo que ocurre para la letra de
cambio, la Ley no considera como contenido necesario del cheque que se haga referencia a la
persona a quien se haya de pagar. El precepto alude a que el cheque puede ser librado para que
se pague:
b) A una persona determinada con la cláusula «no a la orden» u otra equivalente. En este caso, el
cheque además de nominativo tendrá prohibida su circulación, debiendo ser cobrado su
importe necesariamente por el tomador del título.
a) A favor o a la orden del mismo librador. En este caso, el librador da una orden al librado por
la cual pretende cobrar el mismo una determinada cantidad de dinero. Es el caso de la
utilización del cheque para disponer el propio titular de la cuenta de cantidades en ésta
consignadas. También podrá el librador-tenedor poner el cheque en circulación endosándolo a
otra persona.
c) Contra el propio librador, siempre que el título se emita entre distintos establecimientos del
mismo. De este modo, el cheque es empleado como instrumento para articular las relaciones
internas entre los bancos al objeto de conseguir la circulación de sus capitales, transitando de un
establecimiento a otro del mismo banco que será al mismo tiempo librador y librado.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 48. El cheque. La factura aceptada
II. Emisión del cheque: el libramiento
6. Cláusulas obligatorias
6. CLÁUSULAS OBLIGATORIAS
El cheque es un título formal, de ahí que la consideración del documento como tal requiere que
se cumplan los requisitos de forma exigidos en el artículo 106 de la Ley Cambiaria, a saber:
1. La denominación de cheque inserta en el texto mismo del título expresada en el idioma empleado
para la redacción de dicho título. Este requisito tiene la finalidad de diferenciar al cheque de
otras órdenes de pago, aunque existe jurisprudencia que ha admitido –discutiblemente– la
admisión como tal de títulos que no contenían dicha mención (v. STS de 19 de octubre de 1997).
2. El mandato puro y simple de pagar una suma determinada en pesetas o en moneda extranjera
convertible admitida a cotización oficial. De este modo, el cheque se configura como una orden
de pago que no puede estar sometida a término o condición alguna. Se ha de indicar en el
documento la cantidad de dinero en que consiste la orden de pago, debiendo estar claramente
determinada. Dado que se trata de un documento que nace vencido, no se admite la cláusula de
intereses en el cheque, que se reputará por no escrita ( art. 113 LCCh). Ya que, a diferencia
de la letra de cambio, no existe un modelo oficial de cheque que deba ser utilizado
imperativamente, –y al no estar mencionado este requisito expresamente– no se exige que la
cuantía del pago venga indicada en dos ocasiones (una con letras y otra en guarismos), por lo
que será válido el cheque que sólo indique en una ocasión el importe, haya sido éste señalado
mediante la utilización de palabras o cifras. No obstante, el artículo 115 de la Ley Cambiaria
reproduce una regla similar a la que contenía para el pagaré y la letra de cambio en lo que
respecta a los posibles conflictos que pudieran surgir en caso de no coincidencia de dos
indicaciones de la cuantía: así, se preferirá la letra sobre la indicación en números, y cuando el
importe esté escrito varias veces por cuantía diferente ya sea en letra, ya sea en números, se
reputará válido por la cantidad menor.
3. El nombre del que debe pagar, denominado librado, que necesariamente ha de ser un Banco. El
librado ha de ser necesariamente un banco o entidad de crédito ( arts. 108 y 114 LCCh), de
modo que si falta este requisito, la orden de pago no conformará un cheque, por lo que, pese a
poder ser utilizado como un documento probatorio de la relación jurídica de crédito que en él se
hace constar, no se someterá a su régimen jurídico.
4. El lugar de pago. En caso de no indicarse, se considerará por tal el lugar designado junto al
nombre del librado y si se designasen varios lugares, el cheque será pagadero en el primer lugar
que se mencione. A falta de estas indicaciones o de cualquier otra, el cheque deberá pagarse en
el lugar que ha sido emitido, y si en él no tiene el librado ningún establecimiento, en el lugar
donde el librado tenga el establecimiento principal (art. 107.a y b. LCCh). Lo normal, sin
embargo, es que el cheque se domicilie en una cuenta corriente, de modo que se emita para que
se pague en el domicilio del librado, que será una entidad bancaria ( art. 114 LCCh).
5. La fecha y el lugar de emisión del cheque. La falta de mención del lugar de emisión hará que se
considere suscrito en el lugar que se indique al lado del nombre del librador. En cambio, más
relevancia tiene la indicación de la fecha de libramiento, puesto que despliega sus efectos a la
hora de computar el plazo de presentación del cheque al pago ( arts. 134 y 135 LCCh)
En caso de falta de alguno de estos requisitos –salvo que la omisión pueda ser suplida según las
normas del artículo 107–, hará que el documento no merezca la consideración de cheque.
La Ley Cambiaria repite para el cheque en los artículos 116 y 117 las menciones de los artículos
8, 9 y 10, por lo que respecta a la existencia de firmas de personas incapaces para obligarse,
personas imaginarias o de firmas falsas, así como admitiendo la posibilidad de firma por poder.
A ello hay que añadir para el cheque la consideración del artículo 156, que considera que el
daño derivado del pago de un cheque falso o falsificado será imputado al librado, salvo que se
aprecie negligencia o culpa de parte del librador en la custodia del talonario. Como ha
considerado la jurisprudencia (STS de 17 de marzo de 2000), se trata de una responsabilidad
profesional a cargo de la entidad que presuntamente resultaría beneficiaria del tráfico de estos
títulos.
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II. Emisión del cheque: el libramiento
7. Cláusulas potestativas
7. CLÁUSULAS POTESTATIVAS
En virtud de la incorporación de algunas de estas cláusulas surgen los que consideraremos tipos
especiales de cheque y que veremos más adelante (v. epíg. VII). No serán válidas, por estar
expresamente prohibidas, la cláusula de intereses (art. 113) y la de exoneración de garantía por
parte del librador (art. 118). Tampoco será válida la cláusula que indique un vencimiento no a la
vista (art. 134), o la incorporación de una condición al endoso o a la orden de pago (art. 121). Al
igual que cualquier declaración cambiaria, el artículo 147.III exige que las cláusulas facultativas
que se incorporen al cheque, para su validez, deberán venir firmadas expresamente por persona
autorizada para su inserción (requisito de la doble firma).
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II. Emisión del cheque: el libramiento
8. La confirmación del cheque
Cuando en el libramiento del cheque se inserta, además de la firma del librador, la del banco
librado –propiamente, de su representante– estaremos ante un cheque confirmado o certificado.
La confirmación o certificación del cheque se usa para realizar pagos cuantiosos a los efectos de
garantizar que el cheque será pagado, lo que se consigue a través de la seguridad que ofrece la
declaración del banco. Esta confirmación es, por tanto, la declaración del banco de que existen
fondos suficientes para atender al contenido de la orden de pago. Como tipo especial de cheque
analizaremos esta figura del cheque confirmado más adelante (v. epíg. VII). En muchas
ocasiones sin embargo los Bancos para evitar añadir su garantía e incluso provisionarla, ante la
solicitud de su confirmación, optan por detraer directamente los fondos del librador y emitir un
nuevo cheque contra si mismos.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
III. Circulación del cheque
El cheque es un título que nace vencido y cuyo plazo de realización se encuentra limitado
(pronto pago), por lo que su circulación es más restringida que la de la letra de cambio o el
pagaré, pero sin embargo, posible. Al igual que en éstos, el cheque puede circular
cambiariamente a través de su endoso o en virtud de la ley, así como de forma impropia, según
las reglas y principios del Derecho civil –cesión ordinaria, adquisición a non domino –.
Pese a esta más sencilla forma de transmisión del cheque característica de su emisión, la forma
ordinaria de circulación del cheque será igualmente el endoso, al que tuvimos ocasión de
referirnos en la Lección 46. La Ley Cambiaria lo disciplina en los artículos 120 a 130,
desarrollando un régimen similar al previsto para la letra y el pagaré, valgan aquí las
consideraciones que hicimos al respecto del concepto, forma, requisitos, endoso en blanco,
efectos del endoso pleno y del endoso de garantía, la transmisión ope legis y la cesión ordinaria
del título.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
IV. Garantía del cheque: el aval
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
V. Pago del cheque
9. Presentación y pago del cheque
La carga de su presentación al pago ha de ser atendida en los plazos fijados en el artículo 135 de
la Ley Cambiaria. Así, el cheque emitido y pagadero en España deberá ser presentado a su pago
en un plazo de quince días; el emitido en el extranjero y pagadero en España, en un plazo de
veinte días, si se emitió en Europa y de sesenta, si lo fue fuera de Europa. El cómputo de estos
plazos se inicia a partir del día que consta en el cheque como fecha de emisión, pero sin
excluirse los días inhábiles. En el caso de que la fecha de vencimiento lo fuese, se entenderá que
finaliza el plazo el primer día hábil siguiente (si bien, la normativa emplea la expresión errónea
de «se entenderá que el cheque vence el primer día hábil siguiente». El cheque nace vencido en
lo que respecta a su exigibilidad, lo que vence –propiamente, se agota– será el plazo).
Sin embargo, en caso de que se sobrepasen estos plazos legales de presentación al pago, no se
pierden totalmente los derechos derivados del cheque. Si el cheque no ha sido aún revocado –
posibilidad que sólo produce efectos una vez concluido el plazo de presentación– y existen
fondos suficientes, el librado podrá atender al pago del cheque, subsanándose la presentación
extemporánea ( art. 138 LCCh). Vencidos los plazos de presentación sin haberse reclamado el
pago o, en su caso, levantado protesto, el tenedor conserva sus derechos contra el librador, que
sólo los perderá si después de transcurrido el término de presentación faltase la provisión de
fondos en poder del librado por insolvencia de éste (art. 146.II LCCh). En cualquier caso, el
endoso posterior a la finalización del plazo de presentación sólo produce los efectos de la cesión
ordinaria ( art. 130 LCCh), por lo que se podrán oponer al nuevo tenedor del cheque las
excepciones personales que se podrían argumentar contra el cedente.
Exigido el pago, el librado está obligado a pagar el cheque en la medida en que tenga fondos a
disposición del librador (o crédito en el caso de que se encuentre librado contra una línea de
crédito), admitiéndose la posibilidad de pagos parciales cuando la provisión no alcance para
cubrir la totalidad del importe del cheque (art. 108.II LCCh), no pudiéndose negar el portador a
admitir este pago parcial (art. 140.II), circunstancia que se hará constar en el cheque
expidiéndose al librado un recibo por las cantidades percibidas.
La obligación de pago que asume el banco con su mandante no es cambiaria. De este modo, en el
caso de que aun habiendo fondos suficientes en la cuenta contra la cual se carga el cheque el
banco incumpliera la atención del mismo, el tenedor carecerá de acción cambiaria contra éste,
teniendo que dirigirse, en cambio, contra el librador. El librador, por su parte, sí podrá exigir
por vía extracambiaria del librado provisto el resarcimiento de los daños que le haya ocasionado
la falta de pago, en tanto que éste está incumpliendo parte del contenido del pacto de cheque.
Cuando el librado paga el cheque, extingue todos los derechos que se vinculan al título,
pudiendo exigir del tenedor la entrega del cheque, así como un recibí en que se refleje la
cantidad recibida. El adecuado cumplimiento del pago por parte del librado exige que éste
compruebe la regularidad de la serie de endosos, no estando, sin embargo, obligado a
comprobar la autenticidad de la firma de los endosantes. Lógicamente, cuando el cheque sea al
portador, tal comprobación de endosos no será necesaria, bastando la posesión para legitimar la
titularidad del derecho a exigir el pago. Se presumirá pagado el cheque que después de su
vencimiento se encuentre en poder del librado ( art. 140.ILCCh).
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
V. Pago del cheque
10. Revocación del cheque y oposición al pago
El artículo 138 de la Ley regula –de forma poco sistemática– la revocación y oposición al pago del
cheque, contemplando diversas hipótesis en las que intervienen distintos sujetos. Su régimen
puede sintetizarse en la idea de que el librador puede revocar el cheque por él emitido en
cualquier momento, siempre que no se trate de cheques confirmados ( art. 110 LCCh, a los
que nos referiremos posteriormente v. epíg. VII). Para que sea válida tal revocación, ha de ser
puesta en conocimiento del librado. Sin embargo, el librado sólo está obligado a atender la orden
de revocación una vez hayan transcurrido los plazos de presentación del cheque (15 días desde
el libramiento; 20 o 60 desde el libramiento fuera de España, art. 135 LCCh). Mientras el
cheque sea pagadero, es decir, mientras dure el plazo en que el tenedor lo puede presentar al
librado para cobrarlo, éste podrá atender o no su pago, siendo facultativo para el librado dar
cumplimiento o no a la instrucción revocatoria. En cualquiera de estos dos casos, no se derivará
responsabilidad al librado por su conducta, ni de carácter cambiario ni extracambiario. En el
caso de que haga caso el librado a la revocación y niegue el pago, el tenedor del cheque
mantiene su posición crediticia: seguirá sin poder ejercitar acción alguna frente al librado y
podrá reclamar con toda contundencia frente al librador en vía de regreso según los términos
del artículo 146 de la Ley Cambiaria.
Hemos de distinguir de la revocación del cheque simple e inmotivada, los supuestos en que el
librador argumenta ante el librado la pérdida o privación ilegal del documento. Ante esta
situación, el librado está obligado a atender el requerimiento del librador, absteniéndose de
pagar haya o no transcurrido el término de presentación. En estos casos, a diferencia de la
revocación ordinaria, si el librado pagara el cheque tendrá que resarcir al librador del perjuicio
que sufra, siempre que acredite éste que su oposición al pago se habría podido atender de
haberse desplegado la debida diligencia (resulta interesante al respecto la STS de 30 de
septiembre de 1985, en tanto que considera un supuesto de responsabilidad del librador).
Los sucesivos tenedores del cheque no están investidos de la facultad de promover la revocación
del pago del cheque a los sucesivos tenedores. En caso de que se haya sufrido la pérdida o
sustracción del documento, éstos sólo podrán evitar el pago recurriendo al procedimiento de
amortización, o solicitando la colaboración del librador.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
V. Pago del cheque
11. Falta de pago ordinario y protesto del cheque
El fin natural del cheque es que resulte pagado en el momento de su presentación al librado. No
obstante, en el caso de que el librado no atienda el pago del cheque, el legítimo tenedor del
mismo podrá ejercitar una serie de acciones para reclamar su pago. Si el librado no paga, el
tenedor del cheque podrá exigir su pago en vía de regreso, accionando contra el librador, los
endosantes y los demás obligados –el art. 146 de la Ley no hace alusión expresa a los avalistas–.
Para poder ejercitar la acción de regreso contra estos sujetos, el tenedor del cheque deberá
probar su falta de pago, impago que se podrá acreditar: a) por protesto notarial; b) por una
declaración del librado, fechada y escrita en el cheque, con indicación del día de la presentación;
c) por una declaración fechada de una Cámara o sistema de compensación en la que conste que
el cheque ha sido presentado en tiempo hábil y no ha sido pagado (art. 146.I). Estas dos últimas
formas de acreditación funcionan como declaraciones equivalentes al protesto.
A continuación ese mismo precepto contempla especialmente los derechos del tenedor contra el
librador, y dice que se conservan «aunque el cheque no se haya presentado oportunamente o no
se haya levantado el protesto o realizado la declaración equivalente». De este modo, el tenedor
sólo pierde los derechos que le corresponden frente al librador si después de transcurrido el
tiempo para la presentación del cheque, llegara a faltar la provisión de fondos en poder del
librado por insolvencia del librador.
De este modo, hay que diferenciar ambas reglas que conviven en el artículo 148 de la Ley, la que
regula la acción de regreso general, ejercitada contra librador, endosantes y demás obligados, y
que requiere el levantamiento de protesto notarial o declaración equivalente; y la acción de
regreso contra el librador, que no exige, en cambio, tal levantamiento. Esta diferencia se
justifica, con toda probabilidad, en la naturaleza cambiaria de la obligación impuesta al librador
de realizar y mantener la provisión de fondos en poder del librado; obligación de la que no se
exonera por el hecho de que el tenedor haya omitido las cargas que sobre él pesan –presentación
al pago dentro del término legal, levantamiento del protesto o declaración equivalente ante el
impago–. En cambio, los endosantes y sus avalistas simplemente actúan como garantes del buen
fin del documento ( art. 124 LCCh), condición de la que pueden abdicar si el tenedor del
cheque no ha desplegado la diligencia que se le exige para el cobro del documento.
El protesto o las declaraciones que regula el artículo 146 de la Ley Cambiaria han de hacerse
necesariamente antes de que concluya el plazo de presentación del cheque, pues de lo contrario
no se podrá acreditar que cumplió diligentemente la carga de presentarlo al pago dentro de
plazo. El artículo 147, sin embargo, establece una modificación para cuando se ha presentado al
cobro dentro de los últimos ocho días de plazo, en cuyo caso, el protesto o declaración
equivalente podrá hacerse en los ocho días hábiles siguientes a la presentación. La presentación
y el protesto del cheque se deberán hacer en días hábiles, considerándose inhábiles o festivos los
no laborables para el personal de las entidades de crédito ( art. 160 LCCh).
Por disposición del artículo 147.II, son aplicables al cheque las disposiciones de los artículos 51 a
56 sobre protesto de la letra, deber de comunicación y cláusula «sin gastos» o «sin protesto».
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V. Pago del cheque
12. Pago extraordinario del cheque y acciones que lo protegen
A diferencia de la letra de cambio y el pagaré, el cheque no puede generar acción directa contra
el librado, puesto que éste no se obliga a un pago, sino a atender un mandato del librador
siempre que disponga de fondos para ello y por no existir aceptación de la deuda de parte de
éste ( art. 109 LCCh). Por tanto, el cheque no conoce más pago extraordinario que el que se
lleve a cabo en vía de regreso por el librador, los endosantes o los avalistas de uno y otros. Así, el
librado no se incluye en el espectro de deudores cambiarios: la obligación que asume de realizar
el pago habiendo fondos disponibles no nace del propio cheque, sino del pacto de cheque
(relación contractual) estipulado con el librador. Se trata ésta de una relación contractual
productora de efectos exclusivamente inter partes y no con respecto a los tenedores y demás
sujetos del cheque.
El tenedor podrá hacer uso de la acción causal contra el librador (en el caso de entrega directa) o
el que le transmitió el cheque (en el caso de endoso), ya que el artículo 1170 del Código Civil
establece que la entrega de documentos mercantiles sólo producirá los efectos del pago cuando
hubiesen sido realizados, o cuando por culpa del acreedor se hubiesen perjudicado.
Por lo que respecta a las acciones cambiarias, el tenedor del cheque no pagado sólo dispondrá de
la acción de regreso contra el librador, los endosantes y los avalistas y, en su caso, la acción de
enriquecimiento.
A través de esta acción el tenedor que no haya podido cobrar el cheque podrá reclamar su
importe, junto a los intereses y los gastos (de protesto, comunicaciones, etc.), según el artículo
150 de la Ley Cambiaria. Además, en el caso de que el cheque haya sido emitido sin provisión de
fondos, podrá exigir el pago de un 10% de su importe (art. 149), para lo cual se exige el doble
requisito de probar la falta de provisión de fondos y que se esté reclamando al librador, pues los
demás posibles obligados en vía de regreso –es decir, los endosantes y sus avalistas– no son
responsables de este incumplimiento del librador. El pagador podrá exigir la entrega del cheque
con el protesto, en su caso, y una cuenta con el recibí. Si el pago ha sido realizado por un
endosante, podrá tachar su endoso y el de los endosantes subsiguientes, pudiendo exigir el pago
del documento a los demás obligados en vía de regreso.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
VI. Prescripción
VI. PRESCRIPCIÓN
La prescripción de las acciones para exigir el pago del cheque se disciplina en los artículos 157 y
158 de la Ley Cambiaria, que establecen un plazo general de prescripción de seis meses. Sin
embargo, el dies a quo de tal prescripción será distinto, considerándose: 1) el día de conclusión
del plazo de presentación al cobro, para las acciones de regreso que tuviera el tenedor contra
endosantes, librador y demás obligados. 2) el día en que el obligado ha reembolsado el cheque o
se ha ejercitado una acción contra él para la reclamación entre los diversos obligados al pago de
un cheque.
La prescripción podrá, igualmente, interrumpirse según las reglas generales del artículo 1.973
del Código Civil, surtiendo efecto sólo contra aquel respecto del cual se haya efectuado el acto
que la interrumpa.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
VII. Cheques especiales
13. Cheque cruzado
El cheque cruzado incorpora una limitación a la legitimación para su cobro. El cruzamiento del
cheque es una práctica de origen inglés, que tiene por objetivo reducir el riesgo en caso de robo
o extravío de cheques al portador. Para ello se trata de asegurar que la persona que lo presente
sea su legítimo tenedor, lo cual se consigue a través de la necesaria intervención de un banquero
o sociedad en su cobro. Con ello se consigue, igualmente, tener en todo momento conocimiento
de quién fue la persona que lo cobró.
Este tipo de cheques tiene una cierta regulación en el artículo 144 de la Ley Cambiaria. Lo
característico es, precisamente, que el librado no puede pagarlos más que a un banco, designado
o no, o a un cliente suyo, y que los bancos no pueden cobrarlos por cuenta de otras personas,
respondiendo en otro caso de los perjuicios causados hasta una suma igual al importe del
cheque. Su plasmación sobre el cheque se representa a través de dos barras paralelas trazadas
sobre el anverso, normalmente de forma diagonal.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
VII. Cheques especiales
14. Cheque para abonar en cuenta
A través del cheque que lleve la mención «para abonar en cuenta» u otra equivalente, sólo puede
ser saldado por el librado mediante un asiento en su contabilidad a favor del tenedor, asiento
que equivaldrá al pago. De este modo, se diferencia del cheque ordinario, que comporta un
mandato de pago de numerario y que el tenedor puede pedir que se le pague en metálico. El
cheque para abonar en cuenta contiene, por tanto, una prohibición de su pago en efectivo. Su
creación se materializa mediante la inserción de la cláusula «para abonar en cuenta» o una
expresión equivalente, mención que puede ser insertada por el librador o por el tenedor.
Cualquier tachadura de la mención «para abonar en cuenta» se considera como no hecha.
De este modo, a través del cheque para abonar en cuenta, el pago se realizará mediante la
consignación del importe del cheque en la cuenta corriente que tenga el tenedor. En el caso de
que el tenedor no tenga abierta una cuenta corriente en el banco librado, deberá endosarlo a su
banquero para que gestione el cobro.
Este tipo de cheques tiene una cierta regulación en el artículo 145 de la Ley Cambiaria, que
añade a este régimen que en el caso de que el librado desatienda las especialidades de este tipo
especial de cheques, deberá responder de los perjuicios que haya podido ocasionar hasta una
cuantía igual al importe del título.
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
VII. Cheques especiales
15. Cheque conformado
La Ley Cambiaria considera este tipo de cheque en el artículo 110. Hay que considerar que, pese
a insertar su firma en el título, la conformidad no convierte al banco en obligado al pago, sino
que sólo ha de responder de la autenticidad de lo declarado al insertar su firma. Así, en el
momento que certifica el cheque, el banco declara bajo su responsabilidad que en su poder hay
provisión de fondos en cuantía suficiente para atender al pago, y, al mismo tiempo, de tal
provisión de fondos retendrá la suma suficiente para abonar el cheque al que se ha prestado su
conformidad, sin poder destinar dicha cuantía a un fin distinto hasta que transcurra el plazo
correspondiente para el cobro del cheque o, en su caso, el que se haya hecho constar
expresamente en el momento de indicar dicho extremo. Por ello, la declaración de conformidad
del cheque ha de estar fechada, en forma tal que se indique el momento en que se proveyó tal
separación de fondos.
Eso no coloca al banco certificante conforme en la obligación personal de abonarlo si, por
ejemplo, de embargo decretado por autoridad judicial o administrativa competente, se ordenara
el bloqueo de la totalidad de las cantidades que a favor del librador obran en poder del librado,
incluido el importe de lo que estaba destinado para atender el cheque.
Del mismo modo, la conformidad del cheque como acto del banco es irrevocable, lo cual
significa que el banco no puede contradecir la afirmación y que responderá en el caso de que no
haya hecho una reserva de fondos en cantidad suficiente o que no la haya mantenido durante el
plazo en el cual el tenedor del título puede exigir su pago. En el caso de que el banco otorgue la
conformidad sin existir fondos en la cuenta para atender el pago, se podrá destinar
responsabilidad al banquero (v. STS de 15 de julio de 2008).
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Lección 48. El cheque. La factura aceptada
VII. Cheques especiales
16. Cheque de banco
El cheque bancario –otrora simplemente cheque– es hoy el título emitido por un banco contra su
cuenta corriente en otra entidad (normalmente, el Banco de España) o contra otra sucursal o
agencia propias. A este tipo de cheques alude el art. 112.c) de la Ley al permitir que se libre un
cheque contra el propio librador, siempre que el título se emita entre distintos establecimientos
de éste. A sensu contrario, no podrá considerarse cheque el que emita una agencia, sucursal o
sede principal contra sí misma.
La distinta condición personal del librador, desde una perspectiva jurídica, no implica
diferencias del régimen jurídico de estos cheques de banco con respecto al cheque ordinario. En
cambio, en los ámbitos comerciales sí que son perceptibles tales diferencias en razón de la
presunta solvencia del librador de la que se deduce una seguridad de cobro prácticamente
absoluta. Por ello se ha considerado que este cheque es asimilable al papel moneda y que para
sumas de cierta magnitud la referencia contractual a pago en efectivo debe entenderse
implícitamente referida a pago mediante este tipo de documentos.
Cuando estos cheques de banco se emiten al portador los convierte, en cierto modo, en
sustitutivos del dinero efectivo, y se le añade la aludida ventaja de la seguridad en su cobro.
Como tales, pueden ser utilizados como instrumento de elusión fiscal. En atención a ello, la
legislación tributaria ha establecido a cargo de los bancos libradores y librados de estos títulos
normas de control sobre la identidad de quienes los solicitan y presentan al cobro.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 48. El cheque. La factura aceptada
VII. Cheques especiales
17. Cheque turístico
Sin contar con regulación en nuestro país, los cheques turísticos o cheques de viaje (traveller's
checks) son títulos librados por entidades bancarias, financieras o grandes empresas turísticas,
que se emplean para facilitar los pagos en un lugar distinto al de residencia del ordenante, en
moneda distinta a la propia de su país, sin necesidad de emplear efectivo y con ciertas garantías
para evitar los efectos perjudiciales de su posible hurto o extravío.
Pese a su nombre, es difícil considerar que se trate de auténticos cheques y, por tanto, que estén
sometidos a las normas que lo disciplinan de la Ley Cambiaria [aunque parte de la
jurisprudencia ha considerado que se trata de un tipo especial de cheque, v. SAP Barcelona (secc.
17ª) de 30 de junio de 1999]. Más bien, se asemeja a un pagaré a la vista, en tanto que su
naturaleza es la de la promesa –más que la de orden– de pago, aunque tampoco contenga los
requisitos que la Ley Cambiaria en su artículo 94 exige para el pagaré.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 48. El cheque. La factura aceptada
VIII. El cheque falso, el cheque sin fondos. Extravío, sustracción y destrucción del cheque
El artículo 156 de la Ley Cambiaria hace referencia al supuesto de cheque falso o falsificado,
considerando quién ha de soportar el daño que de la circulación del mismo se derive. Así,
considera el precepto que el daño será imputable al librado como regla general, a no ser que el
librador haya sido negligente en la custodia del talonario de cheques o haya procedido con
culpa. El rótulo del capítulo diferencia entre cheque falso, que sería aquel en que está insertada
una firma falsa del librador; y el cheque falsificado, que es aquel que, habiendo sido emitido
correctamente, ha sufrido alguna alteración de contenido –fundamentalmente por lo que se
refiere a la declaración del emisor–. Resultarán igualmente aplicables las consideraciones del
artículo 93 de la Ley Cambiaria por lo que respecta a las alteraciones inconsentidas del texto del
documento.
Por lo que respecta al libramiento de un cheque para el que no se han provisto fondos
suficientes, nos remitimos a las consideraciones que hicimos sobre la mayor responsabilidad
regulada en el artículo 108 de la Ley, así como su posible consideración penal como delito de
estafa.
Los artículos 154 y 155 de la Ley Cambiaria regulan los casos de extravío, sustracción o
destrucción del cheque. Ante tales eventualidades, el tenedor que se vea desposeído del título
podrá acudir al Juzgado de lo Mercantil del lugar del pago para conseguir con ello evitar que se
pague a un tercero no legitimado. De este modo, se procederá a su amortización y al
reconocimiento de su titularidad. El procedimiento de amortización del cheque adopta las
mismas formas que el empleado para la letra de cambio y el pagaré, por lo que el artículo 155 se
remite a los artículos 132 a 135 de la Ley de Jurisdicción voluntaria.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 48. El cheque. La factura aceptada
IX. La factura aceptada
Aunque carezcan todavía de un régimen legal en vigor, un tratamiento sistemático de los títulos
de crédito no resultaría completo si no se tuviera en cuenta, siquiera sucintamente, el régimen
de la factura aceptada, cuya admisibilidad como título de crédito empieza a ser considerada por
la doctrina y que, de hecho, recibe un cierto tratamiento positivo en la Propuesta de Código
Mercantil. En efecto, el texto propuesto dedica el Capítulo IX del Título III del Libro VI a «la
factura aceptada» (arts. 639-1 a 639-7) a la que considera, junto al cheque, el pagaré y la letra de
cambio, como un título de crédito.
Aunque aún no se admita como título de crédito, de desarrollarse su régimen jurídico hemos de
entender que para que pueda jugar este papel la factura deberá ser emitida a la aceptación en
caso de compraventa en la que las mercancías se hubieran entregado real y materialmente al
comprador o en la que los servicios se hubieran prestado real y materialmente a quien los
hubiera contratado; y sólo podrán ser aceptadas por la persona a cuyo cargo se hubieran
emitido. Pese a que la aceptación de la factura es meramente voluntaria se debe considerar un
requisito esencial para que el documento implique una obligación para el deudor. En tal sentido,
la factura aceptada se puede articular siguiendo la estructura propia de una letra de cambio (a
cuyo régimen jurídico se remite la Propuesta de Código Mercantil de forma supletoria). Así, el
emitente de la factura (vendedor de los bienes o prestador del servicio) desempeñará el rol del
librador en la letra de cambio, el deudor de la relación de valuta (compraventa o prestación de
servicios) hará las veces del librado -quien, igualmente, podrá aceptar o no aceptar la factura de
modo análogo a cuanto ocurre con la letra de cambio-; finalmente, el emitente de la factura
podrá transmitirla a un tercero que tendrá derecho a exigir el importe de la misma del deudor
librado aceptante o del emitente de la factura/librador en caso de que la factura no sea aceptada.
Además de ello, la factura aceptada podrá circular mediante endoso, sujetándose a las reglas
generales de funcionamiento de los títulos a la orden. Aunque la normativa específica no haga
alusión directa a ello, entendemos que se podrán incorporar a la factura distintos avales que
garanticen la posición deudora de los diversos sujetos firmantes de ésta.
Como decimos, la aceptación de la factura será potestativa para el deudor, al igual que la
aceptación de la letra de cambio. Ofreciendo un posible régimen jurídico de la factura, la
Propuesta de Código regula los efectos de su aceptación. En este sentido, salvo prueba en
contrario, la aceptación de la factura hará fe de la debida y exacta entrega de las mercancías o
prestación de los servicios contratados a los que hace alusión la propia factura. Sin embargo,
dicha prueba en contrario no será admisible frente a persona, distinta del aceptante, que haya
adquirido la factura de buena fe y sin culpa grave. Con ello, por un lado, se consagra la
literalidad de la factura aceptada como título de crédito y, por otro lado, implica la protección
del tercero adquirente de buena fe respecto de los vicios que puedan subyacer en el negocio que
subyace a la emisión de la factura.
c) El número de documento.
h) La fecha en la factura deberá ser pagada. En defecto de esta indicación se entenderá que
la factura deberá ser pagada dentro del mes siguiente a la fecha del libramiento. En el caso
de que el pago fuera mediante entrega de cantidades periódicas, la factura deberá expresar
el número de pagos a realizar, las fechas de pago y la cantidad a pagar en cada una de esas
fechas.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 49. Valores representados mediante anotaciones en cuenta. Servicios de pago. Dinero
electrónico
I. La llamada crisis de los títulos-valores. El resurgir de los títulos-valores ante crisis
económicas
Los títulos valores en su evolución posterior se vieron influidos por las necesidades del tráfico
jurídico. Así, se han de diferenciar dos tendencias en función del tipo de título que se considere:
a) Por lo que respecta a los títulos-valores emitidos en serie (también llamados títulos agrupados
en emisiones), es decir, aquellos que se crean de forma plural, integrando su tirada un conjunto
numeroso de títulos que se caracterizan por incorporar exactamente el mismo contenido en
todos ellos, la tendencia ha sido hacia su representación mediante anotaciones en cuenta. Es el
caso, por ejemplo, de las acciones y obligaciones de las sociedades de capital o de los títulos de
Deuda Pública. La práctica ponía de manifiesto que su emisión en serie –dada la gran cantidad
de ejemplares que comprendía– resultaba cara para las empresas, al mismo tiempo que
evidenciaba que, en ocasiones, no había un control adecuado sobre quién ostentaba la
titularidad de los derechos representados en los títulos. Por ello, estos valores dejaron
progresivamente de representarse en soporte documental al considerarse más adecuada que su
representación a través de asientos contables, es decir, por medio de las llamadas anotaciones
en cuenta, a las que dedicaremos la primera parte de esta lección. La proliferación de las
entidades emisoras, el incremento espectacular en cantidad y variedad de los valores en
circulación y la multiplicación de los negocios de transmisión de los mismos han estimulado la
búsqueda de sistemas sustitutorios al de representación de los derechos mediante títulos. Estas
anotaciones en cuenta consisten en registros, actualmente llevados a través de procedimientos
informáticos, en los que se hace constar la titularidad de los derechos, así como las vicisitudes
que afectan a los mismos (garantías, transmisiones...).
b) Esta técnica de las anotaciones en cuenta, por sus propias características no resulta viable
para los títulos emitidos singularmente, en los cuales se representan derechos con unos
contenidos y características concretos y distintos a los demás, como ocurre en el caso de la carta
de porte, el conocimiento de embarque, el pagaré, el cheque... Al representar relaciones
singulares y tener una vocación circulatoria al margen de los mercados bursátiles, no admiten
fácilmente una representación simbólica a través de registros contables del modo anteriormente
descrito, pues cada uno de los títulos presenta un contenido propio y diferenciado. Este segundo
tipo de títulos ha sufrido también una cierta evolución en los últimos lustros, pero la tendencia
no ha sido ya hacia su representación por medio de asientos contables, sino hacia su
desmaterialización. Algunas normas están comenzando a admitir la posibilidad de representar
electrónicamente algunos fenómenos cercanos a los títulos valores (Protocolo CMR de 20 de
febrero de 2008, sobre la carta de porte electrónica; art. 15 de la Ley 15/2009, de 11 de
noviembre del Contrato de transporte terrestre de mercancías; también en este sentido la Ley
de Navegación Marítima para representar los títulos de transporte...). Del mismo modo, se ha
planteado en la jurisprudencia la posibilidad de representar otros títulos –concretamente, el
pagaré– electrónicamente, posibilidad que, sin embargo –y criticablemente–, ha sido aún
denegada por carecer todavía el sistema de las garantías necesarias, sean éstas jurídicas o sean
materiales. Junto a ello hay que recordar que el artículo 43 de la Ley Cambiaria exonera
abiertamente al tenedor de la letra, cuando sea una entidad de crédito, de presentarla
físicamente al librado al momento del pago; así como el artículo 45, que libera a tales tenedores
de la letra de la entrega material del título una vez satisfecho; disposiciones ambas que
desfiguran algunos atributos tradicionales de la letra de cambio y de los pagarés como títulos de
presentación obligatoria y de rescate a favor del pagador. Se trata de normas que dejaron la vía
abierta al ulterior desarrollo del Sistema Nacional de Compensación Electrónica que representa
ya un primer paso hacia la desmaterialización o desincorporación de los derechos cambiarios
del soporte documental al que hasta ahora han estado estrechamente vinculados. Finalmente,
hay que considerar el surgimiento, por lo que respecta a los títulos de pago o de crédito, de
nuevas instituciones que están desplazando el uso de los títulos materialmente considerados, a
saber, las instituciones de servicios de pago y las entidades de dinero electrónico.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 49. Valores representados mediante anotaciones en cuenta. Servicios de pago. Dinero
electrónico
II. Los valores representados por medio de anotaciones en cuenta como alternativa
1. Consideración general
1. CONSIDERACIÓN GENERAL
Por lo que respecta a los títulos emitidos en serie, el primer paso en la tendencia hacia su
representación a través de anotaciones en cuenta lo representó el Decreto 1128/1974, de 25 de
abril, que estableció el depósito fungible de los títulos cotizados en Bolsa. Se trataba de un
depósito colectivo y permanente de los documentos representativos de acciones y obligaciones,
cuyos depositarios (normalmente bancos) elaboraban y custodiaban un listado de depositantes
en el que quedaban consignados los cambios de titularidad, sin tener que proceder al traslado
físico de los valores depositados con ocasión de cada transferencia de los mismos. En este
sistema, cada una de las entidades depositarias tenía una relación de titulares de los valores que
en ella se encontraban depositados y se encargaba de proporcionar a los depositantes la
documentación necesaria para ejercitar los derechos que los títulos tenían aparejados (voto,
suscripción preferente, intereses, rescate...).
Con el desarrollo de este sistema de gestión de depósitos los operadores financieros (entidades
emisoras, intermediarios e inversores) pusieron en duda la utilidad de la creación física de un
título que estaba abocado a su depósito desde el mismo momento de su creación, y que
permanecerían en este estado durante toda su vida hasta su amortización. Ello hizo que se
transitara hacia su sustitución por el uso de los certificados o extractos de inscripción,
documentos suficientes para dotar a su propietario de la legitimación necesaria que le
permitiera tanto transmitir los títulos (ahora en el sentido más metafórico), como ejercitar los
derechos a ellos aparejados.
En esta evolución el siguiente impulso lo ofreció el propio Estado, como emisor masivo de los
títulos de Deuda Pública (los cuales presentan estas características de ser títulos en serie)
optando por sustituir la creación material del documento y su entrega a los suscriptores por la
llevanza de un registro contable de los titulares de los derechos. Para los títulos de deuda
pública, el tránsito se llevó a cabo a través del Real Decreto 1849/1981, de 20 de agosto,
aplicable a los pagarés del Tesoro (desarrollado por una Orden de 16 de septiembre del mismo
año) y el Real Decreto 505/1987, de 3 de abril, por el que se dispone la creación de un Sistema
de Anotaciones en Cuenta para la Deuda del Estado (modificado posteriormente por el RD
1009/1991, de 21 de junio).
Para los valores privados, el hito crucial en el desarrollo de las anotaciones en cuenta se dio con
la aprobación de la Ley del Mercado de Valores de 28 de julio de 1988, cuyo Capítulo II del Título
I (que actualmente, en el texto refundido contenido en el Real Decreto Legislativo 4/2015, lo
regula en los artículos 6 a 15) establece un régimen jurídico básico para los «Valores
representados por medio de anotaciones en cuenta». La Ley configura un régimen jurídico como
alternativa a la tradicional representación mediante títulos, al establecer el artículo 6 que «Los
valores negociables podrán representarse por medio de anotaciones en cuenta o por medio de
títulos. La modalidad de representación elegida habrá de aplicarse a todos los valores integrados
en una misma emisión». A ello añade el apartado segundo del precepto que los valores
admitidos a negociación en mercados secundarios oficiales o en sistemas multilaterales de
negociación estarán necesariamente representados mediante anotaciones en cuenta. Tal
previsión actualmente es refrendada en el artículo 496 de la Ley de Sociedades de Capital,
que considera que «Las acciones y las obligaciones que pretenden acceder o permanecer
admitidas en un mercado secundario oficial de valores habrán de representarse necesariamente
por medio de anotaciones en cuenta». De este modo, en la actualidad todas las sociedades
cotizadas deberán representar sus valores por medio de anotaciones en cuenta.
Dicha norma ha sido desarrollada por el Real Decreto 878/2015, de 2 de octubre, sobre
registro, compensación y liquidación de valores negociables representados mediante
anotaciones en cuenta, sobre el régimen jurídico de los depositarios centrales de valores y de las
entidades de contrapartida central y sobre requisitos de transparencia de los emisores de
valores admitidos a negociación en un mercado secundario oficial. Esta norma ha sido
modificada recientemente a través del Real Decreto 827/2017, de 1 de septiembre y viene a
suplir la anterior regulación, contenida en el Real Decreto 116/1992, de 14 de febrero, sobre
representación de valores por medio de anotaciones en cuenta y compensación y liquidación de
operaciones bursátiles.
Con todo, el Real Decreto 116/1992 mantiene su aplicabilidad por lo que respecta al mercado de
deuda pública en anotaciones (regulado en la sección II del Capítulo II del Título IV de la
LMV), puesto que la Disposición Transitoria Octava del texto refundido de la Ley del Mercado de
Valores dispone que en tanto no se desarrollen reglamentariamente los preceptos de esta ley
correspondientes al Mercado de Deuda Pública en Anotaciones, y no se apruebe el Reglamento
del Mercado al que hace mención el artículo 60.4 de esta ley, permanecerán vigentes aquellas
normas reglamentarias que, con carácter previo a la entrada en vigor de esta ley, vienen
regulando el referido mercado y no se opongan a lo previsto en ésta. Del mismo modo, el propio
Real Decreto 878/2015 declara de forma expresa que sus disposiciones no serán aplicables a este
mercado.
Para los valores mobiliarios, más que crear tantos títulos iguales como unidades integran la
entera emisión para proceder a su distribución que, seguidamente, será objeto de depósito, lo
razonable es idear un prototipo o modelo único indubitado y luego realizar una relación de
titulares de cada una de las unidades creadas y en circulación, que se corresponden con el
prototipo. Si para la llevanza de esa relación y para reflejar los cambios de titularidad se
aprovechan los adelantos técnicos de la electrónica, el ahorro en tiempo, esfuerzo y material
resulta evidente. Se agiliza extraordinariamente su colocación inicial en el mercado; se facilita la
negociación durante el período de vigencia de los derechos correspondientes, al poder
prescindirse de la presencia del título que los refleja; se obvian los inconvenientes del extravío o
sustracción del documento y se resuelven los problemas de presentación en el momento en que
se han de amortizar. Todo ello requiere una llevanza rigurosa y responsable del registro.
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II. Los valores representados por medio de anotaciones en cuenta como alternativa
2. Rasgos esenciales del sistema de anotaciones en cuenta
Tras las múltiples reformas asistemáticas y parciales sufridas, la materia se encontraba lejos de
alcanzar un grado de asentamiento normativo que permitiese una elaboración doctrinal
fructífera explicativa de los principios que inspiran la regulación, los objetivos que se persiguen
con ella y los instrumentos que se emplean para lograrlos. Ello ha intentado superarse a través
del texto refundido de la LMV y el nuevo Decreto 878/2015. Con ello, podemos señalar algunos
rasgos que ya se consideran asentados en el sistema.
En primer lugar, se trata de un sistema caracterizado –salvo una importante excepción- por el
principio de libre elección. Dicho principio se basa en las disposiciones de los artículos 6 de la
Ley del Mercado de Valores, 92 (para las acciones) y 412.1 (para las obligaciones) de la Ley de
Sociedades de Capital. Estos preceptos coinciden en afirmar que los valores podrán
representarse por medio de anotaciones en cuenta o por medios de títulos, siendo, en principio,
libre la elección por una u otra forma de representación, y su emisión se llevará a cabo en la
forma que se prevea en cada caso en los estatutos de la sociedad. No obstante, el artículo
496.1 de la Ley de Sociedades de Capital establece de forma expresa que «las acciones y las
obligaciones que pretendan acceder o permanecer admitidas a cotización en un mercado
secundario oficial de valores habrán de representarse necesariamente por medio de anotaciones
en cuenta», por lo que las acciones de las sociedades cotizadas deberán representarse
necesariamente por medio de anotaciones en cuenta (en el mismo sentido el art. 9.3 del RD
1310/2005, de 4 de noviembre, por el que se desarrolla parcialmente la LMV en materia de
admisión a negociación de valores en mercados secundarios oficiales, de ofertas públicas de
venta o suscripción y del folleto exigible a tales efectos). Pese a esta libertad de elección hay que
tener en cuenta que la modalidad de representación elegida habrá de aplicarse a todos los
valores integrados en una misma emisión. De ahí se deriva que optándose por emplear un
sistema para una determinada emisión de valores, todos los valores que se emitan en dicha
operación han de acogerse al mismo sistema, sea éste su representación por medio de títulos o a
través de anotaciones en cuenta; sin embargo, los conjuntos de valores objeto de emisiones
distintas sí podrán ser representados de formas diferenciadas. El artículo 3 del Real Decreto
878/2015 consagra este principio de la unidad de representación.
La reforma normativa operada en 2015 con el texto refundido de la Ley del Mercado de Valores
y el Real Decreto 878/2015 ha modificado una nota relevante del sistema anterior, a saber, la
irreversibilidad de la opción por las anotaciones en cuenta. Así, sobre la base de la normativa
anterior, una vez que se hubiera optado por la representación de valores por medio de
anotaciones en cuenta, abandonando su representación por títulos, dicho paso era irreversible.
Se excepcionaba exclusivamente cuando los valores representados por anotaciones en cuenta no
estuvieran admitidos a negociación en un mercado secundario oficial, y condicionado a la
autorización de la CNMV, en atención a la escasa difusión de los valores cuyo modo de
representación se quería cambiar.
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3. Similitudes y diferencias con los títulos-valores y el funcionamiento de los registros
públicos
Se puede apreciar en la normativa un cierto intento por dar solución a estas cuestiones. Sobre
este punto, el artículo 11.1 de la Ley del Mercado de Valores establece que «la inscripción
de la transmisión a favor del adquirente producirá los mismos efectos que la tradición de los
títulos». Así, la práctica del asiento de transmisión en el registro produce los mismos efectos que
la entrega de títulos-valores.
Sobre estas consideraciones, parte de la doctrina ha estimado que nos encontramos ante una
nueva categoría de la realidad mercantil, integrada por los que llaman «derechos-valor»,
expresión de alcance amplio en la que pueden tener entrada tanto los títulos como las
anotaciones. Pese a ello, se puede afirmar que el actual régimen regulador de las anotaciones en
cuenta se encuentra más próximo al régimen de funcionamiento de las inscripciones de los
registros públicos que al de los títulos, si bien su régimen no se puede asimilar de forma directa
a ninguno de los dos sistemas. En consecuencia, se puede afirmar que estamos ante una forma
singular de representar los valores, que tiene carácter autónomo y distinto de los demás
sistemas. Por ello, no se pueden extrapolar simplemente las reglas y principios propios de los
títulos-valor o del derecho registral a la representación de valores por medio de anotaciones en
cuenta.
Dado su carácter de anotaciones en un registro, se debe pensar en qué medida los principios
registrales asumidos por la legislación hipotecaria pueden resultar aplicables a las anotaciones
en cuenta. La inscripción en el registro contable tiene, además, carácter constitutivo ( arts. 10
LMV y 12 RD 878/2015). Pero aunque la normativa (por ej., art. 17 RD 878/2015) insista en
las referencias a los principios propios de los registros públicos, no se puede considerar que las
anotaciones en cuenta tengan carácter registral. En primer lugar, porque las entidades que
gestionan los registros de anotaciones en cuenta tienen carácter privado, lo que impide
considerar cualquier presunción de legalidad, al mismo tiempo que le privan de cualquier
función de fe pública. En segundo lugar, estos registros carecen de reglas de publicidad formal a
las que se pueda acceder para conocer los datos en ellos reflejados. Finalmente, se debe recordar
que los valores tienen carácter fungible ( art. 18 RD 878/2015), lo que implica que cualquier
referencia a su titularidad en el registro contable, implica la titularidad de una cantidad
determinada de dichos valores, sin referencia que identifique individualmente a los mismos. En
los registros de anotaciones en cuenta hay una identificación mediante un código asignado por
la Comisión Nacional del Mercado de Valores, pero dicho código no se refiere a los valores en
concreto, sino que identifican la emisión de los mismos (vid. Circular de la CNMV 2/2010, de 28
de julio, sobre valores y otros instrumentos de naturaleza financiera codificables y
procedimientos de codificación).
Ello no obstante, como anunciábamos, la propia normativa específica reguladora del sistema de
anotaciones en cuenta enuncia como propios algunos principios que tienen paralelismo con los
del funcionamiento de los Registros de la Propiedad y Mercantil. Concretamente podemos hacer
mención de los siguientes:
1. Legitimación registral: «la persona que aparezca legitimada en los asientos del registro
contable se presumirá titular legítimo» ( art. 16 RD 878/2015), si bien la inscripción no
convalida las posibles causas de nulidad de las transmisiones (art. 13.5).
2. Principio de prioridad: «una vez producida cualquier inscripción no podrá practicarse ninguna
otra respecto de los mismos valores que sea incompatible con la anterior. Asimismo, la entidad
encargada de la llevanza del registro contable practicará las inscripciones correspondientes
conforme al orden de presentación» ( art. 17.2RD 878/2015).
4. Principio de fe pública: «el tercero que adquiera a título oneroso valores representados por
medio de anotaciones en cuenta de persona que, según los asientos del registro contable,
aparezca legitimada para transmitirlos no estará sujeto a reivindicación, a no ser que en el
momento de la adquisición haya obrado de mala fe o con culpa grave. Quedan a salvo los
derechos y acciones del titular desposeído contra las personas responsables de los actos en cuya
virtud haya quedado privado de los valores» ( art. 13.3RD 878/2015).
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Lección 49. Valores representados mediante anotaciones en cuenta. Servicios de pago. Dinero
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II. Los valores representados por medio de anotaciones en cuenta como alternativa
4. El registro contable y su llevanza: organización institucional
El sistema de las anotaciones en cuenta gira en torno a un registro de los valores que se
representan. Al respecto se encuentra una importante diferencia de régimen jurídico en función
de si se trata de valores destinados a negociación en Bolsa u otros mercados oficiales
secundarios (de Deuda Pública o de futuros y opciones), o que se trate de valores no admitidos a
cotización en mercados secundarios oficiales. Como mencionamos anteriormente, el artículo
30 del Real Decreto 878/2015 establece que será obligatoria la representación mediante
anotaciones en cuenta de los valores que hayan de ser admitidos a negociación en un mercado
secundario oficial de valores o en un sistema multilateral de negociación, mención que es
confirmada en la Ley de Sociedades de Capital (art. 496). En los demás casos, el sistema de
representación por medio de anotaciones es voluntario.
Las entidades encargadas del registro son distintas en uno y otro supuesto, aunque siempre se
han de identificar en el documento de emisión. En este sentido, para los valores mobiliarios no
admitidos a cotización en los mercados secundarios oficiales, las funciones registrales se han de
encomendar por la entidad emisora a empresas de servicios de inversión y entidades de crédito
autorizadas para recibir y transmitir órdenes de inversión por cuenta de terceros (v. art. 8 del
texto refundido de la LMV). Se trata, por tanto, de un sistema de cuenta única.
Por lo que respecta a los valores admitidos a cotización, encontramos un sistema de doble nivel
en cuya gestión intervienen la Sociedad de Gestión de los Sistemas de Registro, Compensación y
Liquidación de Valores (Iberclear), a cuyo cargo estará el registro central, y las distintas
entidades adheridas a dicha Sociedad de Sistemas. Frente a ello, la Ley del Mercado de Valores
admite que el Servicio pueda actuar, en exclusiva, y también que en su lugar lo haga la sociedad
rectora de una Bolsa, cuando los valores de que se trate negocien en ella, como único mercado
secundario.
En ambos casos, el registro se deberá llevar de modo adecuado al cumplimiento del fin de
reflejar correctamente y mantener actualizada la titularidad de los valores representados por
anotación, así como reflejar los derechos reales que se constituyan sobre ellos (prenda,
usufructo), y de las cargas o ejecuciones que sobre ellos se traben.
El sistema adopta una estructura de doble escala en el caso de valores admitidos a cotización.
Éstos se encuentran sometidos a dos registros: el registro central y los distintos registros
contables (entidades participantes, a las que la normativa omite de llamar como particulares o
especiales). La Sociedad de Gestión de los Sistemas de Registro, Compensación y Liquidación de
Valores se encarga de gestionar el registro central y conforma un registro de registros en el que
figuran como titulares las entidades participantes y como contenido los valores que cada una
controle, bien porque les pertenecen directamente, o bien porque los tiene registrados a nombre
de terceros, que son sus auténticos titulares; si bien la identidad de éstos no figura en ese
registro central. De este modo, las entidades participantes tienen abiertas dos tipos de cuentas
en la Sociedad de Sistemas: una, en la que se refleja el saldo de los valores de los que son
directamente titulares; y otra, en la que se hace constar la totalidad de valores que dichas
entidades anotan a nombre de sus clientes en las cuentas de detalle. La relación entablada entre
la Sociedad de Sistemas y las entidades participantes tiene carácter remunerado, debiendo
satisfacer las segundas una tarifa por dichos servicios.
En un segundo nivel, el registro de cada entidad gestiona los valores que pertenecen a sus
clientes y que ella controla, de modo similar a como funcionan las entidades encargadas del
registro de valores no admitidos a cotización. Así, las entidades gestoras llevan registros de
detalle en las que se incluyen los datos de identificación de los titulares últimos de los valores
que gestiona dicha entidad. La relación entre la emisora de los valores y esta entidad gestora
tiene igualmente carácter remunerado. La sociedad cotizada cuyos valores se encuentren
registrados en una determinada entidad gestora, puede transferir su registro a otra entidad
adherida al Registro Central, comunicándolo a cualquiera de las dos implicadas. Los trámites
necesarios que se canalizarán por la receptora de la orden a través del Registro Central (art. 40).
El artículo 67 del Real Decreto 878/2015, considera que podrán adquirir la condición de
entidad participante en los depositarios centrales de valores las entidades que cumplan los
requisitos establecidos en la normativa aplicable (en particular, el Reglamento de la Sociedad de
Sistemas). Para ello deberán adoptar una de las siguientes categorías: entidades de crédito,
empresas de servicios de inversión que estén autorizadas a prestar el servicio de custodia y
administración por cuenta propia o de clientes de instrumentos financieros, el Banco de España,
la Administración General del Estado y la Tesorería General de la Seguridad Social, aquellas
instituciones de Derecho público y personas jurídico-privadas cuando una disposición de
carácter general expresamente les habilite para ser entidad participante en un depositario
central de valores, otros depositarios centrales de valores autorizados conforme a lo establecido
en el Reglamento (UE) nº 909/2014, de 23 de julio de 2014, o entidades de contrapartida central
autorizadas o reconocidas conforme a lo establecido en el Reglamento (UE) nº 648/2012, de 4
de julio de 2012. En todos estos casos se exige que dispongan de los sistemas de control y medios
técnicos adecuados para atender las funciones que se les atribuyen.
En el sistema de anotaciones en cuenta de las sociedades cotizadas, las sociedades emisoras de
valores quedan al margen de las relaciones entre la Sociedad de Sistema y las entidades de
gestión. Cuando necesitan conocer la identidad de los actuales titulares de sus valores
requerirán dicha información al registro central, quien la recabará de las entidades
participantes.
La responsabilidad por los daños que se puedan derivar del inadecuado funcionamiento de este
sistema, sea por lo que respecta a la Sociedad de Sistemas, como por lo que atañe al
funcionamiento de las entidades participantes, se someterá a las reglas especiales de los
artículos 8 del texto refundido de la Ley del Mercado de Valores y 28 del Real Decreto 878/2015.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 49. Valores representados mediante anotaciones en cuenta. Servicios de pago. Dinero
electrónico
II. Los valores representados por medio de anotaciones en cuenta como alternativa
5. La constitución de los valores anotados
La regla general de constitución de las anotaciones en cuenta requiere que la creación de los
valores representados por este medio se haga constar en el documento de la emisión conforme
al artículo 7 de la LMV. Dicho documento deberá ser elevado a escritura pública y podrá
ser la escritura de emisión cuando se refiera a valores participativos. En cambio, en el caso de
valores no participativos, la elevación a escritura pública del documento de la emisión será
potestativa, y, en particular, este documento podrá ser sustituido por otros que pasarán a tener
la consideración de documento de la emisión, tales como el folleto informativo o la mera
publicación de las características de la emisión ( arts. 7 a 11 RD 878/2015). Se entenderá
por valores participativos las acciones y los valores negociables equivalentes a las acciones, así
como cualquier otro tipo de valores negociables que den derecho a adquirir acciones o valores
equivalentes a las acciones, por su conversión o por el ejercicio de los derechos que confieren, a
condición de que esos valores sean emitidos por el emisor de las acciones subyacentes o por una
entidad que pertenezca al grupo del emisor.
Este documento de la emisión deberá reflejar, respecto a los valores en cuestión, la designación
de la entidad encargada del registro contable, la denominación, el número de unidades, el valor
nominal, las características y condiciones y las menciones que, según su naturaleza exija la
legislación aplicable.
En el caso de emisión de acciones por una sociedad anónima, podrá cumplir la función de
escritura pública de emisión la propia escritura de fundación de la sociedad, o bien la escritura
en la que se reflejen los acuerdos de aumento de capital o de modificación de estatutos para
acordar el cambio de modo de representación de las acciones.
Para las obligaciones, determina el artículo 407 de la Ley de Sociedades de Capital que la
propia escritura pública de emisión puede servir a los efectos de cumplir este requisito, si ya en
el momento mismo de su creación se prevé que los valores nazcan representados por
anotaciones en cuenta.
En el caso de emisiones de deuda del Estado, de las Comunidades Autónomas, de las entidades
locales y de sus organismos públicos y entidades vinculadas o dependientes, la publicación de
las características de la emisión en los boletines oficiales correspondientes eximirá de las
obligaciones relativas al documento de la emisión contempladas en los artículos anteriores.
Dicha publicación en los boletines oficiales tendrá la consideración de documento de la emisión
a los efectos de la normativa ( art. 11.1RD 878/2015).
A dicho acuerdo se le deberá dar publicidad a través de la entidad emisora, la entidad encargada
del registro contable y, en su caso, los organismos rectores de los mercados secundarios oficiales
o sistemas multilaterales de negociación. Estos habrán de tener en todo momento a disposición
de los titulares y del público interesado en general las copias del documento de la emisión a que
se hace referencia en esta sección. A estos efectos, dichas entidades publicarán las copias en su
página web cuando estén obligadas legalmente a contar con ella.
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II. Los valores representados por medio de anotaciones en cuenta como alternativa
6. Transmisión
6. TRANSMISIÓN
En este sentido, el artículo 11 del texto refundido de la Ley del Mercado de Valores
determina que la transmisión de los valores representados por medio de anotaciones en cuenta
tendrá lugar por transferencia contable. La inscripción de la transmisión a favor del adquirente
producirá los mismos efectos que la tradición de los títulos. Sin embargo, dicha inscripción de la
transmisión no sana los vicios del negocio del que trae causa ( art. 13.5 RD 878/2015).
Compete ahora estudiar el modo en que la transmisión tiene reflejo en los registros y qué efectos
produce este cambio de titularidad. Señalemos en primer lugar que el régimen de transmisión es
básicamente idéntico cuando se trata de cambio de titularidad de valores no admitidos a
cotización en mercado secundario oficial o de los que, aun estando admitidos a cotización, se
transmiten sin sujeción a la normativa de las operaciones de mercado secundario oficial por no
darse los requisitos del artículo 36 de la Ley del Mercado de Valores.
La normativa exige que la transmisión se haga constar en documento público, que podrá ser
escritura o póliza intervenida por notario, o en documento privado expedido por la sociedad o
agencia de valores en que se acredite el acto o contrato traslativo. Cabe también la posibilidad de
que transmitente y adquirente hagan constar su consentimiento a la transmisión sin sujeción a
formalidad alguna, ante la propia entidad responsable del Registro, que deberá considerar
bastante esta acreditación, salvo que le conste por ciencia propia su insuficiencia.
Hay que tener en cuenta que sólo la transferencia anotada es eficaz, pues sólo a partir de la
inscripción la transmisión será oponible a los terceros ( art. 11.2LMV).
Para la inscripción de derechos reales limitados u otros gravámenes, la legislación se remite a
las normas sobre transmisión de la titularidad. Al registro contable han de tener acceso también
las operaciones de amortización de los valores representados por medio de anotaciones en
cuenta, que se deberán hacer constar bien a través de escritura pública de reducción de capital,
en el caso de que se trate de acciones, bien mediante por la manifestación fehaciente del
acreedor de hallarse satisfecho, o bien mediante documento expedido por entidad financiera
acreditativo de haberse efectuado el pago cuando se trate de valores con ese contenido de
derechos (tales como las obligaciones, los bonos o los instrumentos análogos a éstos).
En todo caso, las entidades encargadas del registro contable deberán procurarse siempre la
debida acreditación documental de la concurrencia de los consentimientos y se quedarán con
copia de los documentos acreditativos de los actos, contratos y notificaciones ( art. 54 RD
878/2015).
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electrónico
II. Los valores representados por medio de anotaciones en cuenta como alternativa
7. Los certificados de legitimación
Se trata de un documento expedido por las entidades encargadas del registro contable (que son
las únicas facultadas para ello), acreditativo de que a la fecha de su expedición, según consta en
sus asientos, la persona que en el documento se expresa tiene sobre los valores que se indican el
derecho que en el certificado se consigna, con especificación de las claves correspondientes para
su identificación en los asientos del emisor. Los certificados, que sólo se podrán expedir a
solicitud del titular o su apoderado, se entregarán al peticionario el mismo día o al día siguiente
a la solicitud y podrán referirse a la totalidad o a una parte de los valores integrados en el saldo
del titular. Los valores respecto de los que estén expedidos certificados quedarán inmovilizados
desde la expedición de aquéllos, permaneciendo bloqueados en la cuenta del titular en tanto que
los certificados no hayan sido restituidos o transcurra el plazo de su vigencia (tres meses, salvo
que se especifique en el propio certificado un plazo superior, que, en todo caso, nunca excederá
de seis meses).
Este bloqueo o inmovilización durante la vigencia del certificado impide, al titular de los valores
en él recogidos, transmitirlos, sin la correlativa entrega del certificado, aunque no evita la
expropiación o embargo de sus derechos en ejecuciones forzosas judiciales o administrativas.
Todo ello con el objeto de evitar la doble venta de los mismos valores. De aquí que se diga que
nos hallamos ante un documento de legitimación, al que no se incorpora derecho alguno.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 49. Valores representados mediante anotaciones en cuenta. Servicios de pago. Dinero
electrónico
III. Servicios de pago
8. Necesidad de regulación y ámbito de aplicación
La finalidad perseguida por la norma es la regulación de las transferencias, los adeudos directos
y las operaciones de pago directo efectuadas mediante tarjeta, facilitando la eficiencia y la
seguridad de los pagos nacionales internos y de los pagos en la Unión europea. La normativa
contiene, igualmente, una serie de disposiciones orientadas al reforzamiento y protección de los
derechos de los usuarios de los servicios de pago, facilitando la aplicación operativa de los
instrumentos de la zona única de pagos en euros –llamada SEPA (Single Euro Payment Area) -.
Con ello, los tres objetivos fundamentales que persigue la normativa son estimular la
competencia entre los mercados nacionales, asegurando la igualdad de oportunidades para
competir; aumentar la transparencia en el mercado; y establecer un sistema común de derechos
y obligaciones para proveedores y usuarios en el marco de la SEPA.
La Ley de Servicios de Pago excluye de forma expresa su aplicación a los pagos instrumentados
a través de letras de cambio, cheques y pagarés. Así, dispone su artículo 4.g) que la ley no se
aplicará a las operaciones de pago realizadas por medio de cualquiera de los siguientes
documentos girados contra un proveedor de servicios de pago a fin de poner fondos a
disposición del beneficiario:
1.º Cheques en papel regulados por el Convenio de Ginebra de 19 de marzo de 1931 que
establece una Ley uniforme sobre cheques,
2.º Cheques en papel similares a los contemplados en el inciso anterior y regulados por el
Derecho de Estados miembros que no sean parte en el Convenio de Ginebra de 19 de marzo de
1931 que establece una Ley uniforme sobre cheques,
3.º Efectos en papel con arreglo al Convenio de Ginebra de 7 de junio de 1930 que establece una
Ley uniforme sobre letras de cambio y pagarés,
4.º Efectos en papel similares a los contemplados en el inciso anterior y regulados por el Derecho
de los Estados miembros que no sean partes en el Convenio de Ginebra de 7 de junio de 1930 que
establece una Ley uniforme sobre letras de cambio y pagarés,
Con esta exclusión la normativa trata que el sistema uniforme de títulos-valores (al menos en su
concepción cambiaria) quede inalterado por la aplicación de la norma. En cambio, la norma será
de aplicación a los siguientes servicios de pago (art. 1.2):
a) Los servicios que permiten el ingreso de efectivo en una cuenta de pago y todas las
operaciones necesarias para la gestión de una cuenta de pago.
b) Los servicios que permiten la retirada de efectivo de una cuenta de pago y todas las
operaciones necesarias para la gestión de una cuenta de pago.
d) La ejecución de operaciones de pago cuando los fondos estén cubiertos por una línea de
crédito abierta para un usuario de servicios de pago:
f) El envío de dinero.
De este modo se observa que la normativa trata de dar una cierta cobertura al siguiente paso en
la evolución de los instrumentos de circulación de créditos y de pagos. Así, el estadio inicial era
la transmisión de la relación causal, con la transmisión del derecho de crédito que se tenía
frente a un deudor a otro sujeto que recibiría el pago. Posteriormente, estos derechos se
incorporaron a títulos –letra de cambio, pagaré, cheque–, a través de los cuales se representaba
el derecho a un crédito o a recibir un pago documentalmente. La siguiente etapa en la evolución
está tratando de ser, por un lado, la posibilidad de hacer valer estos títulos en una
representación electrónica (dinero electrónico, pagarés electrónicos); de otro, la tendencia es a
la sustitución de estos medios a través de la prestación de servicios, los así llamados servicios de
pagos considerados por esta norma y disciplinados en la normativa bancaria.
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electrónico
III. Servicios de pago
9. Las entidades de pago
La Ley de Servicios de Pago crea la categoría de «entidades de pago» (arts. 10 y ss. de la Ley),
considerándolas como aquellas personas jurídicas una persona jurídica a la cual se haya
otorgado autorización para prestar y ejecutar servicios de pago en toda la Unión Europea. La
autorización para operar como entidad de pago podrá contemplar todos o alguno de los
servicios de pago citados en el artículo 1.2. Corresponderá al Banco de España, previo informe
del Servicio ejecutivo de la Comisión de prevención del blanqueo de capitales e infracciones
monetarias en los aspectos de su competencia, autorizar la creación de las entidades de pago.
Estas entidades no podrán llevar a cabo la captación de depósitos u otros fondos reembolsables
del público, ni emitir dinero electrónico. De este modo, los fondos que reciban para atender las
órdenes de pago y la prestación de los servicios no tendrán la consideración de depósitos ni de
fondos reembolsables. Como se aprecia, la posición jurídica que adoptan estas entidades es
similar a la del librado en la letra de cambio: reciben un mandato del ordenante de pago para
que cumplan uno de los servicios de pago que hemos considerado anteriormente.
La normativa regula el procedimiento para la concesión del carácter de entidad de pago, que
corresponde en todo caso al Banco de España, previo informe del Banco de España y del Servicio
Ejecutivo de la Comisión de prevención del blanqueo de capitales e infracciones monetarias. Tal
condición de entidad de pago podrá ser revocada en los supuestos contemplados por la norma
(art. 11). Se exige de estas entidades, además, que en todo momento mantengan un volumen
suficiente de recursos propios en relación con los indicadores de negocio, en los términos que
reglamentariamente se establezcan, de modo tal que permita la efectiva prestación de sus
servicios de pago.
Las entidades de pago podrán realizar actividades adicionales, además de las estrictamente
considerables como servicios de pago. Así, podrán prestar servicios operativos o auxiliares
relacionados con los servicios de pago, tales como la garantía de la ejecución de las operaciones,
servicios de cambio de divisas, actividades de custodia y almacenamiento y tratamiento de
datos. Podrán igualmente gestionar los sistemas de pago, y desarrollar actividades económicas
distintas que autorice expresamente la normativa específica. Finalmente, podrán conceder
créditos siempre que estén relacionados con la ejecución de una operación de pago, que sea
reembolsado en un plazo inferior a doce meses, que no se conceda con cargo a los fondos
recibidos o en posesión a efectos de la ejecución de una operación de pago, y que los fondos
propios de la entidad de pago sean en todo momento adecuados para la prestación de tal
servicio.
El contrato marco de servicios de pago hace referencia a un contrato de servicio de pago que
rige la ejecución futura de operaciones de pago individuales y sucesivas, y que puede estipular la
obligación de abrir una cuenta de pago y las correspondientes condiciones para ello. En
consecuencia, establece las reglas generales acordadas entre la entidad prestadora de los
servicios y su cliente para regular la prestación de estos servicios. La norma regula con cierta
profundidad las condiciones de transparencia que ha de tener este contrato marco.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
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electrónico
III. Servicios de pago
11. Funcionamiento
A. Autorización de operaciones de pago
La prestación de los servicios de pago inicia con la autorización de la operación por parte del
ordenante, que otorga el consentimiento para su ejecución. El proveedor de servicios de pago y
el ordenante deberán pactar –normalmente en el contrato marco– el modo en que se dará el
consentimiento, así como la forma de notificarlo. Tal consentimiento podrá ser previo o
posterior a la ejecución de la orden de pago, según lo acordado entre el ordenante y el prestador
del servicio; y podrá ser retirado en cualquier momento anterior a la fecha de irrevocabilidad de
la orden.
Por su parte, el proveedor de servicios deberá cerciorarse del funcionamiento de los elementos
de seguridad personalizados del instrumento de pago, así como de que sólo sean accesibles para
el usuario facultado para utilizarlo. Deberá abstenerse de enviar instrumentos de pago que no
hayan sido solicitados. Garantizará en todo momento que estén disponibles medios adecuados y
gratuitos que permitan al usuario de servicios comunicar con el prestador.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 49. Valores representados mediante anotaciones en cuenta. Servicios de pago. Dinero
electrónico
III. Servicios de pago
11. Funcionamiento
B. Ejecución de una orden de pago
El servicio de pago deberá realizarse en el momento en que se reciba la orden de pago por la
entidad prestadora del mismo. Se entenderá que será aquel en el que la orden de pago sea
recibida por el proveedor de servicios de pago del ordenante. En el caso de que la recepción se
produzca en día inhábil, se entenderá el siguiente día hábil; igualmente, las partes podrán fijar
en sus contratos una hora máxima a partir de la cual cualquier orden de pago que se reciba se
considerará recibida el siguiente día hábil.
Seguidamente la orden deberá ser cumplida conforme lo acordado. Con carácter general, el
proveedor de servicios de pago del ordenante, el proveedor de servicios de pago del beneficiario
y todos los posibles intermediarios que intervengan en la operación de pago deberán transferir
la totalidad del importe de la operación de pago, absteniéndose de deducir gasto alguno de la
cantidad transferida. No obstante, el beneficiario y su proveedor de servicios de pago podrán
acordar que éste deduzca sus propios gastos del importe transferido antes de abonárselo al
beneficiario.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
Lección 49. Valores representados mediante anotaciones en cuenta. Servicios de pago. Dinero
electrónico
IV. Dinero electrónico
12. Situación actual. Necesidad de la institución y función económica
Bastante más próxima al régimen jurídico de los valores, la normativa que actualmente regula el
dinero electrónico se encuentra recogida en la Ley 21/2011, de 26 de julio, de Dinero
Electrónico, que deroga el Real Decreto 322/2008, de 29 de febrero, que contenía
anteriormente el régimen jurídico de las entidades de dinero electrónico, y el artículo 21 de la
Ley 44/2002, de 22 de noviembre, de Medidas de Reforma del Sistema Financiero. Esta
normativa supone la transposición de la Directiva 2009/110/(CE), de 16 de septiembre de 2009
sobre el acceso a la actividad de las entidades de dinero electrónico, y su ejercicio, así como
sobre la supervisión prudencial de dichas entidades, por las que se modificaban las Directivas
2005/60/(CE) y 2006/48/(CE) y se deroga la Directiva 2000/46/(CE). Con estos recientes
cambios normativos se persigue mejorar el régimen jurídico hasta entonces existente por lo que
respecta a la emisión de dinero electrónico y el marco jurídico de las entidades de dinero
electrónico y el modo en que éstas desarrollan su actividad.
Si atendemos a la definición que la propia Ley de Dinero Electrónico ofrece a éste, se descubrirá
su profunda vinculación con los instrumentos que estamos analizando en estas lecciones. Así,
según el artículo 1.2, se entiende por dinero electrónico todo valor monetario almacenado por
medios electrónicos o magnéticos que represente un crédito sobre el emisor, que se emita al
recibo de fondos con el propósito de efectuar operaciones de pago según se definen en la Ley de
Servicios de Pago, y que sea aceptado por una persona física o jurídica distinta del emisor de
dinero electrónico. En sentido negativo, no tendrán la consideración de dinero electrónico: a) los
valores monetarios almacenados en instrumentos que puedan utilizarse para la adquisición de
bienes o servicios únicamente en las instalaciones del emisor o, en virtud de un acuerdo
comercial con el emisor, bien en una red limitada de proveedores de servicios o para un
conjunto limitado e bienes o servicios, es decir, los que tengan un ámbito de utilización
restringido (tarjetas de compra, tarjetas de combustible, tarjetas de socio, tarjetas de transporte
público...); b) el valor monetario utilizado para realizar operaciones de pago exentas según la
normativa de Servicios de Pago (v. supra epíg. III.7).
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electrónico
IV. Dinero electrónico
13. Relaciones con el ámbito cambiario
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Cuarta parte. Derecho de los valores
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electrónico
IV. Dinero electrónico
14. Las entidades de dinero electrónico
Según la normativa (art. 2 Ley de Dinero Electrónico), la emisión de dinero electrónico tiene
reserva de actividad, pudiendo emitirlo sólo las entidades de crédito, las entidades de dinero
electrónico autorizadas según la propia norma, la Sociedad estatal de Correos y Telégrafos, SA,
respecto de las actividades de emisión de dinero electrónico a que se encuentre facultada en
virtud de su normativa específica; el Banco de España, cuando no actúe en su condición de
autoridad monetaria; y la Administración General del Estado, las Comunidades Autónomas y las
Entidades Locales, cuando actúen en su condición de autoridades públicas. Por tanto, las demás
personas físicas o jurídicas que no adopten una de estas formas no podrán emitir válidamente
dinero electrónico, pudiéndoseles además, imponer una sanción.
Las entidades de dinero electrónico son aquellas personas jurídicas que no tengan la condición
de entidades de crédito a las cuales se haya otorgado autorización para emitir dinero electrónico
(art. 3). A ellas se reserva la denominación «entidad de dinero electrónico», así como su
abreviatura «EDE», que podrán incluirla en su denominación social. Para la constitución de
estas sociedades será preciso un capital social inicial mínimo de 350.000 euros (art. 6).
Para poder funcionar como tales, deberán cumplir los requisitos establecidos por la normativa y
recibir autorización del Banco de España, previo informe del Banco de España y del servicio
ejecutivo de la Comisión de Prevención del Blanqueo de Capitales e infracciones Monetarias. En
caso de pérdida de algunas de las circunstancias exigidas, tal autorización podrá ser revocada,
debiendo, en consecuencia dejar de prestar los servicios de emisión de dinero electrónico.
Además de la emisión de dinero electrónico, las entidades de dinero electrónico podrán –según
el artículo 8 de su Ley– prestar servicios de pago (según lo considerado anteriormente, v. epíg.
III.8–, la concesión de créditos en relación con los servicios de pago, la prestación de servicios
operativos y auxiliares estrechamente vinculados en relación con la emisión de dinero
electrónico o en relación con la prestación de servicios de pago; la gestión de sistemas de pago;
otras actividades económicas distintas, que sean autorizadas. Sin embargo, no podrán llevar a
cabo la captación de depósitos u otros fondos reembolsables del público.
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Cuarta parte. Derecho de los valores
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electrónico
IV. Dinero electrónico
15. Emisión y reembolso de dinero electrónico
La función principal de las entidades autorizadas, que como afirmamos no son sólo las
entidades de dinero electrónico, es la emisión y el reembolso del dinero electrónico. A estos
efectos, los fondos que el titular del dinero electrónico entregue a la entidad de dinero
electrónico se cambiarán de manera inmediata por dinero electrónico, no pudiendo constituir
depósitos u otros fondos reembolsables del público.
Así, los emisores de dinero electrónico emitirán, al recibo de los fondos, dinero electrónico por
su valor nominal. Del mismo modo, los emisores de dinero electrónico reembolsarán al titular
del mismo, cuando lo solicite, en todo momento y por su valor nominal, el valor monetario del
dinero electrónico de que disponga. Las condiciones de reembolso se estipularán de forma clara
entre el emisor de dinero electrónico y el titular del mismo.
Sólo conllevará gastos la restitución del dinero electrónico cuando el reembolso se solicite antes
de la finalización del contrato, cuando se resuelva el contrato con anterioridad a la fecha de
finalización o cuando el reembolso se solicite una vez transcurrido un año desde la fecha de
finalización del contrato. Del mismo modo, la concesión de intereses o cualquier otro beneficio
por el tiempo durante el cual un titular de dinero electrónico está en posesión de éste queda
prohibida por la normativa.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 50. El concurso de acreedores
I. La tutela del crédito en caso de insolvencia del deudor común
1. La tutela del crédito en caso de insolvencia del deudor común: el concurso de acreedores
Cuando el deudor puede cumplir de forma regular las obligaciones contraídas, la tutela de los
acreedores encuentra suficiente seguridad en las normas legales generales. Cada uno de los
acreedores tiene como garantía todos los bienes presentes y futuros del deudor ( art. 1911
CC) y entre las medidas de tutela de su derecho de crédito cuenta, aunque de forma subsidiaria,
con la posibilidad de ejercicio de la acción revocatoria de los actos realizados por el deudor en
fraude de acreedores ( art. 1111 CC). Además, quienes dispongan del correspondiente título
ejecutivo pueden iniciar la ejecución individual y aislada de los créditos y el embargo de bienes
de ese deudor por valor suficiente para cubrir el importe de los créditos. Cuando, por el
contrario, el deudor no puede cumplir regularmente las obligaciones a medida que devienen
exigibles, ese Derecho general se sustituye por un Derecho excepcional en el que el interés
colectivo prima sobre los singulares intereses de los acreedores. Mientras que, si el deudor es
solvente, no existe inconveniente alguno en que cada acreedor ejercite individualmente el
derecho de crédito, en caso de insolvencia ese ejercicio individual tiene o puede tener un efecto
negativo si existe pluralidad de acreedores: el de que tan sólo obtengan satisfacción aquellos
acreedores que primero ejecuten o embarguen. Si la situación del deudor común es la de
insuficiencia patrimonial, por ser el pasivo exigible superior al activo realizable –como acontece
normalmente en caso de insolvencia–, la plena satisfacción de los acreedores más diligentes en
el ejercicio de acciones ejecutivas supondrá inexorablemente la insatisfacción de aquellos que,
por una u otra causa, demoren ese ejercicio. Pero esa misma consecuencia se puede producir
también en situación de mera iliquidez –es decir, en aquellos casos en los que la imposibilidad
de pagar no deriva de la situación de insuficiencia patrimonial, sino de dificultades de
tesorería–, por cuanto que las ejecuciones individuales suelen producir la desorganización del
patrimonio del deudor y afectar a la capacidad productiva de éste, de modo tal que los
acreedores posteriores tendrán grandes dificultades para obtener satisfacción. De ahí que, en los
casos de insolvencia, exista o no insuficiencia patrimonial, la experiencia jurídica aconseje
establecer mecanismos jurídicos para eliminar o, al menos, paliar ese posible efecto negativo, de
manera que la satisfacción individual por razón del tiempo en el ejercicio de los derechos de
crédito –o, más exactamente, por razón de la prioridad en el tiempo del embargo (prior tempore
potior iure) – se sustituya por la satisfacción colectiva, en la que, bajo la tutela de la autoridad
judicial, los créditos de cada uno de los acreedores se identifiquen convenientemente, con
cuantificación del pasivo que representen, se clasifiquen conforme a criterios legales de
preferencia y se satisfagan los comunes u ordinarios con arreglo al principio de paridad de trato
o de comunidad de pérdidas (par condicio creditorum). En el Derecho español vigente, la
institución a través de la cual se articula ese postulado esencial de la tutela del crédito en caso de
insolvencia del deudor común es el concurso de acreedores, que está regulado por la Ley
22/2003, de 9 de julio.
El concurso de acreedores se explica por razones de justicia. Al más elemental sentido de justicia
repugna, en efecto, que, en caso de insolvencia, unos acreedores obtengan íntegra satisfacción y
otros de la misma clase o categoría pierdan la posibilidad de cobrar siquiera parte de sus
créditos. La aplicación de las normas legales generales significaría la satisfacción de los
acreedores con mejor preparación o con mayor información –los acreedores profesionales,
especializados en la concesión y en la recuperación de créditos, o los acreedores más cercanos al
deudor (familiares o amigos, sociedades pertenecientes al mismo grupo)– en detrimento de los
demás acreedores.
Pero el Derecho concursal se basa también en la eficiencia, de modo que trata de conseguir el
mayor grado posible de satisfacción de los acreedores ordinarios. Así se explica, de modo
especial, que el concurso de acreedores posibilite la rescisión de los actos perjudiciales para los
acreedores realizados por el deudor dentro de los dos años anteriores a la declaración de
concurso, aunque no hubieran tenido intención fraudulenta, o que, en caso de calificación
culpable del concurso de acreedores, pueda también reintegrarse el patrimonio del deudor con
condenas pecuniarias a quienes causaran o agravaran la insolvencia.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 50. El concurso de acreedores
I. La tutela del crédito en caso de insolvencia del deudor común
2. La evolución histórica de los procedimientos concursales
A) En primer lugar, la cesión de bienes, que propiamente arranca del Derecho romano clásico.
Prescindiendo de otros antecedentes (como la missio in possessionem del acreedor y la posterior
bonorum venditio de los bienes del deudor, con reparto entre todos los acreedores del precio
obtenido en esa venta, que comportaba la infamia), en el Derecho clásico –Lex Iulia, del año 17
a.C.–, mediante la cessio bonorum, el deudor podía presentarse ante el magistrado y declarar
solemnemente que ponía sus bienes a disposición de los acreedores, haciéndoles cesión de la
posesión de ellos, con facultad de enajenación en bloque a cargo de un magister, en pública
subasta, para hacerse pago, sin que esta cesión comportara la nota de infamia. A esta posibilidad
un senadoconsulto de la época posclásica añadió la distractio bonorum, en la que los bienes
pasaban a posesión de un curator, el cual procedía a la enajenación individual, y no en bloque,
sin necesidad de pública subasta. En el Derecho justinianeo, al lado de la cesión de bienes
aparecen también –por influjo del cristianismo– las «moratorias», que no son sino «esperas»
concedidas en ciertas circunstancias al deudor común de buena fe para, con una pequeña
dilación, poder hacer frente a las obligaciones contraídas.
La cesión de bienes por parte del deudor insolvente se conserva en Las Partidas (que la
denominan «desamparo de bienes»), y también se conservan las moratorias. Una y otras
continúan utilizándose durante la Edad Moderna. Precisamente el Labyrinthus creditorum del
regalista Salgado de Somoza (1646) –que es la primera obra científica de Derecho concursal que
se publica en Europa– se ocupa de un complejo procedimiento de cesión de bienes.
En el siglo XIX, la cesión de bienes («en pago de» las deudas) se regula, aunque someramente, en
el Código Civil (arts. 1175 y 1913) y en la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881; y lo mismo
sucede con las antiguas moratorias, que, enriquecidas con la posibilidad de una quita o rebaja
del nominal de los créditos, pasan a denominarse «beneficio de quita y espera» ( arts. 1912 CC
y 1130 y ss. LEC).
B) Junto con estas instituciones generales –de muy frecuente utilización en la práctica–, en la
Baja Edad Media nace en el Derecho estatutario italiano, específicamente para los comerciantes,
la quiebra (porque, en caso de insolvencia –que se solía manifestar en la fuga del deudor–, la
mesa o el puesto del comerciante se quebraba o rompía: de ahí también «bancarrota»). La
quiebra (llamada, en ocasiones, decoctio y fallimento, del verbo latino fallere, que significa
«engañar», «ocultarse») es un procedimiento privado (es decir, con nula o muy escasa
intervención de los jueces, que son, además, jueces mercantiles) en el que los propios acreedores
proceden a la ocupación de los bienes del deudor, designan a unos representantes para que los
administren y enajenen –los síndicos–, y con el producto obtenido se satisfacen con arreglo al
principio de la par condicio. Los únicos acreedores privilegiados eran la mujer, por la dote, y el
Estado, por los tributos que hubiera impagado el deudor. Por el hecho de quebrar, se presume
que el comerciante ha actuado de mala fe –decoctor ergo fraudator–, por lo que, si se le da
alcance, ingresa en prisión o se le somete a rigurosas penas personales (algunas muy
infamantes).
Desde Italia, la quiebra se extiende por el resto de Europa. En la península ibérica, primero por
los territorios de la Corona de Aragón –en Cataluña una Ley de las Cortes de 1299 se refiere ya a
los comerciantes y banqueros abatuts – y después por los de la Corona de Castilla. En la Edad
Moderna, la quiebra es un procedimiento profusamente utilizado en España y en las Indias. El
ovetense Juan de Hevia Bolaños, en el Laberinto del Comercio terrestre y marítimo, de 1613,
ofrece ya una exposición sistemática de este procedimiento concursal, que en el siglo XVIII
regulan minuciosamente las Ordenanzas de Bilbao de 1737.
En esta época, la quiebra comienza a adquirir elementos de carácter público como consecuencia
de la creciente intervención del juez; se incrementa poco a poco el número de los privilegios –
fenómeno igualmente apreciable en el concurso–; se dulcifican los efectos sobre la persona del
deudor, y comienza a admitirse que pueda finalizar por un convenio o concordato del deudor
con los acreedores ordinarios. Al mismo tiempo –y también al igual que el deudor civil–, los
comerciantes de buena fe pueden obtener moratorias, en ciertas condiciones, sean las
concedidas con carácter general por el Rey (por ej., como consecuencia del retraso de la llegada
de la flota de Indias), sean las concedidas con carácter individual por los tribunales de comercio.
Estos cuatro procedimientos –los dos civiles y los dos mercantiles– se funden o concentran en un
procedimiento unitario, el concurso de acreedores, en la Ley Concursal de 2003, resultado de
un largo –y complejo– proceso de reforma cuyos hitos principales fueron el Anteproyecto de Ley
Concursal de 1959, redactado por el Instituto de Estudios Políticos, frustrado por el conflicto de
concepciones básicas planteado por la quiebra de la «Barcelona Traction»; el Anteproyecto de
Ley Concursal de 1983, redactado por la Sección de Derecho Mercantil de la Comisión General de
Codificación; la Propuesta de Anteproyecto de Ley Concursal de 1995, redactada por el Profesor
A. Rojo por encargo de dicha Sección; y, en fin, el Anteproyecto de Ley Concursal del año 2000,
redactado por una Sección especial de dicha Comisión, bajo la presidencia del Profesor M.
Olivencia.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 50. El concurso de acreedores
I. La tutela del crédito en caso de insolvencia del deudor común
3. La historia de la Ley Concursal (RCL 2003, 1748)
Se ha dicho que la historia de la Ley Concursal es la historia de sus reformas. Esta Ley ha sido
objeto de múltiples reformas que han alterado sustancialmente los postulados de los que partía
(el Real Decreto-Ley 3/2009, de 27 de marzo, de reformas urgentes en materia tributaria,
financiera y concursal, la Ley 38/2011, de 10 de octubre, de reforma de la Ley Concursal, la
Ley 14/2013, de 27 de septiembre, de apoyo a los emprendedores y su internacionalización, la
Ley 17/2014, de 30 de septiembre, por la que se adoptan medidas urgentes en materia de
refinanciación y reestructuración de deuda empresarial –que procede del Real Decreto-Ley
4/2014, de 7 de marzo-, la Ley 9/2015, de 25 de mayo, de medidas urgentes en materia
concursal –que procede del Real Decreto-Ley 11/2014, de 5 de septiembre-, y la Ley 25/2015,
de 28 de julio, de mecanismo de segunda oportunidad, reducción de la carga financiera y otras
medidas de orden social –que procede del Real Decreto-Ley 1/2015, de 27 de febrero-).
Las profundas reformas experimentadas por la Ley Concursal no solo han supuesto un evidente
obstáculo a la estabilidad normativa, sino que han constituido el cauce para la inclusión de
nuevas instituciones y nuevas soluciones. Junto al procedimiento de concurso de acreedores se
introducen en la regulación los institutos preconcursales, que se encaminan a procurar
soluciones preventivas de la insolvencia o alternativas al concurso, mediante los acuerdos de
refinanciación y el acuerdo extrajudicial de pagos. Además, se llevan a cabo modificaciones
fundamentales, orientadas a la consecución de determinados objetivos o guiadas por la
necesidad de adecuar el concurso a deudores especiales (entre otras modificaciones, se
incorpora el criterio del valor razonable del bien o del derecho sobre el que se hubiere
constituido la garantía como límite del privilegio especial del crédito garantizado, se reconoce el
derecho del deudor a solicitar en cualquier momento la apertura de la liquidación, se establece
el régimen de los concursos sin masa suficiente para hacer frente a los costes del procedimiento
y se introduce el beneficio de la exoneración del pasivo insatisfecho del que, cuando se den
ciertas condiciones, puede gozar el deudor persona natural).
