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Transferencia y amor
Ludwig Jekels – Edmund Bergler
(1. Traducción del alemán – Haydeé Heinrich)

“Las mayores dificultades están donde no las buscamos”


Goethe

1. El milagro del investimiento de objeto

“La libido del yo o libido narcisista aparece como un gran


reservorio o una gran represa de la cual parten las corrientes de
investimiento de objeto y al cual retornan. El investimiento del Yo
por la libido narcisista se nos muestra como el estado original que
aparece en la primera infancia, y es encubierto por las posteriores
emanaciones de la libido, pero que en realidad pemanece siempre
latente detrás de las mismas”. (2)
Esta declaración de Freud plantea un número de preguntas.
Puesto que el hecho de que el yo ceda parte de su libido en
beneficio de un yo ajeno, no es algo que caiga por su propio peso y
que haga superfluas las preguntas sobre las causas; antes bien, es
un milagro que requiere una explicación. ¿Por qué el Yo actúa de
esta manera? ¿Cuáles son sus motivos? ¿Obtiene algunos
beneficios, como es de suponer? Y si es así, ¿cuáles?
A nuestro entender, existe en la literatura psicoanalítica una
única pista directa sobre este enigma. Freud considera en
“Introducción del narcisismo”, que el yo recurre al investimiento de
objeto para evitar un estancamiento de la libido en el Yo, que podría
ser experimentado como displacentero. A esta explicación no se le
puede negar cierto grado de fundamentación lógica. Nuestro
propósito es investigar esto un poco más allá, y buscar los motivos
psicológicos que pudieran arrojar alguna luz sobre este milagro del
investimiento de objeto, que por lo general es aceptado como algo
natural.
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2. El querer ser amado

Ante todo reiteraremos aquí, por su plasticidad, un ejemplo


clínico que ya hemos indicado en otro lugar. (3)
Se trata del caso de una mujer casada de alrededor de 40 años,
quien entre sollozos informa al médico, en la sesión posterior a
aquella en que le ha hecho al analista una confesión para ella muy
grave, dado que significaba una gran carga para su personalidad
moral: “—Anoche he tenido la sensación de que usted me ha
abandonado”, pocos minutos más tarde: “—Anoche tuve la
sensación de que ya no lo tengo más a usted, no sé dónde está,
soy demasiado mala para usted”.
No dudamos que cualquier analista con experiencia conoce de
sobra estos ejemplos, de modo que no es necesario ofrecer otros.
Tampoco cabe duda sobre la manera en que se debe comprender y
explicar esta actitud de la paciente: la angustia tiene aquí como
contenido que la paciente podría ser abandonada por su analista,
ser separada de su superyó. Por otra parte, esta angustia de ser
separada de su superyó, es totalmente bien comprendida por el
psicoanálisis, com angustia ante la amenaza de una pérdida de
amor. A la prevención de esta angustia ante la pérdida de amor,
también contribuye, sin duda, la identificación narcisística con el
analista, tal como ya lo ha remarcada uno de los autores en su
trabajo sobre el plagio. Partiendo de la observación de cuántas
veces un paciente repite casi textualmente las opiniones del médico
sin recordar en absoluto la fuente de la que provienen, considera
este plagio inconsciente en el análisis, esta identificación, como
defensa contra la angustia, es decir, como un querer ser amado que
podría ser expresado en la fórmula: “Soy como tú, y dado que tú te
amas, también debes amarme a mí”.
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Pero además de esta concepción, como angustia ante la pérdida


de amor, debe llamarnos la atención la circunstancia de que esta
angustia, casi siempre e inequívocamente, encuentra su expresión
en la representación de un estar separado espacialmente. Apenas
hace falta una observación más exacta para corroborarlo. Este
hecho merece tanto más nuestra atención cuanto que Freud, ya en
“Inhibición, síntoma y angustia”, designa la angustia como reacción
ante una pérdida, ante una separación.
Pero, según Freud, la angustia del lactante y del niño pequeño no
tiene menos, como única condición, extrañar (vermissen)(6) al
objeto. Y este objeto, al cual se refiere la añoranza, y cuya ausencia
provoca la angustia, es, según las opiniones vigentes, la madre
amada y añorada, o bien su sustituto. Y su ausencia (vermissen)
(6) ha de ser sentida por el niño por un motivo económico, a saber,
debido al aumento de la tensión de necesidad —dado que las
magnitudes de excitación alcanzan una altura displacentera. Esta
explicación, incuestionable, tiene como premisa la experiencia de
que un objeto externo, aprehensible mediante la percepción, puede
dar fin a la situación amenazante. Al hecho de extrañar a este
objeto correspondería, entonces, la angustia como señal de peligro.
En este sumario intento de explicación (“experiencia”) se ofrece,
a nuestro entender, un marco cuya elaboración detallada
intentaremos a continuación. Ante todo pensamos analizar
cuidadosamente la situación anímica descripta más arriba como
experiencia, y mediante una minuciosa observación esperamos
captar la relación del objeto en sus orígenes primeros. De donde se
desprende para nosotros la conclusión, que ya aquí debemos
comunicar de manera perentoria, de que la separación espacial
como expresión de la angustia surgiría en el fondo —más allá de la
relación objetal libidinosa con la madre— del sentimiento de la
unidad narcisista amenazada.
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Como prueba de esto nos servirá de guía el hecho que, según las
concepciones psicoanalíticas reinantes, el sentimiento de culpa y de
la angustia corresponden respectivamente a no ser amado por el
superyó y a la angustia ante la pérdida de amor. Lo que nos lleva
directamente al problema del amor. Pero a efectos de poder
iluminar este fenómeno en toda su esencia psicológica, nos parece
ineludible dedicarnos primero al problema del superyó.

3. El desarrollo del superyó

En el cambio de significado que sufrió el concepto de superyó en


el transcurso del tiempo, se refleja claramente el desarrollo de la
psicología pulsional de Freud. Ya que esta “etapa en el yo” fue
descubierta en una época en que la libido estaba en primer plano,
justamente porque en la antítesis pulsional de aquel entonces,
pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, solamente ella era un factor
conocido, mientras que el segundo, a saber, las pulsiones yoicas, de
ninguna manera parecía aún determinable. En aquella época eta
diferenciación en el Yo se denominaba Ideal del Yo (Ich-Ideal), pero
su esencia era descripta de la siguiente manera: “El hombre no
quiere prescindir de la completud narcisista de su infancia, y al no
poder retenerla… trata de recuperarla en la nueva forma del Ideal
del Yo” (“Introducción del narcisismo”). En cambio, siete años más
tarde ya es entendido como la “suma de todas las limitaciones a las
que debe someterse el Yo” (“Psicología de las masas y análisis del
yo”). Desde el reemplazo de aquella oposición pulsional por la
antítesis Eros y Thanatos, y en la medida en que en general
aumentó la consideración de la importancia de la agresión, también
se desplazó a su favor la concepción sobre el contenido y el carácter
de la instancia ahora denominada “superyó”, hasta la exclusividad
vigente en la actualidad: “El superyó parece haber recogido en una
elección unilateral solamente la dureza y severidad de los padres,
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su función interdictora y castigadora, mientras que la cariñosa