La Propuesta altera la normativa tanto desde el punto de vista sistemático como desde la
literalidad de los preceptos. Por un lado, y frente a los diez títulos en los que se divide
actualmente la norma, se propone una división en tres libros, dedicados al concurso de
acreedores (subdividido, a su vez, en catorce títulos), el Derecho preconcursal (con cuatro
títulos), y las disposiciones de Derecho internacional privado (con cuatro títulos); por otro lado,
se da nueva redacción a un elevado número de artículos, sin alterar el contenido, en aras de la
claridad y la precisión, se unifica la terminología y, con el fin de «evitar el mayor número de
incertidumbres posibles», se exponen con la mayor simplicidad posible las fórmulas legislativas
más complejas.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 50. El concurso de acreedores
I. La tutela del crédito en caso de insolvencia del deudor común
4. Las funciones del concurso de acreedores
Precisamente por la primacía de la función solutoria, la Ley evita que el concurso de acreedores
prosiga, una vez declarado, cuando esa satisfacción devenga imposible, ordenando al juez que
dicte auto de conclusión del procedimiento por insuficiencia de la masa activa para satisfacer el
coste del procedimiento (los denominados créditos contra la masa), salvo que puedan iniciarse o
estén tramitándose demandas de reintegración de la masa activa o de exigencia de
responsabilidad de terceros o que se esté tramitando la sección de calificación (arts. 176.1-3.ª y
176 bis LC), ya que en esos casos todavía subsiste la posibilidad de que los acreedores puedan
obtener alguna satisfacción.
El concurso de acreedores cumple, en fin, una función de represión del deudor persona natural o
de los administradores, liquidadores y apoderados generales del deudor persona jurídica cuya
conducta, positiva o negativa, hubiere generado o agravado el estado de insolvencia. No sólo el
Derecho penal, con la tipificación de las insolvencias punibles, reprime conductas relacionadas
con la causación o el agravamiento de la insolvencia que considera dignas de reproche ( arts.
259 y ss. CP), sino que el Derecho concursal utiliza elementos de represión. Esta función
secundaria de represión (civil, y no penal) se materializa en la formación y tramitación de la
denominada «sección de calificación» –o «sección sexta» (art. 183-6.º LC)–, que finaliza
necesariamente con la sentencia de calificación, en la que el concurso se califica como «fortuito»
o como «culpable» ( art. 172.1LC). La función represora tiene carácter especial en la medida en
que deja de operar cuando se apruebe un convenio en el que se establezca, para todos los
acreedores o para los de una o varias clases –entendiendo por tales las clases de acreedores
privilegiados establecidas en el artículo 94.2- una quita inferior a un tercio del importe de sus
créditos o una espera inferior a tres años, salvo que el convenio resulte incumplido (art. 167.1-II
LC). Esa excepción conecta con la función solutoria del concurso, en la medida en que constituye
un incentivo para que los deudores insolventes insten el concurso de acreedores
tempestivamente, es decir, cuando sean razonables las posibilidades de satisfacción de los
acreedores en un grado aceptable y sean también mayores las posibilidades de conservación de
la empresa.
La efectividad de esta función de represión es, pues, eventual. En primer lugar, porque pueden
existir concursos real y efectivamente «culpables» (esto es, concursos en los que la insolvencia
haya sido causada con dolo o culpa grave por el deudor) que, sin embargo, no den lugar a la
formación de esa sección; y, en segundo lugar, porque, aun cuando exista culpa en la causación o
generación de la insolvencia o culpa en el agravamiento de esa insolvencia, puede suceder que
dicha culpa no sea «grave», sino «media» o «leve», y sólo el dolo o el grado mayor de la culpa son
tenidos en cuenta por la Ley a los efectos de la calificación.
En ciertos casos, sin embargo, la función de represión puede cumplir simultáneamente una
función solutoria, e incluso favorecer la conservación de la empresa mediante su transmisión a
un tercero. Así sucede cuando la sección sexta se forme como consecuencia de la apertura de la
fase de liquidación y el concurso sea calificado como culpable, ya que en esos casos –y sólo en
ellos– el juez tiene la facultad de condenar tanto a los administradores, liquidadores y
apoderados generales de la persona jurídica deudora que con su conducta hayan causado o
agravado la insolvencia cuanto a los propios socios de la compañía que, concurriendo
determinadas circunstancias, se hubieran negado sin causa razonable a una capitalización de
créditos o una emisión de valores o instrumentos convertibles, frustrando la consecución de un
acuerdo de refinanciación, a la cobertura, total o parcial, del déficit patrimonial ( art. 172
bisLC). En esos supuestos, la función secundaria coadyuva a la función primaria del concurso de
acreedores: a la vez que reprime la conducta de quien o de quienes han generado o agravado la
insolvencia interviniendo dolo o culpa grave, la calificación permite aumentar el «grado de
satisfacción» de los acreedores concursales. Cuando simultáneamente el tribunal penal haya
condenado a esos sujetos o a algunos de ellos como autores de un delito de insolvencia punible,
se pueden plantear problemas de coordinación entre los efectos de esta condena a la cobertura
total o parcial del déficit impuesta por el juez de lo mercantil y los correspondientes a la
responsabilidad civil derivada del delito.
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Lección 50. El concurso de acreedores
II. El procedimiento de concurso de acreedores
5. El procedimiento de concurso de acreedores
Ese modelo bifásico puede reducirse a un modelo unifásico o ampliarse a un modelo trifásico. Al
lado del concurso de acreedores con dos fases consecutivas, existen concursos, en efecto, en los
que la tramitación propiamente dicha se reduce a una sola fase. Así sucede en caso de
aprobación, en la fase común, de una propuesta de convenio anticipado: durante la tramitación
de la fase común –y aun antes, en los casos de concurso voluntario–, el deudor sobre el que no
pese prohibición legal ( art. 105 LC) puede presentar propuesta anticipada de convenio ( art.
104 LC), acompañada de adhesiones de acreedores ordinarios o privilegiados cuyos créditos
superen, según los casos, la quinta o la décima parte del pasivo ( art. 106.1LC). Admitida a
trámite esta propuesta, si consigue la adhesión de la mayoría del pasivo legalmente exigida, el
convenio podrá ser aprobado por el juez mediante sentencia ( art. 109.2LC).
Asimismo, la liquidación puede abrirse desde el primer momento: el deudor puede solicitar la
apertura de la liquidación «en cualquier momento» del procedimiento, en cuyo caso la apertura
de la fase de liquidación tendrá lugar en los diez días siguientes a la solicitud ( art. 142.1LC), y
es incluso posible que el deudor la inste en la propia solicitud de declaración de concurso,
acompañando un plan de liquidación con un determinado contenido ( art. 191 ter.1LC).
Cuando la apertura de la fase de liquidación se anticipa a la presentación de los denominados
«textos definitivos» de las masas activa y pasiva, la fase común y la fase de liquidación no son
sucesivas, aunque, a diferencia de la tramitación de la propuesta de convenio anticipado, el
procedimiento mantiene la separación formal de apertura y tramitación de ambas fases, cada
una con las actuaciones respectivas.
Existen, en fin, concursos en los que se suceden tres fases: la fase común, la fase de convenio y la
fase de liquidación. Así ocurre cuando, abierta la fase de convenio, no se presenta ninguna
propuesta; cuando la propuesta presentada no consiga los porcentajes de pasivo necesarios para
poder considerarse aceptada por la colectividad de acreedores; cuando, a pesar de ello, no sea
aprobada por el juez; o cuando se declare la nulidad o el incumplimiento del convenio
aprobado. En todos estos casos, el juez dictará auto declarando de oficio la apertura de la
liquidación ( art. 143 LC), que, en realidad, supone la llamada «conversión» de la fase de
convenio en fase de liquidación. También se abrirá la liquidación de modo consecutivo cuando,
durante la vigencia del convenio, así lo solicite el deudor que conozca la imposibilidad de
cumplir las obligaciones y los pagos comprometidos con posterioridad a la aprobación de aquél
y cuando un acreedor pruebe que concurre alguno de los hechos que pueden fundamentar la
declaración de concurso ( art. 142.2LC).
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Lección 50. El concurso de acreedores
II. El procedimiento de concurso de acreedores
6. Las clases de concursos
La Ley Concursal no ofrece una clasificación de las «modalidades» de concurso que pueden
originarse al amparo de la normativa y que responden a diferentes criterios y objetivos. No
obstante, a partir de los pronunciamientos del auto de declaración de concurso y del desarrollo
posterior del procedimiento, es posible deducir de la regulación distintos tipos de concurso de
acreedores:
2. En atención a los efectos que el procedimiento genera sobre las facultades patrimoniales del
deudor, se distinguen el concurso con intervención y el concurso con suspensión de facultades
(art. 21.1-2.º LC). En el primero, el deudor conserva las facultades de administración y
disposición sobre la masa activa, aunque el ejercicio de estas facultades queda sometido a la
autorización o conformidad del administrador concursal ( art. 40.1LC). En el segundo, el
deudor pierde las facultades de administración y disposición sobre la masa activa y es sustituido
por el administrador concursal ( art. 40.2LC). Esta clasificación se conecta a la solicitud del
concurso, ya que, como regla general, si el concurso es voluntario se acordará la intervención, y
si es necesario, la suspensión. La razón de ello es incentivar al deudor para que solicite
oportunamente el concurso (v., art. 5 LC). Ahora bien, esta regla no tiene carácter absoluto, ya
que el juez está facultado para acordar la suspensión en el supuesto de concurso voluntario o la
mera intervención aunque el concurso sea necesario ( art. 40.3LC) y, además, el cambio de las
situaciones originarias de intervención o suspensión puede ser acordado en cualquier momento
por el juez, a solicitud de la administración concursal y oído el concursado ( art. 40.4LC). Todo
acto del deudor que infrinja las limitaciones establecidas, si no fuera convalidado o confirmado
por la administración concursal, podrá ser anulado a instancia de la propia administración
concursal. Abierta la liquidación, la situación del concursado será la de suspensión del ejercicio
de las facultades de administración y disposición sobre la masa activa ( art. 145.1LC), mientras
que declarada la apertura de la fase de convenio y durante su tramitación seguirán siendo
aplicables las normas relativas a los efectos de la declaración del concurso sobre las facultades
patrimoniales del deudor ( art. 112 LC), hasta que el convenio adquiera eficacia (art. 133.2 en
relación con el art. 137 LC).
3. Desde una perspectiva procesal, el concurso puede clasificarse como concurso ordinario y
concurso abreviado, según revista o no especial complejidad (art. 21.1-8.º en relación con el
art. 190.1LC), o según que el deudor presente o no una propuesta anticipada de convenio o una
propuesta de convenio que incluya una modificación estructural que contemple la transmisión
íntegra del activo y del pasivo ( art. 190.2LC). No obstante, el procedimiento será
necesariamente abreviado cuando el deudor presente con la solicitud de concurso un plan de
liquidación que contenga una propuesta escrita vinculante de compra de la unidad productiva o
bien hubiera cesado en la actividad ( art. 190.3LC). Mientras que el concurso ordinario puede
entenderse como el procedimiento de referencia, el concurso abreviado opera respecto del
ordinario una simplificación de trámites y plazos en aras de un mayor dinamismo en la
tramitación. La mayoría de las especialidades del procedimiento abreviado consisten en la
simplificación de plazos y trámites, y son aplicables a todos los casos que integran su ámbito de
aplicación ( art. 191 LC). Otras especialidades son específicas para los casos de solicitud de
concurso con presentación de propuesta de convenio ( art. 191 bisLC) o con propuesta de
liquidación ( art. 191 terLC). En defecto de especialidad prevista por la Ley, serán de aplicación
las normas del procedimiento ordinario (art. 191 quáter LC).
5. En relación con el presupuesto objetivo del concurso, éste puede presentarse como un
concurso con déficit o como un concurso con superávit. La insolvencia que la ley conceptualiza
como presupuesto objetivo del concurso es una situación jurídica en la que el deudor no puede
cumplir regularmente sus obligaciones exigibles. Y el deudor no podrá hacer frente con
regularidad a los pagos, tanto si se encuentra en situación de déficit o desbalance patrimonial,
cuanto si, disponiendo de activo suficiente, carece de liquidez que le permita pagar las
obligaciones a la fecha de los respectivos vencimientos. Aunque las reglas para uno y otro
concurso son las mismas, esta distinción tiene trascendencia a efectos de calificación, ya que,
abierta la pieza de calificación del concurso como consecuencia de la apertura de la fase de
liquidación y calificado el concurso como culpable, el juez podrá condenar a todos o algunos de
los administradores, liquidadores o apoderados generales de la concursada, así como a los socios
en determinadas circunstancias a la cobertura, total o parcial, del déficit, en la medida que la
conducta que determine la calificación del concurso como culpable haya generado o agravado la
insolvencia (art. 167 en relación con el art. 172 bisLC).
6. Según se haya intentado o no la vía preconcursal y extrajudicial del acuerdo, el concurso
puede clasificarse como concurso directo o concurso consecutivo. Al primero se acude
directamente ante la situación de insolvencia del deudor. El segundo resulta del fracaso de un
previo expediente de acuerdo extrajudicial de pagos o de alguno de los acuerdos de
refinanciación, y presenta unas características especiales que lo distinguen esencialmente. Son
varias las vías que pueden dar acceso al concurso consecutivo: la imposibilidad de alcanzar el
acuerdo de refinanciación o el acuerdo extrajudicial de pagos, el incumplimiento del acuerdo o
la anulación del acuerdo alcanzado. Y también son varios los legitimados para solicitar el
concurso consecutivo: el mediador concursal, el deudor y los acreedores. En todo caso, el
concurso consecutivo es un concurso con especialidades. Algunas de esas especialidades son
comunes a los concursos declarados tras el fracaso de cualquiera de esos acuerdos
preconcursales, otras, en cambio, son específicas de cada uno de ellos: según se trate de un
concurso consecutivo a un acuerdo de refinanciación o de un concurso consecutivo a un
acuerdo extrajudicial de pagos (v., infra, Lección 58). A su vez, en el caso concreto del concurso
consecutivo a un acuerdo extrajudicial de pagos, la Ley permite diferenciar el concurso
consecutivo general del concurso consecutivo de la persona física no empresario, que se abre
directamente en la fase de liquidación (v., arts. 242 y 242 bis.1-10.ª LC).
7. También desde un punto de vista subjetivo, es posible distinguir los concursos aislados y los
concursos conexos. En el primer caso, el concurso se presenta aislado sin conexión con otros
concursos. La insolvencia se circunscribe a un único sujeto inmerso en el procedimiento
concursal. En el segundo caso, concurren varios concursos conectados o vinculados entre sí, de
modo que los diferentes concursos se tramitan de forma coordinada ante el mismo juez. Los
vínculos o conexiones entre los concursos pueden derivar de distintas circunstancias: que se
trate de cónyuges, parejas de hecho inscritas, sociedades que pertenecen al mismo grupo,
administradores o socios de la empresa personalmente responsables por las deudas de la
sociedad o deudores entre los que exista confusión de patrimonios. La Ley permite diferenciar
dos modalidades de tratamiento de los concursos conexos: o bien los concursos son conexos
desde el momento inicial, por la solicitud de declaración judicial conjunta de concurso de varios
deudores entre los que se dan alguna de las conexiones legalmente previstas ( art. 25 LC); o
bien los concursos son declarados aisladamente y, con posterioridad, el juez acuerda su
acumulación a instancia de cualquiera de los concursados, de cualquiera de las
administraciones concursales o, en su defecto, de cualquiera de los acreedores ( art. 25 bisLC).
La regla para la tramitación de los concursos declarados conjuntamente o acumulados es la
coordinación sin consolidación de masas, si bien de forma excepcional se podrán consolidar
inventarios y listas de acreedores a los efectos de elaborar el informe de la administración
concursal cuando se den determinadas circunstancias ( art. 25 terLC).
8. Por último, la normativa permite diferenciar los concursos con calificación y los concursos sin
calificación, según proceda o no la apertura de la sección sexta o sección de calificación. Como ya
se ha apuntado, esta sección del procedimiento concursal no se abre en todos los concursos, sino
solo en aquellos en los que no haya sido posible el convenio y se ordene la liquidación, o bien
cuando concurra un convenio de carácter gravoso para los acreedores, en el que se pacte una
quita superior o igual a un tercio del importe de los créditos o una espera superior o igual a los
tres años (v., art. 167 LC), o el convenio resulte incumplido. Cuando el alcance de las quitas o
esperas en el convenio sea inferior a esos límites no procederá la formación de la sección de
calificación del concurso.
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Lección 50. El concurso de acreedores
III. Los institutos preconcursales
7. La prevención de la insolvencia y las alternativas al concurso de acreedores
En la Ley Concursal se regulan dos expedientes que podrían dirigirse tanto a evitar la
situación de insolvencia de un deudor en dificultades, cuanto a eludir el concurso de acreedores
ante una situación de insolvencia actual. De ahí que se hable de soluciones preventivas de la
insolvencia o de instrumentos legales encaminados a evitar el concurso de acreedores.
Las soluciones preconcursales a la insolvencia tratan de evitar que las dificultades económicas y
financieras del deudor se agraven hasta constituir insolvencia, o bien procuran una solución
para la insolvencia fuera del concurso de acreedores. Se articulan en base a dos institutos: los
acuerdos de refinanciación y el acuerdo extrajudicial de pagos. Mientras que los primeros se
dirigen básicamente a la obtención de nuevos ingresos de tesorería y a la refinanciación con
deudas nuevas y nuevos pactos de espera, pero sin un plan de pagos forzoso; en el acuerdo
extrajudicial de pagos el deudor pretende salir de la situación de insolvencia actual o inminente
mediante un plan de pagos, que busca la reducción y dilación de las deudas anteriores o nuevas
formas de hacer frente a los pagos. Ahora bien, los dos expedientes requieren la concurrencia de
un plan de viabilidad, que recoja un pronóstico de las expectativas de continuación de la
actividad profesional o empresarial del deudor, y ambas figuras se concilian con la solución
concursal mediante el sistema de la comunicación de negociaciones. Si los acuerdos de
refinanciación se dirigen a permitir la refinanciación y reestructuración de empresas viables con
un alto nivel de endeudamiento (art. 71 bis y disp. ad. 4.ª LC) y el acuerdo extrajudicial de pagos
tiene por objeto configurar una alternativa desjudicializada al concurso de acreedores ( arts.
231 y ss. LC), el mecanismo legal de la comunicación de negociaciones trata de proporcionar al
deudor un marco adecuado de negociación sin la amenaza permanente del concurso necesario o
de las ejecuciones de bienes, y sin padecer las consecuencias del incumplimiento del deber legal
de solicitar el concurso ( arts. 5 y 5 bis LC).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
I. La declaración de concurso
1. El presupuesto subjetivo del concurso: la condición de persona del deudor
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
I. La declaración de concurso
2. El presupuesto objetivo del concurso: la insolvencia del deudor
Sin embargo, la Ley concreta más ese presupuesto objetivo, en función de que la solicitud de
declaración de concurso sea presentada por el propio deudor o por un acreedor. Si la solicitud
de concurso de acreedores la presenta el propio deudor (concurso voluntario), el presupuesto
objetivo se precisa en un doble sentido, de signo contrario ( art. 2.3LC). De un lado, exigiendo
que el deudor justifique no sólo su estado de insolvencia, lo que podrá acreditar a través de
cualquier medio de prueba, sino también –a pesar de que se encuentra implícito en el estado e
insolvencia– su endeudamiento. De otro lado, estableciendo que el estado de insolvencia no tiene
por qué ser actual, sino que puede ser también inminente, entendiéndose que se encuentra en
ese estado de insolvencia inminente el deudor que prevea que no podrá cumplir regular y
puntualmente sus obligaciones (aunque todavía no sean exigibles), algo que, por definición,
excluye toda exteriorización de la insolvencia.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
I. La declaración de concurso
3. La solicitud de concurso
3. LA SOLICITUD DE CONCURSO
Los legitimados para la solicitud de concurso son, con carácter general, el propio deudor y
cualquiera de sus acreedores, salvo aquellos que hubieran adquirido el crédito por actos inter
vivos, a título singular, después de su vencimiento y dentro de los seis meses anteriores a la
presentación de la solicitud, así como el mediador concursal ( art. 3.1 y 2LC). En caso de
persona jurídica, será competente para realizar la solicitud de concurso voluntario el órgano de
administración (o los liquidadores). En algunas sociedades, la legitimación se extiende a los
socios ilimitadamente responsables de las deudas sociales ( art. 3.1 y 3LC).
El deudor tiene un deber de solicitar su propio concurso dentro de los dos meses siguientes a la
fecha en que hubiera conocido o debido conocer su estado de insolvencia ( art. 5.1LC). Salvo
prueba en contrario, se presumirá que el deudor conocía su estado de insolvencia cuando
concurriera alguno de los denominados hechos presuntos reveladores, que permiten al acreedor
instar el concurso ( arts. 5.2 y 2.4LC). El incumplimiento de ese deber implicará, en caso de
que llegara a formarse la sección de calificación del concurso, una presunción de concurso
culpable, salvo prueba en contrario (art. 165.1-1.º LC). Además, en el supuesto de sociedades de
capital, podrá llegar a determinar la responsabilidad de los administradores por las deudas
sociales posteriores a la concurrencia de una causa de disolución, cuando concurrieran además
pérdidas de la mitad del capital social y los administradores incumplieran los deberes
específicamente impuestos por la norma ( art. 367 LSC).
Es competente para conocer del concurso de acreedores el juez de lo mercantil en cuyo territorio
tenga el deudor el centro –entendido como lugar habitual y reconocible por terceros– de sus
intereses principales ( arts. 8 y 10 LC: v. AATS de 20 de febrero y 11 de marzo de 2009, 6 de
abril, 25 de mayo, 19 de octubre, 2 de noviembre de 2010, 24 de enero y 27 de noviembre de
2012, y 20 de enero de 2014). Siempre que el referido centro de intereses se encuentre en
España, será también competente el juez de lo mercantil donde radique el domicilio del deudor.
En caso de deudor persona jurídica, se presume que el centro de sus intereses principales se
halla en el lugar del domicilio social (y resultará ineficaz a estos efectos el cambio de domicilio
efectuado en los seis meses anteriores a la solicitud de concurso). Cuando se hubieran
presentado solicitudes de concurso ante dos o más Juzgados competentes, será preferente aquel
ante el que se hubiera presentado la primera solicitud.
Corresponde también al juez del concurso la tramitación del procedimiento, de modo que
nombrará a la administración concursal, aprobará la lista de acreedores y el inventario de
bienes, aprobará o rechazará el convenio concluido entre el concursado y la colectividad de
acreedores, aprobará el plan de liquidación, abierta la sección de calificación, calificará el
concurso y determinará las consecuencias de la calificación del concurso como culpable,
decretará la conclusión del concurso o, cuando sea procedente, acordará la reapertura.
En los casos de concursos de persona natural que no sea empresario, la competencia para
declarar y tramitar el concurso corresponderá a los juzgados de primera instancia ( art. 85.6
LOPJ).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
I. La declaración de concurso
4. La declaración judicial de concurso
La declaración del concurso de acreedores se producirá mediante auto que deberá dictar el juez
del concurso, si bien debe distinguirse en función de quién presenta la solicitud. Cuando la
solicitud hubiera sido presentada por el deudor, el juez dictará auto declarando el concurso de
acreedores si de la documentación aportada, apreciada en su conjunto, resulta acreditada la
insolvencia alegada ( art. 14.1 LC). Si el juez estimara insuficiente la documentación,
señalará un plazo, que no podrá exceder de cinco días, para que complete la acreditación de la
insolvencia ( art. 13.2LC). Y si desestima la solicitud de concurso sólo cabrá recurso de
reposición (art. 14.2).
Si la solicitud hubiera sido presentada por otro legitimado, es preciso diferenciar. Con carácter
general, el juez se limitará a dictar un auto de admisión a trámite, ordenando el emplazamiento
del deudor ( art. 15.2LC) y adoptando, en su caso, las medidas cautelares que estime necesarias
para asegurar la integridad del patrimonio del deudor en tanto se decide si procede o no
declarar el concurso de acreedores ( art. 17 LC). Se abre entonces la posibilidad de que el
deudor se oponga a la solicitud, lo que podrá hacer alegando la inexistencia del hecho en que se
hubiera fundamentado la solicitud o que, a pesar de existir el referido hecho presunto
revelador, no se encuentra en estado de insolvencia ( art. 18.2LC). Presentada la oposición, se
celebrará una vista (v. art. 19 LC), que terminará con el auto de declaración de concurso o con
el de desestimación de la solicitud, contra los cuales podrá interponerse recurso de apelación.
Firme el auto de desestimación de la solicitud de concurso, el deudor podrá reclamar los daños y
perjuicios que le hubiera podido ocasionar la solicitud ( art. 20.1LC). Pero, si la solicitud la
presenta un acreedor y se funda en un embargo o en una investigación de patrimonio
infructuosos o que hubiera dado lugar a una declaración administrativa o judicial de
insolvencia, el juez dictará auto de declaración de concurso el primer día hábil siguiente ( art.
15.1LC).
Junto a la declaración formal del concurso de acreedores, el auto debe contener necesariamente
otros pronunciamientos ( art. 21.1LC): el carácter necesario o voluntario del concurso, con
indicación, en su caso, de que el deudor ha solicitado la liquidación o ha presentado propuesta
anticipada de convenio; los efectos sobre las facultades patrimoniales del deudor; el
nombramiento y las facultades de la administración concursal; en su caso, las medidas
cautelares consideradas necesarias hasta que la administración concursal acepte el cargo; el
llamamiento a los acreedores para que comuniquen sus créditos, y la publicidad que haya de
darse a la declaración de concurso.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
I. La declaración de concurso
5. Los concursos conexos
Tienen la consideración legal de concursos conexos aquellos de diferentes deudores que reúnan
entre sí las condiciones establecidas legalmente, de modo que los diferentes concursos, que se
mantienen como tales, se tramitarán de forma coordinada ante el mismo juez. Los concursos
pueden ser conexos originariamente, por haberse declarado de forma conjunta ( art. 25 LC),
o de forma sobrevenida, porque, una vez declarados, sean acumulados, a petición de cualquiera
de los deudores o de cualquiera de las administraciones concursales ( art. 25 bisLC).
Los concursos conexos se tramitarán de forma coordinada, aunque sin consolidación de las
masas. Excepcionalmente, sin embargo, se podrán consolidar inventarios y listas de acreedores
a los efectos de elaborar el informe de la administración concursal cuando exista confusión de
patrimonios y no sea posible deslindar la titularidad de activos y pasivos sin incurrir en un gasto
o en una demora injustificados ( art. 25 terLC: v. STS de 13 de diciembre de 2012). Con el fin de
facilitar la tramitación coordinada de los concursos, parece recomendable que la administración
concursal sea única ( art. 27.8LC), aunque, en tal caso, el juez habrá de designar al menos un
auxiliar delegado (art. 31.1-III-4.º LC). Además, en los concursos conexos las propuestas de
convenio de los concursados pueden someterse a la condición de la aprobación judicial del
convenio en otro u otros de los concursos ( art. 101.2LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
II. Los órganos del concurso
6. El juez del concurso
A. Los juzgados de lo mercantil: la competencia del juez del concurso
La Ley Orgánica 8/2003, de 9 de julio, para la Reforma Concursal, creó, en el seno del orden
jurisdiccional civil, los Juzgados de lo Mercantil, cuya competencia se establece, con carácter
general, en el artículo 86 ter de la Ley Orgánica del Poder Judicial. La creación de los
juzgados de lo mercantil obedeció precisamente a la necesidad de contar con magistrados que
tuvieran conocimientos suficientes para afrontar la muy compleja materia concursal. Se trata,
por tanto, de juzgados especilizados dentro del orden jurisdiccional civil, si bien la
especialización solo se garantiza en la base, ya que no sucede lo mismo en todas las instancias
superiores.
El juez mercantil es el juez ordinario del concurso, con competencia para conocer de cuantas
cuestiones se susciten en el ámbito concursal y, en aras de la unidad procedimental, de diversas
materias pertenecientes a distintos órdenes, civil, contencioso-administrativo o laboral,
consideradas de especial trascendencia para el patrimonio del concursado (v., sobre la
competencia del juez del concurso para conocer de la responsabilidad tributaria derivada de la
administración concursal, STCJ de 27 de abril de 2016). Sin embargo, no debe olvidarse que,
además de los asuntos propiamente concursales, se atribuye a estos juzgados un conjunto
heterogéneo de materias adicionales; atribución que se quiso justificar en la necesidad de
avanzar en el proceso de especialización en esos ámbitos materiales. Así, los juzgados de lo
mercantil conocerán de otras cuestiones no concursales de la competencia del orden
jurisdiccional civil ( art. 86 ter.2LOPJ).
Por otra parte, la última reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial debida a la Ley
Orgánica 7/2015, de 21 de julio, que incorpora un amplio paquete de medidas encaminadas a
mejorar la organización de la justicia, mediante la reducción de los tiempos de respuesta de los
órganos judiciales y la búsqueda de mayor especialización, introduce un nuevo apartado 6 en el
artículo 85, que atribuye la competencia para conocer de los concursos de personas físicas que no
sean empresarios a los juzgados de primera instancia. De este modo, se libera a los juzgados de lo
mercantil de los numerosos concursos de personas físicas no empresarias, produciéndose una
nueva brecha en el principio de unidad, que la normativa enuncia como uno de los fundamentos
de la regulación (Exp. de M. LC, ep. II). Ahora bien, aunque a la fecha de la solicitud de
declaración de concurso el deudor ya no tuviera la condición de empresario, los jueces de lo
mercantil serían competentes para declarar el concurso de acreedores de un sujeto que ha sido
empresario y cuyas deudas tienen un origen empresarial.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
II. Los órganos del concurso
6. El juez del concurso
B. La jurisdicción del juez del concurso
La jurisdicción del juez del concurso es exclusiva y excluyente en un conjunto de materias que
legalmente tiene atribuidas y que son específicamente relacionadas ( arts. 8 y 50 LC en
relación con el 86 ter LOPJ): acciones civiles con trascendencia patrimonial que se dirijan
contra el patrimonio del concursado (ATS de 14 de mayo de 2012) –con excepción de las que se
ejerciten en procesos sobre capacidad, filiación, matrimonio y menores-, incluidas las
encaminadas a la adopción de medidas cautelares – art. 17 LC-, acciones sociales que tengan
por objeto la extinción, modificación o suspensión colectivas de los contratos de trabajo en los
que sea empleador el concursado y las relativas a la suspensión o extinción de los contratos de
alta dirección (v., sobre la competencia para conocer del proceso social en tramitación al
momento de la declaración de concurso, STS de 13 de abril de 2016; también, STS de 21 de junio
de 2017), acciones ejecutivas contra los bienes y derechos de contenido patrimonial del
concursado, cualquiera que sea el órgano que la hubiera ordenado (STCJ de 24 de octubre de
2012), acciones relativas a medidas cautelares que afecten al patrimonio del concursado –
incluidas las adoptadas en el seno de actuaciones arbitrales-, acciones que se ejerzan en relación
con la asistencia jurídica gratuita, acciones de reclamación contra los socios para exigir el pago de
deudas sociales, cuando sean subsidiariamente responsables de las deudas de la sociedad, o los
desembolsos pendientes o el cumplimiento de las prestaciones accesorias, y las acciones de
responsabilidad contra los administradores, liquidadores y auditores por los daños y perjuicios
causados a la persona jurídica concursada. (v., entre otras, SSTCJ de 9 de julio y 9 de diciembre
de 2014; también, sobre la competencia del juez una vez aprobado el convenio, STCJ de 6 de
octubre de 2014, y en el supuesto de liquidación, STCJ de 11 de noviembre de 2014).
Por último, en el ámbito internacional la jurisdicción del juez del concurso «comprende
únicamente el conocimiento de aquellas acciones que tengan su fundamento jurídico en la
legislación concursal y guarden una relación inmediata con el concurso». De este modo, por
regla general, en el ámbito internacional (v. Reglamento sobre Procedimiento de Insolvencia
848/2015) no se mantiene el principio de vis attractiva que atribuye al juez del concurso un
conocimiento universal de todas las cuestiones que puedan tener trascendencia respecto del
patrimonio del concursado ( art. 11 LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
II. Los órganos del concurso
7. La administración concursal
A. Concepto, naturaleza y funciones de la administración concursal
Los criterios empleados por la normativa para la enumeración y clasificación de las funciones de
la administración concursal son heterogéneos ( art. 33.1LC), diferenciándose: a) las funciones
de carácter procesal, b) las propias del deudor o de sus órganos de administración, c) las
funciones en materia laboral, d) las relativas a derechos de los acreedores, e) las de informe y
evaluación, f) las funciones de realización de valor y liquidación, g) las de secretaría, y h)
cualesquiera otras que la Ley Concursal u otras leyes les atribuyan. Ahora bien, el elenco de
funciones tipificadas en la norma no tiene un carácter exhaustivo. Existen otras funciones que
no se recogen en esa relación, como la solicitud de acumulación de concursos ( art. 25 bis.1LC),
el ejercicio de la facultad de resolución de los contratos pendientes por incumplimiento de la
parte in bonis ( art. 62.1LC) o la obligación de rendir cuentas en caso de cese ( art. 181 LC),
entre otras. En todo caso, esas funciones habrán de ejercerse conforme a las disposiciones
específicas previstas para las distintas clases de concursos y fases del proceso concursal.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
II. Los órganos del concurso
7. La administración concursal
B. El nombramiento de la administración concursal
Por otra parte, en los concursos conexos, habrá de designarse, en la medida en que ello resulte
posible, una administración concursal única, aunque, cuando eso suceda, habrán de nombrarse
también auxiliares delegados. Asimismo, en caso de acumulación de concursos ya declarados, el
nombramiento podrá recaer en una de las administraciones concursales ya existentes ( art.
27.8LC).
Solo podrán ser nombradas como administrador concursal las personas naturales o jurídicas
que estén inscritas en la sección cuarta del Registro Público Concursal. Y solo podrán solicitar la
inscripción en el Registro público concursal las personas naturales o jurídicas que cumplan los
requisitos que se determinen reglamentariamente. Esos requisitos podrán referirse a la
titulación requerida, a la experiencia a acreditar y a la realización o superación de pruebas o
cursos específicos ( art. 27.2 y 3LC; no obstante, y hasta que se produzca el desarrollo
reglamentario de la norma, el cargo podrá recaer en un abogado en ejercicio con cinco años de
experiencia profesional efectiva en el ejercicio de la abogacía, que hubiera acreditado formación
especializada en Derecho concursal; un economista, titulado mercantil o auditor de cuentas con
cinco años de experiencia profesional, con especialización demostrable en el ámbito concursal, o
una persona jurídica en la que se integre, al menos, un abogado en ejercicio y un economista,
titulado mercantil o auditor de cuentas, que garantice la debida independencia y dedicación en
el desarrollo de las funciones de administración concursal, y que habrá de comunicar la
identidad de la persona natural –un profesional del ámbito jurídico o económico– que la
representará).
A los efectos del nombramiento de la administración concursal está previsto que
reglamentariamente se determine la distinción entre concursos de tamaño pequeño, medio o
grande, y que la designación del administrador concursal recaiga en la persona física o jurídica
del listado de la sección cuarta del Registro Público Concursal que corresponda por turno
correlativo, teniendo en cuenta que la primera designación de la lista se realizará mediante
sorteo. Aunque, también se contempla que, en los concursos de gran tamaño, el juez, de manera
motivada, pueda designar a un administrador concursal distinto del que corresponda al turno
correlativo cuando considere que el perfil del administrador alternativo se adecúa mejor a las
características del concurso ( art. 27.4 y 5LC).
Por otro lado, el sistema se complica aún más con una doble previsión relativa al nombramiento
de auxiliares delegados, figura cuyo perfil no es nada claro. Ello es así porque el auxiliar
delegado no solo podrá ser solicitado por la administración concursal, encargada de su
remuneración, sino que podrá ser nombrado directamente por el juez del concurso cuando
exista un único administrador concursal –que no sea la persona jurídica que integre ambos tipos
de profesionales– (art. 31.1-II LC). Además, será obligatorio el nombramiento de, al menos, un
auxiliar delegado, cuando el concurso se refiera a empresas de gran dimensión o con
establecimientos dispersos por el territorio, cuando se solicite prórroga para la emisión del
informe y en concursos conexos en los que se haya nombrado una administración concursal
única (art. 31.1-III).
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Lección 51. La declaración judicial de concurso y los órganos del procedimiento
II. Los órganos del concurso
7. La administración concursal
C. El ejercicio del cargo, la retribución y la responsabilidad del administrador concursal
En cuanto a la forma de ejercicio de sus funciones, cuando el órgano se integre por dos
miembros se establece la administración conjunta o mancomunada, sin perjuicio de que el juez
atribuya determinadas competencias individualizadas a uno u otro de los administradores
concursales y resuelva en caso de disconformidad. Asimismo, el administrador concursal está
sometido al control del juez del concurso, quien, en cualquier momento, podrá requerir a la
administración concursal una información específica o una memoria sobre el estado del
concurso o sobre cualquier cuestión ( art. 35 LC).
c) La efectividad de la retribución, por la que, en aquellos concursos en los que la masa sea
insuficiente, se garantizará el pago de un mínimo retributivo mediante una cuenta de garantía
arancelaria, que se dotará con las aportaciones obligatorias de los administradores concursales
(v, arts. 34 bis, ter y quater LC).
En todo caso, el derecho a la retribución constituye un crédito contra la masa, de modo que la
remuneración será satisfecha en el momento en el que se devengue (a sus respectivos
vencimientos, según la expresión legal: cualquiera que sea el estado del concurso, art. 84.3LC.
V., a estos efectos, SSTS de 8 de junio de 2016 (RJ 2016, 2347) -R. 1871/2014 y 128/2014-, 25 de
octubre de 2016, 8 de marzo, 19 de julio y 16 de octubre de 2017, y 21 de mayo de 2018). En
aquellos concursos en los que la masa sea insuficiente (v. STS de 8 de junio de 2016 (RJ 2016,
2341) -R. 126/2014-), se garantizará el pago de un mínimo retributivo establecido
reglamentariamente, mediante la cuenta de garantía arancelaria (v., art. 34 terLC).
Junto a sus auxiliares delegados, los administradores concursales están sujetos a un régimen
específico de responsabilidad por los daños que causen a la masa, al deudor, a los acreedores o a
terceros (art. 36: v. STS de 11 de noviembre de 2013). La responsabilidad será solidaria, salvo
cuando prueben haber empleado toda la diligencia debida para evitar o prevenir el daño. La
acción de responsabilidad se sustanciará por los trámites del juicio declarativo que corresponda,
atribuyéndose la competencia al juez que conozca o haya conocido del concurso, y prescribirá a
los cuatro años contados desde que el actor hubiera tenido conocimiento del daño o perjuicio
por el que se reclama y, en todo caso, desde que el administrador concursal hubiera cesado en el
cargo.
Además de ese sistema de responsabilidad por daños, la norma dispone que, cuando concurra
justa causa, el juez puede, de oficio o a instancia de cualquiera de las personas legitimadas para
solicitar la declaración de concurso o incluso de la propia administración concursal, separar del
cargo a cualquiera de los miembros del órgano o revocar el nombramiento de los auxiliares
delegados ( art. 37 LC). En caso de separación y en cualquier otro supuesto de cese producido
durante el procedimiento, el juez procederá de inmediato a efectuar un nuevo nombramiento (
art. 38 LC). La función del administrador concursal finalizará también con la aprobación
judicial del convenio –aunque con muchos matices: art. 133 LC– y con la conclusión del
concurso. Cualquiera que sea la causa, el cese determinará el deber de rendición de cuentas (
arts. 38.4 y 181 LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
I. Los efectos del concurso sobre el deudor
1. Los efectos del concurso sobre el concursado
Para apreciar los efectos que el concurso de acreedores produce sobre el deudor, es preciso
diferenciar entre la simple declaración y la solución que se alcance en el procedimiento, el
convenio o la liquidación. La declaración del concurso de acreedores limita (interviene o
suspende) el ejercicio de las facultades patrimoniales del concursado ( art. 40 LC) y le
impone específicos deberes de colaboración con los órganos concursales que pueden
desembocar en una limitación de alguno de sus derechos fundamentales ( arts. 41 y 42 LC).
Además, la declaración de concurso constituye prohibición de contratar con la Administración
Pública [art. 71.1-c) de la Ley 9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos con el Sector Público], si
bien se permite contratar al concursado a través de la administración concursal en
determinadas condiciones [art. 168.c)-4.º LCSP]. Con la aprobación judicial del convenio, la
limitación de las facultades patrimoniales derivada de la declaración de concurso será sustituida
por las limitaciones o prohibiciones que, en su caso, se establezcan en el propio convenio, y lo
mismo sucederá con los efectos específicos sobre la persona natural y la jurídica, aunque se
mantendrán, en todo caso, los deberes de colaboración del concursado ( arts. 133.2 y 137
LC). Por su parte, la resolución judicial de apertura de la fase de liquidación traerá consigo, si no
se hubieran producido con anterioridad, la suspensión de las facultades patrimoniales del
concursado, la extinción del derecho de alimentos (salvo que fuera imprescindible para la
atención de necesidades mínimas) y la disolución de la persona jurídica concursada ( art. 145
LC).
Asimismo, desde la perspectiva de los efectos sobre el deudor conviene distinguir los efectos
específicos que se generan sobre la persona natural y los que se producen sobre la persona
jurídica. Por un lado, la declaración de concurso de la persona natural origina un especial
derecho de alimentos con cargo a la masa activa, a favor tanto del concursado como de las
personas sobre las que el propio concursado tuviera, en su caso, el deber legal de prestarlos (
art. 47 LC), y da derecho al cónyuge del concursado a solicitar del juez del concurso la disolución
de la sociedad legal de gananciales cuando se hubieran incluido en el inventario de la masa
activa bienes gananciales o comunes que deban responder de las obligaciones del concursado (
art. 77.2LC). Por otro lado, la declaración de concurso de la persona jurídica no constituye
causa de disolución, pero produce algunos efectos específicos sobre sus órganos y sobre sus
socios ( arts. 48 y ss. LC).
Finalmente, cuando se forme la sección de calificación (v. infra, Lección 57), la sentencia firme de
concurso culpable determinará la inhabilitación del concursado y demás «personas afectadas
por la calificación» (arts. 172.2-2.º LC y 13-2.º C. de C.); asimismo producirá efectos patrimoniales
sobre las personas afectadas por la calificación y los cómplices (art. 172.2-3.º LC), y podrá
determinar la denominada «responsabilidad concursal», con la condena de administradores,
liquidadores, apoderados generales o socios que hubieran sido declarados personas afectadas
por la calificación a la cobertura, total o parcial, del déficit que resultara en caso de liquidación (
art. 172 bis.1LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
I. Los efectos del concurso sobre el deudor
2. La limitación de las facultades patrimoniales y de la capacidad procesal del concursado
La limitación de las facultades patrimoniales del concursado tiene un claro reflejo procesal (
arts. 51.2 y 3 y 54LC; v. SSTS de 23 de mayo y 15 de octubre de 2018): en caso de suspensión, el
concursado será sustituido en los procesos pendientes por la administración concursal, a quien
se atribuye igualmente la legitimación para el ejercicio durante el concurso de acciones del
concursado de naturaleza patrimonial; y en caso de intervención, el concursado conservará su
legitimación para actuar en los juicios declarativos pendientes, pero necesitará la conformidad
de la administración concursal para interponer demandas o recursos que puedan afectar a su
patrimonio.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
I. Los efectos del concurso sobre el deudor
3. La continuación del ejercicio de la actividad profesional o empresarial y los deberes del
concursado
Del mismo modo, cualquiera que sea la limitación producida, subsistirán durante el concurso los
deberes de formulación de las cuentas anuales y de sometimiento a auditoría de esas cuentas en
los casos legalmente previstos ( art. 46 LC), aunque, como es lógico, su cumplimiento difiere en
función de la limitación de las facultades patrimoniales a las que sea sometida la sociedad
concursada (y, por tanto, sus administradores). En caso de intervención, la formulación y el
sometimiento a auditoría de las cuentas se realizarán por los propios administradores de la
sociedad bajo la supervisión de la administración concursal, mientras que en caso de suspensión
la tarea corresponderá a la administración concursal. Las cuentas continuarán formulándose
con la periodicidad y, en su caso, dentro de los plazos previstos, y con el mismo contenido,
finalidad y normas de redacción de los diversos documentos que las integran, aunque se prevé –
de forma poco precisa– una regulación especial de la formación de las cuentas anuales
correspondientes al ejercicio anterior a la declaración de concurso (arts. 46.1-II y 75.1-2.º-II LC).
En fin, el juez del concurso podrá acordar la revocación del nombramiento del auditor de
cuentas de la persona jurídica deudora y el nombramiento de otro para la verificación de las
cuentas anuales ( art. 46.2LC).
Al lado de esos deberes generales, el concursado tiene el deber específico de poner a disposición
de la administración concursal los libros de contabilidad y los libros corporativos (libros de
actas, libro registro de acciones nominativas o de socios), así como los documentos de relevancia
patrimonial relativos a su profesión o empresa ( art. 45 LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
I. Los efectos del concurso sobre el deudor
4. Las limitaciones sobre los derechos y libertades fundamentales
Para asegurar el cumplimiento de todos esos deberes, es posible que el juez acuerde la limitación
de alguno de los derechos y libertades fundamentales del concursado, materia que se regula en
la Ley Orgánica para la Reforma Concursal. La finalidad perseguida con la posibilidad de limitar
los derechos fundamentales del concursado es facilitar el desarrollo del concurso como
procedimiento dirigido a la satisfacción de los acreedores, de modo que las medidas limitativas
sólo podrán acordarse cuando sean imprescindibles para la consecución de dicho objetivo y con
los requisitos y límites marcados por la doctrina del Tribunal Constitucional (especialmente, STC
15 de diciembre de 1985) y teniendo en cuenta el grado de cumplimiento de los deberes de
colaboración. Podrán ver limitados sus derechos fundamentales tanto las personas naturales
como las personas jurídicas, aunque existen limitaciones (deber de residencia, arresto
domiciliario) que sólo pueden afectar a las primeras. En caso de concurso de una persona
jurídica, la limitación podrá acordarse también respecto de todos o algunos de sus
administradores o liquidadores.
La primera de las medidas que puede decretarse es la intervención de las comunicaciones, que
constituye una limitación del derecho fundamental al secreto de las comunicaciones ( art. 18.3
CE). El respeto del derecho fundamental exige la garantía del secreto de los contenidos que
sean ajenos al interés del concurso (art. 1 LORC) y que la medida no se adopte con una finalidad
puramente especulativa. La segunda limitación posible es el establecimiento de un deber de
residencia, que puede desembocar incluso en el arresto domiciliario (art. 1.1-2.ª LORC), medidas
que pretenden garantizar la disponibilidad de las personas a favor de la administración
concursal y del juez del concurso. Se trata, pues, de medidas limitativas de naturaleza
esencialmente cautelar, que no serán necesarias en buena parte de los casos, porque con el
actual desarrollo de los medios de comunicación puede conseguirse el mismo resultado sin
necesidad de obligar al concursado a permanecer en una determinada población. Finalmente,
podrá el juez autorizar la entrada y el registro domiciliarios cuando los sujetos afectados nieguen
su consentimiento (art. 1-3.ª LORC), restricción que habrá de basarse en indicios racionales de la
existencia de documentos de interés para el concurso que no hayan sido aportados.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
I. Los efectos del concurso sobre el deudor
5. Los efectos sobre la persona jurídica
Por otro lado, si el cargo de administrador de la persona jurídica fuera retribuido, el juez del
concurso podrá acordar que deje de serlo o reducir el importe de la retribución, a la vista del
contenido y la complejidad de las funciones de administración y del patrimonio de la
concursada ( art. 48.4LC), y podrá atribuirse a la administración concursal, siempre que se
encuentren afectados los intereses patrimoniales de la persona jurídica concursada, el ejercicio
de los derechos políticos que correspondan a ésta en otras entidades ( art. 48.5LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
II. Los efectos del concurso sobre las acciones individuales
6. Los efectos sobre las acciones y sobre los procedimientos declarativos
A. Nuevos juicios declarativos
Una vez declarado el concurso, los acreedores podrán ejercitar acciones declarativas individuales
con trascendencia patrimonial frente al concursado, pero deberán hacerlo ante el juez del
concurso (arts. 50 y 8-1.º LC y 86 ter.1-1.º LOPJ; v. ATS de 24 de enero de 2012). Por tanto, el
efecto que la declaración de concurso produce en las acciones civiles declarativas con
trascendencia patrimonial que se interpongan frente al concursado radica en la modificación
del órgano competente, que pasa a ser el juez del concurso. Y los jueces del orden civil ante
quienes se interpongan demandas de las que deba conocer el juez del concurso tienen el deber
legal de abstención.
Por su parte, los jueces y tribunales de los órdenes contencioso-administrativo y penal continúan
siendo competentes.
Finalmente, deberán ejercitarse ante el juez del concurso las acciones colectivas de extinción,
modificación y suspensión de contratos de trabajo, así como las acciones individuales sobre
suspensión o extinción de contratos de alta dirección, mientras que para el conocimiento de
todas las demás acciones de carácter social continuarán siendo competentes los jueces del orden
jurisdiccional social.
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Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
II. Los efectos del concurso sobre las acciones individuales
6. Los efectos sobre las acciones y sobre los procedimientos declarativos
B. Juicios declarativos pendientes
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
II. Los efectos del concurso sobre las acciones individuales
6. Los efectos sobre las acciones y sobre los procedimientos declarativos
C. Procedimientos arbitrales y garantías personales
Por último, se establece una norma especial aplicable a los procedimientos arbitrales: ni los
pactos de mediación ni los convenios arbitrales suscritos por el concursado se verán afectados
por la declaración de concurso, si bien cuando el juez considere que dichos pactos o convenios
pueden suponer un perjuicio para la tramitación del procedimiento, podrá acordar la
suspensión de sus efectos. En cuanto a los procedimientos arbitrales que se encuentren en
tramitación en el momento de la declaración de concurso, continuarán hasta la firmeza del
laudo y de acuerdo con las medidas de suspensión o intervención del deudor decretadas por el
juez ( art. 52 LC). El laudo firme dictado antes o después de la apertura del procedimiento
vinculará al juez del concurso, el cual le dará el tratamiento concursal que corresponda ( art.
53 LC). En consecuencia, los créditos de terceros frente al concursado reconocidos en resolución
arbitral deben considerarse incontrovertidos en el concurso, de modo que la administración
concursal ha de incluirlos necesariamente en la lista de acreedores y calificarlos según su
naturaleza ( art. 86.2LC).
Hay que destacar, en fin, que la declaración de concurso no afecta a los créditos que disfruten de
garantía personal, cuyos titulares podrán, en consecuencia, ejercitar su acción contra los
fiadores y contra los obligados solidarios. Esos derechos subsistirán plenamente incluso en caso
de convenio cuando los acreedores no votaran a favor de la propuesta que resultare aprobada,
sometiéndose en otro caso al régimen común ( art. 135 LC).
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Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
II. Los efectos del concurso sobre las acciones individuales
7. Los efectos sobre las acciones y sobre los procedimientos ejecutivos
A. Las reglas generales
No obstante, hay que tener presente que la suspensión y paralización de ejecuciones judiciales o
extrajudiciales de bienes o derechos puede producirse desde que se presente al juzgado
competente para la declaración de concurso la comunicación de negociaciones encaminadas a
alcanzar un acuerdo de refinanciación, un convenio anticipado o un acuerdo extrajudicial de
pagos (v. art. 5 bis.4LC). Esta medida, dirigida a facilitar la conclusión del acuerdo o del
convenio, se mantendrá durante el periodo máximo de 4 meses previsto para la negociación y,
por tanto, hasta que se formalice el acuerdo de refinanciación, se dicte providencia admitiendo a
trámite la solicitud de homologación judicial del acuerdo de refinanciación, se adopte el acuerdo
extrajudicial de pagos, se hayan obtenido las adhesiones necesarias para la admisión a trámite
de la propuesta anticipada de convenio o tenga lugar la declaración de concurso. En todo caso,
no se verán afectados por esta medida los procedimientos de ejecución que tengan por objeto
hacer efectivos créditos de Derecho público.
Ahora bien, la paralización de ejecuciones prevista una vez declarado el concurso no tiene
carácter absoluto, ya que va acompañada de importantes excepciones, dictadas en función de la
persona del acreedor y de la naturaleza real de la garantía.
Desde la perspectiva del acreedor, podrán continuar, ante el mismo tribunal que venía
conociendo de la ejecución y hasta la aprobación del plan de liquidación, las ejecuciones
administrativas en las que se hubiera dictado diligencia de embargo, y las laborales, en las que se
hubieran embargado bienes del concursado, iniciadas antes de la declaración de concurso,
siempre que, además, los bienes afectados no resultasen necesarios para la continuidad de la
actividad profesional o empresarial del concursado (art. 55.1-II; v. STCJ de 18 de octubre de 2010
y SSTS de 27 de marzo de 2012, 25 de febrero de 2013, 30 de mayo de 2018 y 13 de febrero de
2019). Transcurrido el límite temporal, con la aprobación del plan de liquidación, la ejecución se
someterá al concurso y no podrá mantenerse separada.
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II. Los efectos del concurso sobre las acciones individuales
7. Los efectos sobre las acciones y sobre los procedimientos ejecutivos
B. Las reglas especiales para los procedimientos de ejecución de garantías reales y
asimilados
B. Las reglas especiales para los procedimientos de ejecución de garantías reales y asimilados
Por su propia naturaleza, reciben un tratamiento especial los acreedores con garantía real, que
podrán iniciar o continuar la ejecución o realización forzosa de la garantía cuando ésta recaiga
sobre bienes que no resulten necesarios para la continuidad de la actividad profesional o
empresarial del deudor ( arts. 55.4 y 56 LC). Por tanto, si el bien no resulta necesario, el
concurso de acreedores no será obstáculo para que el acreedor con garantía real inicie o
continúe la ejecución o realización forzosa de la garantía. Del mismo modo que el concurso
tampoco afectará a la ejecución de la garantía cuando el concursado tenga la condición de tercer
poseedor del bien ( art. 56.4LC).
En cambio, si la garantía recae sobre bienes necesarios, la facultad de iniciar la ejecución queda
paralizada y la ejecución iniciada con anterioridad se suspende hasta que se apruebe un
convenio cuyo contenido no afecte al ejercicio del derecho de ejecución o transcurra un año
desde la declaración de concurso sin que se hubiera producido la apertura de la fase de
liquidación (art. 56.1-I y 2 LC).
La paralización de la ejecución también podrá afectar a tres tipos de acciones asimiladas a estos
efectos a las derivadas de las garantías reales: las acciones dirigidas a recuperar los bienes
vendidos a plazos o financiados con reserva de dominio mediante contratos inscritos en el
Registro de Bienes Muebles; las resolutorias de ventas de inmuebles por falta de pago del precio
aplazado, aunque deriven de condiciones explícitas inscritas en el Registro de la Propiedad; y las
acciones tendentes a recuperar los bienes cedidos en arrendamiento financiero mediante
contratos inscritos en los Registros de la Propiedad o de Bienes Muebles o formalizados en
documento que lleve aparejada ejecución (art. 56.1-II LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
III. Los efectos del concurso sobre los créditos
8. La compensación de créditos y deudas del concursado
Otra problemática clásica del Derecho concursal, es la que se origina en torno a la necesidad de
suspensión del devengo de los intereses de los créditos durante el concurso, que la Ley española
regula con detalle ( art. 59 LC). La regla general es que, desde la declaración de concurso,
quedará suspendido el devengo de los intereses, legales o convencionales. Esta regla se aplica sólo
a los créditos concursales y no a los créditos que ostente el concursado frente a terceros ni a los
créditos contra la masa. Y únicamente a los intereses que habrán de devengarse con
posterioridad a la declaración de concurso. Los intereses devengados con anterioridad tienen la
consideración de créditos concursales subordinados (art. 92-3.º LC). En este sentido, cuando en
el crédito comunicado en el procedimiento concursal estuvieran incluidos capital e intereses
habrá de deducirse del crédito la parte correspondiente a los intereses no vencidos. Además, la
regla limita su eficacia al concurso de acreedores, de modo que, por un lado, cuando exista una
pluralidad de deudores, solo se verá afectado el codeudor declarado en concurso, y por otro,
cuando el crédito se encuentre garantizado por una garantía personal, la suspensión del
devengo de intereses beneficiará al deudor principal concursado, pero no al garante.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
III. Los efectos del concurso sobre los créditos
10. La suspensión del derecho de retención
En cuanto a la controvertida cuestión del ejercicio del derecho de retención en el concurso, la ley
contiene una previsión específica (si bien hasta la Ley de Reforma 38/2011, no existía mención
alguna a este derecho: v., art. 59 bis LC), que establece la suspensión del ejercicio del
derecho de retención sobre bienes y derechos integrados en la masa activa.
Esta facultad, otorgada por la Ley al obligado a la entrega o restitución de una cosa, va dirigida a
retardar el cumplimiento de la obligación de entrega hasta que sea satisfecho el derecho de
crédito que tiene el retentor frente al acreedor a la entrega. Por regla general, y no obstante la
diversidad de manifestaciones legislativas del derecho de retención, la atribución de esta
facultad no confiere a su titular preferencia alguna, de modo que el obligado a la restitución o
entrega del bien habrá de concurrir con los demás acreedores del deudor concursado para la
satisfacción de su crédito. En este sentido, la Ley Concursal somete el derecho de retención al
concurso y supedita los intereses del retentor a los intereses del procedimiento (salvo,
obviamente, que los bienes y derechos objeto de retención no formen parte de la masa activa, en
cuyo caso el derecho de retención podrá ejercerse sin limitación alguna).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
III. Los efectos del concurso sobre los créditos
11. La interrupción de la prescripción
Como consecuencia de los efectos del concurso sobre las acciones declarativas y debido a la
exigencia de que no se inicien contra el concursado ejecuciones singulares, judiciales o
extrajudiciales, la Ley dispone que, desde la declaración de concurso y hasta su conclusión,
quedará interrumpida la prescripción de las acciones contra el deudor por los créditos anteriores
a la declaración ( art. 60.1 LC). Ahora bien, se precisa que la interrupción de la prescripción
respecto del deudor no perjudicará a los demás deudores solidarios, así como tampoco a sus
fiadores y avalistas ( art. 60.2LC), de modo que, la medida beneficia sólo a la acción que el
acreedor pudiera ejercitar contra el deudor concursado, pero no a las acciones que ostente
contra otros coobligados, dado que su fundamento no se encuentra en el ejercicio de la acción,
sino que constituye un efecto de la declaración de concurso. Por esa razón, tampoco se
benefician de la interrupción de la prescripción los créditos contra la masa, que pueden ejercitar
sus acciones contra el patrimonio concursal ( art. 84.4LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
IV. Los efectos del concurso sobre los contratos
12. Los efectos sobre los contratos
A. La problemática de los contratos pendientes
Un tema de excepcional importancia por la litigiosidad que genera es el de los efectos que
produce la declaración judicial de concurso de acreedores sobre los contratos que pudiera haber
concluido el deudor concursado con anterioridad a la declaración de concurso. Al respecto, la
Ley Concursal dispone tres grupos de normas: por un lado, las normas de alcance general que
regulan los efectos del concurso sobre los contratos con obligaciones recíprocas (arts. 61 a 63);
por otro, aquellas que establecen una regulación particular para los contratos de trabajo,
contratos de personal de alta dirección y contratos con administraciones públicas (arts. 64, 65, 66
y 67); por último, las disposiciones que prevén la rehabilitación de contratos de crédito, de
contratos de adquisición de bienes con precio aplazado y la enervación del desahucio en
arrendamientos urbanos (arts. 68, 69 y 70).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
IV. Los efectos del concurso sobre los contratos
12. Los efectos sobre los contratos
B. El principio general de vigencia de los contratos
En primer lugar, la regla de la vigencia del contrato cede ante el interés del concurso, de modo
que la administración concursal –en caso de suspensión– o el concursado –en caso de
intervención– podrán solicitar al juez la resolución de los contratos en interés del concurso,
imputándose a la masa las restituciones e indemnizaciones que procedan (art. 61.2-II en relación
con el art. 84.2-6.º LC: v. SSTS de 5 de septiembre de 2013, 18 de marzo y 10 de noviembre de
2016, y 20 de noviembre de 2018).
En segundo lugar, cuando el contrato continúe y no sea resuelto en interés del concurso, la
declaración de concurso no afectará a la facultad de las partes de resolverlo ante el
incumplimiento de cualquiera de ellas que se produzca durante el concurso (v. SSTS de 9, 15, 16,
24 y 25 de julio de 2013), o incluso que se hubiera producido con anterioridad si se tratase de
contratos de tracto sucesivo ( art. 62.1LC; v. STS de 11 de octubre de 2011). No obstante, se
establece, de nuevo en interés del concurso, y aunque exista causa de resolución, que el juez
podrá acordar el cumplimiento de los contratos, considerándose como créditos contra la masa
las prestaciones correspondientes al concursado ( art. 62.3LC; v. SSTS de 21 de marzo de 2012,
22 de julio de 2014 y 24 de febrero de 2015), a menos que el contratante obstaculizara de forma
reiterada el cumplimiento del contrato en perjuicio del concurso, en cuyo caso será sancionado
con la calificación de esos créditos como subordinados (art. 92-7.º LC). La acción resolutoria por
incumplimiento se ejercitará ante el juez del concurso y se sustanciará por los trámites del
incidente concursal. Y en cuanto a los efectos de la resolución: quedarán extinguidas las
obligaciones pendientes de vencimiento, mientras que el crédito contra el concursado por las
obligaciones ya vencidas, que comprenderá, además, en su caso, el resarcimiento de los daños y
perjuicios se calificará como concursal o contra la masa según que el incumplimiento fuese
anterior o posterior a la declaración de concurso (art. 62.4 en relación con el art. 84.2-6.º LC; v.,
especialmente, SSTS de 19 de julio de 2016, 12 de mayo de 2017 y 20 de septiembre de 2018).
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Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
IV. Los efectos del concurso sobre los contratos
12. Los efectos sobre los contratos
D. Los supuestos especiales
La Ley Concursal mantiene la vigencia de las soluciones específicas previstas para algunos
contratos en particular (art. 63) al disponer que las reglas generales que se establecen para los
contratos con obligaciones recíprocas no afectarán al ejercicio de la facultad de denuncia
unilateral del contrato que proceda conforme a la ley ( arts. 26 LCA y 279 C. de C.), o a la
aplicación de las leyes que dispongan o expresamente permitan pactar la extinción del contrato
en los casos de situaciones concursales o de liquidación administrativa de alguna de las partes
(v., entre otros, arts. 1732 CC, 37 LCS, y 15 y 16 RDL 5/2005, de 11 de marzo, en relación con
la disp. adic. 2ª LC).
Finalmente, los contratos celebrados con las administraciones públicas «se regirán por lo
establecido en la legislación especial» ( art. 67 LC). En consecuencia, la declaración de
concurso es causa de resolución del contrato que el deudor hubiera concluido con el sector
público [art. 211.1-b) LCSP], si bien esta afirmación debe matizarse, al permitirse a la
Administración Pública (no al concurso) continuar con el contrato «si razones de interés público
así lo aconsejan, siempre y cuando el contratista prestare las garantías adicionales suficientes
para su ejecución» ( art. 212.5LCSP) (v. SSTS de 15 de diciembre de 2016 y 9 de mayo de 2017),
y al admitir la cesión del contrato al concursado que cumpla los demás requisitos, exonerándole
del requisito de un mínimo de ejecución o de explotación [art. 214.2-b) LCSP].
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Lección 52. Los efectos del concurso de acreedores
IV. Los efectos del concurso sobre los contratos
13. La rehabilitación de contratos
La declaración de concurso puede producir efectos sobre contratos que en ese momento ya se
encontrasen en vías de extinción o, incluso, extinguidos, pues se concede a la administración
concursal la facultad de proceder a su rehabilitación en interés del concurso, asumiendo la masa
todos los pagos que correspondan al concursado ( arts. 68 a 70 LC). Aunque también en
este ámbito existe la posibilidad de sancionar al contratante in bonis que obstaculizara de forma
reiterada el cumplimiento del contrato en perjuicio del interés del concurso con la calificación
de sus créditos como subordinados ( art. 92.7.ºLC).
Podrán rehabilitarse los contratos de crédito a favor del concursado, cuando se hubiese
producido el vencimiento anticipado por impago de cuotas o de intereses dentro de los tres
meses anteriores a la declaración de concurso y no se hubiesen iniciado ya acciones en
reclamación de pago contra el deudor o contra algún garante ( art. 68 LC; v. STS de 31 de
octubre de 2011), así como los contratos de adquisición de bienes con precio aplazado que se
hubieran resuelto dentro de los tres meses anteriores a la declaración de concurso, a menos que
el transmitente hubiese iniciado ya acciones de resolución o de restitución del bien transmitido
o hubiese recuperado la posesión material del bien o realizado actos dispositivos sobre el mismo
en favor de tercero ( art. 69 LC). Y, finalmente, podrá enervarse la acción de desahucio
ejercitada antes de la declaración de concurso y rehabilitar el correspondiente contrato de
arrendamiento hasta el momento mismo de practicarse el efectivo lanzamiento ( art. 70 LC).
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Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
I. La masa activa
1. La composición de la masa activa
Como consecuencia de la declaración de concurso, los bienes del deudor pasan a formar parte de
un conjunto unitario denominado masa activa, destinado a satisfacer a los acreedores, que se
agrupan también en una masa (masa pasiva). La masa activa del concurso quedará constituida,
de acuerdo con el principio de responsabilidad patrimonial universal ( art. 1911 CC), con
todos los bienes y derechos integrados en el patrimonio del deudor en el momento de la
declaración de concurso y por todos los bienes que se reintegren a dicho patrimonio como
consecuencia del ejercicio de acciones rescisorias o de impugnación, así como por todos aquellos
bienes que adquiera el deudor hasta la conclusión del concurso ( art. 76.1 LC). En particular,
se integrarán en la masa activa los saldos acreedores de las cuentas en las que el concursado
figure como titular indistinto, a menos que se pruebe que no es su titular ( art. 79 LC). Sólo
quedan fuera de la masa aquellos bienes y derechos del concursado que no tengan carácter
patrimonial y los que sean legalmente inembargables ( arts. 76.2LC y 605 y ss. LEC).
En principio, cuando el concursado sea una persona casada, la masa activa comprenderá los
bienes y derechos propios o privativos del concursado. Ahora bien, la composición de la masa
activa será diferente en función del régimen económico matrimonial aplicable. Así, en caso de
sociedad de gananciales o cualquier otro de comunidad de bienes, integrarán también la masa
los bienes gananciales o comunes cuando deban responder de obligaciones del concursado (v.,
arts. 1362 y ss. CC y 6, 7, 8 y 11 C. de C.). En tal caso, el cónyuge del concursado podrá pedir la
disolución de la sociedad o comunidad conyugal, y la oportuna liquidación se llevará a cabo de
forma coordinada con el concurso ( art. 77 LC). En particular, el cónyuge del concursado
tendrá derecho a que se incluya en su cuota de liquidación la vivienda habitual del matrimonio
que tuviese carácter ganancial, abonando en su caso el exceso de valor ( art. 78.4LC).
Ahora bien, en todo caso, para la delimitación de la masa activa, podrán realizarse durante el
concurso operaciones de signo inverso. Unas, tendentes a llevar a la masa los bienes que
salieron indebidamente del patrimonio del concursado con anterioridad a la declaración de
concurso, que se denominan de reintegración de la masa, y otras, dirigidas a excluir de la masa
aquellos bienes que no sean de titularidad del concursado, que, por tanto, no pueden servir para
la satisfacción de los acreedores, de manera que su verdadero titular disfruta de un derecho de
separación de bienes de la masa (v., infra).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
I. La masa activa
2. El inventario de la masa activa
Al inventario deberán añadirse dos relaciones complementarias: una relativa a todos los litigios
cuyo resultado pudiera afectar a la masa activa; y otra que incluya todas las acciones de
reintegración de la masa activa que deban promoverse, a juicio de la administración concursal.
En ambas relaciones habrá de indicarse la viabilidad, riesgos, costes y posibilidades de
financiación de las correspondientes actuaciones judiciales ( art. 82.4LC).
Las impugnaciones habrán de ejercitarse por el trámite del incidente concursal y podrán
acumularse de oficio por el juez para resolverse conjuntamente. Todas las impugnaciones
deberán hacerse constar en el Registro Público Concursal. En los cinco días siguientes a la
notificación de la última resolución de las impugnaciones planteadas, la administración
concursal procederá a introducir en el inventario las modificaciones que, en su caso, procedan y
presentará al juez el texto definitivo. La administración concursal deberá hacer constar
expresamente las diferencias entre el inventario inicialmente presentado y el inventario
definitivo ( art. 96.5 y 6LC).
Las consecuencias de la falta de impugnación del inventario son especialmente importantes. Con
carácter general, quienes no impugnaren en tiempo y forma el inventario no podrán plantear
pretensiones de modificación de su contenido, aunque podrán recurrir las modificaciones
introducidas por el juez al resolver otras impugnaciones ( art. 97.1LC; v. STS de 9 de octubre de
2018).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
I. La masa activa
3. La conservación y la enajenación de la masa activa
A. Las reglas generales
En el ejercicio de las facultades de administración y disposición sobre los bienes que integran la
masa activa la administración concursal atenderá a su conservación del modo más conveniente
para los intereses del concurso, y para ello podrá recabar del juzgado el auxilio que estime
necesario ( art. 43.1 LC). Al mismo tiempo, en función de ese deber de conservación, se
establece una prohibición de enajenación, de modo que, hasta la aprobación judicial del
convenio o hasta la apertura de la liquidación, no se podrán enajenar ni gravar los bienes y
derechos de la masa activa sin la autorización del juez ( art. 43.2LC; v. STS de 11 de octubre de
2017). No obstante, esta prohibición legal cuenta con importantes excepciones. Así, podrán
realizarse sin autorización judicial, aunque habrán de ponerse en conocimiento del juez, los
siguientes actos ( art. 43.3LC): los que sean indispensables para garantizar la viabilidad de la
empresa o la obtención de fondos exigidos para la continuidad del concurso; los de disposición
de bienes que no sean necesarios para la continuación de la actividad, siempre que se presenten
ofertas de adquisición que se aproximen al valor que se les haya dado en el inventario, y los
actos de disposición que sean inherentes a la continuación de la actividad profesional o
empresarial, continuación que -recordemos- no se ve impedida por el mero hecho de la
declaración de concurso ( art. 44 LC).
A estos efectos, hay que tener en cuenta otras dos normas: la que establece que la enajenación
de bienes y derechos litigiosos (sobre cuya titularidad o disponibilidad exista promovida
cuestión litigiosa) se podrá realizar con tal carácter y quedará el adquirente a resultas del litigio
( art. 150 LC); y la que prohíbe a la administración concursal adquirir bienes y derechos de la
masa activa por sí o por persona interpuesta, ni aun en subasta ( art. 151 LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
I. La masa activa
3. La conservación y la enajenación de la masa activa
B. Las reglas especiales
La realización en cualquier estado del concurso de los bienes y derechos afectos a créditos con
privilegio especial se hará en subasta, salvo que el juez autorice otro modo de realización de
entre los previstos en la Ley (v. gr., la venta directa o la cesión en pago o para pago al acreedor
privilegiado o a la persona que él designe), y siempre que con ello se satisfaga completamente el
crédito con privilegio especial o, en otro caso, la parte no satisfecha del crédito quede reconocida
en el concurso con la clasificación que corresponda ( art. 155.4LC; v. STS de 28 de mayo de
2018).
Ahora bien, hay que tener en cuenta que, cuando los bienes y derechos afectos a créditos con
privilegio especial estuviesen incluidos en establecimientos, explotaciones y cualesquiera otras
unidades productivas pertenecientes al deudor que se enajenen en conjunto, se aplicarán otras
reglas según que esos bienes y derechos afectos se transmitan sin subsistencia de la garantía o
con subsistencia de la garantía y subrogándose el adquirente en la obligación de pago a cargo de
la masa activa ( art. 149.2LC).
Finalmente, habrá que tener presente que en la misma resolución en la que el juez del concurso
apruebe el remate de la subasta del bien o su transmisión, ya sea de forma separada, por lotes o
formando parte de una unidad productiva, acordará que se cancelen todas las cargas anteriores
al concurso constituidas a favor de créditos concursales (salvo las que gocen de privilegio
especial y se hayan transmitido al adquirente con subsistencia del gravamen) ( art. 149.5LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
I. La masa activa
4. La reintegración de la masa activa
A. Las acciones rescisorias especiales
Ahora bien, para que el acto sea rescindible, sí es necesario que concurra, además, el elemento
objetivo propio de la acción rescisoria, es decir, el perjuicio. En este sentido, la Ley española
parece acoger un concepto estricto de perjuicio, entendido como una reducción del patrimonio
del deudor más tarde declarado en concurso, precisando el Tribunal Supremo que tal perjuicio
de la masa activa ha de tener carácter injustificado y atender globalmente a la operación de que
se trate y no a actos aislados (SSTS de 16 de septiembre y 27 de octubre de 2010, 12 de abril y 8
de noviembre de 2012, 5 de abril de 2016, 6 y 7 de marzo, 11 y 26 de abril, 10, 18, 21, 24, y 30 de
mayo, y 21 de junio de 2018), sin considerar, en cambio, que exista perjuicio cuando el acto
produzca una alteración de la graduación que los créditos tendrían en el concurso (v. STS de 26
de octubre de 2012, y SSTS de 19 de mayo y 24 de junio de 2015; también, SSTS de 26 de octubre y
4 de noviembre de 2016).
Por otra parte, en ningún caso podrán ser objeto de rescisión varias categorías de actos: en
primer lugar, las operaciones ordinarias de la actividad profesional o empresarial a que se
dedicara el deudor realizadas en condiciones normales; en segundo lugar, los actos
comprendidos en el ámbito de leyes especiales reguladoras de los sistemas de pagos y
compensación y liquidación de valores e instrumentos derivados y, en tercer lugar, las garantías
constituidas a favor de los créditos de Derecho público y a favor del Fondo de Garantía Salarial
en los acuerdos o convenios de recuperación previstos en su normativa específica ( art.
71.5LC; v. SSTS de 24 de julio de 2014 y 17 de abril de 2015).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
I. La masa activa
4. La reintegración de la masa activa
B. El procedimiento para el ejercicio de las acciones y los efectos de la rescisión
Tanto la acción rescisoria concursal como las demás acciones de reintegración (v. gr., otras
acciones de impugnación de los actos del deudor que procedan conforme a Derecho) deberán
ejercitarse ante el juez del concurso por el cauce del incidente concursal ( arts. 192 y ss. LC).
La legitimación activa para el ejercicio de unas y otras acciones se atribuye a la administración
concursal. Ahora bien, excepción hecha de la impugnación de acuerdos de refinanciación, cuya
legitimación se atribuye en exclusiva a la administración concursal, las acciones también podrán
ser ejercitadas, de forma subsidiaria, por aquellos acreedores que previamente se hubieran
dirigido por escrito a la administración concursal solicitando el ejercicio de alguna acción (
art. 72.1 y 2LC; v. STS de 1 de diciembre de 2017).
El efecto de la sentencia que acoja la acción rescisoria concursal y, por tanto, declare la
ineficacia del acto impugnado, es la restitución de las correspondientes prestaciones, con sus
frutos e intereses ( art. 73.1LC; v. SSTS de 12 de abril de 2012 y 9 de abril de 2014, v., en
supuestos de rescisión de garantías, SSTS de 4 de noviembre de 2016 y 30 de marzo de 2017). Así,
existirá un crédito de restitución a favor de la masa y, en su caso, un crédito de restitución a
favor de la contraparte o del tercero. Por lo que se refiere al derecho a favor de la masa, si los
bienes y derechos salidos del patrimonio del deudor no pudieran reintegrarse por pertenecer a
tercero de quien no pueda reivindicarse, se condenará a quien hubiera sido parte en el acto
rescindido a entregar el valor que tuvieran cuando salieron del patrimonio del deudor
concursado más el interés legal, y, en caso de mala fe en quien contrató con el concursado, se le
condenará a indemnizar la totalidad de los daños y perjuicios causados a la masa activa. En
cuanto al derecho a la prestación que pudiera resultar a favor de cualquiera de los demandados
como consecuencia de la rescisión, tendrá la consideración de crédito contra la masa, salvo mala
fe, en cuyo caso se considerará crédito concursal subordinado de último rango (art. 73 en
relación con el art. 92-6.º LC). La mala fe exige la conciencia del perjuicio (aspecto subjetivo) y la
reprobabilidad de la conducta en el tráfico (aspecto objetivo), sin que sea suficiente el mero
conocimiento de la insolvencia por el acreedor y sin que pueda tampoco llegarse al extremo de
exigir la intención de dañar (SSTS de 16 de septiembre y 27 de octubre de 2010, 7 de diciembre
de 2012 y 5 de abril de 2016).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
I. La masa activa
5. La reducción de la masa activa
A. La separación de bienes de la masa
La separación tiene una estrecha relación con la acción reivindicatoria. Por eso, será necesario
que el separante identifique los bienes o derechos que pretende separar; será necesario
igualmente que esos bienes y derechos se encuentren «en poder del concursado», y se exigirá,
por último, que el separante sea propietario o tenga mayor derecho que el concursado sobre los
bienes o derechos objeto de la reclamación. En cuanto al procedimiento de separación, el titular
deberá dirigir una solicitud a la administración concursal, que procederá a la entrega del bien o
derecho o, al menos, al reconocimiento del mejor derecho. Si la administración concursal
rechazara la solicitud, podrá plantearse incidente concursal.
Junto a este derecho de separación que, con carácter general, se atribuye a los titulares de bienes
en poder del concursado, en la Ley se regula un supuesto especial de separación para los
titulares de créditos privilegiados sobre los buques y las aeronaves, quienes podrán separar esos
bienes de la masa activa del concurso mediante el ejercicio, por el procedimiento
correspondiente (extraconcursal), de las acciones que tengan reconocidas en su legislación
específica. Cuando de la ejecución extraconcursal del bien resultare remanente a favor del
concursado, se integrará en la masa activa. No obstante, si la ejecución separada no se hubiera
iniciado en el plazo de un año desde la fecha de la declaración de concurso, ya no podrá
efectuarse y la clasificación de los créditos se hará conforme a lo dispuesto en la Ley Concursal
(v., arts. 76.3 y 122 a 125 LNM).
Junto a este derecho de separación que, con carácter general, se atribuye a los titulares de bienes
en poder del concursado, en la Ley se regula un supuesto especial de separación para los
titulares de créditos privilegiados sobre los buques y las aeronaves, quienes podrán separar esos
bienes de la masa activa del concurso mediante el ejercicio, por el procedimiento
correspondiente (extraconcursal), de las acciones que tengan reconocidas en su legislación
específica. Cuando de la ejecución extraconcursal del bien resultare remanente a favor del
concursado, se integrará en la masa activa. No obstante, si la ejecución separada no se hubiera
iniciado en el plazo de un año desde la fecha de la declaración de concurso, ya no podrá
efectuarse y la clasificación de los créditos se hará conforme a lo dispuesto en la Ley Concursal (
arts. 76.3 y 122 a 125 LNM).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
II. Los créditos contra la masa activa
6. Concepto y caracteres
6. CONCEPTO Y CARACTERES
La Ley Concursal define los créditos contra la masa por oposición a los créditos concursales, de
modo que la masa pasiva del concurso estará formada por todos los créditos contra el deudor
común que conforme a la normativa no tengan la consideración de créditos contra la masa (art.
84.1). Así, los créditos nacidos durante el procedimiento son contrapuestos a los créditos nacidos
antes del procedimiento. Los acreedores de la masa se enfrentan a los acreedores del deudor,
cuyos créditos ocasionan la declaración de concurso. De este modo y por regla general, cuando
se trate de créditos derivados de contratos de tracto sucesivo o de negocios que conlleven una
ejecución prolongada en el tiempo, generándose créditos de forma continuada, la clasificación
de tales créditos como concursales o contra la masa dependerá de si el devengo es anterior a la
declaración de concurso, en cuyo caso serán concursales, con la clasificación que corresponda
(v. art. 89 LC) o posterior, en cuyo caso, serán contra la masa (v. SSTS 23 de febrero, 13 de
junio, 1 de julio y 3 de octubre de 2011).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
II. Los créditos contra la masa activa
7. La tipología de los créditos contra la masa
La delimitación legal de los créditos contra la masa, ciertamente detallada ( art. 84.2 LC), no
constituye una lista cerrada, sino que tiene un carácter ejemplificativo y no exhaustivo (art. 84.2-
12.º LC). Dicha enumeración parte de la tradicional distinción entre gastos de la masa y
obligaciones de la masa. Entre los gastos de la masa se incluyen tanto los gastos de justicia como
los gastos de administración. Se consideran gastos de justicia imputables a la masa no sólo los
indispensables para el desarrollo del procedimiento (gastos de la solicitud, de la declaración, de
publicidad, de reconocimiento de créditos, de celebración de la junta de acreedores, etc.), sino
también los derivados de incidentes, e incluso los de costas y gastos ocasionados por la asistencia
y representación del deudor, de la administración concursal o de los acreedores en los juicios
que, en interés de la masa, inicien o continúen de acuerdo con la propia Ley Concursal (arts.
84.2-2.º y 3.º: v. SSTS de 11 de febrero de 2013, 21 de julio de 2014, 16 de marzo de 2017, 12 de
enero, 22 y 30 de mayo de 2018; también, SSTS de 30 de junio de 2017 y 13 de febrero de 2019).
Entre los gastos de administración, destaca la retribución de la administración concursal ( art.
34 LC; v. SSTS de 5 de julio de 2016, 19 de julio de 2017 y 21 de mayo de 2018).
Las fuentes de las obligaciones de la masa son las mismas que las de las obligaciones en general,
es decir, básicamente, el contrato, la ley y la responsabilidad civil. Constituyen obligaciones
contractuales de la masa todas aquellas derivadas de los nuevos contratos que se concluyan
durante el concurso (v. art. 84.2-5.º LC; v. SSTS de 13 de julio de 2016, 28 de junio de 2017 y 11 de
julio de 2018; también, SSTS de 9, 10 y 11 de abril, 9, 14 y 23 de mayo y 4, 11, y 26 de junio, y 22
de julio, 5, 26 y 30 de septiembre, 1, 2 y 4 de octubre, y 4 de diciembre de 2013, y 3 de junio de
2014) y de aquellos contratos con obligaciones recíprocas que el concursado hubiera realizado
con anterioridad a la declaración de concurso y que continúen en vigor tras la declaración de
concurso, así como las derivadas de las consecuencias restitutorias e indemnizatorias en caso de
resolución voluntaria o por incumplimiento del concursado de tales contratos (art. 84.2-6.º en
relación con los arts. 61 y 62 LC; v. STS de 19 de diciembre de 2011; también, entre otras,
SSTS de 21 de marzo de 2012, 18 de marzo, 19 de julio y 2 de noviembre de 2016, y 12 de mayo de
2017). También constituyen obligaciones contractuales de la masa las derivadas del rescate de
los bienes afectos a créditos con privilegio especial o de la rehabilitación de contratos de crédito
y de adquisición de bienes con precio aplazado, o de los supuestos de enervación del desahucio
en los arrendamientos urbanos (art. 84.2-7.º en relación con los arts. 68, 69 y 70 LC), y las
que correspondan al concursado en caso de rescisión concursal (art. 84.2-8.º en relación con el
art. 73 LC; v. STS de 30 de marzo de 2017). Por último, habrá que incluir en esta categoría el
cincuenta por ciento de los créditos que supongan nuevos ingresos de tesorería y hayan sido
concedidos en el marco de un acuerdo de refinanciación (art. 84.2-11.º en relación con el art.
71.bis y la disp. ad. 4.ª LC) y, en caso de liquidación, los créditos concedidos al concursado en el
marco de un convenio (art. 84.2-11.º en relación con el art. 100.5LC), siempre y cuando tales
créditos no procedan del propio deudor o de personas especialmente relacionadas a través de
una operación de aumento de capital, préstamos o actos con análoga finalidad (art. 84.2-11.º en
relación con el art. 93 LC).
Como obligación legal de la masa destaca, en su caso, la de prestación de alimentos al
concursado persona natural, así como a aquellas personas respecto de las que tenga deber de
alimentos el propio concursado (art. 84.2-4.º LC). Constituyen también obligaciones de la masa
las que resulten de responsabilidad extracontractual del concursado con posterioridad a la
declaración del concurso de acreedores y hasta su conclusión (art. 84.2-10.º LC; v., en relación
con los créditos por obligaciones nacidas de la Ley, SSTS de 29 de noviembre de 2017 y 11 de
julio de 2018).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 53. La masa activa del concurso de acreedores
II. Los créditos contra la masa activa
8. El pago de los créditos contra la masa
Ya se ha puesto de manifiesto que los créditos contra la masa gozan de prioridad respecto de los
créditos concursales, lo que se justifica en base a su naturaleza. Conforme a la normativa, la
administración concursal deberá atender el pago de los créditos contra la masa de forma
inmediata –especialmente en el caso de créditos por salarios por los últimos treinta días de
trabajo efectivo anteriores a la declaración de concurso y en cuantía que no supere el doble del
salario mínimo interprofesional, que están ya vencidos cuando el concurso se declara– o a sus
respectivos vencimientos. La regla del vencimiento se aplicará cualquiera que sea la naturaleza
del crédito y en cualquier estado del concurso.
Con carácter general, la administración concursal deberá satisfacer los créditos contra la masa
de forma ordinaria, inmediatamente si carecen de plazo ( art. 1113 CC) o en el plazo legal o
contractualmente establecido (art. 62 C. de C.), por tanto al margen del concurso o de manera
extraconcursal. Puesto que no se ven afectados por las reglas concursales, tales créditos podrán
compensarse y devengarán los correspondientes recargos e intereses en caso de impago. No
obstante, la administración concursal podrá alterar esta regla –y pagar antes créditos de
vencimiento posterior– cuando lo considere conveniente para el interés del concurso y siempre
que presuma que la masa activa resultará suficiente para la satisfacción de todos los créditos
contra la masa (v. STS de 22 de febrero de 2012). Sin embargo, esta alteración de la regla del pago
al vencimiento no podrá afectar a los créditos de los trabajadores, a los créditos alimenticios, ni
a los créditos tributarios y de la Seguridad Social ( art. 84.3 LC), lo que limita mucho la
autonomía de la administración concursal y la utilidad misma de la posibilidad de alteración de
la regla legal de pago al vencimiento.
Si el concurso concluyera por resultar la masa activa insuficiente para satisfacer todos los
créditos contra la masa, la regla de pago inmediato o al vencimiento se sustituye por la del pago
conforme a una específica graduación ( art. 176 bis.2LC) (v. SSTS de 22 de febrero de 2012, 11
de junio de 2015, 11 y 18 de marzo de 2016 y 13 de septiembre y 23 de octubre de 2017). La
administración concursal, tan pronto como constate la insuficiencia de la masa, habrá de
atender al pago de los créditos contra la masa pendientes, hasta donde sea posible, y después de
atender, en su caso, a los gastos necesarios para la conversión en dinero de los bienes que
integrasen la masa activa, por el orden expresamente establecido y, en su caso a prorrata dentro
del número correspondiente. Ese orden es el siguiente: 1.º Los créditos salariales de los últimos
treinta días de trabajo efectivo y en cuantía que no supere el doble del salario mínimo
interprofesional. 2.º Los créditos por salarios e indemnizaciones en la cuantía que resulte de
multiplicar el triple del salario mínimo interprofesional por el número de días de salario
pendientes de pago. 3.º Los créditos por alimentos del artículo 145.2, en cuantía que no supere el
salario mínimo interprofesional. 4.º Los créditos por costas y gastos judiciales del concurso. 5.º
Los demás créditos contra la masa (v. SSTS de 11 y 18 de marzo, 8 de junio de 2016 y 6 de abril de
2017).
Si se aprueba un convenio, los créditos contra la masa no se verán afectados por el ( art. 134
LC). Tales créditos, en base a su extraconcursalidad, disfrutan de los medios de tutela concedidos
por el ordenamiento jurídico, de modo que los titulares podrán acudir a la ejecución forzosa del
crédito para hacerlo efectivo una vez aprobado el convenio ( art. 84.4LC). De hecho, según
doctrina jurisprudencial, el único escenario en el que puede admitirse una ejecución de créditos
contra la masa es el que se abre con la aprobación del convenio, dado que se levantan los efectos
de la declaración de concurso. En caso de liquidación, los acreedores de créditos contra la masa
deberán instar el pago dentro de la liquidación, conforme a las reglas concursales, y sin
necesidad de iniciar otra ejecución dentro de la ejecución universal (v. SSTS de 17 de enero de
2013 y 9 de diciembre de 2014; y RDGRN de 29 de mayo de 2013; también las SSTS de 12 de
diciembre de 2014 y 6 de abril de 2017). Ahora bien, esto no será aplicable a los créditos que se
concedan al concursado para financiar el plan de viabilidad necesario para atender el
cumplimiento del convenio, los cuales se satisfarán en los términos fijados en el convenio (art.
100.5-II LC).
En caso de liquidación, antes de proceder a la distribución entre los acreedores concursales han
de separarse las cantidades necesarias para satisfacer los créditos contra la masa que aún se
encontrasen pendientes de pago, lo que constituye la denominada prededucción (art. 154-I LC), si
bien esta prioridad cede frente a los acreedores con privilegio especial, ya que esas deducciones
para atender el pago de los créditos contra la masa se harán en todo caso con cargo a los bienes
y derechos no afectos al pago de créditos con privilegio especial (art. 154-II LC) (v. SSTCJ de 11 de
noviembre y 9 de diciembre de 2014; y SSTS de 12 de diciembre de 2014 y 18 de febrero de 2015).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
I. La masa pasiva
1. La integración de la masa pasiva
La masa pasiva del concurso se integra por los créditos contra el concursado existentes en la
fecha de la declaración de concurso. Esos créditos reciben el nombre de créditos concursales,
que se convertirán en concurrentes cuando sean reconocidos. Una vez verificados los créditos,
habrán de ser clasificados en algunas de las categorías legalmente previstas –privilegiados,
ordinarios o subordinados-, para ser satisfechos de acuerdo con el convenio judicialmente
aprobado o con lo que se obtenga de la liquidación de la masa activa. La comunicación, el
reconocimiento y la clasificación de los créditos constituyen, por tanto, las operaciones
concursales relativas a la masa pasiva.
Como ocurría con el principio de universalidad de la masa activa, la Ley Concursal pone el
acento en la universalidad de la masa pasiva, al incluir expresamente en la masa pasiva a todos
los acreedores del deudor, cualesquiera que sean la clase del crédito que detenten y su
nacionalidad o domicilio ( art. 49.1LC), de manera que, aunque el crédito no haya sido
reconocido en el procedimiento quedará de derecho integrado en la masa pasiva. Junto a esta
regla general, la norma se refiere al caso concreto del concurso de persona casada en régimen
de gananciales o cualquier otro de comunidad de bienes, en el que quedarán integrados en la
masa pasiva del cónyuge deudor, los créditos contra el cónyuge del concursado que sean,
además, créditos de los que deba responder la sociedad o comunidad conyugal ( art. 49.2LC).