asistencia de éstos no encuentra no encuentra aceptación ni
continuación (“Nueva serie de conferencias, p.88). Sin embargo,
este superyó también conservó simultáneamente el carácter o la
función del anterior Ideal del Yo: “También es el portador del Ideal
del Yo, con el cual se mide el Yo, al cual trata de alcanzar, cuya
pretensión de un perfeccionamiento cada vez mayor trata de
cumplir. Sin duda, este Ideal del Yo es el precipitado de la antigua
representación parental, la expresión de la admiración por aquella
completud, que el niño les adscribía en ese entonces” (Nueva serie
de conferencias, p.91)
A pesar de estas claras indicaciones existe cierta confusión, como
nos muestra una revisión de la literatura. Y no somos los únicos que
tenemos esta impresión. Así por ejemplo, Nunberg: “Si además el
Ideal del Yo ha de ser un reflejo de los objetos amados en el yo, y
el superyó un reflejo de los odiados y temidos, ¿cómo puede ser
que estos dos conceptos hayan sido confundidos y se utilice uno en
lugar del otro?” (E. Nunberg, “Allgemeine Neurosenlehre, 1932).
Pensamos que al aplicar nosotros aquí el aspecto de llucha entre
Eros y Thanatos, esta concepción indudablemente correcta de Freud
respecto del superyó, gana considerablemente en claridad y
agudeza, particularmente a través de la precisa captación de los
detalles, en especial de la relación entre superyó e Ideal del Yo.
Pues nosotros entendemos el Ideal del Yo como una especie de
“zona neutralizada” que se encuentra entre dos países vecinos.
Consideramos además que, así como en caso de guerra, todos los
esfuerzos de los dos bandos en conflicto tenderán ante todo a la
ocupación de esta indiferente franja de tierra, del mismo modo la
posesión del Ideal del Yo constituye aquí la meta y el objetivo
primordial de la oscilante lucha entre los dos grandes opositores,
Eros y Thanatos. Pero esta concepción del carácter de por sí neutral
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del Ideal del Yo, es el resultado de la siguiente reflexión sobre el


desarrollo del Ideal del Yo.
De acuerdo a ella, este desarrollo es muy gradual y pasa por una
serie de etapas preliminares. En cada estadio de este desarrollo
pensamos que están en acción ambas pulsiones básicas. Y desde
este punto de vista, haciendo una gran esquematización, se puede
hablar con razón de dos raíces en la formación del Ideal del Yo. Una
de ellas consiste en el intento del Yo de desviar la agresión de la
pulsión de muerte dirigida al Yo, hacia los objetos, con lo cual estos
se vueven terroríficos, es decir, en intercambiar un peligro interno
por uno externo proyectado; un intento fallido.
Esta acción de la pulsión de destrucción es detenida mediante la
recepción de estos objetos angustiantes en el Yo, donde se vuelven
objetos (7) del propio narcisismo.
Como segunda raíz debería considerarse el siguiente proceso: el
sentimiento de omnipotencia del niño es fuertemente conmocionado
por las exigencias reales, como ser los intervalos de lactancia, las
normas de higiene, etc., en resumen, por los requerimientos del
mundo exterior. Después de una serie de fallidos intentos de
restitución, el niño se encuentra ante la alternativa de renunciar a
su sentimiento de omnipotencia, o bien mantenerlo, aún al precio
de un compromiso. El proceso que Freud describió de la siguiente
manera representa una tal compromiso: “Podemos decir que uno de
ellos ha construido un Ideal dentro de su Yo… A este Yo Ideal se
consagra ahora el amor a sí mismo del cual gozó durante la infancia
el Yo Real (8). El narcisismo aparece desplazado sobre este nuevo
Yo Ideal, el cual, al igual que el infantil, se encuentra en posesión
de todas las perfecciones valiosas. Aquí, como siempre en el terreno
de la libido, el hombre ha demostrado ser incapaz de renunciar a
esta satisfacción ya gozada alguna vez. No quiere privarse de la
perfección narsisista de la infancia, y si no pudo retenerla,
peerturbado por las advertencias de su período de desarrollo y ante
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el despertar de su juicio, trata de recuperarla en la nueva forma del


Ideal del Yo (“Introducción del narcisismo”)
Si Eros tuviera éxito en esta defensa contra Thanatos mediante la
erección del Ideal del Yo, este sería exclusivamente lugar del amor,
cosa que en realidad no es, pues Thanatos no se da por vencido,
antes bien vuelve roma esta arma que Eros ha afilado. Pues como
se sabe, la formación del Ideal se basa en identificaciones, que
empiezan muy tempranamente y que son comprobables en todas
las etapas de la organización. Ahora bien, sabemos perfectamente,
que cada identificación va acompañada de una desexualización.
El problema de la desexualización, que entonces debe ser
entendida como obra de Thanatos, es un terreno del psicoanálisis
poco transitado hasta ahora, permítasenos rozar este fenómeno. El
concepto de desexualización es generalmente equiparado
totalmente con el de sublimación. Equivocadamente según nuestra
opinión. Porque la desexualización es el concepto más abarcador, y
la sublimación es un caso especial de desexualización. Nos
imaginamos a esta última como un proceso continuo, que sigue a la
libido como su sombra, es decir que transcurre en todas sus etapas
evolutivas. Bajo la influencia de la pulsión de destrucción el yo está
empeñado, ante todo ya en las etapas pregenitales, en liberar a las
funciones orales, anales y uretrales, de la mezcla sexual y en
transformarlas en puras funciones del Yo, recepción de alimentos,
alejamiento de los desperdicios corporales del sistema intestinal y
urinario. Como sabemos, ya aquí con éxito solo parcial, el cual sin
embargo le es denegado por completo al Yo en la etapa fálico-
genital. Esto parece comprensible si pensamos que lo genital no
posee función yoica y que sólo sirve a la función sexual. Y así, la
desexualización equivaldría aquí —como lo demuestra
evidentemente la época de la lactancia, en la que efectivamente se
produce—, a una extinción de la sexualidad. Sería ir demasiado
lejos. Pues como se sabe, la neurosis lleva al resultado contrario, su
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éxito consiste justamente en la sexualización de las funciones


yoicas. Pero en lo que respecta a la fase fálico-genital, la
sexualización que normalmente se produce después de terminada la
época de lactancia, es sometida a una nueva desexualización
(impotencia, frigidez) por el proceso neurótico.
Recién después de la destrucción (Zertrúmmerung) del complejo
de Edipo puede el Yo consignar un éxito total en sus esfuerzos de
desexualización. Y esto por el motivo ya mencionado, que la
desexualización afecta aquí al órgano de la sexualidad por
excelencia y que está a su esclusivo servicio. Pero además, tal vez
también porque después de tantos intentos fallidos, podría
producirse un temporario y resignado aflojamiento de la tentativa
de satisfacer la libido directamente.
Toda la explicación precedente, especialmente la referencia a la
génesis del Ideal del Yo, su derivación del proceso de identificación
y la desexualización relacionada con él, debería servir como apoyo
para nuestra concepción del Ideal del Yo como zona neutral. Pero
aquí nos damos cuenta de que, tanto con esta afirmación, como
también con la argumentación utilizada para su demostración, nos
hemos acercado muchísimo a un problema ya planteado por Freud,
lo que —como veremos—, parece conferir a nuestra concepción una
importancia más general y elevada.
Tenemos en la mente aquella parte tan discutida y diversamente
comentada de “El Yo y el Ello” en relación al intento hipotético de
explicar la transformación, es decir, independiente del
comportamiento del objeto, de los afectos en su contrario material.
Por ejemplo, de amor en odio, como en casos de paranoia
persecutoria, o también de odio en amor, como sucede en algunos
casos de homosexualidad, en los que el amor ha sido precedido
originariamente por una rivalidad hostil. Una tal transformación
directa de los afectos, opina Freud, cuestionaría profundamente la
diferenciación de ambas clases de pulsiones, inclusos la invalidaría,
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ya que esta diferenciación se basaría en la suposición de “procesos


fisiológicos de corrientes opuestas”. Habría aún otra posibilidad de
explicar este fenómeno de la transformación de los afectos, según
la cual ésta de ninguna manera contradice el establecimiento de las
dos clases de pulsiones, ni lo toca en modo alguno. A saber, si se da
lugar a la concepción que esta transformación de afectos solamente
tiene como base un motivo económico, es decir, que es causada
excllusivamente por la consideración de posibilidades de descarga
más convenientes. Por cierto, este intento de explicación, opina
Freud, no se apoya en una comprobación sino solo en una
suposición, a saber, “que existiría en la vida anímica —sin
diferenciar si en el Yo o en el Ello— una energía desplazable, en sí
misma indiferente, que puede agregarse a una moción
cualitativamente diferenciada, erótica o destructiva, y cuyo
investimiento total puede aumentar. Sin esta suposición de una tal
energía desplazable, no podemos hacer nada. La cuestión es de
dónde proviene, a quién pertenece y qué significa”.
Hasta aquí Freud. Empero, creemos que nosotros sustentamos
esencialmente su hipótesis y tal vez le conferimos fuerza de
comprobación, al destacar, en base a nuestras explicaciones
precedentes, al Ideal del Yo, como esta energía desplazable,
indiferente, postulada por Freud. Y tanto menos esperamos que se
nos contradiga, en tanto el Ideal del Yo posee con seguridad
aquellas características que Freud considera para aquella energía
indiferente, a saber, que provenga de la reserva narcisista de libido
y que sea Eros desexualizado.
No ocultemos entretanto, que aquí aparentemente hay una
contradicción, puesto que narcisismo e indiferencia no son
fácilmente unificables. Esta contradicción se debilita mucho si se
piensa que este Eros ha sufrido aquí una desexualización. Lo que
aún restaba de él apenas es comparable a su sombra. Antes bien,
se podría hablar de que tiene adherido un matiz de la pulsión de
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muerte, teniendo en cuenta que ya la desexualización es obra de


Thanatos; pero por otro lado, las personas introyectadas eran
terroríficas hasta la intervención de Eros, quien por cierto ha
atenuado mucho este carácter terrorífico.
Pero en rasgos generales, el Ideal del Yo se presenta como una
institución nada homogénea y muy incompleta; una aleación apenas
lograda de dos sustancias de valencias diferentes, a saber, del
resistente y apenas superable narcisismo originario, con las
imágenes (imagines) de las personas introyectadas, a las que ni por
aproximación se puede atribuir la misma capacidad de resistencia.
Que milagro, que en vista de esta naturaleza del Ideal del Yo, a
ambas pulsiones no les resulta difícil apoderarse cada vez de esta
energía; el botín asi intercambiado se vuelve alternativamente de
uno y de otro, según la supremacía, para llevar luego los colores —
sin querer se piensa en rojo y negro— del vencedor ocasional. De
manera similar a los héroes de Homero, que en el Hades despiertan
a la nueva vida después de haber bebido sangre, también esta
sombra, el Eros desexualizado, puede ser revivido madiante la
añadidura de la energía de una de las dos pulsiones.
Este juego cambiante de las pulsiones nos permite comprender
que el Superyó, según Freud, tenga un doble rostro, que ha
caracterizado según las dos fórmulas: “debes” y “no puedes” (9).
Como vemos, ambas tendencias son diferentes en sentido
psicológico-pulsional y genético. El “debes” corresponde al Ideal del
Yo recién esbozado. No ocurre lo mismo con el “no puedes”. Este
debe su génesis a la agresión de Thanatos dirigida contra el Yo, el
cual procura a cualquier precio, descargarla hacia objetos para no
sufrir él mismo la destrucción. Pero esta descarga sólo puede ser
exitosa en escasa medida, en primer lugar por la impotencia del
niño, quien no puede convertir agresiones esenciales en acción. La
incompatibilidad de la autoagresión con la posición narcisista del Yo
trae consigo una proyección de esta agresión, de tales
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características que es percibida como viniendo desde afuera, como


amenaza externa. Pero entretanto, como ya indicamos, estas
personas originariamente percibidas como amenazantes son luego
incluidas en el Ideal del Yo, lo que tiene como consecuencia una
modificación esencial de la evaluación de su carácter amenazante.
Esto se debe a que allí se han convertido en objetos del narcisismo,
y en consecuencia, la agresión del Yo a ellos debe necesariamente
ser disminuida y suavizada, ya que en cierto sentido se convertiría
en autoagresión. Esto tiene como consecuencia un estancamiento
de la agresión, y con ello el peligro de la vuelta contra el propio Yo,
peligro éste que es señalizado mediante angustia.
Esta derivación del segundo contenido del superyó, en la cual el
acento parece estar puesto en la intensidad de la pulsión de muerte
y en su tendencia, mientras que por el contrario se considera muy
laxamente su condicionamiento por el objeto y su anudamiento con
éste, es sustentada por un estado de cosas que ya ha sido señalado
reiteradas veces. A saber, que relativamente pocas veces la
severidad del superyó es derivable de la severidad de los padres
realmente experimentada, antes bien, generalmente se puede
establecer una desproporción, muchas veces incluso una oposición
entre ambas. Ya que lo decisivo nos parece aquí la existencia de
una energía pulsional mayor que fluye desde el Ello, que ve
dificultada su descarga sobre los objetos. Esta agresión de la
pulsión de muerte que en última instancia se vuelve contra el propio
Yo, es representada en la mitología y en las religiones de la
antigüedad como Demonio (10) a efectos de una mayor comodidad
utilizaremos nosotros esta denominación. Entendemos pues, bajo
“Demonio”, la parte del “no puedes” del Superyó generadora de
angustia.
Los esfuerzos del Demonio son extraordinariamente favorecidos
por la homogeneidad del Ideal del Yo. Ante todo le posibilita al
Demonio servirse primero del Ideal del Yo y de su energía
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indiferente, como si fuera un modelo mudo que siempre le es


presentado al atemorizado Yo, convirtiéndose así en fuente de
sentimiento de culpa. Y de este modo, las personas acogidas en el
Ideal del Yo demuestran ser aliados dudosos del Yo. Ya que es como
si lo traicionaran y se convirtieran indirectamente en ayudantes de
Thanatos, aunque sea por el solo hecho de que apaciguan la
agresión del Yo y que ellos mismos están llenos de contradicciones,
evidentemente un eco de la inconsecuencia de toda educación. Solo
así puede darse que el Demonio plantee al Yo las condiciones más
contrarias y en consecuencia totalmente irrealizables. Por un lado
está contra cualquier investimiento de objeto, al presentarle
constantemente el “modelo mudo” del Ideal del Yo, que también es
un residuo de objetos.
Pero finalmente, el Demonio también se opone al narcisismo
autosuficientecomo exteriorización de Eros.
Mediante la utilización del Ideal del Yo para sus fines, el Demonio
moviliza al Eros contra el Eros mismo, lo derrota con sus propias
armas y destruye así las intenciones que Eros perseguía al erigir el
Ideal del Yo.
Ni hablar entretanto de una derrota definitiva de Eros, quien está
incesantemente preocupado por alejar los avances de Thanatos, por
frenarlos y por sacar al Ideal del Yo de su indiferencia. La agresión
que se dirige contra el Yo —que originariamente no estaba en
ninguna relación con los objetos del mundo externo— es concebida
por vías de la proyección como proveniente del mundo exterior, a
efectos de preservar eel amenazado narcisismo. Ya que incluso la
necesidad de castigo (11) puede ser tomada como prevención cuyo
motivo también debe ser buscado en la tendencia hacia la
integridad narcisística. Quizás sea éste el verdadero sentido de la
concepción de Nietzsche del sentimiento de culpa. Voluntad de
poder contra la propia impotencia (12).
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Pero mientras estos procesos solamente representan medidas