Por excepción al principio de universalidad del concurso, no integran la masa pasiva: los
titulares de créditos con privilegios sobre los buques y las aeronaves en los términos previstos
en la norma ( art. 76.3LC) y los titulares de créditos que puedan continuar o iniciar ejecución
separada sobre bienes o derechos que no resulten necesarios para el ejercicio de la actividad
profesional o empresarial del deudor con arreglo a lo dispuesto en la ley (art. 55.1-II y 56 LC).
Además, frente a los acreedores concursales se encuentran los titulares de créditos contra la
masa ( art. 84.1LC), que son por su propia naturaleza créditos extraconcursales y no se
someten a los efectos del concurso ni formal ni sustancialmente, de modo que no se integran en
la masa pasiva.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
I. La masa pasiva
2. La comunicación y el reconocimiento de créditos
Por regla general, para que los créditos sean reconocidos es preciso que sean puestos de
manifiesto en el procedimiento. La comunicación de créditos es la solicitud de los acreedores del
reconocimiento de sus derechos, que deberá realizarse, dentro del plazo de un mes a contar
desde el día siguiente a la publicación en el Boletín Oficial del Estado del auto de declaración de
concurso (art. 21.1-5.º en relación con el art. 23.1-II LC), con las formalidades legalmente
establecidas. Dicha solicitud se produce mediante un escrito dirigido a la administración
concursal donde se expresarán los datos de identidad del acreedor y los relativos al crédito, y se
indicará un domicilio o una dirección electrónica para que se practiquen las oportunas
comunicaciones. El escrito podrá presentarse en el domicilio designado al efecto o por medios
electrónicos ( art. 85 LC). La Ley regula el supuesto particular de concursos simultáneos de
deudores solidarios, en los que el acreedor podrá comunicar el crédito en todos los concursos, si
bien como la suma de lo percibido en los diferentes concursos no puede superar el importe total
del crédito ( art. 161.1LC), se exige al acreedor que exprese en cada escrito de comunicación si
se ha efectuado o se va a efectuar la comunicación en los demás concursos ( art. 85.5LC).
No obstante la necesidad de comunicación del crédito en ese plazo inicial, la Ley Concursal
contempla también la posibilidad de que se presenten comunicaciones de nuevos créditos con
posterioridad, una vez concluido el plazo de impugnación de la lista de acreedores y hasta la
presentación de los textos definitivos ( art. 96 bisLC). Se trata de comunicaciones
extemporáneas de créditos que serán reconocidos o excluidos por la administración concursal
conforme a las reglas generales. Ahora bien, salvo que se trate de créditos que deban ser
necesariamente reconocidos por la administración concursal ( art. 86.2LC), el acreedor que no
comunique su crédito no será considerado acreedor en el concurso y aquel que lo comunique
tardíamente o por una comunicación posterior al plazo de impugnación verá subordinado su
crédito (art. 92-1.º LC y STS de 13 de mayo de 2011), a no ser que, en este último caso, el acreedor
justifique que no tuvo noticia antes de la existencia del crédito, clasificándose entonces según su
naturaleza ( art. 96 bis.1LC).
La Ley Concursal regula unos supuestos especiales de reconocimiento, entre los que destacan los
créditos condicionales, los litigiosos, algunos créditos públicos y los créditos con garantía
personal ( art. 87 LC). Dentro de los primeros se diferencian, los créditos sometidos a
condición resolutoria y los créditos sometidos a condición suspensiva. Los créditos sometidos a
condición resolutoria son tratados en el concurso como créditos puros, aunque se reconocerán
como condicionales, y disfrutarán de los derechos concursales que correspondan a su cuantía y
calificación en tanto no se cumpla la condición. Esos créditos tienen, pues, derecho a participar
en el concurso y, en consecuencia, habrán de ser satisfechos, a menos que se produzca con
anterioridad el cumplimiento de la condición. Si la condición resolutoria se verificara después
del pago, el acreedor deberá devolver a la masa las cantidades cobradas, sin perjuicio, además,
de la responsabilidad en que dicho acreedor hubiere podido incurrir frente a la masa o frente a
los acreedores. Para asegurar la devolución de las cantidades percibidas, cuando el juez del
concurso estime probable el cumplimiento de la condición, podrá, a petición de parte, acordar la
constitución de una garantía. El mismo reconocimiento se atribuye a los créditos de Derecho
público de las Administraciónes públicas y sus organismos públicos que a la fecha de la
declaración de concurso hubieran sido recurridos en vía administrativa o jurisdiccional.
Los créditos sometidos a condición suspensiva, a los que se equiparan los créditos litigiosos, serán
reconocidos en el concurso como créditos contingentes sin cuantía propia y con la calificación
que corresponda, admitiéndose a sus titulares como acreedores en el concurso, pero con los
derechos concursales de adhesión, de voto y de cobro en suspenso. Por tanto, dichos créditos no
deberán ser pagados, a menos que se verificara la condición. Cuando el juez del concurso estime
probable ese cumplimiento, podrá, a petición del acreedor, ordenar que se constituyan
provisiones con cargo a la masa activa del concurso. Si el crédito contingente no llegara a
confirmarse, esas provisiones se utilizarán para pagar a los restantes acreedores. La
confirmación del crédito contingente o su reconocimiento en sentencia firme o susceptible de
ejecución provisional, otorgará a su titular la totalidad de los derechos concursales que
correspondan a su cuantía y clasificación. También se reconocerán como contingentes hasta su
cuantificación, los créditos de Derecho público de las Administraciónes públicas y sus
organismos públicos que pudieran resultar de procedimientos de comprobación o inspección, y
los créditos tributarios o de la seguridad social por las cantidades defraudadas a la Hacienda
Pública o a la Tesorería General de la Seguridad Social cuando no existiera liquidación
administrativa.
Los créditos que tengan una garantía personal se reconocerán por su importe, sin perjuicio de la
sustitución del acreedor por el garante que realizara el pago y teniendo en cuenta que, en caso
de pago por el fiador, el crédito se calificará de la forma que resulte menos gravosa para el
concurso entre las que correspondan al acreedor y al fiador ( art. 87.6LC; v. SSTS de 22 de
diciembre de 2011 y 25 de mayo de 2012). Cuando el garante hubiese realizado un pago parcial,
el acreedor tendrá derecho a que se incluya en la lista de acreedores tanto la parte del crédito
garantizado que todavía no haya sido satisfecha como el crédito de reembolso del garante (
art. 87.7LC; v. STS de 17 de abril de 2012). En cuanto a las comunicaciones posteriores, la
administración concursal deberá resolver sobre las mismas en la lista de acreedores definitiva
(art. 96 bis.2).
Todas las cuestiones que se susciten en materia de reconocimiento de créditos serán tramitadas
y resueltas por medio de incidente concursal.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
I. La masa pasiva
3. El cómputo de los créditos
El cómputo de los créditos en dinero dentro del concurso permite determinar el volumen total
de la masa pasiva y la importancia de cada crédito, así como fijar los quorum y las mayorías en
las juntas de acreedores en caso de convenio y establecer las respectivas cuotas de satisfacción si
se produce la liquidación. Esta valoración dineraria, como efecto propio del concurso, sólo
alcanza a los créditos concursales, cualquiera que sea su clase, pero no a los créditos contra la
masa. Se trata únicamente de una cuantificación del pasivo, de modo que los créditos ni se
convierten en dinero ni se modifican. La conversión de los créditos en dinero y el vencimiento
anticipado sólo se producirán en el caso de que se abra la fase de liquidación ( art. 146 LC),
pero las consecuencias de la regla del cómputo dinerario son importantes como medida de los
derechos de los acreedores en el concurso: los créditos expresados en otra moneda se
computarán en la de curso legal según el tipo de cambio oficial a la fecha de la declaración de
concurso; los créditos que tuvieran por objeto prestaciones no dinerarias o prestaciones
dinerarias determinadas por referencia a un bien distinto del dinero se computarán por el valor
de las prestaciones o del bien en la fecha de la declaración de concurso, y los créditos que
tuvieran por objeto prestaciones dinerarias futuras se computarán por su valor a la fecha de la
declaración de concurso, efectuándose la actualización conforme al tipo de interés legal vigente
en ese momento.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
II. La clasificación de los créditos concursales
4. Las clases de créditos
Los créditos incluidos en la lista de acreedores habrán de clasificarse en alguna de estas tres
categorías: privilegiados, ordinarios y subordinados ( art. 89.1 LC). Para salvaguardar al
máximo el principio de la par condicio creditorum y, en definitiva, aumentar el grado de
satisfacción de los acreedores comunes, sólo tendrán la consideración de créditos privilegiados
los previstos en la Ley Concursal (art. 89.2), y determinados créditos tienen por imperativo legal
la condición de subordinados o postergados. Todos aquellos créditos que no merezcan la
calificación de privilegiados o de subordinados serán créditos ordinarios ( art. 89.3LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
II. La clasificación de los créditos concursales
5. Los créditos privilegiados
A. Los créditos con privilegio especial
Los créditos con privilegio especial constituyen en su mayoría créditos dotados de garantía real y
afectan a determinados bienes o derechos de la masa activa( art. 89.2 LC), por lo que su pago
se realizará en todo caso con cargo a los bienes y derechos afectos ( art. 155.1LC). Como ya
sabemos, en determinados casos los titulares de estos créditos gozan del derecho de ejecutar
separadamente su garantía ( arts. 56 y 57 LC). Además, la administración concursal podrá
decidir el rescate del bien afecto asumiendo la masa la obligación ( arts. 56.2 y 155.2LC). En
caso de convenio, los titulares de estos créditos quedarán afectados cuando hubieran votado a
favor de la propuesta que resultare aceptada, si bien podrán verse también vinculados por el
convenio cuando concurran determinadas mayorías de acreedores de su misma clase según la
clasificación de estos acreedores en laborales, públicos, financieros y resto de acreedores
privilegiados contenida en la lista de acreedores elaborada por la administración concursal (art.
134.2 y 3 en relación con el art. 94.2LC). En caso de liquidación, el bien afecto podrá ser
ejecutado colectivamente ( arts. 148 y 149 LC), ya que, una vez abierta la liquidación, el
acreedor pierde su derecho de ejecución separada ( art. 57.3LC).
Son créditos con privilegio especial los siguientes ( art. 90 LC): los créditos garantizados con
hipoteca voluntaria o legal, inmobiliaria o mobiliaria, o con prenda sin desplazamiento, cuyo
privilegio recae sobre los bienes o derechos hipotecados o pignorados (v., en relación con la
hipoteca legal tácita, SSTS 15 y 21 de julio de 2014); los créditos garantizados con anticresis, cuyo
privilegio recae sobre los frutos del inmueble gravado; los créditos refaccionarios, cuyo
privilegio recae sobre los bienes refaccionados, entre los que se incluyen los créditos
refaccionarios de los trabajadores sobre los objetos que hubieran elaborado mientras sean
propiedad o estén en posesión del concursado; los créditos por cuotas de arrendamiento
financiero (STS de 28 de julio de 2011) o plazos de compraventa con precio aplazado de bienes
muebles o inmuebles, a favor de los arrendadores o vendedores y, en su caso, de los
financiadores, cuyo privilegio recae sobre los bienes arrendados o vendidos con reserva de
dominio, con prohibición de disponer o con condición resolutoria en caso de falta de pago; y los
créditos con garantía de valores representados mediante anotaciones en cuenta, cuyo privilegio
recae sobre los valores gravados.
Para que todos esos créditos puedan ser clasificados con privilegio especial, la garantía deberá
estar constituida con los requisitos y formalidades previstos en su legislación específica para su
oponibilidad a terceros ( art. 90.2LC: STS de 28 de julio de 2011; en relación con el crédito
refaccionario, v. STS de 22 de abril de 2014, y en relación con la condición resolutoria, v. STS de
24 de febrero de 2015), salvo en el caso de la hipoteca legal tácita y del privilegio refaccionario
de los trabajadores.
En último lugar, tienen la consideración de créditos con privilegio especial los garantizados con
prenda, cuyo privilegio recaerá sobre los bienes o derechos pignorados que estén en posesión del
acreedor o de un tercero. La prenda deberá constar en documento público, salvo que se tratare
de una prenda de créditos de la masa activa, en cuyo caso bastará con que conste en documento
con fecha fehaciente anterior a la declaración de concurso. Y si se tratare de prenda sobre
créditos futuros será necesario que, antes de la declaración de concurso, concurran dos
requisitos: que los créditos futuros nazcan de contratos perfeccionados o de relaciones jurídicas
constituidas antes de la declaración de concurso; que la prenda esté constituida en documento
público o, en el caso de prenda sin desplazamiento, se hubiera inscrito en el registro público
correspondiente (v., sobre la prenda de créditos, SSTS de 18 de marzo de 2016 y 13 de marzo de
2017).
Para todos los supuestos, el privilegio especial solo alcanzará la parte del crédito que no exceda
del valor de la respectiva garantía que conste en la lista de acreedores y calculado con arreglo a
las previsiones normativas, de tal modo que el importe del crédito que exceda del valor de la
garantía será calificado según su naturaleza (art. 90.3 en relación con el art. 94.5LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
II. La clasificación de los créditos concursales
5. Los créditos privilegiados
B. La cuantificación del crédito con garantía: deducciones del valor razonable
Dado que el privilegio especial estará limitado al valor razonable del bien o derecho sobre el que
se hubiera constituido la garantía, la lista de acreedores habrá de contener una valoración de las
garantías constituidas en aseguramiento de los créditos que gocen de privilegio especial
conforme a las directrices establecidas en la ley ( art. 94.5 LC). En líneas generales, para
determinar la cuantía de un determinado crédito con garantía hay que atender al valor
razonable de los bienes y derechos de la masa activa. Habrá que valorar el bien para comprobar
si el crédito o los créditos garantizados son superiores o no al valor del bien, y, por tanto, si el
valor del bien cubre o no la responsabilidad garantizada. En este sentido, el concepto de valor
razonable, es distinto del valor de tasación que consta en la inscripción de la garantía, y sus
parámetros se establecen expresamente según se trate de bienes inmuebles, de valores
mobiliarios o de otro tipo de bienes o derechos (art. 94.5-II). Una vez determinado el valor
razonable, la administración concursal procederá a realizar dos deducciones : En primer lugar,
habrá de reducirse un diez por ciento en concepto de gastos de ejecución (la norma establece
que el valor de la garantía se determina sobre los nueve décimos del valor razonable del bien).
En segundo lugar, será necesario deducir del valor del bien los créditos que gozan de garantía
sobre el mismo bien. Esta segunda operación hay que hacerla en todos los casos en los que
existan dos o más garantías que graven un mismo bien, con independencia de que el valor del
bien cubra o no los créditos garantizados, ya que, en última instancia, el valor del bien
determina la extensión de la garantía. Además, los créditos con garantía de mejor rango reducen
el valor de los créditos con garantía de peor rango, de modo que para obtener el verdadero valor
de la garantía es necesario deducir del valor razonable del bien sobre el que ésta recae el
importe de los créditos pendientes que gocen de garantía preferente sobre el mismo bien. Un
ejemplo podría ilustrar lo que decimos: cuando un inmueble esté gravado con dos hipotecas,
una primera de 100 y una segunda de 50, y una vez valorado «a efectos concursales», resulta que
su valor es de 75; el primer crédito hipotecario quedará reducido, en cuanto crédito con
privilegio especial dentro del concurso, a 75, y por los 25 restantes, pasará a ser crédito
ordinario; y el segundo crédito hipotecario pasará a ser crédito ordinario. En cambio, si ese
mismo inmueble, gravado con dos hipotecas, una primera por 100 y otra segunda por 50, una
vez valorado «a efectos concursales», resulta que vale 125, el primer crédito hipotecario será
crédito con privilegio especial en su integridad, mientras que el segundo crédito hipotecario
quedará reducido, en cuanto crédito con privilegio especial, a 25, y por los 25 restantes, pasará a
ser crédito ordinario.
En definitiva, por la vía de la cuantificación del crédito con garantía, el acreedor, sin perder la
garantía, podría perder su condición privilegiada dentro del procedimiento concursal. Ahora
bien, hay que tener presente que la valoración de las garantías en el seno del concurso de
acreedores solo tiene efectividad en relación con el procedimiento, de modo que no se altera la
naturaleza y alcance de las garantías registradas ni las reglas establecidas para la ejecución de
las garantías fuera del concurso.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
II. La clasificación de los créditos concursales
5. Los créditos privilegiados
C. Los créditos con privilegio general
Los créditos con privilegio general recaen sobre todo el patrimonio del deudor ( art. 89.2 LC).
En caso de convenio, reciben el mismo tratamiento que los créditos con privilegio especial; pero
en caso de liquidación se satisfarán con cargo a los bienes no afectos a privilegio especial, por el
orden legalmente establecido y, en su caso, a prorrata dentro de cada número ( art. 156.1LC).
Son créditos concursales con privilegio general los siguientes ( art. 91 LC):
1.º Los créditos por salarios que no tengan reconocido privilegio especial ni constituyan créditos
contra la masa, en la cuantía que resulte de multiplicar el triple del salario mínimo
interprofesional por el número de días de salario pendientes de pago, así como las
indemnizaciones por despido o accidente de trabajo anteriores a la declaración judicial de
concurso. El mismo privilegio se reconoce a las indemnizaciones derivadas de accidentes de
trabajo y enfermedad profesional y a los recargos sobre las prestaciones por incumplimiento de
las obligaciones en materia de salud laboral anteriores a la declaración de concurso.
3.º Los créditos de personas naturales por trabajo personal no dependiente y los que
correspondan al autor por la cesión de los derechos de explotación de una obra objeto de
propiedad intelectual, devengados durante los seis meses anteriores a la declaración de
concurso.
4.º Los créditos tributarios y demás de Derecho público, así como los créditos de la Seguridad
Social que no gocen de privilegio especial ni del privilegio general del número segundo, pero
sólo hasta el 50 por 100 de su importe (v. SSTS de 21 de enero, 22 de junio, 29 de junio y 1 de
septiembre de 2009; en general, sobre la clasificación de los créditos tributarios, v. SSTS de 29 de
septiembre de 2010 y de 17 de marzo, 6 de abril, 3 de octubre de 2011 y 10 de enero de 2012; y
sobre la expresión «demás de Derecho público», v. SSTS de 16 de julio de 2013 y 23 de mayo de
2018). Se tramitarán en concurrencia con estos créditos, los derivados de responsabilidad
extracontractual por los daños personales no asegurados.
5.º Los demás créditos por responsabilidad civil extracontractual, así como los créditos en
concepto de responsabilidad civil derivada de delito contra la Hacienda Pública y contra la
Seguridad Social.
6.º Los créditos que supongan nuevos ingresos de tesorería concedidos en el marco de un
acuerdo de refinanciación (art. 71.bis y disp. ad. 4.ª LC), en la cuantía no reconocida como
crédito contra la masa (art. 84.2-11.º LC).
7.º Los créditos de que fuera titular el acreedor a instancia del cual se hubiere declarado el
concurso, pero sólo hasta el cincuenta por ciento de su importe y siempre que no merecieran la
calificación de subordinados.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
II. La clasificación de los créditos concursales
6. Los créditos subordinados
A. La relación de créditos subordinados
1.º Los créditos que sean reconocidos tardíamente o por comunicaciones posteriores al plazo de
impugnación ( art. 96 bis.1LC), si bien la subordinación no afectará a los créditos cuya
existencia resultare del propio concurso o de otro procedimiento judicial y a aquellos para cuya
determinación sea precisa la actuación de comprobación de las Administraciones públicas (v.
STS de 31 de enero de 2011).
2.º Los créditos que se hubieran postergado respecto de todos los demás mediante un contrato.
3.º Los créditos por recargos e intereses de cualquier clase devengados con anterioridad a la
declaración de concurso (SSTS de 21 de enero y 22 de junio de 2009, de 17 de marzo de 2011 y de
25 de mayo de 2012), salvo los correspondientes a créditos con garantía real hasta donde alcance
la respectiva garantía. Se incluyen en este número los intereses devengados por los créditos
salariales tras la declaración de concurso ( art. 59.1LC).
Dentro de este grupo habrá que incluir –excepcionalmente y conforme a lo ya expuesto– a los
créditos por intereses devengados de los nuevos ingresos de tesorería concedidos en el marco de
un acuerdo de refinanciación, durante el régimen transitorio de dos años previsto en la
disposición adicional segunda del Real Decreto-ley 4/2014, de 7 de marzo, por el que se
adoptan medidas urgentes en materia de refinanciación y reestructuración de deuda
empresarial.
4.º Los créditos por multas y demás sanciones pecuniarias (v. SSTS de 6 de abril y 1 de julio de
2011).
5.º Los créditos de que fuera titular alguna de las personas especialmente relacionadas con el
deudor (STS de 10 de octubre de 2011), siempre que no se trate de créditos salariales que gocen
de privilegio general cuando el concursado sea persona natural, y de créditos diferentes de los
préstamos o actos con análoga finalidad de los que sean titulares los socios ilimitadamente
responsables de las deudas sociales, los socios titulares de un cinco por ciento del capital social
en caso de sociedades cotizadas, y los titulares de un diez por ciento si la sociedad no tuviera
valores admitidos a negociación en mercado secundario oficial (art. 93.2-1.º y 3.º LC) (v. SSTS de
29 de diciembre de 2014 y 15 de marzo de 2017). A estas excepciones se añaden los créditos por
alimentos nacidos y vencidos antes de la declaración de concurso, que tendrán la consideración
de créditos ordinarios.
6.º Los créditos que, como consecuencia de una acción de reintegración de la masa, resulten a
favor de quien haya sido declarado parte de mala fe en el acto impugnado.
7.º Los créditos derivados de los contratos con obligaciones recíprocas ( arts. 61, 62, 68 y
69 LC) cuando el juez constate, previo informe de la administración concursal, que el
acreedor obstaculiza de forma reiterada el cumplimiento del contrato en perjuicio del concurso.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
II. La clasificación de los créditos concursales
6. Los créditos subordinados
B. Las personas especialmente relacionadas con el concursado
El supuesto más destacado de subordinación es, sin duda, el de los créditos de las personas
especialmente relacionadas con el concursado. Como ya hiciera a propósito de los contratos
concluidos con el concursado dentro de los dos años anteriores a la declaración de concurso, la
Ley Concursal considera, aunque ahora sin posibilidad de prueba en contrario, que los créditos
que esas personas pudieran haber concedido al concursado no pueden ser tratados del mismo
modo que los restantes créditos, sino que deben subordinarse. La determinación de las personas
especialmente relacionadas con el deudor se realiza atendiendo a si el concursado es persona
natural o persona jurídica.
En caso de persona natural tienen esa consideración, sin posibilidad de alegación alguna en
contrario ( art. 93.1LC):
1.º El cónyuge del concursado, su pareja de hecho inscrita o las personas que convivan con el
concursado con análoga relación de afectividad y quienes hubieran tenido esa condición dentro
de los dos años anteriores a la declaración de concurso.
2.º Los ascendientes, descendientes y hermanos tanto del concursado como de su cónyuge o
asimilado.
3.º Los cónyuges de los ascendientes, de los descendientes y de los hermanos del concursado.
4.º Las personas jurídicas controladas por el concursado o por las personas físicas relacionadas
especialmente con él o sus administradores de hecho o de derecho. Se presumirá que existe
control en las situaciones previstas en el artículo 42.1 del Código de Comercio.
5.º Las personas jurídicas que formen parte del mismo grupo de empresas que las controladas
por el concursado o por las personas físicas relacionadas especialmente con él.
6.º Las personas jurídicas de las que el concursado y las demás personas físicas relacionadas
especialmente con él sean administradores de hecho o de derecho.
1.º Los socios ilimitadamente responsables de las deudas sociales y los socios titulares de un
cinco o de un diez por ciento del capital social, según que la sociedad cotice o no en bolsa.
Cuando estos socios sean personas naturales, la presunción se extiende a las personas
especialmente relacionadas con ellos con arreglo a las previsiones anteriores.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
III. La lista de acreedores
7. La estructura y el contenido de la lista de acreedores
Junto con el informe y el inventario de bienes, la administración concursal debe presentar una
lista de acreedores, que constituye la expresión documental de la masa pasiva y el resultado de
la tarea de reconocimiento de créditos en el concurso, consecuencia, a su vez, de la
comunicación de créditos o de la constancia del crédito en el procedimiento por cualquier otra
vía.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 54. La masa pasiva del concurso de acreedores
III. La lista de acreedores
8. La impugnación de la lista de acreedores
La lista de acreedores, como el inventario de bienes, puede ser impugnada por cualquier
interesado dentro del plazo legalmente previsto ( art. 96 LC), razón por la cual se establecen
la notificación y las medidas de publicidad de estos documentos ( art. 95.2 y 3LC; v. STC de 21
de julio de 2014). Las impugnaciones, que podrá referirse a la inclusión o a la exclusión de
créditos de la lista, así como a la cuantía o a la clasificación de los reconocidos ( art. 96.3LC), se
sustanciarán por el trámite del incidente concursal, y, como ocurría con las impugnaciones al
inventario, podrán ser acumuladas de oficio por el juez para resolverse conjuntamente ( art.
96.5LC), además, deberán hacerse constar, inmediatamente después de su presentación, en el
Registro Público Concursal ( art. 96.6LC). Cuando las impugnaciones afecten a menos del
veinte por ciento del pasivo del concurso el juez podrá ordenar la finalización de la fase común
y la apertura de la fase de convenio o de liquidación, sin perjuicio del reflejo que las
impugnaciones puedan tener en la lista de acreedores definitiva y las medidas cautelares que
pueda adoptar para su efectividad ( art. 96.4LC). En todo caso, dentro de los cinco días
siguientes a la notificación de la última sentencia resolutoria de las impugnaciones, la
administración concursal deberá introducir en la lista de acreedores las modificaciones que
procedan y presentará al juez el texto definitivo ( art. 96.5LC).
Finalmente, y como vimos para el inventario de bienes, por regla general, quienes no
impugnaren en tiempo y forma la lista de acreedores no podrán ya plantear pretensiones de
modificación de su contenido, aunque sí podrán recurrir las modificaciones introducidas como
consecuencia de otras impugnaciones ( art. 97.1LC; v. STS de 4 de noviembre de 2016).
Ahora bien, en el supuesto de la lista de acreedores, el texto definitivo podrá modificarse no solo
cuando se resuelva la impugnación de las modificaciones introducidas en la lista como
consecuencia de las comunicaciones posteriores (art. 96 bis), sino también como consecuencia
de un procedimiento administrativo de comprobación o inspección del que puedan resultar
créditos públicos, un proceso penal o laboral que pueda suponer el reconocimiento de un crédito
concursal; o bien ante el cumplimiento de la condición o contingencia prevista o el
reconocimiento o confirmación de un crédito por acto administrativo, laudo o resolución
procesal firme o susceptible de ejecución provisional. En todos estos casos, el crédito resultante
habrá de tener la clasificación que le corresponda según su naturaleza y la modificación del
texto definitivo de la lista de acreedores se sustanciará conforme al procedimiento previsto en la
norma ( art. 97 y 97 bisLC). La tramitación de ese procedimiento de modificación no
impedirá la continuación de la fase de convenio o de liquidación, aunque el juez podrá adoptar
las medidas cautelares que considere oportunas en cada caso para asegurar la efectividad de la
modificación que se acuerde ( art. 97 terLC; v., infra, Lección 55).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 55. El Informe de la Administración concursal
I. El informe de la administración concursal
1. La función principal de la administración concursal
La administración concursal está facultada para actuar a lo largo del procedimiento y, como
hemos visto, le corresponde intervenir o sustituir al concursado, cuyas facultades patrimoniales
quedan limitadas por efecto de la declaración de concurso, le compete también el ejercicio de
acciones de la masa que, fuera del concurso, habrían correspondido a los acreedores, así como
otras funciones importantes en todas las fases del procedimiento. En la fase común debe emitir
el informe central del concurso, elaborar el inventario de la masa activa y la lista de acreedores.
En la fase de convenio, habrá de evaluar el contenido de la propuesta de convenio. En la fase de
liquidación, debe elaborar el plan de liquidación, llevar a cabo las operaciones de liquidación y
pago de los créditos, emitir informes trimestrales y un informe final de liquidación. Además, con
la conclusión del procedimiento, debe emitir otro informe y acompañarlo de la correspondiente
rendición de cuentas, y cuando se abra la sección de calificación deberá emitir un informe sobre
los hechos relevantes para la calificación del concurso.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Quinta parte. El derecho concursal
Lección 55. El Informe de la Administración concursal
I. El informe de la administración concursal
2. El deber de elaborar el informe
El plazo para la presentación del informe será de dos meses, contados a partir de la fecha de
aceptación del cargo ( art. 74.1 LC), si bien podrá ser prorrogado por el juez cuando
concurran determinadas circunstancias ( art. 74.2LC): en primer lugar, en caso de apreciarse
circunstancias excepcionales, cuando lo solicite la administración concursal antes de que expire
el plazo legal, por tiempo no superior a dos meses más. No obstante, el administrador que haya
sido nombrado en, al menos, tres concursos en tramitación no podrá solicitar prórroga para la
emisión de su informe, salvo que justifique que existen causas ajenas a su ejercicio profesional.
En segundo lugar, si al vencimiento del plazo de dos meses no hubiera concluido el plazo de
comunicación de créditos, a solicitud de la administración concursal, hasta los cinco días
siguientes a la conclusión del plazo. Y, en tercer lugar, cuando el número de acreedores exceda
de dos mil, la administración concursal podrá solicitar una prórroga por tiempo no superior a
cuatro meses más ( art. 74.3LC). Ahora bien, en los supuestos de procedimiento abreviado, el
administrador concursal deberá presentar el informe en el plazo de un mes, contado a partir de
la aceptación del cargo y, razonadamente, podrá solicitar al juez una prórroga que en ningún
caso excederá de 15 días ( art. 191.2LC).
Con una antelación mínima de diez días previos a la presentación del informe al juez, la
administración concursal debe dirigir una comunicación electrónica al deudor y a los
acreedores informándoles del proyecto de inventario y de la lista de acreedores. Los acreedores
podrán solicitar a la administración concursal, igualmente por medios electrónicos, hasta tres
días antes de la presentación del informe al juez, que se rectifique cualquier error o que se
complementen los datos comunicados. Y se prevé la publicidad en el Registro Público Concursal
tanto de la comunicación, como de la relación de las solicitudes de rectificaciones y
complemento presentadas ( art. 95.1LC). La presentación del informe al juez se notificará a
quienes se hayan personado en el concurso y se publicará también en el Registro Público
Concursal y en el tablón de anuncios del juzgado ( art. 95.2LC), sin perjuicio de que el juez
acuerde, de oficio o a instancia de interesado, cualquier publicidad complementaria que
considere imprescindible, en medios oficiales o privados ( art. 95.3LC).
El transcurso de los plazos fijados sin que la administración concursal haya presentado el
informe y los documentos complementarios representa un incumplimiento grave de una de las
principales funciones del administrador concursal, que podrá ser sancionado. Por un lado,
podrá generar responsabilidad por los daños causados a la masa, al deudor o a los acreedores (
art. 36 LC); por otro, será justa causa de separación del cargo ( art. 37 LC). Y llevará consigo
la pérdida de la remuneración a la que tuviera derecho y la devolución de las cantidades que
hubiera percibido en ese concepto ( art. 74.4LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 55. El Informe de la Administración concursal
II. La estructura y contenido del informe y los documentos anejos
3. La estructura y contenido del informe
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Lección 55. El Informe de la Administración concursal
II. La estructura y contenido del informe y los documentos anejos
4. Los documentos anejos al informe
El informe irá acompañado de cuatro documentos básicos para la continuación del concurso: el
inventario de la masa activa, la lista de acreedores, un escrito de evaluación de las propuestas de
convenio o del plan de liquidación y, cuando se trate de un empresario, una valoración de la
empresa en su conjunto y de las unidades productivas que la integran bajo la hipótesis de
continuidad de las operaciones y liquidación.
El inventario de la masa activa reflejará los bienes con los que cuenta el deudor para la
satisfacción de sus acreedores, de modo que, como vimos (v., supra, Lección 53), habrá de
acompañarse de una relación de los litigios en tramitación y de las acciones de reintegración a
ejercitar por la administración concursal. Por su parte, la lista de acreedores contiene los
derechos de crédito que pueden hacerse valer en el concurso ( art. 94 LC; v., supra, Lección
54) y recogerá una relación de los acreedores incluidos, otra relación de los acreedores
excluidos, y una relación separada, donde se detallarán y cuantificarán los créditos contra la
masa devengados y pendientes de pago, con expresión de los vencimientos respectivos.
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III. El control de la actuación de la administración concursal
5. La impugnación del inventario y de la lista de acreedores
Por otro lado, dentro del plazo de diez días siguientes a la puesta de manifiesto de los textos
definitivos podrán impugnarse las decisiones de la administración concursal sobre las
comunicaciones extemporáneas de créditos que se sustanciarán por los trámites del incidente
concursal. A esas impugnaciones, que no impedirán la continuación de la fase de convenio o de
liquidación, se les aplicará la regulación sobre efectos de la modificación de la lista definitiva de
acreedores ( art. 97 terLC).
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III. El control de la actuación de la administración concursal
6. El control judicial
6. EL CONTROL JUDICIAL
Para la supervisión general el órgano judicial contará con la información que le suministre la
administración concursal en los informes que debe presentar durante el concurso (el informe de
la administración concursal – art. 75 LC–, los informes trimestrales sobre el estado de las
operaciones de liquidación – art. 152.1LC–, el informe final de las operaciones realizadas en la
liquidación - art. 152.2LC–, y el informe previo a la conclusión del concurso - arts. 176.2 y
176 bis.3LC–), si bien podrá requerir información extraordinaria en cualquier momento del
concurso ( art. 35.4LC). Como consecuencia de la supervisión, el juez del concurso podrá
dirigir advertencias a la administración concursal, exigir su presencia cuando sea necesario
para el desarrollo del concurso y, en los casos más graves, separar del cargo al administrador
que incumpliera los deberes que se le imponen en la Ley ( art. 37 LC). En lo que respecta al
control individualizado, el juez debe autorizar determinadas actuaciones de la administración
concursal, generalmente enmarcadas en la administración de la masa activa y antes de la fase de
liquidación ( art. 43 LC). La autorización se recabará siempre que lo exija la Ley y también
cuando la administración concursal lo considere conveniente. Para ello, se prevé un trámite
concreto, en el que las partes tienen la posibilidad de opinar ( art. 188 LC).
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Lección 55. El Informe de la Administración concursal
IV. La modificación del texto definitivo del inventario y de la lista de acreedores
7. La imposibilidad de modificar los textos definitivos como regla general
Por otra parte, las modificaciones del texto definitivo de la lista de acreedores solo pueden estar
dirigidas a la inclusión de nuevos créditos concursales ( art. 97.3LC), o a la novación
modificativa de la persona del acreedor ( art. 97.4LC). Del tenor literal de la norma ( art.
97.3LC) parece desprenderse que resulta improcedente la modificación de la lista definitiva de
acreedores tendente a la exclusión de determinados créditos concursales y/o a la alteración de la
clasificación de dichos créditos.
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IV. La modificación del texto definitivo del inventario y de la lista de acreedores
8. Los supuestos en los que cabe la inclusión de nuevos créditos en el texto definitivo de la
lista de acreedores
La Ley Concursal establece un conjunto heterogéneo de supuestos que pueden dar lugar a la
inclusión de nuevos créditos en el texto definitivo de la lista de acreedores ( art. 97.3LC; v. STS
de 20 de noviembre de 2018). Dicho elenco debe considerarse una lista numerus clausus, a pesar
de la cláusula de cierre contenida en el mismo («además de en los demás supuestos previstos en
esta Ley»), que parecería indicar que se trata de una lista abierta. Por lo tanto, en materia de
modificación del texto definitivo de la lista de acreedores rige el principio de taxatividad.
Los supuestos susceptibles de dar lugar a la modificación del texto definitivo de la lista de
acreedores son los siguientes: (a) cuando se resuelva la impugnación de las modificaciones
previstas en el artículo 96 bis; (b) cuando, después de presentado el informe inicial a que se
refiere el artículo 74 o el texto definitivo de la lista de acreedores, se inicie un procedimiento
administrativo de comprobación o inspección del que puedan resultar créditos de Derecho
Público de las Administraciones públicas y sus organismos públicos; (c) cuando, después de
presentado el informe inicial a que se refiere el artículo 74 o el texto definitivo de la lista de
acreedores, se inicie un proceso penal o laboral que pueda suponer el reconocimiento de un
crédito concursal; (d) cuando después de presentados los textos definitivos, se hubiera cumplido
la condición o contingencia prevista o los créditos hubieran sido reconocidos o confirmados por
acto administrativo, por laudo o por resolución procesal firme o susceptible de ejecución
provisional con arreglo a su naturaleza o cuantía; y (e) en los demás supuestos previstos en esta
Ley (por ejemplo, arts. 62.4, 73, 92-6.º, 180 LC).
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Lección 55. El Informe de la Administración concursal
IV. La modificación del texto definitivo del inventario y de la lista de acreedores
9. El procedimiento de modificación de la lista de acreedores
Por lo que respecta a la legitimación activa, del tenor literal de la norma se desprende que solo
procede la modificación de la lista definitiva a instancia de los acreedores concursales. El
deudor concursado quedaría, aparentemente, excluido para solicitar la modificación. Sin
embargo, esa interpretación resulta dudosa, de modo que parece razonable reconocer
legitimación al deudor. Y las mismas observaciones deben realizarse en relación con la solicitud
de modificación del texto definitivo de la lista de acreedores por cualquier otro interesado en el
crédito, pero que no tenga la condición de acreedor (por ejemplo, un acreedor del acreedor que
actuara ejercitando la acción subrogatoria, art. 1111 CC). Por último, también parece
quedar excluida la modificación de oficio por la propia administración concursal o por el juez
del concurso.
En cuanto a la forma y contenido de la solicitud, la Ley Concursal establece que «los acreedores
dirigirán a la administración concursal una solicitud [...]» ( art. 97 bis.1LC). La analogía con lo
previsto para la comunicación ordinaria resulta evidente ( art. 85.2LC). En consecuencia, no
parece ser necesaria la intervención de procurador y abogado. Asimismo, la solicitud de
modificación de la lista definitiva de acreedores constará de dos piezas: por un lado, el propio
escrito de solicitud y, por otro, el material probatorio necesario que acredite la existencia del
crédito y la concurrencia de las circunstancias que justifiquen la modificación pretendida.
Las opciones son entonces dos ( art. 97 bis.2LC): que el informe sea favorable o que sea
desfavorable. La tramitación, obviamente, variará en función del contenido del informe. Si el
informe es desfavorable (esto es, contrario al reconocimiento del crédito), la solicitud se
entiende rechazada y, en tal caso, existe la posibilidad de que el acreedor solicitante promueva
un incidente concursal contra esta decisión. Si el informe es favorable a la inclusión del crédito
en el texto definitivo de la lista de acreedores, deberá darse traslado del mismo a todas las partes
personadas, las cuales dispondrán de un plazo de diez días para alegar cuanto estimen
conveniente. Si no se efectúan alegaciones (o si, realizadas, no se oponen a la pretensión de
modificación de los textos definitivos), entonces el juez acordará la modificación mediante auto,
sin que contra el mismo quepa recurso alguno. En el caso de que sí se efectúen alegaciones
contrarias a la pretensión de modificación del texto definitivo de la lista de acreedores, entonces
el juez del concurso resolverá mediante auto, contra el cual cabrá interponer recurso de
apelación.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 55. El Informe de la Administración concursal
IV. La modificación del texto definitivo del inventario y de la lista de acreedores
10. Los efectos de la modificación
Por otra parte, la solicitud de modificación del texto definitivo de la lista de acreedores carece de
efectos suspensivos y, por ello, no impide la continuación de la fase solutoria del concurso, sea
esta convenida o liquidatoria ( art. 97 ter.1LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
I. Las soluciones del concurso de acreedores
1. El convenio y la liquidación como soluciones del concurso
Dos son las soluciones del concurso de acreedores: el convenio y la liquidación. La finalidad de
estas dos soluciones es la misma: la satisfacción de los acreedores. El medio empleado para ello
es diferente: el convenio pretende conseguir esa satisfacción mediante quitas y/o esperas de los
créditos acordadas por el deudor concursado con la colectividad de los acreedores concursales; y
la liquidación pretende conseguir esa misma finalidad mediante la conversión en dinero del
activo concursal para el pago, hasta donde sea posible, y por el orden legalmente establecido, a
los acreedores. En cualquiera de los casos, la solución material de la crisis puede ser la
transmisión –total o parcial– de la empresa (art. 146 bis en relación con el 100.2-III LC).
El deudor puede imponer la liquidación, sea desde el primer momento del procedimiento con la
solicitud de concurso voluntario, sea en cualquier momento de la fase común de tramitación del
concurso ( art. 142.1LC). Alternativamente, el deudor que reúna los requisitos legalmente
exigidos podrá presentar una propuesta anticipada de convenio desde el mismo momento de la
solicitud de concurso hasta la expiración del plazo de comunicación de créditos ( art. 104 LC).
Si no hubiera optado por la liquidación y no hubiera presentado tampoco propuesta anticipada
de convenio, el propio concursado y los acreedores que superen el veinte por ciento del pasivo
podrán presentar propuesta ordinaria de convenio, lo que podrán hacer en el último tramo de la
fase común e incluso –siempre que el concursado no hubiera solicitado la liquidación– hasta
cuarenta días antes de la fecha señalada para la celebración de la junta de acreedores ( art.
113 LC). Si no llegara a presentarse propuesta alguna de convenio, se abrirá de oficio la fase de
liquidación (arts. 114.3 y 143.1-1.º LC).
En todos esos casos, el convenio y la liquidación tienen carácter alternativo; pero en otros las dos
soluciones no serán alternativas, sino sucesivas. Así sucederá porque la apertura de la fase de
liquidación es preceptiva siempre que fracase la solución convenida ( arts. 142.2 y 143 LC),
en cuyo caso tiene lugar una conversión de la solución del concurso, es decir, una sucesión de
fases: de la fase de convenio se pasa a la fase de liquidación.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
II. El convenio concursal
2. El concepto, la naturaleza y el contenido del convenio
El convenio puede definirse como aquel negocio jurídico fundado en el acuerdo de voluntades
entre el deudor concursado y la colectividad de sus acreedores y sancionado por el juez del
concurso que tiene por objeto la satisfacción de los acreedores mediante las correspondientes
quitas o reducciones de los créditos y/o a través de las esperas o aplazamientos en los pagos. Se
trata de una operación compleja, en la que es necesario distinguir entre la tramitación y la
ejecución del convenio. La tramitación del convenio, que puede producirse de forma ordinaria o
de forma anticipada, incluye la conclusión del acuerdo entre el deudor y la colectividad de los
acreedores (como en cualquier contrato, propuesta y aceptación), pero también la necesaria
aprobación judicial (STS 25 de octubre de 2011). La ejecución del convenio comprende tanto la
determinación de sus efectos como el régimen de su cumplimiento o de su incumplimiento.
Se explica así que, a la hora de determinar la naturaleza jurídica del convenio, se contrapongan
tradicionalmente las teorías contractualistas y las teorías procesalistas, y que la solución sea
intermedia: el convenio comprende tanto un contrato entre el deudor y sus acreedores como un
acto procesal de aprobación judicial.
El contenido del convenio queda sometido a normas imperativas ( art. 100 LC; v. STS de 10
de enero de 2017).
A) En primer lugar, debe contener necesariamente quitas y/o esperas de los créditos. En este
sentido, hay que señalar que, si bien no se establecen límites para el alcance de las quitas y la
extensión de las esperas, por un lado, se prohíben las propuestas que alteren la cuantía de los
créditos, y, por otro, el contenido de las proposiciones de quita y/o espera tiene importantes
consecuencias:
En relación con las mayorías necesarias para la aprobación de la propuesta de convenio, habrá
que diferenciar: si las quitas son iguales o inferiores a la mitad del importe del crédito y las
esperas no superan los cinco años, para que la propuesta de convenio se considere aceptada por
la junta será necesario que vote a favor de la misma, al menos, un cincuenta por ciento del
pasivo ordinario. Si las quitas son superiores a la mitad del importe del crédito y las esperas
superan los cinco años, pero en ningún caso son superiores a diez, será necesario el voto
favorable del sesenta y cinco por ciento del pasivo ordinario. Y, en el caso de que la propuesta
consista en el pago íntegro de los créditos ordinarios en plazo no superior a tres años o en el
pago inmediato de los créditos ordinarios vencidos con quita inferior al veinte por ciento, será
suficiente que vote a su favor una porción del pasivo superior a la que vote en contra ( art. 124
LC).
Como enseguida veremos, la tramitación del convenio puede producirse de forma ordinaria o de
forma anticipada, pero, en todo caso, la propuesta de convenio deberá formularse por escrito,
que deberá ir firmado por los proponentes (el deudor o todos los acreedores que la presenten) y
también, en su caso, por aquellos terceros que presten garantías o financiación, realicen pagos o
asuman cualquier otra obligación ( art. 99.1LC). Además, deberá ir acompañada siempre de un
plan de pagos y, en caso de continuación de la actividad profesional o empresarial por el propio
concursado, se acompañará también de un plan de viabilidad, en el que se especificarán los
recursos necesarios, las condiciones de su obtención y los eventuales compromisos de terceros.
Los créditos que se concedan al concursado para financiar el plan de viabilidad se satisfarán en
los términos fijados en el convenio ( art. 100.4 y 5LC).
La propuesta no podrá ser condicionada, de modo que cuando su eficacia se someta a condición,
se tendrá por no presentada, salvo en el caso de concursos conexos, en los que la propuesta que
presente uno de los concursados podrá condicionarse a la aprobación judicial del convenio en
otro u otros de los concursos acumulados ( art. 101.2LC).
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Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
II. El convenio concursal
3. La tramitación ordinaria del convenio
A. La presentación y tramitación de la propuesta
En el modelo ordinario del concurso de acreedores, a la fase primera o fase común sucede la
fase de convenio o la fase de liquidación. Si el concursado no hubiera optado antes por la
liquidación ni se hubiese aprobado un convenio anticipado, el juez dictará necesariamente auto
poniendo fin a la fase común del concurso y abriendo la fase de convenio, auto en el que,
además, se ordenará la convocatoria de junta de acreedores ( art. 111 LC). Durante la
tramitación del convenio, seguirán siendo aplicables las normas establecidas para la fase común
en el título III de la Ley como efectos de la declaración de concurso ( art. 112 LC).
La propuesta ordinaria de convenio podrá ser presentada tanto por el deudor como por
acreedores que superen el veinte por ciento del total pasivo, en dos períodos distintos ( art.
113 LC). El primer período se extiende desde la finalización del plazo de comunicación de
créditos hasta la finalización del plazo de impugnación del inventario y de la lista de acreedores
cuando no se hayan presentado impugnaciones, y habiéndose presentado impugnaciones, hasta
la fecha en que se pongan de manifiesto en la Oficina judicial los textos definitivos de esos
documentos. El segundo período tiene carácter subsidiario: si no se hubiera presentado ninguna
propuesta de convenio con anterioridad ni tampoco hubiera el deudor solicitado la apertura de
la fase de liquidación, el juez abrirá la fase de convenio y podrán presentarse propuestas desde
el momento de la convocatoria de la junta hasta cuarenta días antes de la fecha señalada para su
celebración. Si tampoco se presentase propuesta, el juez abrirá de oficio la fase de liquidación
(arts. 114.3 y 143.1-1.º LC).
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II. El convenio concursal
3. La tramitación ordinaria del convenio
B. La aceptación por la colectividad de acreedores
La propuesta de convenio debe ser aceptada por la colectividad de los acreedores. La regla
general es que la aceptación tenga lugar en una junta, que será presidida por el juez –o,
excepcionalmente, por la administración concursal– y que se entenderá constituida con la
concurrencia de acreedores titulares de, al menos, la mitad del pasivo ordinario del concurso (
art. 116 LC). Se tendrán por presentes a efectos de quórum de constitución tanto los
acreedores firmantes de alguna de las propuestas como los que se hubieran adherido en tiempo
y forma a cualquiera de ellas, aunque no asistan a la junta ( art. 118.3LC). Tienen derecho de
asistencia todos los acreedores que figuren en la lista definitiva, quienes podrán hacerse
representar por cualquier persona, acreedor o no, que no sea el concursado o persona
especialmente relacionada ( art. 118 LC). Deben asistir a la junta tanto el concursado como los
administradores concursales, bajo amenaza de perder su retribución, aunque su
incomparecencia no determinará la suspensión de la junta, salvo que el juez así lo acordase (
art. 117 LC).
Para el cálculo de las mayorías exigidas, se computarán como votos favorables a una propuesta
los de los acreedores firmantes o adheridos que, no asistiendo a la junta, hayan sido tenidos por
presentes (art. 121.4.II LC). Con carácter general, para que una propuesta de convenio se
considere aceptada, dependiendo de su contenido serán necesarias las siguientes mayorías: el
voto favorable del cincuenta por ciento del pasivo ordinario si se trata de quitas iguales o
inferiores a la mitad del importe del crédito o de esperas no superiores a cinco años, o de la
conversión de deuda en préstamos participativos durante el mismo plazo cuando se trate de
acreedores distintos de los públicos o los laborales. El voto favorable del sesenta y cinco por
ciento del pasivo ordinario, cuando las esperas sean superiores a cinco años, pero en ningún
caso superiores a diez, y las quitas superiores a la mitad del importe del crédito, y, en el caso de
acreedores distintos de los públicos y los laborales, incluya la conversión de deuda en préstamos
participativos en el mismo plazo o recoja cualquiera de los demás contenidos posibles del
convenio con arreglo a la normativa ( art. 100 LC). Por último, bastará que vote a favor del
convenio una porción de pasivo superior de la que vote en contra, cuando la propuesta consista
en el pago íntegro de los créditos ordinarios en plazo no superior a tres años o en el pago
inmediato de los créditos ordinarios vencidos con quita inferior al veinte por ciento ( art.
124.1LC).
Por otro lado, para que se considere aceptada una propuesta de convenio que atribuya un trato
singular a algunos acreedores, se exigirá, además, el voto favorable, según los casos, de la mitad
del pasivo no afectado por el trato singular o de una porción de ese pasivo superior a la que vote
en contra ( art. 125 LC).
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II. El convenio concursal
3. La tramitación ordinaria del convenio
C. La aprobación judicial
C. La aprobación judicial
En segundo lugar, en el plazo de diez días, a contar, según los casos, desde la fecha de conclusión
de la junta o desde el día en que el Letrado de la administración de justicia hubiera verificado
que las adhesiones presentadas alcanzan la mayoría legal, puede presentarse oposición a la
aprobación del convenio ( art. 128 LC; v. SSTS de 16 de abril y 10 de mayo de 2012). La
oposición puede fundarse tanto en la infracción legal, sea del contenido del convenio, sea de la
forma o del contenido de las adhesiones, sea de la constitución o de la celebración de la junta,
como en la inviabilidad objetiva del cumplimiento del convenio. En caso de infracción legal, se
atribuye legitimación a la administración concursal, a los acreedores no asistentes, a los que
hubieran sido privados ilegítimamente del voto y a los que hubiesen votado en contra de la
propuesta aceptada, y, en caso de tramitación escrita, a los que no se hubiesen adherido a la
propuesta, mientras que en caso de inviabilidad la legitimación se restringe a la administración
concursal y a los acreedores que, encontrándose en las situaciones antes referidas, sean titulares
de, al menos, el cinco por ciento de los créditos ordinarios.
En fin, dentro del mismo plazo, el concursado que no hubiere formulado la propuesta de
convenio aceptada ni le hubiere prestado su conformidad podrá oponerse a la aprobación
judicial del convenio por infracción legal de contenido o de forma o solicitar la apertura de la
fase de liquidación. Si no presentara oposición ni solicitara la apertura de la fase de liquidación,
quedará sujeto al convenio que resultare aprobado ( art. 128.3LC).
Cuando el juez, en cualquiera de esos casos, rechace el convenio aceptado por la colectividad de
acreedores sin que proceda acordar nueva convocatoria de la junta o nueva tramitación escrita,
declarará de oficio la apertura de la fase de liquidación (arts. 129.3, 131.1 y 143.1-3.º LC).
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Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
II. El convenio concursal
4. La tramitación anticipada del convenio
El convenio anticipado constituye una especialidad que se configura con un carácter muy
restrictivo. En primer lugar, se concibe como un beneficio del deudor: la propuesta anticipada de
convenio sólo puede proceder del deudor, y no de los acreedores; y, además, la facultad de
presentar esa propuesta no se concede a cualquier deudor, sino únicamente a aquellos que se
consideran merecedores del beneficio. Se establecen, al efecto, dos prohibiciones ( art. 105 LC),
de modo que no podrá presentar propuesta anticipada de convenio el concursado que hubiera
sido condenado en sentencia firme por determinados delitos económicos, extendiéndose la
prohibición al supuesto en que la condena haya recaído en cualquiera de las personas que
ocuparan el cargo de administrador o de liquidador o lo hubieran ocupado en los tres años
anteriores, o que hubiera incumplido en alguno de los tres últimos ejercicios el deber de
depósito de las cuentas anuales.
Por otro lado, como ya sabemos, en caso de que el deudor insolvente notificara al juez
competente que se encuentra negociando con sus acreedores un convenio anticipado, se amplía
en hasta cuatro meses el plazo para el cumplimiento del deber legal de instar el propio concurso
( art. 5.bisLC).
Sin embargo, en este caso, la falta de aprobación judicial del convenio no conduce
necesariamente a la fase de liquidación, porque el concursado puede optar también por
mantener la propuesta para su tramitación por la vía ordinaria o incluso por presentar una
nueva propuesta ( art. 110.1LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
II. El convenio concursal
5. Los efectos del convenio
Los efectos del convenio se producen desde la fecha de la sentencia de aprobación, salvo que el
juez, por razón del contenido del convenio, acuerde retrasar, total o parcialmente, la eficacia
hasta la fecha en que la aprobación adquiera firmeza ( art. 133.1 LC).
A partir de ese momento, las facultades de actuación del deudor y los derechos de los acreedores
vendrán determinados por el propio convenio, si bien el concurso no finalizará hasta el
cumplimiento íntegro del convenio (arts. 141 y 176.1-2.ºLC). El convenio será obligatorio para el
concursado y para los acreedores a quienes afecta, aun cuando, por cualquier causa, no
hubieran sido reconocidos en el concurso (art. 134.1-I LC).
Por lo que se refiere al concursado, cesarán los efectos de la declaración de concurso, que
podrán ser sustituidos por las medidas prohibitivas o limitativas del ejercicio de las facultades
de administración y disposición que pueda fijar el convenio, y sin perjuicio de los deberes
generales de comparecencia, colaboración e información (arts. 133.2-I, 137.1 y 42 LC; v., en
relación al cese de los efectos del concurso sobre los acreedores, en concreto, sobre el cese de la
prohibición de compensación, STS de 8 de abril de 2016; v., también, SSTS de 3 de mayo y 25 de
septiembre de 2017).
Del mismo modo, cesará en su cargo la administración concursal, que deberá rendir cuentas
(art. 133.2-II LC), pese a lo cual conservará la legitimación para continuar con los incidentes en
curso y para actuar en la sección de calificación que hubiera de formarse ( art. 133.3LC).
Además, el propio convenio podrá encomendar a la administración concursal el ejercicio de
cualesquiera funciones, fijando la remuneración que se considere oportuna ( art. 133.4LC).
El convenio no afecta a los créditos contra la masa, que son posteriores a la apertura del
concurso, y deberán ser satisfechos a su vencimiento ( art. 84.3LC; v. STS 12 de diciembre de
2014), aunque sí quedan sujetos al mismo los créditos que se concedan al concursado para
financiar el plan de viabilidad (art. 100.5-II LC). Respecto a los acreedores concursales, es preciso
atender de nuevo a la clasificación de créditos. Así, el convenio vinculará a todos los créditos
ordinarios. Vinculará también a los créditos subordinados, que quedan afectados por las mismas
quitas y esperas establecidas para los ordinarios, si bien los plazos de espera se computarán a
partir del íntegro cumplimiento del convenio respecto de los créditos ordinarios, y sin perjuicio
de su facultad de aceptar propuestas alternativas de conversión de sus créditos en acciones,
participaciones o cuotas sociales o en créditos participativos (art. 134.1-II LC). En cuanto a los
créditos privilegiados, con privilegio especial o con privilegio general, sólo quedarán vinculados
al contenido del convenio si hubieran votado a favor de la propuesta, si su firma o adhesión a
esa propuesta se hubiera computado como voto favorable o si se adhieren con posterioridad a
un convenio ya aceptado ( art. 134.2LC). Todo ello sin perjuicio de que los acreedores
privilegiados puedan verse vinculados por el convenio cuando, dentro de cada clase de
acreedores privilegiados ( art. 94.2LC), concurran determinadas mayorías previstas por la
norma ( art. 134.3LC). A estos efectos, la normativa establece la posibilidad de que los
acreedores privilegiados se vean «arrastrados» por el convenio, de modo que sus efectos se
extenderán a los acreedores privilegiados disidentes cuando concurran determinadas mayorías.
Tales mayorías habrán de computarse dentro de la misma clase de acreedores privilegiados, ya
sean laborales, públicos, financieros o resto de privilegiados (art. 134.3 en relación con el art.
94.2LC), y exigen el sesenta por ciento, cuando se trate de una propuesta de convenio que
contenga quitas iguales o inferiores a la mitad del importe del crédito y esperas, ya sean de
principal, de intereses o de cualquier otra cantidad adeudada, con un plazo no superior a cinco
años, o incluya, en el caso de acreedores distintos de los públicos o los laborales, la conversión
de deuda en préstamos participativos durante el mismo plazo; o bien el setenta y cinco por
ciento, cuando se trate de una propuesta de convenio que contenga quitas y esperas superiores
y, en caso de acreedores distintos de los públicos o los laborales, la conversión de deuda en
préstamos participativos por el mismo plazo, o incluya cualquiera de las demás medidas
previstas en la regulación del contenido de la propuesta de convenio ( art. 100 LC).
Los acreedores con garantía real que no se vean afectados por el contenido del convenio podrán
iniciar o continuar la ejecución o realización forzosa de sus créditos desde el momento de la
aprobación del convenio ( art. 56.1 y 2LC). Un tratamiento especial reciben también los
acreedores con garantía personal, que se aproximan a los privilegiados, en el sentido de que si
no votan a favor del convenio que fuera aprobado mantendrán íntegros sus derechos frente a
obligados solidarios, fiadores y avalistas del concursado ( art. 135.1LC; v. STS de 23 de julio de
2015). De este modo, los obligados solidarios, fiadores y avalistas no podrán oponer el convenio
a los acreedores que no hubieran votado a favor. En cambio, frente a los acreedores con
garantía personal que hubieran votado a favor del convenio, la responsabilidad de los obligados
solidarios, fiadores o avalistas del concursado se regirá por las normas aplicables a la obligación
que hubieran contraído o por los acuerdos alcanzados sobre el particular ( art. 135.2LC; v. STS
de 4 de julio de 2018).
Como efecto específico y propio del convenio, los créditos de los acreedores afectados por el
convenio (es decir, privilegiados que hubiesen votado a favor o se hubieran visto «arrastrados»
por el convenio, ordinarios y subordinados) quedarán extinguidos en la parte a que alcance la
quita y aplazados en su exigibilidad por el tiempo de espera ( art. 136 LC). Tal modificación del
crédito quedará sin efecto en caso de declaración de incumplimiento del convenio y
consiguiente resolución ( art. 140.4LC).
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Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
II. El convenio concursal
6. La ejecución del convenio
El deudor deberá informar semestralmente al juez del grado de cumplimiento del convenio (
art. 138 LC). Y cuando lo considere íntegramente cumplido le presentará un completo informe y
le solicitará la declaración de cumplimiento, que el juez realizará mediante el auto de
cumplimiento ( art. 140 LC). Sin embargo, el correspondiente auto de conclusión del concurso
sólo se dictará cuando concurran dos requisitos: que sea firme el auto de declaración de
cumplimiento del convenio y que haya transcurrido el plazo de caducidad de las acciones de
declaración de incumplimiento o se hayan rechazado por resolución firme las acciones
presentadas (arts. 141 y 176.1-2.º LC). En efecto, cualquier acreedor que estime incumplido el
convenio en lo que le afecte podrá solicitar del juez del concurso la declaración de
incumplimiento ( art. 140.1LC; v. SSTS de 4 de septiembre de 2014, 26 de marzo de 2015 y 31 de
octubre de 2018). La declaración de incumplimiento supondrá la resolución del convenio y la
desaparición de los efectos de los créditos ( art. 140.4LC) y constituye, además, causa de
apertura de oficio de la fase de liquidación (art. 143.1-5.º LC). Lo mismo sucederá cuando el juez
declare la nulidad del convenio (art. 143.1-4.º LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
III. La liquidación concursal
7. Concepto y apertura de la liquidación
La liquidación es aquella fase del concurso de acreedores dirigida a convertir en dinero los
bienes y derechos que integran la masa activa para el pago a los acreedores por el orden
legalmente establecido. La liquidación del concurso se divide, a su vez, en dos etapas, la de
realización de las operaciones de la liquidación, conforme al correspondiente plan o conforme a
las reglas legales de liquidación, y la de pago a los acreedores, si bien el pago podrá comenzar
aunque no estén terminadas las operaciones de liquidación, en función de la liquidez de la masa
activa y con las debidas garantías ( art. 157.3 LC). A pesar de la denominación empleada, en
caso de que el concursado ejercitase actividad profesional o empresarial, la opción legal
preferida es la transmisión de la empresa, que deberá realizarse siempre que sea posible, y con
independencia de que se apruebe o no un plan de liquidación ( arts. 146.bis, 148 y 149
LC).
La liquidación puede ser voluntaria o necesaria. Como se establece gráficamente, «el deudor
podrá solicitar la liquidación en cualquier momento» (art. 142.1-I LC), siempre –claro está– que
no hubiera presentado una propuesta –anticipada u ordinaria– de convenio, y la apertura de la
fase de liquidación habrá de producirse dentro de los diez días siguientes (art. 142.1-II LC). Se
iniciarán inmediatamente las operaciones de liquidación, de modo simultáneo a la
determinación de las masas activa y pasiva del concurso, y, en su caso, podrá pagarse a los
acreedores antes incluso de que las masas estén definitivamente formadas, adoptándose las
medidas que resulten necesarias (arts. 156.2 y 157.1-III LC). Excepcionalmente, la apertura de la
fase de liquidación podrá ser solicitada también por la administración concursal, pero solo
cuando hubiera cesado la actividad profesional o empresarial del concursado ( arts. 44 y
142.3LC).
En todo caso, a la resolución judicial por la que se declare la apertura de la fase de liquidación se
le dará la publicidad prevista para la declaración de concurso ( arts. 144, 23 y 24 LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
III. La liquidación concursal
8. Los efectos de la liquidación
La apertura de la fase de liquidación trae consigo dos efectos específicos sobre los créditos (
art. 146 LC): el vencimiento anticipado de los que estuvieran aplazados y la conversión en dinero
de los que consistan en otras prestaciones.
De otro lado, como ya sabemos, en caso de liquidación deberá formarse -o reabrirse- la sección
de calificación del concurso ( art. 167 LC), constituyendo la liquidación presupuesto necesario
para que se imponga, en los supuestos de concurso culpable, la eventual condena a la cobertura,
total o parcial, del déficit a los administradores y liquidadores, de derecho o de hecho, a los
apoderados generales, e incluso, en determinadas condiciones, a los socios de la persona jurídica
( art. 172 bisLC).
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Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
III. La liquidación concursal
9. Las operaciones de liquidación
La segunda regla legal, que constituye una simple reiteración normativa, es la de que la
extinción o suspensión de contratos laborales o la modificación en las condiciones de trabajo se
someterá a lo dispuesto en la propia Ley (art. 149.1-2.º en relación con los arts. 64 y 147 LC).
La tercera regla se refiere a las enajenaciones individuales de todos los demás bienes de la masa
activa, incluidos los que integren las empresas o explotaciones cuando no fuere posible la
transmisión global, que se realizarán conforme a las disposiciones establecidas en la Ley de
Enjuiciamiento Civil para el procedimiento de apremio, si bien habrá de tenerse en cuenta que en
la ejecución concursal no existe acreedor ejecutante ( art. 149.2LC; v. STS de 21 de noviembre
de 2017).
Se prevé, en fin, que el auto de aprobación del remate o de la transmisión de los bienes o
derechos realizados ya sea de forma separada, por lotes o formando parte de una empresa o
unidad productiva, acordará la cancelación de todas las cargas anteriores al concurso
constituidas a favor de créditos concursales, salvo las que gocen de privilegio especial y se hayan
transmitido al adquirente con subsistencia del gravamen ( arts. 149.5 y 90 LC).
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III. La liquidación concursal
10. El pago de los créditos
A. Las reglas generales para el pago
La fase de liquidación del concurso de acreedores tiene como finalidad específica la satisfacción
de los créditos previamente reconocidos. A falta de normas especiales, habrán de considerarse
aplicables a los pagos concursales las reglas generales: podrá utilizarse cualquiera de los medios
habituales (transferencias, cheques, etc.), deberá exigirse recibo y, en su caso, hacer constar el
pago en el título; las cantidades correspondientes a los acreedores que no reciban el pago
deberán ser consignadas ( arts. 1176 y ss. CC), etc. Evidentemente, el pago producirá la
extinción del crédito ( art. 1156 CC), sea total o parcial ( art. 1157 CC). Cuando el pago de un
crédito se realizare antes del vencimiento que tuviere a la fecha de apertura de la liquidación, se
hará con el descuento correspondiente, calculado al tipo de interés legal ( art. 159 LC).
Atención especial merece el pago de los créditos con garantía personal. De un lado, el garante
(titular del crédito de regreso contra el concursado) no podrá ser satisfecho en la liquidación,
mientras no hubiera pagado íntegramente el crédito garantizado, en cuyo caso sustituirá al
acreedor principal. Cuando se produzca la concurrencia del crédito principal y del crédito de
regreso, porque el garante hubiera satisfecho sólo parcialmente el crédito garantizado con
anterioridad a la declaración de concurso, el acreedor tendrá derecho a obtener en el concurso
del deudor también los pagos correspondientes al garante hasta que, sumados a los que perciba
por su crédito, cubran el importe total ( art. 160 LC). De otro lado, en caso de crédito que
hubiera sido reconocido en dos o más concursos de deudores solidarios, el acreedor no podrá
obtener, sumando lo percibido en todos los concursos, una cantidad superior al importe del
crédito y el codeudor concursado que haya efectuado un pago parcial no podrá reintegrarse del
pago realizado en los concursos de sus codeudores mientras el acreedor no haya sido
íntegramente satisfecho. Para hacer posible la aplicación de esas reglas y coordinar los
concursos, la administración concursal podrá retener el pago hasta que el acreedor presente
certificación acreditativa de lo percibido en los concursos de los demás deudores solidarios y
habrá de poner en conocimiento de las administraciones concursales de los demás concursos los
pagos realizados ( art. 161 LC).
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Lección 56. Las soluciones del concurso de acreedores
III. La liquidación concursal
10. El pago de los créditos
B. El orden de pago
B. El orden de pago
El pago de los créditos se realizará por el orden legalmente establecido. De este modo, es preciso
distinguir entre los créditos con privilegio especial y los créditos contra la masa, que se
satisfacen de una forma especial, fuera de la graduación, y los restantes créditos (con privilegio
general, ordinarios y subordinados), que se satisfarán con el remanente de la masa activa del
concurso que resulte de la liquidación, de acuerdo con las normas de graduación de los créditos.
a) El pago de los créditos con privilegio especial será siempre preferente con cargo a los bienes y
derechos afectos ( art. 155.1LC), preferencia que se ejerce tanto sobre los demás créditos
concursales como incluso sobre los créditos contra la masa (art. 154-II LC). En caso de
concurrencia de privilegios especiales sobre un mismo bien o derecho, se aplicará el principio
de prioridad temporal. En cuanto al procedimiento para el pago de dichos créditos, no debe
olvidarse que esos créditos podrán haber sido satisfechos antes de la apertura de la fase de
liquidación si la administración concursal hubiera hecho uso de la facultad de rescate del bien (
arts. 56.3 y 155.2LC) o si los acreedores hubieran iniciado o continuado la ejecución de su
garantía porque la garantía real recayese sobre un bien no afecto a la actividad empresarial o
profesional del concursado; porque se hubiera aprobado previamente un convenio que no
afectase a su derecho, o porque hubiera transcurrido más de un año desde la declaración de
concurso sin que la liquidación se hubiera abierto ( art. 56.1 y 2LC; v., supra, Lección 52). En
otro caso, abierta la liquidación, los acreedores perderán el derecho de ejecución en
procedimiento separado ( art. 57.3LC), porque ello podría perjudicar la satisfacción de los
restantes acreedores en todos aquellos casos en los que el bien gravado formara parte de un
conjunto de bienes. Por lo tanto, durante la liquidación podrá realizarse la venta de un conjunto
de bienes o derechos, aun cuando alguno de ellos estuviera sujeto a privilegio especial, de
conformidad con el plan de liquidación ( art. 148.1LC) o de acuerdo con las reglas legales de
liquidación ( art. 149.1LC), asignándose en tal caso a los acreedores privilegiados, con cargo al
producto de la venta, las cantidades que les correspondan en función del valor de su crédito, del
valor de los bienes o derechos sobre los que recaen sus privilegios y del conjunto de bienes
ejecutado.
Cuando el crédito con privilegio especial sea íntegramente satisfecho con el producto de su
ejecución, separada o colectiva, el remanente se integrará en la masa activa del concurso para la
satisfacción de los demás créditos (arts. 155.3-I in fine y 156 LC). Si, por el contrario, el producto
de la ejecución del bien fuera insuficiente para la satisfacción íntegra del crédito con privilegio
especial, en la parte no satisfecha el crédito compartirá posición con los créditos ordinarios (
art. 157.2LC), teniendo en cuenta que el privilegio especial se extenderá no sólo al principal del
crédito, sino también a los intereses ( art. 59.1LC).
b) Como vimos, los créditos contra la masa gozan de prioridad sobre los créditos concursales que
no disfruten de privilegio especial, lo que se reconoce estableciendo que serán satisfechos antes
de proceder al pago de los créditos concursales ( art. 154 LC; v. STS de 12 de diciembre de
2014). Si la masa activa fuese insuficiente para satisfacer todos los créditos contra la masa, se
pagarán por el orden legalmente establecido al efecto ( art. 176 bis.2LC).
c) Una vez satisfechos los créditos con privilegio especial y deducidos de la masa activa los
bienes y derechos necesarios para satisfacer los créditos contra la masa, comienza propiamente
la graduación de créditos. En primer lugar, se atenderá al pago de los créditos con privilegio
general, por el orden legalmente establecido y, en su caso, a prorrata dentro de cada número (
arts. 91 y 156 LC). A continuación, se realizará, en su caso, el pago de los créditos ordinarios, si
bien se permite excepcionalmente adelantar el pago, siempre que estén debidamente cubiertos
los créditos contra la masa y los privilegiados ( art. 157 LC), y, finalmente, se procederá, en su
caso, y una vez satisfechos en su integridad los restantes créditos, al pago de los créditos
subordinados, por el orden legalmente establecido y a prorrata dentro de cada número ( arts.
92 y 158 LC).
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Lección 57. La calificación y la conclusión del concurso de acreedores. La publicidad del
concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
I. La calificación del concurso
1. La calificación de concurso culpable
La Ley prevé que el concurso pueda calificarse como fortuito o como culpable, si bien solo
establece cuándo deberá calificarse el concurso como culpable, para lo cual dispone dos sistemas
de enjuiciamiento de conductas. En primer lugar, el concurso se calificará como culpable
cuando en la generación o agravación del estado de insolvencia hubiere mediado dolo o culpa
grave del deudor o de sus representantes legales, y, en caso de persona jurídica, de sus
administradores o liquidadores, de derecho o de hecho, apoderados generales, y de quienes,
dentro de los dos años anteriores a la fecha de la declaración de concurso hubieren tenido
cualquiera de estas condiciones (v. STS de 20 de diciembre de 2017). También se incluye en este
elenco de personas afectadas por la calificación a los socios cuando se den las circunstancias
establecidas en la norma (v., art. 165.2 LC). Se precisa, por tanto, la concurrencia de dos
elementos: un elemento objetivo, que consiste en la generación o agravación del estado de
insolvencia del deudor; y un elemento subjetivo, de modo que ese resultado debe haberse
producido actuando con dolo o culpa grave ( art. 164.1LC: v. STS de 24 de mayo de 2013).
De otra parte, también se presume culpable el concurso, salvo prueba en contrario, cuando los
socios o administradores se hubiesen negado, concurriendo determinadas circunstancias y sin
causa razonable, a la capitalización de créditos o una emisión de valores o instrumentos
convertibles y ello hubiera frustrado la consecución de un acuerdo de refinanciación ordinario
de carácter colectivo ( art. 71 bis.1LC), de un acuerdo de refinanciación homologado (disp. ad.
4.ª LC) o de un acuerdo extrajudicial de pagos ( arts. 231 y ss. LC).
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Lección 57. La calificación y la conclusión del concurso de acreedores. La publicidad del
concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
I. La calificación del concurso
2. La sección de calificación
2. LA SECCIÓN DE CALIFICACIÓN
La calificación del concurso es una operación eventual del procedimiento destinada a sancionar
civilmente aquellas conductas del concursado, de sus representantes legales, de sus apoderados
generales, de sus administradores o liquidadores, de sus socios, aunque gocen de
responsabilidad limitada, e incluso de terceros que hubieran provocado o agravado el estado de
insolvencia que determina la declaración de concurso. La calificación del concurso tiene sólo
efectos civiles, hasta el punto de que se declara legalmente su independencia de las actuaciones
penales que procedan por actos del deudor que pudieran ser constitutivos de delito ( art. 163.2
LC y art. 260.4 CP).
La autonomía del Derecho penal respecto del Derecho concursal se manifiesta en las
insolvencias punibles tipificadas en el artículo 257 de Código Penal, que se declaran
perseguibles aun cuando tras la comisión del delito se iniciara un concurso de acreedores (
art. 257.5CP). Del mismo modo, la insolvencia punible tipificada en el artículo 260 de ese Código
puede perseguirse «sin esperar a la conclusión del proceso civil y sin perjuicio de la
continuación de éste» ( art. 260.3CP). El procedimiento concursal anterior o posterior no
incide sobre el procedimiento penal.
Cuando proceda, la calificación del concurso se realizará dentro de una sección específica del
concurso -la sección sexta-, cuya formación no se confía a la iniciativa de los interesados, sino
que se impone al propio juez del concurso, que deberá ordenar de oficio su formación en la
misma resolución por la que apruebe el convenio especialmente gravoso, apruebe el plan de
liquidación u ordene la liquidación conforme a las normas legales de liquidación (art. 167.1-I
LC). En el correspondiente procedimiento, que culminará con la calificación del concurso de
acreedores como fortuito o como culpable, podrá personarse y ser parte cualquier acreedor,
concursal o de la masa y, en general, cualquier persona que acredite interés legítimo, quienes
podrán alegar por escrito cuanto consideren relevante para que la administración concursal o el
ministerio fiscal puedan fundar la calificación del concurso como culpable ( art. 168.1LC; v.
STC de 13 de febrero de 2012 y ATC de 16 de febrero de 2016; también, SSTS de 24 de octubre de
2012 y 3 febrero de 2015).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 57. La calificación y la conclusión del concurso de acreedores. La publicidad del
concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
I. La calificación del concurso
3. Los efectos de la calificación de concurso culpable
La sentencia de calificación del concurso como culpable produce importantes efectos sobre las
personas afectadas y, en su caso, sobre los cómplices ( art. 172.2 LC). De ahí que se exija que
la propia sentencia determine tanto las causas en que se fundamente la calificación del concurso
como culpable como las personas afectadas por la calificación y, en su caso, los cómplices,
además de los propios efectos de la calificación.
Los efectos de la calificación culpable del concurso habrán de recaer, ante todo, sobre el
concursado, pero cuando el concursado hubiese de actuar necesariamente a través de otras
personas (representantes legales, administradores o liquidadores, apoderados generales), las
consecuencias de la calificación recaerán en realidad sobre otras personas, que serán, por ello,
«afectadas por la calificación». Además, algunos efectos de la calificación se extenderán, en su
caso, a terceras personas consideradas cómplices, por lo que la sentencia deberá declarar
también qué personas merecen esa consideración. El concepto de «personas afectadas por la
calificación» no coincide con el de «personas especialmente relacionadas con el concursado» (
art. 93 LC), aunque bien puede ocurrir que algunos sujetos reúnan esa doble condición. En todo
caso, la determinación de las personas afectadas por la calificación ha de ir referida, como es
lógico, a quienes hubiesen causado o agravado la insolvencia del concursado.
En cuanto a los cómplices, la calificación de un sujeto como cómplice del concursado exige la
concurrencia de un doble requisito: la cooperación o colaboración en la realización de actos que
fundamenten la calificación del concurso como culpable y la ejecución de tal conducta con dolo
o culpa grave (v. STS de 27 de enero de 2016). La independencia de la calificación respecto del
Derecho penal tiene también en este caso consecuencias importantes. Así, la noción concursal de
complicidad se extiende a conductas distintas a las de estricta cooperación (v. gr.:
encubrimiento). Y será posible que la conducta merezca el correspondiente reproche penal con
independencia de cuanto prevé la Ley Concursal. De este modo, podrá ocurrir que, pese a la
calificación concursal como cómplice, el tercero sea condenado penalmente como autor.
En relación con los efectos personales y patrimoniales del concurso culpable: el primer efecto es
la inhabilitación de las personas afectadas por la calificación para administrar los bienes ajenos
durante un período de dos a quince años, para representar a cualquier persona durante el
mismo período, y para el ejercicio del comercio (v., también art. 13.2.º C. de C.) (v. STS de 18 de
marzo de 2015), aunque se permite excepcionalmente que la sentencia de calificación autorice al
inhabilitado a continuar al frente de la empresa o como administrador de la sociedad
concursada (art. 172.2-2.º-II LC). Para la fijación de la duración de la inhabilitación, se atenderá a
la gravedad de los hechos y a la entidad del perjuicio, teniendo en cuenta que, en caso de
inhabilitación en varios concursos, el período de inhabilitación será la suma de cada uno de
ellos (art. 172.2-2º-III LC; v. STS de 1 de junio de 2015). Los administradores y liquidadores de la
persona jurídica que sean inhabilitados cesarán en sus cargos y si el cese impidiese el
funcionamiento del órgano, la administración concursal convocará junta o asamblea de socios
para el nombramiento de quienes hayan de sustituirles ( art. 173 LC).
El segundo efecto es la pérdida de cualquier derecho que las personas afectadas por la
calificación o los declarados cómplices tuvieran como acreedores en el concurso, así como, en su
caso, la devolución de los bienes o derechos que hubieran obtenido indebidamente y la
indemnización de los daños y perjuicios causados (art. 172.2-3.º LC).
Por último, cuando la sección de calificación se hubiera formado o reabierto como consecuencia
de la liquidación concursal, la sentencia podrá condenar a todos o algunos de los
administradores y liquidadores, de hecho o de derecho, o apoderados generales, así como a los
socios que se hayan negado sin causa razonable a la capitalización de créditos o una emisión de
valores o instrumentos convertibles y hubieran sido declarados personas afectadas por la
calificación a la cobertura, total o parcial, del déficit, en la medida que la conducta que ha
determinado la calificación culpable haya generado o agravado la insolvencia ( art. 172 bisLC;
v. SSTS de 23 de febrero, 12 de septiembre, 6 de octubre y 17 de noviembre de 2011; 21 de marzo,
26 de abril, 21 de mayo, 20 de junio, 16 y 19 de julio y 20 de diciembre de 2012; SSTS de 12 de
enero, 5 de febrero, 21 de mayo y 1 de junio de 2015; 9 de junio, 3 de noviembre y 1 de diciembre
de 2016, y 31 de octubre de 2018). Y cuando la sección de calificación se hubiera reabierto como
consecuencia del incumplimiento del convenio, el juez atenderá para fijar la condena al déficit
del concurso tanto a los hechos declarados probados en la sentencia de calificación como a los
hechos determinantes de la reapertura (v. STS de 11 de marzo de 2015). En todo caso, se
considera que existe déficit cuando el valor de los bienes y derechos de la masa activa según el
inventario de la administración concursal sea inferior a la suma de los importes de los créditos
reconocidos en la lista de acreedores.
Como ya sabemos, para hacer efectiva esa eventual «responsabilidad concursal» a la cobertura
del déficit, el juez podrá acordar, como medida cautelar, el embargo preventivo de bienes y
derechos de quienes pudieran resultar condenados (administradores, liquidadores y apoderados
generales desde los dos años anteriores a la declaración de concurso), cuando de lo actuado
resulte fundada la posibilidad de tal condena, medida que podrá ser sustituida por un aval de
entidad de crédito ( art. 48 terLC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 57. La calificación y la conclusión del concurso de acreedores. La publicidad del
concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
II. La conclusión del concurso
4. Las causas de conclusión
Como ya hemos indicado, las soluciones ordinarias del concurso son el convenio y la liquidación
(v., supra, Lección 56). Por ello, se consideran expresamente como causas de conclusión del
concurso, tanto el cumplimiento íntegro del convenio, exigiéndose la firmeza del auto que lo
declare y la caducidad o rechazo de las acciones de declaración de incumplimiento (arts. 141 y
176.1-2.º LC), como la finalización de la liquidación (arts. 152.2 y 3 y 176.1-2.º LC).
Por otra parte, si el concurso de acreedores es el medio de solución de los conflictos entre el
deudor insolvente y sus acreedores, y tiene como finalidad fundamental la satisfacción de los
acreedores, parece evidente que el procedimiento ha de concluir cuando todos los acreedores
hayan sido satisfechos o cuando se obtenga un resultado equivalente porque todos los
acreedores renuncien a su crédito o desistan del concurso. Asimismo, cuando decaiga el
presupuesto objetivo del concurso, la situación de insolvencia ( art. 2 LC), el concurso no podrá
mantenerse. Ahora bien, aunque el pago íntegro de los acreedores constituye una causa de
conclusión del concurso, el concurso no podrá considerarse totalmente concluido si está
formada la sección de calificación. En este sentido, es posible que el juez acuerde la conclusión
del concurso con el cierre de la sección primera (art. 183-1.º LC) y de las demás secciones formal
y materialmente terminadas y deje abierta la sección de calificación. Por un lado, el pago íntegro
a los acreedores no pone fin a la sección de calificación abierta como consecuencia de la
apertura de la liquidación, ni produce efecto alguno sobre su tramitación. Por otro, el pago
íntegro a los acreedores tendrá importantes consecuencias en cuanto a los efectos de la posible
calificación del concurso como culpable, pues, si bien carecería de sentido la función
reintegradora de la calificación, mantendría todo su sentido la función sancionatoria.
Pues bien, tan pronto como conste que la masa activa es insuficiente para el pago de los créditos
contra la masa, la administración concursal deberá proceder a pagar los créditos contra la masa
conforme a un orden fijado legalmente, y, en su caso, a prorrata dentro de cada número,
descontados los gastos necesarios para la conversión en dinero de los bienes y derechos que
eventualmente subsistan en la masa activa. El orden es el siguiente (apartado 3): 1.º Los créditos
salariales de los últimos treinta días de trabajo efectivo y en cuantía que no supere el doble del
salario mínimo interprofesional. 2.º Los créditos por salarios e indemnizaciones en la cuantía
que resulte de multiplicar el triple del salario mínimo interprofesional por el número de días de
salario pendientes de pago. 3.º Los créditos por alimentos del artículo 145.2, en cuantía que no
supere el salario mínimo interprofesional. 4.º Los créditos por costas y gastos judiciales del
concurso. 5.º Los demás créditos contra la masa (v. STS de 10 de junio de 2015). Hasta el día en
que se dicte el auto de conclusión del concurso, los acreedores y cualquier otro legitimado
podrán solicitar la reanudación del concurso, siempre que justifiquen indicios suficientes para
considerar que pueden ejercitarse acciones de reintegración o aportando por escrito hechos
relevantes que pudieran conducir a la calificación de concurso culpable y que justifiquen el
depósito o consignación ante el juzgado de una cantidad suficiente para la satisfacción de los
créditos contra la masa previsibles (apartado 5).
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Quinta parte. El derecho concursal
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concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
II. La conclusión del concurso
5. Los efectos de la conclusión del concurso
Ahora bien, la norma contempla la posibilidad de que el deudor persona natural se libere de los
créditos que no hayan podido satisfacerse en el procedimiento concursal mediante el beneficio
de la exoneración del pasivo insatisfecho ( art. 178 bisLC), que podrá obtener tanto si el
concurso concluye por liquidación como si concluye por insuficiencia de masa activa. Para ello
el deudor deberá presentar una solicitud ante el juez del concurso a partir de dos posibles
alternativas: o bien se libera de lo que reste una vez satisfechos en su integridad los créditos
contra la masa y los créditos concursales privilegiados y, si no hubiera intentado el acuerdo
extrajudicial de pagos, al menos el veinticinco por ciento del importe de los créditos concursales
ordinarios; o bien, si el deudor no ha conseguido satisfacer ese umbral de pasivo, se liberará de
los créditos ordinarios y subordinados pendientes cuando acepte someterse a un plan de pagos
por el cual las deudas no exoneradas (créditos contra la masa y privilegiados) deberán ser
satisfechas dentro de los cinco años siguientes a la conclusión del concurso. En principio, si se
dan los requisitos exigidos por la norma, el juez del concurso concederá el beneficio de
exoneración del pasivo insatisfecho con carácter provisional, declarando concluido el
procedimiento, y si durante los cinco años siguientes ningún acreedor solicita del juez la
revocación de la medida, podrá declararse su carácter definitivo.
En todos los casos de conclusión del concurso cesarán las limitaciones de las facultades de
administración y disposición del deudor, salvo las que se contengan en la sentencia firme de
calificación ( art. 178.1LC), y la administración concursal deberá realizar la oportuna rendición
de cuentas ( art. 181 LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
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concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
II. La conclusión del concurso
6. La reapertura del concurso
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 57. La calificación y la conclusión del concurso de acreedores. La publicidad del
concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
III. La publicidad del concurso
7. Los instrumentos de publicidad y su eficacia
La diversidad de intereses implicados exige que la apertura del concurso goce de una amplia
publicidad mediante la que se informe de la declaración al propio deudor y a los terceros que
pudieran relacionarse con él. La Ley contempla distintas medidas de publicidad, unas registrales
y otras extrarregistrales, unas generales y obligatorias, y otras complementarias y facultativas, si
bien todas habrán de realizarse preferentemente por medios telemáticos, informáticos y
electrónicos, en la forma que reglamentariamente se determine, garantizando la seguridad y la
integridad de las comunicaciones (art. 23.1-I LC).
La publicidad concursal, dirigida a permitir que cualquier interesado pueda tener conocimiento
del procedimiento de concurso de acreedores y de sus incidencias, se realizará a través de
medios extrarregistrales, mediante edictos publicados en el tablón de anuncios del juzgado o en
el Boletín Oficial del Estado ( art. 23 LC), o a través de los diferentes registros públicos ( art.
24 LC), así como mediante la publicación en el Registro público concursal ( art. 198 LC).
En todo caso, la normativa no dispone las mismas medidas de publicidad para todas las
resoluciones que se originan en el procedimiento concursal, de modo que la publicidad variará
en función de la resolución que se dicte.
Por otro lado, la normativa se ocupa de la publicidad de «las demás resoluciones», que, en
cuanto deban publicarse mediante edictos, lo serán en el Registro público concursal y en el
tablón de anuncios del juzgado ( art. 23.4LC). Así, dentro de la fase común del concurso, la
resolución que acuerde el cese y nuevo nombramiento de un administrador concursal habrá de
tener la misma publicidad que hubiera tenido el nombramiento del administrador concursal
sustituido ( art. 38.3LC), aquellas resoluciones que acuerden modificaciones en las situaciones
de intervención o suspensión del concursado o de las facultades atribuidas a la administración
concursal se someterán al régimen de publicidad general previsto en los artículos 23 y 24 (art.
40.4-II LC), la presentación al juez del informe de la administración concursal y de la
documentación complementaria se publicará en el Registro público concursal y en el tablón de
anuncios del juzgado, si bien el juez podrá acordar, de oficio o a instancia de interesado,
cualquier publicidad complementaria que considere imprescindible, en medios oficiales o
privados ( art. 95.2 y 3LC), por último, la sentencia que apruebe la propuesta anticipada de
convenio se publicará conforme a las reglas generales (art. 109.2-II LC). Dentro de la fase de
convenio, el auto de apertura ordenará convocar junta de acreedores de acuerdo con lo
establecido en el artículo 23 ( art. 111.2LC), y estarán sujetas también a las medidas de
publicidad generales registrales y extrarregistrales, la sentencia que apruebe el convenio ( art.
132 LC) y el auto de conclusión del concurso por cumplimiento del convenio ( art. 141 LC).
Asimismo, en la fase de liquidación, la publicidad general se aplicará a la resolución judicial que
declare la apertura de la fase de liquidación ( art. 144 LC) y, en los casos de intervención
administrativa, cuando se adopten medidas administrativas dirigidas a la disolución y
liquidación de la entidad intervenida, al auto que acuerde la formación de una sección
autónoma de calificación ( art. 174 LC). También la resolución firme que acuerda la conclusión
del procedimiento deberá publicarse de forma gratuita en el Boletín Oficial del Estado y
sujetarse a la publicidad en los registros públicos ( art. 177.3LC) y la resolución de reapertura
del concurso se sujetará igualmente a la publicidad general registral y extrarregistral ( art.
179.2LC).
Excepcionalmente, cuando el traslado de los oficios con los edictos no pudiera hacerse por
medios telemáticos, será el procurador del solicitante del concurso el encargado de remitirlos de
forma inmediata a los medios de publicidad correspondientes. En el supuesto de que el
solicitante del concurso fuese una Administración pública, la obligación de traslado
corresponderá al letrado de la administración de justicia ( art. 23.3LC).
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concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
III. La publicidad del concurso
8. El Registro público concursal
Tanto el auto de declaración de concurso como el resto de resoluciones concursales que deban
ser objeto de publicidad, se insertarán en el Registro público concursal con arreglo al
procedimiento que reglamentariamente se establezca (art. 23.5 en relación con el art. 198
LC y Real Decreto 892/2013, de 15 de noviembre, por el que se regula el Registro público
concursal).