protectoras, es decir, meramente defensivas de Eros, recién le está
dada la posibilidad de un triunfo completo cuando logra erotizar el
castigo, convirtiéndolo en fuente de placer masoquista (13). Así el
masoquismo es un triunfo de Eros, pero seguramente no el único.
Pues uno de los autores ya ha llamado la atención sobre esto en un
trabajo anterior, el sentimiento de culpa (14) no solamente es
consecuencia sino también un incentivo para nuevos esfuerzos de
Eros en su lucha con la pulsión de muerte, que logre no solamente
dominar la agresión sino también servirse de ella como apoyo para
sus fines.
Pero el oprimido Yo —en sus desesperada lucha defensiva— ni
siquiera retrocede ante la agresión. Ciertamente no faltan
exteriorizaciones de esta táctica agresiva del Yo, que habitualmente
se presentado como demasidado pasivo. Piénsese simplemente en
el chiste, la comedia (15), el humor, como intenta demostrar un
trabajo de los autores que se encuentra en preparación, y last but
not least, en la manía. En su esencia no son más que irrupciones de
la agresión del Yo contra el Ideal del Yo, más o menos disfrazadas,
como en la manía, en la cual hasta son demasiado evidentes. Pero
de acuerdo a su sentido significan intentos de arrebatarle al
Demonio su herramienta, con la cual tortura al Yo. Contra la
agresión del Demonio es movilizada aquí igualmente la agresión por
parte del Yo narcisista. El Demonio ha de ser derrotado con sus
propias armas. La agresión parece aquí puesta al servicio de Eros;
el equivalente exacto de la utilización del Ideal del Yo por parte del
Demonio. Allí Eros contra Eros, aquí Thanatos contra Thanatos, ¡qué
correspondencia total!!

IV. Amor y sentimiento de culpa


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El amor es en realidad un problema psicológico aún no resuelto. Y


esto a pesar de existir desde la antigüedad incontables
investigaciones, estudios y ensayos en tal sentido. Para llegar a
esta conclusión sobre el estado de cosas ni siquiera es necesario
compartir el pesimismo de Schopenahuer, quien en su “Metafísica
del amor sexual” dice:
«Debería extrañarnos que una cosa que en la vida humana, sin
duda, juega un rol tan importante, casi no haya sido considerada
por los filósofos y que se nos presenta como un material no
trabajado. Quien más se ha ocupado de esto es Platón,
especialmente en “El Banquete” y en “Fedro», sin embargo, lo que
expone pertenece al campo de los mitos, las fábulas y chanzas, y se
refiere en su mayor parte solamente a la pederastia griega. Lo poco
que sobre nuestro tema dice Rousseau en el “Discours sur
l’inégalité”, es incorrecto e insuficiente. La discusión que hace Kant
del tema en el tercer párrafo del tratado “Sobre el sentimiento de lo
bello y lo sublime” es muy superficial y sin conocimiento de causa,
por lo tanto, también incorrecto”.
Pero escuchemos lo que opina un moderno autor no analitico, M.
Rosenthal: “Descubrir las corrientes espirituales que en parte
transcurren profundamente por debajo de la superficie y que han
determinado el desarrollo del amor sexual desde sus orígenes hasta
la concepción moderna-ideal… es una tarea difícil y hasta ahora no
resuelta (“Die Liebe, ihr Wesen und Wert”, “El amor, su esencia y su
valor”).
En el psicoanálisis debemos agradecer una vez más a Freud por
lo más abarcativo, sintético y esclarecedor que ha dicho sobre el
problema del amor. De su publicación “Pulsiones y sus viscisitudes”
extraemos la concepción según la cual las relaciones del Yo con los
objetos, basadas en libido pregenital, a lo sumo pueden ser
consideradas como etapas previas del amor, pero de ninguna
manera ya como amor. Esto no solo valdría para las relaciones de
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objeto de la etapa oral, sino ante todo y tanto más para aquellas de
la etapa anal-sádica, las que incluso son difícilmente diferenciables
del odio, mientras que recién se podría hablar de amor cuando la
relación del Yo total con los objetos se nutre de la organización
genital de la libido ya establecida, está ligada indisolublemente a la
organización genital, estaría condicionada por esta y conformada en
oposición al odio.
Estos son descubrimientos no solo asegurados, sino difícilmente
perturbables, a los que hoy se puede dar el valor de axiomas
analíticos. La única duda que podría caber sería en cuanto a la
completud de esta explicación. Esta podría apoyarse en que en la
época de aquella tentativa freudiana aún no existía ninguna de sus
dos quizás más grandes concepciones, ente todo el concepto de los
dos poderes que dominan lo anímico, Eros y Thanatos, pero
tampoco la estructuración metapsicológica de la personalidad.
Al estudiar el Superyó hemos esbozado la lucha de las dos
pulsiones originarias y opinamos que también el amor es la
expresión de esta lucha. Y que también aquí se trata de desarmar al
Demonio, arrebatándole el instrumento de tortura —el Ideal del Yo
— y asociando la energía indiferente del Ideal del Yo a la tendencia
erótica (Strebung). De aquí la a menudo sorprendente similitud
entre el amor en su estadio agudo y el ánimo elevado del maníaco,
y su indudable parentesco psicológico. Solo que aquí se utiliza un
método distinto para desarmar al Demonio: ya que allí donde la
manía le quitaba el arma al Demonio mediante agresión, en el amor
se lo vuelve impotente proyectando el Ideal del Yo sobre el objeto.
Ya que esta situación significa el estado ideal siempre anhelado:
que no exista ningún tipo de tensión entre el Yo y el Ideal del Yo.
Adelantemos que, de acuerdo a nuestra opinión, la búsqueda del
amor tiene como condición ineludible una cierta tensión entre Yo e
Ideal del Yo. El amor tiene para el Yo el significado y el valor de una
demostración “irrebatible” de que este estado intolerable, la tensión
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entre el Yo y el Ideal del yo, no existe. De esta manera, también se


podría entender al amor como un intento de renegación que,
contrariamente a la manía, sería exitoso. No hace falta hacer notar
que allí donde no existe una tensión considerable, es decir, en el
estado normal, este mecanismo de renegación ni siquiera necesita
ser puesto en funcionamiento.
El desarme del demonio, al igual que la gran satisfacción
narcisista por la comprobación de ser amado por el propio Ideal del
Yo, son las dos fuentes de la embiraguez maníaca del amor, de la
“locura amorosa”, del “delirio amoroso”. Pleonasmos, la locura es
amorosa!! (Heine).
Esta proyección del Ideal del Yo sobre el objeto, bajo la presión
del Demonio, surge de una tendencia del Yo a renovar el Ideal del
Yo, a partir de la percepción endopsíquica de que hasta ahora el
Ideal del Yo ha demostrado ser deficiente respecto de la agresión
del Demonio y que su protección es sentida como insuficiente. Esta
proyección —“investimiento del objeto con libido”— es ante todo un
intento de establecer una correspondencia entre el objeto y el Ideal
del Yo, tal como se lo necesita fantasiosamente —y en consecuencia
desea— en su opresión.
Como es un segundo acto, esta proyección es seguida por una
reaceptación parcial del Ideal del Yo proyectado, una reintroyección
a Yo, lo que implícitamente indica que el objeto ha sido investido
con libido narcisista. Esta reintroyección representa, con respecto al
primer acto de la proyección, lo más definitivo y terminante en el
proceso amoroso, lo esencial del amor. Recién se puede hablar de
amor cuando se ha producido una reintroyección.
Resumamos: en el amor, el Ideal del Yo es proyectado sobre el
objeto, luego es reintroyectado “reforzado”, y de este modo el
Demonio es desarmado. La consecuencia de ello es la prevalencia
de Eros, quien también ha atraído sobre sí la energía indiferente del
Ideal del Yo. De allí la superación de todas las consideraciones
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lógicas y racionales, tan usual y característica de casi todo amor. De


allí también la sobrevaloración grotesca y aparentemente irracional
del objeto de amor. En realidad, detrás del objeto amado se oculta,
gozando la maníaca embriaguez de ser amado, el propio Yo, quien
ha encontrado al objeto digno de representar, en la realidad, a los
más valioso del mundo, su Ideal del Yo.
Nuestra concepción dice, en última instancia, que el amor
representa un intento de restablecer la unidad narcisista, la
totalidad de la personalidad, que el Yo considera amenazada. A
saber, muy amenazada por el Demonio, el sentimiento de culpa,
que significa un grave daño a la unidad narcisista.
Entonces, ¿el amor es consecuencia del sentimiento de culpa? Es
la sorprendente objeción que encontramos. Nuestra hipótesis puede
parecer muy extraña, pero la sostenemos en todo su contenido;
también creemos poder demostrarla. A sabe, a través del fenómeno
de la transferencia. Destaquemos aquí la decisiva característica que
la diferencia del amor. Estamos seguros de contar con la aprobación
de todo analista que se base en la experiencia práctica, al destacar
las siguientes manifestaciones de la transferencia como
especialmente llamativas y características:
1. La infalibilidad de su aparición en el campo de la absoluta
imposibilidad de elección con relación al objeto, o a pesar de
ella, la total independencia de la elección, que se manifiesta
sobreponiéndose completamente a edad, sexo, y dejando de
lado cualquier cualidad personal, o bien su carencia.
2. Como segunda característica empero, queremos indicar la
impetuosidad de la transferencia, su ritmo precipitado, el que
a pesar de estar a menudo encubierto, no obstante se
traiciona con igual frecuencia, por ejemplo, en casos en que la
transferencia ya se instala en la sala de espera, aún antes de
que el paciente haya visto al médico.
18

Ahora solo nos falta oponer las manifestaciones respectivas en


el amor, para que nos quede clara la gran diferencia
fenomenológica. Con respecto a la falta de elección e infalibilidad
de instalación de la transferencia, recordemos en qué medida y
con qué severidad el amor está sujeto a condiciones, qué sensible
y oscilante es el amor en germen, cuando las condiciones no
están dadas al menos mínimamente. Y por el mismo motivo, por
esta dependencia, y después de un examen de estas condiciones
—dejando de lado los casos de amor a primera vista, que tienen
una explicación muy diferente—, no se puede hablar de una
precipitación en el amor.
Esta diferencia fenomenológica descubre en gran medida la
psicológica. ¿Acaso caben dudas acerca de lo que implican estas
características de la transferencia, la infalibilidad de su instalación
bajo cualquier circunstancia, en todos los casos, y su
impetuosidad? ¿No son claros signos de un “cueste lo que
cueste”, una expresión de que la transferencia es una acto de
desesperación que surge de un estado de pánico? Y a saber,
nacido del mismo reconocimiento intuitivo del poder protector del
amor contra el Demonio, como en el amante. ¡Pero qué
diferencia! Ya que al igual que el luchador precavido, el amante
supo quitar a su enemigo, el Demonio, en su primer
acercamiento, el arma del Ideal del Yo, aún antes que aquel
pudiera apoderarse totalmente de ella, de allí el triunfo en toda la
línea.
Considérese este contraste particularmente grotesco: por un
lado el neurótico que apenas consigue pasar años en el diván de
análisis, en el “reino intermedio” de la neurosis de transferencia,
en una posición sumamente pasiva y falta de iniciativa; por otro
lado el amante, con todo el aparataje de su actividad e iniciativa:
Proyección del Ideal del Yo, intento de conseguir el objeto que
debe realizar este Ideal del Yo, sus esfuerzos incesantes por
19

modelar a este objeto en el sentido de la fantasía de deseo, como


sí también arrebatarle a la realidad lo más posible, y lo más
propicio a este Ideal del Yo aparentemente realizado. Pues todos
lo sabemos, no solo la fe, también el amor puede mover
montañas. De allí la justificación de designar al amante como
luchador victorioso.
Muy distinto es el caso del neurótico, quien inicia el mismo
camino de lucha contra el Demonio, como si fuera un aventurero
ya desarmado y en consecuencia derrotado, y además después
de muchos compromisos fracasados, a saber, los síntomas. Pues
en su caso, hace tiempo que el Demonio se ha apoderado de la
energía indiferentes, es decir, del Ideal del Yo —en el sentido de
Freud— ha aumentado así su investidura y se ha hecho de este
modo amo de la situación.
¿Significa esto que la diferencia entre transferencia y amor se
limita a la cantidad de sentimiento del culpa? Por cierto esta
diferencia es muy considerable, tanto que hasta decide sobre el
método de defensa, el que, como hemos visto, difiere en ambos.
Pero para la concepción psicoanalítica salta a la vista la principal
diferencia, a saber: en el amor solamente es proyectado sobre el
objeto el Ideal del Yo, a diferencia de los que sucede en la
transferencia, en que es proyectado todo el Superyó, es decir, el
Ideal del Yo y el Demonio. En otras palabras: el amor de
transferencia se diferencia esencialmente del amor. El objeto de
la transferencia no solamente es objeto de amor, sino también, y
tal vez en mayor medida, objeto de angustia. Ya que: “… pero el
temor no está en el amor, sino que el amor desaloja al temor. Y
el temor tiene sufrimiento”. (Evangelio I, San Juan 4,18)
Aquí queremos dar lugar aún a la suposición que, mientras
que el Ideal del Yo —posiblemente gracias a la plasticidad y
capacidad de desplazamiento de las pulsiones eróticas— es apto
para una descarga proyectiva total, el Demonio, por el contrario,
20