La unidad de información, de manera que tanto las resoluciones concursales, que se adopten a lo
largo del proceso concursal, como las preconcursales, que se adopten en los expedientes de
acuerdos extrajudiciales de pagos ( arts. 233.3, 238.2, 239.4 y 241.2LC), cuanto la
resolución que deje constancia de la comunicación de negociaciones al juzgado, salvo que el
deudor hubiera solicitado su carácter reservado ( art. 5 bis.3LC), y las resoluciones que se
originen en el proceso de homologación de un acuerdo de refinanciación (disp. ad. 4ª.5-III, 6-II, y
7-II LC) son objeto de publicidad a través de este Registro.
El Registro público concursal se llevará bajo la dependencia del Ministerio de Justicia y constará
de cuatro secciones:
En la sección primera, de edictos concursales, se recogen todas las resoluciones dictadas durante
el proceso concursal que deban ser objeto de publicidad de acuerdo con la ley o cuya publicidad
sea ordenada por el juez al amparo de la normativa ( art. 23 LC), en virtud de mandamiento
remitido por el letrado de la administración de justicia.
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concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
III. La publicidad del concurso
9. La publicidad registral
9. LA PUBLICIDAD REGISTRAL
Dado que los efectos del concurso se producen tanto sobre la persona del deudor como sobre su
patrimonio, la Ley Concursal contempla la inscripción de las resoluciones concursales en los
diferentes registros públicos.
En cuanto a los bienes o derechos inscritos en registros públicos (v. gr. Registro de la propiedad o
Registro de bienes muebles), en el folio correspondiente a cada uno se inscribirá la declaración
de concurso, con indicación de su fecha, el régimen de intervención o suspensión a que se
encuentra sometido el deudor y el nombramiento de los administradores concursales.
Practicada dicha anotación o inscripción se producirá el cierre del registro y solo podrán
inscribirse aquellos embargos y secuestros posteriores a la apertura del procedimiento que
acuerde el juez del concurso, salvo que se trate de embargos dictados en procedimientos
administrativos o ejecuciones laborales que continúen tras la declaración de concurso, cuando
los bienes objeto de embargo no resulten necesarios para la actividad profesional o empresarial
del deudor (art. 24.4 en relación con el 55.1 LC).
El título inscribible en todos los casos será el correspondiente mandamiento librado por el
letrado de la administración de justicia, en el que se hará constar si la resolución es o no firme (
art. 24.5LC). Como en los supuestos de publicidad extrarregistral, excepcionalmente, cuando
el traslado de la documentación necesaria desde el juzgado a los registros correspondientes no
pudiera realizarse por vía telemática, será el procurador del solicitante del concurso el
encargado de remitirlos, y si el solicitante fuese una Administración pública, el traslado del
oficio se realizará directamente por el juzgado a los correspondientes registros ( art. 24.6LC).
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concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
IV. La legislación concursal especial
10. Los concursos de acreedores con especialidades
La Ley prevé la posibilidad de concurso de la herencia, que podrá ser declarado en tanto no
haya sido aceptada pura y simplemente (art. 1.2), y para solicitar la declaración de concurso
legitima al administrador de la herencia yacente, a los herederos y a los acreedores del deudor
fallecido (arts. 3.4 y 6.2-2.º in fine), especificando que la solicitud formulada por un heredero
producirá los efectos de la aceptación de la herencia a beneficio de inventario.
Asimismo, y atendiendo a la persona del deudor, la norma contempla especialidades según que
el deudor tuviera emitidos valores o instrumentos financieros negociados en un mercado
secundario oficial o fuera una entidad de crédito, una empresa de servicios de inversión o una
entidad aseguradora. En estos casos, una vez que el juez hubiera proveído sobre la solicitud de
declaración de concurso, sea voluntario o necesario, el letrado de la administración de justicia
habrá de comunicarlo respectivamente al Banco de España, la Comisión Nacional del Mercado
de Valores o la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones ( art. 13.1 LC). De igual
modo, se dispone la notificación del auto de declaración de concurso de esas entidades ( art.
21.5LC) y, en relación con el nombramiento de la administración concursal, se establece que el
juez nombre al administrador concursal de entre los propuestos por el Fondo de
Reestructuración Ordenada Bancaria cuando se trate del concurso de una entidad de crédito,
por la Comisión Nacional del Mercado de Valores cuando se trate de concursos de entidades
sujetas a su supervisión, o por el Consorcio de Compensación de Seguros en el caso de entidades
aseguradoras ( art. 27.6LC). Además, en estos supuestos, al administrador concursal nombrado
se le aplicará el régimen de incompatibilidades y prohibiciones previsto con algunas
excepciones ( art. 28.4LC), no será necesaria su aceptación ( art. 29.5LC) y tampoco tendrá
derecho a retribución con cargo a la masa ( art. 34.1LC).
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concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
IV. La legislación concursal especial
11. La legislación concursal especial
La Ley Concursal no agota la materia relativa a la insolvencia del deudor. Existe, en efecto,
una legislación concursal especial (disp. adic. 2.ª LC), dictada para las crisis de las entidades de
crédito, de inversión y de seguro, cuya razón de ser se encuentra en las repercusiones de esas
crisis sobre el sistema financiero. Entre las disposiciones consideradas como legislación
concursal especial por esa disposición adicional de la Ley Concursal (varias veces modificada)
destaca el Capítulo II del Título I del Real Decreto-ley 5/2005, de 11 de marzo, de reformas
urgentes para el impulso a la productividad y para la mejora de la contratación pública, que, de
forma común a los mercados financieros, establece un tratamiento concursal muy especial de
los acuerdos de compensación y de las denominadas «garantías financieras».
Además, han de tenerse en cuenta las peculiaridades de cada uno de los referidos sectores.
Por otro lado, también habrá que tomar en consideración la normativa sobre tutela de los
ahorradores, que gira en torno al Fondo de Garantía Depósitos de Entidades de Crédito (RD-l
16/2011, de 14 de octubre), que, en caso de insolvencia, satisface a los depositantes el importe de
los depósitos garantizados hasta el límite de 100.000 euros.
b) En relación con las empresas de servicios de inversión, habrá que atender, por un lado, a la
Ley del Mercado de Valores, y a la regulación correspondiente del Fondo de Garantía de
Inversiones (RD-l 948/2001, de 3 de agosto, sobre Sistemas de Indemnización de los Inversores); y
por otro, a la Ley 11/2015, de 18 de junio, de recuperación y resolución de entidades de crédito y
empresas de servicios de inversión, aplicable a ambos tipos de entidades financieras, si bien
cuando se trate de funciones de resolución en fase preventiva las referencias al supervisor
competente, en el caso de entidades de crédito, deben entenderse hechas al Banco de España, y
en el supuesto de empresas de servicios de inversión, a la Comisión Nacional del Mercado de
Valores; y cuando se trate de funciones de resolución en fase ejecutiva, tanto para las entidades
de crédito como para las empresas de servicios de inversión, la competencia corresponderá al
Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria.
c) Hay también varias medidas especiales para el tratamiento de la crisis de las entidades de
seguro, contenidas principalmente en la Ley 20/2015, de 14 de julio, de ordenación,
supervisión y solvencia de las entidades aseguradoras y reaseguradoras, y el Real Decreto
1060/2015, de 20 de noviembre, que la desarrolla. En primer lugar, medidas de control especial,
que van desde prohibir la disposición de determinados bienes hasta exigir a la entidad
aseguradora un plan de recuperación para restablecer su situación financiera o un plan de
financiación a corto plazo o incluso intervenir la entidad y sustituir provisionalmente a los
órganos de administración (arts. 159 y ss.). En segundo lugar, el Ministerio de Economía y
Competitividad puede igualmente designar liquidadores o encomendar la liquidación al Consorcio
de Compensación de Seguros.
Por otra parte, debe advertirse que la liquidación administrativa de cualquier clase de entidades
no impide la apertura de la sección de calificación, aunque esa liquidación se realice al margen
del procedimiento concursal ( art. 174 LC). La calificación se realizará sin necesidad de
declaración de un concurso de acreedores y no se formará en cualquier caso de intervención
administrativa, sino sólo cuando se adopten medidas que comporten la disolución y liquidación
de la entidad y que excluyan la posibilidad de declarar el concurso. La sección de calificación
abierta de forma autónoma como consecuencia de las medidas administrativas de intervención
de entidades en crisis se sujeta a diversas especialidades (art. 175).
a) La relativa a las entidades deportivas que participen en competiciones oficiales, a las que se
reconocen «las especialidades que para las situaciones concursales prevean la legislación del
deporte y sus normas de desarrollo», (disp. adic. 2.ª bis LC). Tales «especialidades», que se
basarían en la singularidad del deporte profesional, consisten en síntesis en conciliar los
aspectos económicos con los competitivos, a fin de evitar que se acuda al concurso de acreedores
con el único objeto de incumplir obligaciones en este ámbito.
Para los concursos de estas entidades se establece, además, la acumulación de los procesos
concursales ya iniciados cuando se formulen propuestas de convenio que afecten a todos ellos y
la posibilidad de que la aprobación de la propuesta de convenio presentada en cada uno de los
procedimientos concursales se condicione a la aprobación de las propuestas de convenio
presentadas en los restantes procedimientos concursales acumulados (disp. adic. 2.ª ter LC).
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Lección 57. La calificación y la conclusión del concurso de acreedores. La publicidad del
concurso de acreedores. La legislación concursal especial e internacional
V. La legislación concursal internacional
12. La legislación concursal internacional
En el ámbito de la Unión Europea, la necesidad de una solución supranacional es, si cabe, aún
mayor, como consecuencia de la creación del mercado interior, y fructificó inicialmente en el
Reglamento (CE) número 1346/2000, del Consejo, sustituido por el Reglamento (UE) 2015/848
del Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 de mayo de 2015, sobre procedimientos de
insolvencia (vigente desde junio de 2017).
Tanto la Ley Modelo como los Reglamentos europeos persiguen los mismos objetivos: facilitar a
los acreedores que no residen en el Estado de apertura del procedimiento la solicitud de
reconocimiento de los respectivos créditos y atribuir a los órganos concursales las facultades
necesarias para actuar sobre bienes situados en el territorio de otros Estados. Entre las demás
normas del Derecho derivado destaca la Recomendación de la Comisión de 12 de marzo de 2014,
sobre un nuevo enfoque frente a la insolvencia y el fracaso empresarial, encaminada a servir de
inspiración a futuras reformas legislativas en los Estados miembros; y, muy especialmente, la
Propuesta de Directiva sobre marcos de reestructuración preventiva, segunda oportunidad y
medidas para aumentar la eficacia de los procedimientos de condonación, insolvencia y
reestructuración.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 58. El derecho preconcursal
I. Introducción
1. Los institutos preconcursales
Para facilitar y culminar la consecución de estos acuerdos, la Ley Concursal establece ahora la
posibilidad de que, con una simple comunicación al juzgado competente del inicio de
negociaciones con los acreedores, el deudor consiga un «periodo de tranquilidad», en el que se
establece la prohibición de iniciar determinadas ejecuciones y la suspensión de algunas de las
que estén en curso y simultáneamente, si el deudor se encuentra en estado de insolvencia actual,
la posposición del cumplimiento del deber legal de solicitar el concurso voluntario y la paralela
supresión de la posibilidad de que, durante ese periodo, los acreedores puedan obtener la
declaración de concurso necesario. La Ley arbitra un sistema muy sencillo, una comunicación al
juzgado, de la que derivan tan importantes efectos con el fin de evitar que, mientras tienen lugar
las negociaciones con los acreedores, los más diligentes traten de ejecutar los respectivos
créditos o conseguir la declaración de concurso.
En relación con los acuerdos de refinanciación, el empleo de este medio instrumental para
conseguir esos objetivos es potestativa: aunque no sea frecuente, es posible que el deudor
alcance un acuerdo de refinanciación sin que hubiera efectuado previamente esa comunicación
al juzgado. Por el contrario, en relación con los acuerdos extrajudiciales de pagos, la
comunicación al juzgado es obligatoria: el Registrador mercantil, el Notario o la Cámara Oficial
de Comercio, Industria, Servicios y Navegación deben comunicar de oficio la apertura de
negociaciones al juez competente (art. 233.3).
Ahora bien, los graves defectos de concepción y la penosa técnica legislativa utilizada aconsejan
no demorar la reforma global del régimen de esa comunicación al juzgado ni del régimen de
estos institutos preconcusales. En todo caso, esa reforma será necesaria tras la aprobación de la
Directiva del Parlamento europeo y del Consejo sobre marcos de reestructuración preventiva,
segunda oportunidad y medidas para aumentar la eficacia de los procedimientos de
condonación, insolvencia y reestructuración, por la que se modifica la Directiva 2012/30/UE.
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Lección 58. El derecho preconcursal
II. La comunicación de negociaciones
2. Las negociaciones
2. LAS NEGOCIACIONES
La negociación con los acreedores cuya existencia o cuya inminencia se pone en conocimiento
del juzgado puede tener distintas finalidades: puede tener como objeto la consecución de un
acuerdo de refinanciación, puede perseguir la consecución de un acuerdo extrajudicial de pagos
o, incluso, puede ser el medio para alcanzar la obtención de adhesiones suficientes para
presentar, junto con la solicitud de concurso, una propuesta anticipada de convenio (art. 5 bis.1).
En rigor, sólo las dos primeras constituyen medios instrumentales encaminados a evitar el
concurso de acreedores. La tercera negociación intenta simplemente que la solicitud de
concurso voluntario de acreedores que, transcurrido el periodo de negociaciones, habrá de
solicitar el deudor, vaya acompañada de las adhesiones de acreedores a la propuesta anticipada
de convenio necesarias para que el juez, en el mismo auto de declaración de concurso, pueda
admitir a trámite la propuesta (art. 106.2).
Por lo general, la comunicación del inicio de las negociaciones debe especificar cuál es la
finalidad de las mismas. Pero no hay inconveniente en que el deudor comunique que esas
negociaciones tienen como objeto sea la consecución de un acuerdo de refinanciación, sea la
obtención de adhesiones suficientes para acompañar a la propuesta anticipada de convenio,
bien alternativamente, bien de forma subsidiaria una de otra según como transcurran esas
negociaciones. Ahora bien, aunque se hubiera especificado singularmente el objeto de la
negociación, no existen dificultades insuperables para entender que, fracasada esa negociación
para un acuerdo de refinanciación o incluso para un acuerdo extrajudicial de pagos, se
aproveche el «periodo de tranquilidad» con los acreedores para tratar de conseguir adhesiones
suficientes a una propuesta anticipada de convenio.
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II. La comunicación de negociaciones
3. El régimen de la comunicación de negociaciones
La comunicación deberá dirigirse al juzgado competente para declarar el concurso del deudor
(art. 5 bis.1) mediante escrito firmado por procurador y por abogado. En la comunicación
deberá razonarse y acreditarse esa competencia, ya que, en caso contrario, el letrado de la
administración de justicia no podrá tenerla por efectuada. Frente a la regla general, según la
cual la competencia para declarar el concurso ( art. 86.ter LOPJ y art. 8 LC), y, por ende,
para recibir la comunicación del inicio de negociaciones corresponde a los juzgados de lo
mercantil en el que el deudor tenga el centro de sus intereses principales (art. 10.1), si la
comunicación se realiza por un deudor persona natural que no sea empresario o por el Notario
del domicilio del deudor ante quien se solicite el nombramiento del mediador concursal (arts.
232.3-I y 242.bis), la competencia corresponde al juzgado de primera instancia ( art. 85.6LOPJ).
En la comunicación se expresará que se han iniciado las negociaciones con los acreedores (o, en
el caso de los acuerdos extrajudiciales de pago, que se iniciarán próximamente), y, si existieran,
se indicará qué ejecuciones se siguen contra el patrimonio del deudor y cuáles de ellas recaen
sobre bienes o derechos que se consideran necesarios para la continuidad de la actividad
profesional o empresarial. La Ley no exige que se acompañe un inventario o una relación de
acreedores, ni tampoco que se acompañen las cuentas anuales.
Una vez formulada la comunicación, no podrá presentarse por el mismo deudor nueva solicitud
en el plazo de un año (art. 5 bis.6).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 58. El derecho preconcursal
II. La comunicación de negociaciones
4. El decreto del letrado de la administración de justicia
En el decreto se harán constar las ejecuciones que se encuentran en curso sobre bienes o
derechos que, según la comunicación, fuesen necesarios para la continuidad de la actividad
profesional o empresarial del deudor. En caso de controversia sobre el carácter necesario del
bien o del derecho, quien ostente interés legítimo podrá interponer recurso de revisión ante el
juez.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 58. El derecho preconcursal
II. La comunicación de negociaciones
5. Los efectos de la comunicación
En todo caso, la comunicación del inicio de negociaciones con los acreedores no impedirá que el
acreedor que disponga de garantía personal para la satisfacción del crédito pueda hacerla
efectiva si el crédito garantizado hubiera vencido. En este sentido, los garantes no podrán
invocar la comunicación de la apertura de negociaciones en perjuicio del acreedor, incluso
aunque éste participe en esas negociaciones (art. 235.4).
Pero la comunicación produce de inmediato –no desde la fecha del decreto del letrado de la
administración de justicia- muy importantes efectos, que interesa destacar:
En relación con la prohibición de iniciar ejecuciones, hasta que transcurran tres meses a contar
desde la fecha de presentación de la comunicación del inicio de negociaciones para tratar de
alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos, o dos meses si el deudor fuera persona natural que
no tuviera la condición de empresario, la prohibición es absoluta: los acreedores no pueden
iniciar ejecuciones judiciales o extrajudiciales sobre los bienes y derechos integrados en el
patrimonio del deudor, cualquiera que sea la naturaleza o la función de esos bienes o derechos
[art. 235.2-a) y art. 242 bis.1-8º]. Si el objeto de la comunicación hubiera sido el intento de
alcanzar un acuerdo de refinanciación –u obtener adhesiones a una propuesta anticipada de
convenio-, la prohibición tiene un alcance limitado: durante esos plazos los acreedores no
podrán iniciar ejecuciones judiciales o extrajudiciales en las que soliciten el embargo de bienes o
derechos que sean necesarios para la continuidad de la actividad profesional o empresarial del
deudor (art. 5 bis.4). En total paralelismo, por lo que se refiere a la suspensión de ejecuciones, la
Ley establece que, cuando la comunicación tuviera por objeto la posibilidad de alcanzar un
acuerdo extrajudicial de pagos, las ejecuciones en tramitación se suspenderán en todo caso,
durante los plazos antes señalados, por el juez que estuviere conociendo de las mismas o,
cuando la comunicación tuviera por objeto la posibilidad de alcanzar un acuerdo de
refinanciación, sólo si los bienes afectados fueran necesarios para la continuidad de la actividad
profesional o empresarial del deudor.
Del mismo modo, no obstante la comunicación del inicio de negociaciones con los acreedores
para tratar de alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos, los acreedores con garantía real
podrán iniciar ejecuciones sobre los bienes o derechos sobre los que se hubiera constituido la
garantía. Si la garantía recayera sobre la vivienda habitual del deudor o sobre bienes o derechos
necesarios para la continuidad de la actividad profesional o empresarial del deudor, una vez
iniciado el procedimiento, la ejecución sobre esos bienes o derechos se suspenderá por el juez
que estuviere conociendo de las mismas hasta que transcurran tres meses a contar desde la
fecha de la comunicación de la apertura de negociaciones con los acreedores o dos meses si el
deudor fuera persona natural que no tuviera la condición de empresario.
Por efecto de esa posposición del deber legal, las solicitudes de concurso que se presenten
después de la comunicación de la apertura de negociaciones por otros legitimados distintos del
deudor o, en el acuerdo extrajudicial de pagos, distintos del deudor o del mediador concursal no
se admitirán a trámite mientras no transcurra el plazo de tres meses a contar desde la fecha de
esa comunicación o de dos meses si el deudor fuera persona natural que no tuviera la condición
de empresario. Las presentadas antes de la comunicación, aunque aún no hubieran sido
admitidas a trámite, continuarán su tramitación. Las solicitudes que se presenten con
posterioridad a la expiración de esos plazos sólo se proveerán cuando haya transcurrido un mes
hábil sin que el deudor hubiera solicitado la declaración de concurso. Si el deudor solicita la
declaración de concurso dentro de ese mes, ésta se tramitará en primer lugar (art. 15.3). A estos
efectos la solicitud del deudor se considera presentada el mismo día en que se hubiera efectuado
la comunicación del inicio de las negociaciones (art. 22.1-II). Declarado el concurso a instancia
del deudor, las solicitudes que se hubieran presentado antes y las que se presenten después de la
del deudor se unirán a los autos, teniendo por comparecidos a los solicitantes.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 58. El derecho preconcursal
III. Los acuerdos de refinanciación
6. Las clases de acuerdos de refinanciación
Los acuerdos de refinanciación de dividen en dos clases: están, en primer lugar, los acuerdos
colectivos de refinanciación y están, en segundo lugar, los que, con expresión altamente
equívoca, se denominan acuerdos singulares de refinanciación.
Los acuerdos colectivos de refinanciación son aquellos acuerdos entre el deudor y acreedores que
representen, al menos, las tres quintas partes del pasivo (deducidos los créditos de aquellos
acreedores que sean personas especialmente relacionadas con el deudor) que tienen por objeto,
al menos, la ampliación significativa del crédito disponible o la modificación o la extinción de las
obligaciones del deudor, bien mediante la prórroga de la fecha de vencimiento, bien mediante el
establecimiento de nuevas obligaciones en sustitución de aquéllas que se extingan. La existencia
de esa mayoría cualificada de pasivo debe constar en certificación emitida por el auditor de
cuentas del deudor o, si no estuviera nombrado, del que nombre el Registrador mercantil. En
todo caso, la Ley exige que el acuerdo responda a un plan de viabilidad que permita la
continuidad de la actividad profesional o empresarial del deudor a corto y a medio plazo. Tanto
el deudor como los acreedores pueden solicitar del Registrador mercantil del domicilio del
deudor el nombramiento de un experto independiente para que informe sobre ese plan de
viabilidad. El acuerdo, una vez alcanzado, debe formalizarse en instrumento público por todos
los que lo hayan suscrito (art. 71 bis.1).
Los acuerdos colectivos de refinanciación pueden ser acuerdos de un solo deudor, sea persona
natural o jurídica, con todos o algunos de sus acreedores o acuerdos de grupo o de subgrupo, es
decir, de sociedades pertenecientes a un mismo grupo o de parte de ellas. En esta clase de
acuerdos el porcentaje del pasivo se calculará tanto en base individual, en relación con todas y
cada una de las sociedades afectadas, como en base consolidada, en relación con los créditos de
cada grupo o subgrupo afectados, con exclusión en ambos casos de los préstamos y créditos
concedidos por sociedades del grupo (art. 71 bis.1).
Los acuerdos singulares de refinanciación son aquellos acuerdos entre el deudor y uno o varios
acreedores que tienen por objeto el incremento de la proporción del activo sobre el pasivo
siempre que el activo corriente resultante de dichos acuerdos sea igual o superior al pasivo
corriente. Los acuerdos singulares de refinanciación, así pues, pueden ser acuerdos
individuales, cuando se estipulan con un solo acreedor, o acuerdos plurales, cuando se estipulan
con dos o más acreedores. A diferencia de los acuerdos colectivos de refinanciación, la Ley no
establece una mayoría determinada del pasivo para esta otra clase de acuerdos, sino que fija dos
límites importantes que no pueden ser sobrepasados: el primero el de que la proporción de los
créditos con garantías personales o reales de los acreedores que suscriban el acuerdo no puede
ser superior a la existente antes del acuerdo, ni superior al noventa por ciento del pasivo total
afectado por el acuerdo; y el segundo el de que el tipo de interés aplicable a los créditos
subsistentes o resultantes del acuerdo a favor del o de los acreedores intervinientes no exceda
en más de un tercio a la media de los intereses aplicables a los créditos antes del acuerdo. En
todo caso, y al igual que en el supuesto anterior, Ley exige que el acuerdo responda a un plan de
viabilidad que permita la continuidad de la actividad profesional o empresarial del deudor a
corto y a medio plazo. El acuerdo, una vez alcanzado, debe formalizarse en instrumento público
por todos los que lo hayan suscrito (art. 71 bis.2).
Los acuerdos de refinanciación, sea acuerdos colectivos, sean acuerdos singulares, vinculan al
deudor, a los acreedores que lo hayan suscrito y, en caso de pasivo sujeto a un régimen o pacto
de sindicación, a todos los acreedores sindicados cuando quienes suscriban el acuerdo
representen, al menos, el setenta y cinco por ciento del pasivo sindicado, pero no extienden sus
efectos a los demás acreedores. Salvo que en el propio acuerdo se establezca otra cosa, el
acuerdo adquirirá eficacia desde la fecha del instrumento público en que se formalice.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 58. El derecho preconcursal
III. Los acuerdos de refinanciación
7. La homologación de los acuerdos de refinanciación
La Ley prevé que determinados acuerdos de refinanciación pueden ser homologados por el juez
competente para la declaración de concurso. La homologación judicial tiene como efecto la
extensión de la eficacia del acuerdo homologado a acreedores que no lo habían suscrito. El
régimen de esta homologación se contiene en la disposición adicional cuarta de la Ley
Concursal.
Son acuerdos homologables los que reúnan los dos siguientes requisitos: a) en primer lugar, que
se trate de acuerdos colectivos de refinanciación, sean acuerdos alcanzados por un solo deudor,
sean acuerdos de grupo o de subgrupo. Los acuerdos singulares de refinanciación no son
susceptibles de homologación. b) En segundo lugar, que el acuerdo haya sido suscrito por
acreedores que representen, en el momento de su adopción, al menos, el cincuenta y uno por
ciento del «pasivo financiero», según certificación emitida por el auditor de cuentas del deudor.
La Ley considera créditos financieros los procedentes de cualquier endeudamiento cuya causa
sea la financiación al deudor, con independencia de que los titulares de esos créditos estén o no
sometidos a supervisión financiera. En ningún caso tendrán la consideración de créditos
financieros los créditos de Derecho público, los créditos laborales y los créditos por operaciones
comerciales, aunque cualquiera de ellos tuviera aplazada la exigibilidad del crédito. Es
indiferente que esos créditos, en caso de concurso, se clasificaran como créditos ordinarios o
como créditos privilegiados. Lo importante es que el «pasivo financiero» alcance ese porcentaje.
1.º Las esperas por plazo no superior a cinco años, ya sean de principal, de intereses o de
cualquiera otra cantidad adeudada, y la conversión de los créditos en créditos participativos
durante el mismo plazo, si el acuerdo hubiera sido suscrito por acreedores que representen, al
menos, el sesenta por ciento del pasivo financiero total.
2.º Las esperas por plazo superior a cinco años y no superior a diez, las quitas, la conversión de
los créditos en acciones o participaciones de la sociedad deudora o de otra sociedad, la
conversión de los créditos en créditos participativos por período superior a cinco años y no
superior a diez, en obligaciones convertibles, en créditos subordinados, en créditos con intereses
capitalizables o en cualquier otro instrumento financiero con características, rango o
vencimiento distintos de aquellos que tuvieran los créditos originarios, y la cesión de bienes o
derechos a los acreedores en pago o para pago de la totalidad o parte de la deuda, si el acuerdo
hubiera sido suscrito por acreedores que representen, al menos, el setenta y cinco por ciento del
pasivo financiero total.
b) A los acreedores de pasivos financieros con garantía real cuyo crédito no exceda del valor de
la garantía que no hayan suscrito el acuerdo de refinanciación o que, antes o después de la
homologación, hubieran mostrado su disconformidad al mismo, se extienden los siguientes
efectos:
1.º Las esperas por plazo no superior a cinco años, ya sean de principal, de intereses o de
cualquiera otra cantidad adeudada, y la conversión de los créditos en créditos participativos
durante el mismo plazo, si ese efecto hubiera sido acordado por acreedores que representen, al
menos, el sesenta y cinco por ciento del pasivo financiero con privilegio especial por razón del
valor de la garantía real.
2.º Las esperas por plazo superior a cinco años y no superior a diez, las quitas, la conversión de
los créditos en acciones o participaciones de la sociedad deudora o de otra sociedad, la
conversión de los créditos en créditos participativos por período superior a cinco años y no
superior a diez, en obligaciones convertibles, en créditos subordinados, en créditos con intereses
capitalizables o en cualquier otro instrumento financiero con características, rango o
vencimiento distintos de aquellos que tuvieran los créditos originarios, y la cesión de bienes o
derechos a los acreedores en pago o para pago de la totalidad o parte de la deuda, si ese
específico efecto hubiera sido acordado por acreedores que representen, al menos, el ochenta
por ciento del pasivo financiero con privilegio especial por razón del valor de la garantía real.
Sin embargo, los acreedores de pasivos financieros que no hubieran suscrito el acuerdo de
homologación o que hubiesen mostrado su disconformidad al mismo a los que, por efecto de la
homologación, se extiendan los efectos del acuerdo de refinanciación del pasivo financiero
mantienen sus derechos frente a los obligados solidariamente con el deudor y frente a sus
fiadores o avalistas, quienes no podrán invocar ni la aprobación del acuerdo de refinanciación
ni los efectos de la homologación en perjuicio de aquéllos. Respecto de los acreedores
financieros que hayan suscrito el acuerdo de refinanciación, el mantenimiento de sus derechos
frente a los demás obligados, fiadores o avalistas, dependerá de lo que se hubiera acordado en la
respectiva relación jurídica.
Dentro de los quince días siguientes a la publicación de la homologación en el Boletín Oficial del
Estado los acreedores de pasivos financieros afectados por la homologación judicial que no
hubieran suscrito el acuerdo de refinanciación o que hubiesen mostrado su disconformidad al
mismo podrán impugnar la homologación ante el mismo juez que hubiera homologado el
acuerdo. La impugnación, que no suspende, la ejecución del acuerdo, sólo puede fundarse en dos
motivos taxativos: en no haber adoptado el acuerdo el cincuenta y uno por ciento del total
pasivo financiero, o en el carácter desproporcionado del sacrificio exigido al acreedor o
acreedores que impugnen la homologación. En todo caso, se considera desproporcionado el
sacrificio si fuera diferente para acreedores iguales o semejantes, así como si el acreedor que no
goce de garantía real pudiera obtener en la liquidación de la masa activa una mayor cuota de
satisfacción que la prevista en el acuerdo de refinanciación.
Las impugnaciones se tramitarán conjuntamente por los cauces del incidente concursal. La
sentencia que resuelva la impugnación de la homologación no es susceptible de recurso de
apelación. La estimación de la impugnación por el carácter desproporcionado del sacrificio
exigido a uno o varios de los acreedores, no impide, sin embargo, que se produzcan los efectos
de la homologación del acuerdo respecto de los demás acreedores a los que se extienda la
eficacia del acuerdo.
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 58. El derecho preconcursal
IV. Los acuerdos extrajudiciales de pago
8. Los presupuestos del acuerdo
Desde el punto de vista del presupuesto objetivo, la normativa exige que el deudor persona
natural se encuentre en situación de insolvencia actual o inminente ( art. 2 LC) y justifique que
la estimación inicial de su pasivo no supera los cinco millones de euros. Justificación que en el
caso de la persona natural empresario deberá hacerse mediante la aportación del
correspondiente balance. Para las personas jurídicas no solo se requiere que se encuentren en
estado de insolvencia, sino que, además, en caso de ser declaradas en concurso, éste no
revistiera especial complejidad ( art. 190 LC), y que dispongan de liquidez suficiente para
satisfacer los gastos propios del acuerdo ( art. 231.1 y 2LC).
La regulación delimita también desde un punto de vista negativo los sujetos que no podrán
formular la solicitud para alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos ( art. 231.3 y 4LC) y los
acreedores que no se verán afectados por el acuerdo (art. 231.5).
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Lección 58. El derecho preconcursal
IV. Los acuerdos extrajudiciales de pago
9. La tramitación y el contenido del acuerdo
No obstante, cuando la solicitud se haya dirigido a una Cámara Oficial de Comercio, la propia
cámara asumirá las funciones de mediación (v. Ley 4/2014, de 1 de abril, Básica de las
Cámaras Oficiales de Comercio, Industria, Servicios y Navegación), y designará una comisión
encargada de la mediación, en cuyo seno deberá figurar, al menos, un mediador concursal.
Asimismo, en el supuesto de personas naturales, el Notario podrá asumir las funciones del
mediador concursal (art. 242 bis. 1-3º LC).
En todo caso, una vez que el mediador concursal propuesto acepte el cargo, el Registrador
mercantil, el Notario, o la Cámara de Comercio comunicarán de oficio la apertura de las
negociaciones al juzgado competente para la declaración de concurso, y adoptarán las demás
medidas de publicidad previstas ( art. 233.3LC).
El mediador concursal, tan pronto como sea posible y en cualquier caso con una antelación
mínima de veinte días naturales a la fecha prevista para la celebración de la reunión, deberá
remitir a los acreedores, con el consentimiento del deudor, una propuesta de acuerdo
extrajudicial de pago de los créditos pendientes a la fecha de la solicitud.
En los diez días naturales siguientes al envío de la propuesta, los acreedores podrán presentar
propuestas alternativas o propuestas de modificación y, transcurrido ese plazo, el mediador
concursal remitirá los documentos definitivos que habrán de ser votados en junta. Cuando el
acuerdo extrajudicial de pagos propuesto sea aceptado por los acreedores conforme al régimen
de mayorías previsto ( art. 238 LC) se elevará a escritura pública y se producirá el cierre del
expediente, sin perjuicio de que se permita su impugnación, aunque por motivos tasados ( art.
239 LC).
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Lección 58. El derecho preconcursal
IV. Los acuerdos extrajudiciales de pago
10. Los efectos del acuerdo
En función del contenido del acuerdo, los créditos quedarán aplazados y remitidos conforme a
lo convenido y, en caso de cesión de bienes a los acreedores, los créditos se considerarán
extinguidos en todo o en parte. Asimismo, los acreedores podrán convertirse en socios de la
compañía o adquirir nuevos instrumentos financieros de rango, vencimiento y características
distintas de la deuda original. Además, ningún acreedor afectado por el acuerdo podrá iniciar o
continuar ejecuciones contra el deudor por deudas anteriores a la comunicación de la apertura
del expediente, y el deudor podrá solicitar la cancelación de los correspondientes embargos del
juez que los hubiera ordenado.
Ahora bien, podrán verse afectados por el acuerdo tanto aquellos acreedores que lo aceptaron
expresamente cuanto los acreedores que no lo hubieran aceptado o se hubieran mostrado
disconformes con el mismo y tanto si gozan de garantía real como sino ( arts. 238 y 238 bis
LC; v. STS de 13 de febrero de 2019). En el primer caso, respecto de los acreedores que hayan
suscrito el acuerdo extrajudicial, para el mantenimiento de las acciones que les corresponden
contra los obligados solidarios y los garantes personales del deudor habrá que estar a lo que se
hubiera acordado en la respectiva relación jurídica. En el segundo caso, cuando se trate de
acreedores disidentes que resulten afectados por el acuerdo, mantendrán sus derechos frente a
los obligados solidariamente con el deudor y frente a sus fiadores o avalistas ( art. 240 LC).
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Quinta parte. El derecho concursal
Lección 58. El derecho preconcursal
V. El concurso consecutivo
V. EL CONCURSO CONSECUTIVO
Se considera concurso consecutivo el que se declare a solicitud del deudor, de los acreedores o,
en el caso de un acuerdo extrajudicial de pagos, también a solicitud del mediador, por la
imposibilidad de alcanzar algunos de los acuerdos de refinanciación o un acuerdo extrajudicial
de pagos tipificados en esta Ley, así como por la declaración judicial de nulidad, de ineficacia o
de incumplimiento del acuerdo alcanzado.
Será juez competente para declarar el concurso consecutivo el que hubiera declarado la nulidad
o la ineficacia del acuerdo o lo hubiera declarado incumplido o, en el caso de los acuerdos de
refinanciación homologados, el que lo hubiera homologado. En los demás casos será juez
competente el que conforme a las normas generales lo fuera para la declaración del concurso.
El concurso consecutivo es un concurso con especialidades. Unas son comunes a los concursos
declarados tras el fracaso de cualquiera de esos acuerdos, mientras que otras son específicas de
cada uno de ellos.
b) El concurso consecutivo se presume culpable, salvo prueba en contrario, cuando, sin causa
razonable, los administradores se hubiesen negado a proponer o los socios a acordar la
capitalización de créditos o una emisión de valores o instrumentos convertibles y esa negativa
hubiera frustrado la consecución de un acuerdo de refinanciación o un acuerdo extrajudicial de
pagos. Se presume que la capitalización obedece a una causa razonable cuando así resulte del
informe emitido, con anterioridad a la negativa, por experto independiente nombrado por el
registrador mercantil del domicilio del deudor. En los casos de concurso acumulados de grupo o
de subgrupo, si hubiere más de un informe, deberán coincidir en tal apreciación la mayoría de
los informes emitidos. La presunción no será de aplicación a los administradores que, antes o
durante la junta general, hubieran recomendado la adopción del acuerdo de capitalización o la
emisión de valores o instrumentos convertibles, aun cuando la propuesta hubiera sido
posteriormente rechazada por los socios o por la junta (arts. 165.2-I y 172.2-1º-II LC).
En todo caso, para que la negativa de los socios a acordar la capitalización de créditos o una
emisión de valores o instrumentos convertibles determine la culpabilidad del concurso, el
acuerdo propuesto a la junta general deberá reconocer en favor de los socios de la sociedad
deudora un derecho de adquisición preferente en caso de enajenación de las acciones,
participaciones, valores o instrumentos convertibles por los acreedores que los hubieran
suscrito o a los que se hubieran adjudicado como consecuencia de ese acuerdo (art. 165.2-II LC).
En caso de persona jurídica podrán ser consideradas personas afectadas por la calificación,
además de los administradores o liquidadores y apoderados generales en los términos previstos
en la ley, los socios que, sin causa razonable, se hubieran negado a acordar la capitalización de
los créditos o a una emisión de valores o instrumentos convertibles o hubieran votado en contra
de la propuesta. La calificación de los socios como personas afectadas por la calificación se
realizará en función del grado de contribución que hubieran tenido en la formación de la
mayoría necesaria para el rechazo del acuerdo (art. 172.2-1º LC).
Por lo que respecta a la formación de la masa pasiva y la calificación de los créditos, los titulares
de créditos que hubieran firmado el acuerdo extrajudicial no necesitarán solicitar el
reconocimiento de sus créditos en el concurso, y se calificarán como subordinados los créditos
de aquellos acreedores que hubieran recibido la convocatoria pero no asistieran a la reunión y
no hubiesen manifestado su aprobación u oposición al acuerdo dentro de los diez días naturales
anteriores, con excepción de los que disfruten de garantía real.
Asimismo, serán créditos contra la masa los créditos por gastos del expediente extrajudicial y los
demás créditos que, habiéndose generado durante la tramitación del expediente, conforme a la
ley tengan la consideración de créditos contra la masa (art. 84).
Por último, en cuanto a los efectos de la conclusión del concurso, cuando el concurso de un
deudor persona natural se calificara como fortuito, el juez declarará la remisión de todas las
deudas que no sean satisfechas en la liquidación, siempre que se cumplan los requisitos
previstos para la exoneración del pasivo insatisfecho ( art. 178 bisLC).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 59. Derecho de la navegación. Introducción, concepto y fuentes. Empresario de la
navegación y colaboradores
I. Concepto y fuentes
1. La navegación como criterio delimitador de la materia
El concepto de una disciplina jurídica debe responder a dos cuestiones esenciales: el criterio que
delimita la materia y la naturaleza de sus normas. Ambos aspectos están indisolublemente
unidos, de tal suerte que acotar el objeto del conocimiento, delimitando un sector de la realidad
social, permite afirmar si se justifica un régimen jurídico especial. Los Derechos especiales son
un conjunto de normas que se aplican a un sector de la realidad social, necesitados de un
tratamiento jurídico diferenciado. Todo ello plantea el eterno debate entre especialidad y unidad
del ordenamiento.
Dentro del sector que acota el Derecho mercantil, el fenómeno de la navegación aparece con
unas características propias, que desbordan el contenido del Derecho codificado. Es bien sabido
que el Código de Comercio vigente se aprueba en 1885 y la regulación de la materia marítima
sigue la idea del Código precedente de 1829, caracterizada por tratar únicamente el comercio
marítimo, por lo demás desarrollado sobre una navegación a vela. Esa doble circunstancia,
presente a la hora de codificar la legislación marítima, explica que se dedique un libro al
comercio marítimo y se estructure en cinco títulos (sobre los buques, las personas, los contratos,
los accidentes y la liquidación de las averías). Por eso se ha dicho que el Libro tercero sobre el
comercio marítimo tiene el naviero como sujeto, el buque como objeto y el fletamento como el
acto jurídico central. Pero hoy, el ámbito de la navegación que interesa al Derecho mercantil es
más amplio, reflejo de los importantes cambios habidos en el sector. Bastará con señalar los más
significativos.
ii) El segundo hito de la revolución tecnológica es el contenedor, que modifica los tiempos de
navegación, la propia estructura de los buques e introduce la noción del transporte combinado.
Esa etapa se consolida definitivamente en el último tercio del siglo XX.
iv) Por último, la utilización del buque en el transporte fluvial, lagunar y de aguas interiores se
viene a sumar para que el fenómeno técnico de la navegación se consolide como el criterio
delimitador de la materia. Consecuentemente, la expresión Derecho de la navegación
comprende todas las relaciones jurídicas referidas al fenómeno técnico de la navegación
(marítima, fluvial y aérea).
No se puede ocultar, sin embargo, que esta orientación, condicionada en buena parte por la
disciplina del Código de Comercio, va siendo desplazada por aquellas tendencias que ven el
Derecho marítimo como el conjunto de las relaciones que nacen o se desarrollan con el mar. Esa
idea supone una concepción más amplia que abarca tanto las relaciones marítimas privadas,
comerciales o no (el llamado Derecho marítimo privado), como las relaciones internas e
internacionales de carácter público que afectan al tráfico marítimo (el denominado Derecho
público del mar). Al centrarse esa concepción en el mar y en la maritimidad como criterios de
ordenación de la materia, queda fuera el Derecho aéreo que, por el contrario, y a efectos
expositivos, encuentra natural acomodo en nuestra sistematización, estructurada en torno al
hecho técnico de la navegación.
Aunque las consecuencias últimas de esa concepción exigen ampliar el estudio de nuestra
materia para incluir las denominadas actividades de navegación de recreo y deportivas, su
encaje en el sistema del Derecho mercantil, como Derecho de la empresa y del empresario,
imponen acotar también el Derecho de la navegación a su expresión más genuina referida al
transporte de personas y de mercancías, siendo la empresa de navegación y su titular el
empresario, junto al buque y a la aeronave, los puntos de referencia de este sector de la
disciplina.
El segundo paso puede considerarse un hito histórico y llega con la promulgación de la Ley
14/2014, de 24 de julio, de la Navegación Marítima, vigente desde el 25 de septiembre 2014 (BOE
nº. 180, de 25 de julio). Si la trascendencia de una ley se mide por la cantidad y rango de las
disposiciones que deroga, la Ley de Navegación Marítima es la primera ley marítima porque la
Disposición derogación única deroga, además de todas las disposiciones de rango igual o inferior
que se opongan a ella, expresamente las siguientes: El Libro III y los artículos 19.3, 951 a
954 del Código de comercio; la Ley de Transporte Marítimo en régimen de conocimiento de
embarque 22 de diciembre de 1949; la Ley 60/1962, de auxilios y salvamentos, remolques,
hallazgos y extracciones marítimas, excepto las disposiciones referidas a jurisdicción y
procedimiento que continúan con rango reglamentario y los artículos 261 y 262 sobre
conferencias marítimas y 263, letra f, sobre la competencia del Ministerio de Fomento sobre
auxilios marítimos del Texto Refundido de la Ley de Puertos y Marina, aprobado por el Real
Decreto legislativo 2/2011, de 5 de diciembre.
Por otro lado, el artículo 1º Objeto y ámbito de aplicación dispone que la Ley de Navegación
Marítima regula «las situaciones y relaciones jurídicas nacidas con ocasión de la navegación
marítima». De ese modo, se abandona definitivamente el criterio de la mercantilidad y se
apuesta por la navegación marítima, más amplio porque prescinde de la finalidad económica o
lucrativa.
Hay que añadir que el ámbito espacial no se circunscribe solo a las aguas marítimas, aunque
tampoco incluye todas las aguas navegables. También se considera navegación marítima la que
se lleva a cabo por las aguas de los ríos, canales, lagos, o embalses naturales o artificiales,
cuando sean accesibles para los buques desde el mar, pero sólo hasta donde se haga sensible el
efecto de las mareas, así como en los tramos navegables de los ríos hasta donde existan puertos
de interés general. Y excluye la navegación por las aguas interiores, que se regirá por la
legislación reguladora del dominio público hidráulico y por las demás disposiciones que le sean
de aplicación (art. 1º. 2 y 3).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 59. Derecho de la navegación. Introducción, concepto y fuentes. Empresario de la
navegación y colaboradores
I. Concepto y fuentes
2. Fuentes del derecho de la navegación
A. Navegación marítima
A. Navegación marítima
a) En primer lugar hay que citar los escasos preceptos que la Constitución Española dedica al
mar y a la navegación marítima y aérea. Son los artículos 130.1 sobre la atención especial que
merece la pesca, 130.2 que declara y enumera los bienes de dominio público marítimo estatal,
148.1.6.11ª y 149.1.2ª, 6ª, 19ª, 20ª, 21ª y 23ª sobre distribución de competencias entre el Estado y
las Comunidades Autónomas.
c) Junto a la Ley de Navegación Marítima están vigentes una serie de leyes especiales, tales como
el Real Decreto legislativo 2/2011, de 5 de septiembre, por el que se aprueba el Texto
Refundido de la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante; la Ley sobre Zona
Económica Exclusiva de 20 de febrero de 1978, y la Ley de Costas de 28 de julio de 1998 (LCo), y
el artículo 86 ter 2. c) de la Ley Orgánica del Poder Judicial 6/1985, de 1 de julio, atribuyendo a
los juzgados de lo mercantil competencia en el orden jurisdiccional civil de aquellas
pretensiones relativas a la aplicación del Derecho marítimo, por citar algunas significativas.
Junto a las disposiciones de rango de Ley, existen numerosas disposiciones, decretos, órdenes
ministeriales y circulares que desarrollan cuestiones concretas referentes a nuestra materia.
Valga citar a título de ejemplo el Real Decreto 1027/1989, de 28 de julio, sobre
abanderamiento, matriculación de buques y registro marítimo (modificado por el RD
167/2001, de 23 de febrero); el Real Decreto 1516/2007, de 16 de noviembre, por el que se
determina el régimen jurídico de las líneas regulares de cabotaje marítimo y de las navegaciones
de interés público (BOE núm. 283, de 26 de noviembre de 2007) y establece un régimen
excepcional frente al principio de libre competencia, y la Orden Ministerial de 6 de marzo de
1989, sobre Diario de navegación, Cuaderno de bitácora y Cuaderno de máquinas, por citar dos
significativas entre el millar de disposiciones administrativas. Por otra parte, el Real Decreto
1435/2010, de 5 de noviembre, por el que se regula el abanderamiento y matriculación de las
embarcaciones de recreo en las listas sexta y séptima del registro de matrícula de buques (BOE
núm. 269, de 6 de noviembre). Dada la importancia de la náutica deportiva en nuestro país,
donde el número de embarcaciones supera con creces a los buques mercantes, se hacía
necesaria una regulación específica referente a la inscripción de este tipo de embarcaciones en
el registro administrativo marítimo.
La importancia de los Convenios ocupa un lugar destacado en la Ley, por cuatro razones
fundamentales.
i) Primero porque uno de los motivos de la redacción y aprobación de la nueva ley es «la
imprescindible coordinación con el Derecho marítimo internacional», según reza la Exposición
de Motivos. A ello hay que añadir, siguiendo a la propia Exposición de Motivos, que «esta norma
permite superar las contradicciones existentes entre los distintos convenios internacionales
vigentes en España y la dispersa normativa que regula esta materia». Como veremos, la ley lo ha
conseguido, salvo algunas excepciones como luego se verá porque no siempre reproduce el texto
íntegro del Convenio sino alguna de sus partes.
ii) En segundo lugar porque los Convenios están presentes en la redacción. La influencia e
inspiración se comprueba cotejando la Ley con el texto internacional correspondiente a cada
materia.
(iii) Un tercer motivo descansa en la forma o método con que la ley remite al Convenio. Además
de ser expresa, citando el Convenio respectivo, se incorpora la técnica de la remisión automática
o permanente bajo la expresión «y los demás convenios en los que España sea Estado parte»
(verbigracia art. 339). Sin perjuicio de la exposición detallada en cada capítulo las materias y
Convenios correlativos objeto de remisión expresa son las siguientes: El régimen general de la
navegación en los espacios marítimos españoles, derecho de paso inocente y derecho de
persecución y visita, al Convenio de Montego Bay 1982 (arts. 20, 37 y 48). Los privilegios
marítimos, al Convenio de Ginebra de 1993 (art. 122). Responsabilidad del porteador por
pérdida, daños o retraso a las mercancías transportadas en régimen de conocimiento de
embarque, al Convenio de Bruselas de 1924 y las Reglas de la Haya Visby 1968/1979 (art. 277.2).
Responsabilidad en el contrato de pasaje, al Convenio de Atenas de 1974 (art. 298.1). Abordajes,
al Convenio de abordajes firmado en Bruselas en 1910 (art. 339). La avería gruesa, a las normas
uniformes de las Reglas de York y Amberes, aunque técnicamente no es un Convenio (art. 356).
El salvamento marítimo, al Convenio de salvamento de 1989 (art. 357). Limitación de la
responsabilidad, al Protocolo de 1996 que enmienda el Convenio de limitación de
responsabilidad por reclamaciones en derecho marítimo, hecho en Londres, el 19 de noviembre
de 1976, con las reservas hechas por España en el Instrumento de Adhesión. (art. 392). Embargo
preventivo de buques, al Convenio de embargo, hecho en Ginebra en 1999 (art. 470).
iv) Un cuarto aspecto relevante, quizás el más importante, es la norma sobre fuentes e
interpretación: «La presente ley se aplicará en tanto no se oponga a lo dispuesto en los tratados
internacionales vigentes en España y las norma de la Unión Europea que regulen la misma
materia… En todo caso, para la interpretación de las normas de esta ley se atenderá a la
regulación contenida en los tratados internacionales vigentes en España y la conveniencia de
promover la uniformidad en la regulación de las materias objeto de la misma» (art. 2). Por tanto,
los Convenios son la primera fuente de aplicación y la interpretación de la ley debe buscar la
uniformidad conforme a los tratados internacionales marítimos suscritos por el Reino de
España.
f) Asimismo, la Unión Europea viene dictando normas, cada vez más numerosas, entre las que
cabe citar como botón de muestra el Reglamento (CE) núm. 392/2009, de 23 de abril de 2009,
sobre la responsabilidad de los transportistas de pasajero por mar en caso de accidentes (de
conformidad con su art. 3, se ha dictado el Real Decreto 270/2013, de 19 de abril (Ref. BOE-A-
2013-4826) sobre seguros y garantías de responsabilidad civil en caso de accidente).
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I. Concepto y fuentes
2. Fuentes del derecho de la navegación
B. Navegación aérea
B. Navegación aérea
Respecto de la navegación aérea, ausente en el Código de Comercio, las fuentes son escasas,
regulan cuestiones técnicas como la seguridad y la circulación y, por tanto, de naturaleza
administrativa. Es un Derecho preferentemente escrito, en oposición al consuetudinario
marítimo, y está redactado preferentemente por comisiones técnicas, frente a los grupos
profesionales y marítimos. En este apartado, como en tantos otros de la navegación aérea, la
regulación es dual, nacional e internacional, a la que se ha de añadir la regional europea. Mas
no se trata de dos disciplinas contrapuestas, sino coincidentes o complementarias. La
contradicción es inviable en Estados que, como España, han ratificado los convenios
internacionales sobre la materia. En esos casos, la legislación internacional constituye un
mínimo inderogable, y la legislación nacional puede aumentar o completar las condiciones
mínimas internacionales de seguridad.
En referencia a la legislación nacional, hay que tener en cuenta las circulares aeronáuticas,
citadas en el artículo 8 de la Ley de Seguridad Aérea dentro del cuadro de fuentes normativas. Se
trata de un instrumento regulador, en manos de la autoridad aeronáutica, justificado por la
necesidad de dar respuesta ágil a los problemas que plantea la seguridad aérea y el tránsito
ordenado. Se atribuye al Director General de Aviación Civil la potestad de aprobar disposiciones
de carácter secundario y de contenido técnico. Las circulares deben tener en cuenta las
recomendaciones de la Organización de la Aviación Civil Internacional y demás organizaciones
internacionales en las que España sea parte. Serán obligatorias para las personas, físicas y
jurídicas, protagonistas de la aviación, pero no afectan a terceros. Su naturaleza normativa ha
sido afirmada por el Consejo de Estado (Dictamen 3407/2002). La aprobación se llevará a cabo
previa audiencia de los interesados e informes de la Secretaría General Técnica del Ministerio de
Fomento. La entrada en vigor exige la publicación en el Boletín Oficial del Estado.
Además de los instrumentos internacionales citados, hay que tener en cuenta la prolífica
legislación dictada por la Unión Europea. Existen numerosos Reglamentos y Directivas sobre
materias tan diversas como sistemas de compensación por denegación de embarque,
cancelación y gran retraso de los vuelos, concesión de licencias, acceso a rutas
intracomunitarias, tarifas y fletes, asignación de franjas horarias en los aeropuertos
comunitarios, investigación de accidentes aéreos, acceso al mercado de asistencia en tierra,
responsabilidad de compañías en caso de accidente, creación de la Agencia Europea de
Seguridad Aérea y normas sobre seguridad aérea, por citar los temas más significativos.
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I. Concepto y fuentes
3. Unificación internacional y organismos internacionales
Ya hemos dicho que una de las características del Derecho de la navegación es su vocación
internacional. Problemas comunes necesitan soluciones uniformes. Y la soberanía legislativa de
los Estados debe dar paso a la regulación supranacional. Aunque se ha manifestado con más
oscilaciones en el campo marítimo, en la navegación aérea ha sido una constante desde sus
orígenes más recientes. En uno y otro caso varios han sido los protagonistas de la unificación.
Unas veces los Estados, mediante la aprobación de Convenios internacionales, otras los
Organismos internacionales, en ocasiones creados ad hoc para impulsar la propia unificación, y
en fin, no faltan los propios particulares, asociaciones privadas de navieros, fletadores,
cargadores y aseguradores, que redactan formularios tipo de aceptación universal. En esa labor
unificadora hay que destacar especialmente a entidades privadas internacionales que como el
Comité Marítimo Internacional, la Cámara de Comercio Internacional o el mismo Instituto
Internacional para la Unificación del Derecho (UNIDROIT) tantos esfuerzos han desplegado en la
redacción y difusión de documentos, informes y reglas sobre cuestiones puntuales de Derecho
de la navegación, gozando de amplia aceptación internacional.
Ese conjunto normativo, de procedencia u origen distinto, busca un doble objetivo: a) por un
lado, encontrar los elementos comunes a toda relación, superando las peculiaridades de cada
ordenamiento, aunque objetivo tan ambicioso suele ser limitado para asegurar el cumplimiento.
Eso explica que los instrumentos internacionales regulen aspectos concretos de ciertas
instituciones, unificando lo que se puede, pero sin agotar la materia en su totalidad. Por ejemplo,
la disciplina internacional sobre la responsabilidad en el transporte marítimo no incluye los
aspectos documentales, aunque también interesan al régimen del contrato; b) en segundo
término, ofrecer una solución al fondo del asunto, pero sólo para aquellas situaciones
internacionales o dotadas de un elemento extranjero. Modernamente, sin embargo, la tendencia
va más allá de la unificación internacional y pretende la uniformidad universal, adoptando
leyes nacionales e internacionales uniformes.
La lista de los organismos internacionales que han contribuido a la unificación es tan prolífica
que su enumeración resulta excesiva, por lo que nos limitamos a mencionar, a título de ejemplo,
entre los intergubernamentales, la Organización Marítima Internacional (OMI), la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el
Desarrollo (UNCTAD), la Organización Internacional de Telecomunicaciones Marítimas Vía
Satélite (INMARSAT), y entre los privados, el Comité Marítimo Internacional (CMI), la
Conferencia Marítima Internacional y del Báltico (BIMCO), la Cámara Internacional de
Navegación, la Asociación de Propietarios Independientes de Buques Tanque (INTERTANKO), la
Asociación Internacional de Armadores Independientes de Buques de Carga Seca
(INTERCARGO), la Asociación Internacional de Liquidadores de Averías (AILA), el Consejo
General Británico de Navegación o, en fin, la Asociación de Agentes y Corredores Marítimos
(ASBA).
Asimismo, EUROCONTROL ha emprendido diversas iniciativas sobre gestión del tránsito aéreo
entre las que destacan la estrategia «ATM 2000+» que ofrece un marco para elaborar un sistema
europeo uniforme de gestión del tráfico aéreo puerta a puerta (gate-to-gate), el RVSM o sistema
europeo de mínimo reducido de separación vertical de 1.000 pies entre los niveles de vuelo 290 y
410, abrió la posibilidad de utilizar seis niveles de vuelo adicionales en el espacio aéreo europeo
y la EAD (European Air Data) o creación de una base europea de datos, en funcionamiento desde
el 6 de julio de 2003.
Por su parte, la Unidad Europea, cuyo espacio aéreo no hay que confundir con el espacio
regional europeo de EUROCONTROL, ha dictado sus propias normas en materia de seguridad.
EUROCONTROL tiene su origen, como se dijo en un Convenio internacional regional de ámbito
europeo y vincula a los países firmantes, que no son exactamente los mismos miembros de la
Unión Europea. Por ejemplo, Suiza y Turquía, son miembros de EUROCONTROL, pero no de la
Unión Europea. Pues bien, en materia de seguridad aérea, la Unión Europea ha creado la
Agencia Europea de Seguridad Aérea o European Aviation Safety Agency (AESA/EASA), regulada
en el Reglamento (CE) 1592/2002, del Parlamento y del Consejo, de 15 de julio de 2002, sobre
normas comunes en el ámbito de la aviación civil (DOCE núm. L 240, de 7 de septiembre de
2002). Entre sus objetivos destaca garantizar el funcionamiento correcto de la seguridad aérea
civil y a tal efecto podrá emitir dictámenes, asistir a la Comisión preparando medidas de
carácter técnico sobre construcción, diseño, aspectos operativos, códigos de aeronavegabilidad,
documentación y certificación medioambiental y conducir líneas de inspección. Es un órgano
comunitario europeo con personalidad jurídica propia y puede establecer sedes locales en los
distintos Estados europeos (art. 19). El artículo 31 de la Ley de Seguridad Aérea obliga a la
Dirección General de la Aviación Civil y demás organismos españoles a prestar su colaboración a
la Agencia Europea para realizar las inspecciones e investigaciones en territorio español.
Asimismo, la Unión Europea ha dictado diversas disposiciones en materia de seguridad entre las
que cabe recordar el Reglamento 983/2010, de 3 de noviembre, que modifica el Reglamento
185/2010, de 4 de marzo, sobre medidas detalladas para la aplicación de las normas básicas de
seguridad de la aviación civil (DOL núm. 286, de 4 noviembre 2010).
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II. El empresario marítimo
4. Definición y precisiones terminológicas
Empresario marítimo es la persona, física o jurídica, que con carácter habitual y en nombre
propio desarrolla una actividad empresarial que tiene por objeto la explotación o utilización del
buque. El naviero es, por tanto, el titular de la empresa marítima.
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II. El empresario marítimo
5. Conceptos legales y valoración crítica
La Ley de Navegación Marítima dedica el título III a los sujetos de la navegación, artículos 145
a 187, y los define con efectos registrales. No le interesa tanto la coincidencia entre la
terminología práctica y la legal sino delimitar con claridad quienes son los sujetos cuya
inscripción interesa al Registro; es decir, persiguen el efecto de la publicidad y la protección de
los terceros.
Por otra parte, la Ley de Navegación Marítima incluye en el mismo título de sujetos de la
navegación la dotación, siendo discutible que los miembros de la tripulación, o personas
contratadas a bordo, sean sujetos de la navegación, al menos en el doble sentido manifestado
por la Exposición de Motivos, pues no son objeto de inscripción en el Registro ni responden en
los mismos términos del armador.
Es cierto que los nuevos conceptos legales han zanjado las discusiones alimentadas en los ahora
derogados artículos 586 del Código de Comercio y 10 de la Ley Transporte Marítimo de
Mercancías de 1949, que confundían al representante del naviero con el principal, y al
consignatario con el titular de la empresa marítima.
El legislador va más allá de la distinción entre propiedad y armamento, lo que permite separar,
al menos formalmente, las nociones de armador y naviero. Respecto del concepto legal de
naviero, la Ley de Navegación Marítima ha conservado la misma noción recogida en la Ley de
Puertos del Estado y de la Marina Mercante, limitándolo a quienes se dedican a la explotación de
buques mercantes, con exclusión de los dedicados a la pesca.
Es cierto también que la diferencia entre propiedad y gestión permite distinguir, en el
condominio naval, la simple cotitularidad del buque y el verdadero condominio naval.
Cuando el naviero tenga la posesión, será además considerado armador, lo que tiene relevancia
a efectos registrales. Los artículos. 146 y 147 son claros: el armador que se dedique a la
navegación con fines empresariales deberá inscribirse en la Sección de Buques del Registro de
Bienes Muebles y el armador no propietario podrá inscribir dicha condición. Inscripción
obligatoria para el primero y facultativa o voluntaria para el segundo.
La distinción de la Ley entre los conceptos de armador y naviero no parece convincente, más
allá de la oportuna comentada separación entre propiedad y armamento, que por lo demás no es
elemento diferenciador entre armador y naviero. Porque al margen de la terminología, alejada
de la práctica habitual pues la agrupación de navieros (ANAVE) no distingue entre armadores o
navieros, en ambos casos el concepto requiere la presencia de los mismos elementos esenciales:
ser titular de la explotación del buque y por ende asumir las consecuencias o responsabilidades
de la actividad de navegación. Porque «dedicarlo a la navegación en su propio nombre y bajo su
responsabilidad», exigido para el armador, sea o no propietario, es equivalente a «dedicarse a la
explotación de buques propios o ajenos», requisito exigido para ser naviero.
De hecho, la Ley de Navegación Marítima toma en cuenta el artículo 10 del Texto Refundido
de la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante donde se ignora la figura del armador y
define solo el naviero en los mismos términos que ahora reproduce la nueva ley. Las
definiciones de naviero son idénticas en consideración a las observaciones formuladas desde la
agrupación de los navieros españoles (ANAVE), durante la información pública del anteproyecto
de ley. En el artículo 254 del mismo texto refundido se impone la obligación de tener asegurada
la responsabilidad civil en la que puedan incurrir las empresas navieras en el curso de la
explotación de sus buques.
Con esas distinciones, en sede de sujetos de navegación, el legislador parece indicar que la
noción de armador es más amplia para incluir al poseedor tanto de buques como de
embarcaciones, mientras que la de naviero se reserva a la explotación de buques mercantes, y
no de embarcaciones. Y, además, que la actividad de navegación, más amplia que la de
explotación, parece reservada al armador y negada al naviero. En el bien entendido que
navegación marítima (rectius, la del armador) incluye todo tipo de navegación, sea o no
lucrativa, mientras que la explotación del buque (rectius, la del naviero) debe constituir una
actividad empresarial. Para la ley no existen navieros de buques deportivos o de recreo
utilizados sin finalidad lucrativa; en esos supuestos solo pueden ser armadores.
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II. El empresario marítimo
6. Naviero individual y naviero social
El naviero puede ser una persona física o jurídica, dando lugar a las nociones de naviero
individual y social. Cuando la titularidad de la empresa de navegación marítima recae en una
persona física, debe tener aptitud para comerciar; es decir, ha de ser mayor de edad y no estar
incapacitado (arts. 4º C de C). La inscripción en el Registro Mercantil es obligatoria,
circunstancia excepcional que no se exige a los demás comerciantes individuales. Aunque no se
trata de un requisito constitutivo, las consecuencias de la no inscripción son relevantes a efectos
probatorios pero la Ley de Navegación Marítima ha derogado el artículo 19. 3 Código de
Comercio que hacía responsable con todo su patrimonio de las deudas contraídas al naviero no
inscrito; es decir, le privaba del derecho a limitación.
Lo habitual es que el naviero sea una persona jurídica, una sociedad mercantil al amparo de
alguno de los tipos societarios (sociedad anónima, sociedad de responsabilidad limitada,
sociedad cooperativa). No existen condiciones especiales para la constitución, salvo que, además
de la inscripción obligatoria en el Registro Mercantil, debe hacerlo en el Registro de Buques y
Empresas Navieras ( arts. 146 LNM y 251 y disp. adic. 16ª del LPEMM y 10 del RD
1.027/1989, de 28 de julio).
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7. El condominio naval
7. EL CONDOMINIO NAVAL
El condominio naval es una institución de rancio abolengo histórico, reconocido en el Libro del
Consulado del Mar, y fue regulado en el Código de Comercio (arts. 589 ss.). La Ley de
Navegación Marítima, fiel a la tradición, también lo regula en el capítulo de sujetos de la
navegación. Importa advertir inmediatamente que esa inclusión no significa que pueda
equiparse a los otros sujetos propiamente dichos como el armador y el naviero, pues la propia
regulación reconoce la condición de armador a todos los titulares del condominio naval.
La finalidad de la Ley no es otra que suplir la disciplina convencional sobre las relaciones entre
los condóminos, inspiradas en el principio mayoritario compatible con la protección de los
minoritarios; y dar una definición legal, por lo demás consolidada por consabida.
Su régimen jurídico sigue el principio de la mayoría porque para la realización de cualquier acto
o negocio jurídico de administración, disposición o gravamen del buque o embarcación, basta el
acuerdo de los condueños que representen la mayoría de las cuotas de la copropiedad. No hay
impedimento legal para que un solo condueño ostente la mayoría, pero son válidos los pactos
negociales en sentido diverso. Los mismos pactos pueden definir libremente el porcentaje de
cuotas que integran la mayoría, salvo que exijan unanimidad, prohibidos según la
jurisprudencia pues altera el principio mayoritario por un inexistente derecho de veto.
Los condóminos en minoría tienen reconocidos una serie de derechos. La Ley establece los
siguientes: a) El condómino ausente u opuesto a la venta puede exigir que se realice en pública
subasta. b) Cuando la falta de participación u oposición se refiera a la decisión de realizar
cualquier acto o negocio jurídico de administración o disposición, designación de administrador
u obras de reparación del buque, tiene el derecho de separación; en ese caso deberá transmitir
su cuota a los restantes condóminos que la acepten, por el ¬valor fijado de común acuerdo, y en
su defecto por el del perito designado por ambas partes, y, si tampoco hay acuerdo, designado
por el juez. Si ninguno aceptara, podrá solicitar su venta en pública subasta. c) Realizar sobre su
cuota cualquier acto de disposición o gravamen, con excepción de la hipoteca naval, que sólo
podrá recaer sobre la totalidad del buque y requerirá acuerdo de la mayoría de los condóminos.
d) Derecho de adquisición preferente en caso de venta de una cuota indivisa a un extraño, que
se ejercerá mediante el derecho de tanteo y retracto y si son más de uno los adquirentes rige el
principio de proporcionalidad a su cuota respectiva. Para poder ejercitar el derecho de tanteo y
el de retracto, deberá el adquirente o adquirentes consignar el precio de la venta, ante notario o
en un establecimiento destinado a este fin.
Se ha discutido si la copropiedad del buque es una comunidad de bienes o una figura asociativa,
concretamente una compañía mercantil, habida cuenta de que la legislación vigente regula el
aspecto estructural (sic, societario) y funcional, pero los elementos de la comunidad de bienes
son preponderantes y su régimen se aproxima más al de la copropiedad. En este último sentido
se han manifestado las sentencias del Tribunal Supremo de 10 de diciembre de 1955 y 22 de
febrero de 1958, vigentes a la luz de la Ley de Navegación Marítima examinada.
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limitar la responsabilidad por créditos marítimo») del Título IX («Especialidades procesales») y
en la disposición adicional 1.ª sobre actualización de cuantías y mecanismos de garantía
alternativos.
El Derecho internacional ha terminado por adoptar el sistema inglés, limitando la deuda a una
suma fija, conocida de antemano, en función del tonelaje del buque, que evita los
inconvenientes de los otros sistemas cuando el buque naufraga o desaparece y, por otro lado,
mantiene una cierta proporcionalidad en función de las dimensiones del buque y el tipo de
daños. Éste es el sistema adoptado en el Convenio sobre limitación de la responsabilidad por
créditos marítimos, firmado en Londres el 19 de noviembre de 1976, denunciado por España en
fecha 26 de octubre de 2006 (BOE núm. 22, de 25 de enero de 2007), y Protocolo modificativo de 3
de mayo de 1996, vigente en el plano internacional, al que se adhiere España mediante
instrumento de 1 de diciembre de 2004 (BOE núm. 50, de 28 de febrero de 2005).
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9. Sistema español. La unificación del sistema y sus distintas modalidades por razón de la
materia
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10. Unificación internacional del sistema de limitación de la responsabilidad
Capítulo aparte merecen las normas del procedimiento para ejecutar la limitación. Competencia,
invocación y plazo de constitución, compatibilidad con otros procedimientos, contenido y forma
de la solicitud, admisión y subsanación, auto de admisión y de denegación, formación de piezas
y reparto provisional, publicidad de la formación de los estados, auto de formación de los
estados pasivo y activo y complemento del activo, terminación por improcedencia de la
limitación y pieza y auto de reparto, son las cuestiones procesales detalladamente reguladas en
el Título IX Especialidades procesales (arts. 487 a 500).
La remisión al Convenio de Londres de 1976, modificado por el Protocolo de 1996 y con las
reservas formuladas en el instrumento de adhesión y las propias disposiciones de la ley. Para
evitar el solapamiento de normas internacionales aplicables, España ha denunciado el Convenio
relativo a la limitación de la responsabilidad de los propietarios de buques que navegan por alta
mar, hecho en Bruselas el 10 de octubre de 1957 (BOE núm. 52, de 2 de marzo de 2005) e
igualmente ha denunciado el Protocolo de modificación del citado Convenio de 1957, hecho en
Bruselas el 21 de diciembre de 1979 (BOE núm. 52, de 2 de marzo de 2005). También ha
denunciado el Convenio sobre limitación de la responsabilidad nacida de reclamaciones de
derecho marítimo, firmado en Londres el 19 de noviembre de 1976 (BOE núm. 22, de 25 de enero
de 2007) y que estaba en vigor desde el 1 de diciembre de 1986, la denuncia tiene efecto a partir
del 1 de enero de 2007.
La combinación del Convenio y las disposiciones específicas de la ley exigen precisar cuatro
cuestiones fundamentales: ámbito de aplicación, sujeto titular, supuestos de limitación y cálculo
del importe.
Sin embargo, no son limitables las responsabilidades relativas a artefactos navales ni a las
plataformas fijas construidas para la exploración o explotación de los recursos naturales de los
fondos o del subsuelo marino. La aplicación del sistema general del Convenio es compatible con
los regímenes especiales de limitación para el porteador marítimo de mercancías o de pasajeros,
y en todo caso el armador o fletador porteador podrá optar uno u otro.
b) En cuanto al sujeto titular del beneficio, el artículo 1 del Convenio reconoce legitimación al
propietario, a las empresas de salvamento y al asegurador que cubra las responsabilidades
sujetas a limitación. Por otro lado, importa advertir que la noción de «propietario del buque» es
un término amplio que también incluye al fletador, al armador y al operador de un buque
mercante. Asimismo, pueden beneficiarse de la limitación de la responsabilidad los auxiliares
del naviero o aquellas personas de cuya responsabilidad debe responder el propietario del
buque, el armador, el fletador, el operador del buque o la empresa de salvamento.
c) Por lo que se refiere a los supuestos de limitación, el artículo 2 amplía los recogidos en los
anteriores Convenios de Bruselas, pudiendo afirmarse que son la mayoría de las reclamaciones
marítimas. En este punto la ley enumera las siguientes: i) Reclamaciones por muerte o lesiones
corporales, o por pérdidas o daños sufridos en las cosas, incluidos daños a obras portuarias, vías
navegables, ayudas a la navegación y demás bienes del demanio marítimo o portuario, que se
hayan producido a bordo o estén directamente vinculados con la explotación del buque o con
operaciones de salvamento, así como los perjuicios derivados de cualesquiera de esas causas. ii)
Reclamaciones relacionadas con los perjuicios derivados del retraso en el transporte de la carga,
los pasajeros y sus equipajes. iii) Reclamaciones relacionadas con perjuicios derivados de la
lesión de derechos que no sean contractuales, irrogados directamente con ocasión de la
explotación del buque o con operaciones de salvamento. iv) Reclamaciones promovidas por una
persona distinta de la que sea responsable, relacionadas con las medidas tomadas a fin de evitar
o aminorar los perjuicios respecto de los cuales la persona responsable pueda limitar su
responsabilidad y los ocasionados ulteriormente por tales medidas, salvo cuando las mismas
hayan sido adoptadas en virtud de un contrato concertado con la persona responsable (art. 396).
Sin embargo, están excluidas las reclamaciones enumeradas en el artículo 3 del Convenio; esto
es, las referidas al salvamento, contaminación y daño nuclear; y las reclamaciones de la
Administración Marítima o Autoridad Portuaria que se prevean en las normas reguladoras de la
remoción de buques y eliminación de la carga del buque, en virtud de las reservas al documento
de adhesión (art. 397).
La ley introduce varias adaptaciones del Convenio según determinadas circunstancias. Por un
lado, aplica límites especiales derivado de nuestra pertenencia a la Unión Europea: en las
reclamaciones por muerte y lesiones corporales a pasajeros, con independencia de cuál sea su
arqueo bruto, el límite de responsabilidad será la cantidad prevista en los convenios
internacionales y las normas de la Unión Europea multiplicada por el número de pasajeros que
el buque esté autorizado a transportar, de conformidad con su certificado. A estos efectos se
entenderán incluidas en el concepto de pasajero las personas que, con el consentimiento del
porteador, viajen a bordo acompañando a un vehículo o a animales vivos en virtud de un
contrato de transporte de mercancías. Por otra parte, los límites de responsabilidad aplicables
para los buques y embarcaciones con arqueo inferior a 300 toneladas son: a) Un millón de
derechos especiales de giro para las reclamaciones relacionadas con muerte o lesiones
corporales. b) Quinientos mil derechos especiales de giro para las demás reclamaciones
limitables.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 59. Derecho de la navegación. Introducción, concepto y fuentes. Empresario de la
navegación y colaboradores
II. El empresario marítimo
11. El empresario de la navegación aérea
El empresario puede ser una persona física o individual y jurídica o societaria. El artículo 70 de
la Ley de Navegación Aérea admite a las empresas individuales incluso para la prestación de los
servicios regulares de líneas aéreas, previa concesión por un tiempo no superior a quince años,
plazo que podrá ser prorrogado.
La titularidad de la explotación del tráfico aéreo regular está sometida a limitaciones por
razones de nacionalidad, reservada en principio a españoles; por lo demás, sólo podrán volar
por las rutas establecidas en la concesión. La Ley de Navegación Aérea establece, en efecto, que
los concesionarios sean personas físicas o entidades jurídicas, habrán de ser españoles, además
de poseer medios económicos suficientes y garantizar las eventuales responsabilidades durante
la concesión. Cuando sean sociedades, las tres cuartas partes del capital y de los administradores
deberán ser igualmente españoles, y en el supuesto de que tuvieran su capital representado por
acciones, han de ser nominativas (arts. 74 y 75).
Aunque formalmente la Ley de Navegación Aérea sigue vigente en este punto, interesa destacar
la importancia del Derecho comunitario en este ámbito, que completa, y en ocasiones deroga, la
Ley de Navegación Aérea. El proceso de liberalización del tráfico aéreo ha determinado, en
efecto, que la normativa comunitaria haya incidido en la concesión de licencias de explotación,
necesarias para dedicarse al transporte aéreo de pasajeros, correo y carga. Al respecto destaca el
Reglamento (CE) nº 1008/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 24 de septiembre de
2008, sobre normas comunes para la explotación de servicios aéreos en la Comunidad (versión
refundida). La norma introduce algunos cambios sustanciales y refunde los Reglamentos
(CEE) nº 2407/92 del Consejo, de 23 de julio de 1992, sobre la concesión de licencias a las
compañías aéreas (4), el Reglamento (CEE) nº 2408/92 del Consejo, de 23 de julio de 1992,
relativo al acceso de las compañías aéreas de la Comunidad a las rutas aéreas intracomunitarias
(5), y el Reglamento (CEE) nº 2409/92 del Consejo, de 23 de julio de 1992, sobre tarifas y fletes
de los servicios aéreos (6). Su finalidad es regular la concesión de licencias a compañías aéreas
comunitarias, el derecho de las compañías aéreas comunitarias a explotar servicios aéreos
intracomunitarios y la fijación de precios de los servicios aéreos intracomunitarios. El Ministerio
de Fomento desarrolló la primera versión de este Reglamento a través de la Orden de 12 de
marzo de 1998 (BOE núm. 73, de 26 de marzo), que regula la concesión y mantenimiento de
licencias de explotación a las empresas que tengan su principal centro de actividad y domicilio
social en España.
En cuanto a la liberalización del tráfico aéreo, cabe mencionar el Reglamento (CE) nº 1008/2008
del Parlamento Europeo y del Consejo, de 24 de septiembre de 2008, ya citado relativo al acceso
de las compañías aéreas de la Comunidad a las rutas aéreas intracomunitarias. En relación tanto
con los servicios regulares como no regulares, el referido Reglamento liberalizó el acceso de las
compañías aéreas comunitarias al tráfico intracomunitario, y también al de cabotaje, a partir del
1 de abril de 1997. Sentadas las bases de la liberalización, importa destacar, por otra parte, que
la política europea más reciente se ha orientado básicamente en dos temas, la seguridad aérea y
la protección de los derechos del pasajero. En el primer sentido cabe citar el Reglamento
1592/2002 por el que se creó la Agencia Europea de Seguridad Aérea. Esa norma fue derogada
por el Reglamento (CE) nº 216/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 de febrero de
2008, sobre normas comunes en el ámbito de la aviación civil y por el que se crea una Agencia
Europea de Seguridad Aérea, y se deroga la Directiva 91/670/CEE del Consejo, el Reglamento
(CE) nº 1592/2002 y la Directiva 2004/36/CE y modificado últimamente por el Reglamento
2016/4, de 5 de enero (Ref. DOUE-L-2016-80003) el Reglamento (CE) nº 300/2008 del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 11 de marzo de 2008, sobre normas comunes para la
seguridad de la aviación civil y por el que se deroga el Reglamento (CE) nº 2320/2002 y el
Reglamento (UE) nº 996/2010 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 de octubre de 2010,
sobre investigación y prevención de accidentes e incidentes en la aviación civil y por el que se
deroga la Directiva 94/56/CE. Y en el segundo sentido, el Reglamento 889/2002 sobre
responsabilidad de las compañías aéreas en caso de accidente y el Reglamento 261/2004 sobre
compensación y asistencia a los pasajeros aéreos en caso de denegación de embarque y
cancelación o gran retraso de los vuelos.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 59. Derecho de la navegación. Introducción, concepto y fuentes. Empresario de la
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II. El empresario marítimo
12. La limitación de la responsabilidad del empresario de la navegación aérea
El titular de la empresa de navegación, sea marítima o aérea, goza del beneficio de la limitación
de la responsabilidad. Se trata de una excepción o privilegio al régimen general de
responsabilidad, donde el deudor responde ilimitadamente con todos sus bienes presentes y
futuros. Sin embargo, no se trata de un régimen unitario, pues el empresario aéreo, a diferencia
del naviero, no dispone de un régimen general o global de limitación, sino que existen
limitaciones específicas según las causas de responsabilidad. Así, vano será el esfuerzo por
encontrar un Convenio de navegación aérea o un precepto en la Ley de Navegación Aérea donde
se afirme, de forma genérica, la limitación de la responsabilidad. Por otra parte, examinando los
distintos supuestos de responsabilidad limitada se advierten otras diferencias entre los sistemas.
La técnica del abandono (del buque o aeronave con sus pertenencias) a los acreedores es
desconocida en el Derecho aéreo. La limitación ad valorem (que se aplica en el abordaje entre
buques), si bien está introducida en la navegación aérea, no se calcula con referencia al valor de
la aeronave, sino en base a unos coeficientes fijados de antemano. La aplicación combina el
privilegio con la preferencia, siendo los créditos por daños personales anteriores o preferentes a
los materiales (también sucede en algunos supuestos marítimos, pero la técnica se incorpora
tardíamente). Asimismo, la aplicación es ope legis y automática, no se requiere una declaración
previa del explotador, que manifiesta ante el juzgado la voluntad de acogerse al sistema de
limitación. Por último, la limitación no es por viaje, sino por accidente, siendo más favorable a
los acreedores que al deudor.
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II. El empresario marítimo
13. Limitación de la responsabilidad del empresario de la navegación aérea por daños a
terceros
A. Derecho convencional internacional
Los dos supuestos más frecuentes de responsabilidad son, por un lado, los créditos derivados del
transporte aéreo, regulados en el Convenio de Montreal de 28 de mayo de 1999 (BOE núm. 122,
de 20 de mayo), y por otro, los daños a terceros en la superficie, regulados en el Convenio de
Roma de 1952 y Protocolo de Montreal de 1978. Por razones expositivas remitimos al capítulo
sobre el transporte la exposición del primero.
Los daños objeto de limitación son exclusivamente los causados a terceros en la superficie, no se
incluyen los daños entre aeronaves en vuelo, es decir, los supuestos de abordaje aéreo. El
Convenio establece un régimen de responsabilidad extracontractual y objetivo. El artículo 11 fija
el límite de responsabilidad en base al peso de la aeronave. Sin embargo, en determinados
supuestos se puede perder el beneficio de la limitación.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
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II. El empresario marítimo
13. Limitación de la responsabilidad del empresario de la navegación aérea por daños a
terceros
B. Derecho interno
B. Derecho interno
El artículo 119 de la Ley de Navegación Aérea dispone que «son indemnizables los daños que se
causen a las personas o a las cosas que se encuentren en la superficie terrestre, por acción de la
aeronave en vuelo, en tierra o por cuanto en ella se desprende o arroje». Obsérvese que el
supuesto es más amplio que el del Convenio, pues incluye los causados por la aeronave en tierra.
Al mismo tiempo, la operación de vuelo es más amplia, pues abarca los períodos de rodaje.
Tampoco se exige que los daños sean consecuencia directa, admitiéndose los indirectos, lo que
significa dar carta de naturaleza a los daños derivados del lucro cesante. Los límites máximos
han sido actualizados por Real Decreto 37/2001, de 19 de enero (BOE núm. 29, de 2 de febrero)
según una escala que multiplica los kilogramos por una cantidad de derechos especiales de giro
(DEG). En el Derecho convencional internacional, el importe máximo varía en función del peso
de la aeronave y a tal efecto se distinguen varios apartados. Para los casos de concurrencia de
daños personales y materiales, si los límites son insuficientes, se reconoce el derecho preferente
de los personales, y dentro de cada clase se aplica la regla proporcional.
Los límites máximos del artículo 119 de la Ley de Navegación Aérea han sido actualizados por el
Real Decreto 37/2001, de 19 de enero (BOE núm. 29, de 2 de febrero). Como en el derecho
convencional internacional, el importe máximo varía en función del peso de la aeronave y se
pagarán por aeronave y accidente, según las limitaciones siguientes: i) Para aeronaves de hasta
500 kilogramos de peso bruto, 220.000 derechos especiales de giro (DEG); ii) Para aeronaves de
peso bruto mayor de 500 kilogramos y hasta 1.000 kilogramos, 660.000 derechos especiales de
giro (DEG); iii) 660.000 derechos especiales de giro (DEG), más 520 derechos especiales de giro
(DEG) por kilogramo que exceda de los 1.000, para aeronaves que pesen más de 1.000 y no
excedan de 6.000 kilogramos; iv) 3.260.000 derechos especiales de giro (DEG), para aeronaves de
peso bruto mayor de 500 kilogramos y hasta 1.000 kilogramos; v) 7.880.000 derechos especiales
de giro (DEG), para aeronaves de peso bruto por kilogramo que exceda de 20.000, para
aeronaves que pesen más de 20.000 y no excedan de 50.000 kilogramos; vi) 13.580.000 derechos
especiales de giro (DEG), más 130 derechos especiales de giro (DEG) por kilogramo que exceda de
los 50.000, para aeronaves que pesen más de 50.000 kilogramos. Cuando los daños son
corporales, muerte o lesiones, los límites se incrementan en un 20 por 100. Para los casos de
concurrencia de daños personales y materiales, si los límites son insuficientes, se reconoce el
derecho preferente de los personales, y dentro de cada clase se aplica la regla proporcional.
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III. Personal colaborador del empresario de la navegación
14. Personal colaborador del naviero. Planteamiento
La clasificación de los colaboradores del empresario marítimo puede hacerse atendiendo a estos
dos criterios: a) personal dependiente e independiente; b) personal marítimo y terrestre.
Por una parte, se ha de contar con los que, teniendo la condición de auxiliares o dependientes
del naviero, carecen de facultades representativas, agotándose su función en el contrato de
trabajo; pertenecen a esa categoría los miembros de la dotación del buque (o de la aeronave),
salvo el Capitán del buque y el Comandante de la aeronave, que, como veremos, tienen
facultades especiales. Aunque carecen del poder de representación, que cualifica la condición de
los auxiliares en sentido propio, su estudio es obligado, no sólo por su importancia en el
fenómeno de la navegación, sino por estar regulados en la Ley de Navegación Marítima.
Por otro lado, existen otros colaboradores que no son, en rigor, auxiliares o dependientes del
empresario marítimo, sino empresarios independientes; verbigracia, el consignatario de buques,
figura que, por lo demás, va más allá del esquema típico de los colaboradores independientes,
subrayando el carácter especial de su regulación.
En cuanto al personal marítimo, además de la figura del Capitán del buque, ha de tenerse en
cuenta a los oficiales y demás miembros de la dotación o tripulación, ya analizados. Todos
presentan alguna nota que justifica la especialidad de la colaboración en el Derecho marítimo.
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III. Personal colaborador del empresario de la navegación
15. El gestor naval
Conviene hacer una precisión terminológica porque la Ley de Navegación Marítima emplea el
término gestor naval, que no debe identificarse con el gestor del naviero. La Ley lo emplea en
otro sentido, que analizamos a continuación. Lo hace no en el Título III («De los sujetos de la
navegación»), sino en el Título V («De los Contratos auxiliares de la navegación»), concretamente
en el capítulo I («Del contrato de gestión naval»). El gestor naval es un empresario autónomo e
independiente, no es un empleado o subordinado del naviero, y está ligado por un contrato
auxiliar de la navegación, denominado de gestión naval, de ahí el nombre de gestor naval con el
que se identifica el titular.
Al gestor naval pueden aplicarse por analogía los preceptos del Código de comercio sobre el
factor en punto al poder de representación y vinculación de sus actos al principal, el armador o
el naviero (arts. 281 y ss. C. de C.).
Las facultades actualmente son más amplias que las referidas en el Código, limitadas a una
expedición, pues las travesías de entonces nada tienen que ver con las de ahora. La idea antigua
de la empresa viaje ha quedado completamente pues son ciclos o períodos de navegación
ininterrumpidos. Las facultades generales del gestor naval se mantienen permanentemente,
mientras desempeña las funciones de apoderado general, salvo las limitaciones propias de cada
compañía. En definitiva, como se ha dicho, el gestor naval es el factor del naviero.
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III. Personal colaborador del empresario de la navegación
16. El naviero-gestor o shipmanager
La Ley de Navegación Marítima lo define en el ámbito del contrato de gestión (arts. 314 a 318),
figura contractual que tratamos en otro capítulo.
Aunque la regulación legal es parca, la disciplina viene reconocida con mayor detalle en el
Derecho de los formularios, siendo aplicables las normas establecidas en el propio contrato de
gestión y, en su defecto, por las del contrato de agencia (Ley 12/1992) o de comisión mercantil
(arts. 244 ss. C. de C.), en consideración a que la relación entre armador y agente sea o no
duradera ( art. 317 LNM).
La disciplina del gestor no se agota en el ámbito de las relaciones internas pues también se
relaciona con terceros, provocando efectos distintos según el modo de actuación. En principio,
dada su condición de agente o comisionista, debe manifestar ser mandatario del armador,
haciendo constar la identidad y domicilio de su mandante principal. En ese caso los contratos
que celebre producirán efectos en la esfera del armador. Por el contrario, si ocultara esa
condición, responderá solidariamente con el armador frente al tercero por de las obligaciones
contraídas.
El gestor tiene derecho a limitar la responsabilidad en los términos establecidos en la ley (arts.
318, en relación con los arts. 392 a 405). La interpretación literal de los preceptos de la Ley de
Navegación Marítima sobre la noción de naviero y la limitación de responsabilidad, permite
aplicar el sistema de la limitación regulada en el Convenio de Londres, de 19 de noviembre de
1976, según Protocolo de 1996, a cuyo tenor el artículo 1.º incluye expresamente la figura que
estamos contemplando entre las personas titulares de la limitación; el término propietario del
buque significa, en efecto, el propietario, fletador, armador, y el operador de un buque
mercante, debiendo entender que ese «operador» no es otro que el naviero-gestor. En definitiva,
el naviero-gestor o shipmanager tiene derecho a limitar la responsabilidad en los términos
establecidos en la Ley (arts. 318, en relación con los arts. 392 a 405).
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17. El consignatario de buques
La reducida estancia de los buques en puerto hace cada vez más necesaria la existencia de una
red de representantes del naviero en tierra.
Está definido en el artículo 319 Ley de Navegación Marítima con ocasión de la disciplina
sobre el contrato de consignación de buques, al que nos referimos más adelante. El citado
precepto ofrece un concepto más completo del previsto en el artículo de la Ley de Puertos del
Estado y de la Marina Mercante (art. 259.2), entendiendo por consignatario la persona que por
cuenta del armador o del naviero se ocupa de las gestiones materiales y jurídicas necesarias
para el despacho y demás atenciones al buque en puerto. Este concepto es reiterado
sustancialmente, con posterioridad, por el Real Decreto 131/2019, de 8 de marzo, por el que se
desarrolla la obligación de consignación de buques.
Al igual que en el caso del gestor naval, se trata de un empresario colaborador, autónomo e
independiente, por lo que el régimen jurídico aplicable será el de la agencia o comisión
mercantil, según que el mandato sea duradero u ocasional respectivamente (Ley 12/1992 o arts.