aparentemente solo puede ser proyectado parcialmente. Esto


parece verse sustentado por las frecuentes depresiones y
reproches que padecen los pacientes largo tiempo después de
haber concretado la proyección, en forma totalmente
independiente de la actitud del analista.
Pero volvamos al amor. Creemos escuchar aquí la objeción
que existiría ya sea dejadez o descuido, o incluso un premeditado
desplazamiento del tema por parte de los autores, ya que
cualquiera fuera su punto de partida para aclarar el problema del
amor, sus explicaciones siempre se refieren al hecho de ser
amado.
Pero aquí no hay nada de eso. Por el contrario, es este el
verdadero estado de cosas, correctamente reproducido, a saber,
que todo amar en el fondo es ser amado, que en última instancia
existe un querer ser amado. Y solo depende del mecanismo
utilizado en el así llamado “amar”, que se insinúe de alguna
manera, o bien quede totalmente velado, su sentido más
profundo, interpretado por nosotros como querer ser amado.
Existe pues aquí la siguiente alternativa: o bien aparece el
objeto colocado en el lugar del Ideal del Yo, con respecto al cualel
sujeto, el amante, está ubicado como Yo, o bien se da la situación
inversa, es decir, el amante mismo actúa su Ideal del Yo y reduce
el objeto al Yo.
Estos dos mecanismos en el proceso psíquico del amar, tienen
una clara correlación en las formas de aparición del amor, en
tanto nos limitamos a los extremos de la larga y variada escala
en que se manifiesta. Ya que por un lado conocemos un tipo de
amante, que admira al objeto, que está en clara inferioridad con
respecto a él, pidiendo y gozando el cuidado del objeto, con un
marcado reclamo de amor correspondido, de “también ser
amado”. El otro extremo lo representa aquel tipo de amante que
se ubica en la posición totalmente contraria, a quien le interesa
21

principalmente el patrocinio, el tutelaje, el cuidado y la donación,


y el cual parece darle una importancia notablemente menor a la
correspondencia del amor, “también ser amado”.
En consecuencia, para distinguir ambas formas de juego aquí
esquematizadas, se puede designar a la primera como el amor
femenino, pero a la segunda como el amor masculino. Sin
embargo, estas designaciones propuestas se rigen
exclusivamente por la impresión generalizada, sin que estemos
dispuestos a supone una coincidencia completa y sin excepciones
de estas formas de amor con el sexo correspondiente (16).
Nos parece superfluo acentuar que la diferencia psicológica
entre ambos tipos de amor, de ninguna manera contradice la
hipótesis de que el sentido inherente al amor es desarmar al
Demonio. Sólo el método es distinto en ambos tipos. Ya que allí
donde el amor masculino se arroga los atributos del Ideal del Yo,
para hacer desaparecer así toda tensión entre él y el Yo, el amor
femenino lo logra mediante la ilusión de que contenta al Ideal del
Yo ya que es amado por él.
Otra importante confirmación de lo correcto de nuestra
explicación del proceso del amor la obtenemos del hecho que se
puede resolver una contradicción en la cuestión del narcisismo.
Pues mientras en “Introducción del narcisismo” de Freud, se
presentó como esencia del mismo en su relación con el objeto, el
querer ser amado, en los “Tipos libidinales” se afirma
exactamente lo contrario, a saber, que el querer ser amado
activo designa al tipo narcisístico, los dos tipos explicados por
Freud parecen corresponder totalmente a lo que hemos
caracterizado como amar femenino masculino, donde, como ya
hemos reiterado varias veces, ambos pueden ser remitidos
profundamente al querer ser amado. Es así como pensaba
Spinoza: “Amor est titillato concomitante idea externae”.
22

Pero en realidad el amante no es tan independiente del objeto


como lo expresa la frase lapidaria de Spinoza. La embriaguez
amorosa narcisística postulada por nosotros, tiene como
condición que el objeto cumpla, en el sentido del deseo, el rol del
Ideal del Yo que le es adscripto por proyección, lo que
comúnmente es llamado amor correspondido, es decir, que
refuerce la sensación de ser amado. En la medida que no se
emprenda nada que pueda destruir bruscamente la ilusión están
dadas aquí, como la experiencia lo enseña, las condiciones y la
posibilidad de sorprendentes equivocaciones y malas
interpretaciones. En consecuencia, cuanto más completa sea la
correspondencia por parte del objeto, tanto más dichoso e
impetuoso el amor. Creemos que también yace aquí la clave para
la comprensión del “amor a primera vista” (coup de foudre).
Como ejemplo y al mismo tiempo demostración de este estado de
cosas recordamos el joven Werther, quien inmediatamente, en su
primer encuentro con Lotte, cae en un amor apasionado. Esto se
nos hace totalmente comprensible si recordamos que en aquella
ocasión se le presentó en una situación más que evidente de
madre bondadosa, a saber, repartiendo pan a un grupo de niños
que la rodeaba.
Si bien no se requiere un cumplimiento tan exhaustivo como
en este caso, para que surja el sentimiento de amor
correspondido, es necesaria alguna concordancia, a veces
bastante escasa, entre el Ideal de Yo deseado y el objeto. En el
caso de una muestra evidente de indiferencia o incluso rechazo
por parte del objeto, es decir, al faltar la respuesta amorosa, el
amante sufre una conmoción anímica más o menos grave,
generalmente de carácter depresivo, un grave mortificación
narcisista con gran disminución de la autoestima. El Yo narcisista
fracasó en la expedición contra el Demonio, quien ahora goza de
un triunfo sobre el Yo. Pues el Ideal del Yo arrebatado al Demonio
23

vuelve a ser útil a sus fines, se marca la discrepancia entre Ideal


del Yo fantaseado y realizado, y el Yo es arrojado al abismo de la
culpabilidad hasta el sentimiento de total falta de valor.
La imperturbabilidad observable en la persona normal, con la
cual a pesar de todas las decepciones vuelve a dirigirse a nuevos
objetos, surge de la tendencia del Yo a demostrarse que, a pesar
de todo, es amado por su Ideal del Yo, y para escapar al
Demonio. Después de una tal decepción puede recorrerse toda la
escala en la elección de los objetos. Un proceso muy frecuente
consiste en recurrir psíquicamente al propio sexo —en cierto
modo, a sí mismo— para caer luego, guiado por tendencias
denigratorias y justificatorias respecto del Demonio— hasta un
desconcierto respecto del otro sexo.
La corrección de nuestra concepción del proceso amoroso
como reintroyección del Ideal del Yo después de una proyección
previa —como por otra parte la de toda explicación— está dada
por su aplicabilidad, a saber, porque pueda acercar a nuestro
entendimiento algo hasta entonces oscuro. Para ilustrarlo,
elegimos un fenómeno que Freud mismo describió como no
aclarado hasta ahora y que parece ser de gran importancia, tanto
para la comprensión de productos patológicos como para el
problema de la formación del carácter. Nos referimos al
fenómeno de sustitución del investimiento de objeto por
identificación, que Freud comprobó primero en los homosexuales
y más tarde en la melancolía, para luego —en “El Yo y el Ello”
(alteración del yo por identificación con el objeto, reintroyección)
— atribuirle también validez en la persona normal y la formación
de su carácter. Citamos aquí “El Yo y el Ello”: “Si se debe
renunciar a un tal objeto sexual, en su lugar aparece no pocas
veces la modificación del Yo, que debe ser descripta como la
erección del objeto en el Yo, tal como ocurre en la melancolía.
24