244 ss. C. de C.).
La Ley de Navegación Marítima trata de resolver tanta polémica sobre una de las cuestiones que
ha originado mayor controversia en la práctica: la relativa a la responsabilidad del
consignatario por daños y pérdidas sufridos por las mercancías transportadas. La
jurisprudencia ha sido vacilante, declarando su responsabilidad al identificarlo con el naviero
(SSTS de 14 de febrero de 1986, 18 de octubre de 1988, 10 de noviembre de 1993 y 23 de
noviembre de 1996). Sin embargo, el artículo 73.2 de la Ley de Puertos del Estado y de la
Marina Mercante parecía haber zanjado la cuestión cuando dispone que «la responsabilidad del
consignatario no se extenderá al cumplimiento de las obligaciones asumidas por el naviero para
con los cargadores o receptores de las mercancías transportadas por el buque» (vid. SSAP de
Barcelona de 3 de julio de 1998 y 6 de julio de 1999). Sin embargo, el nuevo Texto Refundido de
la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante remite a la legislación mercantil específica
sobre la responsabilidad del consignatario «en cuanto al cumplimiento de las obligaciones
asumidas por el naviero para con los cargadores o receptores de las mercancías transportadas
por el buque» (art. 259.2). Cuestión distinta es cuando el consignatario asume las obligaciones
directamente frente a los cargadores, no como comisionista o agente del naviero, sino por
cuenta propia (SSTS de 8 de octubre de 1966 y 25 de junio de 1977); y otro tanto cabe decir de las
obligaciones que haya contraído por cuenta del naviero, pero contratando en su propio nombre
y callando el de su principal, pues en esos supuestos excepcionales se aplicaría la doctrina de la
representación indirecta (art. 246 C. de C.).
Recientemente, la doctrina legal del Tribunal Supremo se ha inclinado, sin ambages, en favor de
la responsabilidad del consignatario por daños o pérdidas a las mercancías causados durante el
transporte marítimo como si del mismo naviero se tratara. Así, las sentencias de 20 de diciembre
de 2006 y 26 de noviembre de 2007.
La Ley de Navegación Marítima parece zanjar tanta polémica al disponer dos preceptos sobre la
materia y distinguir varios supuestos de responsabilidad. De entrada, una cosa es la
responsabilidad frente a terceros, que puede ser solidaria o no junto a la del naviero; y otra
distinta, la responsabilidad frente al naviero, consecuencia de las relaciones internas entre
ambos.
Frente a terceros responde solidariamente con el armador o naviero o porteador fletador por lo
daños causados a las mercancías cuando, habiendo firmado el conocimiento de embarque,
oculte el nombre y dirección de su principal (art. 321). Lógicamente, y en sentido contrario pues
la Ley de Navegación Marítima guarda silencio sobre este punto, no responderá cuando firme
por cuenta de su representante y haga constar la identidad y domicilio de su mandante (art.
322).
Las funciones del consignatario han ido evolucionando, siempre en expansión. Actualmente,
tiene encomendadas una pluralidad de funciones heterogéneas, complicando su caracterización.
Puede desempeñar funciones materiales y jurídicas (avituallamiento del buque y de la
tripulación, contratación de servicios portuarios, asistencia al Capitán), administrativas
(despacho de buques, mercancías y pasajeros, trámites aduaneros, pago de tasas portuarias y
derechos arancelarios) y comerciales (contratación de fletamentos o transportes, expedición o
firma de conocimientos de embarque o de billetes del pasaje).
Las relaciones de los consignatarios con la Administración Marítima y con las entidades gestoras
de los puertos, han sido objeto el desarrollo por el Real Decreto 131/2019, de 8 de marzo, antes
citado, que regula las condiciones de establecimiento y ejercicio de la actividad en puerto
consustancial a los consignatarios de buques, al margen de la titularidad estatal o autonómica
del puerto respectivo. Para desarrollar su actividad, habrán de cumplir con las condiciones
exigidas por la Autoridad Portuaria competente y contar con su autorización para ello. Al mismo
tiempo, y para facilitar el acceso de los armadores y navieros a los servicios de la consignación,
así como para velar por el control del cumplimiento de los requisitos correspondientes, existe el
Registro de Consignatarios con carácter público administrativo. La gestión del Registro
corresponde al Ministerio de Fomento, ostentando la condición de responsable del Registro el
Director General de la Marina Mercante.
No es menos cierto, sin embargo, que alguna de esas funciones del consignatario son asumidas
por otros colaboradores o intermediarios del tráfico marítimo, como son los agentes de
fletamento, transitarios, agentes de aduanas, por citar los más significativos. En ese sentido la
Ley de Navegación Marítima ha previsto acertadamente que cuando el consignatario realice
tareas de manipulación portuaria de mercancías se le aplicarán las normas propias de esa
actividad (art. 323 en relación con los arts. 329 a 338).
Las consideraciones anteriores explican la posición de la doctrina cuando distingue, por un lado,
las personas que realizan labores de consignación, pero son auxiliares del naviero; es decir,
personas físicas, dependientes y subordinados, y vinculados por una relación laboral aunque
dotados de un poder de representación limitado para actuar frente a terceros. A ellos se les
aplica los preceptos del Código de Comercio sobre dependientes (arts. 281 y ss). Por otro lado,
los consignatarios autónomos e independientes que se dedican a esa actividad en nombre propio
y por cuenta del naviero, pero son, por tanto, empresarios de consignación; es decir, personas
físicas o jurídicas a las que se refiere la Ley de Navegación Marítima.
El denominado pacto o cláusula de comisión (brokerage clause), está recogido, entre otras, en las
pólizas BALTIME (1974), LINERTIME (1974), ASBATIME (1981), NYPE (1993) y GENCON (1994). Un
examen comparativo de la cláusula en las distintas pólizas permite destacar dos aspectos
fundamentales: el devengo y la vinculación con el contrato principal. Por un lado, el momento
en que el consignatario tiene derecho a cobrar la comisión no es uniforme y varía según el
modelo de póliza de fletamento: en unos casos coincide con la perfección del contrato,
normalmente con la firma de la póliza de fletamento (on signing the contract); en otros, se aplaza
hasta la entrega del cargamento en el buque fletado (on shipment of the cargo); y en otros, en fin,
el devengo se aplaza, incluso, hasta que el naviero fletante haya cobrado el flete (on freight paid).
Por otro lado, la cláusula suele precisar el derecho del consignatario, en su papel de broker, a la
comisión cuando el fletamento por tiempo se resuelve por causas ajenas al referido
consignatario; lo normal es que se respete el derecho íntegro a la comisión, aunque en algunos
supuestos también se limita proporcionalmente al tiempo transcurrido; la solución más flexible
de los formularios no se ajusta exactamente al esquema de nuestro Derecho que regula la
comisión en garantía, haciéndole al comisionista (sic consignatario) responsable de la suerte del
negocio principal (art. 370 C. de C.).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
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navegación y colaboradores
III. Personal colaborador del empresario de la navegación
18. El corredor marítimo
Una figura relevante en la celebración de los contratos de adquisición y explotación del buque es
el corredor marítimo (shipbroker). Se trata de un empresario especializado en la mediación, sin
dependencia laboral pero vinculado mercantilmente con el naviero.
De acuerdo con el Derecho vigente, los corredores marítimos tienen una estructura bifronte: son
mediadores y fedatarios públicos, pues son agentes colegiados cuya intervención da fe de la
contratación marítima (arts. 88 a 99 y 112 a 115 C. de C.). Sin embargo, la segunda función ha
caído en desuso pues el tráfico marítimo opera normalmente al margen del principio de fe
pública. Es más, las funciones de fedatario son encomendadas en la Ley de Navegación
Marítima a los notarios (Titulo X). La falta de regulación específica, quizás por la dificultad de su
tratamiento unitario, explica la existencia de normas convencionales uniformes, aprobados por
organizaciones marítimas privadas de ámbito internacional: el «Código de ética profesional,
aprobado por la Asociación de Corredores y Agentes de Buques» (ASBA, 1986) y los «Principios
de la BIMCO de 1987 sobre consignaciones y fletamentos marítimos».
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III. Personal colaborador del empresario de la navegación
19. El empresario de carga y descarga
Importa recordar también en este lugar que la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión
Europea de 11 de diciembre de 2014 (TJCE 2014, 366) recaída en el asunto C-576/13
(procedimiento de infracción 2009/4052), condena al Reino de España por considerar que el
régimen legal en que se desenvuelve el servicio portuario de manipulación de mercancías
contraviene el artículo 49 Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, al imponer a
las empresas que deseen desarrollar la actividad las siguientes obligaciones: a) participar en el
capital de una Sociedad Anónima de Gestión de Estibadores Portuarios (SAGEP) y b) contratar
con carácter prioritario a trabajadores puestos a disposición por dicha Sociedad Anónima, y a un
mínimo de operarios sobre una base permanente. Dando cumplimiento a esa Sentencia se dictó
el Real Decreto-ley 4/2017, de 24 de febrero, por el que se modificaba el régimen de los
trabajadores para la prestación del servicio portuario de manipulación de mercancías. Sin
embargo, por Resolución de 16 de marzo de 2017, del Congreso de los Diputados, se ordena la
publicación del Acuerdo de derogación del citado Real Decreto-ley 4/2017 (BOE núm. 71, de 24 de
marzo de 2017). Posteriormente, tras las modificaciones negociadas con ciertos operadores
políticos, se publica el nuevo Real Decreto-ley 8/2017, de 12 de mayo (BOE núm. 114 del día 13),
convalidado por Resolución de 18 de mayo de 2017, del Congreso de los Diputados (BOE núm.
119, del día 19). La nueva norma modifica el régimen de los trabajadores para la prestación del
servicio portuario de manipulación de mercancías, suprimiendo, en su mayor parte, el actual
régimen de gestión de los trabajadores para la prestación del servicio portuario de manipulación
de mercancías que se recoge en el texto refundido de la Ley de Puertos del Estado y de la Marina
Mercante.
Finalmente, importa advertir que con el fin de consolidar el marco de liberalización del régimen
de los trabajadores para la prestación del servicio portuario de manipulación de mercancías,
iniciado con la entrada en vigor del Real Decreto-ley 8/2017, de 12 de mayo, se ha dictado el
Real Decreto-ley 9/2019, de 29 de marzo, por el que se modifica la Ley 14/1994, de 1 de junio,
por la que se regulan las empresas de trabajo temporal, para su adaptación a la actividad de la
estiba portuaria y se concluye la adaptación legal del régimen de los trabajadores para la
prestación del servicio portuario de manipulación de mercancías.
Por su parte, la Ley de Navegación Marítima regula con una cierta amplitud, artículos 329 a
338, el contrato de manipulación portuaria, indispensable para completar la figura del
empresario de carga y descarga. En el capítulo sobre contratos de explotación del buque
analizamos el régimen del contrato.
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20. El comisionista-transitario
20. EL COMISIONISTA-TRANSITARIO
Se trata de una figura moderna, vinculada al servicio integral de la empresa marítima. Por
razones obvias, el transporte marítimo no siempre permite entregar las mercancías en el lugar
del destinatario. La aparición del transporte combinado y la revolución del contenedor son
factores que han modificado profundamente la estructura del transporte marítimo y, por tanto,
de las personas que intervienen en su configuración. Las operaciones que comporta el tramo
terrestre o fluvial que se ha de recorrer para que las mercancías lleguen a su destino final deben
ser asumidas por el porteador, si quiere dar satisfacción al cliente. En tales supuestos el naviero
necesita la colaboración de personas encargadas de ese transporte complementario, que reciben
el nombre de comisionistas-transitarios. Son especialistas en gestión y pueden colaborar de
forma dependiente o como empresarios independientes.
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21. La dotación
21. LA DOTACIÓN
No todo el personal a bordo desempeña las mismas funciones pues varios son los departamentos
o servicios del buque y, en consecuencia, la ley establece una clasificación tripartita: el capitán,
los oficiales y los subalternos, debiendo estar en posesión de las titulaciones profesionales o
certificados de especialidad para poder ejercer como miembros de la dotación de buques
mercantes, según lo que reglamentariamente se determine.
El 50% del resto de la dotación de los buques mercantes, es decir, los demás oficiales y los
subalternos, deberá ser de nacionalidad española o de algún otro Estado miembro del Espacio
Económico Europeo. Los profesionales del sector pesquero tienen un régimen especial.
Por último, el artículo 164 contiene una disposición de doble naturaleza mercantil y laboral. En
ningún caso la contratación de dotaciones dará lugar a que la gente de mar pague remuneración
alguna. Y los agentes de armadores extranjeros que contraten en España a marinos nacionales o
residentes para prestar servicios en buques extranjeros serán responsables solidarios con el
armador del cumplimiento del contrato y estarán obligados a concertar un seguro mercantil que
reconozca indemnizaciones de cuantía similar a las establecidas en el régimen de la Seguridad
Social española para los casos de muerte, incapacidad por accidente y repatriación.
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22. El capitán del buque
A. Facultades y obligaciones públicas
Dada su condición de autoridad pública a bordo del buque, la Ley de Navegación Marítima le
reconoce las facultades y obligaciones siguientes:
1) Cumplir y hacer cumplir todas las obligaciones en razón del cargo, en especial mantener el
orden y la seguridad a bordo. En ese contexto, la Ley de Navegación Marítima le faculta para
adoptar las medidas de policía oportunas, debiendo acatarlas todos los miembros de la dotación
y demás personas embarcadas, sin perjuicio de su derecho a las reclamaciones pertinentes una
vez llegado el buque a puerto.
2) Consignar en el Diario de Navegación los hechos cometidos por personas que se encuentren a
bordo durante la navegación y que, a su juicio, pudieran ser constitutivos de infracción penal o
administrativa. El asiento será suscrito por el capitán y por el interesado o, si éste se negara, por
dos testigos. Una copia compulsada la entregará a la Capitanía Marítima si se trata de puerto
nacional o a la autoridad consular o diplomática española si se trata de puerto extranjero.
3) Ejercer a bordo los mismos deberes y facultades que un encargado del Registro Civil respecto
de los hechos y actos inscribibles que ocurran durante un viaje marítimo y que afecten al estado
civil de las personas embarcadas. Concretamente, actas de los nacimientos o defunciones,
matrimonios celebrados en peligro de muerte, que serán extendidas en el Diario de Navegación
según las formalidades estipuladas en la Ley de Registro Civil.
Los asientos que, sobre estas materias, haga el capitán en el Diario de Navegación en calidad de
autoridad pública, tienen el valor de documento público.
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22. El capitán del buque
B. Facultades y Obligaciones técnicas
En cuanto jefe de la expedición, la Ley de Navegación Marítima reconoce al capitán una serie
de facultades y obligaciones correlativas en aras de la seguridad operativa del buque y de la
prevención de la contaminación marina.
2) Actuar dando primacía al criterio profesional. Ninguna persona con interés en el buque o
carga pondrán limitaciones al capitán para que adopte decisiones que, según su juicio
profesional, sea necesaria para la seguridad de la vida humana en el mar y la protección del
medio marino. Consecuentemente, no podrá ser despedido ni sancionado por haberse apartado
de las instrucciones, adoptadas según el criterio de un marino competente.
3) Acudir al puente y asumir directamente el gobierno del buque en las recaladas, maniobras de
llegada y salida de puerto y en las circunstancias que aumente notablemente incrementado el
riesgo de la navegación.
5) Buscar resguardo, efectuar una arribada forzosa o solicitar y contratar medidas de auxilio y
salvamento en caso de mal tiempo o de riesgo de naufragio.
7) Acudir en auxilio de las vidas humanas que se encuentren en peligro en el mar, siempre que
pueda hacerlo sin grave peligro para el buque, su dotación o sus pasajeros, y dejando en todo
caso constancia de lo actuado en el Diario de Navegación.
9) Levantar protesta de mar cuando hayan ocurrido hechos de los que pudiera deducirse su
responsabilidad, redactando un acta en conformidad con lo anotado en el Diario de Navegación.
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22. El capitán del buque
C. Facultades de representación del armador
Lo que significa:
1) La facultad para contraer en nombre y por cuenta del armador cualquier obligación exigida
por necesidades ordinarias del buque. El armador quedará obligado al cumplimiento, sin que
pueda alegar abuso de confianza o transgresión de facultades. Sin embargo, el capitán responde
frente al armador por los actos y contratos realizados contraviniendo las instrucciones legítimas
y expresas recibidas.
4. La legitimación activa y pasiva para comparecer, como representante del armador o del
naviero, en todos los procedimientos judiciales o administrativos concernientes al buque de su
mando.
La disciplina legal sobre los poderes del Capitán es el fundamento del régimen de su
responsabilidad. A estos efectos conviene distinguir dos supuestos de responsabilidad: a) por
exceso o abuso de las facultades conferidas, frente a los terceros y frente al naviero ( art. 183.3
LNM); b) por actos ilícitos del Capitán, también llamados actos de baratería, que generan
responsabilidad contractual o extracontractual ( arts. 1104 y 1902 CC).
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23. Otros miembros de la dotación: piloto, contramaestre, maquinista, tripulantes,
sobrecargo
Al igual que veíamos con el Capitán, también el piloto desarrolla junto a las funciones técnicas
otras funciones comerciales. Cuando asume el mando del buque, le serán atribuidas «ope legis»
las mismas competencias que vimos para el Capitán. El citado artículo 173.2 dispone el oficial de
cubierta de mayor rango asumirá el mando del buque en caso de muerte, ausencia, enfermedad
u otro impedimento sobrevenido al capitán durante la navegación. El Código de Comercio más
liberal que la Ley de Navegación Marítima establecía que en esos casos el naviero o propietario
podía disponer diversamente. Ahora, la Ley impone coercitivamente que «será reemplazado por
los oficiales del mismo departamento que le sigan en categoría. En última instancia, el mando
del buque será asumido por los oficiales pertenecientes al departamento de máquinas,
consecutivamente según su jerarquía».
Entre los colaboradores adscritos a la categoría del personal marítimo hay que mencionar el
sobrecargo. Se trata de una figura tradicional a quien los cargadores atribuían las facultades
necesarias para la custodia de las mercancías durante el viaje (arts. 649 a 651 C. d. C.), pudiendo
además representar al naviero o a los cargadores, para el desempeño a bordo de funciones
administrativas. Ciertamente es una figura caída en desuso pues los titulares no necesitan
nombrar una persona que acompañe las mercancías durante el transporte y quizás por ese
motivo la Ley de Navegación Marítima no lo menciona.
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III. Personal colaborador del empresario de la navegación
24. El personal colaborador del empresario aéreo. Planteamiento
El hecho técnico de la navegación aérea, que se desarrolla en medios tan distintos como el aire y
la tierra, exige personal especializado, que presta sus servicios durante el vuelo y en tierra, y ello
da lugar a dos categorías reconocidas legalmente, el personal aeronáutico o de vuelo y el
personal de tierra (arts. 55 LNA y 32 del Convenio de Chicago). Aunque lo específico de la
navegación aérea sean las funciones de vuelo, no puede decirse que el personal de vuelo sea
más importante que el de tierra, pues sin su asistencia no sería posible aquélla. Dejando al
margen la espectacularidad que supone desplazarse por el aire, el vuelo se prepara desde tierra
y, lo que es más importante, la mayor parte del tiempo se consume en los trámites anteriores y
posteriores al vuelo. Ambos colectivos presentan, sin embargo, caracteres comunes según que
actúen con o sin poder de representación. Salvo los colaboradores independientes, que sólo se
dan en tierra, las relaciones con el empresario son laborales y pertenecen al Derecho del trabajo,
existiendo convenios colectivos según las diversas categorías. El personal aeronáutico es el
destinado al mando, pilotaje o servicio de a bordo de la aeronave y constituye su tripulación. El
personal de tierra comprende los directivos, técnicos y auxiliares de aeropuerto, aeródromo e
instalaciones, que apoyan directamente a la navegación aérea. Dentro del personal de tierra hay
que separar los colaboradores del empresario de la navegación que sean a su vez empresarios
independientes.
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25. Personal aeronáutico
La licencia es un documento expedido por la Dirección General de Aviación Civil que fija los
límites de tiempo que el poseedor de un título puede ejercer las funciones para las que está
habilitado. En el documento se anotarán las habilitaciones y restricciones, reconocidas o
impuestas al titular. Por su parte, el título es el documento expedido por la Dirección General de
la Aviación Civil que acredita que el poseedor ha demostrado que reúne los requisitos exigidos
para ejercer determinadas funciones. Se entiende por habilitación la anotación en una licencia
de las atribuciones reconocidas o las restricciones impuestas al titular. Habilitación y
calificación son términos equivalentes. El otorgamiento de licencias, titulaciones y habilitaciones
es competencia de la Dirección General de la Aviación Civil, que utilizará la expresión Autoridad
Aeronáutica.
Ninguna persona puede actuar como miembro de la tripulación de vuelo, salvo que esté en
posesión de una licencia. Su actuación será congruente con las funciones para las que ha sido
habilitado.
De acuerdo con el Real Decreto 270/2000, de 25 de febrero, por el que se determinan las
condiciones para el ejercicio de las funciones del personal de vuelo de las aeronaves civiles (BOE
núm. 64, de 15 de marzo), y la Orden de 14 de julio de 1995 (modificada por las Ordenes
FOM/2157/2003, de 18 de julio y FOM/3811/2004, de 4 de noviembre), se reconocen los títulos y
licencias siguientes: Piloto privado de avión, Piloto comercial de avión, Piloto de transporte de
línea aérea de avión, Piloto privado de helicóptero, Piloto comercial de helicóptero, Piloto de
transporte de línea aérea de helicóptero, Piloto planeador, Piloto de globo libre, y Mecánico de a
bordo.
El título de piloto se exige para actuar como piloto o copiloto en las categorías siguientes: avión,
helicóptero, planeador y globo libre. Por otro lado, existen las habilitaciones siguientes: de clase,
de tipo, de vuelo instrumental y de instructor de vuelo.
Existe una prolija legislación administrativa que regula detalladamente los requisitos y
capacidades exigidas según la clase a que pertenezca el personal de vuelo.
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26. El comandante de la aeronave
Al igual que sucede con el capitán de buque, la figura del comandante de la aeronave desarrolla
una triple función al ser director técnico y responsable de la expedición, auxiliar del empresario
y representante del Estado en el desarrollo de determinadas funciones públicas.
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27. El personal de vuelo: piloto de transporte, mecánico de vuelo y tripulantes de cabina
Entre el personal de vuelo hay que distinguir tres categorías diversas porque diversas son la
licencia, la titulación, la habilitación y los requisitos para su obtención.
Para la obtención del título de Piloto de transporte de línea aérea, se exige, de acuerdo con el
Real Decreto 270/2000, los requisitos siguientes: i) veintiún años de edad mínima; ii) título de
bachiller, técnico superior o equivalente o, alternativamente, acreditar un nivel de
conocimientos teóricos suficiente para comprender los cursos de formación especial; iii)
conocimientos de legislación aérea; iv) conocimientos generales sobre la aeronave, ejecución y
planificación de vuelo, factores humanos, meteorología, navegación, procedimientos
operacionales, principios de vuelo y comunicaciones (el temario se contiene en la Resolución de
la Dirección General de la Aviación Civil de 12 de julio de 2001); v) superación de una prueba de
pericia de vuelo; vi) experiencia de 1.500 horas de vuelo y vii) aptitud psicofísica, según pruebas
de evaluación médica.
Los requisitos para la obtención del título de Mecánico de vuelo son semejantes aunque algo
menos exigentes: i) dieciocho años de edad mínima; ii) título de bachiller, técnico superior o
equivalente o, alternativamente, acreditar un nivel de conocimientos teóricos suficiente para
comprender los cursos de formación especial; iii) conocimientos de legislación aérea; iv)
conocimientos generales sobre la aeronave, ejecución y planificación de vuelo, factores
humanos, meteorología, navegación, procedimientos operacionales, principios de vuelo y
comunicaciones (el temario se contiene en la Resolución de la Dirección General de la Aviación
Civil de 12 de julio de 2001); v) superación de un curso de entretenimiento técnico de
mantenimiento de aviones, o bien estar en posesión de un título universitario de formación
aeronáutica; vi) experiencia aceptable por la Dirección General de la Aviación Civil en el
mantenimiento de aviones; vii) haber superado un curso de familiarización de vuelo; viii)
experiencia de 100 horas bajo supervisión, y, ix) aptitud psicofísica, según pruebas de evaluación
médica.
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29. Los controladores aéreos
Especial interés ofrece la figura del controlador aéreo, cuya titulación, licencia y habilitación
están regulados en el Real Decreto 1516/2009, de 2 de octubre, por el que se regula la licencia
comunitaria de controlador de tránsito aéreo (BOE núm. 250, de 16 de octubre) que transpone
Directiva 2006/23/CE, de 5 de abril (Ref. DOUE-L-2006-80690). Asimismo, la Ley 9/2010, de
14 de abril, regula la prestación de servicios de tránsito aéreo, establece las obligaciones de los
proveedores civiles de dichos servicios y se fijan determinadas condiciones laborales. Se ha
modificado el modelo de prestación de servicios civiles de tránsito aéreo, dejando de ser
Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea la única entidad prestadora del servicio.
Para obtener el título profesional de controlador aéreo se exige superar el curso de formación de
controlador de tránsito aéreo (el Reglamento (UE) 2015/340 de la Comisión de 20 de febrero de
2015, establece los requisitos técnicos y procedimientos administrativos relativos a las licencias
y los certificados de los controladores de tránsito aéreo en virtud del Reglamento (CE) n°
216/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo). La admisión a dicho curso no es libre sino
restringida para aquellos candidatos que hayan superado, previamente, unas pruebas
debidamente convocadas por Dirección General de la Aviación Civil y además acrediten una
serie de requisitos, tales como: edad mínima de 21 años, estar en posesión de un título
universitario oficial de diplomado o licenciado por una universidad española o por un título
análogo extranjero convalidado, o haber superado el primer ciclo completo de una carrera de
grado superior, conocimiento fluido de los idiomas español e inglés y obtener la certificación de
aptitud psicotécnica y psicofísica. Lamentablemente, la Dirección General de la Aviación Civil
rechaza las solicitudes cuando el título universitario extranjero no ha sido oficialmente
convalidado por el Ministerio español de Educación y Formación Profesional, lo que plantea un
gravísimo problema de discriminación contraria al principio de no discriminación en el ámbito
europeo. El temario es objeto de publicación oficial y consta de materias relacionadas con el
derecho aéreo, equipos de control de tránsito aéreo, reglamento de circulación, aeronáutica,
factores humanos, meteorología, navegación y procedimientos operacionales.
Por otra parte, el Real Decreto 1001/2010, de 5 de agosto, establece las normas de seguridad
aeronáutica en relación con los tiempos de actividad y los requisitos de descanso de los
controladores aéreos de tránsito aéreo. Y la Ley 21/2003, de 7 de julio, de Seguridad Aérea
(BOE núm. 162, de 8 de julio de 2003) tipifica como infracciones administrativas muy graves, en
relación con el control del tránsito aéreo, una serie de conductas realizadas por los
controladores de tránsito aéreo (art. 48 bis, añadido por la Ley 1/2011, de 4 de marzo, por la
que se establece el Programa Estatal de Seguridad Operacional para la Aviación Civil y se
modifica la Ley 21/2003, de 7 de julio, de Seguridad Aérea).
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Lección 60. Estatuto jurídico de los vehículos de la navegación marítima y de la aeronave
I. Los vehículos de la navegación
1. Encuadre sistemático en la Ley de Navegación Marítima (RCL 2014, 1045)
La Ley de Navegación Marítima divide el Titulo II «De los vehículos de la navegación» en siete
capítulos, comprendiendo los artículos 56 a 144, lo que da idea de su importancia.
El capítulo I ofrece la definición legal de los objetos que afectan al ámbito de la navegación
marítima: el buque, la embarcación, el artefacto naval y la plataforma fija.
Como puede observarse inmediatamente el contenido del capítulo es más amplio que su rótulo,
pues las plataformas fijas marítimas bajo ningún concepto pueden considerarse vehículos al no
estar dotados de movilidad. No obstante, su regulación se justifica porque, ya vimos, el objeto y
ámbito de aplicación de la ley es la regulación de las situaciones y relaciones jurídicas con
ocasión de la navegación marítima (art. 1º) y precisamente, las plataformas fijas en el mar
plantean situaciones que interesan a la legislación marítima.
El capítulo II trata del registro y documentación de los buques. Son expedientes técnicos al
servicio de la identificación del buque y de la publicidad necesaria para la protección de los
terceros.
El capítulo III se refiere a la nacionalidad del buque, elemento esencial en la identificación del
bien y con efectos en la determinación de la ley aplicable. En principio, el buque está sometido a
la ley del pabellón, que significa la ley de su nacionalidad. No obstante, la evolución reciente
viene favoreciendo mayor control y sobre más todo control más efectivo por lo que la ley del
pabellón va cediendo a favor de la aplicación de la ley del Estado ribereño y del Estado del
puerto donde el buque se encuentre. Naturalmente los buques de Estado gozan de inmunidad
soberana y constituyen una excepción.
El capítulo IV sobre la seguridad de los buques y de las sociedades de clasificación afecta tanto a
buques nacionales como extranjeros. Interesa principalmente la cuestión de la responsabilidad.
El capítulo VI contiene sintéticamente los principios que regulan la compraventa del buque. Por
fin resuelve el arduo problema del plazo de prescripción.
El capítulo VI titulado los derechos de garantía sobre el buque regula una de las instituciones
más singulares y al mismo tiempo más complejas de la materia como es el régimen de los
privilegios marítimos. Como veremos se acomoda al régimen convencional internacional, al que
se remite.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 60. Estatuto jurídico de los vehículos de la navegación marítima y de la aeronave
II. Estatuto jurídico del buque
2. Concepto de buque, embarcación, artefacto naval y plataforma fija
El concepto de buque es capital para el Derecho marítimo hasta el punto de constituir el objeto
central de su regulación. La navegación marítima se realiza gracias al buque, sin cuya existencia
no existiría el Derecho marítimo. El estatuto jurídico del buque, la limitación de la
responsabilidad del naviero o los contratos de explotación, por citar algunos ejemplos, son
instituciones capitales que giran en torno a la definición de buque; de ahí la importancia de su
delimitación.
Sin embargo, la noción de buque no siempre ha gozado de consenso pues hay varias acepciones
en torno a su concepto, tanto gramatical como legalmente.
La Ley de Navegación Marítima trata de superar esas dificultades ofreciendo un concepto que
interesa a los efectos de la aplicación de la propia ley.
Desde ese punto de vista se explican algunas diferencias que pueden existir cuando se enfrenta
el significado etimológico y gramatical con el legal, e incluso entre las propias definiciones
legales en función de la finalidad perseguida en cada norma. Por ejemplo, no son
necesariamente coincidentes los requisitos exigidos a la noción de buque a los efectos de regular
las situaciones y relaciones jurídicas con ocasión de la navegación marítima, que a los efectos
registrales, o portuarios. Al margen de los problemas específicos de las distintas modalidades de
buques en razón de su destino. (V. los arts. 146 RRM y 9 LPEMM que diferencia entre
buques mercantes, pesqueros, de recreo y deportivos).
Buque
La Ley de Navegación Marítima define el buque como vehículo destinado a la navegación. Según
el artículo 56: «Se entiende por buque todo vehículo con estructura y capacidad para navegar
por el mar y para transportar personas o cosas, que cuente con cubierta corrida y de eslora igual
o superior a veinticuatro metros».
El concepto legal exige la presencia de cuatro requisitos: a) aptitud para navegar; b) aptitud para
transportar personas o cosas; c) cubierta corrida y d) eslora no inferior a veinticuatro metros.
a) La aptitud para navegar significa navegabilidad, noción más amplia que la de trasporte.
Porque se puede navegar sin efectuar transporte, pero no viceversa. Entendemos que
navegabilidad, aunque no se define legalmente, exige flotabilidad y movilidad, al menos
potencialmente.
No obstante, el debate anterior sigue abierto pues no se aclara si la aptitud para navegar
significa que el buque deba estar dotado o no de medios de autopropulsión. Así sucede en el caso
de las barcazas, dotadas de estructura para navegar, pero incapaces de hacerlo con sus propios
medios: disponen de timón pero no pueden transportar sin ayuda de otro vehículo que las
remolca. Además, normalmente son abiertas, aunque en algunos casos pueda tener corrida la
cubierta. La doble referencia a la estructura y a la capacidad para navegar por el mar, parece
indicar que la «navegabilidad» (rectius, la capacidad para navegar) es insuficiente, siendo
necesario además tener una estructura determinada, digamos marítima. Los requisitos
posteriores de cubierta corrida y eslora mínima completan la mención a la estructura.
La Exposición de Motivos ofrece una explicación que no se deduce del texto positivo. A la nota
inherente de movilidad que caracteriza al buque se suma su capacidad para el transporte de
personas o cosas a todos los fines. Con ello se prescinde de las distinciones de buque público o
privado; civil o militar; mercante o de recreo, deportivo o científico.
c) Cubierta corrida; y
Por otra parte, también incluye los buques en situaciones estáticas transitorias, como es el buque
en construcción, fondeado, varado o en desguace. Sin embargo, excluye los artefactos navales y
las plataformas fijas, que tienen su propia denominación; los primeros por su característica de
su permanencia a flote en un punto fijo de las aguas, y los segundos porque son estructuras o
instalaciones susceptibles de realizar operaciones de explotación de los recursos naturales
marítimos o de destinarse a otras actividades, y están emplazadas, ancladas o apoyadas sobre el
lecho marino.
Embarcación
Artefacto naval
Se entiende por artefacto naval toda construcción flotante con capacidad y estructura para
albergar personas o cosas, cuyo destino no es la navegación, sino quedar situada en un punto
fijo de las aguas. Se considera, asimismo, artefacto naval, el buque que haya perdido su
condición de tal por haber quedado amarrado, varado o fondeado en un lugar fijo, y destinado,
con carácter permanente, a actividades distintas de la navegación (art. 58).
De la definición legal se desprende que los artefactos navales se caracterizan por una nota
positiva, su flotabilidad, y otra negativa, no están destinados a navegar. Sin embargo, se
diferencian de las obras o construcciones fijas, que aun pudiendo sustentarse total o
parcialmente mediante flotación, tienen la consideración de bienes inmuebles con arreglo al
Código Civil; por ejemplo, las instalaciones portuarias y las islas artificiales.
El requisito adicional de tener aptitud para albergar personas o cosas excluye del concepto de
artefacto, las boyas, las balizas y otros artificios flotantes, normalmente pequeños y utilizados
para la señalización y seguridad de la navegación o demarcar ciertas áreas y artes de pesca.
Plataforma fija
Los nuevos avances en la explotación de las riquezas del mar han ampliado el concepto
tradicional del Derecho marítimo, donde el mar se ha considerado desde el origen de los tiempos
una superficie plana apta para el transporte, por eso el buque constituía el único objeto
contemplado en la disciplina. Incluso la actividad pesquera estaba vinculada al buque, sin el
cual no era posible explotar los recursos vivos del mar. La acuicultura es un fenómeno reciente.
Modernamente asistimos a nuevas formas de exploración y explotación de los recursos del mar,
convertido en un volumen a explotar. Ello exige reconocer y regular la existencia de nuevos
vehículos o elementos que afectan a la disciplina de la navegación marítima.
La Ley de Navegación Marítima responde a esa necesidad y define la plataforma fija como toda
estructura o instalación susceptible de realizar operaciones de explotación de los recursos
naturales marítimos o de destinarse a cualesquiera otras actividades, emplazada sobre el lecho
del mar, fondeada o apoyada en él. Sin embargo, a diferencia del buque considerado cosa
mueble, la plataforma fija, por encontrarse permanentemente sujeta al fondo de las aguas, tiene
la consideración de bien inmueble con arreglo al Código Civil (art. 59).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 60. Estatuto jurídico de los vehículos de la navegación marítima y de la aeronave
II. Estatuto jurídico del buque
3. Naturaleza jurídica del buque
El buque, además de cosa compuesta, es una cosa mueble, aunque susceptible de hipoteca. Al ser
objeto de derechos y cargas no faltan autores –con influencia anglosajona– que le atribuyen una
suerte de personalidad jurídica, lo que explica la teoría de la personación del buque en los
procedimientos in rem por embargo o ejecución de créditos marítimos privilegiados.
Por otra parte, es objeto de negocios jurídicos, derechos y situaciones que presentan sus propias
especialidades. Por ejemplo, la adquisición del buque, embarcación y artefacto naval deberá
constar en documento escrito y para que produzca efectos respecto de terceros deberá
inscribirse en la Sección de Buques del Registro de Bienes Muebles ( arts. 63 y 73 LNM).
También se adquirirá la propiedad del buque por la posesión de buena fe, continuada por tres
años y con justo título debidamente registrado, y si faltare alguno se necesitará la posesión
ininterrumpida durante diez años. Asimismo, el condominio naval de buques y embarcaciones
no se rige por las disposiciones generales de Derecho común, sino por las especiales del capítulo
II del título III de la Ley de Navegación Marítima (art. 64).
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II. Estatuto jurídico del buque
4. Nacionalidad y abanderamiento
A. Abanderamiento en régimen general
Una vez abanderado, el buque puede obtener la Patente de Navegación, lo que le permite
navegar, y cuando lo haga será bajo pabellón nacional. Provisionalmente podrá navegar con el
Pasavante, provisionalmente y por el tiempo necesario para que el buque adquirido en el
extranjero pueda realizar los viajes necesarios para llegar a un puerto español.
El mantenimiento del principio de la nacionalidad única del buque es tan importante que se
garantiza mediante tres expedientes técnicos. Dos de carácter administrativo y preventivo y el
tercero de efectos sustantivos ( arts. 92 y 93 LNM).
El efecto sustantivo consiste en la anulación del acto cuando la adquisición del pabellón español
no haya sido consentida por todos los titulares de los gravámenes inscritos y no cancelados en el
registro de procedencia.
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II. Estatuto jurídico del buque
4. Nacionalidad y abanderamiento
B. Abanderamiento provisional
B. Abanderamiento provisional
En cuanto al régimen de las garantías reales sobre el buque, el cambio temporal de los
matriculados en España se condiciona bien a su cancelación o bien al consentimiento de de los
acreedores, siendo de aplicación el Convenio sobre privilegios de 1993. Esas circunstancias, y en
especial el nombre del Estado del pabellón autorizado temporalmente, se anotarán en el
Registro de Buques y Empresas Navieras y se comunicarán a la Sección de Buques del Registro
de Bienes Muebles. Asimismo, se requerirá a la autoridad encargada del registro del Estado cuyo
pabellón ha sido autorizado a enarbolar el buque para que haga constar en dicho registro por
nota de referencia que el buque está inscrito en España.
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II. Estatuto jurídico del buque
5. Documentación de los buques
Ya vimos que el estatuto jurídico del buque presenta una realidad poliédrica, consecuente con la
complejidad del bien. El buque debe estar en posesión de los certificados y documentos referidos
a la seguridad de la navegación, lucha contra la contaminación, sanidad exterior y aduanas.
Además, con carácter general, todo buque está obligado a llevar a bordo una serie de
documentos y la Ley de Navegación Marítima reproduce los consabidos: Certificado de
Matrícula, patente de Navegación, Rol y despacho y Dotación, Diario de Navegación, Cuaderno
de Máquinas y, en su caso, Cuaderno de Bitácora y Certificados de Seguro, son los exigidos con
carácter general para cualquier tipo de buque. Los buques de Estado y determinadas
embarcaciones deberán llevar, además, otros documentos exigidos reglamentariamente. A los
buques de recreo o deportivos se les exigirá una documentación simplificada, fijada
reglamentaria.
Deben llevarse según las formalidades legales y conservarse durante un año a partir del último
asiento. En los cambios de pabellón, propiedad o desguace deben ser depositados en la
autoridad marítima del último puerto de matrícula.
Certificado de Matrícula
Patente de navegación
Certifica que el buque está autorizado para navegar, ondear el pabellón español y la identidad
del capitán.
Diario de Navegación.
Las hojas estarán foliadas, rubricadas y selladas por la Administración Marítima y no deberán
contener interlineaciones, raspaduras ni enmiendas. Los asientos deben ser sucesivos, fechados
y firmados por el capitán.
El Diario de navegación, aunque no hace prueba definitiva, pues admite la contraprueba, suele
ser de gran transcendencia para determinar las causas y eventuales responsabilidades
derivadas de accidentes marítimos.
Cuaderno de Bitácora.
No es un libro obligatorio en todos los buques, exigido solo a los buques en que vayan enrolados
dos o más oficiales de puente. Los pilotos de guardia anotarán las vicisitudes náuticas y
meteorológicas producidas durante el curso de la navegación. Deberán estar foliados,
rubricados y sellados, hoja por hoja, por la autoridad de la Administración Marítima y no
deberán contener interlineaciones, raspaduras ni enmiendas. Los asientos deben ser sucesivos,
fechados y firmados por los pilotos.
Cuaderno de Máquinas.
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6. Publicidad y registro del buque
A. Registro de Buques y Empresas Navieras
Es un registro público, de carácter administrativo y tiene por objeto tanto la inscripción de los
buques abanderados en España como la de las empresas navieras españolas. Depende del
Ministerio de Fomento, adscrito a la Dirección General de la Marina Mercante.
Hay que advertir que la expresión Registro de Buques y Empresas Marítimas es genérica pues
estructural y funcionalmente incluye tres secciones. i) Los Registros de Matrícula de Buques,
cada uno radicado en su respectivo Distrito marítimo. ii) El Registro Central, uno para todo el
territorio nacional y radicado en Madrid en la Dirección General de la Marina Mercante en el
que incorporan todos los datos de los buques necesarios para conocer sus posibilidades de
utilización, titularidad, dominio, nombre y Lista, exportación, desguace y accidentes, entre otras
circunstancias necesarias para resolver expedientes administrativos sobre esas materias. iii) El
Registro de Empresas Marítimas se lleva en la Dirección General de la Marina Mercante y se
divide en Secciones, según el objeto de inscripción. En la primera se inscriben los propietarios
de buques con eslora superior nueve metros de las Listas 1ª, 2ª, 5ª y 6ª, y los titulares no
propietarios que los exploten. En la segunda el mismo criterio que la anterior pero referido a los
buques de las Listas 3.ª y 4.ª. Y en la tercera los organismos públicos.
Todos los buques matriculados en el Registro de Buques y Empresas Marítimas (RBEM) estarán
abanderados en España, consecuentemente tendrán la nacionalidad española y, por tanto,
sometidos a la ley del pabellón. En ese sentido, la certificación del registro será prueba de la
matrícula, del pabellón y de la nacionalidad española del buque. Como el buque solo puede
tener una bandera, es decir, una sola nacionalidad, el buque no podrá estar simultáneamente
matriculado en el Registros de Buques y Empresas Marítimas y en el registro de buques de otro
u otros Estados, salvo los casos de abanderamiento provisional.
Orgánicamente en cada distrito marítimo existe su propio Registro de Matrícula. Por ese motivo,
"puerto de matrícula" y "matrícula" son términos equivalentes, coincidentes con el distrito
marítimo donde se ha registrado el buque.
Se compone de nueve Libros, denominados Listas, en los que se registran los buques,
embarcaciones y artefactos navales atendiendo a su procedencia y actividad. Sintéticamente
responden a los criterios siguientes: 1.ª Plataformas y buques de apoyo y remolcadores de altura;
2.ª buques de transporte de pasajeros o mercancías; 3.ª buques de pesca; 4.ª auxiliares de pesca y
acuicultura; 5.ª remolcadores, embarcaciones y artefactos navales dedicados a servicios
portuarios; 6.ª embarcaciones deportivas o de recreo lucrativas; 7.ª embarcaciones
exclusivamente deportivas y sin ánimo de lucro; 8.ª buques y embarcaciones públicas; 9.ª
buques y embarcaciones en construcción.
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6. Publicidad y registro del buque
B. Registro de Bienes Muebles, Sección de Buques
La Sección de Buques del Registro de Bienes Muebles, depende del Ministerio de Justicia y está a
cargo de un Registrador de la Propiedad y Mercantil y radicado solo en determinadas
demarcaciones registrales, normalmente capitales de provincia marítimas.
En cuanto a la forma en que se anotan las inscripciones no hay diferencias relevantes respecto
al régimen general de las demás cosas muebles que por su especial valor o configuración
justificaron la creación del Registro de bienes muebles. La Sección de Buques se lleva por el
sistema de folio real, abriendo uno para cada buque. Se inscribirán o anotarán los actos y
contratos sobre la propiedad y demás derechos reales, incluyendo gravámenes, embargos y
limitaciones de disponer.
El folio real que corresponda a cada buque se abrirá con la inscripción de dominio y en base a la
certificación expedida por el registro administrativo de matrícula, el Registro de Buques y
Empresas Navieras. La inscripción se practica sobre la base de la matrícula en el Registro
Marítimo, presentando copia certificada de la matrícula o asiento del buque, expedida por el
Capitán Marítimo ( art. 15 RD 1.027/1989 de 28 de julio). La Resolución de la Dirección
General de los Registros y del Notariado, de 12 de abril de 2002, interpreta el artículo 98 de la
Ley 24/2001, de 27 de diciembre, respecto de los títulos inscribibles en los Registros de la
Propiedad, Mercantiles y de Bienes Muebles.
El cierre registral es simétrico al asiento de apertura y el folio real del buque se cancelará en
virtud de la comunicación del Registro de Buques y Empresas Marítimas que acredite la baja del
buque, de la embarcación o del artefacto naval inscrito.
Las inscripciones y anotaciones en la Sección de Buques del Registro de Bienes Muebles se rigen
por la Ley de Navegación Marítima y demás disposiciones complementarias, y
supletoriamente por la Ley y Reglamento Hipotecarios. Hasta que no se publique el reglamento
de ejecución de la Ley, habrán de tenerse en cuenta las disposiciones siguientes: la disposición
final 2.ª de la Ley 19/1989, de 25 de julio; la disposición transitoria 13.ª del Reglamento del
Registro Mercantil de 1996, y la Orden del Ministerio de Justicia de 19 de julio de 1999 (BOE n.º
172, de 20 de julio).
La inscripción registral produce los efectos típicos de la publicidad formal y material de
titularidades y gravámenes sobre el buque.
La Ley de Navegación Marítima reproduce los principios que rigen el funcionamiento y efectos
del Registro mercantil tal como están tipificados en el Código de Comercio y en el Reglamento
del Registro Mercantil, si bien introducido algunas variantes exigidas por la especialidad
marítima.
El principio de legitimación presume que el contenido del Registro es exacto y válido. No se trata
de la validez formal, como el principio de legalidad, sino a la material o sustancial. La
presunción es «iuris tantum» porque los asientos registrales están bajo la salvaguardia de los
tribunales y despliegan toda su eficacia mientras no se inscriba la declaración judicial de
inexactitud o nulidad. Doctrinalmente se conoce como el principio de publicidad material
positiva.
El principio de fe pública registral salva los derechos de terceros de buena porque la inscripción
no convalida los actos o contratos nulos. La declaración judicial de inexactitud o nulidad no
perjudica los derechos de los terceros amparados en el artículo 34 Ley Hipotecaria.
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II. Estatuto jurídico del buque
6. Publicidad y registro del buque
C. Registro de Buques en Construcción
En la Sección de Buques del Registro de Bienes Muebles existe la «Sección especial de naves en
construcción», destinada a la inscripción de buques en esta situación y que se llevará en un libro
especial para inscribir los actos y contratos relativos a los buques en construcción hasta que,
terminada ésta, se trasladen al Libro de Buques construidos en la forma en que se determine
reglamentariamente. Con carácter general la inscripción es potestativa, proporcionando copia
certificada de su asiento, expedida por el Comandante de Marina de la provincia de matrícula, o
en virtud de escritura pública, póliza intervenida por notario, resolución judicial firme o
documento administrativo expedido por funcionario con facultades suficientes por razón de su
cargo. A este efecto, el dueño presentará en el Registro una solicitud, acompañada de
certificación expedida por el constructor, en que la consten las circunstancias previstas en el
artículo 69.3º de la Ley de Navegación Marítima (modificado por la disp. fin. 6ª de la Ley
9/2015, de 25 de mayo, de medidas urgentes en materia concursal). Pero será obligatoria cuando
el buque sea objeto de hipoteca de conformidad con lo previsto en los artículos 126 y 131 de la
misma. Los requisitos y demás condiciones referentes a la construcción y a la hipoteca se
regulan en los artículos 126 a 137 de la Ley de Navegación Marítima. La segunda limitación
va referida a la propia constitución de la hipoteca naval: para que pueda hipotecarse un buque
en construcción es necesario que se haya invertido al menos la tercera parte de la cantidad
presupuestada del valor del casco y que la propiedad del buque figure inscrita en el Registro de
Bienes Muebles ( art. 131 LNM). Por lo demás, al lado de la hipoteca tienen acceso al Registro
de Bienes Muebles otros gravámenes que pesan sobre el buque en construcción; así sucede por
ejemplo con los créditos refaccionarios derivados de la construcción, o el derecho de retención,
cuando en virtud de pacto la propiedad del buque pertenezca al comitente ( arts. 138 y 139
LNM).
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II. Estatuto jurídico del buque
6. Publicidad y registro del buque
D. El Registro de Canarias
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II. Estatuto jurídico del buque
6. Publicidad y registro del buque
E. El Registro de buques pesqueros
Es un registro especial y como su nombre indica tiene por objeto la inscripción de buques
destinados a la pesca y cumplan los requisitos establecidos por la legislación pesquera. A nivel
comunitario destaca el Reglamento (CE) nº 26/2004 de la Comisión, de 30 de diciembre de
2003, relativo al Registro comunitario de la flota pesquera (Referencia: DOUE-L-2004-80021). En
el derecho interno, se crea en el Ministerio de Fomento el Registro General de la Flota Pesquera
donde estarán incluidos todos los buques pesqueros con pabellón español que forman parte del
Registro Comunitario de Buques. Este Registro General estará compuesto por los buques que
faenan en aguas exteriores y los que simultanean aguas exteriores e interiores contenidos en el
Censo de la Flota Pesquera Operativa regulado en el artículo 22 y por los buques que faenen
exclusivamente en aguas interiores (art. 57 de la Ley 33/2014, de 26 de diciembre, por la que
se modifica la Ley 3/2001, de 26 de marzo, de Pesca Marítima del Estado (BOE núm. 313, de 27
de diciembre).
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II. Estatuto jurídico del buque
7. Seguridad y clasificación de los buques
6. Exigir a bordo, en lugar bien visible y de fácil acceso, la exhibición de los certificados.
Los certificados hacen prueba del correcto estado del buque, salvo prueba en contrario. Deben
estar siempre vigentes, renovándose antes de su vencimiento, pues la carencia o caducidad el
buque queda imposibilitado para navegar o prestar los servicios a los que se halla destinado,
salvo los casos exceptuados reglamentariamente por circunstancias especiales.
Cuando las inspecciones y controles, llevados a cabo por las autoridades marítimas, acrediten
que los vehículos de navegación no cumplen los requisitos de navegabilidad o infringen las
normas sobre seguridad y contaminación, pueden suspender la navegación o la prestación de
los servicios hasta que el armador subsane los incumplimientos.
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II. Estatuto jurídico del buque
8. Sigue. Las sociedades de clasificación. Certificación y responsabilidades
De acuerdo con la normativa española, el valor oficial de los certificados de seguridad de los
buques compete a las autoridades españolas. No obstante, esa facultad es delegable en las
sociedades de clasificación debidamente reconocidas. Una vez autorizadas, el tráfico enseña que
la celebración de contratos de clasificación se realiza entre la sociedad de clasificación y el
armador cuyo objeto es certificar que el buque o cualquiera de sus partes o pertenencias
cumplen los requisitos legales exigidos a la clase a que pertenece.
El certificado sólo es una prueba «iuris tantum» de la aptitud del buque para navegar.
A tal efecto el artículo 106 dispone que las sociedades de clasificación responderán de los daños
y perjuicios que se causen a quienes contraten con ellas y que sean consecuencia de la falta de
diligencia de aquéllas en la inspección del buque y en la emisión del certificado. Por otra parte,
el mismo precepto establece que la responsabilidad frente a terceros se determinará con arreglo
al Derecho común, sin perjuicio de la normativa internacional y comunitaria aplicable. La
sentencia del Tribunal Supremo, de 20 de marzo de 2003, declaró la nulidad de la cláusula de
solicitud de servicios a Bureau Veritas en la que la sociedad clasificadora declinaba toda
responsabilidad por los errores, omisiones, faltas o negligencias que pudieran cometerse por el
personal técnico, administrativo o sus agentes.
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III. El buque objeto de negocios jurídicos
9. La propiedad deL buque. Introducción
El buque, como cosa, puede ser objeto de negocios jurídicos. Pero, además, el buque es un bien
mueble sui generis que debe ser inscrito en un registro público, reforzando así las garantías. El
Código de Comercio disponía al efecto que los buques mercantes constituirán una propiedad
que se podrá adquirir y transmitir por cualquiera de los medios reconocidos en derecho. La
Ley de Navegación Marítima no contiene una disposición semejante pues está implícita en la
consideración de ser una cosa mueble no sustraída al comercio. La ley regula directamente los
contratos de construcción y compraventa y la constitución de garantías con especial atención de
la hipoteca naval. La regulación está lejos de ser completa, limitada a las especialidades, porque
las figuras están reguladas en el derecho común, aplicables subsidiariamente.
En aplicación de las normas comunes sobre propiedad y las especialidades mercantiles para que
la propiedad del buque pueda ser probada inter partes, basta un documento privado, pero, si
además se persiguen efectos «erga omnes» y plenos efectos administrativos, la transmisión debe
hacerse en documento público. Este ha sido el criterio mantenido en la Ley de Navegación
Marítima (arts. 109 y 118).
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III. El buque objeto de negocios jurídicos
10. El carácter especial en los modos de adquirir la propiedad del buque
Entre las notas que distingue el régimen especial del buque hay que mencionar los modos de
adquirir la propiedad, que pueden ser de Derecho privado y de Derecho público. El primero
distingue modos originarios, la construcción regulada en la Ley de Navegación Marítima y la
usucapión en el Código Civil, y modos derivados, cualquiera de los negocios traslativos que
exigen título y modo y el específico del seguro marítimo, el abandono a los aseguradores en el
caso que no se haga renuncia del efecto traslativo. El derecho público conoce cuatro tipos de
adquisición forzosa: la presa, el decomiso, la requisa y la ejecución forzosa.
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III. El buque objeto de negocios jurídicos
11. Contrato de construcción naval
Regulación tan parca e incompleta venía suplida con los preceptos generales del Código Civil,
donde no existía una disciplina expresa. La aplicación analógica tampoco estaba desprovista de
discusión pues enfrentaba preceptos diversos en atención a la naturaleza jurídica del contrato.
Para unos, contrato de compraventa y para otros arrendamientos de servicios, en la modalidad
de arrendamiento de obra por empresa. La discusión no era baladí pues las consecuencias
jurídicas eran dispares, principalmente en las dos cuestiones centrales, la responsabilidad del
constructor y el plazo de prescripción de las acciones de reclamación por vicios o defectos en la
obra construida. La solución se presentaba desproporcionada pues el plazo general de 15 años
superaba la edad media de los buques, con lo que el constructor teóricamente estaba sujeto a
responsabilidad más allá de la vida útil de lo construido.
En todo caso, el contrato de construcción de buques ha contado con la ayuda de los formularios
tipo, pues gracias a la autonomía de la voluntad las partes pactan detalladamente todos los
aspectos del contrato. Prueba de ello es la escasa por no decir nula jurisprudencia, por lo demás
justificada también porque los mismos formularios someten las posibles divergencias al
arbitraje.
Según la definición legal, en el contrato de construcción naval una parte encarga a otra la
construcción de un buque, a cambio de un precio. Los materiales podrán ser aportados, en todo
o en parte, por cualquiera de los contratantes ( art. 108 LNM). En base al concepto legal,
doctrinalmente podemos definirlo como «el contrato en virtud del cual una parte, denominada
«astillero», se obliga a construir un buque, con o sin aportación de materiales y conforme a las
exigencias legales y eventualmente a las instrucciones del comitente».
De las dos formas más conocidas de construcción, la llamada «construcción por economía» y la
«construcción por precio alzado o por empresa», sólo la última responde a la idea del contrato
pues en la construcción por economía es el naviero quien construye directamente para sí,
modalidad por lo demás en desuso.
Se trata, por tanto, de un negocio jurídico consensual, bilateral, oneroso y sinalagmático, cuya
finalidad última es la transmisión de la propiedad al armador comitente.
Bilateral porque exige la presencia de dos partes contratantes, el astillero que realiza la obra y el
comitente que da el encargo, el armador, que posteriormente puede o no devenir naviero.
En todo caso, el contrato de construcción de buques se rige normalmente por formularios tipo,
pues la autonomía de la voluntad es preferente frente al Derecho positivo, salvo la mencionada
responsabilidad del astillero. Los preceptos de la Ley de Navegación Marítima se aplican
supletoriamente y también a los contratos de reparación o remodelación naval.
La naturaleza jurídica del contrato tiene importancia para determinar el régimen jurídico
aplicable, más allá de los formularios y de los preceptos legales, siendo la determinación del
momento de la transmisión de la propiedad y de los riesgos la cuestión de mayor interés
práctico, ahora resuelta por Ley de Navegación Marítima.
Para situar correctamente el debate, hay que distinguir, en primer lugar, las dos modalidades
contractuales: la construcción con aportación o sin aportación de materiales por el comitente (el
naviero). En el primer caso, se trata de un contrato de arrendamiento de obra por empresa: el
astillero se obliga a construir, aportando únicamente su conocimiento y su trabajo, y a entregar
el buque una vez construido. Por el contrario, cuando los materiales han sido aportados por el
constructor, la doctrina es mayoritaria en favor del contrato de obra, aunque existe algún autor,
apoyado por alguna sentencia aislada, que lo califica de compraventa (STS de 26 de mayo de
1980). Por el contrario, entendemos, con la jurisprudencia mayoritaria, que estamos en
presencia de un arrendamiento de obra por empresa ( art. 1.588CC; Res. DGRN de 7 de junio de
1952 y SSTS de 18 de febrero de 1982, 10 de febrero de 1984, 14 de febrero de 1987 y 1 de
diciembre de 1988).
Por otra parte, existe una subespecie de construcción naval, el contrato de reparación de buques
o remodelación naval, habitual en nuestra economía por la presencia internacional de ese
sector, y al que la Ley de Navegación Marítima se refiere al disponer que las disposiciones del
capítulo le serán de aplicación supletoria. La nueva regulación no afecta a la calificación de
arrendamiento de obra por empresa, siendo válida la doctrina jurisprudencial conocida (v. SSTS
de 18 de junio de 1902, 19 de octubre de 1920, 14 de mayo de 1959, 23 de febrero de 1981, 11 de
marzo de 1982, 26 de mayo de 1988, 20 de octubre de 1989, 2 de febrero de 1994, 30 de junio de
1997 y 20 de mayo y 23 de noviembre de 1998).
La naturaleza mercantil del contrato es cuestión pacífica considerando que ambas partes,
astillero y naviero, son empresarios y la propia construcción constituye una actividad
empresarial; no en vano se califica de arrendamiento de obra por empresa (v. SSTS de 10 de
febrero de 1984, 1 de diciembre de 1988 y 28 de febrero de 2013, la cual se pronuncia, además,
sobre la propiedad y riesgos de la obra).
El contenido del contrato establece los derechos y obligaciones de las partes, siendo obligación
del constructor, construir el buque conforme a las características pactadas en el contrato y, en su
caso, en las especificaciones y planos, prevaleciendo en caso de discrepancia el contrato sobre
las especificaciones, y éstas sobre los planos. Además, el buque será entregado en el lugar y
fecha pactados, una vez cumplidas las pruebas de mar y las demás condiciones, acompañándose
los documentos necesarios para su despacho. La Ley establece que el retraso culpable superior a
los treinta días dará lugar a la indemnización de perjuicios y si supera los ciento ochenta días, a
la resolución del contrato, si la demora, en ambos casos, fuera irrazonable.
La cuestión principal de la responsabilidad del constructor por los vicios ha sido resuelta en los
términos siguientes: Responde y debe subsanar los defectos del buque que no fueren manifiestos
o no hubieren podido apreciarse razonablemente durante la construcción o en el momento de la
entrega, siempre que sean denunciados dentro del año siguiente, pero queda exonerado cuando
los vicios sean consecuencia de la mala calidad o inadecuado diseño de los materiales o
elementos aportados por el comitente. Cuando los vicios o defectos hagan al buque inadecuado
para su uso normal, el comitente podrá optar por la resolución del contrato. Deberá indemnizar
los daños y perjuicios, salvo que las partes hubieran convenido diversamente. Y en ningún caso
podrá exonerarse en caso de dolo o culpa grave del constructor ( art. 113 LNM).
La obligación principal del comitente es el pago del precio que, salvo disposición contractual
diversa, se abonará en el momento de la entrega. Suele ser cláusula de estilo convenir pagos
parciales a medida que avancen los trabajos, y en ese caso el comitente puede solicitar la
correspondiente certificación. El constructor no podrá exigir el precio si el buque se pierde
durante la construcción, salvo que la destrucción provenga de la mala calidad o inadecuación de
los materiales o elementos suministrados por el comitente, o se encuentre en mora en el
momento de la recepción. Especial importancia tienen las garantías sobre pago del precio; la ley
siguiendo una práctica habitual dispone, supletoriamente, que su incumplimiento faculta al
constructor para rescindir el contrato o bien exigir su cumplimiento y, en ambos casos, reclamar
la indemnización de los daños causados.
Por último, la Ley regula la prescripción de las acciones, despejando las dudas anteriores pues la
ausencia de regulación específica obligaba a recurrir a preceptos superados y contrarios a la
economía del contrato: la general de 30 años era desproporcionada vista la edad media de los
buques. Ahora, la Ley de Navegación Marítima distingue claramente los dos tipos de acciones,
aunque en ambas fija, supletoriamente, el plazo común de tres años, siendo distinto el término
inicial: para las acciones nacidas del incumplimiento constructor desde la entrega del buque;
para las nacidas por falta de pago desde la fecha prevista contractualmente o, en su defecto,
desde que se produjo la entrega.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 60. Estatuto jurídico de los vehículos de la navegación marítima y de la aeronave
III. El buque objeto de negocios jurídicos
12. Contrato de compraventa de buques
a) La primera especialidad se refiere al objeto del contrato pues siendo el buque una cosa
compuesta, se ha de delimitar el ámbito objetivo del contrato ( art. 117 LNM). Se establece la
presunción de la extensión de la compraventa del buque a sus partes integrantes y pertenencias,
se encuentren o no a bordo, pero no a sus accesorios salvo pacto en contrario. A tal efecto, suele
ser práctica habitual la redacción de un inventario detallado que identifica los elementos
incluidos en la venta, criterio recogido legalmente. La previsión legal vincula la ausencia o
deficiencia del inventario a la presunción de considerar incluido en la venta lo que resulte de la
Sección de Buques del Registro de Bienes Muebles.
b) El carácter dispositivo hay que presumirlo en toda la regulación, salvo una excepción en
cuanto a la forma del contrato y los efectos previstos en otras cuestiones conexas reguladas
imperativamente. Rige el principio de libertad de forma, pero se exige la forma escrita y la
inscripción en el Registro de Bienes Muebles produce efectos frente a terceros debiendo
formalizarse en escritura pública, póliza intervenida por notario, resolución judicial firme o
documento administrativo expedido por funcionario con facultades suficientes por razón de su
cargo (v. art. 118 LNM modificado por la disp. fin. 6ª de la Ley 9/2015, de 25 de mayo, de
medidas urgentes en materia concursal. En atención al carácter mueble y al dato de su
permanente movilidad, el buque nace para navegar, la autorización del documento público
exige que, con carácter previo a su protocolización, el notario o cónsul obtengan del Registro de
Bienes Muebles la oportuna información sobre la situación de dominio y cargas. Por otra parte,
la Ley se aplica a las embarcaciones y artefactos navales y demás negocios jurídicos traslativos
del dominio del buque.
d) En materia de saneamiento la Ley atiende a la responsabilidad del vendedor por los dos
conceptos de evicción y vicios o defectos ocultos, siempre que éstos se descubran en el plazo de
tres meses desde la entrega material del buque y el comprador los notifique de modo fehaciente
al vendedor dentro de los cinco días desde su descubrimiento. Se mantiene, por tanto, como no
puede ser de otro modo, la diferencia, en concepto y duración, del descubrimiento y de la
denuncia tanto de la evicción como del vicio. La especialidad descansa en la fijación y
ampliación de los plazos respecto a la disciplina común para las cosas muebles. Una vez
formalizada la notificación, la acción de saneamiento por vicios o defectos ocultos caduca en el
plazo de seis meses desde la notificación.
e) Otro aspecto a tener en cuenta, aunque no está presente en el capítulo sobre la compraventa,
pero incide de manera sustancial, es la relación con los contratos de utilización del buque
vigentes en el momento de la venta. El problema radica en cómo proteger a los dos sujetos
afectados, el comprador y la contraparte en el contrato de explotación, llámese arrendatario,
fletador o transportista. De entrada, el principio general de la buena fe hace recaer sobre el
vendedor el deber de informar al comprador de la existencia de contratos sobre el buque objeto
de la compraventa, pero queda exonerado de ese deber si el negocio de explotación estuviere
inscrito registralmente. Cuando la información se ha declarado o consta registralmente, el
comprador se subroga en la posición del vendedor, quedando vinculado con los titulares en los
mismos términos de los contratos de explotación. En su defecto, el vendedor debe asumir su
responsabilidad en el doble frente del comprador y de los titulares de la utilización.
f) Por último, por seguir el mismo orden de la Ley, pero sistemáticamente debe citarse el
primero, las disposiciones contenidas en el capítulo se aplican extensivamente a las
embarcaciones y artefactos navales y cualesquiera otros negocios jurídicos traslativos del
dominio del buque, siempre que sean aplicables analógicamente considerando su naturaleza.
Repárese, por un lado, que nada dice de las plataformas, a nuestro juicio igualmente incluidas
en virtud de la norma general de los artículos 1 y 2; y por otro, que emplea la expresión negocio
jurídico y no contrato, incluyendo por tanto los negocios jurídicos traslativos de dominio como la
donación y las sucesiones, que no son contratos.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
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III. El buque objeto de negocios jurídicos
13. Venta forzosa
La Ley de Navegación Marítima regula los aspectos procedimentales de la venta forzosa del
buque disponiendo al efecto la aplicación preferente del Convenio de privilegios de 1993, en su
defecto la Ley de Enjuiciamiento Criminal y las disposiciones administrativas aplicables (arts.
480 a 486). Completa la disciplina la puntualización de las personas, fecha, lugar, plazos y formas
de la notificación; los derechos de los titulares de tercerías de mejor derecho; los efectos
cancelatorios sobre los créditos privilegiados, cargas y gravámenes; la realización por persona o
entidad especializada y el destino de la suma obtenida en la subasta o venta directa del buque.
La venta forzosa del buque se presenta en dos supuestos admitidos tradicionalmente: por
inhabilitación del buque para navegar y para satisfacción de los acreedores privilegiados.
a) La primera es facultad del Capitán, justificada por razones de urgencia, si así lo estima en
beneficio de la comunidad de intereses que representa y se observan determinadas condiciones.
Comprobación de las circunstancias por la autoridad judicial o consular y venta en pública
subasta eran las condiciones exigidas por los derogados artículos 578.3 y 4 y 579 del
Código de Comercio, que sin embargo entendemos aplicables por tratarse de normas
compatibles con la nueva Ley de Navegación Marítima, a pesar de la derogación formal. Forman
parte de los principios generales de la ley.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
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IV. Privilegios marítimos
14. Planteamiento
14. PLANTEAMIENTO
En el Derecho común, civil y mercantil, el deudor responde con todos sus bienes presentes y
futuros sin que el acreedor disponga de un bien en particular para la satisfacción de su crédito,
salvo que esté reconocido como especial o privilegiado.
Contrasta con esa situación el Derecho marítimo, donde la norma general es más bien la
contraria, pudiendo afirmarse, y no es un juego de palabras, que la excepción es la regla general.
Con ello se quiere significar que la práctica totalidad de los créditos marítimos son preferentes o
privilegiados, frente a los demás créditos no marítimos, que siguen el régimen general.
Esta afirmación de generalidad hay que entenderla advirtiendo que créditos privilegiados no
son, a nuestro juicio, únicamente los pocos reconocidos en el Convenio sobre privilegios e
hipoteca naval, antes el de 1926 y ahora el de 1993, sino también los que dan derecho al
embargo preventivo del buque, cuya lista es muy extensa y están regulados en otro Convenio
diferente (antes el de 1952 y ahora 1999). En definitiva, integrando ambas listas se comprueba
que la inmensa mayoría de los créditos marítimos gozan de alguna ventaja o mayor protección
frente a los demás créditos.
Por un lado, el crédito marítimo goza de una eficacia amplia pero limitada porque puede
ejercitarse cuando el titular del buque sea alguno de los sujetos tipificados en la Ley
(propietario, arrendatario a casco desnudo, gestor y naviero). En segundo término, el acreedor
marítimo puede satisfacer su crédito mediante la realización separada del buque; es la
denominada «fortuna de mar», que se ejecuta mediante la venta forzosa del buque. Finalmente,
la concurrencia de créditos marítimos no se resuelve por la antigüedad, sino por preferencias,
en función de la causa u origen del crédito; es la denominada «preferencia entre créditos
privilegiados».
El artículo 122. Régimen jurídico de los privilegios marítimos, dice textualmente: «Los privilegios
marítimos se regirán por lo dispuesto en el Convenio internacional sobre privilegios marítimos y
la hipoteca naval, hecho en Ginebra el 6 de mayo de 1993». La remisión de la Ley al Convenio ha
suprimido la propuesta de la Sección especial de la Comisión de Derecho Mercantil que
transcribía el contenido del convenio al texto normativo. Con ello se han suprimido los artículos
que regulaban la lista o enumeración de los créditos privilegiados, el orden de prelación, la
duración o extinción por el transcurso del tiempo y el cómputo del plazo. En el Convenio de 1993
están reguladas esas cuestiones en los términos siguientes.
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IV. Privilegios marítimos
15. Caracteres de los privilegios de los acreedores marítimos
Los privilegios marítimos presentan una naturaleza especial que permite calificarlos de
derechos reales de garantía, o de hipotecas legales tácitas, como los ha denominado un sector
doctrinal. Las notas comunes son las siguientes: accesoriedad, indivisibilidad, ejecución,
persecutoriedad, preferencia y carácter oculto salvo la hipoteca naval.
c) Ejecución. El acreedor marítimo privilegiado tiene la facultad de solicitar la venta judicial del
buque para obtener la satisfacción del crédito. La denominada «venta forzosa del buque» para
pago de acreedores, esta figura de rancio abolengo histórico estaba regulada en los artículos 579
y 584 del ya derogado Código de Comercio.
d) Persecutoridad. Significa que los acreedores marítimos privilegiados están facultados para
perseguir la nave, como si de un derecho real o sobre la cosa se tratase, con independencia de
quién sea su titular. La enajenación, la cesión y, en general, la transmisión del buque a un
tercero no afectan al privilegio marítimo ( art. 122 Ley de Navegación Marítima).
La preferencia también significa que los privilegios marítimos gozan de preferencia sobre la
hipoteca y demás cargas y gravámenes inscritos, cualquiera que sea la fecha de su inscripción,
sin que ningún otro crédito pueda anteponerse, salvo los previstos en el artículo 486 y los gastos
incurridos por la Administración en la remoción de buques naufragados o hundidos (art. 122).
f) Carácter oculto. Los privilegios marítimos gravan el buque sin necesidad de publicidad
registral ( art. 122.2LNM), salvo la hipoteca. No obstante, la hipoteca sobre el buque confiere al
acreedor hipotecario una situación de privilegio, pero no de preferencia frente a los demás
créditos privilegiados.
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IV. Privilegios marítimos
16. Relación de créditos privilegiados marítimos
e) Créditos nacidos de culpa extracontractual por daños materiales causados por la explotación,
excepto los causados al cargamento, a los contenedores y efectos del pasaje transportados a
bordo. El supuesto más frecuente son los daños materiales por abordaje. Al igual que los
enumerados en la letra b) también se excluyen los relacionados con el transporte de
hidrocarburos o sustancias nocivas o peligrosas, créditos que se rigen por los convenios
internacionales respectivos; excepción que se amplía a los causados por propiedades
radioactivas y nucleares.
f) Créditos por hipotecas, «mortgages» y gravámenes inscritos (arts. 1º y 4). Se trata de la gran
novedad pues el crédito hipotecario considerado tradicionalmente el mayor privilegio por la
doble condición de ser el primero en preferencia y por poder ejecutar o realizar aisladamente el
bien hipotecado, ha perdido ambas condiciones en favor de los créditos enumerados
anteriormente, que son de mejor condición.
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IV. Privilegios marítimos
17. El derecho de retención del astillero
Según el artículo 7 del Convenio, el constructor y el reparador del buque tienen el derecho a
retener el buque que se encuentre en su posesión para garantizar los créditos derivados de sus
servicios respectivos. Como se trata de ius distraendi, la retención no implica el derecho a
solicitar del juez el depósito del bien, pues retiene directamente la posesión sin necesidad de
autorización judicial. La facultad está reconocida directamente en la Ley.
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IV. Privilegios marítimos
18. Orden de prelación
El artículo 5 contempla la prelación entre los créditos privilegiados y sigue el mismo orden en
que están enumerados anteriormente, con las tres salvedades siguientes: a) Las costas
procesales del embargo preventivo, b) Las costas y gastos de la ejecución y venta forzosa del
buque, y c) los causados a la administración por la remoción de buques hundidos o naufragados
( art. 122.2 LNM). Hay que entender que la relación es también de orden entre ellos mismos.
Respetada la prelación, dentro de la misma categoría se ordenan por antigüedad, teniéndose por
nacidos en la fecha en que concluyó cada operación de salvamento.
Los demás créditos privilegiados concurrirán entre ellos a prorrata. La norma hay que
interpretarla en el sentido que la prorrata se aplica dentro de cada categoría, respetando por
tanto la enumeración.
Las hipotecas y demás gravámenes inscritos ocupan el último lugar cualquiera que sea la fecha
de su inscripción ( art. 122. 2 LNM).
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IV. Privilegios marítimos
19. Otros privilegios marítimos
Los privilegios añadidos deben respetar una serie de condiciones exigidas por el propio
Convenio en cuanto siguen al buque con independencia del cambio de propiedad, matrícula o
pabellón; y se extinguen en el plazo de seis meses o no de un año y son posteriores a los
reconocidos en el Convenio; la cesión del crédito entraña automáticamente la del privilegio,
deben producir los mismos efectos que la venta forzosa según el Convenio y serán graduados
tras las hipotecas y gravámenes inscritos.
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IV. Privilegios marítimos
20. Ámbito de aplicación
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IV. Privilegios marítimos
21. Efectos. Privilegios sobre la flota
La eficacia de los privilegios es «erga omnes» con independencia de la titularidad del buque y de
su inscripción en el registro. Por eso se suelen denominar hipotecas tácitas u ocultas, causando
un verdadero problema en las transmisiones y otros negocios jurídicos sobre el buque. Los
privilegios siguen al buque no obstante el cambio de propiedad, matrícula o pabellón (art. 8). El
cambio temporal de pabellón tiene un régimen especial (art. 16). Naturalmente, la eficacia hay
que limitarla solo frente a quienes sean titulares propietarios, arrendatarios a casco desnudo,
gestores o navieros del buque o los buques sobre el cual recae el privilegio. Esta limitación es
discutible y supone un cambio radical respecto del anterior Convenio. Su interpretación
definitiva dependerá en función de la tesis que sobre la naturaleza jurídica del privilegio siga la
jurisprudencia y que entienda por naviero a los efectos de incluir o no al fletador.
El privilegio faculta al titular a la venta forzosa del buque y a su satisfacción con el producto
resultante (arts.11 y 12 Convenio).
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IV. Privilegios marítimos
22. Duración y extinción
La vigencia de los privilegios es de un año, excepto que antes del vencimiento el buque haya sido
embargado preventivamente u objeto de ejecución mediante la venta forzosa (art. 10).
Los privilegios se extinguen por las causas siguientes: i) mutuo acuerdo entre el acreedor y los
titulares del buque objeto del privilegio; ii) satisfacción del crédito, pues lo accesorio sigue a lo
principal; iii) transcurso del plazo de un año con la salvedad señalada anteriormente, y iv)
realización o ejecución satisfactoria mediante la venta forzosa del buque.
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V. El embargo preventivo de buques como garantía especial de los créditos marítimos
23. Concepto y naturaleza jurídica
Se entiende por embargo preventivo del buque el derecho que tiene el acreedor marítimo para
solicitar y obtener de la autoridad judicial la inmovilización del buque si se cumplen dos
presupuestos: alegar alguno de los créditos admitidos legalmente y prestar fianza.
Naturalmente el embargo preventivo duraba, al menos, toda la tramitación del pleito sobre el
fondo. Con mayor razón se entendía, por una doctrina autorizada pero no pacífica, que también
podía embargarse preventivamente un buque cuando el acreedor disponía de una sentencia,
pues de la mera alegación se pasaba a un reconocimiento judicial del crédito, y naturalmente la
apariencia de la medida cautelar (fumus boni iuris) se había convertido en boni iuris. Si el buque
estaba ya embargado, con la sentencia, la medida cautelar se transformaba automáticamente en
un procedimiento de ejecución y apremio, si así lo pedía el acreedor embargante.
Esa agilidad procedimental, al servicio del acreedor marítimo, permitía trabar embargos
preventivos de buques cuya titularidad no se correspondía con el sujeto pasivo del crédito. Por
ejemplo, el crédito por combustible daba lugar al embargo del buque, aunque el titular u
operador del buque en el momento de ejecutar el embargo no lo fuera en el momento en que
nació el crédito. Dicho de otro modo, los embargos se practicaban al margen de quien fuera el
deudor porque la garantía, en este caso cautelar, gravaba sobre el buque y no sobre el deudor.
Es decir, era posible embargar el buque sin la limitación de pertenecer el buque al mismo titular
de la deuda. Deudor y pertenencia del buque en la misma persona no era un presupuesto del
embargo.
Esta concepción, seguida por la doctrina más autorizada, aunque combatida por ciertos autores
y negada en algunas resoluciones judiciales, no ha sido la reconocida finalmente ni el Convenio
de 1999 ni en la Ley de Navegación Marítimo. El embargo preventivo, considerando según el
Convenio de 1952 y la Ley de 1967 de adaptación, una medida tanto de garantía (rectius presión)
como de ejecución del acreedor marítimo, se ha convertido en una simple medida de presión
por dos motivos principales. Por un lado, como se ha dicho, porque es necesaria la coincidencia
entre deudor y propietario u operador del buque. En segundo lugar, porque el titular de una
sentencia o de un laudo arbitral no puede hacer uso del embargo preventivo para agilizar la
satisfacción del crédito reconocido judicial o arbitralmente. En estos casos hay que seguir los
cauces propios de las medias de apremio y ejecución. Por todo ello, el embargo preventivo no
puede ser además de medida cautelar o de presión, una garantía de ejecución.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 60. Estatuto jurídico de los vehículos de la navegación marítima y de la aeronave
V. El embargo preventivo de buques como garantía especial de los créditos marítimos
24. Fuentes aplicables
La Ley de Navegación Marítima dispone que, tanto los buques nacionales como los
extranjeros, se regulará por lo dispuesto en el Convenio de Embargo preventivo, hecho en
Ginebra el 12 de marzo de 1999, por lo dispuesto en esta Ley y, supletoriamente, por lo
establecido en la Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil ( art. 470 LNM).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 60. Estatuto jurídico de los vehículos de la navegación marítima y de la aeronave
V. El embargo preventivo de buques como garantía especial de los créditos marítimos
25. Presupuestos del embargo preventivo
A. Alegación
A. Alegación
En primer lugar, el embargante debe alegar la existencia de un crédito que da lugar al embargo.
Le basta, por tanto, con la simple alegación. Naturalmente la alegación debe concretar el crédito
que reclama, la causa que lo motiva y la embargabilidad del buque contra el que se solicita el
embargo.
Concretar el crédito y la causa que lo motiva parecen dos requisitos distintos, pero se formulan
unitariamente. Hay que interpretar que el embargante debe indicar la cantidad pendiente y el
origen del crédito. El importe sirve para fijar el quantum de la fianza, y la causa para conocer si
el crédito está o no incluido en el artículo 1 del Convenio.
Así de explícito era el artículo 503 del Proyecto de Ley General de la Navegación Marítima,
aprobado por el Consejo de Ministros de 3 de noviembre de 2006 y reproducido en el proyecto
de 2008, pero no recogido en La ley vigente, que se limita a decir «embargabilidad del buque».
Para decretar el embargo preventivo de un buque por crédito marítimo, que se define en el
artículo 1 del Convenio Internacional sobre el Embargo Preventivo de Buques, bastará alegar el
derecho o créditos reclamados, la causa que los motive y la embargabilidad del buque ( art.
472. 1.LNM). Por consiguiente, los supuestos que dan lugar al embargo son por los créditos
citados en el Convenio de 1999.
En todo caso, cumplidas las condiciones anteriores, el embargante no debe fundar la pretensión,
adelantando los argumentos que justifican el éxito de la cuestión de fondo. La simple mención
del crédito impagado es suficiente, pero el crédito debe estar incluido en la lista de créditos que
dan lugar al embargo preventivo y son los citados en el art. 1 del Convenio. Podemos decir que
la alegación de un crédito con derecho al embargo sustituye el requisito del fumus boni iuris.
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V. El embargo preventivo de buques como garantía especial de los créditos marítimos
25. Presupuestos del embargo preventivo
B. Supuestos de créditos marítimos con derecho al embargo preventivo
Los créditos marítimos que dan derecho al embargo preventivo del buque son numerosos y
están recogidos en el artículo 1° del Convenio, al que se remite como se dijo el artículo
472.1Ley de Navegación Marítima.
Al Convenio le interesa no tanto la definición del crédito como la causa de su nacimiento. Estas
causas son las siguientes: a) Pérdidas o daños causados por la explotación del buque; b) Muerte o
lesiones corporales, causados en mar o en tierra, en relación directa con la explotación del
buque; c) Asistencia y salvamento, incluida por amenaza al medio ambiente. d) Daños o
amenaza causados por el buque al medio ambiente; e) Gastos y desembolsos por la puesta a
flote, remoción, recuperación o eliminación de la peligrosidad de un buque hundido o
abandonado; f) Contratos de explotación del buque, en cualquiera de sus modalidades, arriendo
de casco desnudo o armado y equipado; fletamentos por tiempo y por viaje, por viaje redondo,
con o sin cesión; o de contrato a la parte, etc.; g) Contratos de transporte de mercancías o
pasajeros en el buque formalizado en póliza de fletamento; h) Pérdidas o daños causados a las
mercancías y equipajes transportadas a bordo. i) Avería común. j) Remolque. k) Practicaje. l)
Suministro de productos, combustible o materiales, equipo incluido contenedores hechos a un
buque para su explotación, conservación o mantenimiento; m) Construcciones, reconstrucción,
reparaciones, transformación o equipamiento del buque; n) Derechos y gravámenes de puerto,
canales, mulles, radas y vías navegables; o) Salario del capitán, oficialidad o tripulación; deben
entenderse incluidas también las indemnizaciones por repatriación, despido improcedente y
cuotas a la Seguridad Social; es decir, los créditos laborales y no sólo los salariales; p)
Desembolsos hechos por cuenta del buque o de sus propietarios. Son los realizados por el
capitán y los efectuados por los cargadores, los fletadores o los agentes por cuenta del buque o
de su propietario; ha de incluirse a todos los colaboradores del naviero, como corredores y
transitarios; q) Primas de seguro pagaderas por el propietario del buque o arrendatario a casco
desnudo; r) Comisiones, corretajes, honorarios de agencias pagaderas por el propietario del
buque o arrendatario a casco desnudo; s) Toda controversia relativa a la propiedad o posesión
del buque; t) Toda controversia entre copropietarios relativa a la explotación o los derechos de
explotación de un buque en condominio; u) Una hipoteca naval o mortgage o gravamen, d la
misma naturaleza sobre el buque.
Como puede observarse, la lista es tan extensa que prácticamente abarca todos los créditos
nacidos con la navegación marítima, por eso decíamos que considerado el embargo preventivo
una suerte de medida privilegiada, en el Derecho marítimo el crédito privilegiado es la regla y
no la excepción.
Por otra parte, la lista de créditos embargables no se agota en los citados en el Convenio porque
la Ley de Navegación Marítima faculta para que puedan ser embargados por el órgano
administrativo competente conforme a la normativa específica que resulte aplicable (art. 437.2).
En ese sentido, la legislación fiscal y aduanera permite el embargo preventivo del buque en
garantía del cobro de los tributos, aranceles o sanciones devengadas en ese ámbito respectivo.
El embargo de los buques que enarbolen pabellón de un Estado que no sea parte en el Convenio
Internacional sobre el Embargo Preventivo de Buques, hecho en Ginebra el 12 de marzo de 1999,
se regirá por las disposiciones de dicho Convenio, con la salvedad de que podrán ser
embargados tanto por créditos marítimos como por cualesquiera otros créditos (art. 473.3).
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V. El embargo preventivo de buques como garantía especial de los créditos marítimos
25. Presupuestos del embargo preventivo
C. Buques y embarcaciones embargables
Ya hemos indicado que se trata de un requisito nuevo, discutible su exigencia bajo el anterior
Convenio de 1952, introducido tanto en el Convenio de 1999 como en la Ley de Navegación
Marítima. Es el requisito de la «embargabilidad del buque», ex artículo 472.1, que no se
desarrolla. Las embarcaciones están sujetas a los mismos requisitos que los buques (art. 470.3).
En el Convenio porque la propia ley dispone que buques son embargables remitiéndose al
Convenio. Todo buque respecto al cual se alegue un crédito marítimo podrá ser embargado en
los términos y con el alcance del Convenio Internacional sobre el Embargo Preventivo de Buques
(art. 475, Buques embargables).
El artículo 3 del Convenio excluye el embargo en los casos siguientes, que son supuestos
encuadrables bajo el requisito de «embargabilidad del buque» o buque inembargable: a) Si la
persona no era propietaria del buque en el momento en que nació el crédito y no es propietaria
del buque al practicarse el embargo; b) Si no es arrendatario a casco desnudo del buque en el
momento en que nació el crédito marítimo y no estaba obligado y no es arrendatario a casco
desnudo o propietario del buque al practicarse el embargo. En los supuestos anteriores, queda la
duda de la procedencia del embargo porque el Convenio permite embargar si ese crédito está
garantizado con un privilegio marítimo según la legislación del Estado en que se solicita el
embargo. Decimos duda porque la legislación española define los créditos privilegiados
conforme al Convenio de privilegios marítimos y la hipoteca, y por tanto no añade nada en el
ámbito doméstico.
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25. Presupuestos del embargo preventivo
D. Fianza
D. Fianza
Junto la alegación del crédito y la embargabilidad del buque, el otro presupuesto del embargo
preventivo es la imposición de fianza. La especialidad radica en que, a diferencia del derecho
común, la fianza es obligatoria. El embargante debe ofrecer fianza suficiente y el juez tiene la
obligación de imponerla, en la cantidad y forma que considere razonables.
El juez exigirá en todo caso garantía en cantidad suficiente para responder de los daños,
perjuicios y costas que puedan ocasionarse. Esta fianza podrá ser de cualquiera de las clases que
reconoce el Derecho, incluido el aval bancario.
Una vez fijada esa garantía, que como mínimo será del 15 por ciento del importe del crédito
marítimo alegado, el tribunal podrá revisar su cuantía, de oficio o a instancia de parte, en
atención al porte y a las dimensiones del buque, al coste derivado de la estancia del buque en el
puerto, a su precio de mercado por día, a si está o no sujeto a línea regular, a si está o no
cargado, así como a sus compromisos contractuales ( art. 472.2 LNM). El nuevo precepto está
tomado de la Ley 2/1967, que literalmente establecía «El Juez exigirá en todo caso fianza en
cantidad suficiente para responder de los daños, perjuicios y costas que puedan ocasionarse.
Esta fianza podrá ser de cualesquiera de las clases que reconoce el derecho, incluso el aval
bancario». (art. 1.2).
La única diferencia es el límite inferior del 15% del crédito reclamado. El tema del importe de la
fianza, ha sido discutible, no existiendo criterio unánime en los tribunales españoles. Lo que ha
planteado, y seguirá planteando pues el límite inferior es además de desafortunado insuficiente
para resolver las incertidumbres que dan lugar al fenómeno conocido del «forum shopping
paradise». El embargante solicita el embargo en aquella jurisdicción o tribunal que exige menos
finanza. El porcentaje del crédito reclamado, 10% o 20%, no debe ser en ningún caso el criterio
que resuelve el problema satisfactoriamente y menos limitarlo al 15% como hace la Ley de
Navegación Marítima.
Puede suceder que el crédito sea de poco importe y los daños de la paralización muy superiores
al crédito reclamado. La propia ley adelanta el criterio de la proporcionalidad: suficiente para
responder de los daños, perjuicios y costas que puedan ocasionarse. Afortunadamente, la Ley de
Navegación Marítima indica una serie de criterios que orientan al juez para fijar exactamente la
cantidad: el coste derivado de la estancia del buque en el puerto, a su precio de mercado por día,
a si está o no sujeto a línea regular, a si está o no cargado, así como a sus compromisos
contractuales. A nuestro juicio, el cálculo del coste de la detención puede ser el criterio más
ajustado al señalado por la Ley. En todo caso, salvando la razonabilidad, es una facultad
discrecional del juzgado embargante.
En cuanto a la clase o forma de la fianza, la propia admite el aval bancario, lo que no excluye
otras fianzas, por supuesto la monetaria o la carta de garantía del seguro P&I, que suele la
primera que ofrece el naviero. La práctica española enseña que los jueces suelen exigir el aval
de un banco reconocido y con domicilio en la misma demarcación judicial, mejor si es el mismo
banco donde se realizan las consignaciones judiciales, lo que evita el requisito posterior de
acompañar legalizada notarialmente la firma del firmante del aval bancario.
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V. El embargo preventivo de buques como garantía especial de los créditos marítimos
26. Contenido
26. CONTENIDO
Parece claro, sin embargo, que significa inmovilización. Se trata de una detención física, de ahí
la expresión inglesa de «arrest», arresto o detención. Detención y prohibición de salida del
buque, son las palabras de la ley ( art. 476.1 LNM).