Las condiciones más detalladas de esta sustitución aún no nos


son conocidas.
Es posible que el Yo, mediante esta introyección que es una
especie de regresión al mecanismo de la fase oral, facilite o
posibilite la renuncia al objeto. Es posible que esta identificación
sea la condición bajo la cual el Ello renuncie a sus objetos. De
todos modos este proceso es muy frecuente, al menos en las
tempranas fases de desarrollo, y posibilita la concepción que el
carácter del Yo es un precipitado de los investimientos de objeto
abandonados, que contiene la historia de estas elecciones de
objeto”.
Pensamos que la crítica de Freud, que “las condiciones más
detalladas de esta sustitución aún no nos son conocidas”, ya no
tiene razón de ser a la luz de nuestra concepción del proceso
amoroso. Y que esta identificación que reemplaza al amor objetal
—nuestra introyección— no es una aparición nueva sino que se
instala ya al principio del proceso amoroso y se convierte en
parte constitutiva del amor.
Por otro lado, nótese que nuestra opinión sobre la
reintroyección y su decisiva importancia en el proceso amoroso se
ve esencialmente respaldada por la concepción de Freud, quien
en “Pulsiones y sus vicisitudes” dice del amor: “Es
originariamente narcisista, pasa luego a los objetos que han sido
incorporados al Yo ampliado”.
Digamos aún unas pocas palabras sobre el epílogo del amor.
Como se sabe, el final del amor se caracteriza por la resaca (16),
es decir, castigos del Demonio. Los conflictos, complicaciones,
etc., que se desprenden del amor, representan a través del
frecuente sufrimiento crónico, que dura mucho más que el
enamoramiento una penitencia, un apaciguamiento del Demonio,
quien de esta manera se venga cruelmente, con intereses y
punitorios, de su temporaria impotencia. Al final de la relación
25

amorosa el Yo trata al objeto con la misma rigidez y crítica con la


que él mismo se tratado por el Demonio. De este modo se
vuelven comprensibles las agresiones contra el anterior objeto
amoroso, que tan frecuentemente acompañan al desengaño: son
intentos del Yo de desplazar los castigos del Demonio sobre el
objeto. Esto representa al mismo tiempo una captación del
Demonio según la fórmula: yo no amo al objeto.

V. La ficción autárquica

En los comienzos de la vida extrauterina son para el niño no


solo desconocidas sino inimaginables otras fuentes de placer que
él mismo, lo que coincidiría con el “Período de la omnipotencia
absoluta”, descripta por Ferenczi. Según Freud, hasta el objeto
dispensador de placer y alimentación, el pecho materno, es
concebido por el niño durante un tiempo como perteneciente a él,
como parte de su propio cuerpo. Entendemos que esta
concepción de Freud aún no ha sido valorada suficientemente en
su significación fundamental, y quizás ha sido apenas reconocida.
Pues su consecuencia inmediata es que la conocida controversia
acerca de cuándo es descubierto el Yo, debería ser reemplazada
en forma más correcta y productiva, por la más pertinente de
cuándo es descubierto el objeto.
Este estadio, anterior a toda captación de objeto, durante el
cual el Yo infantil experimenta la ilusión de omnipotencia, es lo
que denominamos la “ficción autárquica” del lactante. Vemos una
demostración de esta concepción en el conocido hecho que existe
una fase, en la cual el lactante —cuando extraña a intervalos o en
forma constante el pecho materno— primero lo busca en el
propio cuerpo y cree hallarlo allí, (esencialmente en el propio
pene). Esto demuestra además que mal dispuesto está el Yo
infantil ab ovo respecto de los objetos, y como niega (17)
26

inicialmente a los objetos, apoyándose en su sentimiento de


omnipotencia.
Lo persistente e indestructible de esta ficción autárquica, es
aclarado a partir del análisis psicológico del acto sexual.
Veamos primero brevemente lo expresado al respecto en la
literatura: ante todo debe consignarse el trabajo de Stärcke sobre
el complejo de castración; fue el primero en señalar el problema
de la castración oral por privación del pecho materno. Ferenczi
(“Ensayo de una teoría genital”) ha llamado la atención sobre el
hecho que cada ser humano, sea hombre o mujer, puede jugar, y
de hecho juega, el doble rol de niño y de madre con el propio
cuerpo. El coito se caracteriza por un rasgo de “regresión
maternal”, en el cual se produce una triple identificación:
identificación de todo el organismo con el genital; identificación
con la pareja; e identificación con la secreción genital. El ritmo de
la lactancia sería conservado como parte esencial de toda
actividad erótica posterior, en la cual han sido desplazadas a la
vagina cantidades considerables de erotismo anal y oral. De este
modo, como lo ha demostrado Helene Deutsch en su
“Psicoanálisis de las funciones sexuales femeninas”, la vagina,
bajo la conducción excitatoria del pene, en la transposición de
arriba abajo, adopta en el coito el rol pasivo de la boca
succionante, en la equiparación pene=mama. En esta función el
coito significaría para la mujer una producción de la primera
relación del ser humano con el mundo exterior, en la que el
objeto fue incorporado de manera oral, una repetición de la
succión del pecho materno, es decir, un dominio del trauma del
destete.
Rank en “Zur Genese der Genitalität” demostró que el niño
encuentra en su propio genital un sustituto del pecho materno, y
responde a la pregunta acerca de cómo es desplazado el “resto
miserable” (18) de la libido de la etapa oral a la genital, haciendo
27

referencia a la masturbación del lactante. De acuerdo a una


indicación de Bernfeld, primero, la mano ahuecada reemplaza la
cavidad bucal, y es luego caracterizado por la equiparación pene
propio=pecho, eyculación de semen = flujo de leche. El acto
sexual normal sería entonces no solo reemplazo sino también
venganza sádica por la fallida satisfacción en el pecho materno.
Bergler y Eidelberg indicaron en su trabajo “Das Mammakomplex
des Nannes” (“El complejo mamario del hombre”), en base a
material casuístico, el hecho de que el niño trata de reroducir
activamente, como en el juego infantil, lo pasivamente vivido
como compulsión a la repetición, a efectos de resolver el trauma
del destete arriba mencionado. En lugar de la recepción pasiva de
leche materna, el niño se convierte en donador activo de orina
(leche) mediante la toma de posesión actica del pene. La grave
mortificación narcisística provocada por el destete ha de ser así
superada y restablecido el sentimiento de omnipotencia. Los
autores parten de un investimiento del pene con una mezcla
pulsional de Eros y Thanatos, y consideran que la parte de la
mezcla pulsional proveniente de la pulsión de muerte ya ha
experimentado en el acto sexual tal modificación, que su
satisfacción puede tener lugar sin peligro para el individuo. En el
coito, el hombre finalmente logra superar psíquicamente el
trauma del destete, en la identificación con la madre fálica,
mediante la reproducción activa de lo vivido pasivamente.
De este modo, según las indicaciones coincidentesde todos los
autores mencionados, el acto sexual contiene en realidad una
repetición de la situación de lactancia. Nosotros en cambio,
traspasamos la concepción del coito, de todos estos autores,
como eco de la situación niño-madre, en tanto afirmamos el
carácter profundamente narcisístico del acto sexual: el acento
colocado en la relación objetal no nos parece definitivamente
decisivo, ya que por el camino de la identificación con el objeto
28