La medida concreta dependerá del juzgado ejecutante o de la capitanía del puerto que ha
recibido la orden judicial pues la Ley autoriza a «adoptar todas las medidas necesarias para la
detención y salida del buque». Por ejemplo, la retirada de la documentación, el precinto del
buque o de la embarcación, la puesta de un vigilante a bordo, el levantamiento de alguna pieza
esencial para activar la maquinaria; en todo caso, la prohibición de abandonar el puerto sin
autorización.
En los embargos por otros créditos, ex artículo 473, la inmovilización podrá ser sustituida, a
juicio del órgano jurisdiccional o administrativo competente, por la anotación en el Registro de
Bienes Muebles de la medida y, en su caso, de la prohibición de enajenar.
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V. El embargo preventivo de buques como garantía especial de los créditos marítimos
27. Jurisdicción y Competencia
Por definición, el embargo preventivo es una medida cautelar y siendo su finalidad asegurar el
cumplimiento de la sentencia que declare la existencia del crédito, puede suceder, y es lo
habitual, que el buque embargable no se encuentre en la jurisdicción del tribunal que sigue la
reclamación principal. Es ocioso recordar que el buque es un bien mueble y nace y vive para
navegar. Observaciones tan elementales el cuidado que pone el legislador para determinar la
jurisdicción competente.
El criterio es liberal, facilitando el embargo. Restringir los foros competentes resulta contrario a
una medida que cumple una función de garantía. Naturalmente, la aprobación de normas
procesales internacionales uniformes y la cooperación entre los Estados resulta fundamental y
de ello trata el Convenio. Por su parte, la Ley de Navegación Marítima en sintonía con el
tratado dispone que será competente para decretar el embargo preventivo de un buque, el
tribunal que tenga competencia objetiva para conocer de la pretensión principal o el del puerto
o lugar en que se encuentre el buque o aquel al que se espera que el buque arribe, a elección del
actor que solicita la adopción de la medida cautelar. No obstante, si el buque no llegara al puerto
esperado, el tribunal de dicho puerto perderá su competencia. Asimismo, cuando ordenado el
embargo preventivo de un buque, sea otro tribunal español el competente para conocer el fondo
del asunto, se mantendrá la medida acordada siempre que la demanda se interponga dentro del
plazo fijado por el juez en función de las circunstancias del caso (471 LNM). Como puede
observarse, se trata casi de una competencia muy abierta y siempre a elección del solicitante.
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28. Ejecución y notificación
Al tratar el contenido del embargo se ha indicado que consiste en la inmovilización del y se han
mencionado las medidas concretas de ejecución, a las que nos remitimos en este apartado.
Existe una situación especial de ejecución prevista en la Ley. Se trata de los embargos
administrativos de buque y embarcaciones, acordados en el ámbito de sus competencias. A tal
efecto señala la Ley de Navegación Marítima que lo dispuesto en este capítulo no afecta a los
derechos o facultades que, con arreglo a la legislación administrativa y a los convenios
internacionales aplicables, correspondan a las Administraciones públicas y portuarias para
retener un buque o impedir de otro modo que se haga a la mar dentro de su jurisdicción. Por
ejemplo, por razones aduaneras, fiscales, de seguridad de la navegación y lucha contra la
contaminación.
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VI. La hipoteca naval
29. Régimen legal
La disciplina legal contenida en los artículos 126 a 144, considera la hipoteca naval en el capítulo
sobre derechos y garantías sobre el buque y, al igual que los demás créditos privilegiados se rige
por la Ley de Navegación Marítima y el Convenio internacional sobre privilegios marítimos y
la hipoteca naval de 1993. La disposición derogatoria deroga expresamente la centenaria Ley de
Hipoteca Naval, de 21 de agosto de 1893, por lo que ha estado vigente sin solución de
continuidad hasta la entrada en vigor de la Ley el 25 de septiembre de 2014. No obstante, la
nueva Ley ha seguido de cerca inspirado la mayor parte de la disciplina, separándose en
aspectos exigidos por la norma internacional, principalmente en lo referente a la prelación de
créditos, ahora relegada al último lugar de los créditos privilegiados.
La hipoteca naval puede tener por objeto los buques, las embarcaciones y los artefactos navales,
incluso en construcción. Se mantiene la eficacia tradicional de recaer directamente sobre el
buque, cualquiera que sea su poseedor. La constitución de la hipoteca exige para su validez el
otorgamiento de escritura pública e inscripción en la Sección de Buques del Registro de Bienes
Muebles. No obstante, se admite la constitución en documento privado, separándose del régimen
general y siguiendo así la tradición centenaria introducida por la Ley de Hipoteca Naval. No
existen diferencias dignas de mención en cuanto a la posibilidad de constituirse a favor de una o
varias personas determinadas, o a favor de quien resulte titular del crédito en las constituidas
en garantía de títulos emitidos en forma nominativa, a la orden o al portador. También puede
constituirse en garantía de cuentas corrientes de crédito o de letras de cambio u otros
instrumentos, conforme a lo establecido en la legislación hipotecaria. Lo mismo cabe decir de las
personas autorizadas para la constitución, reservada a los propietarios que tengan la libre
disposición de sus bienes o, en caso de no tenerla, a los autorizados legalmente.
Consecuentemente, para los buques en construcción también podrá el comitente si tuviere esa
facultad especial, lo que suele ser cláusula de estilo en los formularios. No obstante, la Ley de
Navegación Marítima fija la condición de estar invertida la tercera parte de la cantidad
presupuestada como valor total del casco y la propiedad del buque debe estar inscrita
registralmente. El contenido del documento de constitución es congruente con las características
del crédito y las especiales del buque, debiendo constar los extremos referidos a su
identificación, al crédito y al acreedor, según la relación que figura en el artículo 132. Criterio
análogo sigue la Ley al fijar el contenido del documento de inscripción ( art. 133 LNM). La
extensión de la hipoteca también se regula de forma detallada (134) y en punto a la notificación
(art. 135) conviene destacar la exigencia de hacerlo al asegurador para evitar el pago de la
indemnización al asegurado, la contratación de un seguro sobre el buque cuando se hubiere
excluido la cobertura del buque hipotecado, reforzando así la garantía hipotecaria y el carácter
de crédito privilegiado ( art. 136 LNM).
Como se ha indicado los aspectos más novedosos se refieren a la posición relegada que ocupa la
hipoteca frente a los demás créditos privilegiados. En este apartado importa hacer tres
precisiones.
Los créditos refaccionarios son objeto de tutela con un sistema general y otro alternativo para
los derivados de construcción, reconstrucción y reparaciones. La regla general es que pueden
hacerse valer frente a terceros siempre que figuren inscritos o anotados en el Registro de Bienes
Muebles. La anotación se regirá en cuanto a títulos, circunstancias y concurrencia con cargas o
derechos reales inscritos por lo dispuesto para estos créditos en la legislación hipotecaria, en
cuanto sea aplicable a los buques. Sin embargo, la anotación surtirá los efectos de la hipoteca sin
necesidad de inscripción y tendrá la duración de cuatro años y las prórrogas establecidas con
carácter general para las anotaciones preventivas.
En los créditos por construcción y reparación sobre el buque existe, además de la tutela general
anterior, el derecho de retención que reconoce el Derecho común, extinguiéndose cuando el
constructor o reparador pierda la posesión del buque por causa distinta a la de su embargo
preventivo o ejecutivo ( art. 139 LNM).
La ejecución de la hipoteca procede en los casos siguientes: vencimiento del plazo, concurso del
deudor, inutilización definitiva del buque y cumplimiento de la condición resolutoria sobre
devolución del capital o intereses ( art. 140 LNM). La acción hipotecaria naval prescribe a los
tres años, contados desde que pueda ejercitarse ( art. 142 LNM), conforme a las prescripciones
de la presente Ley.
La sección termina con una disposición sobre reconocimiento de hipotecas sobre buques
extranjeros, cuya prerrogativa es de los jueces españoles siempre que se cumplan las
condiciones siguientes: a) Constitución e inscripción en un registro público de conformidad con
la legislación del Estado del pabellón; b) Consulta libre y obtención de certificados del registro de
matrícula; c) Constancia registral de al menos el nombre y dirección del titular hipotecario,
importe máximo garantizado, la fecha y rango ( art. 143 LNM).
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VII. La aeronave
30. Definición, clases y naturaleza jurídica
Al igual que vimos en el buque, la aeronave presenta una definición gramatical que no coincide
con la legal, pues varios son los elementos que pueden destacarse. La forma o configuración, el
sostenimiento en el aire, la autopropulsión, la dirección, la navegación por el aire, la capacidad
de transporte aéreo. El sentido coloquial sigue la noción gramatical, más amplia que la legal,
para incluir todo vehículo capaz de navegar por el aire. Jurídicamente, sin embargo, se viene
definiendo la aeronave como la máquina adaptada para transportar por aire personas o cosas.
Tanto la Ley de Navegación Aérea como el Reglamento del Registro Mercantil definen la
aeronave en los mismos términos: «toda construcción apta para el transporte de personas o
cosas capaz de moverse en la atmósfera merced a las reacciones del aire, sea o no más ligera que
éste y tenga o no órgano monopropulsor» (arts. 11 LNA y 178 RRM de 1956). Ambos textos
confirman el criterio técnico-finalista, sinónimo de capacidad para el transporte, de suerte que
sólo la capacidad para desplazar personas o cosas de un lugar a otro en la atmósfera puede
considerarse aeronave.
La aeronave es una cosa compuesta, sin perjuicio de su unidad orgánica y jurídica. Se trata, en
efecto, de un conjunto de cosas conexas, elementos principales y accesorios, unidas por el fin
común de la navegación aérea para el transporte de personas o mercancías. Como en el buque,
se pueden distinguir las partes constitutivas y las accesorias, pudiendo ser estas últimas
pertenencias y complementarias. La Ley de Hipoteca Mobiliaria y Prenda sin Desplazamiento
admite que la aeronave puede ser objeto de hipoteca, aunque se considera una cosa mueble,
pero de naturaleza especial (art. 130 LNA).
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VII. La aeronave
31. Nacionalidad y publicidad registral de la aeronave
La aeronave debe tener una nacionalidad, que le otorga el Estado del pabellón y se adquiere en
virtud de la matrícula, que constituye el término de un proceso de matriculación. El artículo 23
de la Ley de Navegación Aérea precisa que las aeronaves llevarán, de forma visible en el
exterior, las marcas de nacionalidad y matrícula. En virtud de la Resolución de la Dirección
General de la Aviación Civil, de 16 de abril de 1991 (BOE núm. 132, de 3 de junio de 1991) se
autoriza pintar aeronaves con las marcas de identificación de tamaño reducido cuando existan
razones históricas o culturales. A este respecto conviene separar el prototipo (primeras unidades
construidas para comprobar prácticamente la eficacia de una concepción técnica), que no está
obligado a cumplir los trámites de abanderamiento, matriculación y registro de las aeronaves,
circunstancia que explica la prohibición de calificarlas como aeronaves y la obligación de
inspección previa y autorización del Ministerio para volar (art. 34 LNA). La Ley de Navegación
Aérea estipula que las aeronaves matriculadas en España tendrán la nacionalidad española (art.
16) y «las aeronaves extranjeras tendrán la nacionalidad del Estado en que estén matriculadas»
(art. 17). El principio legal de nacionalidad y abanderamiento ha sido desarrollado por el Real
Decreto 384/2015, de 22 de mayo, por el que se aprueba el Reglamento de matriculación de
aeronaves civiles (BOE núm. 144, de 17 de junio). La consecuencia más importante de la
nacionalidad es la sumisión a la legislación del Estado, cuyas normas son de obligado
cumplimiento, siendo el comandante de la aeronave el representante del Estado a estos efectos.
Los ciudadanos de la Unión Europea están facultados para solicitar la inscripción, siempre que
tengan su domicilio en España y las personas jurídicas un representante.
Desde la entrada de España en la Unión Europea hay que tener en cuenta la aplicación de la
doctrina jurisprudencial comunitaria en materia de nacionalidad y representada por la
Sentencia de la Corte de Justicia de la Unión núm. 203/98, de 8 de julio de 1999 (Comisión c/Reino
de Bélgica), que declaró el incumplimiento, por parte de Bélgica, de las obligaciones establecidas
en los artículos 12, 43 y 49 del Tratado de la Comunidad Europea, al exigir a los operadores
comunitarios la residencia o el establecimiento con una antigüedad mínima de un año, para
poder matricular la aeronave. La sentencia se dicta con ocasión del recurso presentado contra la
decisión de la Autoridad aeronáutica belga, que denegó la correspondiente autorización de
vuelo a un operador comunitario, porque no había cumplido el requisito del año de residencia o
establecimiento en Bélgica y, por tanto, no pudo obtener la matriculación de la aeronave. El
requisito exigido por Bélgica supone una discriminación por razón de nacionalidad entre
comunitarios, prohibido por el Tratado, y además una limitación a la libertad de establecimiento
de los servicios de tráfico aéreo.
b) La aeronave debe inscribirse también en el Registro de Bienes Muebles, que atiende a los
efectos jurídico-privados de la publicidad.
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VII. La aeronave
32. La propiedad y los derechos de garantía sobre la aeronave: A) Hipoteca. B) Embargo. C)
Créditos privilegiados. Regulación nacional e internacional
Por otro lado, la seguridad de la aeronave y de la navegación son dos principios esenciales que
justifican la propia existencia del Derecho aéreo.
Los ordenamientos jurídicos establecen normas muy precisas para que la aeronave sea segura,
presupuesto en el que descansa la seguridad de la navegación y del tráfico aéreo. La
navegabilidad de la aeronave, o aereonavegabilidad, designa precisamente su aptitud para
navegar, que se persigue mediante la observancia de una serie de requisitos técnicos que
garantizan su seguridad, tanto en tierra como en vuelo.
La Ley de Navegación Aérea (Capítulo VI, arts. 34 a 38) establece que ninguna aeronave será
autorizada para el vuelo sin la expedición previa de un certificado de aeronavegabilidad. Se
entiende por certificado de aeronavegabilidad el documento, expedido por la Administración
pública competente, que identifica técnicamente la aeronave, define sus características y
expresa la calificación que merece para su utilización, una vez practicadas las pruebas de tierra
y vuelo (véase además el Reglamento (UE) Nº 1321/2014 de la Comisión de 26 de noviembre de
2014, sobre el mantenimiento de la aeronavegabilidad de las aeronaves y productos
aeronáuticos, componentes y equipos y sobre la aprobación de las organizaciones y personal
que participan en dichas tareas).
Respecto a los modos de adquirir la propiedad, la Ley de Navegación Aérea no contiene una
regulación completa, limitándose a algunas normas especiales relativas a la construcción (arts.
34 a 38, sobre aspectos administrativos) y al hallazgo, por lo demás discutible su tipificación
como un modo de adquisición, pues la Ley se limita a conceder al descubridor un premio por la
tercera parte del valor de la aeronave abandonada o de sus restos (arts. 137 a 139). Por otro lado,
respecto a los modos de adquisición de Derecho público, la aeronave también es susceptible de
presa, confiscación o requisa por parte del Estado, siempre que concurran graves motivos de
interés público y se fije la indemnización (art. 48). En definitiva, tanto la aeronave como el
buque son una cosa mueble sui generis y tienen una naturaleza jurídica especial.
La naturaleza jurídica de la aeronave, considerada un bien mueble sui generis, explica que
pueda ser objeto de cargas y gravámenes, y en particular del derecho real de hipoteca. Los
ordenamientos reconocen, en efecto, créditos privilegiados sobre la aeronave y la cuestión
principal consiste en saber cuáles son y cuál es su ordenación jerárquica.
En el Derecho aéreo, a diferencia del Derecho marítimo, la lista de créditos privilegiados ha sido
más limitada. Existe una doble regulación, nacional e internacional, siendo la lista de créditos
privilegiados más amplia en la Ley española.
La Ley de Navegación Aérea establece, en primer lugar, el principio general según el cual la
condición de bienes muebles de naturaleza especial permite que la aeronave pueda ser objeto de
hipoteca, usufructo, arrendamiento y demás derechos que las leyes autoricen (art. 130.1),
incurriendo en una cierta confusión conceptual al considerar el usufructo y el arrendamiento en
la categoría de gravámenes y créditos privilegiados. En segundo lugar, reconoce tres clases de
gravámenes: la hipoteca, el embargo y los créditos privilegiados enumerados taxativamente.
a) El derecho real de hipoteca sobre la aeronave fue reconocido por la Ley de Hipoteca
Mobiliaria y Prenda sin desplazamiento de 16 de diciembre de 1954 y ratificado posteriormente
por la Ley de Navegación Aérea. Asimismo, tiene interés destacar la denominada «hipoteca de la
flota aérea», de impronta anglosajona, consistente en hipotecar la totalidad de las aeronaves de
una determinada compañía de navegación aérea, debiendo constar la inscripción registral de la
hipoteca en cada una de las aeronaves individualmente.
c) Finalmente, la aeronave puede estar gravada con créditos privilegiados, que gozan de un
derecho de realización y preferencia (art. 133 LNA).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
I. Introducción
1. La Ley de Navegación Marítima (RCL 2014, 1045) ante la teoría general de los contratos de
utilización del buque
Siguiendo la doctrina más autorizada, también plasmada en los ordenamientos italiano, francés
y portugués, la teoría general de los contratos de utilización del buque comprende: a) el
arrendamiento de buque, a casco desnudo (bare-boat) o armado y equipado (bare-boat by
demise); b) el fletamento por tiempo (time-charter); c) el fletamento por viaje (voyage-charter); d)
el transporte regular bajo conocimiento de embarque; e) el transporte de viajeros o contrato de
pasaje y sus equipajes; f) el salvamento, y g) el remolque.
Contrasta con la posición doctrinal la clasificación seguida por la Ley de Navegación Marítima
en la medida que identifica fletamento y transporte. No obstante, para no apartarse de la
realidad, regula de forma separada las diversas modalidades de fletamento y los denominados
contratos auxiliares de la navegación en dos títulos diferentes, estructurados en nueve capítulos
en razón de ser cinco y cuatro los contratos pertenecientes a cada título respectivamente. El
Título IV. De los contratos de utilización del buque (arts. 188 a 313) incluye los contratos
siguientes: (a) arrendamiento de buque, artículos 188 a 202; (b) fletamento, artículos 203 a 286;
(c) pasaje, artículos 287 a 300; (d) remolque, artículos 301 a 306; y (e) arrendamiento náutico,
artículos 307 a 313. El Título V. De los contratos auxiliares de la navegación, regula los contratos
siguientes: (f) gestión naval, artículos 314 a 318; (g) consignación de buques, artículos 319 a 324;
(h) practicaje, artículos 325 a 32; y (i) manipulación portuaria, artículos 329 a 338. Por otra parte,
la Ley define un grupo de modalidades de transporte con la única finalidad de fijar el ámbito de
aplicación de la disciplina del fletamento. Concretamente el subfletamento (art. 206), el
transporte contratado por el fletador (art. 207), el contrato de volumen (art. 208), el transporte
multimodal (art. 209) y los contratos de utilización del buque para fines distintos del transporte
de mercancías (art. 210).
La regulación positiva, con ser la parte más extensa, no abarca toda la realidad, pues existen
otras formas de explotación que no encajan en los moldes legales ni pueden explicarse, como en
cambio defiende un sector doctrinal acogido por el legislador, desde la consideración del
transporte como finalidad última del fletamento, aunque sea el destino preponderante.
Para la Ley de Navegación Marítima trasporte y fletamento son términos y conceptos indistintos,
posición que nosotros no compartimos. No obstante, y a pesar de esa unificación conceptual, el
legislador encuentra una respuesta a las necesidades de la práctica regulando una serie de
contratos de utilización que engloba bajo la expresión genérica de fletamento. Al acoger la
teoría, no le queda otra opción que reconocer no solo distintas modalidades de transporte sino
también otros contratos de utilización que implican la puesta a disposición del buque para
finalidades distintas del transporte. Nos referimos concretamente a supuestos bien conocidos en
la práctica como son la contratación de buques para la investigación oceanográfica, tendido de
cables submarinos, apoyo a plataformas de perforación (offshore), arqueología submarina,
lucha contra la contaminación, etc. Estos contratos tienen en común la puesta a disposición de
un buque para navegar, lo que les califica como contratos de fletamento o de arrendamiento y
no como transporte. Para resolver el problema del régimen aplicable a esas realidades
contractuales, la Ley les aplica la disciplina sobre el fletamento solo en las cuestiones de la
puesta a disposición y empleo del buque, flete y a la extinción anticipada del contrato, en cuanto
sean compatibles con la finalidad del contrato celebrado (art. 210).
Salvando la discusión doctrinal y reconociendo que los supuestos anteriores son residuales pues
el contrato de transporte de mercancías, según la OCDE ocupa el 95% del comercio marítimo, la
Ley de Navegación Marítima se centra en la regulación minuciosa de la responsabilidad del
porteador, advirtiendo su carácter dispositivo cuando se trate de un transporte libre (buques
vagabundos, del inglés tramp) documentado en póliza de fletamento, y coercitivo cuando sea un
transporte regular y se emita un conocimiento de embarque (arts. 277 a 285).
Queda bien entendido que la ley ha unificado los regímenes de responsabilidad del porteador,
aplicables al transporte marítimo, nacional e internacional, en régimen de conocimiento de
embarque, y al fletamento en sus distintas modalidades. La explicación de la unificación
normativa es congruente con la tesis unitaria que identifica fletamento y transporte, sobre la
cual reiteramos nuestra discrepancia. Por otra parte, la diversa naturaleza, dispositiva una e
imperativa la otra, se proyecta sobre la distinción entre los transportes contratados en régimen
de conocimiento de embarque, y los contratados bajo póliza de fletamento. Los primeros se
producen preferentemente en el transporte de línea regular (liners), sector donde la capacidad
de negociación de los usuarios del servicio es más limitada y necesita protección. Los segundos
afectan al transporte libre documentado en póliza de fletamento, siendo derogable el régimen
legal, dada la posición de igualdad entre fletadores y armadores; consecuentemente, pueden ser
válidas las cláusulas de exoneración o limitación de responsabilidad, salvo las prohibiciones
generales de la ley o violen la esencia del contrato (dolo, irresponsabilidad absoluta, etc.).
La Ley ha tenido en cuenta los últimos Convenios internacionales en esta materia, especialmente
las conocidas Reglas de Rotterdam, previendo así ulteriores modificaciones de su articulado
cuando entren en vigor.
A efectos sistemáticos conviene advertir que, para evitar repeticiones, el régimen del contrato de
transporte contenido en la Ley de Navegación Marítima es aplicable a los contratos de
fletamento con finalidad de transporte de mercancías, con la salvedad de la analogía y el
carácter dispositivo como regla general.
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
I. Introducción
2. El arrendamiento del buque. Fuentes. Concepto, forma, obligaciones y prescripción de
acciones
El contrato carecía de regulación específica bajo el Código de Comercio, laguna suplida por la
jurisprudencia (SSTS de 10 de julio de 1967 y 10 de diciembre de 1985) que se apoyaba en las
normas civiles sobre el arrendamiento ( arts. 1.554 y ss. CC). Esa posición era criticada por
cierta doctrina, que veía más apropiada la aplicación analógica del fletamento (arts. 652 a 718 C.
de C.).
Actualmente está regulado en los artículos 188 a 202 de la Ley de Navegación Marítima
en los que se acusa la influencia doctrinal pues se aplica la disciplina del fletamento transporte
salvo los aspectos derivados de la naturaleza especial del buque arrendado. La redacción del
capítulo ha tenido en cuenta el régimen del Código de la navegación italiano y la práctica de los
formularios, principalmente el modelo BARECON, como reconoce la Memoria acompañada al
Proyecto de Ley de 2006, que en esta materia, como en la mayoría, ha seguido íntegramente la
Ley vigente.
Es un contrato mediante el cual una persona, el arrendador, a cambio de una renta o alquiler,
cede el uso temporal del buque a otra persona, el arrendatario, quien, haciéndolo navegar por
su cuenta, asume los derechos y obligaciones inherentes a la explotación convirtiéndose en
naviero o empresario de la navegación marítima.
La definición legal recogida en el artículo 188 y en contraste con la noción doctrinal, presenta
dos elementos diferentes. Uno impropio, pues habla de precio cierto, cuando resulta más
apropiado y acorde con la tradición hablar de renta o alquiler; el precio se reserva para el
contrato de compraventa. El segundo más acertado porque supone una extensión del objeto del
arrendamiento del buque al incluir «cualquier uso según la naturaleza y características del
buque», criterio más amplio que el doctrinal de «navegación marítima». La Ley, atenta a la
realidad contemporánea, ha tenido presente los arrendamientos de buques destinados a fines
distintos de la navegación marítima; nos referimos a los buques hospital, almacén de crudo,
exploración científica, investigación oceanográfica, tendido de cables, rotura de hielos, vigilancia
o arqueología submarina e incluso la pesca. Excepto en los buques almacén atracados en puerto
en los demás supuestos se arrienda un buque apto para navegar, pero la finalidad característica
no es el transporte ni tampoco la navegación marítima sino la otra finalidad perseguida en cada
contrato.
Desde esa perspectiva analizamos la disciplina positiva referida a las cuestiones siguientes.
Forma
La Ley de Navegación Marítima regula dos con u cierto detalle: la obligación de entrega y las
derivadas de la interrupción del viaje.
a) La obligación principal del arrendador es ceder el uso y disfrute del buque para que el
arrendatario pueda ejercer la empresa de navegación o el destino pactado en el arriendo. Esa
prestación principal se compone de varias obligaciones: entregar el buque, con la capacidad y
condiciones estipuladas, en la fecha y lugar pactados; garantizar la navegabilidad inicial;
mantener al arrendatario en el uso pacífico de la cosa y realizar las reparaciones necesarias por
defectos ocultos del buque.
Consecuencia de la cesión del uso del buque es la obligación del arrendador de entregar el
buque y sus pertrechos, en las condiciones especificadas en el contrato y, en lo no previsto, en las
adecuadas para el uso al que se destine, según acordado entre las partes. El derecho de los
formularios tiene buen cuidado en incluir la cláusula de entrega y devolución del buque,
indicando el lugar y las fechas convenidas.
El buque debe ser entregado en buen estado de navegabilidad. Se trata de una obligación
esencial del contrato que recae en el arrendador, quien responderá frente al arrendatario de los
perjuicios causados por defectos de navegabilidad, a menos que pruebe que el vicio no pudo
descubrirse con el empleo de una diligencia razonable o se haya pactado la exoneración. La Ley
de Navegación Marítima así lo establece al admitir el pacto en contrario: el arrendador no
responde de la innavegabilidad si se pacta que las reparaciones derivadas de vicio propio del
buque serán de cuenta del arrendatario. Por tanto, la Ley es dispositiva en este punto (art.
192.2). Nosotros no compartimos el criterio legal y para sostener la no validez del pacto cabe
interpretar que los vicios ocultos que impiden al buque arrendado navegar o destinarlo al uso
convenido producen un vicio esencial en el consentimiento que afectan al objeto del contrato,
aplicándose el principio aliud pro alio; es decir, el buque no fue el contratado o es
completamente inhábil para su destino.
La Ley así lo reconoce, pero en los arrendamientos de buques y embarcaciones cuyo uso
exclusivo sea el recreo, la práctica del deporte sin propósito lucrativo o la pesca no profesional
(art. 192.3).
Entre las obligaciones del arrendatario podemos distinguir seis, disciplinadas en la Ley en
atención a la reiterada naturaleza especial del buque.
d) Devolver el buque al término del contrato en las mismas condiciones que lo recibió, principio
común a cualquier tipo de arrendamiento. La restitución del buque a la terminación del
contrato, presenta algunas reglas específicas: i) Si no lo restituyera en el plazo previsto
indemnizará los daños y perjuicios del retraso; no obstante, y salvo pacto en contrario, se
entenderá prorrogado por el período de exceso que resulte de la duración del último viaje en
curso ordenado razonablemente por el arrendatario. La restitución será en el lugar convenido y,
a falta de pacto, en el mismo en que se entregó al comienzo del contrato. El buque deberá ser
restituido en el estado en que se encontraba cuando fue entregado, salvo el desgaste normal
derivado del uso pactado. Los formularios suelen especificar los capítulos de entrega; ejemplo,
pintura, limpieza de fondos, y en general sustitución de objetos consumibles.
En garantía del cumplimiento de esas obligaciones, las pólizas en uso suelen atribuir al
arrendador un derecho de retención (lien) sobre las mercancías custodiadas por el arrendatario
y sobre el flete en caso de impago o incumplimiento. Derecho que puede ser discutible en
nuestro derecho pues afecta a los derechos de un tercero cuando las mercancías trasportadas en
el buque arrendado no son propiedad del arrendatario.
Prescripción de acciones
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
I. Introducción
3. El arrendamiento náutico
3. EL ARRENDAMIENTO NÁUTICO
Existen dos modalidades, arrendamiento náutico con o sin dotación. El arrendamiento náutico
sin dotación se regula por las disposiciones de los citados artículos 307 a 313 de la Ley de
Navegación Marítima, las aplicables al contrato de arrendamiento de buque y por los pactos
libremente convenidos por las partes. El arrendamiento náutico con dotación se regulará por los
mismos preceptos citados anteriormente, por lo previsto en el artículo 210 de la Ley referido a
los contratos de utilización para fines distintos del transporte de mercancías (que remite a las
disposiciones sobe el fletamento en cuanto a la puesta a disposición y empleo del buque, al flete
y a su extinción anticipada si fueren compatibles, y por los pactos libremente convenidos por las
partes.
A diferencia del arrendamiento en general, las disposiciones del arrendamiento náutico son
imperativas. El legislador ha entendido que la mayoría de los arrendatarios son usuarios que
necesitan protección por encontrarse en situación desventajosa frente a las empresas de
chartering. Además, las circunstancias de ser contratos de duración breve y de temporada
vacacional hacen especialmente vulnerables a los usuarios que se limitan a firmar los
formularios impresos.
Contenido
La Ley de Navegación Marítima no regula de forma completa el contrato. Disciplina las cuatro
cuestiones que la experiencia ha mostrado ser habitualmente más polémicas: retraso en la
entrega, gestión náutica del buque, información de daños, seguro y prescripción.
b) La cuestión referida a la gestión de buque exige distinguir entre arrendamiento con o sin
dotación. En el primer caso, el patrón y, en su caso, los demás miembros de la dotación, seguirán
las instrucciones del arrendatario en cuanto al empleo del buque dentro de lo pactado, siempre
que no pongan en riesgo la seguridad a bordo o de la navegación, en cuyo caso prevalecerá el
criterio profesional del patrón, estando obligados tanto el arrendatario como sus acompañantes
a seguir las correspondientes órdenes o indicaciones impartidas por aquél.
Como puede observarse la distinción entre empleo comercial, en este caso, el itinerario o
destino, y la gestión náutica, está implícita en la regulación. El itinerario es facultad del
arrendatario y el patrón debe seguir las instrucciones del arrendatario, salvo que existan
razones técnicas para no seguirlo. En cambio, en lo referente al manejo náutico del buque; esto
es, velocidad, reposición del combustible, reparaciones, empleo de determinados instrumentos
de a bordo, etc., entendemos que son siempre competencia del patrón, que debe seguir su
criterio profesional, aunque se oponga al arrendatario.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
I. Introducción
4. El arrendamiento financiero del buque
El arrendamiento financiero de buque o leasing naval es un contrato en virtud del cual una
parte, arrendador, cede temporalmente (normalmente diez años) a otra, arrendatario, el uso
pacífico de un buque junto a la opción de compra, a cambio de una renta. Es un contrato mixto
de arrendamiento de cosa, de buque con casco desnudo, sin armar ni equipar, al que se añade
una opción de compra.
La Ley de Navegación Marítima tampoco lo contempla, además no puede ser clasificado como
un contrato de utilización del buque, aunque la fórmula está destinada a utilizar el buque cuya
posesión y uso es obtenido a través de un arrendamiento financiero. El legislador ha regulado,
en cambio, las consecuencias fiscales y ciertos aspectos societarios y de control de las empresas
de leasing, en consonancia con la importancia del mercado financiero. Así, en nuestro Derecho,
cabe citar el artículo 20.1 del Real Decreto-ley 15/1997, de 25 de febrero, y las disposiciones
adicionales 6.ª y 7.ª de la Ley 26/1988, de 29 de julio, sobre Disciplina e Intervención de las
Entidades de Crédito y últimamente -la que está en vigor- la disposición adicional 1ª de Ley
28/1998, de 13 de julio, de Venta a Plazos de Bienes Muebles. La ausencia de regulación positiva
está compensada por una doble circunstancia: por una parte, porque el Convenio de Ottawa de
28 de mayo de 1988 sobre arrendamiento financiero internacional es aplicable a los buques,
aunque España no lo ha ratificado; por otra, porque existe una amplia difusión de formularios
tipo (Barecon 89 y Standarslease 69).
Por otro lado, como consecuencia de la existencia de tres partes y de la dualidad contractual y
documental existen algunas cláusulas habituales, específicas en cada uno de los contratos, cuya
comprensión se explica en atención a esa dependencia funcional y económica. Cabe distinguir,
en consecuencia, las referidas a la construcción naval y las que afectan al arrendamiento.
a) Por el lado del contrato de construcción naval dos son las más significativas. Una, la ya
comentada cláusula en favor de tercero, en cuya virtud el naviero asume las facultades del
comitente, tanto en cuanto a las especificaciones técnicas de la construcción como en cuanto
a la cláusula de aprobación.
Desde el punto de vista jurídico, es válido el pacto por el que el constructor cumple con su
obligación contractual si la construcción respeta las condiciones técnicas notificadas por la
naviera y lo mismo cabe decir de la cláusula de entrega. Desde el punto de vista práctico es
aconsejable, sin embargo, que el naviero sea parte formal del contrato, o al menos que el
documento recoja su intervención como tercero, reforzando la eficacia de las cláusulas de
especificación, control y aprobación de entrega. Jurídicamente no es necesario que su firma
se estampe en el documento, porque en nuestro Derecho, siguiendo la tradición romanista,
es válida la estipulación a favor de tercero, bastando la ratificación o conocimiento del
tercero. En rigor se trata de una cesión del derecho o crédito del comitente (acreedor de la
prestación) a favor de un tercero, que se perfecciona con la simple notificación del deudor,
pero que no exige el consentimiento. Ello permite incorporar la cláusula en un momento
posterior a la firma del contrato e incluso con la negativa del constructor. Naturalmente el
constructor no viene obligado si el naviero pretende prestaciones o mejoras superiores o no
previstas en el contrato.
Un segundo aspecto se refiere a las garantías del pago del precio aplazado. La eventual
hipoteca en favor del constructor, que pueda prestar el comitente financiero, no queda
afectada por el hecho del contrato de arrendamiento a casco desnudo. La hipoteca sigue al
bien, el buque, con independencia de su destino o utilización y al margen incluso del cambio
de propiedad, si al final del contrato el arrendatario ejerce la opción de compra. Cuestión
distinta es la referente a los dobles o triples registros, y a la inscripción en el registro de
arrendamiento a casco desnudo que conocen algunos países. Con todo, no hay que perder de
vista que la inscripción en el segundo o ulterior registro no es causa legal de baja en el
primero. Sólo el consentimiento del acreedor extingue el derecho real de hipoteca. Por
último, el que existan legislaciones dispares sobre la jerarquía de los privilegios en atención
a los distintos registros es una cuestión que debe resolverse conforme a la ley aplicable.
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Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
II. El fletamento por tiempo
5. Concepto, caracteres, distinción de figuras afines y naturaleza jurídica
El fletamento por tiempo es un contrato que tiene por objeto la navegación durante un tiempo
determinado, a cambio de una contraprestación económica denominada «flete».
El artículo 204 de la Ley de Navegación Marítima, se refiere al fletamento por tiempo y por
viaje en los términos siguientes: «Cuando el fletamento se refiera a toda o parte de la cabida del
buque podrá concertarse por tiempo o por viaje. En el fletamento por tiempo el porteador se
compromete a realizar todos los viajes que el fletador vaya ordenando durante el periodo
pactado, dentro de los límites acordados. En el fletamento por viaje, el porteador se compromete
a realizar uno o varios viajes determinados».
La Ley ha tenido en cuenta esa realidad y a tal efecto recoge en el artículo 205 la modalidad del
«fletamento para el transporte de mercancías determinadas en régimen de conocimiento de
embarque» y tal efecto se limita a señalar que el fletamento también puede referirse al
transporte de mercancías determinadas por su peso, medida o clase. En este caso, las
condiciones del contrato podrán figurar en el conocimiento de embarque u otro documento
similar.
c) El flete se calcula según unidades temporales (horas, días, semanas, meses o años), en
contraste con el fletamento por viaje y con el transporte, que se calcula en razón de las
mercancías embarcadas.
Las consideraciones anteriores permiten concluir que el fletamento por tiempo, como categoría
autónoma, es una figura sui generis, típica del Derecho marítimo, asimilable al arrendamiento
de obra (locatio operis). La obra a la que se obliga el fletante es la navegación, mediante un
buque en condiciones de navegabilidad y por un tiempo determinado; y es precisamente en el
ejercicio de esa empresa de navegación, en sentido técnico, y no en la empresa comercial, donde
reside su peculiaridad.
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Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
II. El fletamento por tiempo
6. Fuentes aplicables
6. FUENTES APLICABLES
Bajo el derogado Código de Comercio un sector doctrinal sostenía que los preceptos sobre
fletamento por viaje eran directamente aplicables al fletamento por tiempo. Otro sector,
mantuvimos la aplicación analógica, limitada por tanto a los supuestos donde haya identidad de
razón, y salvo los artículos 652.8 y 658.2 del C. de C., referidos al cálculo del flete por unidad de
tiempo, de directa aplicación. Lo cierto es que la discusión se presentaba más académica que
práctica pues la realidad enseña que la contratación de esta modalidad se acoge a las pólizas
uniformes, ampliamente extendidos habida cuenta del carácter dispositivo del contrato. Existe
una gran variedad de pólizas tipo y las más conocidas son Baltime, Nype, Asbatime, Shelltime y
Gentime.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
II. El fletamento por tiempo
7. Obligaciones del naviero-fletante
Hemos dicho que la obligación esencial de navegar constituye la prestación característica para el
fletante. Mas siendo una obligación genérica, ínsita en la causa misma del contrato, resulta
conveniente separar las seis obligaciones específicas que la integran: a) puesta a disposición; b)
navegabilidad; c) mantenimiento; d) cesión comercial del buque; e) celeridad, y f) colaboración.
El buque deberá ser puesto a disposición del fletador en el puerto convenido en el contrato,
presumiéndose, salvo prueba en contrario, que ambas partes conocían sus características. Si
fuera de acceso imposible o inseguro para el buque, cualquiera de las partes podrá resolver el
contrato, salvo que la imposibilidad o inseguridad sean sólo temporales, en cuyo caso estarán
obligadas a esperar un tiempo razonable a la subsanación del obstáculo. Cuando el fletador se
hubiera reservado la facultad de designación, deberá elegir en plazo oportuno un puerto seguro
y accesible para el buque, si no lo fuera el fletador podrá designar otro dentro de la misma área
y, si el fletador no lo hiciere, el fletante podrá resolver el contrato, sin perjuicio de reclamar
indemnización por los perjuicios ( art. 216 LNM).
En cuanto al muelle o lugar de carga, salvo pacto en contrario, el fletador dispone de esa
facultad, naturalmente dentro del puerto de puesta a disposición, y siempre que sea seguro y
accesible para el buque antes, durante, y después de cargar. Si tal designación no se hubiere
hecho en un plazo razonable, el porteador podrá mantener el buque fondeado en espera de
órdenes o dirigirlo a un muelle o lugar de carga usual para las mercancías de que se trate,
siendo a cargo del fletador el tiempo transcurrido ( art. 217 LNM).
La Ley de Navegación Marítima exige que el estado de navegabilidad sea el adecuado para
recibir el cargamento a bordo y transportarlo con seguridad a destino (art. 212). Significa una
visión limitada del fletamento como contrato de de transporte de mercancías, congruente con la
identificación entre ambas figuras, pero la realidad no es así pues se dijo que existen
fletamentos donde se transportan mercancías. No obstante, la obligación no cambia y el
precepto es igualmente aplicable interpretando que la «adecuación» debe ser conforme al tipo
de navegación y características del buque contratado; por ejemplo, rompehielos, oceanográfico,
etc.
La ley exige, además, tener en cuenta las circunstancias previsibles del viaje, sus fases y la
naturaleza del cargamento contratado. Significa exigir un estado de navegabilidad completo que
afecta tanto al buque (seaworthiness) como al cargamento (cargoworthiness). No basta, por
tanto, que el buque haya pasado las inspecciones y esté al corriente de todos los certificados de
clasificación pues la navegabilidad se extiende también a su capacidad concreta para transporta
el tipo de cargamento y las condiciones del viaje contratado; por ejemplo, cámaras frigoríficas,
compartimentos para la pesca, aparatos especiales de investigación, etc.
El artículo 212 de la Ley de Navegación Marítima distingue, en efecto, dos fases, inicial y
durante el viaje. El estado de navegabilidad deberá existir en el momento de emprender el viaje,
o en cada uno de los viajes, matizando que en el momento de recibir el cargamento a bordo,
deberá ser capaz de conservar las mercancías con seguridad. En el apartado siguiente dispone
que el porteador deberá ejercer una diligencia razonable para mantener el buque en estado de
navegabilidad adecuado durante el tiempo de vigencia del contrato. Lo que permite interpretar
que al comienzo la obligación es objetiva y durante el viaje subjetiva. La falta de navegabilidad
antes de iniciar el viaje no se le exonera de responsabilidad, aunque haya desplegado la
diligencia necesaria para poder el buque en el estado adecuado para recibir el cargamento con
seguridad y conforme a las condiciones del viaje contratado. En cambio, podrá exonerarse si
demuestra que la falta de navegabilidad durante el viaje no fue por su culpa o negligencia.
Por otra parte, la Ley de Navegación Marítima contempla una situación específica en relación al
estado de navegabilidad durante el viaje. En caso de arriba forzosa por inhabilitación del buque,
quedando interrumpido en un puerto distinto del de destino, el porteador deberá custodiar las
mercancías mientras se subsanan las causas que provocaron la arribada. Si el buque quedara
inhabilitado definitivamente o el retraso pudiera perjudicar gravemente al cargamento, el
porteador deberá proveer a su costa al transporte hasta el destino pactado. Si el porteador no lo
hiciera, las mercancías no devengarán flete alguno. Nuevamente aparece la consideración del
fletamento como transporte, de ahí la preocupación en proteger el cargamento en caso de
innavegabilidad del buque.
Repárese que se trata de una norma dispositiva, cuya aplicación es subsidiaria, y reservada al
fletamento por viaje quedando expresamente excluida su aplicación al fletamento por tiempo,
según indica la propia Ley (art. 224.3).
En todo caso, si procede se aplicará la liquidación por avería gruesa y la responsabilidad que
pueda incumbir al porteador por el retraso o pérdida de las mercancías conforme a la sección
7.ª de este capítulo, si la causa de la innavegabilidad del buque le fuera imputable.
Un último aspecto que completa la obligación de mantener el buque en estado de navegabilidad
adecuado se refiere a los aspectos documentales del buque, exigiendo cumplir los requisitos de
nacionalidad, clasificación, velocidad, consumo, capacidad y demás características fijadas en el
contrato. El incumplimiento da lugar a exigir la indemnización de los perjuicios irrogados al
fletador y si frustra la finalidad del contrato podrá solicitar la resolución ( art. 213 LNM).
c) El mantenimiento del casco, máquinas y equipo del buque en estado eficiente durante el
tiempo que dura el fletamento (maintenance clause). El mantenimiento se extiende a todos y
cada uno de los viajes y desde principio a fin. En rigor es una aplicación específica de la
obligación general de navegabilidad antes examinada, pero que los formularios recogen
concretamente. El fletante está obligado a reparar y sustituir, tan pronto como sea posible, los
elementos necesarios para subsanar la causa de la innavegabilidad sobrevenida. Para reforzar
esa obligación, las pólizas establecen la suspensión del pago del flete mientras el buque no
puede prestar el servicio (cláusula off hire).
d) La cesión comercial del buque significa que el fletante se obliga a poner al Capitán y
tripulación bajo las órdenes del fletador en todo lo relativo al empleo comercial (employment
clause), en contraste con las funciones náuticas, que retiene el fletante. El contenido de la
cláusula es tan amplio que el fletador está facultado para celebrar contratos de fletamento o
transporte de mercancías con terceros. Las sentencias del Tribunal Supremo de 30 de diciembre
de 1992, 8 de noviembre de 1993 y 24 de abril y 17 de julio de 1995 imponen, en esos casos, la
responsabilidad solidaria de fletante y fletador frente a los terceros perjudicados. Para paliar la
situación, las pólizas suelen estipular una cláusula de indemnización o garantía (cláusula non-
lien), en virtud de la cual el fletador deberá abonar al fletante los daños ocasionados por
reclamaciones de terceros que fueren imputables al empleo comercial del buque.
e) Realizar los viajes con la máxima celeridad (utmost dispatch) es la cuarta obligación específica
que deriva de la general de navegabilidad. El buque no sólo debe estar listo para iniciar el viaje,
sino zarpar efectivamente, tan pronto como conozca su destino. El buque debe trazar y seguir la
ruta más expedita, sin interrupciones ni desvíos, y, de no ser así, responde por los daños
causados al fletador.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
II. El fletamento por tiempo
8. Obligaciones del fletador
El fletador asume tres obligaciones principales: a) pagar el flete y otros gastos; b) emplear el
buque dentro de los límites convenidos; y c) devolverlo en buen estado al término del contrato.
a) Como contrato oneroso, la obligación principal del fletador es el pago del precio o flete
convenido. Ordinariamente se estipula el pago por meses, pero caben otras formas de pago,
como semanas, semestres o años, siempre referidas a unidades temporales. Lo relevante es que
el precio se debe en proporción al tiempo convenido de utilización del buque, en contraste con el
fletamento por viaje delimitado por referencias geográficas, aunque sea, a veces, con un máximo
temporal. Las pólizas de fletamento establecen que el pago se realizará en efectivo y por
adelantado (Baltime, cláusula 6; Nype, cláusulas 5; Shelltime, cláusula 3, y Linertime, cláusula 7).
La Ley de Navegación Marítima contiene una serie de normas sobre el flete, pero hay que
reiterar que lo hace desde la equiparación entre fletamento y transporte de mercancías, por eso
la disciplina se refiere al flete en relación a las mercancías.
Aparte de esa obligación fundamental, interesa destacar que el fletador debe correr con los
gastos variables y necesarios para la utilización del buque.
b) La segunda obligación del fletador consiste en emplear el buque dentro de los límites
convenidos. Es una consecuencia del empleo comercial del buque que se reconoce al fletador.
Justificada por razones de seguridad, se desdobla en dos aspectos: destinar el buque a viajes y
puertos seguros y cargar mercancías que no afecten a la seguridad de la navegación; añadamos
que la seguridad, en este contexto, pretende evitar no sólo la pérdida sino también la
inmovilización del buque.
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II. El fletamento por tiempo
9. La garantía del pago del flete y el derecho de retención. La legitimación pasiva
Para garantizar el cumplimiento de las obligaciones recíprocas asumidas por las partes, las
pólizas conceden al armador-fletante un derecho de retención (lien) sobre todos los cargamentos
y fletes que haya podido devengar el fletador, y éste tiene, a su vez, un derecho de retención
(lien) sobre el buque por todas las cantidades pagadas por adelantado y no vencidas (Nype 93,
cláusula 23, y Shelltime, cláusula 26). Por consiguiente, el estudio del derecho de retención
presenta un doble aspecto: por una parte, como garantía del pago de flete es un derecho sobre
las mercancías que asiste al fletante. Por otra, como garantía del flete adelantado, pero no
vencido, es un derecho sobre el buque y sus pertenencias que asiste al fletador. Aquí nos
interesa el primer aspecto, esto es, la garantía del pago del flete que es objeto de una cláusula
especial, la denominada «cláusula de retención» (lien clause; v. Baltime, 18; Nype, 8; Linertime, 20,
y Shelltime, 27).
Por un lado, las mercancías transportadas están afectas al pago preferente del flete, demoras y
otros gastos ocasionados por su transporte hasta su entrega y durante los quince días
posteriores, salvo que en este último plazo se hayan transmitido por título oneroso a un tercero
de buena fe. Además, está facultado para retener en su poder las mercancías transportadas
mientras no perciba el importe de los conceptos anteriores, salvo que el destinatario no sea el
fletador, a no ser que en el conocimiento o carta de porte conste la mención de que el flete es
pagadero en destino. En el fletamento por tiempo existe la novedad, congruente con su
naturaleza, según la cual el fletante-porteador podrá retener o depositar las mercancías por
impago de fletes cuando pertenezcan al fletador. En caso de que sean propiedad de terceros que
hubieren contratado el transporte con el fletador, el porteador sólo podrá retener o depositar las
mercancías por el importe de los fletes que aquéllos adeuden todavía al fletador ( art. 238
LNM). En tercer lugar, puede acudir al expediente de depósito y venta de mercancías o equipajes
solicitando a un notario la venta de las mercancías, con la misma limitación en lo referente al
destinatario no fletador.
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II. El fletamento por tiempo
10. Extinción del contrato
Además de las causas comunes, el fletamento por tiempo presenta no pocas situaciones
singulares. Por un lado, están las causas de resolución por incumplimiento de obligaciones
esenciales en la economía del contrato: indisponibilidad del buque y falta de navegabilidad, por
parte del fletante; impago del flete, empleo comercial del buque fuera de los límites convenidos
(zonas geográficas y puertos inseguros, mercancías prohibidas o peligrosas), por parte del
fletador. Por otro lado, existen situaciones provocadas por circunstancias excepcionales no
previstas en el contrato que alteran el sinalagma de la relación contractual desequilibrando,
desproporcionadamente, la economía de uno de los contratantes (naufragio, varada y, en
general, accidentes de navegación, o fluctuaciones de fletes y combustibles).
El Código de Comercio hacía referencia a dos situaciones distintas en los artículos 657 y 690.5.
En el primero, cuando el buque quedare inservible para continuar el viaje, el Capitán está
obligado a fletar otro y, si a pesar de su diligencia no encontrare buque, dará por terminado el
contrato y depositará la carga a disposición de los cargadores, debiendo abonarse el flete por la
distancia recorrida, sin que haya lugar a indemnización alguna. El artículo 690.5 contemplaba el
supuesto de inhabilitación del buque para navegar, sin culpa del Capitán o naviero, y
sancionaba la rescisión y extinción de todos los efectos siempre que el hecho sucediera «antes de
hacerse a la mar el buque desde el puerto de salida». El supuesto no incluye los casos de
imposibilidad sobrevenida, a los que debía aplicarse la solución prevista en el artículo 657.
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III. El fletamento por viaje
11. Concepto, función económica y distinción de figuras afines
Existen dos concepciones distintas del fletamento por viaje. Para la doctrina mayoritaria es
aquel contrato por el cual un naviero (fletante) cede a otra persona (fletador) la utilización de
todo o parte de un buque para la carga de mercancías, obligándose, a cambio de un precio
(flete), a transportarla de un puerto a otro. Se trata del fletamento ordinario, hecho en póliza y
reservado generalmente para grandes cargamentos. Otros autores –entre los que nos situamos–
entienden que es el contrato en virtud del cual el naviero (owner) se obliga frente al fletador, a
cambio de un precio o flete, a poner un buque en condiciones de navegabilidad para la
realización de un viaje convenido. La diferencia descansa en la finalidad última del contrato: la
primera posición defiende que se trata de un transporte, en contraste con nuestra opinión, según
la cual la finalidad es la puesta a disposición de un buque para la realización de un viaje,
pudiendo tener otros objetivos distintos del transporte. El naviero no se obliga a transportar, se
obliga concretamente a realizar un viaje determinado. Como ya vimos en la doctrina general
sobre los contratos de utilización del buque, la causa del contrato de fletamento no se identifica
con el transporte: su finalidad económico-social es la navegación, incluyendo actividades tan
distintas como la pesca, el traslado de personas o cosas, la investigación oceanográfica, el
tendido de cables submarinos, la prevención o lucha contra la contaminación, el alojamiento a
bordo, etc. Consecuentemente, como acabamos de indicar, la prestación característica del
fletamento por viaje es la puesta a disposición de un buque para realizar un viaje, sin perjuicio
de que la póliza especifique el motivo del viaje, normalmente el transporte de mercancías
homogéneas.
En todo caso, para comprender adecuadamente la figura han de tenerse en cuenta varias
observaciones referidas a la economía del contrato:
a) En primer lugar, el fletamento por viaje se utiliza en líneas libres de navegación (tramping),
en contraste con el transporte marítimo en régimen de conocimiento, modalidad contractual
típica de las líneas regulares (liner).
b) En segundo término, los fletamentos, por tiempo y por viaje, se documentan en pólizas de
fletamento (charter parties), y de ahí su denominación habitual de contratos charter : time
charter en el fletamento por tiempo y voyage charter en el fletamento por viaje. Por el contrario,
el transporte de línea regular se documenta en el conocimiento de embarque.
d) Finalmente, las pólizas tipo de fletamento por viaje (Gencon, Multiform, Cemenco, Ferticon,
Norgrain, Gasvoy, etc.) están redactadas para que el buque transporte mercancías homogéneas
(graneles, cemento, fertilizantes, gases, etc.), lo que explica doctrinalmente la identificación con
el transporte documentado en póliza de fletamento.
En consecuencia, existen dos prestaciones esenciales: la obligación del fletador de cuidar y
trasladar las mercancías al puerto convenido, y la circunstancia de que el fletador, a diferencia
del fletamento por tiempo, no tiene la gestión comercial del buque. El Código de Comercio
reforzaba esa consideración pues pensaba en un fletamento por viaje para el traslado de
mercancías (art. 652.7 y 8) y la Ley de Navegación Marítima no ha cambiado el de criterio
(arts. 211, 212 y 213). Pero, sin dejar de reconocer que la disciplina contractual y legal permite
esa identificación, avalada además con la experiencia del tráfico marítimo, en el plano
conceptual y de lege ferenda, no pueden dejar de hacerse dos consideraciones no menos
importantes. Es la primera que en el fletamento por viaje es fundamental la designación del
buque, cuyas características se recogen profusamente en las pólizas al uso; por tanto, es el
buque, y no la mercancía, el elemento determinante de la relación contractual denominada
«fletamento por viaje». Es la segunda que, al margen de la adaptación de las pólizas al
transporte, también tienen cabida otras finalidades distintas del transporte. En definitiva, la
polivalencia funcional de la navegación es la causa del fletamento, por tiempo y por viaje, siendo
una figura autónoma del Derecho de la navegación.
Sin embargo, hay que reconocer que bajo el Código de Comercio la jurisprudencia equiparaba el
fletamento por viaje al contrato de transporte marítimo de mercancías (arts. 657, 660 y 661; y
SSTS de 7 de julio de 1979, 4 de junio de 1991; SAP de Bilbao 12 de mayo de1989; SAT de Madrid
de 25 de febrero de 1986 y SAT de Sevilla de 9 de julio de 1979), lo que corrobora definitivamente
la Ley de Navegación Marítima.
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III. El fletamento por viaje
12. Regulación legal y convencional
Acabamos de ver que la regulación del fletamento por viaje se confía a la autonomía de la
voluntad.
Bajo el Código de Comercio el carácter dispositivo no ofrecía duda alguna (arts. 652 a 692),
siendo práctica habitual cerrar el fletamento por viaje de acuerdo con las pólizas de fletamento
tipo, en función del viaje que se ha de realizar y del cargamento que se ha de transportar. Por
ejemplo, la póliza Norgrain se emplea en el fletamento de graneles y para las rutas entre
América del Norte y Europa, la Gasvoy para los gases licuados; la Cemenco, para el cemento; la
Chemtankvoy, para productos químicos; la Asbatankvoy, para el transporte de petróleo, y la
Polcoalvoy, para el carbón procedente de Polonia. Algunas pólizas, como la Gencon y la
Multiform, son más generales. En todo caso, lo importante es que las partes mantienen una
posición equilibrada, quedando la redacción al libre juego de la voluntad.
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III. El fletamento por viaje
13. La perfección del contrato
Nada dice en cambio sobre el contenido de la póliza de fletamento, a diferencia del derogado
código que imponía la inclusión de determinados elementos necesariamente: clase, nombre,
porte, pabellón y puerto de matrícula del buque; los nombres y domicilios del capitán, del
naviero o fletante y del fletador; el puerto de carga y descarga; la cabida, número de toneladas o
la cantidad, peso o medida que las partes se obliguen respectivamente a cargar y a conducir; el
flete que se haya de pagar y el tanto de capa del capitán; los días convenidos para la carga y
descarga y las estadías y sobrestadías (art. 652 C. de C.).
Por su parte, los formularios abundan en otros aspectos más conflictivos, destacando los
siguientes: la facultad de resolución del fletador (cancelling clause), la cláusula de puerto seguro
(safe port), la desviación de ruta (liberty or deviation clause), el privilegio del naviero o derecho
de retención del cargamento (lien clause), la determinación del aviso de prontitud o listo para
cargar que señala el término inicial para el cómputo de las estadías (notice of readiness), el
premio de celeridad (dispatch money) y las citadas cláusulas de incorporación del Derecho
aplicable (paramount and jason clauses) y de sumisión al arbitraje.
Aunque pueda parecer extraño, en el fletamento por viaje, además de la póliza de fletamento, el
contrato puede documentarse en un conocimiento de embarque. Ello sucede cuando el fletador
necesita negociar un crédito documentario, ceder su posición o contratar una póliza de seguro.
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III. El fletamento por viaje
14. Elementos personales del contrato
c) Pero en el fletamento es frecuente que se produzcan efectos en favor de una tercera persona
que ha de recibir las mercancías cargadas y destinarlas al puerto convenido: el destinatario o
consignatario, del que hablaba el Código en distintos preceptos (arts. 667, 668, 675 y 686). La Ley
de Navegación Marítima cita al destinatario, ex art. 285, persona que deberá dar al porteador el
aviso de protesta de pérdida, daño o retraso de las mercancías.
También puede suceder que el fletador transporte sus propias mercancías, pero las venda
durante el viaje; en ese caso, el adquirente necesita la legitimación oportuna, siendo la emisión o
transmisión del conocimiento de embarque el mecanismo más sencillo que la cesión, a veces
inviable, de la póliza de fletamento.
En definitiva, en el fletamento por viaje ha de ser contemplada la figura del titular del
conocimiento de embarque, normalmente un tercero que no se identifica con el fletador.
Además, conviene apuntar que la posición contractual del tenedor del conocimiento de
embarque no es la misma, según sea el propio fletador o un tercero en virtud de la cesión. En el
primer caso prevalece su condición de fletador y la relación se rige por la póliza de fletamento
mientras que, en el segundo, cuando el conocimiento sale de manos del fletador, es
efectivamente un tercero y la relación se rige por el conocimiento.
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III. El fletamento por viaje
15. Elementos materiales del contrato: el buque, el viaje y el flete
En la determinación del buque hay que tener en cuenta los elementos que hacen referencia a
sus condiciones técnicas –tanto la navegabilidad objetiva, seaworthiness, como la aptitud para
transportar un cargamento determinado, cargoworthiness – y los relativos a su identidad
administrativa, cuestiones tratadas anteriormente en el fletamento por tiempo y que con
aplicables a este supuesto.
b) El viaje. Naturalmente, sin buque no hay viaje, pero la presencia del buque se justifica porque
el naviero se obliga no sólo a navegar, como en el fletamento por tiempo, sino a realizar el viaje
convenido. La concreción del viaje es facultad del fletador y se corresponde con la obligación del
naviero fletante. La Ley de Navegación Marítima se refiere con carácter general en relación a las
obligaciones del porteador a propósito del estado de navegabilidad (art. 212) y de las
características del buque (art. 213).
Las pólizas no omiten esta mención, que constituye una cláusula de estilo, y, como se dijo,
algunas están diseñadas especialmente para navegar en determinadas zonas geográficas
(Polcoalvoy, carbón desde Polonia; Centrocon, cereal entre Argentina y Europa; Africanphos,
fosfato desde Marruecos; Austwheate, grano desde Australia; etc.).
c) El flete representa la contraprestación de las obligaciones y del riesgo que asume el fletante.
El precio o flete se determina en la póliza y la Ley de Navegación Marítima regula además del
cálculo y devengo del flete (art. 233), los supuestos especiales de flete sobre vacío (art. 230), flete
de mercancías perdidas o averiadas (art. 234), persona obligada al pago (art. 235) y los derechos
privilegiados del porteador para hacer efectivo el pago (236 a 238).
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III. El fletamento por viaje
16. Contenido del contrato
Respecto de los derechos y obligaciones de las partes, dado que el fletamento por viaje es un
contrato bilateral, oneroso y sinalagmático, a las obligaciones del fletante corresponden los
derechos del fletador y viceversa. Por tanto, el contenido contractual se puede abordar
indistintamente del lado de las obligaciones o de los derechos. Mas, teniendo en cuenta el
clausulado de las pólizas y la trascendencia de alguna de las obligaciones, se suelen estudiar
distinguiendo, por un lado, las obligaciones del fletante y fletador, y separando, por otro lado, las
fundamentales de las accesorias, según nazcan antes, durante o después del viaje. Finalmente,
por su importancia práctica se abordan detenidamente la responsabilidad del fletante, el flete y
las estadías.
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III. El fletamento por viaje
17. Obligaciones y derechos del fletante
El fletante asume una obligación fundamental y varias accesorias. Existe, no obstante, una
polémica doctrinal sobre cuál sea la obligación fundamental (navegar o transportar) e incluso
sobre si son una (transportar) o varias (cargar, custodiar y entregar las mercancías en destino)
las obligaciones esenciales del fletante. A nuestro juicio, la primera discusión se anuda al
problema de la teoría general de los contratos de utilización del buque, en tanto que el segundo
aspecto responde, quizás, a un puro nominalismo.
b) La segunda obligación del naviero es realizar el viaje convenido. En el fletamento por viaje no
basta con que el naviero ponga los medios (buque y tripulación) a disposición del fletador, es
menester que, efectivamente, realice el viaje convenido. Se trata de una obligación de resultado
(opus) cuyo contenido no queda a la discrecionalidad del naviero. De modo más concreto,
revisten especial significación la diligencia o rapidez en la salida y la ruta que ha de seguir el
buque. La Ley de Navegación Marítima señala que deberá emprender el viaje y realizarlo hasta
el punto de destino sin demora innecesaria y por la ruta pactada, o en su defecto por la más
apropiada según las circunstancias. En caso de retraso en el inicio del viaje, el fletante (la Ley le
denomina porteador) será responsable de los daños y perjuicios que se ocasionen por el retraso
injustificado en emprender el viaje. También regula la desviación de la ruta pactada, haciéndole
responsable de los daños y perjuicios que se ocasionen o, en su defecto, de la más apropiada
según las circunstancias, a no ser que tal desviación se realice para salvar vidas humanas o por
cualquier otra causa razonable y justificada que no derive del estado de innavegabilidad inicial
del buque ( arts. 220, 221 y 223 LNM).
c) La tercera obligación es transportar las mercancías al lugar de destino. Ya hemos dicho que no
es una obligación esencial para la configuración del fletamento. No obstante, ha de reconocerse
que la mayoría de las pólizas tipo están pensando en un fletamento por viaje para transportar
mercancías homogéneas; y de ahí que la doctrina, basándose en ese dato empírico, afirme su
naturaleza esencial al tiempo que justifica el fletamento por viaje como una modalidad del
contrato de transporte. Naturalmente, el naviero, denominado fletador porteador en la Ley de
Navegación Marítima está obligado: a) recibir a bordo las mercancías estableciendo la
correlativa obligación del cargador de poner las mercancías al costado del buque para su
embarque, salvo pacto diverso de entrega de las mercancías para el transporte (art. 229); b)
realizar las operaciones de carga y estiba con la debida diligencia en atención a la naturaleza de
las mercancías y el tipo de viaje contratado (art. 218); no obstante, está facultado para rechazar
la carga sobre cubierta salvo que así lo autorice expresamente, o sea conforme a los usos o
reglamentos en vigor (art. 219), facultad que se extiende a los géneros de ilícito comercio (ex art.
682 C. de C.) y de carácter peligroso salvo previa declaración y consentimiento (art. 232);
extender y entregar el conocimiento de embarque si fuera requerido (arts. 246 y ss.); custodiar y
conservar la carga durante el viaje (art. 223), respondiendo de los daños que le sobrevengan en
los términos establecidos en los arts. 277 a 285.
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III. El fletamento por viaje
18. El flete y el privilegio del naviero fletante
El derecho fundamental del fletante es el relativo al cobro del flete y de los gastos originados por
el cargamento. Varias son las cuestiones que plantea el estudio del flete, destacando las relativas
a la determinación, la legitimación para pagar y recibir el flete y el régimen especial de garantía,
más conocido como el «privilegio del fletante».
b) La persona legitimada a pagar y a recibir el flete no siempre se presenta como una cuestión
pacífica. Cuando el fletamento por viaje se celebra entre el naviero fletante y el fletador y se
documenta en una póliza de fletamento, el naviero fletante es el sujeto legitimado activamente
para recibir el flete, legitimación que se extiende a su consignatario y al Capitán como
representante del naviero. Correlativamente, el fletador (charterer) es el único legitimado
pasivamente para hacer efectivo el pago, pudiendo hacerlo también el consignatario como
representante del cargador.
Concretamente, el derecho al cobro del flete está garantizado por una triple facultad del
porteador porque, por un lado, las mercancías están afectas preferentemente al pago hasta su
entrega y durante los quince días posteriores, salvo que en este último plazo se hayan
transmitido por título oneroso a un tercero de buena fe ( art. 236 LNM), en segundo lugar,
dispone de un derecho de retención, y en tercer lugar, puede acudir al expediente de depósito y
venta de mercancías, con la misma limitación respecto al destinatario no fletador.
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III. El fletamento por viaje
19. Las estadías y sobrestadías. Concepto, determinación de los términos inicial y final,
cómputo del plazo y premio a la celeridad
La estadía es el tiempo convenido para la carga y descarga de las mercancías, a disposición del
fletador y sin contraprestación económica. Terminológicamente reciben también la
denominación de «días de plancha», por influencia anglosajona (laydays), aunque nuestra
expresión estadías, más cercana a las raíces latinas (stallie y staries), cuenta con un rancio
abolengo histórico.
La paralización necesaria del buque en el puerto, para cargar y descargar las mercancías, incide
en la cuenta de explotación del naviero, y es fundamental para determinar el flete. Ese tiempo
está a disposición del fletador sin coste complementario alguno; por consiguiente, cuando se
paga el flete se está pagando el coste inevitable de paralización. Ahora bien, cuando el fletador
ha hecho uso de ese tiempo y todavía las mercancías no se han cargado o descargado
íntegramente, es fácil comprender que el naviero tiene derecho a ser indemnizado
económicamente. Así pues, las estadías forman parte del precio y son la contraprestación
económica del derecho del fletador, y las sobrestadías constituyen la indemnización al naviero,
por los daños causados por el incumplimiento o retraso del fletador.
El Código de Comercio se limitaba a indicar que la póliza debe contener los días convenidos
para la carga y descarga, lo que se hubiere de pagar por las estadías y sobrestadías y, en defecto
de pacto, se regirán por los usos del puerto donde se ejecuten (art. 652.10 y 11). Como veremos,
la Ley de Navegación Marítima ha mantenido el mismo criterio del codificador, por lo demás
muy seguido en la práctica del tráfico.
Frente a esa parquedad, la riqueza de los formularios tipo y la preocupación por una disciplina
internacional uniforme ha llevado a la publicación del documento «Definiciones referentes a las
estadías en las pólizas de fletamento», promovido por el Comité Marítimo Internacional.
Las estadías plantean dos problemas principales: la determinación de los términos inicial y final,
que son objeto de cláusulas expresas («buque llegado» y «aviso de disponibilidad»), y el
cómputo, que se calcula sobre la base de dos sistemas diferentes, según la capacidad del buque o
por unidades temporales, con fijación de días y horas a elección del fletador (Gencon, cláusula 6).
A ello hay que añadir la cuestión de qué se entiende por día (natural, hábil, etc.) y cómo inciden
las circunstancias sobrevenidas (huelgas, hielo o congestión portuaria). Las pólizas suelen
ofrecer una solución pactada convencionalmente.
Dentro del tiempo de estadías, el fletador puede cargar y descargar las mercancías a su
conveniencia. Mas, superado ese límite temporal, el fletador incurre en sobrestadías, que es el
tiempo extraordinario concedido al fletador a cambio de una compensación económica.
Correlativamente, cuando el fletador no agota las estadías, las pólizas establecen una
compensación a su favor, que se conoce bajo la expresión de «premio a la celeridad» o rapidez
(dispatch money). Una vez más, el Derecho marítimo manifiesta su especialidad ponderando el
factor tiempo, esencial en la explotación del buque. Dado que las estadías están incluidas en el
flete, el premio a la rapidez deberá descontarse del precio del transporte. La Ley no lo reconoce
así, pero es cláusula de estilo en los formularios utilizados para carga seca (Centrocon, cláusula
16; Fertivoy, cláusula 16, y Norgrain, cláusula 20); en cambio, la desconocen las pólizas
empleadas en el transporte de petróleo (Intertankvoy o Shellvoy).
Las sobrestadías establecen un plazo extraordinario para que el fletador pueda concluir las
operaciones de carga y descarga a cambio de una contraprestación económica, también
extraordinaria, a favor del naviero, que, de este modo, viene compensado por la inmovilización
del buque.
La Ley de Navegación Marítima regula las estadías y sobrestadías, aunque emplea las
expresiones días de plancha y demoras (art. 239 a 245). La disciplina sigue el régimen
generalmente pactado en el derecho de los formularios, por lo demás sancionado por una
prolífica jurisprudencia, anglosajona preferentemente.
De entrada, es una materia confiada a la voluntad de los contratantes. La Ley tiene, por tanto,
naturaleza dispositiva. Aunque no haga la salvedad, recurriendo a la expresión habitual
«excepto pacto en contrario» y la redacción sea imperativa, la función es suplir la voluntad no
manifestada contractualmente.
La Ley de Navegación Marítima dispone que el cómputo del plazo de plancha para la carga o
descarga de las mercancías no incluye los días festivos oficiales o los que tengan esa
consideración según los usos del puerto; a falta de ambos, la plancha durará el usual según las
condiciones del buque, puerto y mercancías. Tampoco se computan los periodos en que resulte
imposible trabajar, por causas fortuitas, en la respectiva operación de carga o descarga. El
cómputo se iniciará cuando el buque haya llegado al muelle o lugar de carga o descarga
designado, se encuentre preparado para realizar tales operaciones y el fletador o la persona
designada en el contrato hayan recibido la oportuna comunicación.
Se inician una vez consumadas las estadías o días de plancha: Terminado el período de plancha
sin que hubieran finalizado las operaciones de carga o descarga, comenzará automáticamente el
período de demora y durará tantos días como laborables tuviera el período de plancha. El
cómputo se realizará por horas y días consecutivos, suspendiéndose sólo cuando fuera imposible
cargar o descargar por causas imputables a la operatividad del buque; los plazos para cargar o
descargar se computan separada e independientemente para la carga y para la descarga.
El importe será el señalado contractualmente, y en su defecto lo establecido según los usos del
tráfico para buques de características semejantes con un cargamento y viaje similares. Expirado
el periodo de demoras sin haber finalizado la carga o descarga, el porteador podrá exigir la
indemnización de los perjuicios causados por la ulterior detención del buque sin sujeción al
importe fijado contractual o legalmente para las demoras. No obstante, el porteador podrá
también emprender el viaje con las mercancías cargadas hasta ese momento, o descargarlas por
su cuenta en la forma más adecuada, según que la expiración del período de demora haya tenido
lugar en el puerto de carga o en el de descarga. En el primer caso, podrá reclamar el flete sobre
vacío que corresponda; en el segundo, los gastos causados por la descarga que no le
correspondiesen según el contrato.
Las reglas sobre pago, privilegio y prescripción del flete se aplicarán a las demoras.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
III. El fletamento por viaje
20. Obligaciones y derechos del fletador
Lo mismo puede decirse, pari pasu, en cuanto a los derechos del fletador (cargador), correlativas
a las obligaciones del naviero fletante (porteador).
A la situación especial de haberse fletado el buque por entero, es de aplicación el criterio que
mantenía el artículo 679 del Código de Comercio, que permite entregar la carga a bordo de
otros segundos fletadores, siempre que no se alteren las condiciones del primer fletamento, y
que se pague al fletante-porteador la totalidad del precio convenido, aun cuando no se
embarque toda la carga. En rigor se trata más bien de un subfletamento, contemplado en el
derecho de los formularios, como sucede en la póliza tipo de fletamento de petróleo, Shellvoy
(cláusula 30).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
IV. Otras modalidades conectadas con el fletamento
21. El subfletamento
21. EL SUBFLETAMENTO
Para comprender en sus justos términos el precepto exige tener presente la asimilación legal
entre fletamento y transporte. De ahí deriva que para la Ley de Navegación Marítima fletador y
porteador son la misma persona, en oposición a cargador. Sin embargo, lo correcto es distinguir
entre fletante, que es el porteador, en oposición a fletador que es el cargador. Trasladadas
ambas figuras al subfletamento, significa que subfletante es el cargador y subfletador el nuevo
cargador. El primer cargador o fletador puede subfletar (convertido en subfletante) a un tercero
(convertido en segundo cargador o subfletador). En ese caso, el fletante porteador, que no es el
fletador-porteador mantiene su acción contra el fletador primer cargador, convertido en
subfletante.
La cuestión más debatida es la relativa al posible reconocimiento de la acción directa del fletante
contra el subfletador y viceversa. En el primer aspecto, los artículos 1.551 y 1.552 del
Código Civil, sobre el subarriendo, y los artículos 1.721 y 1.722 del mismo Código, para el
submandato, sostienen la validez de la acción directa, de suerte que, acudiendo a su aplicación
por analogía, resulta que el sujeto principal (el fletante) puede dirigirse directamente contra el
subfletador. Esa posición significa una excepción al principio general de la relatividad de los
contratos ( art. 1.257CC) y pone en duda la validez de esa aplicación por analogía. La falta de
regulación específica del subfletamento obligaba a tomar posición en cuanto a la naturaleza del
contrato, y conducía a la negación de la acción directa por parte de quienes defienden la
autonomía del subfletamento frente a las otras modalidades de utilización. Correlativamente, la
misma posición debe seguirse en el caso de la acción directa del subfletador contra el fletante.
Pero tanto las pólizas en uso como la teoría general en materia de arrendamiento de obra (
art. 1.596CC) parecen afirmar la responsabilidad del fletante por los incumplimientos del
contrato, no pudiendo alegar la exoneración porque el subfletador haya incumplido las
obligaciones inherentes a la navegación.
Con la Ley de Navegación Marítima, a pesar de la confusión terminológica, se resuelve el
problema afirmativamente al declarar el citado artículo 206 lo siguiente: El fletador por tiempo
o viaje del buque podrá, salvo disposición expresa de la póliza en contrario, subrogar a un
tercero en los derechos y obligaciones derivados de ella, sin perjuicio de seguir siendo
responsable de su cumplimiento ante el porteador.
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Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
IV. Otras modalidades conectadas con el fletamento
22. Fletamento por viajes consecutivos, por viaje redondo, contrato de tonelaje y fletamento
por contenedor
22. FLETAMENTO POR VIAJES CONSECUTIVOS, POR VIAJE REDONDO, CONTRATO DE TONELAJE
Y FLETAMENTO POR CONTENEDOR
En el fletamento por viajes consecutivos el naviero se compromete a realizar varios viajes, bien
predeterminados o todos los posibles en un período de tiempo convenido. El flete se calcula en
función de los viajes y de la mercancía transportada. Se trata de un único contrato de fletamento
para varios viajes, y no de una pluralidad de contratos porque falta la cesión de la gestión
comercial del buque al fletador.
El fletamento por viaje redondo es un fletamento por tiempo en el que el plazo de duración del
contrato se extiende al tiempo necesario para realizar un viaje determinado, que termina en el
puerto de salida; es decir, el viaje es doble, o de ida y vuelta. No hay duda de que se trata de una
modalidad de fletamento por tiempo, donde el flete se calcula en virtud de la duración del viaje
y, por otro lado, el riesgo del retraso recae sobre el fletador.
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Lección 61. Contratos de utilización del buque: arrendamiento y fletamento
IV. Otras modalidades conectadas con el fletamento
23. Otros contratos de fletamento contemplados en la Ley de Navegación Marítima (RCL
2014, 1045)
Además de los tipos ya analizados del fletamento por tiempo y por viaje (art. 204) y del
subfletamento (art. 206), la Ley menciona los siguientes: fletamento para el transporte de
mercancías determinadas en régimen de conocimiento de embarque (art. 205); contratación del
transporte por el fletador (art. 207); contrato de volumen (art. 208); transporte multimodal (art.
209) y contratos de utilización del buque para fines distintos del transporte de mercancías (art.
210).
B) Otra modalidad es el contrato de fletamento por tiempo o por viaje donde el fletador celebra
en su propio nombre contratos de fletamento para el transporte de mercancías determinadas en
régimen de conocimiento de embarque con terceros. En este caso, contrariamente a la asimilación
legal, hay dos porteadores: el porteador efectivo (el fletante) y el porteador contractual (el
fletador) serán responsables solidariamente frente a los terceros de los daños y averías de las
mercancías transportadas, conforme a lo establecido en la sección 9.ª del capítulo II del Título IV,
sin perjuicio del derecho de regreso entre ellos que corresponda de acuerdo con la póliza de
fletamento. Se trata de una superposición de contratos de utilización, bastante frecuente.
Presenta una problemática compleja pues la relación entre fletante y fletador se rige por la
póliza de fletamento, sometida por tanto a la libertad de contratación, y la relación entre el
fletador, convertido en porteador, y el tercero cargador, se rige por los conocimientos de
embarque emitidos en virtud de la póliza de fletamento, a los que resulta aplicable el régimen
imperativo de las Reglas de la Haya Visby y de Rotterdam. La dificultad está en que el
conocimiento de embarque se remite a las condiciones de la póliza de fletamento en todo lo
referente al régimen de responsabilidad e incluso a las cláusulas de jurisdicción y sumisión al
arbitraje, en contraste con lo previsto en el régimen de los convenios internacionales, que como
ya dijimos se aplican obligatoriamente y son coercitivos en determinadas materias. El principio
de relatividad del contrato se enfrenta a la disciplina obligatoria, venciendo en segundo en
aquellas materias consideradas de orden público. La jurisprudencia ha ido resolviendo distintas
cuestiones planteadas mostrando una tendencia favorable a la protección del cargador, cuando
acredita ser tercero y desconocedor de las condiciones pactadas en la póliza de fletamento. En
otras palabras, ha recortado significativamente el alcance de las cláusulas de remisión o
incorporación del conocimiento a la póliza.
E) Por último, la Ley contempla la figura de los contratos de utilización del buque para fines
distintos del transporte de mercancías, limitándose a declarar aplicables si fueran compatibles
con la finalidad del contrato, las disposiciones del fletamento sobre la puesta a disposición y
empleo del buque, así como al flete y su extinción anticipada.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
I. El transporte de mercancías en régimen de conocimiento de embarque
1. El transporte marítimo en el sistema de contratos de utilización del buque. Concepto y
caracteres
Desde el punto de vista económico y funcional, transportar personas y mercancías por mar es el
destino habitual de los buques mercantes. La navegación marítima gira, en efecto, en torno al
transporte y por eso se considera el acto jurídico central. Sin embargo, ya vimos que el
transporte marítimo es una de las formas de explotación del buque, que no se identifica
necesariamente con el contrato de fletamento. La Ley de Navegación Marítima, sin embargo,
acoge la tesis unitaria e identifica ambos conceptos, aunque distingue modalidades de
fletamento salvando así las distintas finalidades a que pueden destinarse los buques que
navegan en el mar.
Varias son las diferencias que separan el transporte de los demás contratos de explotación:
a) En primer lugar, el transporte marítimo se caracteriza por el traslado por mar de un lugar a
otro de personas o mercancías a cambio de un precio llamado «flete». El objeto inmediato del
contrato es la mercancía y no el buque como en el arrendamiento. Tampoco es la navegación o
el viaje, que son el objeto del fletamento por tiempo y por viaje respectivamente.
b) En segundo término, la prestación fundamental del servicio de transporte se integra por tres
obligaciones principales: el desplazamiento marítimo, la custodia y la entrega del cargamento en
el puerto de destino. Contrastan con esa prestación tripartita los demás contratos de utilización,
que pueden celebrarse al margen de la obligación del transporte. Bastará recordar los reiterados
ejemplos de explotación de buques para finalidades de investigación y exploración marina,
oceanografía, tendido de cables submarinos, prospección petrolífera, rompehielos, arqueología
subacuática, almacenamiento de crudo, pesca o actividades deportivas; en ninguna de ellas
existe transporte en sentido técnico y, sin embargo, nadie puede negar la utilización del buque
en el ámbito de la navegación.
Doctrinalmente lo podemos definir como el contrato en virtud de cual una persona, denominada
porteador, se obliga frente a otra, denominado cargador o destinatario, a trasladar mercancías
por mar de un lugar a otro, mediante precio. Legalmente, el artículo 203 de la Ley de
Navegación Marítima ofrece la siguiente definición: «por el contrato de transporte marítimo de
mercancías, también denominado fletamento, se obliga el porteador, a cambio del pago de un
flete, a transportar por mar mercancías y entregarlas al destinatario en el puerto o lugar de
destino». Entendemos que la definición legal es menos técnica por tres motivos.
En segundo lugar, porque en la definición no debe entrar la palabra definida. La Ley dice que en
el contrato de «transporte»… se obliga el porteador a «transportar»; nuestra definición doctrinal
emplea la expresión traslado evitando así la reiteración de transporte.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
I. El transporte de mercancías en régimen de conocimiento de embarque
2. Fuentes legales y ámbito de aplicación de la Ley de Navegación Marítima (RCL 2014, 1045)
En el plano interno se aplica la Ley de Navegación Marítima (arts. 203 a 286), que ha derogado
los preceptos del Código de Comercio y la Ley de Transporte Marítimo de Mercancías en
Régimen de Conocimiento de Embarque de 1949.
En el ámbito supranacional varios son los Convenios aprobados, pero no todos tienen la misma
vigencia y aplicación. El Convenio de Bruselas de 1924 fue modificado por los Protocolos de
Bruselas de 1968 y 1979, las denominadas Reglas de La Haya-Visby, en vigor en el ámbito
internacional y en España (RHV). El Convenio de Hamburgo de 1978, en vigor en el plano
internacional, pero no ratificado por España. La difícil situación planteada por el rechazo de
países miembros de la OCDE al Convenio de Hamburgo motivó en el seno de UNCITRAL la
preparación de un nuevo Convenio, a caballo entre el de Bruselas-La Haya-Visby y el de
Hamburgo, dando como resultado el denominado Convenio sobre transporte de mercancías
total o parcialmente de mercancías, aprobado por la Asamblea General de la ONU el 11 de
diciembre de 2008 y firmado el 23 de septiembre de 2009 en Rotterdam, ya denominado Reglas
de Rotterdam (Reglas de Rotterdam). Actualmente las Reglas de Rotterdam han sido ratificadas
por un número reducido de países, entre ellos España, por lo que no ha entrado en vigor y su
futuro dependerá del grado de aceptación en la comunidad marítima internacional. En ese
sentido, la posición que adopten China y los Estados Unidos de Norteamérica en punto a la
ratificación será el desencadenante de la posición del resto de países más relevantes y en todo
caso suficiente para la entrada en vigor. Tan pronto como las Reglas de Rotterdam entren en
vigor, el Gobierno está habilitado para modificar la Ley de Navegación Marítima en el mismo
sentido.
En el ámbito interno, la Ley dispone que se aplicará en tanto no se oponga a lo dispuesto en los
tratados internacionales vigentes en España y en las normas de la Unión Europea que regulan
las situaciones y relaciones jurídicas nacidas con ocasión de la navegación marítima ( arts. 1 y
2.2LNM). La concreción de ese mandato general al transporte marítimo de mercancías tiene
una respuesta que va más allá de un mandato negativo porque, según el Derecho internacional
de los Tratados, regulado en el Convenio de Viena, la Ley no puede ir en contra de los Convenios
aprobados y firmados, aunque luego no los haya ratificado. Circunstancia presente,
exactamente, en la regulación de transporte porque la Ley de Navegación Marítima dispone que
la responsabilidad del porteador se rige por las Reglas de La Haya-Visby, pero al mismo España
ha ratificado las Reglas de Rotterdam. Teniendo en cuenta las diferencias entre ambas en
diversos puntos conflictivos, se puede suscitar el problema de la prevalencia normativa en
transportes internacionales donde se plantee la controversia. En todo caso, la Ley de Navegación
Marítima habilita al Gobierno para acomodar la ley a las Reglas de Rotterdam tras su entrada en
vigor.
De ese modo, la dualidad de fuentes normativas, nacional y supranacional, es solo formal pues
en el fondo ambas son coincidentes, al menos en la parte esencial de la responsabilidad del
porteador en los transportes en régimen de conocimiento de embarque, nacional e
internacional, y al contrato de fletamento en sus distintas modalidades ( art. 277 LNM). La
unificación normativa ofrece, sin embargo, un aspecto relevante y diferente en punto a la
naturaleza coercitiva o voluntaria. Cuando se trata de un transporte en régimen de
conocimiento las normas son imperativas e inderogables, salvo que lo pactado beneficie al
titular de las mercancías por ser menor la capacidad de negociación del cargador. En cambio,
cuando existe póliza de fletamento son dispositivas atendiendo a la igualdad de contratación
entre las partes.
A) Las Reglas de la Haya Visby excluyen expresamente los animales vivos de la noción de
mercancías, a los efectos de aplicación del Convenio (art. 1.c). La derogada Ley del Transporte
Marítimo de Mercancías seguía el mismo criterio.
Contrasta con la exclusión expresa, la posición de las Reglas de Rotterdam donde no se excluyen
expresamente, y por otro lado, ofrecen un concepto suficientemente amplio para incluirlas: Por
mercancías han de entenderse los géneros, los productos y los artículos de todo tipo que el
porteador se comprometa a transportar (art.1.24 Reglas de Rotterdam). Por tanto, hasta que no
entren en vigor las Reglas de Rotterdam el régimen de responsabilidad en el transporte de
animales no se rige por las Reglas de La Haya-Visby, excluido de su ámbito de aplicación. Sin
embargo, la Ley de Navegación Marítima regula expresamente ese tipo de transporte y establece
un régimen de responsabilidad diferente, basado en el criterio de la culpa, que deberá probar el
cargador, y exonerando al porteador de los riesgos específicos inherentes a tal género de
transporte, siempre que haya actuado conforme a las instrucciones concretas recibidas del
cargador (art. 281).
No sucede así cuando el fletador por tiempo o por viaje celebran en su propio nombre contratos
de fletamento para el transporte de mercancías determinadas en régimen de conocimiento de
embarque con terceros: porteador y fletador son responsables solidariamente frente a terceros
por los daños y averías a las mercancías transportadas conforme al régimen imperativo de la
Ley de Navegación Marítima (arts. 277 y ss.), sin perjuicio del derecho de regreso pactado en la
póliza de fletamento. En todo caso, son nulas las cláusulas pactadas en la póliza cuando extrañen
exoneración por dolo o culpa grave del porteador, por supuesto frente a los terceros titulares de
conocimientos y también entre fletante (porteador) y fletador ( art. 277.2LNM).
G) Una situación especial de aplicación de las Reglas de Rotterdam se produce a las relaciones
entre el porteador y el destinatario, la parte controladora o el tenedor que no sea parte
originaria del transporte en un contrato de fletamento ni en un contrato de transporte de los
excluidos del ámbito de aplicación (art. 7 Reglas de Rotterdam). Los contratos excluidos son los
referidos en el artículo 6 de las Reglas de Rotterdam: los contratos de fletamento y los otros
contratos para la utilización del buque o cualquier espacio a bordo de un buque.
Hasta que las Reglas de Rotterdam no estén vigentes no queda claro cual sea la solución en la
Ley de Navegación Marítima considerando la identidad entre fletamento y transporte, si bien
debe prosperar el mismo criterio de las Reglas por el argumento citado de ser la identidad más
formal que material pues la Ley termina reconociendo la autonomía del fletamento bajo el
eufemismo de otras modalidades de fletamento.
J) La debatida cuestión sobre la delimitación temporal del contrato a los efectos de la aplicación
de la derogada Ley de Transporte Marítimo de Mercancías (arts. 1.º y 4.º), fue resuelto haciendo
coincidir el transporte marítimo con la custodia del cargamento, entendida desde el momento en
que el porteador toma las mercancías a su cargo en origen hasta que las entrega en destino,
poniéndolas en poder de quien corresponda (consignatario o autoridad). Con ello se acogió la
tesis que hace coincidir la delimitación temporal inicial y final con los actos jurídicos de
recepción y entrega, que no tienen por qué coincidir con los actos materiales de carga y descarga
de las mercancías.
Especial interés presenta la sentencia del Tribunal Supremo, de 31 de abril de 1984, que declaró,
con criterio discutible, que las fases terrestres, anteriores y posteriores a la fase marítima
delimitada en sentido estricto, quedan fuera del ámbito de aplicación de la Ley, aunque el
porteador haya recibido las mercancías para su almacenamiento y traslado en el muelle a la
espera de iniciar las operaciones de carga.
Trasladada la misma cuestión al derecho positivo, conviene distinguir el régimen vigente del que
resulte tras la entrada en vigor de las Reglas de Rotterdam, que como se dijo España ha
ratificado. Se ha reiterado que la Ley de Navegación Marítima somete la responsabilidad del
porteador en régimen de conocimiento al Convenio de Bruselas de 1924, según protocolos de
reforma de La Haya-Visby y a la propia Ley (art. 277.2), por tanto, sigue la interpretación estricta
de la fase marítima, con exclusión de las fases pre y post terrestres, aunque se haya producido la
entrega de las mercancías y con ello, entendemos, la custodia. Por su parte, las Reglas de
Rotterdam abordan la cuestión del período de responsabilidad del porteador en los términos
siguientes. Las partes pueden acordar el momento y el lugar de la recepción y la entrega, pero
será nula si la recepción es posterior al inicio de la operación inicial de carga, o el momento de la
entrega es anterior a la finalización de la operación final de descarga (art. 12. 3 Reglas de
Rotterdam). Hubiera sido más clara la redacción si en vez de emplear los términos recepción y
entrega hubiera empleado las expresiones entrega y devolución para referir los momentos
iniciales y finales del transporte. En todo caso, las Reglas de Rotterdam parecen confirmar la
tesis de la aplicación estricta de la fase marítima.
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Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
I. El transporte de mercancías en régimen de conocimiento de embarque
3. La identidad del porteador. Porteador contratante, ejecutante y porteadores sucesivos
No existe unanimidad en la doctrina a la hora de señalar los elementos personales del contrato.
Para unos son dos, el porteador y el cargador, y para otros tres, pues añaden la figura del
destinatario o receptor de las mercancías. Sin pretender agotar ahora la discusión, parece más
atendible la tesis que se refiere solamente al porteador y cargador sin dejar de reconocer que, en
ciertos casos, y sobre todo en la modalidad contractual que estamos estudiando, cargador y
destinatario no son la misma persona. No obstante, la posición de ese tercero se explica no tanto
desde la afirmación de tres partes contratantes como desde el reconocimiento de un pacto a
favor de tercero, bien desde el contrato de mandato, o bien desde la naturaleza jurídica del
conocimiento de embarque entendido como título valor o, más exactamente, como título
representativo de las mercancías.
Sin desconocer la rica problemática legal (arts. 1.º a 3.º LTMM), jurisprudencial (SSTS de 25 de
junio de 1977, 2 de noviembre de 1983 y 23 de noviembre de 1996) y doctrinal, la posición más
consolidada, anterior a la Ley de Navegación Marítima, ha sostenido el carácter abierto de la
definición de porteador marítimo para incluir a toda persona que asume, formal o
materialmente, la obligación de transportar las mercancías por mar en régimen de
conocimiento de embarque.
La finalidad protectora del titular de las mercancías impone la responsabilidad solidaria a los
porteadores contractuales y efectivos. Además, establece el derecho de repetición del porteador
contractual contra el porteador efectivo, sujetándola al plazo de prescripción de un año a contar
desde el momento de abono de la indemnización.
Por porteador efectivo, también denominado ejecutante, se entenderá en todo caso el armador
del buque porteador ( art. 278.3LNM). La definición legal no es muy afortunada porque tras
distinguir armador y naviero, el silencio de este último puede plantear dudas sobre su
consideración como porteador efectivo. Hay que interpretar la Ley entendiendo por porteador
efectivo el que ejecuta o realiza de hecho o materialmente el transporte, con independencia del
título jurídico que lo justifica; normalmente un subcontrato de transporte o un negocio de
cesión. La alternativa es sostener que la ley no concibe un naviero que no sea porteador
contractual, de ahí el silencio en la definición de porteador efectivo: el naviero no puede ser otra
cosa que porteador contractual.
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Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
I. El transporte de mercancías en régimen de conocimiento de embarque
4. El cargador y EL destinatario de las mercancÍas
El destinatario o receptor es la persona, distinta o no del cargador, a la que van dirigidas las
mercancías, pudiendo ser determinada o indeterminada. Naturalmente, el cargador puede ser al
mismo tiempo destinatario. Por ese motivo, a veces se utiliza el término «titular de las
mercancías» o «titular del cargamento» para referirse indistintamente al cargador y al receptor
o destinatario.
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Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
II. El conocimiento de embarque
5. Emisión y contenido. Menciones obligatorias y potestativas
A. Menciones obligatorias
A. Menciones obligatorias
Los formularios suelen identificar el nombre del consignatario del cargador o del destinatario.
La mención del domicilio resulta esencial para determinar no solo el lugar de devolución de las
mercancías sino el tribunal competente en caso de reclamación judicial del flete.
3.º La descripción de las mercancías realizada por el cargador, con expresión de la naturaleza,
marcas de identificación, número de bultos, y, según los casos, cantidad o peso, así como el
estado aparente que tuvieren. Si lo hubiera solicitado el cargador, se incluirá el valor. Si fueran
peligrosas, así constará de forma destacada. Cuando estuvieran en contenedores, bandejas de
carga u otros medios semejantes, cada contenedor, bandeja o similar se considerará como una
unidad, salvo que se especifique lo contrario. Si se pactó el transporte en cubierta, se hará
constar expresamente en el conocimiento.
4.º Los puertos de carga y descarga de las mercancías y, en caso de transporte multimodal, los
lugares de inicio y terminación del transporte.
La referencia legal al transporte multimodal pone de manifiesto que los puertos de carga y
descarga no se han de confundir con los de origen y destino pues, más allá de esa modalidad
donde no son coincidentes, en el transporte marítimo pueden existir puertos intermedios donde
se cargan o descargan las mercancías. Es cierto también que los puertos de carga y descarga no
tiene porqué coincidir con los lugares de recepción y entrega de las mercancías. En cualquier
caso, la mención tiene por finalidad delimitar el ámbito temporal y espacial del contrato de
transporte y la eventual responsabilidad del porteador.
Al igual que la anterior resulta esencial para probar la entrega y devolución y delimitar las
consecuencias del retraso para cada una de las partes. El retraso en la entrega en origen puede
significar la facultad resolutoria para el porteador. Y el retraso en la devolución en destino, la
responsabilidad del porteador y correspondiente indemnización por los daños causados por el
retraso en la llegada de las mercancías al destino convenido.
6.º El lugar de emisión del conocimiento y, si se hubiera entregado más de uno, el número de
ejemplares originales.
El lugar de emisión es uno de los criterios para establecer la ley aplicable al contrato y en su caso
la jurisdicción competente.
7.º La firma del porteador o de su agente; si estuviera firmado por el capitán, se presumirá que
lo hace en nombre del porteador mencionado en el conocimiento. Si no se identifica
suficientemente a la persona que actúa como porteador, se entenderá firmado por cuenta del
armador ( art. 249 LNM).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
II. El conocimiento de embarque
5. Emisión y contenido. Menciones obligatorias y potestativas
B. Menciones potestativas
B. Menciones potestativas
Para facilitar la formalización del contrato existen varios formularios tipo siendo los más
conocidos Conlinebill y Visconbill.
Entre las cláusulas más habituales cabe citar: 1) El nombre, matrícula y porte del buque. 2) El
nombre del Capitán y su domicilio, que debería ser obligatorio, pero no se deduce
necesariamente de la Ley. 3) La clase o tipo de conocimiento, si es nominativo, a la orden o al
portador, requisito relevante por las consecuencias que produce en orden a la ley de circulación
y a la legitimación, cuestión regulada en el artículo 250 de la Ley de Navegación Marítima. 4)
El flete y la capa. La capa ha caído en desuso y representa la retribución complementaria del
Capitán, pero el flete constituye una de elementos esenciales del contrato y resulta sorprendente
que no lo haya incluido entre las menciones obligatorias; sin embargo el artículo 255 de la Ley
regula las consecuencias del impago del flete. 5) jurisdicción o el arbitraje, con las limitaciones
del artículo 468. 6) Las causas de exoneración y la limitación de responsabilidad del porteador,
cuya validez se condiciona si son beneficiosas al cargador. La sentencia del Tribunal Supremo
de 30 de mayo de 1983 declaró nulas las condiciones contractuales que resulten ilegibles.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
II. El conocimiento de embarque
6. Funciones
A. Documento del contrato
La Ley también regula otros documentos, distintos del conocimiento, empleados frecuentemente
en el transporte marítimo de mercancías como son el documento de transporte multimodal (art.
267) y la carta de porte marítimo (art. 268).
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Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
II. El conocimiento de embarque
6. Funciones
B. Recibo de entrega de las mercancías
Se parte del principio general de presunción iuris tantum, con las especialidades sobre reservas
y cartas de garantía.
La Ley de Navegación Marítima matiza más el alcance probatorio y señala al respecto que «la
prueba en contrario no será admisible frente a persona distinta del cargador, incluido el
destinatario, que haya adquirido el conocimiento de embarque de buena fe y sin culpa grave,
salvo que el porteador hubiere hecho constar en el conocimiento de embarque las
correspondientes reservas sobre la inexactitud de las declaraciones contenidas en el documento,
relativas a las mercancías recibidas para su transporte o al estado de las mismas» (art. 256).
Por otra parte, la presunción probatoria del conocimiento tiene reglas especiales en los casos en
que el capitán, tras examinar las mercancías, introduce reservas en el conocimiento de
embarque. A estos efectos, la Ley de Navegación Marítima distingue entre las reservas por
comprobación y las reservas sin comprobación.
Las denominadas reservas por comprobación significan que cuando el porteador hubiera
comprobado que la descripción, naturaleza, marcas de identificación, número de bultos y, según
los casos, cantidad o peso de las mercancías declarados por el cargador no coinciden con la
realidad de las recibidas, deberá incluir en el conocimiento una reserva en la que hará constar
las inexactitudes comprobadas. Si el porteador hubiera comprobado que el estado aparente de
las mercancías recibidas no se corresponde con el descrito por el cargador, deberá incluir en el
conocimiento una reserva en la que hará constar el estado real de aquellas. En defecto de
reserva, se presumirá que el porteador ha recibido las mercancías en buen estado ( art. 257
LNM).
Por lo que se refiere a las cartas de garantía, la Ley dispone que los pactos entre cargador y
porteador o la declaración unilateral del primero comprometiéndose a indemnizar al porteador
por los daños y perjuicios que pudiera causar la falta de constancia en el conocimiento de
embarque de reservas en cuanto a los datos suministrados por el cargador o en cuanto al estado
aparente de las mercancías o de los contenedores, serán plenamente válidos y eficaces entre
cargador y porteador, salvo mala fe en la omisión de las reservas con intención de perjudicar a
un tercero, pero no producirán efecto frente a los terceros a quienes se hubiera transmitido el
conocimiento (art. 261).
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II. El conocimiento de embarque
6. Funciones
C. Título representativo
C. Título representativo
Una situación especial se produce en aplicación del principio de la protección del adquirente de
buena fe que no estará obligado a devolver el conocimiento. La Ley equipara la buena fe al
desconocimiento de la pérdida o sustracción del anterior titular, siempre que el tercero no
hubiera incurrido en culpa grave. La protección del adquirente no perjudica los derechos y
acciones del legítimo titular contra los responsables de los actos de desposesión ilegítima.
La cuestión más discutida en referencia al valor del conocimiento se vincula con el derecho del
titular a la entrega de las mercancías, o dicho de otro modo, con la obligación de devolución que
pesa sobre el porteador, debiendo hacerlo al tenedor legítimo del conocimiento original,
rescatando el documento como prueba del hecho de la entrega. Cuando la entrega de las
mercancías se haga a persona no legitimada, el porteador responderá frente al tenedor legítimo
del valor de las mercancías en el puerto de destino, sin que pueda limitar la cuantía de la
responsabilidad. Considerando la importancia que en la disciplina del transporte marítimo
representa el beneficio de la limitación de la responsabilidad, la ley impone una sanción
importante, congruente con la relevancia que concede al conocimiento de embarque como título
valor.
Cuando a solicitud del cargador se hubiera emitido más de un original del conocimiento y así
constare el número de ejemplares originales, el porteador quedará liberado realizando la
entrega contra la presentación y rescate de cualquiera de los originales, considerándose
amortizados los demás respecto del porteador ( art. 252 LNM).
Corolario de lo anterior es la protección del porteador para hacer efectiva la obligación de pago
del flete pudiendo rechazar la entrega de las mercancías al destinatario mientras no le pague el
flete y las demoras causadas en el puerto de carga cuando así lo establezca específicamente el
conocimiento de embarque o el destinatario sea el mismo fletador, aunque no se mencione en el
propio documento.
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II. El conocimiento de embarque
7. Conocimiento de embarque en soporte electrónico
Las mismas garantías son aplicables al pacto escrito entre el tenedor legítimo del conocimiento y
el porteador para sustituir el conocimiento en soporte papel por otro en soporte informático,
debiendo entregar el documento cartáceo al porteador, incluyendo la totalidad de originales que
se hubieran emitido. Simultáneamente, el porteador emitirá el conocimiento de embarque en
soporte electrónico, haciendo constar el hecho, fecha de la sustitución, identidad del tenedor
legítimo y la anulación del conocimiento de embarque sustituido, quedando amortizado a todos
los efectos legales.
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II. El conocimiento de embarque
8. Emisión de conocimientos en virtud de póliza de fletamento. La cláusula de incorporación
Un segundo orden de problemas está en relación con la b) circulación del conocimiento cuando
pasa a manos de un tercero. La dificultad radica en el hecho de afirmar la validez de una
cláusula que no ha sido suscrita por el tercero, derivando la vinculación de circunstancias
ajenas al consentimiento. Por ello hay que distinguir según que el conocimiento esté en manos
del propio fletador (en rigor no hay circulación) o de un tercero. En el primer caso el fletador
queda vinculado por la póliza, pero, en cambio, el tercero, si es de buena fe, no está vinculado
por las condiciones más gravosas de la póliza de fletamento y en su favor juega el carácter
imperativo de la Ley aplicable al conocimiento.
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III. Documentos similares al conocimiento y documentos complementarios
9. Documento del transporte multimodal
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III. Documentos similares al conocimiento y documentos complementarios
10. Cartas de porte marítimo
Las cartas de porte marítimo nacen por la necesidad de hacer entregas parciales de mercancías
determinadas a distintos destinatarios con ocasión de un transporte documentado en un solo
conocimiento de embarque. Son las órdenes de entrega o «delivery orders» del derecho
anglosajón, utilizadas cuando existe una pluralidad de receptores o se quiere fraccionar la
entrega de las mercancías. Hay dos clases. Las «propias» las emite el porteador o el Capitán,
anotándose en el conocimiento; son títulos valores y devienen títulos representativos una vez
aceptados por el porteador, pudiendo disponer de las mercancías durante el viaje y
reconociendo el derecho a la entrega en el puerto intermedio o de destino. Las órdenes de
entrega «impropias» se expiden por el tenedor del conocimiento. Se discute su condición de
títulos de tradición, prevaleciendo la doctrina que los considera un derecho personal o de
crédito, que permite exigir la entrega en destino, pero sin las garantías de los títulos valores ni
las consecuencias de los títulos de tradición.
La Ley de Navegación Marítima dispone que las cartas de porte marítimo deberán contener
las mismas menciones exigidas al conocimiento de embarque y la indicación expresa de su
carácter no negociable. Su característica principal, a diferencia del conocimiento, consiste en ser
documentos de transporte no negociables, privadas por tanto de la eficacia de los títulos valores.
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III. Documentos similares al conocimiento y documentos complementarios
11. Conocimiento recibido para embarque
El conocimiento recibido para embarque (received for shipment) es un documento emitido por el
porteador o su agente cuando recibe las mercancías, recoge las condiciones estipuladas y
describe el estado y condición, pero no prueba la carga de las mercancías a bordo del buque.
Puede acreditar, en cambio, la recepción en los almacenes del agente del porteador.
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III. Documentos similares al conocimiento y documentos complementarios
12. Conocimiento directo
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III. Documentos similares al conocimiento y documentos complementarios
13. Carta de porte marítima
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III. Documentos similares al conocimiento y documentos complementarios
14. Documentos complementarios
Sin poder dar una respuesta unitaria para todas las hipótesis, esos documentos responden, a
nuestro juicio, a la categoría de los títulos impropios o documentos de legitimación; no son, pues,
ni títulos valores ni títulos representativos. Los más difundidos son la declaración de embarque,
la orden de embarque, la nota de reserva y el recibo provisional de embarque. Ley de
Navegación Marítima se refiere a las reservas distinguiendo, como ya vimos, entre reservas con
o sin comprobación al tratar de la fuerza probatoria del conocimiento de embarque (arts. 257 y
258).
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
15. Obligaciones antes, durante y después del viaje
A. Antes del viaje
2) Obligación de cargar y estibar las mercancías, si se realizan con los medios propios del buque.
La asignación o reparto de estas operaciones entre porteador y cargador puede y suele ser
objeto de acuerdo. La Ley de Navegación Marítima es en este punto dispositiva artículo 218). No
obstante, en ausencia de pacto entre las partes, el cargador está obligado a colocar las
mercancías al costado del buque y realizará la carga y estiba a su costa y riesgo, desplegando la
diligencia debida según la naturaleza de las mercancías y el viaje programado. Considerando
que la práctica totalidad del transporte de mercancías en régimen de conocimiento es con el
empleo de contenedores la estiba sigue protocolos estandarizados y no suele ser motivo de
discusión. En todo caso, aunque se pacte que la carga y estiba sea por cuenta y riesgo del
cargador, el porteador responderá de las consecuencias que sobre la seguridad del buque
deriven de una estiba defectuosa.
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
15. Obligaciones antes, durante y después del viaje
B. Durante el viaje
B. Durante el viaje
4) Salir del puerto de origen y llegar al de destino siguiendo la ruta convenida. Si no hubiera
pacto sobre la ruta, el reconocimiento de la cualificación y experiencia profesional del capitán
autoriza a seguir la más adecuada según las circunstancias.
La desviación, salvo que sea justificada, es una infracción contractual que da lugar a
indemnización y el porteador pierde el derecho a limitar la responsabilidad según doctrina
jurisprudencial interpretando la legislación anterior (art. 10 y STS de 21 de junio de 1980). La
Ley de Navegación Marítima ha retomado el mismo criterio especificando más la obligación y
las consecuencias del incumplimiento, haciendo responsable al porteador de los daños y
perjuicios derivados de la desviación de la ruta pactada o, en su defecto, de la más apropiada
según las circunstancias, a no ser que se realice para salvar vidas humanas o por cualquier otra
causa razonable y que no derive del estado de innavegabilidad inicial del buque (art. 222).
Cuando la desviación fuere razonable y se den los demás elementos de la avería común, los
gastos se repartirán conforme a lo señalado para la liquidación de la avería gruesa (arts. 347 y
ss. y 506 ss.).
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
15. Obligaciones antes, durante y después del viaje
C. Después del viaje
6) Descargar las mercancías si está previsto que se realice con los medios propios del buque ha
sido el criterio establecido por el artículo 5.º3 de la Ley de Transporte Marítimo de Mercancías y
seguido por el Tribunal Supremo en sentencia de 31 de enero de 1983. La Ley de Navegación
Marítima mantiene el mismo criterio cuando señala, a propósito de las obligaciones del receptor
de desestibar y descargar sin demora las mercancías a su costa y riesgo, así como retirarlas del
costado del buque. No se trata de una norma imperativa, pues las partes pueden establecer
pactos expresos diversos sobre estas operaciones (art. 277).
7) Devolver las mercancías al cargador o destinatario. El porteador deberá entregar sin demora
y conforme a lo pactado las mercancías transportadas al destinatario legitimado para recibirlas.
Si éste no se presentase o rechazase la entrega, el porteador podrá, a costa del destinatario,
almacenar las mercancías hasta su entrega o recurrir a su depósito judicial artículo 228 LNM).
Es una obligación de restitución, por eso preferimos el término devolver frente a entregar, pues
el porteador transporta mercancías que no son de su propiedad y debe devolverlas en las
mismas condiciones en que las recibió, sin mermas ni alteraciones en la calidad y el contenido,
desencadenando el incumplimiento la responsabilidad del porteador en los términos previstos
legalmente. La persona legitimada a recibirlas dependerá del conocimiento, según sea
nominativo, a la orden o al portador, de acuerdo con la ley de circulación ( art. 250 LNM).
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
16. Régimen de responsabilidad. Planteamiento
En primer lugar, se parte del principio general según el cual el porteador es responsable de todo
daño o pérdida de las mercancías, así como del retraso en su entrega, causados mientras se
encontraban bajo su custodia ( art. 277 LNM). Por tanto, el porteador responde por tres
causas: pérdida total o parcial, daño o avería total o parcial y retraso en la devolución respecto
al plazo convenido.
En tercer lugar, la propia Ley de Navegación Marítima admite cláusulas de exoneración a favor
del porteador, aunque limita el número y regula las condiciones de su aplicación mediante la
remisión al Convenio de Bruselas de 1924 y protocolos de modificación ratificados por España,
es decir, las denominadas Reglas de la Haya Visby 1968 y 1979 ( art.277.2LNM). Las Reglas de
Rotterdam serán de aplicación cuando entren en vigor en el plano internacional al haber sido
ratificadas por España y remitirse a ellas la Ley de Navegación Marítima. De ese modo se
producen tres consecuencias importantes. Por un lado, la configuración del sistema de
responsabilidad ha descartado el régimen de las Reglas de Hamburgo optando por las Reglas de
La Haya Visby evitando así el perjuicio competitivo de los navieros de buques españoles en el
contexto internacional, más favorable a los cargadores en Hamburgo y mejor para los
porteadores en Bruselas-La Haya-Visby. Por otro lado, se opta por la unificación internacional y
nacional, del régimen de la responsabilidad en el transporte marítimo bajo conocimiento de
embarque. Por último, la remisión evita reiteraciones y así se han suprimido en el texto de la
Ley de Navegación Marítima cuestiones tan relevantes como los supuestos de exoneración y el
fundamento de la responsabilidad; en contrapartida se han incluido en la Ley otros preceptos
como los referidos a porteador contractual y efectivo (art. 278), período temporal de
responsabilidad (art. 279), retraso en la entrega (art. 280), responsabilidad en el transporte de
animales vivos (art. 281), porteadores sucesivos (art. 284), régimen de protestas (art. 285 y
algunos aspectos novedosos sobre limitación distinguiendo entre las pérdidas y daño y por
retraso ( arts. 282 y 283 LNM).
En cuarto lugar, el porteador responde limitadamente pues el importe de la indemnización no se
corresponde, necesariamente, con el daño efectivamente causado sino con una cantidad
máxima establecida en la propia Ley, salvo los casos excepcionales en los que pierde el beneficio
de la limitación ( arts. 282.4 y 283.4LNM).
Para comprender el alcance y significación de la ley en este punto hay que recordar que la
regulación uniforme internacional surgió, precisamente, de la necesidad de limitar las cláusulas
de exoneración en los conocimientos. La libertad de contratación y el mayor poder de
negociación de los navieros porteadores terminaron por imponer tantas que prácticamente no
respondían nunca de la pérdida, el daño o el retraso a las mercancías. El Convenio de Bruselas
de 1924 puso coto a la libertad, criterio mantenido sin solución de continuidad en los protocolos
de la Haya Visby de 1968 y 1979. Las reglas de Hamburgo de 1978 mejoraron el equilibrio entre
cargadores y porteadores aumentando la responsabilidad de éstos, pero no han tenido la
aceptación esperada, y recientemente las Reglas de Rotterdam de 2008 representan un punto de
inflexión intermedio entre Bruselas y Hamburgo. La Ley de Navegación Marítima, como la
anterior de Ley de Transporte Marítimo de Mercancías de 1949, no hace sino recoger esa
tradición apostando por la Haya Visby, descartando Hamburgo y aceptando Rotterdam cuando
entren en vigor.
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
17. Sujeto responsable. Porteador contractual y porteador efectivo
La Ley tiene como objetivo la protección del cargador evitando que la intervención de
porteadores diversos, empleados frecuentemente en el tráfico actual, frustre la finalidad
reparadora por motivos de legitimación pasiva. A estos efectos la Ley distingue entre porteador
contractual y porteador efectivo, siendo ambos solidariamente responsables por los daños,
pérdidas o retraso a las mercancías confiadas para su transporte.
El porteador efectivo es, como su nombre indica, el que ejecuta o realiza efectivamente el
transporte con sus propios medios. Sucede cuando el porteador contractual o no dispone de
medios propios y prefiere subcontratar el servicio con otro porteador que dispone de ellos. La
ley incluye en todo caso al armador del buque porteador.
La responsabilidad solidaria frente al cargador justifica las relaciones entre ambos y el derecho
de repetición. El porteador contractual tendrá derecho a repetir contra el porteador efectivo las
indemnizaciones satisfechas en virtud de la responsabilidad. La acción está sujeta al plazo de
prescripción de un año a contar desde el momento de abono de la indemnización.
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
18. Sigue. Porteadores sucesivos
Ya hemos indicado que no hay que confundir el transporte multimodal o combinado con el
sucesivo o cumulativo. Del mismo modo tampoco se identifican porteador contractual y efectivo
con porteadores sucesivos.
Cuando el transporte se realice por porteadores sucesivos bajo un mismo título, sean
contractuales o efectivos, serán solidariamente responsables en caso de pérdida, daño o retraso,
salvo pacto expreso en el conocimiento que cada porteador responderá solo de los daños
producidos en el trayecto asumido. Dicho de otro modo, no responderán cuando se pacte la no
responsabilidad en los trayectos asumidos por alguno de los otros porteadores. Cuando no
pueda determinarse el trayecto en que se produjo la pérdida, el daño o el retraso, la
indemnización se repartirá entre todos proporcionalmente al flete devengado por casa uno. La
aplicación de la solidaridad da derecho a la acción de repetición contra el portador en cuyo
trayecto se haya producido el daño o recuperar de los demás la parte proporcional pagada en
exceso ( art. 284 LNM).
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
19. Período temporal de responsabilidad
La responsabilidad del porteador se extiende temporalmente desde que toma las mercancías a
su cargo en el puerto de origen, hasta que las pone a disposición del destinatario o receptor en el
puerto de destino ( art. 279 LNM). Repárese que los términos inicial y final no coinciden
necesariamente con la carga de las mercancías a bordo del buque hasta su descarga del buque,
como dicen las Reglas de Haya Visby porque los términos inicial y final de la custodia y
conservación pueden anticiparse y retrasarse, respectivamente, en beneficio del cargador y con
las limitaciones establecidas legalmente. En caso de que las leyes o reglamentos portuarios
impongan forzosamente la intervención de una empresa u organismo en las operaciones de
entrega de las mercancías al porteador para su transporte, o de este último al destinatario, el
porteador no responderá del período en que las mercancías estén bajo la custodia de tales
empresas u organismos [ art. 279 LNM coincidente con el artículo 12.2 a) y b) Reglas de
Rotterdam].
En este punto la Ley de Navegación Marítima se ha apartado del texto del artículo 1.e de las
Reglas de La Haya-Visby y ha seguido el artículo 12 de las Reglas de Rotterdam, anticipándose a
su incorporación tras la entrada en vigor. No obstante, interesa destacar que las Reglas de
Rotterdam, y no la Ley de Transporte Marítimo de Mercancías, precisan que las partes pueden
pactar el momento y el lugar de la recepción y entrega, pero será nula cuando la recepción es
posterior al inicio de la operación inicial de carga con arreglo al contrato de transporte; o el
momento de la entrega o devolución es anterior a la finalización de la operación final de
descarga con arreglo al contrato de transporte (art. 12.3 RR).
En todo caso, hay que tener en cuenta lo dispuesto en los artículos 218 y 227 de Ley de
Navegación Marítima sobre las operaciones de carga y estiba y descarga y desestiba
respectivamente. El cargador debe colocar las mercancías al costado del buque y debe cargar y
estibar a su costa con la adecuada diligencia en función de la naturaleza de las mercancías y del
viaje, salvo pacto en contrario, pero en todo caso el porteador es responsable si la estiba
defectuosa afecta a la seguridad del buque.
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
20. Supuestos de responsabilidad
Hemos reiterado que la Ley de Navegación Marítima remite a las Reglas de La Haya-Visby, no
incorpora las Reglas de Hamburgo y queda a la espera de la entrada en vigor de las Reglas de
Rotterdam y por ello elimina la enumeración de los supuestos de responsabilidad en el texto
vigente. Paradójicamente la Ley de Navegación Marítima deroga expresamente la Ley de
Transporte Marítimo de Mercancías de 1949 (disposición derogatoria única, letra e), sin
embargo, debe servir de referencia pues introdujo en su día el Convenio de Bruselas de 1924 y
muchos aspectos no han sido derogados por los Protocolos de La Haya-Visby en 1968 y 1979,
permitiendo en todo caso una interpretación del Convenio vigente gracias a la remisión.
Repárese también que los supuestos vigentes no son coincidentes ni con Hamburgo ni con
Rotterdam (art. 17 RR). Por ejemplo, la exoneración por culpa náutica sigue vigente y tampoco
ha cambiado la regulación en caso de incendio.
Los supuestos legales de exoneración vigentes y hasta que entren en vigor las Reglas de
Rotterdam son los siguientes:
b) «Actos, negligencia o falta del Capitán, marinero, piloto o del personal destinado por el
porteador a la navegación o a la administración del buque; pero no exonerarán al porteador los
actos, negligencia o falta del personal citado en relación con el manejo, cuidado y custodia del
cargamento» [art. 8.º, letra a) RR].
Son las denominadas cláusulas de exoneración por faltas náuticas. El porteador sólo responde
de las faltas comerciales en oposición a las náuticas, de las que no responde porque son
imputables sus dependientes. Se ha discutido si cualquier acto de la tripulación se considera
falta náutica; por definición, parece que son los actos del personal náutico. Sin embargo,
entendemos que la falta náutica es la cometida por la tripulación, pero con ocasión de una
actuación náutica, es decir, referida exclusivamente a la navegación o al cuidado del buque. La
falta náutica debe ser objetiva y estricta, en función de la finalidad, y no subjetiva y amplia, en
función de la condición del sujeto agente. Los ejemplos son numerosos y pueden citarse entre las
faltas náuticas los daños causados por accidentes de mar, como abordajes, arribadas forzosas y
naufragios, cuando en su producción haya influido la negligencia de los miembros de la
tripulación; la exoneración en este caso es absoluta pues, por definición, se da la negligencia de
los auxiliares y, sin embargo, no responde el porteador. Se exceptúan los actos dolosos o «actos
de baratería». Por el contrario, no puede exonerarse de los daños causados por los actos de la
tripulación en el manejo, cuidado y custodia del cargamento, cuando sean actos comerciales,
también en sentido estricto, es decir, cometidos por la negligencia en la estiba, desestiba,
manutención y cuidado durante el transporte (la STS de 2 de enero de 1990 declara la
responsabilidad del Capitán y del naviero por daños a unos contenedores y a la mercancía a
consecuencia de la varada y pérdida del buque debido a la negligencia del Capitán porque «el
encallamiento y la pérdida del buque es un hecho revelador de una navegación irregular o
negligente por el incumplimiento de los deberes del Capitán»).
c) Incendio, a menos que haya sido ocasionado por hecho o falta del porteador [art. 8.º, letra b)].
El incendio es un supuesto especial que exonera de responsabilidad al porteador. La prueba del
incendio es suficiente: no hace falta probar que el porteador se comportó diligentemente para
evitar el incendio y sus consecuencias. Sin embargo, el incendio no es una prueba irrefutable de
la exoneración de responsabilidad. En efecto, si el cargador demuestra la negligencia del
porteador, la exoneración queda desvirtuada. Se produce, por consiguiente, una inversión de la
carga de la prueba en contra del cargador y favorable al porteador, pues este último, en
principio, no debe probar más que el hecho del incendio. Las Reglas de Hamburgo han
mantenido el mismo criterio, aunque son más explícitas en su redacción, incluyendo la
negligencia no sólo en la producción, sino en las medidas razonables para apagarlo y evitar o
mitigar las consecuencias, reconociendo la facultad de solicitar un informe sobre las causas, si el
incendio se produjo a bordo.
d) Peligros, daños o acciones de mar u otras aguas navegables [art. 8.º, letra c) RR]. Se trata de
una causa objetiva de exoneración, cuya producción no depende de la conducta del porteador ni
de sus auxiliares náuticos. La sentencia de Tribunal Supremo de 30 de abril de 1990 ha
interpretado restrictivamente la noción de mala mar.
Las Reglas de Rotterdam mantienen la exoneración y hablan de riesgos, peligros y accidentes del
mar o de otras aguas navegables (art. 17. 3, b, Reglas de Rotterdam)
e) Fuerza mayor, hechos de guerra, hecho de enemigos públicos, detención o embargo por
soberanos, autoridades o pueblos, o un embargo judicial, restricción de cuarentena y motines o
perturbaciones civiles, de huelgas, cierre patronal, o paros o de trabas impuestas total o
parcialmente al trabajo por cualquier causa que sea [art. 8.º, letras d), e), f), g), h), j) y k) RR].
Las Reglas de Rotterdam mantienen sustancial los mismos criterios e incluso las expresiones y
apartados (art. 17.3 Reglas de Rotterdam).
g) Salvamento o tentativa de salvamento de vidas o bienes en el mar [art. 8.º, letra l) RR].
Idéntico en las Reglas de Rotterdam (art. 17.3, letra l). Añaden la exoneración específica por
medidas razonables para evitar el daño al medio ambiente.
h) Cualquier otra causa que no proceda de hecho o falta del porteador, o de hecho o falta de los
agentes o encargados del porteador; pero las costas de la prueba incumbirán a la persona que
reclame el beneficio de esta excepción, y a ella corresponderá demostrar que la pérdida o daños
no han sido producidos por falta personal, hecho del porteador ni por falta o hecho de los
agentes o encargados del porteador. En rigor, no se trata de una cláusula de exoneración, sino de
una manifestación del sistema de responsabilidad por culpa con imposición de la carga de la
prueba al porteador. Cuando no es uno de los casos exceptuados (todos los anteriores), debe
probar que él y sus agentes actuaron diligentemente (SSTS de 30 de abril de 1990 –que condena
al naviero y al Capitán por los daños de mojadura derivados de la falta de estanqueidad del
buque– 25 de febrero de 1991, 10 de noviembre de 1993, 17 de julio de 1995, 16 de julio de 1996 y
3 de octubre de 1996, en relación a una cláusula «FIOST»).
Las Reglas de Rotterdam son más explícitas al incluir como causa de exoneración los actos
razonables del porteador en el ejercicio de las facultades legales en casos de mercancías
peligrosas o cuando hay motivos de seguridad común para salvar vidas humanas u otros bienes
de la expedición (art. 173.3, letra o, en relación a los artículos 15 y 16 Reglas de Rotterdam).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
21. Limitación de la responsabilidad
Es un régimen tradicional pues junto a la limitación por los créditos marítimos cuyo origen se
remonta a los albores del derecho marítimo, el transporte marítimo en particular goza del
mismo privilegio desde que se aprobó el Convenio de Bruselas de 25 de agosto de 1924 y se ha
mantenido sin solución de continuidad hasta nuestros días. Las Reglas de La Haya-Visby, las
Reglas de Hamburgo y las Reglas de Rotterdam lo han mantenido, si bien aumentan
progresivamente los importes.
La razón última del mantenimiento es el equilibrio de fuerzas favorable a los porteadores, que
pueden imponer en el concierto internacional de los convenios marítimos su criterio de
limitación. Razones de economía competitiva explican, finalmente, que cada país opte por el
sistema más favorable a sus intereses. En el caso español, su eliminación haría de peor
condición a los navieros españoles, impensable en el actual contexto internacional.
Ley de Navegación Marítima remite por tanto a las Reglas de la Haya-Visby (art. 282.1) con
unas salvedades en la limitación por pérdida y daño o por retraso. La regla general para el
cálculo de la limitación se obtiene a partir de la cifra establecida en el Convenio, pero no es
aplicable cuando en el conocimiento de embarque se haya declarado el valor real de las
mercancías.
El importe máximo no será superior a 666,67 unidades de cuenta por bulto o unidad, o bien dos
unidades de cuenta por kilogramo de peso bruto de las mercancías perdidas o dañadas
aplicándose, en ambos casos, el límite que resulte más elevado [art. IV.5.a) RHV). La cifra señala
fue introducida por el Protocolo de 1979, aumentó la precedente y con ello derogó en este punto
el artículo 11 Ley de Transporte Marítimo de Mercancías. Por su parte, las Reglas de Rotterdam
eleva el importe a 875 unidades de cuenta por bulto u otras unidades de carga, o a tres unidades
de cuenta por kilogramo de peso bruto, si esta cantidad es mayor (art. 59 RR).
Se entiende por unidad de cuenta el derecho especial de giro, definido por el Fondo y
equivalente aproximadamente a un euro y llegado el momento de la aplicación, la paridad será
la que resulte del Boletín Oficial del Estado o del Boletín del Banco de España (STS de 10 de
octubre de 1993).
Cuando la responsabilidad es por retraso queda limitada a una cifra equivalente a dos veces y
media el flete pagadero por las mercancías afectadas por el retraso, pero no excederá de la
cuantía total del flete que deba pagarse en virtud del contrato de fletamento. En caso de
concurrencia de indemnización por avería y por retraso, el cúmulo de ambas queda limitado a
las cifras establecidas para limitar la responsabilidad por pérdida o daño ( art. 283 LNM).
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
22. Prescripción de acciones
La Ley de Navegación Marítima dispone que prescribirán en el plazo de un año las acciones
nacidas del contrato de fletamento (art. 286). Por tratarse un solo artículo y por haber
identificado el fletamento con el transporte, hay que interpretarlo como un plazo común de
prescripción en todas las modalidades de transporte marítimo de mercancías. La única
diferencia descansa en el inicio del cómputo anual según el tipo de reclamación. En las acciones
ejercitadas por el titular de la mercancía por pérdida, avería o retraso el plazo se contará desde
su entrega al destinatario o desde el día en que hubieran debido entregarse. En las acciones
ejercitadas por el porteador por fletes, demoras y otros gastos del transporte se computarán de
la misma forma; sin embargo, en el fletamento por tiempo, el plazo se contará desde el día en
que el flete u otros gastos fueran exigibles conforme a la póliza.
El primero se refiere a la protesta de averías, reguladas en el artículo 285 de la Ley. Son plazos
distintos según sean pérdidas o daños, o retraso. El destinatario deberá dar aviso escrito al
porteador o a su agente de la pérdida o daño durante el siguiente día laborable al de su entrega.
Si la pérdida o daño no fueran aparentes, el aviso podrá darse en los tres días laborables
siguientes al de la entrega. El aviso no será necesario cuando el porteador y el destinatario
hayan realizado una inspección conjunta del estado de las mercancías. Por otra parte, cuando es
por retraso, el aviso del daño deberá ser denunciado en los diez días laborables siguientes al de
la entrega.
Si se hubiera omitido el aviso o se hubiera dado fuera de plazo, se presumirá, salvo prueba en
contrario, que las mercancías han sido entregadas tal y como aparecían descritas en el
conocimiento de embarque. No obstante, la inobservancia no precluye el ejercicio de la acción:
se presume que las mercancías fueron recibidas en destino en las condiciones descritas en el
conocimiento. Por su parte, la jurisprudencia ha declarado admisible la prueba en contrario
pues el juez no puede estar vinculado por un documento (el conocimiento de embarque) que no
hace fe, iuris et de iure, de la veracidad de su contenido (STS de 20 de septiembre de 1988).
La nueva redacción del precepto denominado prescripción de acciones ( art. 286 LNM) y el
empleo del término «las acciones prescribirán» permite zanjar la discusión anterior sobre la
naturaleza del plazo. Es un plazo de prescripción y no de caducidad, con las consecuencias en
torno a la extensión, reducción e interrupción.
La sentencia del Tribunal Supremo de 26 de mayo de 2011 señala que el plazo para el ejercicio
de la acción de responsabilidad del cargador frente al transitario es la de un porteador de las
mercancías. La transitaria incumplió la obligación de sujetar firmemente la carga dentro de los
contenedores, y ésta fue la principal causa del daño y tuvo lugar antes del inicio del transporte
marítimo propiamente dicho, esto es, antes de ser cargadas las mercancías a bordo del buque.
Por tanto, la acción ejercitada es la del artículo 1.964 del Código Civil y no la de los artículos
3.º, apartado 6, del Convenio de 1924 y 22 de la Ley de 22 de diciembre de 1949.
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IV. Obligaciones del porteador y régimen de responsabilidad
23. Obligaciones del cargador
La Ley guarda silencio, pero se pueden deducir de la definición y naturaleza del contrato de
transporte:
a) La más importante y de carácter esencial es el pago del flete o precio convenido. Se calcula en
función del peso o volumen de las mercancías, salvo el transporte en contendor que se fija sobre
la base del tipo de contendor, convertido en unidad del transporte. Normalmente se paga por
anticipado; no obstante, cuando nada se dice en el conocimiento y no se ha satisfecho por el
cargador, el destinatario o receptor es el sujeto obligado.
Correlativa a la obligación de pago es la facultad de cobro del porteador, que viene reforzada
legalmente. La Ley de Navegación Marítima dispone, en efecto, que el porteador podrá
rechazar la entrega de las mercancías al destinatario mientras no le pague el flete y las demoras
causadas en el puerto de carga siempre que así se haya indicado específicamente en el
conocimiento o cuando el destinatario sea el mismo fletador, aunque nada mencione (art. 255).
Además, es un crédito preferente sobre las mercancías que quedan afectadas al pago del flete, y
también dispone el porteador de los derechos de retención y depósito de las mercancías ( arts.
236 y 237 LNM).
c) Por último, la obligación de retirar las mercancías cuando llegan al puerto de destino, que
suele recaer en otra persona distinta del cargador, bien el receptor o destinatario, o bien el
consignatario o agente del cargador. Si no se presentase o rechazase la entrega, el porteador
podrá, a costa del destinatario, almacenar las mercancías hasta su entrega o recurrir al depósito
judicial ( art. 228 LNM)
El porteador debe colaborar en el cumplimiento de la obligación del cargador y, por tanto, la Ley
le impone la obligación de devolver sin demora y conforme a lo pactado las mercancías
transportadas ( art. 228 LNM).
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V. Otros contratos de utilización del buque
24. El contrato de pasaje. Concepto, naturaleza jurídica y fuentes legales
El contrato de pasaje se presenta como aquel contrato por virtud del cual una persona se obliga,
mediante precio y en las condiciones que se establezcan, a trasladar pasajeros, con o sin
equipajes, por mar, de un puerto a otro. El concepto legal no exige el traslado de un puerto a
otro, pues basta el traslado por mar, pudiendo ser entre dos embarcaciones o entre dos puntos
marítimos sin que el origen y el destino sean puertos, aunque sea lo habitual ( art. 287
LNM).
Se trata, pues, de una de las formas de utilización del buque, si bien es una modalidad del
contrato de transporte marítimo dotada de características propias en razón de la persona del
pasajero. Esta calificación no se desvirtúa por el hecho de que el porteador se obligue a
proporcionar al pasajero una habitación o cabina y la manutención necesaria, porque esas
obligaciones son prestaciones accesorias e indispensables para la actuación de la prestación
fundamental de transporte, el traslado de la persona del pasajero de un lugar a otro; y se
reputan accesorias porque no siempre son necesarias, dependiendo su necesidad de las
circunstancias geográficas y temporales del transporte; resultan, sin embargo, esenciales cuando
las condiciones así lo exigen sin que la manutención y la cabina sean prestaciones características
de otro contrato independiente.
El Código ya regulaba el pasaje en los artículos 693 a 705, incluidos en la Sección 1.ª sobre el
fletamento (arts. 652 a 718). Se trata, por consiguiente, de un contrato mercantil, sometido en
última instancia a la legislación mercantil.
La Ley de Navegación Marítima, dentro del Título IV sobre los contratos de utilización del buque,
dedica íntegramente el capítulo III al Contrato de pasaje (arts. 287 a 300). La regulación es
extensa y destaca el régimen de responsabilidad que, como luego veremos, se rige, en todo caso,
por los preceptos del Convenio internacional sobre Pasajeros y sus Equipajes por Mar, firmado
en Atenas el 13 de de diciembre de 1974, los protocolos de modificación en los que España sea
parte, las normas de la Unión Europea y la propia Ley de Navegación Marítima.
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V. Otros contratos de utilización del buque
25. Sigue. Contenido del contrato
El sistema es inderogable, la víctima debe demostrar la culpa del transportista y éste puede
limitar el importe de las indemnizaciones. El Reglamento incorpora los límites de
responsabilidad del Convenio de Atenas de 1974 según el Protocolo de 2002, y mantiene la
limitación global del Convenio de limitación de la responsabilidad nacida de reclamaciones de
Derecho marítimo de 1976 y el Protocolo de 1996.
Entre las obligaciones del porteador, la ley impone las siguientes: a) Poner y mantener el buque
en estado de navegabilidad y convenientemente armado, equipado y aprovisionado para
realizar el transporte convenido y para garantizar la seguridad y la comodidad de los pasajeros
a bordo, de acuerdo con las condiciones que fueran usuales en el tipo de viaje contratado; b)
Poner a disposición de los pasajeros, en el lugar y tiempo convenidos, el buque, así como los
espacios dedicados a los de su clase y, en su caso, las plazas de acomodación adquiridas por los
pasajeros; c) Realizar el viaje convenido, sin demora injustificada y por la ruta pactada o, a falta
de pacto, por la más apropiada según las circunstancias; d) Prestar los servicios
complementarios y la asistencia médica en la forma establecida reglamentariamente o por los
usos; e) Excepcionalmente, si el viaje se interrumpiera por averías del buque, deberá correr con
los gastos de manutención y alojamiento de los pasajeros mientras el buque se repara; f) Si el
buque quedara inhabilitado definitivamente o el retraso pudiera perjudicar gravemente a los
pasajeros, proveerá a su costa el transporte hasta el destino pactado, sin perjuicio de las
responsabilidades exigibles; g) Si además el pasaje incluye el equipaje, transportar, juntamente
con los viajeros e incluido en el precio del billete, el equipaje, con los límites de peso y volumen
fijados por el porteador o por los usos. Lo que exceda de los límites indicados será objeto de
estipulación especial, con obligación de informar previamente al pasajero de estas limitaciones
de equipaje y su coste ( art. 294 LNM).
Los derechos del porteador son correlativos a las obligaciones del pasajero destacando dos
principalmente: a) El derecho al cobro del pasaje y; b) Los derechos de preferencia, retención y
depósito sobre el equipaje en garantía de la naturaleza privilegiada de su crédito al pasaje (art.
296 en relación a los artículos 236 y 237 LNM). Los derechos de preferencia y retención del
porteador sobre el equipaje de bodega se regularán de conformidad con los artículos 236 y 237
de la Ley.
También se ocupa la Ley de los derechos y obligaciones del pasajero. Con carácter general son
derechos del pasajero los correlativos al cumplimiento de las obligaciones del porteador.
Específicamente la Ley señala la facultad de exigir del porteador el cumplimiento de las
obligaciones que le incumben de acuerdo con las normas de la Unión Europea, es decir el
Reglamento 392/2009, ya analizado. Respecto de las obligaciones del pasajero, además de las
correlativas a los derechos del porteador, la ley dispone: a) El pago del precio del pasaje; b)
Presentarse oportunamente para su embarque; c) Observar las disposiciones establecidas para
mantener el buen orden y la seguridad a bordo.
Consideración aparte merece la disciplina legal sobre el equipaje, regulado en el artículo 295 de
la Ley, donde se distinguen las distintas modalidades y sus efectos. a) Se consideran equipaje los
bultos o vehículos de turismo transportados por el porteador en virtud de un contrato de pasaje,
excluyéndose los que lo sean por un contrato de transporte de mercancías o los animales vivos.
b) Se considera equipaje de camarote exclusivamente aquel que el pasajero tenga en su
camarote, o en el vehículo transportado, o sobre este, o el que conserve bajo su posesión,
custodia o control. c) Se consideran equipaje de bodega los vehículos de turismo y bultos
entregados al porteador.
Se aplicará a los equipajes, en su caso, lo dispuesto para las mercancías peligrosas ( art. 232
LNM).
Las causas de extinción del contrato son, además de las fijadas de mutuo acuerdo, aunque suele
ser excepcional e inexistentes en las líneas regulares de pasaje, las siguientes: a) Cuando el
pasajero no embarcase en la fecha fijada, en cuyo caso el porteador hará suyo el precio del
pasaje, salvo que la causa de la falta de embarque sea la muerte o enfermedad del pasajero o de
los familiares que le acompañasen y se haya notificado sin demora o se haya podido sustituir al
pasajero por otro; b) Cuando por causas fortuitas el viaje se hiciera imposible o se demorase, en
cuyo caso el porteador devolverá el precio del pasaje y quedará exento de responsabilidad; c)
Por toda modificación importante en horarios, escalas previstas, desviación del buque de la ruta
pactada, las plazas de acomodación adquiridas por el pasajero y las condiciones de comodidad
convenidas, en cuyo caso, si el pasajero opta por la resolución, tendrá derecho a la devolución
del precio total del pasaje o de la parte proporcional del mismo correspondiente al trayecto que
falte por realizar y a la indemnización de daños y perjuicios, si la modificación no se debiera a
causas justificadas.
d) Si antes de comenzar el viaje o durante su ejecución surgieran eventos bélicos que expusieran
al buque o al pasajero a riesgos imprevistos, en cuyo caso ambas partes podrán solicitar la
resolución sin indemnización. e) Si una vez comenzado el viaje el pasajero no pudiera
continuarlo por causas fortuitas, en cuyo caso el porteador tendrá derecho a la parte
proporcional del precio según el trayecto realizado.
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26. Sigue. Régimen de responsabilidad y limitación
El Convenio imputa al transportista ejecutor y a sus empleados o agentes los daños y perjuicios
acaecidos únicamente en la fase del transporte que ejecuten; y la responsabilidad solidaria del
transportista contractual y del transportista ejecutor (art. 4.º4). Por otro lado, distingue entre el
transporte de pasajeros y de equipajes, imponiendo la responsabilidad por culpa para el caso de
muerte o lesiones corporales y estableciendo una presunción iuris tantum de culpa en caso de
naufragio, abordaje, varada, explosión, incendio, deficiencia o innavegabilidad del buque; en los
demás casos, corresponde al pasajero, en cuanto demandante, demostrar la culpa o negligencia
del porteador o de sus empleados y agentes, así como el acaecimiento y la entidad del daño
durante la fase acuática del transporte (art. 3.º2 y 3). El artículo 61 exime de responsabilidad al
transportista cuando la muerte o las lesiones del pasajero hayan sido causadas por la culpa o
negligencia de la propia víctima.
En relación con el equipaje, si es de camarote rigen las mismas normas que en el caso de muerte
o lesiones personales del pasajero, y si no es de camarote se establece una presunción iuris
tantum de la culpa o negligencia del porteador con independencia de la naturaleza del suceso
generador de la pérdida o daño.
El porteador tiene que contratar un seguro obligatorio. La Ley dispone que el porteador efectivo
que ejecute el transporte en un buque que transporte más de doce pasajeros estará obligado a
suscribir un seguro obligatorio de responsabilidad por la muerte y lesiones corporales de los
pasajeros que transporte, con un límite por cada pasajero y cada accidente no inferior a lo que
establezcan los convenios y las normas de la Unión Europea. Reglamentariamente se regularán
los detalles de este seguro obligatorio y del certificado que los buques deberán llevar
obligatoriamente a bordo. El perjudicado tendrá acción directa contra el asegurador hasta el
límite de la suma asegurada. El asegurador podrá oponer las mismas excepciones que
correspondieran al porteador de acuerdo con el artículo 3 del Convenio Internacional relativo al
Transporte de Pasajeros y sus Equipajes por Mar y, en su caso, el hecho de que el accidente fue
causado dolosamente por el asegurado. Podrá además oponer en todo caso el límite de
responsabilidad establecido en el artículo 7 del Convenio, incluso en el caso de que su asegurado
lo hubiera perdido de acuerdo con el artículo 13 del Convenio.
En conclusión, el pasajero está mejor protegido bajo el sistema del Reglamento europeo, cuya
aplicación es obligatoria en España.
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27. El contrato de crucero marítimo. Concepto, caracteres y distinción de figuras afines
El crucero marítimo es un contrato atípico en virtud del cual una parte, el organizador o
responsable del crucero, se obliga a transportar a un colectivo de pasajeros a una o varias
localidades determinadas según un itinerario convenido, y a proporcionar otra serie de
prestaciones a bordo o en tierra, a cambio de una contraprestación económica. Es un contrato
mixto, de transporte de personas al que se añaden otras prestaciones esenciales, que consisten
en el alojamiento, manutención y, en general, la organización del tiempo libre. La
heterogeneidad del contenido obligacional no impide, sin embargo, que pueda ser considerado
una modalidad del pasaje, pues a diferencia de otros contratos turísticos, que cumplen su
cometido organizando íntegramente el viaje, en el crucero marítimo el organizador tiene que
velar en todo momento por la seguridad del pasajero. Es un contrato bilateral con la
singularidad de que una parte, el organizador, es una empresa naviera, que dispone de un
buque apropiado. Es oneroso porque el billete representa la contraprestación económica por
todos los servicios ofrecidos por el organizador. Correlativamente el organizador corre con los
gastos y desembolsos de los servicios ofrecidos. Y es de tracto sucesivo porque la prestación no
se agota con un acto, sino que requiere una serie de actuaciones que se ejecutan en un plazo
determinado.
El crucero marítimo se distingue del pasaje y del fletamento de cruceros por viaje. En el pasaje
las eventuales prestaciones de cabina y alojamiento son accesorias respecto de la prestación
fundamental de transporte; en el crucero no, porque todas tienen carácter esencial: tan
importante es llegar a todos los puertos (que no son intermedios o de escala, sino de llegada)
como satisfacer las otras necesidades del pasajero (alojamiento, manutención, excursiones,
conferencias, juegos, visitas a museos, etc.). El crucero tampoco se identifica con el denominado
«fletamento de cruceros», que tiene por objeto las relaciones entre el titular del buque (fletante)
y el operador o responsable del crucero, que ocupa la posición de fletador. En el fletamento, el
pasajero o el colectivo de pasajeros no son parte contractual. Este tipo de contrato, de gran
utilización en el tráfico marítimo, ha sido objeto de regulación privada, y la BIMCO dispone de
un formulario tipo que se conoce con el nombre de Cruisevoy 1997.
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28. El contrato de remolque
En todo caso, salvando los aspectos públicos del remolque obligatorio portuario regulado en la
citada ley de puertos, el contrato se rige por la autonomía de la voluntad, dominada por el
derecho de los formularios tipo y lo dispuesto en la Ley de Navegación Marítima.
Es una derogación más formal que de contenido pues la regulación legal tampoco aporta
novedades significativas y mantiene la distinción clásica entre remolque transporte y remolque
maniobra, lo que tiene reflejo en el concepto legal y la imputación de responsabilidades.
Frente a esa definición doctrinal, el concepto legal es descriptivo: «Por el contrato de remolque
el armador de un buque se obliga, a cambio de un precio, a realizar con él la maniobra necesaria
para el desplazamiento de otro buque, embarcación o artefacto naval, o bien a prestar su
colaboración para las maniobras del buque remolcado o, en su caso, el acompañamiento o
puesta a disposición del buque» ( art. 301 LNM). Quizás innecesario porque los tres supuestos
concretos añadidos, prestar colaboración en las maniobras, acompañar o puesta a disposición al
buque remolcado, implican un desplazamiento. Cuestión distinta es que sobre esa base se puede
diferenciar entre el remolque transporte y el remolque maniobra.
El remolque maniobra tiene por objeto la asistencia del remolcador a la maniobra del
remolcado. Salvo pacto en contrario, la dirección de la maniobra recae sobre el mando del
buque remolcado ( art. 303 LNM).
En cuanto a la responsabilidad por daños se aplican los principios de la culpa y solidaridad, sin
perjuicio del derecho de repetición entre armadores en atención al grado de culpa respectivo.
El contenido del artículo 4.º de la Ley de Auxilio y Salvamento, a pesar de su derogación formal,
puede tener aplicación cuando dispone que el remolcador tendrá una remuneración más
elevada que la del remolque e inferior a la del salvamento. Entendemos que los tribunales
seguirán aplicando el mismo criterio, por lo demás consolidado jurisprudencialmente. Lo mismo
cabe decir cuando establece que el precio se distribuirá atribuyendo dos tercios al propietario
del buque remolcador y un tercio a su dotación, a no ser que se trate de un buque dedicado a la
industria del remolque, en cuyo caso corresponderá íntegramente al armador (art. 17 LAS).
Las acciones nacidas del contrato de remolque prescriben en el plazo de un año ( art. 306
lnm). Con una norma tan clara queda superada la discusión anterior donde el plazo de
prescripción variaba entre uno y dos años según la acción ejercitada: reclamación del precio
(art. 951 C. de C.), daños y retrasos al remolcado (art. 952.2 C. de C.) o responsabilidad frente a
terceros (art. 953 C. de C.).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
V. Otros contratos de utilización del buque
29. El contrato de gestión naval
En el epígrafe correspondiente analizamos la figura del gestor naval, entre los colaboradores del
empresario de la navegación. Ahora se trata de exponer el régimen jurídico del contrato que da
origen a la figura, según la escueta disciplina de la Ley de Navegación Marítima, artículos
314 a 318.
Por el contrato de gestión naval una persona se compromete, a cambio de una remuneración, a
gestionar, por cuenta y en nombre del armador, todos o alguno de los aspectos implicados en la
explotación del buque. Dichos aspectos pueden hacer referencia a la gestión comercial, náutica,
laboral o aseguradora del buque (ar. 315 LNM). Esta modalidad contractual no hay que
confundirla con el fletamento, por tiempo o viaje, donde el fletador asume el empleo comercial
del buque, pero no la gestión náutica, que permanece bajo el control del fletante.
Es un contrato bilateral porque intervienen dos partes, el armador y el gestor naval, Oneroso
porque se pacta una contraprestación económica, al que libremente acuerdan las partes. Es
dispositivo, no obstante, la Ley impone la norma aplicable según los casos: Las relaciones entre
el armador y su gestor se regirán por lo establecido en el contrato de gestión y, en su defecto, por
las normas reguladoras del contrato de agencia o de comisión mercantil, según se trate o no de
una relación duradera. En ningún caso el contrato constituye una relación laboral pues está
sometido a la Ley de Navegación Marítima. Es consensual pues la Ley no exige formalidad
especial para la perfección.
La obligación principal del gestor consiste en ejercer los servicios contratados con la diligencia
de un ordenado empresario y de un representante leal, protegiendo los intereses del armador.
En sus relaciones con terceros, el gestor debe manifestar su condición de mandatario, haciendo
constar la identidad y domicilio del armador, siendo responsable solidariamente con el armador
frente a terceros, si ocultara su condición.
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V. Otros contratos de utilización del buque
30. El contrato de consignación de buques
El contrato de consignación de buques da lugar la figura del consignatario, que puede ser de
buque o de mercancías, figura que hemos tratado entre los colaboradores del empresario
marítimo. La Ley de Navegación Marítima regula el contrato en los artículos 319 a 324.
Por el contrato de consignación, una persona, denominada consignatario, por cuenta del
armador o del naviero se ocupa de las gestiones materiales y jurídicas necesarias para el
despacho y demás atenciones al buque o de las mercancías en puerto. El concepto legal solo
contempla la figura del consignatario del buque, pero sirve para la consignación de mercancías.
Las relaciones internas entre el consignatario y el armador o naviero se regulan por el contrato
de comisión mercantil cuando la consignación es ocasional y por el de agencia cuando los
servicios son continuados y estables, pudiendo solo en este caso ser en exclusiva. Especial
relevancia ofrece la facultad de firmar los conocimientos de embarque haciendo constar el
nombre y dirección del armador o naviero por cuya cuenta actúa. Si no lo hiciera, responderá
del transporte solidariamente con el armador o naviero. La misma regla se seguirá cuando el
consignatario firme los conocimientos por cuenta del porteador fletador. El consignatario no
será responsable ante los destinatarios del transporte de las indemnizaciones por daños o
pérdidas de las mercancías o por retraso en su entrega. Sin embargo, será responsable frente al
armador o naviero de los daños causados por culpa propia. No obstante, el consignatario habrá
de recibir las reclamaciones y reservas por pérdida o daños a las mercancías que le dirija el
destinatario del transporte, comprometiéndose a comunicarlas de modo inmediato al armador o
naviero. Las reclamaciones y reservas comunicadas al consignatario surtirán los mismos efectos
que las realizadas al armador o naviero.
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31. El contrato de practicaje
En las zonas portuarias y colindantes, la navegación afronta mayores riesgos y finalidad común
de las normas marítimas es facilitar una navegación segura, evitando accidentes que puedan
dañar a las personas, los bienes y el medio ambiente. Concretamente, las entradas y salidas de
las aguas portuarias exigen una pericia náutica especial, que no siempre está al alcance del
capitán. Se necesita un conocimiento práctico de capitanes locales cuya actuación se delimita a
ese entorno portuario. El contrato de practicaje es el instrumento al servicio de la seguridad
náutica en esas zonas portuarias que presentan mayor riesgo.
La figura del práctico siempre ha existido, conocido originalmente como capitanes lemanes, y el
viejo Código de Comercio mencionaba al práctico en diversos preceptos (arts. 580.3, 612.6 y 7,
807 y 834 C. de C.).
Actualmente, tanto la figura del práctico como la regulación del practicaje están bien definidos y
presentan una doble naturaleza, pública y privada, de ahí la duplicidad de fuentes normativas
aplicables.
Precisamente esa experiencia práctica da el nombre al contrato de practicaje por el cual una
persona denominada práctico se obliga, a cambio de un precio, a asesorar al capitán en la
realización de las diversas operaciones y maniobras para la segura navegación de buques por
aguas portuarias o adyacentes. Incluye por tanto el servicio de asesoramiento prestado por el
práctico al Capitán para facilitar la entrada y salida portuaria y cualquier otra maniobra náutica
dentro del espacio portuario. La definición de practicaje viene a ser coincidente en las dos leyes
que lo regulan. La diferencia entre el artículo 325 de la Ley de Navegación Marítima y el 126.1
de la Ley de Puertos es el mayor ámbito espacial en la Ley de Navegación porque incluye las
zonas adyacentes, y en cambio la Ley de Puertos se reduce al ámbito portuario donde el servicio
es obligatorio, pero incluye el servicio a buques y artefactos flotantes.
Actualmente el artículo 328 de la Ley sigue los criterios anteriores del código, la jurisprudencia y
la Ley de Puertos, si bien especifica más los distintos supuestos. La regla general es la
imputación al práctico, sin perjuicio de la proporcionalidad.
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V. Otros contratos de utilización del buque
32. Contrato de manipulación portuaria. Contratos de carga y descarga, estiba y desestiba
Ya nos hemos referido a las empresas de carga y descarga, como colaboradores terrestres del
naviero; ahora interesa el aspecto contractual de esa colaboración.
El período de responsabilidad del operador se extiende desde el momento en que se hizo cargo
de las mercancías hasta que las entregó o las puso a disposición de la persona legitimada para
recibirlas.
El operador portuario está legitimado, al igual que el porteador, para acogerse al beneficio de la
limitación de la responsabilidad. En ese sentido la Ley de Navegación Marítima declara aplicable
el régimen de las Reglas de La Haya-Visby pero con las especialidades siguientes:
a) En los casos de pérdida o daño en las mercancías, estará limitada a una suma de dos derechos
especiales de giro, definidos por el Fondo Monetario Internacional, por kilogramo de peso bruto.
Cuando afecte al valor de otra parte, se tendrá en cuenta el peso total de las mercancías perdidas
o dañadas y de las mercancías cuyo valor haya resultado afectado para determinar ese límite de
responsabilidad.
b) En caso de retraso en la entrega, estará limitada a una suma equivalente a dos veces y media
de la remuneración que deba pagársele por sus servicios con respecto a las mercancías que
hayan sufrido el retraso, sin exceder de la cuantía total de la remuneración debida por la remesa
de que formen parte esas mercancías.
c) En ningún caso, la responsabilidad acumulada por pérdida o daño más la derivada de retraso
excederá de la suma que resultaría aplicable por pérdida total de las mercancías de dos
derechos especiales de giro según el Fondo Monetario Internacional.
El operador portuario, al igual que el porteador, pierde el beneficio de la limitación por las
mismas las causas previstas en el artículo 4.5 letra (e) de las Reglas de La Haya-Visby; es decir,
actuación intencional (dolo), o temerariamente y a sabiendas de que probablemente se
producirán daños (dolo eventual y negligencia grave).
La Ley de Navegación Marítima ha seguido el mismo criterio del porteador aplicando el régimen
de responsabilidad a las diversas acciones, independientemente del procedimiento y del
fundamento contractual o extracontractual, y tanto si se dirige contra el manipulador portuario
o contra los auxiliares.
Las reclamaciones por daños, pérdida o retraso de las mercancías manipuladas prescribirán a
los dos años de haber sido entregadas por el operador responsable. En caso de pérdida total,
dicho plazo contará desde el día en que hubieran debido ser entregadas.
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33. El contrato de compraventa de combustible
La sentencia del Tribunal Supremo, de 30 de julio de 2001, condena al adquirente del buque a
pagar el combustible debido por el anterior propietario. Las circunstancias del caso permiten
afirmar que se trata más bien de la asunción de la deuda en virtud del consentimiento del
adquirente que de un criterio de aplicación general, al margen de la asunción expresa de la
deuda.
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VI. Contratos de utilización de la aeronave
34. El transporte aéreo de personas y cosas
A. Regulación nacional
A. Regulación nacional
En virtud del transporte de cosas el porteador se obliga a trasladar por aire de un lugar a otro las
mercancías entregadas a cambio de un precio llamado flete. La especialidad reside en su
naturaleza de contrato real, que no se perfecciona hasta la entrega de las mercancías (art. 102
LNA). El contrato se documenta en la carta de porte, cuya emisión es obligatoria, sancionando al
porteador con la pérdida del derecho a los límites de responsabilidad si embarca mercancías sin
expedir el documento de transporte.
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VI. Contratos de utilización de la aeronave
34. El transporte aéreo de personas y cosas
B. Regulación internacional
B. Regulación internacional
Ya hemos dicho que se rige por el «Convenio de Montreal, 1999», cuyas disposiciones prevalecen
sobre los demás instrumentos internacionales. El Convenio ha entrado en vigor al haberse
cumplido las condiciones del artículo 53 y al haber sido ratificado por España (BOE núm. 122, de
20 de mayo de 2004); su aplicación es obligatoria para las autoridades y jueces españoles.
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VI. Contratos de utilización de la aeronave
35. La responsabilidad del porteador aéreo
A. Derecho interno
A. Derecho interno
a) En primer lugar, es objetiva, porque el porteador no responde por culpa o negligencia, sino
por el hecho objetivo del daño. En esa consideración influyen tres factores, la tutela de la
víctima, la creación del riesgo y la dificultad técnica de conocer las verdaderas causas del
siniestro, agravando así la prueba del perjudicado. Al ser una responsabilidad por causa poco
importa el comportamiento subjetivo del sujeto agente, el explotador, o de sus auxiliares, los
miembros de la tripulación. Responde incluso por accidente fortuito y aunque el transportista,
operador o sus empleados justifiquen que obraron con la debida diligencia (art. 120 LNA). La
prueba positiva de la diligencia no le exonera de responsabilidad. El Convenio de Varsovia
establece la presunción de culpa en relación al retraso: responde el porteador salvo que pruebe
que adoptó todas las medidas razonables para evitar el daño.
b) En segundo lugar, es una responsabilidad limitada, variando la cuantía para los daños
personales y materiales (arts. 117 y 118 LNA y RD 37/2001, de 19 de enero, que sigue el
Reglamento –CE– 2027/1997). El límite es por accidente y no por viaje. El explotador pierde el
beneficio en caso de dolo o culpa grave personal o de sus empleados (art. 121 LNA).
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VI. Contratos de utilización de la aeronave
35. La responsabilidad del porteador aéreo
B. Derecho convencional internacional
Sin embargo, con la entrada en vigor del Convenio de Montreal de 1999, que rige el transporte
internacional y sustituye al de Varsovia, el sistema sufre una profunda modificación, favorable
al pasajero, por dos motivos principales. En primer lugar, porque se objetiva más la
responsabilidad del transportista, al decir expresamente que «responderá por el daño causado,
en caso de muerte o lesiones corporales al pasajero, por la sola razón de que el accidente se haya
producido a bordo de la aeronave o durante cualquiera de las operaciones de embarque o
desembarque». Es decir, que la objetividad se sitúa claramente en el caso de daños corporales.
En segundo lugar, porque el transportista no podrá limitar el importe de la deuda de
resarcimiento cuando los daños no excedan de 100.000 derechos especiales de giro.
b) Lo mismo puede decirse respecto de los daños al equipaje facturado: responde cuando la
pérdida o avería se ha producido mientras se halla bajo su custodia, salvo defecto o vicio propio
de la cosa. Si el equipaje no fue facturado, responde por culpa o negligencia propia o de sus
dependientes. Transcurridos 21 días desde la fecha en que el equipaje debía haber llegado, el
pasajero podrá ejercer sus derechos, ex artículo 17.3.
c) Con relación al transporte de carga, se sigue el mismo criterio objetivo: responde por el mero
hecho de haberse producido el daño durante el transporte, es decir, cuando se halla bajo su
custodia. Sin embargo, puede exonerarse responsabilidad si prueba alguno de los supuestos
siguientes: 1) naturaleza, vicio o defecto propio de la carga; 2) embalaje defectuoso realizado por
persona distinta del transportista, dependientes o agentes; 3) acto de guerra o conflicto armado;
4) acto de autoridad ejecutado en relación a la entrada, salida o tránsito de la carga (art. 18).
d) La responsabilidad por retraso, tanto del pasaje y su equipaje como de la carga, se rige por un
sistema subjetivo, con presunción de culpa o inversión de la carga de la prueba, porque el
transportista, para exonerarse de responsabilidad, deberá probar la debida diligencia. Es decir,
que él y sus dependientes y agentes adoptaron todas las medidas razonables para evitar el daño
(art. 19).
f) Por lo que respecta a los límites de indemnización, conviene distinguir los siguientes
supuestos: i) En el caso de muerte o lesiones, el transportista no puede limitar el importe de la
indemnización cuando el daño por pasajero no exceda de 100.000 derechos especiales de giro
(DEG) (art. 21.1). Cuando exceda de 100.000 derechos especiales de giro (DEG) por pasajero, la
indemnización se limitará a esa cantidad de 100.000 derechos especiales de giro (DEG)
únicamente en dos casos. Cuando pruebe que el daño 1) no se debió a la negligencia o a otra
acción u omisión del transportista o sus dependientes o agentes o 2) se debió únicamente a la
negligencia u otra acción u omisión indebida de un tercero (art. 21.2). ii) En caso de daño
causado por retraso en el transporte de pasajeros, la responsabilidad se limita a 4.150 derechos
especiales de giro (DEG) por pasajero. iii) La limitación por daños al equipaje –destrucción
pérdida, avería o retraso– es de 1.000 derechos especiales de giro (DEG) por pasajero. iv) En el
transporte de carga, la indemnización por pérdida, avería o retraso, no será superior a una suma
de 17 derechos especiales de giro (DEG) por kilogramo (art. 22). En los dos últimos supuestos, si
existe una declaración especial de valor y pagado una suma suplementaria, se pagará el valor
declarado, salvo que demuestre que es inferior al valor de la carga en destino.
Los importes máximos son inderogables, salvo que beneficien al perjudicado. Por tanto, serán
válidas las cláusulas contractuales que aumenten o supriman los límites fijados legalmente (art.
25).
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VI. Contratos de utilización de la aeronave
36. Los derechos del pasajero en la Unión Europea
Una situación especial deriva de la regulación comunitaria sobre los derechos del pasajero, cuyo
ámbito de aplicación no se identifica ni con la legislación interna ni con la internacional. La
legislación europea amplía los derechos del pasajero.
La idea matriz descansa en una política de mayor protección de los pasajeros, considerados
usuarios o consumidores del servicio de transporte aéreo, es decir, partes contractuales en
situación desfavorable o desequilibrada frente a las compañías aéreas, que imponen sus
condiciones generales sin negociación. Esa mayor protección va acompañada de la necesidad de
disminuir el número de cancelaciones y retrasos que siguen aumentando, a pesar de las medidas
de protección que ya fueron aprobadas en el Reglamento de 1991.
Los derechos son inderogables. Toda cláusula que limite o derogue las obligaciones para con los
pasajeros establecidas en el Reglamento son nulas y se tendrán como no puestas. Si el pasajero
acepta compensaciones inferiores y posteriormente demuestra que la aceptación fue por causa
de la información defectuosa o incompleta de la compañía, no pierde el derecho a obtener una
compensación adicional (art. 15).
Se aplica a cualquier vuelo, regular e irregular o vuelos chárter, siempre que cumpla alguna de
las condiciones siguientes: a) la salida se realice desde un aeropuerto de la Unión Europea, o b)
el destino sea un aeropuerto de la Unión Europea, si el vuelo lo opera una compañía
comunitaria. Existen una serie de requisitos de aplicabilidad con relación al pasajero, que
detalla el artículo 3.2 del Reglamento, tales como reserva confirmada, que no viaje
gratuitamente o con pasaje reducido, y deberá viajar en aeronaves de motor con ala fija. Los
viajes combinados tienen un régimen especial. Por otro lado, es indiferente que el transportista
sea contractual o efectivo y que el manejo de la aeronave sea a título de propiedad o
arrendamiento, y con o sin tripulación.
El Reglamento define al transportista aéreo como toda empresa de transporte aéreo que posea
una licencia de explotación. Se entiende por transportista aéreo encargado de efectuar un vuelo,
todo transportista aéreo que lleve a cabo o pretenda llevar a cabo un vuelo conforme a un
contrato con un pasajero o en nombre de otra persona, jurídica o física, que tenga un contrato
con dicho pasajero. Y transportista comunitario es todo transportista aéreo que posea una
licencia de explotación válida expedida por un Estado miembro (art. 2).
Los derechos especiales del pasajero se reconocen en tres supuestos concretos: denegación de
embarque contra su voluntad, cancelación de vuelo y retraso, salvo que la anulación se le haya
comunicado con la suficiente antelación.
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Lección 62. Transporte marítimo y otros contratos de utilización del buque y de la aeronave
VI. Contratos de utilización de la aeronave
37. Denegación de embarque (overbooking)
Cuando el número de pasajeros con reserva de vuelo supera al de las plazas disponibles, la
compañía aérea está obligada, en primer lugar, a solicitar la lista de pasajeros que
voluntariamente renuncian al vuelo, a cambio de asistencia y ciertas compensaciones. Si el
número de voluntarios es insuficiente respecto de las plazas disponibles con reserva, el
transportista tiene derecho a denegar el embarque, compensándoles inmediatamente con los
derechos reconocidos en el Reglamento: compensación económica, elegir entre el reembolso o
un transporte alternativo y comida, alojamiento y desplazamientos (arts. 4, 7, 8 y 9). Para
comprender mejor el alcance de los derechos hay que distinguir dos tipos de situaciones: los
pasajeros que renunciaron voluntariamente al embarque y los que forzosamente no fueron
embarcados.
Los Tribunales españoles han tenido ocasión de pronunciarse sobre esta materia. Así, la
sentencia del Tribunal Supremo, de 2 de abril de 1993, entendió que la sobreventa de pasajes es
un incumplimiento de la teoría general del contrato y da lugar a la correspondiente
indemnización de daños y perjuicios. A partir de ahí, las Audiencias Provinciales han reiterado
el mismo criterio, matizando que la cancelación por sobreventa debe ser injustificada, no siendo
causa suficiente de justificación el hecho estadístico de que el pasajero no se presenta
regularmente al embarque (SAP Vizcaya de 22 de julio de 2000 y SAP de Madrid de 10 de
noviembre de 1995). Si quiere exonerarse de responsabilidad, la compañía aérea debe probar
que la denegación del embarque no es imputable a su comportamiento (STS de 20 de mayo de
1997). Existen sentencias que han reconocido el derecho a ser indemnizado por el lucro cesante
(SSTS de 16 y 30 de junio de 1993), aunque otras lo han rechazado (STS de 31 de mayo de 2000 y
SAP Barcelona de 24 de mayo de 1995, se alegó que la pérdida del vuelo impidió concertar un
negocio millonario). La sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona, de 29 de mayo de
1995, condenó por sobreventa a la agencia de viajes con la que se había contratado el vuelo,
posteriormente cancelado por sobreventas y a pesar de que otros clientes decidieron cambiar el
destino de sus vacaciones una vez producida la cancelación. Por último, en cuanto a la extensión
de la indemnización, existen sentencias que han reconocido la reparación del daño moral. Entre
otras las sentencias de la Audiencia Provincial de Barcelona, de 26 de febrero de 1993, y de la
Audiencia Provincial de Lérida, de 12 de marzo de 1998, al entender que existe daño moral al
haber cancelado el vuelo un día antes, cuando el destino era la India en el primer caso y la luna
de miel el motivo del segundo.
En el caso de viajes combinados, es decir, aquellos que además del vuelo incluyen otros servicios
turísticos [alojamiento, manutención, actividades culturales, etc., v. artículo 2.º1 de la
Directiva 90/314/(CEE)], los derechos del pasajero pueden ejercitarse contra el operador turístico,
si no presta los servicios contratados dentro de la Unión Europea, independientemente del
destino del viaje. Lo mismo puede decirse si no se realiza algún vuelo incluido en el viaje.
Igualmente, cuando el operador turístico no le preste una parte considerable de los servicios
contratados, estará obligado a facilitarle asistencia y a darle soluciones alternativas, incluido el
transporte, sin coste adicional.
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Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
I. Introducción
1. Los accidentes marítimos en la Ley de Navegación Marítima (RCL 2014, 1045)
El Derecho marítimo se ha construido en torno a la noción del viaje marítimo, entendido como
una empresa común en la que los diversos intereses en juego, expuestos a riesgos excepcionales,
necesitan un tratamiento especial y diferenciado. En efecto, las normas de Derecho civil no
llegan a comprender que, dentro de la idea asociativa, el principio de solidaridad debe primar
sobre otras consideraciones. Pero los riesgos no solamente acechan a los intereses unidos por
una relación contractual, sino que las relaciones con terceros también sufren las consecuencias
de los accidentes del mar. Esa doble consideración, contractual y extracontractual, explica
instituciones nucleares en la configuración de nuestra disciplina, como son los seguros
marítimos, la avería gruesa, el salvamento y la protección del medio marino.
La Ley de Navegación Marítima, fiel al carácter especial de la materia regulada, dedica el título
VI bajo la rúbrica «Accidentes de la Navegación» (arts. 370 a 421) a regular las consecuencias de
los eventos extraordinarios y típicos que suceden durante la navegación marítima. La disciplina
es especial pues no puede limitarse a recoger los preceptos del derecho común, diseñados para
circunstancias inexistentes en la vida terrestre. Basta pensar en el accidente de abordaje que,
siendo un supuesto evidente de responsabilidad extracontractual, la norma del artículo 1902
del Código Civil aplicable a cualquier accidente de colisión no tiene en cuenta que la colisión
náutica, a diferencia de la terrestre, presenta la circunstancia de que el buque, vehículo de la
navegación, se desplaza sobre una superficie tan movible y cambiante como el mar, impensable
en la carretera.
La Ley recoge solo los accidentes típicos de la navegación marítima que no pueden ser
encuadrados en el régimen general. De modo más concreto regula en cinco capítulos separados
el abordaje, la avería común o gruesa, el salvamento, el naufragio o hundimiento y la
contaminación marítima. De ese modo, deja fuera de la regulación las averías marítimas,
contempladas en el Código de Comercio como un verdadero cajón de sastre, lo que no
significa que deban ser omitidas en el estudio de la disciplina.
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Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
II. Averías marítimas
2. Definición y clases
2. DEFINICIÓN Y CLASES
Un primer significado de la avería hace referencia al daño parcial, distinto de la pérdida total.
Originariamente la noción de avería se contrapone a la de pérdida, porque el objeto dañado es
susceptible de reparación, y el perdido, no. La evolución posterior ha ido borrando la distinción
hasta poder afirmar que, en el terreno práctico, se utiliza el concepto de avería o daño total,
quedando relegada la noción de avería hasta identificarse con el daño parcial.
Por otra parte, la distinción entre averías simples o particulares y averías gruesas o comunes
depende de que exista beneficio común. Las primeras se imputan al propietario o titular del
bien afectado; las segundas se reparten entre todos los interesados en la expedición como luego
veremos al tratar las averías gruesas.
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Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
II. Averías marítimas
3. La avería gruesa o común
A. El acto de avería. Concepto, requisitos y supuestos más frecuentes. Normas aplicables
La Ley define y detalla los requisitos del acto de avería gruesa. Sin embargo, para entender
correctamente el concepto hay que distinguir los tres aspectos que integran la institución de la
avería común: la definición o calificación del acto de avería, la contribución y la liquidación de
la avería.
El primer aspecto hace referencia al concepto del acto de avería, y es lo que define la Ley de
Navegación Marítima en el artículo 347. La definición resulta esencial para comprobar si el
supuesto de hecho satisface los requisitos exigidos y si se incluye en alguno de los supuestos
concretos de avería. El segundo se refiere al deber de contribuir, es decir, al reparto
proporcional de los daños y gastos entre todos los interesados en la aventura marítima, para lo
que se forma la masa activa y la masa pasiva. El tercer aspecto es la ejecución o liquidación del
deber de contribución, que se canaliza por un procedimiento, conocido bajo la expresión
«liquidación de la avería gruesa» o conjunto de actos encaminados a hacer efectivo el deber de
contribuir.
La Ley dispone que existe acto de avería gruesa cuando, intencionada y razonablemente, se
causa un daño o gasto extraordinario para la salvación común de los bienes comprometidos en
un viaje marítimo con ocasión de estar todos ellos amenazados por un peligro. El concepto sigue
el criterio del viejo código y de las Reglas de York Amberes con tres diferencias importantes. La
mencionada de sustituir el beneficio común por la salvación común, a nuestro juicio más amplia
y atinada. La otra diferencia es haber añadido al requisito de la intencionalidad la
razonabilidad: el acto además de deliberado debe ser razonable. La tercera diferencia nos
parece discutible pues exige que el peligro amenace a todos los intereses que componen la
aventura marítima cuando el peligro puede afectar bien al buque, al cargamento o cualquiera de
las personas a bordo, pero indistintamente no a todos a la vez. En ese sentido la definición del
Código era más clara al disponer: «Son averías gruesas o comunes, en general, todos los daños y
gastos que se causen deliberadamente para salvar el buque, su cargamento, o ambas cosas a la
vez, de un riesgo conocido y efectivo», aunque omitía el requisito de acto razonable (art. 811 C.
de C.). La Regla A menciona el requisito de intención razonable y la seguridad común, en vez de
salvación común, aunque son términos equivalentes.
Los casos de avería común afectan tanto al buque como al cargamento y pueden ser por daños o
gastos. Sin ánimo exhaustivo, siguiendo la práctica y los supuestos enumerados en las reglas
cabe mencionar los siguientes:
Las Reglas de York y Amberes tipifican trece casos singulares: echazón o efectos arrojados al
mar para aligerar el buque (I y II), extinción de fuego a bordo (III), corte de restos (IV), varada
voluntaria (V), remuneración por salvamento (VI), daños causados a las máquinas (VII), gastos
de alijo de un buque embarrancado y sus consecuencias (VIII), efectos y provisiones del buque
quemados como combustible (IX), gastos en puertos de refugio (X), salarios y manutención de la
tripulación para ganar un puerto de refugio (XI), daños ocasionados al cargamento en la
descarga (XII), pérdida de flete (XV) y adelanto de fondos (XX). A ellos cabe añadir otros
conocidos en la práctica como gastos de rescate, daños causados al cargamento por razón de
seguridad, gastos de reflotamiento, daño al buque para salvar el cargamento, pérdida de valor
de los géneros vendidos en arribada forzosa para reparar el buque por causas de avería gruesa,
gastos de liquidación de la avería, por aplicación del principio «una vez en avería gruesa,
siempre en avería» y hundimiento voluntario de otro buque por causa del incendio.
Por otro lado, la práctica internacional viene rechazando, como medida preventiva de posibles
fraudes, una serie de casos, aunque cumplen los requisitos generales de intencionalidad,
razonabilidad y beneficio o utilidad común. Así, los daños al aparejo, respetos, pertrechos y las
provisiones que se encuentren a bordo; los daños a las mercancías no declaradas o declaradas
fraudulentamente, y los daños a las mercancías transportadas sobre cubierta, salvo que se
hubiera pactado expresamente su transporte.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
II. Averías marítimas
3. La avería gruesa o común
B. Contribución. El deber de contribuir, constitución de masa activa y pasiva y principio de
proporcionalidad
La Ley dispone una serie de normas presididas por los criterios de la proporcionalidad, relación
de causalidad y ausencia de formalidades. Para ello hay que formar la masa activa en donde se
admiten los daños o gastos que sean consecuencia directa o previsible del acto de avería, que se
enfrenta a la masa pasiva, es decir, integrada por los valores de los bienes obligados a
contribuyentes. La regla proporcional significa que los daños o gastos ocasionados en acto de
avería gruesa serán soportados por los titulares de los intereses en riesgo en el momento de la
avería, en proporción y con el límite del valor salvado de cada uno de ellos. No obstante, cuando
la situación de peligro que justifica el acto de avería gruesa se deba a la culpa de alguna de las
partes interesadas en el viaje, todos los daños y gastos causados serán a cargo del culpable, y no
habrá lugar a contribución de las partes inocentes.
La fase de contribución no está sometida a ninguna formalidad, debiendo respetar los criterios
de contribución. A ese respecto el capitán debe cumplir con las obligaciones de su cargo y
deberá haber reseñado el supuesto de avería en el Diario de Navegación, pero el deber de
contribuir a la avería gruesa no está subordinado al cumplimiento de ningún requisito formal a
bordo.
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II. Averías marítimas
3. La avería gruesa o común
C. La liquidación
C. La liquidación
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II. Averías marítimas
3. La avería gruesa o común
D. Prescripción
D. Prescripción
El cómputo del plazo inicia al terminar el viaje en el que tuvo lugar el acto de avería,
entendiéndose que para cada partida de mercancías termina en el momento de su descarga
definitiva. Este plazo se interrumpe por el comienzo de un procedimiento privado o de
certificación pública para su liquidación. Al igual que otras acciones reconocidas en la Ley, se
trata de un plazo de prescripción y no de caducidad considerando los términos claros en que se
manifiesta.
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II. Averías marítimas
4. La avería particular
4. LA AVERÍA PARTICULAR
Todo daño o gasto causado durante la aventura marítima que no sea avería gruesa se reputa
avería simple o particular. Cuando existe un daño o gasto y falta alguno de los requisitos de la
avería común (intencionalidad, razonabilidad, peligro o salvamento común) estamos en
presencia de un acto de avería simple. Consecuentemente, el deber de todos de contribuir
proporcionalmente al valor de los intereses salvados se sustituye por el principio general de que
la cosa perece para su dueño (res perit domino). Ante la ausencia de regulación positiva, a
diferencia del código que enumeraba los casos de avería particular (art. 809 C. de C.), son de
aplicación los principios de Derecho común.
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5. Abordaje
A. Concepto
A. Concepto
Con la definición legal quedan superadas una serie de decisiones judiciales que negaban el
abordaje y consiguiente aplicación de la legislación marítima en favor de la civil, que a efectos
interpretativos conviene recordar. Así, la colisión entre un buque y otro elemento fijo, por
ejemplo, boyas, balizas, muelles o plataformas de explotación, como afirmó la sentencia del
Tribunal Supremo, de 13 de noviembre de 1972; o la colisión con otro elemento móvil que,
encontrándose en el mar, no podía ser calificado de buque pues ahora se amplía a la colisión
entre buques, embarcaciones o artefactos navales, superando así la noción limitada de buques
mercantes. La sentencia del Tribunal Supremo, de 13 de junio de 2003, considera que la colisión
de buques contra objetos fijos, como un muelle o una roca, no es un abordaje y, por tanto, no se
aplica la legislación marítima del artículo 834 del Código de Comercio, sino el artículo
1.902 CC para depurar el régimen de responsabilidad.
Por otro lado, se considera abordaje la colisión entre dos buques, aunque no estén navegando;
por ejemplo, cuando, estando amarrados los buques en el puerto, rompen amarras y el
desplazamiento produce la colisión. Repárese que en ese caso hay movimiento ni navegación
propiamente dicha, pero es consecuencia de un riesgo del mar.
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5. Abordaje
B. Fundamento de la responsabilidad y clases de abordaje
Desde esa perspectiva cabe distinguir cuatro tipos de abordaje: a) abordaje culpable, b) abordaje
fortuito, c) abordaje por culpa común y d) abordaje dudoso o por causa desconocida.
a) El armador del buque, embarcación o artefacto naval culpable del abordaje indemnizará por
los daños y perjuicios sufridos por el otro y por las personas y las cosas a bordo así como los
causados fuera de ellos. La relación de causalidad y la culpa en el abordaje deben ser probadas
por quien reclama la indemnización.
b) En el abordaje fortuito o causado por caso fortuito, fuerza mayor o hecho de tercero, cada
nave y su carga soportará sus propios daños. Era el criterio seguido en el artículo 830 del
Código de Comercio y la misma solución adoptada en el artículo 2.º del Convenio. La Ley de
Navegación Marítima no lo regula por ser la disciplina coincidente con el régimen general civil,
no necesitado por tanto de normas especiales.
c) Junto al abordaje culpable la Ley regula el abordaje común o por culpa compartida
estableciendo que la responsabilidad de sus respectivos armadores se graduará en proporción al
grado de culpa atribuido a cada buque o, en su caso, embarcación o artefacto naval. El criterio es
el mismo del mantenido en el Convenio (art. 4), coincidente también con el del Código de
Comercio y también el seguido por la jurisprudencia según sentencia del Tribunal Supremo, de 6
de octubre de 1989. Por su parte, la sentencia del Tribunal Supremo, de 23 de mayo de 2011,
reitera la doctrina de la imputabilidad común de los buques colisionados y los efectos de la
sentencia civil sobre el abordaje en punto a la aplicación de la limitación de la responsabilidad.
Finalmente, ley suprime toda exigencia de requisitos formales para solicitar y en su caso obtener
la indemnización, en el bien entendido que el reclamante deberá probar además del daño y su
entidad, la culpa del armador y la relación de causalidad entre el daño y el abordaje. En este
sentido las partes tienen el deber de colaborar recíprocamente en la inspección de los daños
sufridos.
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6. Arribada forzosa
6. ARRIBADA FORZOSA
Hay arribada cuando el buque se desvía del itinerario y llega a un puerto no previsto, y se llama
forzosa si tiene lugar por circunstancias excepcionales que inhabilitan el buque para navegar.
En esos términos se expresaba el derogado artículo 819 del Código de Comercio. La Ley de
Navegación Marítima regula la arribada por inhabilitación del buque en el ámbito del contrato
de transporte (art. 224), que ya examinamos al hablar de las obligaciones del porteador.
Las consecuencias de la arribada forzosa son distintas según sea legítima o no. En la legítima los
gastos son siempre de cuenta del naviero o fletante pero los perjuicios al cargamento serán de
los cargadores. En principio, la arribada forzosa legítima debe ser calificada de acto de avería
gruesa, generando el consiguiente deber de contribución. Por ejemplo, los gastos de descarga de
la mercancía para hacer reparaciones en el buque, y que también pusieran en peligro el
cargamento, se distribuirán proporcionalmente entre el valor del buque y de la carga. En el
mismo sentido, la Regla X de York y de Amberes considera avería común los gastos de la
arribada por un salvamento común, incluyendo además las reparaciones provisionales,
remolques, descarga, almacén, reembarque y reestiba, combustible y provisiones ocasionados
durante el período extraordinario de paralización. En todo caso, la custodia y conservación del
cargamento desembarcado estará a cargo del capitán, debiendo responder a no mediar fuerza
mayor; se trata de la responsabilidad del depositario en el cuidado de las cosas que le fueron
entregadas, la llamada «responsabilidad ex receptum.
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7. Naufragio y hundimiento
7. NAUFRAGIO Y HUNDIMIENTO
La Ley dedica un capítulo entero, pero se refiere solo a la situación de los bienes naufragados,
los derechos de propiedad sobre los mismos y el régimen administrativo de las extracciones,
sometida en todo caso a la autoridad marítima ( arts. 369 a 383 LNM). La disciplina está en
íntima relación con las normas sobre salvamento.
Los buques, y otros bienes situados en el fondo de las zonas de navegación señaladas en cada
caso, naufragados o hundidos pueden ser objeto de salvamento, pero también objeto de
recuperación. En el primer caso se aplican las normas sobre salvamento a las relaciones entre el
titular y el salvador. En el segundo, el que ahora interesa, se rige por las normas de este capítulo
donde se abordan dos cuestiones esenciales: los derechos de propiedad y el régimen
administrativo de las extracciones. Cuando los bienes pertenecen al patrimonio cultural
subacuático, se rige por sus normas especiales, salvo previsión expresa en otro sentido.
La Ley precisa las obligaciones y deberes que incumben a los titulares de los buques u otros
bienes que naufraguen o se hundan en los espacios marítimos españoles en aras de la seguridad
de la navegación, para evitar perjuicios mayores y beneficio de sus propios titulares.
La primera es la obligación de notificación de los hechos acaecidos, que incumbe a los capitanes
y armadores de los buques, a la Administración Marítima en los términos y a los efectos que se
determinen reglamentariamente. La misma obligación incumbirá a los propietarios de otros
bienes naufragados que no fuesen transportados a bordo de buques o embarcaciones.
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III. Asistencias marítimas
8. Introducción. Precisiones terminológicas y conceptuales
Se habla de asistencia marítima para referirse a la ayuda prestada en el mar. Pero esa
definición, excesivamente amplia, tiene el inconveniente de no distinguir situaciones diversas,
que exigen un tratamiento jurídico diferenciado y son las siguientes: auxilio o asistencia,
salvamento, remolque, recuperación de restos y hallazgos marítimos. Las asistencias se
diferencian de los accidentes marítimos porque tratan de evitar o disminuir las pérdidas en el
mar. Es una disciplina especial, uniforme e internacional, contribuyendo las instituciones sobre
asistencia marítima, principalmente el salvamento, a la consideración del Derecho marítimo
como un Derecho autónomo y especial. La uniformidad internacional deriva de la constatación
elemental de que en el mar no existen fronteras y, frente al peligro de perder vidas humanas o
bienes en el mar, no cabe otra solución que intentar evitarlo, importando poco la nacionalidad
del buque o la titularidad del cargamento. Es el principio de solidaridad, irrenunciable en
cualquier expedición marítima, que debe presidir el régimen jurídico en esta materia.
Desde el punto de vista terminológico y conceptual, conviene precisar que el auxilio o asistencia
marítima comprende cualquier tipo de auxilio o asistencia en el mar. El salvamento marítimo es
el auxilio prestado a un buque en peligro, es decir, cuando la situación de peligro ya se ha
producido, pudiendo ser obligatorio o legal: cuando se realiza para salvar vidas humanas no da
lugar a remuneración; espontáneo y voluntario o contractual. El remolque marítimo es la ayuda
prestada a un buque que está fuera de peligro, distinguiéndose el remolque transporte del
remolque maniobra. Las extracciones marítimas son las asistencias para recuperar pecios o
restos marítimos, pudiendo ser obligatorio si los pecios causan peligro o voluntario. Los
hallazgos marítimos son ajenos a la idea de asistencia pues el hallador encuentra cosas
abandonadas en el mar o arrojadas a la costa por el mar, pero sin que sean productos del mar.
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IV. El salvamento marítimo
9. Fuentes legales. Evolución legislativa, del Código de comercio (LEG 1885, 21) a la Ley de
navegación marítima (RCL 2014, 1045)
Para comprender correctamente la regulación vigente conviene, por un lado, hacer una breve
reseña de la evolución legislativa, que comienza en el Código de Comercio de 1885 y culmina en
la reciente Ley de la Navegación Marítima de 2014, y por otro lado, tener presente que el
salvamento marítimo ha sido una de las instituciones que más pronto sintieron la necesidad de
la unificación internacional.
Por su parte, la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante de 1992 facultó a las
Autoridades Portuarias para exigir la remoción o proceder de oficio a la extracción de restos, sin
perjuicio del derecho de repetición (art. 107.2 LPEMM), y el Texto Refundido de la Ley de
Puertos del Estado y de la Marina Mercante de 2011 menciona las competencias del Ministerio
de Fomento y de las Autoridades portuarias respecto de los servicios de salvamento,
emergencias y lucha contra la contaminación dentro de la categoría de los servicios generales
prestados en los puertos de interés general [arts. 26, letra j); 62 número 3; 106 g) y 263], según
redacción modificada por la disposición final tercera de la Ley de Navegación Marítima.
Paralelamente, el Convenio de 1910, en vigor durante casi un siglo, fue sustituido por el
Convenio de Salvamento Marítimo, hecho en Londres el 28 de abril de 1989, y ratificado por
España según Instrumento de 14 de enero de 2005 (BOE n.º 57, de 8 de marzo de 2005). El
Convenio entró en vigor en el plano internacional el 27 de enero de 2006 y España formuló una
serie de reservas, principalmente sobre la no aplicación cuando la operación de salvamento se
desarrolle en aguas interiores y todos los buques afectados sean de navegación interior,
materias que han sido objeto de regulación en las citadas leyes sobre puertos.
Con esos antecedentes llegamos al año 2014, donde la Ley de Navegación Marítima deroga tanto
el Código de Comercio como la Ley de Auxilio y Salvamentos de 1962, excepto el título II (de la
jurisdicción y el procedimiento) que continúa en vigor en calidad de normas reglamentarias, y
remite la disciplina al citado Convenio de 1989. La Ley también habilita al Gobierno para dictar,
en el plazo de dieciocho meses, el correspondiente reglamento que permita recomponer el
Tribunal Marítimo Central, los Juzgados Marítimos Permanentes y demás órganos y adscribirlos
a la Administración marítima (disp. final décima). En conclusión, el régimen jurídico vigente se
rige por el Convenio Internacional sobre Salvamento Marítimo, hecho en Londres el 28 de abril
de 1989, por los Protocolos que lo modifiquen de los que España sea Estado parte, por las
disposiciones del capítulo III sobre el salvamento, integrado por los artículos 357 a 368 y por el
título II de la Ley de Auxilios y Salvamentos los aspectos procedimentales.
La regulación de la materia es, por tanto, uniforme con el derecho internacional, salvo algunas
especialidades de carácter administrativo, pues sigue confiando a los órganos especializados de
la Armada el arbitraje marítimo si las partes someten voluntariamente sus diferencias sobre el
premio de salvamento o cuando se trata de salvamento de bienes abandonados en la mar y de
propiedad desconocida. Asimismo, articula un concepto omnicomprensivo del salvamento,
habilita al capitán y al armador para celebrar convenios al respecto y facilita la intervención de
la Administración Marítima en las operaciones de salvamento con la finalidad de proteger el
medio ambiente. El reconocimiento de un derecho de retención del salvador, sin menoscabo del
recurso a un posible embargo preventivo del buque y bienes salvados, son otras novedades
destacadas de la Ley.
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IV. El salvamento marítimo
10. Concepto y requisitos
b) El resultado útil consiste en superar la situación de peligro. Por eso se dice que sin salvamento
no hay remuneración (no cure, no pay), salvo que el auxilio se haya prestado para proteger el
medio ambiente (art. 14 del Convenio de 1989).
Sin embargo, en algunas ocasiones, la concurrencia de los dos requisitos no es suficiente pues la
ayuda no puede ser calificada de salvamento: el realizado por la propia tripulación en beneficio
del buque o de la carga, el prestado por imperativo legal o cumpliendo una orden de la
Autoridad marítima y el prestado en virtud de una obligación anterior (es el caso del remolque
extraordinario: STS de 23 de enero de 1987).
La sentencia del Tribunal Supremo de 18 de octubre de 2011 vuelve, una vez más, sobre el
reiterado tema de la diferencia entre el salvamento que exige superar con éxito la situación de
grave peligro cuando el auxiliado no puede hacerlo con sus propios medios y el remolque
marítimo donde no existe grave riesgo.
Por su parte, la Ley de Navegación Marítima ofrece un concepto legal más amplio y al mismo
tiempo reducido en razón del ámbito espacial y en consideración a la naturaleza especial de
determinados bienes. Es más amplio porque incluye cualquier actividad de auxilio o asistencia,
al margen del resultado útil, esencial desde la óptica mercantil pero intrascendente desde el
punto de vista operacional, vinculado a veces a una obligación legal impuesta a los particulares
cuando se trata de salvar vidas humanas, o a la intervención de la administración pública por
razones de seguridad. También incluye el hallazgo de bienes de propiedad desconocida;
operación que denomina salvamento, pero no lo es pues por definición son bienes perdidos y
por tanto no superaron la situación de peligro. Y también incluye, aunque no hace falta decirlo,
además del salvamento de buques, el prestado a las embarcaciones y artefactos navales,
siguiendo así el criterio amplio de buques según el Convenio: toda nave o embarcación,
estructura apta para la navegación (art. 1.º b). Pero la noción legal es más restringida porque le
preocupa el ámbito de aplicación y no construir una noción doctrinal, válida con carácter
general. La Ley excluye, en efecto, el salvamento prestado en las aguas continentales que no
están en comunicación con las aguas del mar y no son utilizadas por buques de navegación
marítima. Y también excluye la asistencia prestada a bienes fijados de manera permanente e
intencional a la costa y cualquier operación que tenga por objeto el patrimonio cultural
subacuático, que se regirá por su legislación específica y los tratados internacionales vigentes en
que España sea parte. En cambio, considera salvamento, que técnicamente no lo es según el
concepto doctrinal, el hallazgo y recuperación inmediata de bienes abandonados en las aguas o
sus costas, salvo que sean producto del mismo mar o de las aguas navegables ( art. 358 LNM).
Los buques españoles pertenecientes al Reino de España están sometidos a la Ley, pero gozan de
tienen un régimen diferente. Mayor razón existe para los Buques y cargamentos extranjeros con
inmunidad soberana. A menos que el Estado del pabellón lo consienta, quedan excluidos de la
aplicación de la ley si, al efectuarse la ayuda, gozan de inmunidad soberana. Igualmente quedan
excluidos, salvo consentimiento del Estado propietario, los bienes no comerciales de propiedad
de un Estado extranjero que gocen de la inmunidad a que se refiere al apartado anterior. La
inmunidad soberana es un concepto debatido en cuanto a su alcance y depende de las normas
internas del pabellón, para evitar esas discusiones, la ley exige la inmunidad de conformidad
con los principios generalmente reconocidos en el Derecho internacional ( art. 366 LNM).
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IV. El salvamento marítimo
11. Clases de salvamentos. Salvamentos obligatorios
Además del deber general de salvar vidas humanas en el mar, impuesto por el principio de
solidaridad y sin derecho a remuneración por ese concepto, pero sí el de los bienes que se salven
en la misma operación, existen los denominados salvamentos obligatorios, impuestos por la
autoridad marítima.
Estos pueden a su vez ser realizados por la propia Administración pública o por particulares. La
diferencia más relevante es el derecho al premio, inexistente en el primer caso, pues ni a la
administración ni a los funcionarios actuantes se les reconoce remuneración alguna, y en
cambio es reconocida a los particulares obligados a prestar el servicio.
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IV. El salvamento marítimo
12. Salvamentos voluntarios. El contrato de salvamento
La Ley es parca en la regulación del contrato limitándose a declarar que las partes interesadas
podrán contratar las condiciones del salvamento libremente, sin más límite que su obligación
inderogable de actuar con la diligencia necesaria para evitar o reducir al máximo los daños al
medio ambiente. Lo que significa reconocer el principio de la autonomía de la voluntad en su
máxima expresión. También reconoce al capitán y al armador del buque la facultad para
celebrar un contrato de salvamento en nombre del propietario de los bienes que se encuentren a
bordo, siguiendo el criterio tradicional reconocido desde la época codificadora. Compatible con
la libertad contractual, la Ley impone a los salvadores respetar las órdenes e instrucciones de
supervisión cursadas por las autoridades públicas en los casos de salvamentos o auxilios
impuestos por razones de seguridad de la navegación o protección del medio ambiente marino (
art. 360 y 361 LNM).
En la práctica los contratos de salvamento están dominados por el derecho de los formularios,
que se imponen con carácter universal entre otras razones por la situación cartelizada en la que
operan este tipo de empresas que exigen gran especialización y también porque en situación de
peligro no hay tiempo para negociar y discutir las condiciones del contrato. Son pocas las
empresas salvadoras y lo importante el superar el peligro, y además sin resultado útil no hay
remuneración. El contrato tipo más conocido es el Lloyd's Open Form (LOF 95), redactado en
inglés y sometido al derecho del Reino Unido y al arbitraje en Londres. Existen, naturalmente,
algunos formularios redactados en español empleados en servicios prestados por operadores
nacionales pero su actuación suele ser en aguas sometidas a jurisdicción o derechos limitados de
soberanía; pocas veces prestan servicios en alta mar o aguas extranjeras.
En primer lugar, las operaciones de salvamento que hayan producido un resultado útil darán
derecho a un premio a favor de los salvadores, cuyo importe no podrá exceder del valor del
buque y demás bienes salvados. Es la aplicación del principio anglosajón no cure no pay,
codificado en los Convenios internacionales. Repárese que condicionar la remuneración al
resultado útil no significa, en términos de la Ley, la negación del salvamento. Además, existen
algunas excepciones, la ya citada de los salvamentos obligatorios para salvar vidas humanas en
peligro, y la introducida en el Convenio de 1989 de la remuneración especial por proteger el
medio ambiente pues si el esfuerzo no va acompañado del resultado se reconoce una
compensación para recuperar los gastos incurridos; es el conocido como premio
anticontaminante. Las partes pueden acudir al Tribunal Marítimo Central, y según reiterada
jurisprudencia la fijación del premio suele atender los criterios siguientes: el resultado obtenido,
los esfuerzos realizados, la intensidad y gravedad del peligro corrido, los gastos y daños sufridos
y el valor de las cosas salvadas. Todo ello explica el enorme grado de litigiosidad en esta materia.
En lo que hace a la titularidad pasiva y a su distribución, la Ley establece que el pago del premio
se efectuará por todos los intereses vinculados al buque y a los demás bienes salvados en
proporción a sus respectivos valores, sin perjuicio de que el premio pueda ser abonado por el
armador del buque salvado, a reserva de su derecho a repetir contra el resto de los intereses de
los bienes a bordo salvados por sus respectivas aportaciones o de lo que proceda en caso de
avería gruesa. En el caso de salvamento de bienes que no se hallen a bordo o no hayan sido
transportados por un buque será deudor del premio el titular de dichos bienes. Se deberá
premio incluso si los buques salvador y salvado pertenecen al mismo propietario.
Régimen especial se aplica a los buques extranjeros y a los buques de Estado nacionales, según
la definición del artículo 3 de la Ley de Navegación Marítima. A los buques salvadores no
nacionales, se les aplicarán las reglas anteriores de distribución salvo que la ley extranjera de su
pabellón disponga otra cosa. Y el salvamento prestado a los buques de Estado, dado su carácter
especial, el premio deberá solicitarse mediante el oportuno procedimiento administrativo, sin
que sean de aplicación las normas sobre retención o embargo de los buques o bienes salvados.
En este supuesto, los buques de Estado son sujetos pasivos del salvamento. Asimismo, se regirán
por estas normas los salvamentos efectuados por los buques y embarcaciones de Estado, es
decir, en este supuesto son sujetos activos del salvamento, en cuyo caso el premio que les
corresponda se pondrá a disposición de la administración u organismo de que dependan, que
proveerán a su equitativa aplicación ( art. 359 LNM).
Existen dos situaciones en donde, a pesar haber prestado el servicio y haber obtenido un
resultado útil, la Ley establece un régimen particular: el salvamento administrativo y el forzado.
La Ley de Navegación Marítima protege el derecho al cobro de forma especial y ya vimos que el
premio de salvamento es uno de los créditos marítimos privilegiados. Ahora el artículo 365 de
la Ley de Navegación Marítima corrobora ese carácter y reconoce al salvador el derecho de
retención. El salvador tendrá derecho a retener el buque y otros bienes salvados bajo su control,
en el puerto o lugar a que se hayan conducido tras la terminación de las operaciones de
salvamento mientras no se constituya a su favor garantía suficiente por el importe del premio
que se reclame. El armador del buque salvado, a petición y a costa del salvador, estará obligado
a condicionar la entrega de las mercancías transportadas por dicho buque a la constitución por
los destinatarios de garantía suficiente para responder del premio que les pudiera afectar. En
caso de incumplimiento de esta obligación será responsable de los perjuicios que por ello sufra
el salvador. Por tanto, se configura como un ius distraendi, es decir, que la ejecución queda en
manos del titular del crédito, sin necesidad de auxilio judicial. Naturalmente siempre puede
solicitar el depósito judicial de los objetos salvados que dieron lugar al premio.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
IV. El salvamento marítimo
13. Las extracciones marítimas
A. Derechos de propiedad
A. Derechos de propiedad
El derecho de propiedad sobre los buques u otros bienes hundidos o naufragados presenta un
régimen especial, diferente del régimen común porque el principio general de abandono o
derelictio, convirtiendo el bien en una res nullius supone unas consecuencias contrarias a los
objetivos del Derecho marítimo. También es diferente la aplicación de la disciplina sobre
usucapión o prescripción adquisitiva del Código Civil pues los plazos resultan excesivamente
amplios.
En efecto, los buques y las mercancías hundidas o naufragadas representan, por un lado, un
peligro para la navegación por lo que las autoridades públicas no pueden ser indiferentes y
deben intervenir en función de ciertas circunstancias; al mismo tiempo los propietarios
disponen de unas facultades especiales reconocidas en el ámbito del seguro marítimo.
Desde esa doble consideración la ley dispone ante todo la conservación de la propiedad ya que
ni el naufragio ni el hundimiento suponen por si mismos la destrucción del buque o de los otros
bienes y, por tanto, la pérdida de la propiedad. Consecuentemente los propietarios pueden
disponer de ellos y ejercer la facultad de abandono a favor del asegurador, bien para cobrar la
indemnización íntegramente o bien para trasmitirle la propiedad de los restos, salvo el derecho
de asegurador a rechazar el efecto traslativo si así se hubiera manifestado en la póliza. La
cuestión se trata detenidamente en el capítulo del seguro marítimo.
Pero al mismo tiempo el peligro potencial que los bienes hundidos presentan para la seguridad
de la navegación exige medidas que penetran en el derecho público. El Estado puede y debe
intervenir. La Ley de Navegación Marítima establece que el Estado adquirirá la propiedad de
cualquier buque o bien que se encuentre naufragado o hundido en las aguas interiores
marítimas o en el mar territorial españoles una vez transcurridos tres años desde el naufragio o
hundimiento, excepto la de los buques y embarcaciones de Estado. La excepción hay que
interpretarla referida a los buques o bienes de Estados extranjeros pues si son españoles por
definición ya pertenecen al Estado español. Esa interpretación se conforma en el párrafo
siguiente cuando declara que el Estado (se entiende el español) adquirirá la propiedad de
buques o bienes que, a la terminación del plazo mencionado, se encuentren situados en la zona
económica exclusiva o en alta mar y sean propiedad de españoles ( art. 374 LNM). En
definitiva, existen tres situaciones en función del lugar, de la nacionalidad y de la naturaleza del
buque.
a) Cuando sean bienes privados de españoles, transcurridos tres años desde el hundimiento o el
naufragio, el Estado español adquiere la propiedad dondequiera que se encuentren; es decir, en
aguas bajo jurisdicción española (aguas interiores y mar territorial), en aguas con derechos
limitados de soberanía (zona contigua y zona económica exclusiva) o en aguas libres (la alta
mar). b) Si son bienes pertenecientes a extranjeros, el Estado español solo adquiere la propiedad
cuando se encuentren en aguas interiores o mar territorial, quedan por tanto excluidos si se
encuentran en la zona económica exclusiva o el alta mar. c) Los buques de Estado extranjeros
hundidos o naufragados no pueden ser objeto de propiedad por el Estado español, porque se
entiende que en esa clase de buques el Estado al que pertenecen no los abandona nunca.
Por otra parte, la Ley señala que el plazo de prescripción se interrumpirá en el momento en que
se solicite la extracción, siempre que esta se inicie en el plazo concedido para ello y volverá a
correr si se suspenden los trabajos o termina el plazo concedido para ellos.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
IV. El salvamento marítimo
13. Las extracciones marítimas
B. Régimen de las extracciones
Cuando se habla de extracciones hay que distinguir, como hace la ley, entre las operaciones de
exploración y la de extracción propiamente dichas. Asimismo, no es indiferente el lugar en la
localización pues la navegación marítima se practica sobre aguas que presentan un régimen
jurídico diferente en relación al derecho de los Estados, sin olvidar que el buque mantiene su
pabellón nacional con independencia del lugar donde ha naufragado o se ha hundido. Lo mismo
cabe decir respecto a la especialidad de las operaciones sobre aquellos bienes que bien por su
naturaleza cultural o por ser buques de Estado no pueden seguir el tratamiento general, por lo
que su disciplina es doblemente especial.
En definitiva, el régimen legal de las extracciones marítimas atiende a estos cinco criterios
complementarios: tipo de operaciones, localización, pabellón del buque o nacionalidad del
titular de los bienes, naturaleza y titularidad pública o privada.
Cuando son bienes propiedad del Estado español y la Administración pública competente
entendiera que no le conviene la extracción o aprovechamiento directo, la Armada podrá
concederla mediante concurso con arreglo a la legislación de patrimonio de las
Administraciones Públicas.
El mismo principio de inmunidad soberana debe aplicar el Reino de España respecto a buques
de estado extranjero que se encuentren en nuestras aguas, en congruencia también con el
principio de reciprocidad. Así, los restos de buques de guerra extranjeros hundidos o
naufragados en espacios marítimos españoles gozan de inmunidad de jurisdicción conforme a lo
previsto en el artículo 50 de la Ley de Navegación Marítima. No obstante, las operaciones de
exploración, rastreo, localización y extracción de los mismos deberán ser acordadas entre los
órganos competentes del Estado de su pabellón y el Ministerio de Defensa. En su caso, tales
operaciones quedarán sujetas a lo establecido en la Convención sobre la Protección del
Patrimonio Cultural Subacuático de 2 de noviembre de 2001.
Por último, la especialidad también se proyecta sobre los objetos pertenecientes al patrimonio
cultural subacuático situados más allá del mar territorial. Concretamente, la regulación y
autorización de las actividades en la zona contigua española, zona económica exclusiva y
plataforma continental se regirán conforme a la Convención sobre la Protección del Patrimonio
Cultural Subacuático de 2 de noviembre de 2001, ratificada por España, y demás tratados en los
que España sea parte, así como en la legislación específica. En todo caso, precisará autorización
administrativa la extracción de los objetos arqueológicos o históricos situados en el fondo del
mar de la zona contigua española. La recuperación de tales bienes sin la preceptiva autorización
será sancionable como infracción.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
IV. El salvamento marítimo
14. Sigue. Extracción de bienes de naturaleza especial. Bienes pertenecientes al patrimonio
cultural subacuático
La Ley regula cinco situaciones especiales en razón de la titularidad pública del bien o de su
naturaleza cultural ( art. 380, 381, 382 y 383 LNM).
Consiste en el encuentro casual o fortuito de objetos en el mar o que hubieren sido arrojados a la
costa por la acción del mar; a diferencia de las otras figuras, el hallador no despliega una
actividad intencional dirigida a obtener ese resultado como en el salvamento o la recuperación
de los pecios, sino que se limita a tomar posesión y custodiar el objeto encontrado
accidentalmente.
El hallazgo es una institución conocida en la legislación común. Sin embargo, esa legislación civil
siempre ha reconocido que el hallazgo marítimo debe regularse por leyes especiales ( art. 617
CC).
Las cosas halladas no pertenecen automática ni íntegramente al hallador pues debe ponerlas a
disposición de la Autoridad marítima en el más breve plazo posible y, al mismo tiempo, reconoce
el derecho del propietario a su recuperación, previo pago de los gastos ocasionados y del tercio
de su valor en tasación que corresponde al hallador.
La noción omnicomprensiva del salvamento explica que la ley los regule en el mismo capítulo
del salvamento lo que, a nuestro juicio, es incorrecto. Como veremos, en rigor no hay
salvamento sino hallazgo, figura distinta porque los bienes en esa situación no superaron el
peligro de perderse, ya se han perdido. Además, por ser bienes desconocidos no hay titular con
quien celebrar un contrato de salvamento, ni tampoco puede la administración imponer el
deber de salvarlos a propietarios desconocidos. Por lo demás, la disciplina poco se aleja de los
principios tradicionales pues ya el código imponía al Capitán la obligación de depositar los
efectos salvados de un naufragio a disposición de sus legítimos dueños en el puerto de destino
(art. 844 C. de C.) y la también derogada Ley de Auxilio y Salvamentos, más completa y
separando los aspectos sustantivos (arts. 19 a 22) y procedimentales (arts. 47 a 50), exigía
depositarlos ante la Autoridad local de marina y reconocía los mismos derechos al hallador (arts.
19 a 21 y 50 LAS).
La Ley vigente dispone que quienes durante la navegación o desde la costa salvaren bienes que
encontraren desposeídos y fueren de propiedad desconocida estarán obligados a comunicarlo a
la Armada en el primer puerto de escala. La Armada incoará un expediente tendente a la
averiguación de los legítimos propietarios, incluyendo la notificación al cónsul de pabellón si se
tratare de buques o embarcaciones matriculadas. El salvador (rectius, el hallador) podrá
mientras tanto retener los bienes salvados (rectius, recuperados), adoptando las medidas
necesarias para su adecuada conservación. Una vez localizado el propietario, la Armada
procederá a notificar su identidad al salvador, quien tendrá derecho a que le sean entregados si
fuera razonable (el art. 368. 3 LNM remite al artículo 8º.2. c del Convenio de 1989). Al
salvador le corresponden las acciones para resarcirse de los gastos de conservación y para
obtener el premio del salvamento. Cuando el propietario no fuere localizado en el plazo de seis
meses desde el inicio del expediente administrativo, la Armada adoptará las medidas
pertinentes para la tasación de los bienes salvados. Si el valor no excediera de tres mil euros, el
salvador hará suyos los bienes una vez pagados los gastos del expediente. Si el valor superase la
referida cantidad se venderán los bienes en pública subasta, siendo para el salvador, una vez
pagados los gastos del expediente, además de dicho importe un tercio de la parte del precio
obtenido que exceda de tres mil euros más los gastos en que haya incurrido. El resto, si lo
hubiere, se ingresará en el Tesoro Público.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
V. La contaminación marítima
16. Introducción y fuentes aplicables
La contaminación del mar es un fenómeno complejo que se enmarca dentro de la protección del
medio ambiente marino, por lo que su tratamiento jurídico interesa a diversas ramas del
ordenamiento. Como disciplina especial persigue un doble objetivo: prevenir la contaminación y
reparar el daño causado. Para ello se ha aprobado un conjunto de normas de carácter
internacional, comunitario y nacional.
Por otro lado, con motivo del siniestro del Prestige, se ha aprobado una serie de disposiciones
para paliar las consecuencias de los daños ocasionados. En síntesis, la Administración pública
española ha anticipado esas indemnizaciones, limitadas en su importe, aunque las cantidades
son relevantes, sin perjuicio de subrogarse en los derechos de los damnificados en la esperanza
de recuperar en su día de los sujetos responsables. En ese sentido cabe señalar el Real
Decreto-ley 3/2005, de 18 de febrero, por el que se adoptan medidas relacionadas con los daños
ocasionados por el accidente del buque Prestige (BOE n.º 61, de 12 de marzo de 2005). Todo
queda pendiente del resultado definitivo de las acciones entabladas contra la naviera, los
propietarios, los aseguradores y la sociedad de clasificación del buque causante de la
contaminación. Por el momento se han dictado diversos autos y cinco sentencias de interés, dos
en España y tres en los Estados Unidos. La más reciente, por la Audiencia Provincial de la
Coruña de 13 de noviembre de 2013 declara la responsabilidad penal del capitán por un delito
de desobediencia a la autoridad y absuelve tanto al Director General de la Marina Mercante
como a la sociedad de clasificación. La sentencia ha sido apelada por lo que no es firme. Por su
parte, ninguna de las resoluciones norteamericanas imputa la responsabilidad a la sociedad de
clasificación ABS American Bureau como solicitaba el Reino de España, aunque tampoco
prejuzga la cuestión de la responsabilidad porque declara la incompetencia de la jurisdicción
norteamericana.
Con carácter general la Ley de Navegación Marítima dispone la aplicación de las disposiciones
del capítulo V sobre la responsabilidad civil derivada de daños por contaminación sufridos en
las costas y los espacios marítimos españoles, que proceda de buques, embarcaciones, artefactos
navales y plataformas fijas, dondequiera que estos se encuentren (art. 384).
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 63. Accidentes marítimos y contaminación
V. La contaminación marítima
17. La responsabilidad por daños de contaminación marítima por hidrocarburos
Asimismo, la Ley sigue el criterio convencional expuesto cuando establece que el alcance de la
indemnización cubre las pérdidas o daños causados por la contaminación fuera del buque y
también será indemnizable el coste de las medidas razonablemente adoptadas por cualquier
persona después de ocurrir el siniestro con objeto de prevenir o minimizar los daños por
contaminación ( art. 388 LNM).
b) En cuanto a los sujetos responsables existe una diferencia clara entre la Ley de Navegación
Marítima y el Convenio. En el Convenio la responsabilidad se imputa exclusivamente al
propietario del buque, sea naviero o no, careciendo de legitimación pasiva sus auxiliares y
cualquier otra persona que pueda estar vinculada con la explotación del buque (arts. 1º.3 y 3.3).
Es el llamado «principio de canalización de la responsabilidad o restricción de la legitimación
pasiva», y responde a la voluntad de concentrar la responsabilidad en una persona identificada,
o al menos identificable, a través del registro del buque, sin perjuicio de la acción de regreso
contra el verdadero responsable, esto es, el titular de la empresa de navegación, que no tiene por
qué coincidir con el propietario del buque.
Contrasta con esa posición la Ley de Navegación Marítima que imputa la responsabilidad al
armador del buque o el titular del uso o explotación del artefacto naval o plataforma en el
momento de producirse el hecho generador de la contaminación. Considerando que armador
puede ser o no propietario, parece claro que no es la propiedad el único vínculo para exigir la
responsabilidad (art. 385 en relación al artículo 145 LNM). Todo ello, sin perjuicio del derecho
de repetición contra las personas culpables del hecho. Cuando en el hecho generador de la
contaminación se encuentren involucrados varios buques, sus armadores estarán
solidariamente obligados a indemnizar los daños por contaminación, a no ser que éstos puedan
razonablemente ser atribuidos con carácter exclusivo a uno de los buques. En este punto la Ley
de Navegación Marítima y el Convenio son coincidentes ( art. 385 LNM y artículo 4.º
Convenio).
c) Es una responsabilidad civil. Civil porque hace referencia sólo a los aspectos económicos o
patrimoniales, tanto del sujeto agente como de la víctima de la contaminación. Se trata, por
tanto, de reparar al perjudicado, indemnizándole de los daños y perjuicios causados, por lo que
quedan al margen de los referidos Convenios las responsabilidades penales o administrativas,
ejercitables fuera del sistema convencional.
d) Es una responsabilidad cuasi objetiva porque se imputa por el hecho contaminante, con
independencia de la culpa o negligencia del propietario. En este importante aspecto del
fundamento de la responsabilidad existe coincidencia entre la Ley y el Convenio. Quizás la
fórmula de nuestro ordenamiento es más acertada por ser la redacción original en nuestro
idioma y redactada desde el conocimiento de nuestras propias instituciones. Ya hemos reiterado
que el derecho convencional marítimo está fuertemente influido no solo por el idioma inglés,
aunque el español sea lengua auténtica, sino por la cultura del derecho anglosajón, de ahí que el
vertido de las instituciones del convenio a otros ordenamientos se resienta en la formulación. En
todo caso, la Ley dispone que «el armador será responsable de los daños por contaminación por
el mero hecho de su producción. No obstante, quedará exonerado si prueba que los daños han
sido causados por una fuerza mayor inevitable, por la negligencia de cualquier autoridad que
sea responsable del mantenimiento de luces u otras ayudas a la navegación, o bien por una
acción u omisión intencional de un tercero, a salvo de la responsabilidad que alcance a este
último.» No obstante, la ley hace un guiño al Convenio cuando añade «Sin perjuicio de los
convenios internacionales que sean de aplicación, la exigencia de responsabilidad se basará en
los principios de cautela y de acción preventiva, en el principio de corrección, preferentemente
en la fuente misma, de los atentados al medio ambiente y en el principio de que quien
contamina paga».
La Ley de Navegación Marítima dispone el principio general según el cual el armador se exonera
si prueba la culpa del perjudicado: Si el armador prueba que los daños por contaminación
resultaron, en todo o en parte, de una acción u omisión culposa o dolosa de la persona que los
sufrió quedará exonerado total o parcialmente de su responsabilidad ante esa persona (art. 387).
A este propósito la Ley de Navegación Marítima remite al Convenio, pero la fórmula empleada
plantea una serie de dudas de interpretación. Literalmente dispone: «En todo caso, se aplicará la
limitación de responsabilidad regulada en el título VII de esta ley.» (art. 388, ult. párrafo). La
remisión al título VII no es sino un doble reenvío pues el artículo 392, de dicho título, remite al
Protocolo de 1996 que enmienda el Convenio de Londres de 1976 sobre Limitación por créditos
marítimos, instrumento internacional que no son los Convenios de Bruselas limitación y fondo
de responsabilidad por hidrocarburos, los citados CLC 69/92 y CFC 76/92, ni tampoco el Bunkers
2001. Y las diferencias entre ambas disciplinas son bien conocidas y resultan evidentes de un
mero análisis comparativo entre el Convenio de Londres y los de Bruselas. El desfase es
consecuencia de una remisión equivocada, pues lo correcto era remitirse no al título VII, sino a
los citados convenios de limitación por contaminación. El desajuste puede superarse al
interpretar la expresión «en todo caso», dándole el valor de cierre, o dicho de otro modo, sin
perjuicio de la aplicación de los convenios procedentes, por razón de la especialidad, se aplicará
supletoriamente (en todo caso) el convenio general. Sin embargo, esa interpretación no puede
prosperar porque el propio título contiene el precepto sobre regímenes especiales y, también
desafortunadamente, no salva los derechos de limitación para los supuestos de contaminación,
con lo que la cuestión estaría resuelta satisfactoriamente, sino que lo hace «para el porteador
marítimo de mercancías o de pasajeros en el marco de las reclamaciones por incumplimientos
de los correspondientes contratos de transporte». Es decir, los Convenios de La Haya Visby y
Atenas respectivamente.
f) La responsabilidad es legal e imperativa, no sólo porque se establece por ley, es decir, por
Convenio, sino porque el esquema sólo funciona dentro y de acuerdo con las condiciones y
requisitos impuestos legalmente. Así, ni se pueden aumentar los importes, ni dirigir las acciones
contra personas no legitimadas, como el naviero no propietario o sus auxiliares, ni caben más
defensas o excepciones que las expresamente recogidas en el Convenio. El derecho de limitación
es por cada siniestro y, en el caso de contaminación compartida por dos o más buques, la
responsabilidad es mancomunada y no solidaria. La Ley de Navegación Marítima es coincidente
en este extremo.
Bajo la legislación anterior los seguros marítimos estaban regulados en el Código de Comercio
(arts. 737 a 805), lo que planteaba frecuentes problemas de aplicación pues la doctrina, e incluso
la jurisprudencia, estaban fuertemente divididas respecto de la aplicación supletoria de la Ley
50/1980, de 8 de octubre, de Contrato de Seguro. Por ejemplo, favorables a la aplicación eran las
sentencias del Tribunal Supremo de 22 de abril de 1991 y 8 de marzo de 1990, por citar solo
algunas significativas de las muy numerosas. Consecuente con esa jurisprudencia, el Tribunal
Supremo ha venido aplicando los artículos 3.º y 10 de la Ley de Contrato de Seguro y los
artículos 1.281, 1.284, 1.285 y 1.288 del Código Civil, y por ende, el seguro de una
embarcación de pesca quedaba excluido de las normas del Código de Comercio. Por otra parte,
la sentencia del Tribunal Supremo de 16 de diciembre de 2011, resuelve a favor de la
competencia del juzgado de lo mercantil la reclamación del asegurado de una embarcación de
recreo [art. 86 ter, apartado 2, letra c) y 238 de la Ley 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial].
Por el contrario, la sentencia del Tribunal Supremo de 18 de julio de 2002 declaró inaplicable la
Ley de Contrato de Seguro de 8 de octubre de 1980 al seguro marítimo, debiendo regirse
exclusivamente por el Código de Comercio.
Entendemos que con la nueva regulación el debate queda zanjado en los términos siguientes.
Derogado el Código de comercio, la Ley de Navegación Marítima se aplica supletoriamente a los
seguros marítimos, con la única excepción de los seguros obligatorios de embarcaciones
deportivas o de recreo que se rigen por la Ley de Contrato de Seguro (art. 406).
La distinción tiene su importancia porque además de ser distintas las fuentes aplicables, las
disposiciones de la Ley de Navegación Marítima son dispositivas, salvo que expresamente se
diga lo contrario, mientras que las de la Ley de Contrato de Seguro son obligatorias sin que valga
pacto en contrario (art. 407). El fundamento descansa en la diversa posición negocial de los
contratantes, equilibrada en general, pues compañías aseguradoras negocian las distintas
modalidades con empresarios dedicados a la navegación; es por tanto una contratación entre
empresarios en pie de igualdad, al menos teóricamente. En cambio, la posición es desigual en los
seguros de embarcaciones deportivas o de recreo donde el titular del interés asegurado, la parte
del asegurado, es más débil frente a las aseguradoras de estos riesgos.
La citada naturaleza dispositiva de la Ley explica la penetración del Derecho de los formularios,
preferentemente redactados en inglés y además sometidos al derecho inglés.
Concepto y caracteres
El seguro marítimo podemos definirlo como el contrato por el que el asegurador se obliga a
indemnizar al asegurado, a cambio de una prima y dentro de los límites convenidos, los daños
patrimoniales que sufran los intereses asegurados con ocasión de la navegación marítima.
a) Consensual porque su validez no está sujeta a forma determinada alguna, salvo la obligación
impuesta al asegurador de entregar al tomador la póliza o el documento o certificado
provisional de cobertura. La Ley dispone que antes de ser entregados el contrato puede ser
probado por cualquier medio que demuestre la aceptación de la cobertura por el asegurador (
arts. 407.2 y 421 LNM).
b) Contrato bilateral o plurilateral pues junto al asegurador y a la parte contratante del seguro, el
titular del interés asegurado, puede existir el beneficiario que es un tercero titular del derecho a
percibir la indemnización. En este caso, se trata de un seguro por cuenta ajena o por cuenta de
quien corresponda, muy frecuente en el seguro de mercancías cuando cargador y destinatario
son personas distintas.
e) De tracto sucesivo porque no es de prestación única sino diferida en el tiempo. Todas las
modalidades de seguro marítimo se proyectan en un espacio temporal. Durante el período
pactado el asegurador se obliga a dar cobertura de los riesgos de la navegación marítima. Lo
cual no es incompatible con la obligación del asegurado de pago único de la prima pues el pago
único o sucesivo cubre la totalidad del período temporal objeto del contrato; léase, un viaje,
varios viajes o un plazo temporal, normalmente un año con prórrogas sucesivas automáticas.
g) De buena fe superlativa (uberrima bona fide). Todos los contratos deben celebrarse bajo el
principio de buena fe. Los contratantes están obligados a comportarse y aceptar todas las
consecuencias derivadas de la buena fe. Sin embargo, en el seguro esa conducta alcanza su
máximo exponente pues al asegurar intereses sometidos a riesgos, resulta esencial que el
asegurador conozca exactamente en qué situación de riesgo se encuentra el buque, el
cargamento, el flete, etc., es decir, cualquiera de los intereses asegurados. Por ese motivo la Ley
de Navegación Marítima exige una serie de requisitos en torno a la declaración del asegurado
que permitan al asegurador conocer la realidad de la naturaleza y características del riesgo
asegurado. La violación de la buena fe superlativa lleva aparejada graves consecuencias que
permiten resolver el contrato y en todo caso negar la indemnización.
i) Por último, es un contrato sometido a una pluralidad de intereses dando lugar a distintas
modales de seguro, de ahí también la denominación genérica de seguros marítimos. Sobre la
base de esta característica, cabe distinguir cinco modalidades de seguro marítimo: el seguro de
cascos o buques, el seguro de facultades o mercancías o cargamento, el seguro de flete, el seguro
de responsabilidad civil del naviero o seguro de protección e indemnización (P&I) y el seguro de
cualesquiera otros intereses patrimoniales legítimos expuestos a los riesgos de la navegación (
art. 409 LNM).
j) Tiene carácter dispositivo. Salvo que expresamente se disponga de otra forma, las partes del
contrato podrán pactar libremente las condiciones de cobertura que juzguen apropiadas ( art.
407 LNM).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 64. Los seguros marítimos y aéreos
I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
2. La noción del riesgo marítimo. Riesgos incluidos y excluidos
La noción general del riesgo, como posibilidad de producirse un evento dañoso para el
asegurado, es común al seguro marítimo. Sin embargo, la figura del riesgo marítimo justifica la
especialidad, delimita el ámbito de aplicación del contrato seguro marítimo y proyecta su
influencia en que la disciplina descansa en el principio de universalidad del riesgo, es decir, que
al asegurado le basta, para obtener la indemnización pactada, con demostrar que el siniestro se
produjo por un riesgo de mar, sin necesidad de probar exactamente la causa de la pérdida o el
daño. Se trata de una diferencia fundamental con el seguro terrestre, que se basa en el criterio
opuesto de particularidad del riesgo. El tema tiene su importancia porque, en el mar, es habitual
desconocer las causas del siniestro (o resulta excesivamente costoso conocerlas) y, en tales
supuestos, el asegurador viene obligado a pagar la indemnización. La cobertura del riesgo
marítimo es, pues, la causa del contrato de seguro marítimo.
El principio de universalidad del riesgo no debe entenderse en sentido literal porque existen
exclusiones legales ( art. 418 LNM) y además son válidas las cláusulas de exclusión, salvo el
dolo prohibido legalmente ( art. 419 LNM). Por ello, resulta habitual distinguir entre riesgos
incluidos y excluidos. A su vez, el reiterado carácter dispositivo permite ampliar o reducir tanto
los supuestos de inclusión como los riesgos excluidos. A este respecto presenta indudable interés
el derecho de los formularios pues las condiciones particulares de la póliza modulan el
significado de ambos al tiempo que regula supuestos concretos de inclusión y exclusión.
En las condiciones particulares se enumeran los riesgos incluidos, normalmente los accidentes
de la navegación, y los riesgos excluidos, que varían y se han de leer detenidamente pues no
siempre la redacción es clara y exigen pericia técnica para conocer su alcance y significación.
Esta advertencia es particularmente significativa por la práctica habitual de insertar en la póliza
las cláusulas inglesas y someter el contrato al derecho inglés. Los formularios impresos suelen
recoger los casos fallados por la jurisprudencia anglosajona y la trasposición al derecho español
de una casuística abundante y compleja añade una dificultad más en el momento de la
aplicación.
a) Varada o empeño del buque, con rotura o sin ella. Es un accidente típicamente marítimo y se
produce siempre que el buque toca fondo, quedando imposibilitado para navegar salvo que le
presten asistencia.
b) Temporal. Es un accidente meteorológico que afecta a las condiciones del mar causando daño
a los intereses asegurados. Se discute el grado de intensidad y su previsibilidad. Algunos autores
excluyen el temporal de baja intensidad, para el que el buque debe estar preparado; es decir,
hay que demostrar que se encontraba en condiciones de navegar.
c) Naufragio. Equivale a la pérdida del buque por cualquier causa. No hace falta que haya rotura
o inmersión, es suficiente que quede inservible para navegar.
d) Abordaje fortuito. La colisión entre dos o más buques en el mar de forma casual o fortuita,
pero las pólizas suelen cubrir también el abordaje culposo.
e) Cambio de derrota durante el viaje o de buque. Las pólizas sólo aceptan el cambio autorizado,
fijando así los límites espaciales de la cobertura.
f) Echazón. Es un acto voluntario del Capitán que, para salvar el viaje o beneficio común,
sacrifica uno de los intereses que componen la expedición marítima. Se trata del supuesto más
tradicional y típico de avería gruesa.
h) Riesgos de guerra (apresamiento, saqueo, embargo por orden del Gobierno, retención por
orden de potencia extranjera y represalias). Sin embargo, las pólizas los excluyen de los riesgos
ordinarios, pues representan una agravación del riesgo ordinario, por lo que deben ser objeto de
cobertura especial.
B) Por lo que se refiere a la relación de riesgos excluidos hay que hacer cuatro observaciones.
La primera, implícita en lo ya dicho, que el principio de universalidad exige enumerar bien los
riesgos excluidos, pues se presume que todos los riesgos de mar están incluidos.
La segunda que la Ley enumera algunos riesgos excluídos, pero es una relación supletoria de la
autonomía de la voluntad. Por tanto, salvo que la póliza disponga diversamente, quedan
excluidos de la cobertura del seguro los siguientes riesgos: a) La guerra, declarada o no, civil o
internacional, el bloqueo y los apresamientos que resulten de ella. b) La captura, el embargo o la
detención por orden de alguna autoridad nacional o extranjera. c) La piratería, el motín, el
terrorismo y las situaciones de alteración del orden público. d) Las huelgas y los cierres
patronales. e) Las explosiones atómicas o nucleares, las radiaciones y las contaminaciones
radioactivas ( art. 418 LNM).
Al lado de las exclusiones legales, las pólizas suelen contener en las condiciones particulares
pactos sobre exclusión. Por tratarse de una materia dispositiva, las pólizas suelen modificar las
exclusiones legalmente supletorias, ampliándolas o reduciéndolas. Las más habituales hacen
referencia a la culpa o diligencia del asegurado, defectos latentes (Inchmaree clause), extensión
temporal de la cobertura, medidas de aminoración del daño (sue and labor) y abordaje (running
down clause), por citar algunas Cláusulas del Instituto de Londres. También las pólizas matizan
las exclusiones, ampliándolas o reduciéndolas, siendo las más habituales la cláusula libre o
franco de avería particular (free of particular average, FPA) para cubrir sólo los siniestros
mayores o que dan lugar al abandono por parte del asegurado y la cláusula salvo feliz arribo
que, como su nombre indica, sólo cubre los riesgos cuya realización impidan la llegada del
buque o de las mercancías al puerto de destino.
La tercera observación es que el dolo y la culpa del asegurado y sus dependientes tienen un
régimen especial porque el asegurador no responde por dolo del asegurado, sin que valga pacto
en contrario. Tampoco responderá por culpa grave del asegurado, pero, si las partes acordasen
lo contrario, quedará al menos un diez por ciento del daño a cargo del asegurado. Este mínimo
del diez por ciento es indisponible para las partes. La responsabilidad del asegurador por los
daños ocasionados con dolo o culpa grave por los dependientes del asegurado que desempeñen
en tierra funciones de gerencia o dirección de las que dependa el estado de conservación o de
mantenimiento del objeto asegurado, se regirá por los criterios previstos para el supuesto de
culpa grave del asegurado. El asegurador responderá de los siniestros causados por dolo o culpa
de los demás dependientes del asegurado (419 LNM).
En relación a la culpa, un supuesto concreto recogido en las pólizas como riesgo excluido es la
desviación de ruta. Se entiende por tal el cambio voluntario de derrotero de viaje o de buque,
separación espontánea del convoy, prolongación de viaje a un puerto más remoto que el
designado en el seguro, disposiciones arbitrarias y contrarias a la póliza de fletamento o al
conocimiento, tomadas por orden del fletante, cargadores y fletadores. La doctrina las califica de
culpa personal del asegurado, excluida salvo pacto expreso de inclusión. Así, el cambio de viaje,
derrota o buque se excluyen si son voluntarios, pero se incluyen si hay motivo fundado o
razonable para la desviación (SSTS de 17 de septiembre de 1984 y 23 de junio de 1998).
El otro supuesto de exclusión es la baratería del patrón, salvo pacto en contrario de inclusión. Se
trata de actos dolosos o ilegales cometidos por el Capitán y demás miembros de la tripulación. Se
ha discutido el alcance de la expresión en el sentido de si la exclusión va referida únicamente a
los actos graves o dolosos, o si incluye también los culposos. La sentencia del Tribunal Supremo
de 13 de octubre de 1989, equipara la baratería con la conducta grave, fraudulenta y dolosa del
capitán o cualesquiera de los miembros de la tripulación.
Conviene destacar, en cuarto lugar, que, conforme a una larga tradición marítima, quedan
excluidos de la cobertura los daños que tengan por causa el vicio propio o la naturaleza
intrínseca del objeto asegurado y los que tengan por causa el desgaste y uso natural ( art. 420
LNM). Entendemos que, a diferencia del supuesto anterior del dolo y culpa grave, las partes
pueden modificar la disposición legal aunque lo habitual es incluirlos entre los riesgos excluidos
de la cobertura.
Los supuestos concretos recogidos en los formularios se refieren a las mermas, derramas y
dispendios procedentes de la naturaleza de las cosas aseguradas. Las pólizas excluyen el
desgaste ordinario (ordinary wear and tear) y la rotura de la maquinaria (breakdown of
machinery). La sentencia del Tribunal Supremo, de 26 de diciembre de 1996 ha declarado,
sorprendentemente, que la vejez del buque no es un riesgo excluido porque el asegurador tenía
conocimiento de esa circunstancia.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 64. Los seguros marítimos y aéreos
I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
3. Los intereses asegurables como objeto del contrato de seguro
Los intereses asegurables son el objeto del contrato de seguro marítimo. Se definen como la
relación económica de un sujeto con una cosa, por lo que el objeto del seguro marítimo no son el
buque, el flete o las mercancías, sino las distintas relaciones económicas en que el sujeto
interesado puede encontrarse con dichas cosas. La Ley de Navegación Marítima así lo
entiende, exigiendo la existencia del interés asegurado como presupuesto objetivo del contrato:
Podrán ser objeto de seguro los intereses patrimoniales legítimos, presentes o futuros, expuestos
a los riesgos de la navegación marítima. La inexistencia de interés determinará la nulidad del
contrato, salvo que alguna de las partes tuviera conocimiento de ello (art. 408 y 422).
Para que un determinado interés pueda ser objeto del seguro marítimo debe reunir cuatro
requisitos:
1.º Que la relación de la persona con la cosa esté sometida a los riesgos de la navegación, es
decir, que exista realmente un interés amenazado por un riesgo marítimo. Es práctica habitual
concertar el seguro marítimo en condiciones de «interés presunto», presumiendo en favor del
asegurado la existencia del interés y la validez del contrato; pero el asegurador puede destruir
esa presunción mediante la prueba de la inexistencia de la relación económica entre el
asegurado y la cosa. Esa práctica negocial está tipificada en la ley cuando dispone que «los
pactos contractuales en los que se establezca una presunción de existencia del interés admitirán
en todo caso prueba en contrario» (art. 408.2).
2.º Que sea lícito, pues la Ley prohíbe con carácter general los contratos causa u objeto ilícito. El
Código de Comercio aludía a este supuesto declarando nulo el seguro de intereses ilícitos (art.
781.4) y la vigente Ley exige la existencia de intereses patrimoniales legítimos (art. 408).
3.º Que la relación sea de naturaleza económica. Intereses patrimoniales dice la Ley, expresión
más acertada pues la especialidad de los seguros marítimos consiste en que el interés puede
recaer no solo sobre bienes o cosas, los tradicionales seguros de buques y mercancías, sino
también sobre el interés patrimonial, el denominado seguro P&I o seguro de responsabilidad
civil de naviero como consecuencia del ejercicio de la empresa de navegación marítima.
4.º Que exista el interés, o lo que es lo mismo, el seguro no puede contratarse sobre intereses
inexistentes o cuando se hubiere valorado con intención fraudulenta. Será nulo el seguro
marítimo contratado sobre cosas en cuya valoración se hubiere cometido falsedad a sabiendas,
decía el artículo 781.8 del Código de Comercio por emplear la disposición vigente «los pactos
contractuales en los que se establezca una presunción de la existencia del interés admitirán en
todo caso prueba en contrario» ( art. 408.2LNM). Consecuentemente, el contrato de seguro se
entiende concertado por cuenta de quien resulte titular del interés en el momento del siniestro (
art. 412 LNM).
Los intereses asegurables son variados y la enumeración legal es abierta la incluir la expresión
general «Cualesquiera otros intereses patrimoniales legítimos expuestos a los riesgos de la
navegación marítima ( art. 409, letra eLNM), por lo demás similar a la empleada en el Código
"todos los objetos comerciales sujetos al riesgo de la navegación", ex artículo 743.8 del Código
de Comercio»).
La Ley enumera los distintos intereses asegurables, dando lugar a las diversas modalidades de
seguro marítimo, reguladas en secciones separadas en razón de las singularidades respectivas.
a) Los buques, embarcaciones y artefactos navales, incluso en construcción o desguace,
presumiéndose concluido siempre por quien resulte ser titular del interés. b) El flete. c) El
cargamento. d) La responsabilidad civil derivada del ejercicio de la navegación. e) Cualesquiera
otros intereses patrimoniales legítimos expuestos a los riesgos de la navegación marítima.
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I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
4. La declaración del valor como elemento esencial del contrato. Seguro múltiple y
coaseguro. La Póliza estimada
Junto a la existencia de un interés asegurable, el valor del interés es otro elemento esencial del
seguro marítimo, de ahí la importancia de su regulación legal lo que da lugar a cuatro cuestiones
especiales, suma asegurada, seguro múltiple, coaseguro y la póliza estimada.
Entre los deberes del tomador del seguro está la declaración del valor del interés. Sobre ese
importe económico se calcula la prima y en caso de siniestro la indemnización. Tratándose de
las dos obligaciones esenciales para el asegurado y el asegurador respectivamente, la ley ha
puesto buen cuidado en su regulación.
Necesariamente el interés tiene un valor económico, pero eso no significa que sea el mismo en
todos los seguros que se contraten sobre el mismo interés. Además, el valor del interés puede
variar durante la vigencia del contrato, el buque se deprecia, las mercancías pueden aumentar o
disminuir de valor, de ahí que el derecho del seguro contemple la noción de suma asegurada,
que es la cantidad estipulada en el contrato a los efectos del cálculo de la indemnización.
Evidentemente debe existir una relación entre valor del interés y suma asegurada, pero no
deben ser necesariamente coincidentes. A esa cuestión atiende el artículo 413 de la Ley de
Navegación Marítima cuando dispone: Si, en el momento de la producción del siniestro, la suma
asegurada es inferior al valor del interés, el asegurador indemnizará el daño causado en la
misma proporción en que aquella cubre el interés asegurado. Si la suma asegurada supera el
valor del interés asegurado, cualquiera de las partes podrá exigir la reducción de la suma y de la
prima, debiendo restituir el asegurador el exceso de las primas percibidas. Si se produjere el
siniestro, el asegurador indemnizará el daño efectivamente causado. Es decir, se aplica la regla
proporcional.
En el seguro de buques suele ser práctica habitual concertarlo según póliza estimada. Tiene la
finalidad de evitar discusiones sobre el importe del daño y excluir de ese modo el cálculo de la
regla proporcional. En el seguro de buques, embarcaciones y artefactos navales se presumirá
que el valor declarado en la póliza o con posterioridad a la celebración del contrato es un valor
estimado vinculante para las partes del contrato, salvo dolo por parte del asegurado o cuando
por error sea notablemente superior al valor del interés ( art. 414 LNM).
Dicho de otro modo, en el seguro de cascos se presume como estimado el valor asegurado que
figura en la póliza.
En el seguro de flete, el valor del interés comprende el precio por el transporte de mercancías o
pasajeros, tanto en curso de realización como esperado. Incluye también el beneficio que se
deriva para el porteador del transporte de sus propias mercancías. El valor asegurable del flete
viene dado por su importe bruto (at. 411 LNM).
Distinto del coaseguro y del sobreseguro es el seguro múltiple, válido pero condicionado por la
aplicación del principio indemnitario. El seguro no puede ser una fuente de lucro o ganancia
para el asegurado. A pesar de ser un contrato aleatorio, el seguro no es un contrato de juego o
apuesta, pues el aleas solo se concibe como eventualidad de producirse un resultado dañoso y no
una ganancia esperada. En caso de concurrir varios contratos de seguro sobre el mismo riesgo e
interés y durante idéntico período de tiempo, hayan sido concertados por el mismo tomador o
no, el asegurado no podrá en ningún caso recibir como indemnización una cantidad superior al
importe real del daño. Respetando esta limitación, cada asegurador estará obligado a
indemnizar el daño hasta el importe de la suma asegurada en su respectiva póliza. En estos
casos el tomador del seguro o el asegurado deberán comunicar a cada asegurador los demás
seguros que estipule. Si por dolo se omitiera esta comunicación y en caso de sobreseguro se
produjera el siniestro, los aseguradores no estarán obligados a pagar la indemnización. El
asegurador que haya indemnizado tendrá acción contra los demás aseguradores para obligarles
a contribuir a la cobertura del siniestro en proporción a los capitales asegurados por cada
contrato. Si el importe total de las sumas aseguradas superase notablemente el valor del interés,
cualquiera de las partes del contrato podrá exigir la reducción de la suma asegurada y de la
prima, debiendo restituir el asegurador el exceso de las primas percibidas ex artículo 415 de
la Ley de Navegación Marítima.
El coaseguro se diferencia del seguro múltiple y del sobre seguro porque se reparte, previo
acuerdo con el tomador, en varias cuotas y entre varios aseguradores el mismo interés, los
mismos riesgos y por el mismo plazo asegurado. La validez del seguro múltiple no depende de
que venga concertado por un mismo tomador y puede contratarse en un solo o en varios
contratos de seguro. Cada asegurador está obligado al pago de la indemnización solamente en
proporción a la cuota respectiva y quien haya pagado una cantidad superior a la que le
corresponda tiene acción de repetición.
Queda a salvo en todo caso el derecho de repetición de los coaseguradores frente al abridor en el
supuesto de abuso de facultades. Asimismo, la Ley establece de forma clara la plena legitimación
procesal del cabeza o abridor de la póliza para actuar activa o pasivamente por cuenta de todos
los coaseguradores. El asegurador abridor del coaseguro estará legitimado tanto activa como
pasivamente, judicial y extrajudicialmente, para la gestión ordinaria del contrato y para adoptar
cualquier decisión frente al asegurado en orden al siniestro y su liquidación, así como para
efectuar las reclamaciones contra los terceros responsables del daño o hacer frente a las de los
terceros perjudicados en los seguros de responsabilidad civil, sin que tal actuación suponga
solidaridad alguna entre los coaseguradores. Se considerará abridor, si la póliza no lo designa
expresamente, al coasegurador que participe con mayor cuota en el seguro.
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I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
5. Conclusión de contrato. La póliza
Ya hemos dicho que el seguro marítimo es un contrato consensual, rige la libertad de formas. El
principio consensualista supone una innovación respecto a la legislación anterior donde el
seguro marítimo se ha venido considerando un contrato formal, siendo la póliza requisito
esencial para su validez (art. 737 y SSTS de 23 de enero de 1996, 23 de julio de 1998 y 2 de
diciembre de 1988). Sin embargo, las sentencias del Tribunal Supremo de 20 de febrero de 1995
y 16 de febrero de 1994 venían enervando ese rigor al aceptar la validez, aunque la póliza no
esté firmada y el asegurado está obligado a pagar las primas pendientes.
También indicamos que el riesgo es un elemento determinante de la validez de tal suerte que
contratar el seguro sin riesgo es causa de nulidad. Lo que sucede cuando el riesgo ha cesado o ya
se ha producido, es decir, no es posible el siniestro. Pero la Ley no sigue un criterio abstracto u
objetivo: condiciona la nulidad a que alguna de las partes conociese tal circunstancia. No
obstante, se presume conocida dicha circunstancia en el caso de que la noticia fuera de público
conocimiento en el lugar donde se celebró el contrato o en el que residen el asegurador o el
tomador. El supuesto tradicional del seguro contratado sobre buenas o malas noticias, solo será
nulo cuando se demuestre que el tomador conocía el siniestro o el asegurador la cesación del
riesgo.
La póliza tipo se integra de las condiciones generales, comunes a todo contrato, y de las
condiciones particulares, específicas para cada asegurado. Las condiciones generales de las
pólizas españolas son de tres clases: a) las que elaboran las propias compañías de seguro; b) las
cláusulas del Instituto de Aseguradores de Londres, y c) las condiciones que regulan
determinados tráficos o cargamentos. La jurisprudencia ha reiterado la validez de las cláusulas
inglesas, reconociendo los efectos modificativos de las inclusiones o exclusiones de riesgos
establecidos en las propias condiciones generales y redactadas obviamente en español, lo que
permite considerar las cláusulas del Instituto de Londres como verdaderas condiciones
particulares del seguro marítimo español (SSTS de 23 de julio de 1998, 2 de diciembre de 1997, y
3 de octubre de 1993).
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I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
6. Deberes y obligaciones del asegurado
A. Declaración del riesgo
Del principio de uberrima bona fides, deriva la obligación de declarar, con exactitud, el riesgo
que incumbe al tomador en los términos siguientes.
Está obligado a declarar al asegurador antes de la conclusión del contrato todas las
circunstancias que conozca, o que razonablemente deba de conocer, que puedan influir
sensiblemente en la apreciación del riesgo por un asegurador prudente. Si el contrato se
celebrase por cuenta de otra persona, el deber de declaración se extenderá a las circunstancias
conocidas o debidas de conocer. La misma obligación se extiende durante toda la vigencia del
contrato, debiendo comunicar, tan pronto como le sea posible, todas las circunstancias que
agraven el riesgo y sean de tal naturaleza que si hubieran sido conocidas por el asegurador en el
momento de la perfección del contrato, no lo habría celebrado o lo habría concluido en
condiciones más gravosas. Los efectos de la inexactitud o reticencia (declaración incompleta)
están regulados legalmente y dan derecho al asegurador a resolver el contrato en el plazo de un
mes, a contar desde el conocimiento de la reserva o inexactitud y le corresponderán las primas
relativas al período en curso en el momento de la resolución, salvo que concurra dolo o culpa
grave. Si el siniestro sobreviene antes de que al asegurador llegue el conocimiento de la
reticencia o inexactitud, o antes de que transcurra el plazo indicado, la prestación del
asegurador se reducirá proporcionalmente a la diferencia entre la prima convenida y la que se
hubiese aplicado de haberse conocido la entidad del riesgo. Sin embargo, quedará liberado
completamente si medió dolo o culpa grave del tomador o del asegurado ( arts. 423 y 424
LNM).
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I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
6. Deberes y obligaciones del asegurado
B. Pago de la prima
B. Pago de la prima
La prima puede ser única o periódica. Tanto la única como la primera periódica son exigibles
una vez firmado el contrato. El lugar del pago será el del domicilio del tomador, salvo que se
designe otro distinto en la póliza.
Por tratarse de una obligación esencial y ser el contrato oneroso, la falta de pago de la prima o
de alguna de las fracciones de prima o de las primas periódicas permite al asegurador resolver
el contrato o suspender sus efectos hasta que se abone. La resolución o suspensión se producirá
un mes después de que el tomador haya sido requerido al pago de la prima. Sin embargo,
tratándose de la falta de pago de la prima única, de la primera fracción de prima o de la primera
de las primas periódicas, el asegurador no responde de los siniestros acaecidos antes del pago,
aunque todavía no haya mediado requerimiento de pago.
La indivisibilidad significa que, como indicaba el derogado artículo 756 del Código de
Comercio «los aseguradores harán suyo el premio, siempre que hubiere empezado a correr el
riesgo»; es decir, la prima se debe en su totalidad desde que comienza el riesgo, y al margen de la
producción del siniestro y al margen del momento de su vencimiento. Esa indivisibilidad no es
recíproca pues el asegurador no viene obligado a devolver la prima cuando el asegurado
renuncia al contrato antes del comienzo de la cobertura, salvo pacto en contrario (verbigracia, la
cláusula 22 del Instituto de Aseguradores de Londres para Buques reconoce los extornos de
prima).
La Ley ha venido a regular con acierto dos circunstancias distintas que daban lugar a ciertos
abusos por parte de los aseguradores, interpretando estrictamente las consecuencias del
incumplimiento pues no es lo mismo omitir el deber de comunicación intencionalmente o por
negligencia. El motivo de la diferencia descansa en la justicia de la solución considerando el
aspecto subjetivo de la conducta del sujeto obligado: no es lo mismo el dolo que la culpa, pues en
la intención hay un ánimo defraudandi y en la omisión de la debida diligencia no
necesariamente. El fraude suele estar motivado en el deseo de aumentar la entidad del siniestro
y aumentar así la indemnización. Si no hay comunicación se evita la intervención del
asegurador que puede evitar o disminuir las consecuencias del daño.
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6. Deberes y obligaciones del asegurado
D. Deber de evitar o aminorar el daño
También se conoce como con la expresión poco afortunada de deber de salvamento pues no
estamos en presencia del salvamento obligatorio de vidas humanas. Al igual que el anterior,
pero más directamente, es consecuencia del principio indemnitario. El seguro no es una fuente
de producción de daños sino una técnica de protección de quien ha sufrido el daño. No hace
falta recordar que el menor daño es no padecerlo, de ahí que la disciplina del seguro piense en
medidas para evitar o disminuir el daño ya producido.
El tomador del seguro o el asegurado y sus dependientes deben emplear todas las medidas
razonables a su alcance para salvar o recobrar los efectos asegurados y, en general, para evitar o
disminuir el daño consecuencia del siniestro. El cumplimiento de ese deber exige facilitar la
colaboración del asegurador, quien podrá intervenir en la decisión y adopción de las medidas,
sin que su conducta prejuzgue, en ningún caso, la aceptación de responsabilidad por el siniestro.
Como se trata de un deber que beneficia al asegurador, es justo que responda, en los términos
fijados en el contrato, de los gastos realizados razonablemente por el tomador del seguro, el
asegurado y sus dependientes en cumplimiento del deber establecido en el primer apartado de
este precepto, así como de los daños causados al objeto asegurado ( art. 427 LNM).
La Ley nada dice sobre las consecuencias del incumplimiento. Entendemos que no siendo una
obligación esencial no da derecho a la resolución. Y siendo un deber debe aplicarse la misma
solución del supuesto anterior de omisión del deber de comunicación, distinguiendo entre el
dolo y la culpa del asegurado.
Al lado de los deberes contemplados legalmente, las pólizas suelen incluir los siguientes:
e) Comunicar los demás seguros concertados sobre el mismo interés asegurado (SSTS de 31 de
enero de 1991 y 3 de mayo de 1968 interpretando el artículo 800 C. de C.).
g) Requerir la intervención de peritos para comprobar las circunstancias y entidad del siniestro.
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7. Obligaciones del asegurador. La indemnización
Como sucede con el asegurado, es necesario distinguir entre obligaciones y deberes del
asegurador. Las obligaciones se posponen hasta la producción del siniestro, y los deberes son
anteriores a la realidad del daño.
Por lo que se refiere a los deberes o cargas, cuya inobservancia da lugar a indemnización, pero
no anula el contrato, cabe mencionar la de firmar y entregar la póliza al asegurado
(interpretando el artículo artículo 737 C. de C., sentencias del Tribunal Supremo de 23 de enero
de 1996 y 16 de febrero de 1994). Respecto del deber de proporcionar un formulario al
asegurado que permita valorar el riesgo y el interés asegurado, exigido por el artículo 10 de la
Ley de Contrato de Seguro, entendemos aplicable al seguro marítimo, salvo pacto en contrario
pues la aplicación subsidiaria no debe comportar también la aplicación coercitiva.
La obligación de pago significa liquidar el siniestro, lo que plantea una serie de problemas
disciplinados en la Ley.
La indemnización debe ser dineraria pues el asegurador no puede ser obligado a reemplazar o
reparar los objetos asegurados, salvo pacto en contrario, por lo demás desconocido en la práctica
actuarial marítima.
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8. Sigue. La liquidación del siniestro. La acción de avería y la acción de abandono
En el estudio de la acción de avería conviene separar las averías del buque y de la carga y
distinguir, a su vez, la pérdida total de la parcial o deterioro.
a) Respecto de los buques, la pérdida total se produce cuando pierde su valor íntegramente y,
como no se identifica con la destrucción material, cabe distinguir cuatro modalidades: pérdida
total real, económica, presunta y convenida. En los supuestos de pérdida parcial el importe se
fija atendiendo al coste de la reparación. Las pólizas suelen aplicar franquicias, deduciendo una
cantidad determinada.
b) Respecto de las averías a las mercancías existen algunas especialidades. Para calcular el daño
hay que comparar el valor que hubieren tenido en buen estado en el puerto de destino con el
que tengan en estado de deterioro.
Por otro lado, el asegurador está obligado a indemnizar los gastos y desembolsos razonables
incurridos por el asegurado para salvar o recuperar los objetos siniestrados y aminorar, en lo
posible, el importe del daño (sue and labor clause). Estos gastos y desembolsos se conocen bajo la
expresión de «averías-gastos».
Los supuestos de abandono están tasados legalmente. Teniendo en cuenta la eficacia traslativa
solo se admite en los seguros de casco y de facultades. Los supuestos son distintos, naturalmente,
según se trate del buque o del cargamento.
La declaración de abandono deberá presentarse al asegurador dentro del plazo de noventa días
contados desde la fecha del siniestro. En el caso de pérdida de noticias, el plazo se contará una
vez transcurridos los otros noventa días. Pasados los plazos indicados, el asegurado sólo podrá
reclamar la indemnización mediante la acción de avería.
B) En el seguro de mercancías los casos son los siguientes: a) Pérdida total de las mercancías. b)
Averías cuyo importe, más el costo de reacondicionamiento y reexpedición a destino, alcance el
valor de las mercancías establecido en la póliza. A efectos de este cálculo se sumará al importe
de las reparaciones, las contribuciones a cargo de la mercancía en la avería gruesa o en el
salvamento. c) Pérdida del buque porteador por falta de noticias. d) Pérdida o innavegabilidad
sobrevenida al buque durante el viaje, si las mercancías no han podido ser reexpedidas a
destino en el plazo de noventa días o en el que fije la póliza, contado desde la pérdida o la
innavegabilidad.
La declaración de abandono se realizará por el asegurado dentro de los sesenta días siguientes al
de la producción de las circunstancias y según cada caso. Transcurrido dicho plazo, el asegurado
solo podrá reclamar la indemnización mediante la acción de avería.
El abandono no podrá ser parcial ni condicionado y comprenderá la totalidad de las cosas objeto
del interés asegurado.
Las consideraciones anteriores permiten calificar el abandono como una declaración unilateral,
recepticia, tasada legalmente y con efectos traslativos, salvo renuncia pactada en la póliza. Es
unilateral, pues, como se dijo, es un derecho exclusivo del asegurado. Es recepticia porque sus
efectos se producen desde la recepción por el asegurador de la declaración de abandono, si bien
con efectos retroactivos al momento de la emisión. Está tasada legalmente porque se reserva a
los supuestos reconocidos en la Ley. Y tiene efectos reales o de dominio porque,
excepcionalmente, el asegurador adquiere la propiedad o derechos reales sobre el buque o las
mercancías abandonadas, salvo su renuncia en la póliza.
Las consideraciones anteriores permiten calificar el abandono como una declaración unilateral,
recepticia, tasada legalmente y con efectos traslativos, salvo renuncia pactada en la póliza. Es
unilateral pues, como se dijo, es un derecho exclusivo del asegurado. Es recepticia porque sus
efectos se producen desde la recepción por el asegurador de la declaración de abandono, si bien
con efectos retroactivos al momento de la emisión. Está tasada legalmente porque se reserva a
los supuestos reconocidos en la Ley. Y tiene efectos reales o de dominio porque,
excepcionalmente, el asegurador adquiere la propiedad o derechos reales sobre el buque o las
mercancías abandonadas, salvo su renuncia en la póliza.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 64. Los seguros marítimos y aéreos
I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
9. Sigue. La liquidación del siniestro y el pago de la indemnización
Ya vimos que la obligación esencial y única del asegurador es la liquidación del siniestro, que se
traduce en el pago de indemnización. La Ley se ocupa de fijar los términos, modos y efectos
tanto del proceso de liquidación como del pago de la indemnización, pues son fases distintas,
aunque vinculadas.
Respecto del plazo de liquidación deberá practicarse en el fijado en la póliza, que no podrá ser
superior a un mes contado desde: a) La aceptación expresa o presunta del abandono o de la
declaración judicial de su validez o b) La aceptación del siniestro por el asegurador en los casos
de liquidación por la acción de avería.
Cuestión distinta es el pago de la indemnización. Una vez realizada la liquidación del siniestro el
asegurador deberá hacer efectiva la indemnización en el plazo de quince días desde que el
asegurado haya manifestado su conformidad con la liquidación. La demora en el pago obligará
al asegurador al abono de los intereses legales calculados sobre el importe de la indemnización a
partir del momento en que el asegurador manifestó su rechazo al abandono o la avería.
Alternativamente y con la finalidad de superar las posibles discrepancias entre las partes
contratantes, podrán pactar, antes o después del siniestro, que la liquidación se efectúe por un
liquidador de averías nombrado de mutuo acuerdo, siendo vinculante para ambos, salvo la
impugnación judicial en el plazo de treinta días desde la notificación.
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Lección 64. Los seguros marítimos y aéreos
I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
10. La subrogación
10. LA SUBROGACIÓN
El asegurador no tendrá derecho a la subrogación contra ninguna de las personas cuyos actos u
omisiones den origen a responsabilidad del asegurado, de acuerdo con la Ley, ni contra el
causante del siniestro que sea, respecto del asegurado, pariente en línea directa o colateral
dentro del tercer grado civil de consanguinidad, padre adoptante o hijo adoptivo que convivan
con el asegurado. Esta norma no tendrá efecto si la responsabilidad proviene de dolo o si la
responsabilidad está amparada mediante un contrato de seguro. En este último supuesto, la
subrogación estará limitada en su alcance de acuerdo con los términos del contrato.
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Sexta parte. Derecho de la navegación
Lección 64. Los seguros marítimos y aéreos
I. Planteamiento y elementos comunes al seguro marítimo
11. Prescripción de acciones
Los derechos derivados del contrato de seguro prescriben en el plazo de dos años a partir del
momento en que pudieron ejercitarse ( art. 438 LNM).
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Lección 64. Los seguros marítimos y aéreos
II. Las distintas modalidades de seguro marítimo
12. Seguro del buque
El seguro del buque tiene por objeto el interés económico que liga a cualquier persona con el
buque. En el tráfico marítimo se conoce bajo la expresión seguro de cascos, por influencia de la
expresión inglesa (hull insurance).
Si las partes no especifican nada al respecto la Ley dispone que el seguro del buque comprende
el interés sobre sus partes integrantes, accesorios y pertenencias ( art. 410 LNM). El mismo
criterio sancionaba el Código de Comercio, si bien aclaraba, además, la inclusión del casco y
los demás elementos integrantes y, en general, «cuanto esté adscrito al buque», con excepción de
la carga, aunque pertenezca al naviero (art. 745 C. de C.).
El tráfico marítimo, dominado por las cláusulas del Instituto de Aseguradores de Londres (hull
insurance), presenta unas peculiaridades sobre el concepto de buque y sobre el valor asegurado,
ahora recogidas mayoritariamente en la Ley entre las que destacamos, por un lado, la referencia
al concepto amplio de buque que incluye cualquier embarcación, al margen de su destino
comercial, incluyendo, por tanto, los buques de recreo, aunque estos últimos tengan un régimen
especial que se aparta de la Ley de Navegación Marítima y sigue el general de la Ley de Contrato
de Seguro. Por otro lado, la referida al valor del buque o del interés asegurado, dando lugar a las
modalidades de póliza estimada (value policy), donde el valor no puede ser objeto de discusión,
salvo fraude, y de póliza abierta (open value policy), donde el valor se calcula al inicio del viaje.
En ese contexto varias sentencias del alto tribunal despejaron ciertas dudas de interpretación.
Así, la sentencia del Tribunal Supremo de 10 de diciembre de 1988 declaró que no hay que
confundir el valor del seguro con el valor del buque en el mercado y la de 11 de julio de 2002
excluyó los daños a una piscifactoría de la cobertura de una la póliza de seguro de cascos por no
existir voluntad negocial.
El seguro de buques puede contratarse para uno o varios viajes, sucesivos o no, y también por
un tiempo determinado. En el seguro por viaje o viajes, la cobertura inicia en el momento de
recibir la carga a bordo y termina al concluir la descarga, y en todo caso a los quince días desde
su llegada al puerto de destino. Cuando el viaje se realiza en lastre, comienza al levar anclas o
desamarrar en el puerto de salida y termina cuando el buque fondea o amarra en el puerto de
destino. Por su parte, en el seguro por tiempo, inicia a las cero horas del día siguiente al de la
celebración del contrato y concluye a las veinticuatro horas del último día, aplicándose el
horario vigente en el lugar de celebración del contrato. Si al término del plazo el buque se
encuentra en el mar, en peligro, o en puerto de refugio natural o escala, el seguro se prorroga
hasta el momento en que llegue al puerto de destino, abonando el tomador la proporción de la
prima correspondiente al tiempo de prórroga.
Entre las obligaciones del asegurado específicas de esta clase de seguro se encuentra,
obviamente, la de mantener la navegabilidad del buque durante toda la duración de la
cobertura, excluyendo la indemnización por vicios ocultos; esto es, aquellos defectos que no
puedan descubrirse empleando los medios razonablemente exigibles a un armador.
La obligación de indemnizar nace en todos y cada uno de los siniestros que se produzcan
durante la vigencia del contrato. La Ley sigue en este punto el principio de por accidente y por
viaje o tiempo. Correlativamente, se reconoce al asegurador el complemento de prima
convenido en cada siniestro. No obstante, la conocida cláusula de deducción de «nuevo a viejo»
no tiene aplicación, salvo pacto en contrario dado el carácter dispositivo de la Ley.
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II. Las distintas modalidades de seguro marítimo
13. Seguro de mercancías
Aunque la Ley es dispositiva, la disciplina vigente contrasta con la práctica actuarial donde
prevalece el valor de destino si están destinadas a la venta, y el de la factura cuando no lo están,
si bien la jurisprudencia aceptaba el valor de la factura comercial más los gastos de embarque,
flete y aduanas (SSTS de 23 de julio de 1998 y 2 de diciembre de 1997).
En cuanto al ámbito espacial, la Ley de Navegación Marítima dispone la extensión a las fases no
marítimas del transporte, siempre que sean accesorias del viaje marítimo (453). El ámbito
temporal se inicia en el momento de dejar tierra para su embarque, y finaliza cuando estén en
tierra en el puerto de destino. Si se hubiera pactado la «cláusula de almacén a almacén», la
cobertura se extiende desde el momento en que las mercancías abandonan el almacén de origen
en el lugar fijado en la póliza hasta que llegan al de destino en el lugar determinado en la póliza.
Y si el seguro se hubiera contratado sobre mercancías en viaje, la cobertura comienza a las cero
horas del día de la conclusión del contrato.
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II. Las distintas modalidades de seguro marítimo
14. El seguro de flete y beneficio esperado
La Ley de Navegación Marítima lo menciona [art. 409, b)] pero no regula especialmente por lo
que, congruente con el principio de subsidiariedad, se aplican las normas sobre el seguro de
buque cuando sean compatibles con su propia naturaleza y así lo acuerden las partes (art. 452).
El seguro de flete cubre el riesgo de pérdida del derecho del porteador a cobrar el precio
convenido. Comoquiera que en el transporte marítimo es habitual concertar el flete a todo
evento e incluso pagarlo por adelantado, el riesgo de pérdida recae sobre el cargador, que
deviene titular del interés asegurado. No hay que confundirlo con el seguro de crédito, porque el
riesgo no es la insolvencia del deudor, sino los supuestos en que el cargador no está obligado a
pagar el flete. También puede asegurar el flete en los demás contratos de explotación, tanto en el
fletamento por viaje y por tiempo, si bien las pólizas de fletamento excluyen el retraso (loss of
time clause), por lo que la cobertura debe ser objeto de pacto adicional (STS de 19 de abril de
1927).
El seguro del beneficio esperado cubre el interés relativo al lucro o ganancia que espera obtener
el asegurado con la llegada feliz de las mercancías al puerto de destino. En rigor es una
modalidad del seguro de mercancías, que ya vimos anteriormente.
Aunque se rige por los pactos convenidos, la Ley, como anteriormente hacía el Código (arts.
743.7 y 748), exige que la póliza especifique el beneficio que espera obtener el asegurado,
añadiéndolo al valor de las mercancías y si quiere obtener más de del diez por ciento debe
declararlo expresamente en la póliza o en el certificado (454.2 LNM).
El siniestro consiste en la disminución del valor pactado respecto al precio que efectivamente
obtuviere de las mercancías en destino por alguno de los riesgos objeto de la cobertura (pérdida,
daño o retraso). La sentencia del Tribunal Supremo, de 8 de marzo de 1990, ha señalado, por un
lado, la finalidad coincidente con el seguro de lucro cesante del artículo 63 de la Ley del
Contrato de Seguro y, por otro, las diferencias con la cláusula «valor indemnizable» del seguro
de mercancías, donde prevalece el valor declarado frente al precio de las facturas de compra.
Por otra parte, no se debe confundir el interés sobre beneficios con el seguro de desembolsos,
que cubre los daños y perjuicios que sufre el naviero cuando se pierde el buque y no han sido
objeto de cobertura específica en el seguro de cascos.
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II. Las distintas modalidades de seguro marítimo
15. Seguro de responsabilidad civil del naviero (P&I)
El seguro de responsabilidad civil del naviero por daños a terceros, a pesar de su importancia
creciente, carecía de regulación positiva en nuestro ordenamiento hasta la promulgación de la
Ley de Navegación Marítima. Se trata, por tanto, de una novedad que debe recibirse con
aplauso, aunque la regulación es muy parca, dejando por tanto gran espacio a la autonomía de
la voluntad. Conocido en el tráfico bajo la expresión de P&I (Protection and Indemnity), en
referencia a los Clubs de protección e indemnización, constituidos y gestionados bajo el derecho
anglosajón. Los Clubs P&I son mutuas de seguro de armadores, navieros, fletantes y porteadores
ampliamente extendidos pues no hay empresa de navegación que no asegure las importantes
responsabilidades derivadas del ejercicio de la empresa marítima. Puede decirse que el sistema
se ha impuesto con carácter universal y está dominado por el derecho, societario y del seguro,
anglosajón, por estar residenciados los Clubs en el Reino Unido o colonias británicas y someter
así el clausulado al derecho que les resulta familiar.
Esperamos que la disciplina de la Ley venga a limitar algunas prácticas que, sancionadas por los
tribunales británicos, favorecían la posición de las aseguradoras en perjuicio de los terceros que
persiguen la responsabilidad del naviero. Por ejemplo, la negación de la acción directa del
perjudicado frente al Club P&I.
Es un seguro adicional porque cubre las responsabilidades no cubiertas por el seguro marítimo
ordinario, y de carácter mutuo, porque son los propios armadores los que ofrecen la cobertura a
través de un sistema de seguro mutuo, los Clubes P&I.
Los riesgos cubiertos son heterogéneos e incluyen los siguientes: las responsabilidades por
muertes, lesiones, enfermedades de la tripulación, pasajeros, estibadores y personal auxiliar del
naviero; el 25 por 100 de la responsabilidad por abordaje, no cubierto por la póliza de cascos; los
daños a objetos fijos (muelles, diques, instalaciones portuarias, plataformas flotantes, etc.); las
responsabilidades derivadas de la explotación o utilización del buque a consecuencia del
transporte, y los gastos y honorarios de defensa judicial. También se extiende la cobertura a la
recuperación de fletes, estadías y créditos. Modernamente, las coberturas se siguen ampliando,
creando nuevos capítulos, tales como la de riesgos de guerra (War Risks) o de retrasos y huelgas
(Delay by Strikes) e incluso una parte importante de las responsabilidades derivadas de
contaminación.
La Ley de Navegación Marítima lo regula sucintamente, dedicándole los artículos 463 a 467
donde se interesan sólo tres cuestiones: ámbito de aplicación, acción directa y limitación de la
cobertura.
Con carácter previo hay que destacar que el principio de subsidiariedad del artículo 452 tiene
aplicación y, por tanto, las reglas del seguro de buque se aplicarán al seguro de responsabilidad
civil del naviero en la medida en que sean compatibles con su propia naturaleza y lo consientan
las cláusulas acordadas por las partes. Además, la disciplina especial sigue el régimen de la Ley
de Contrato de Seguro, que se aplica supletoriamente en los supuestos en los que la Ley de
Navegación Marítima impone la contratación de seguros obligatorios que gocen de su propio
régimen específico, lo que tiene lugar en los casos de responsabilidad civil por contaminación y
por daños a los pasajeros (arts. 463 y 464).
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III. El préstamo a la gruesa
16. Concepto y ausencia de regulación
Se define como el contrato en el que, bajo cualquier condición, el reembolso de la suma prestada
y el premio convenido dependen del feliz arribo a puerto de los efectos sobre que esté hecho, o
del valor que obtengan en caso de siniestro. Tiene dos finalidades: facilitar fondos al naviero y
dar cobertura a la expedición. Es un contrato formal, bilateral, aleatorio y mercantil según
declaró la sentencia del Tribunal Supremo, de 4 de febrero de 1865, que por ser la primera
sentencia sobre Derecho marítimo dictada por nuestro más alto tribunal vale la pena retener.
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IV. El seguro aéreo
17. El seguro de aeronaves
Las pólizas suelen establecer una cobertura muy amplia, al tiempo que facultan al asegurador
para elegir entre la reparación o el pago de una cantidad que le permita compensar los daños.
Salvo que los riesgos estén excluidos, el seguro cubre la pérdida o daños de la aeronave,
cualquiera que sea la causa y mientras se encuentre en vuelo, marchando por tierra o en el suelo
y amarrada (art. 2 LNA). Entre las exclusiones figuran el deterioro, vicio propio, desgastes
graduales y daños y roturas de los elementos mecánicos y eléctricos, salvo que sean
consecuencia del accidente (art. 3 LNA). Quedan excluidos los actos de baratería del capitán y de
la tripulación, aunque la carga de la prueba incumbe al asegurador. Es frecuente la aplicación
de franquicias, cuya modalidad (por averías menores o deducción de un porcentaje) e importes
dependen de lo pactado contractualmente. Las pólizas suelen concebir el seguro de la aeronave
como un sistema mixto, seguro de daños propios y seguro de responsabilidad civil, reconociendo
la acción directa en favor de los terceros perjudicados.
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IV. El seguro aéreo
18. El seguro de mercancías y equipajes
El equipaje suele ser objeto de seguro junto con el seguro de pasajeros, pero conceptual y
legalmente constituye una modalidad diferente, más cercano al seguro de mercancías. Es un
seguro obligatorio y cubre la pérdida o daños hasta 324,5 euros por unidad. La limitación se
pierde si hubo dolo o culpa grave en la producción del siniestro (art. 121 LNA).
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IV. El seguro aéreo
19. El seguro de pasajeros y por daños a terceros en la superficie
Se trata de un seguro obligatorio (art. 127 LNA y disposiciones comunitarias). La compañía debe
asegurar su responsabilidad, respecto a muerte, herida o lesión corporal de los pasajeros hasta
un importe de 100.000 derechos especiales de giro y ulteriormente hasta un «límite razonable»
por pasajero. La cobertura no se restringe a los accidentes ocurridos en la fase aérea en sentido
estricto, es decir, los acaecidos durante el vuelo o cuando el pasajero se encuentra a bordo,
incluye también las operaciones de embarque y desembarque, desde el momento que el
pasajero pasa al control del personal de la compañía de navegación.
El seguro por daños a terceros en la superficie es un seguro obligatorio (art. 127 LNA) y se exige
a todo explotador, nacional o extranjero [art. 127 LNA, y Reglamento (CE) nº 785/2004 del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 21 de abril de 2004, sobre los requisitos de seguro de las
compañías aéreas y operadores aéreos]. Los límites de indemnización se fijan en función de la
masa máxima de despegue (MTOM); es decir, menos de 2.000 kilogramos, 1,5 millones derechos
especiales de giro (DEG); menos de 6.000 kilogramos, 4,5 millones derechos especiales de giro
(DEG); menos de 14.000 kilogramos, 9 millones derechos especiales de giro (DEG); menos de
25.000 kilogramos, 80 millones derechos especiales de giro (DEG); menos de 50.000 kilogramos,
270 millones derechos especiales de giro (DEG); menos de 200.000 kilogramos, 400 millones
derechos especiales de giro (DEG); por encima de 200.000 kilogramos, 600 millones derechos
especiales de giro (DEG).
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Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen II. 17ª ed., julio 2019
Plan general de la obra
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE
EL EMPRESARIO
SEGUNDA PARTE
DERECHO DE SOCIEDADES
VOLUMEN II
TERCERA PARTE
Lección 32 El contrato de
compraventa y contratos
afines
Lección 33 Los contratos de
colaboración
Lección 34 El contrato de cuenta
corriente
B) EL MERCADO DE SERVICIOS
CUARTA PARTE
QUINTA PARTE
EL DERECHO CONCURSAL
SEXTA PARTE
DERECHO DE LA NAVEGACIÓN
Lección 55 El informe de la
Administración concursal
Lección 56 Las soluciones del concurso
de acreedores
Lección 57 La calificación y la
conclusión del concurso de
acreedores. La publicidad
del concurso de acreedores.
La legislación concursal
especial e internacional
Lección 58 El derecho preconcursal
Lección 59 Derecho de la navegación.
Introducción, concepto y
fuentes. Empresario de la
navegación y colaboradores
Lección 60 Estatuto jurídico de los
vehículos de la navegación
marítima y de la aeronave
Lección 61 Contratos de utilización del
buque: arrendamiento y
fletamento
Lección 62 Transporte marítimo y otros
contratos de utilización del
buque y de la aeronave
Lección 63 Accidentes marítimos y
contaminación
Lección 64 Los seguros marítimos y
aéreos
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