también es reencontrada la propia situación de lactancia. Lo que


se desprende en primer lugar de la concepción arriba expuesta es
el hecho que el querer se amado —que es el núcleo del posterior
requerimiento del Yo al Ideal del Yo— en realidad debe ser
remitido al no querer estar apartado del pecho materno
eternamente fluyente. Solo que esta añoranza no se refiere al
objeto —el pecho de la madre— sino que representa un intento
restitutivo narcisístico, ya que se refiere al pecho cuando aún era
percibido como parte del propio Yo; en función de ello, esta
representación debe ser vista como la piedra fundamental del
posterior Ideal del Yo. Las futuras consecuencias, incluso
decisisvas para la vida, de este —sit venia verbo— “error cardinal
del lactante” sobre la pertenencia del pecho donador, ya se nos
han hecho evidentes en el proceso del amor. De él surge en
última instancia, por más grotesco que nos pueda parecer, el
investimiento del objeto en el proceso amoroso, con el fin de
procurarle de este modo al ser humano la unidad narcisística
perdida.
Esta concepción nuestra, por cierto, no se contradice con la
conocida afirmación de Freud: “El investimiento narcisístico del Yo
se nos presenta como el estado originario (Urzustand) realizado
en la primera infancia, que solo es ocultado por los posteriores
envíos de la libido, y que en el fondo se ha conservado detrás de
éstos”.
Si tenemos en cuenta en qué medida el Yo procura
constantemente asegurar su unidad narcisística mediante los
intentos restitutivos arriba esbozados, se nos hará por fin
totalmente comprensible el comportamiento del neurótico en la
transferencia, inicialmente descripto. En primer llugar su angustia
ante la separación, pero asimismo, que esta separación posea
una expresión espacial.
29

También el hecho tan sorprendente, que es aceptado con una


naturalidad incomprensible para nosotros, a la sumo haciendo
referencia, como explicación, a una misteriosa pulsión
reproductiva, el hecho de que el amor impulsa tan
imperativamente a la unión y satisfacción sexual, también se nos
vuelve comprensible. Ya que consideramos que para este estado
de cosas deben existir determinantes psíquicos
extraordinariamente precisos, similares a los que estamos
acostumbrados a exigir en el psicoanálisis en general y cuyo
esclarecimiento nos parece insoslayable para la comprensión del
problema amoroso. Ni aún una eventual referencia a la
formulación freudiana, a saber, que el amor preovendría de la
capacidad del Yo de satisfacer una parte de su moción
autoeróticamente, mediante la ganacia de placer de órgano, haría
superfluo el señalamiento de estos determinantes. A lo sumo
deberíamos reemplazar la pregunta antes planteada por la
siguiente: ¿para qué efectúa el Yo todas las peripecias y el
enorme desvío a través de los objetos, si finalmente regresa otra
vez al punto de partida, es decir, nuevamente a sí mismo?
Nuestra respuesta es: tanto el amor tierno como el sensual, se
refieren en última instancia a lo mismo. Ambos son, por su
esencia, intentos narcisísticos de restitución que se hallan
sometidos a la repetición.
Tengamos en cuenta que el acto sexual expresa
corporalmente, por así decir, lo mismo que el amor tierno. Ya que
lo mismo que se expresa en el amor tierno a través de la
reintroyección del objeto colocado en el lugar del Ideal del Yo,
exactamente lo mismo, se nos revela en el amor sensual, ya por
la mera pulsión de contrectación” (19), esa necesidad hasta
ahora enigmática, tan impulsiva y tan dominante en los amantes
de estrecharse muy fuertemente, inseparablemente, como si
buscaran volverse casi inseparables.
30

Recién la unión de ambas partes amantes —como expresión


máxima de la unidad— se convierte en le mayor negación del
sentimiento de estar separados, de la incompletud, de la lesión
del narcisismo. Esta expresión máxima de unidad tal vez solo es
superada por la creación del niño como materialización de la
fantasía de unidad!!

VI. Algo más sobre el problema de la transferencia

En su trabajo “Observaciones sobre el amor de transferencia”,


Freud responde a la pregunta sobre una eventual diferencia entre
transferencia y amor, que en realidad no existiría una tal
diferencia, que tanto en uno como en otro caso se trataría
siempre de lo mismo, es decir, amor; la transferencia sería
solamente un amor bajo condiciones especiales (del análisis y de
la resistencia) y representaría así solamente un caso especial de
amor.
Repitiendo y ampliando nuestras anteriores apreciaciones
sobre el amor de transfrencia, acentuamos lo siguiente: la
diferencia entre ambos radica en que, mientras que en el amor el
objeto fue colocado por proyección en el lugar del Ideal del Yo, en
el amor de transferencia el médico reúne en sí ambas partes del
superyó, tanto Ideal del Yo como Demonio, por el camino de la
proyección. Aquí prevalece indudablemente la angustia. A su lado
está la sobrevaloración del objeto de amor. La angustia ante el
médico, respectivamente, el querer ser amado por él, son las
disposiciones características del amor de transferencia.
En la transferencia positiva el paciente quiere ser amado por el
médico como su Ideal del Yo. La consecuencia de este querer ser
amado por el médico y la angustia ante él, es la identificación
narcisística con el médico. Repetimos: el núcleo de toda
transferencia positiva es, al igual que en el amor, el proceso
31

narcisístico de querer ser amado. Del mismo modo vale también


para la tansferencia lo dicho anteriormente sobre el amor activo y
el querer ser amado pasivo: el amante activo representa en el
objeto su Yo, mientras que él mismo representa su Ideal del Yo.
Para el que pasivamente quiere ser amado, el objeto por el cual
quiere ser amado es el Ideal del Yo, y el amante mismo es el Yo.
Ampliando nuestro tema propiamente dicho agregamos: en la
tansferencia negativa, el odio aparentemente dirigido hacia el
médico respectivamente a las personas de la infancia, se refiere
también al propio Yo. Este odio encubre: a) en gran medida el
amor (“transferencia positiva bajo la imagen de la negativa”), o
bien la agresión de los pacientes no es más que un intento de
comprobar la resistencia del amor del médico, hasta qué punto
puede éste ser cargado. b) ha fracasado la descarga de la propia
agresión del propio Yo sobre el objeto. Esta es al mismo tiempo la
diferencia entre el odio “normal” y el neurótico: en el primero ha
sido exitosa la derivación de Thanatos al objeto; en el odio
neurótico éste se dirige, por el desvío de la angustia y del
sentimiento de culpa, contra el propio Yo.
Esto lleva al problema de la ambivalencia, es decir, la unión de
disposiciones de amor y de odio hacia el mismo objeto. A la luz
de la concepción aquí esbozada, el panorama se modifica.
Amor = deseo de ser amado por el propio Ideal del Yo
proyectado sobre el objeto.
Odio: intento de derivación de Thanatos sobre el objeto. El
intento fracasa, la agresión es atajada, ya que en este caso el
objeto es al mismo tiempo también el propio Ideal del Yo, de
modo que la agresión se dirige nuevamente al propio Yo.
Vemos entonces que tanto en la transferencia positiva como
en la negativa, los elementos narcisísticos son tan
preponderantes como en el amor. La diferencia con el amor,
como dijimos, radica en la magnitud de la parte del Superyó que
32

es proyectada sobre el objeto: en el amor solamente el Ideal del


Yo; en la transferencia, tanto el Ideal del Yo como el Demonio. El
proceso en lal cura analítica consiste en hacer retroceder cada
vez más la proyección del Demonio sobre el médico, a beneficio
del Ideal del Yo, para también disolverla al final de la cura. El
paciente aprende entonces realmente a “amar”. En consecuencia,
también la identificación como defensa ante la angustia da paso a
aquella que hemos indicado más arriba como parte inmanente del
amor.

VII. Las dos funciones de los objetos: intento narcisístico de


restitución y descarga de la agresión

Resumamos el resultado de nuestras investigaciones para


poder responder a la pregunta inicialmente planteada sobre los
motivos del investimiento de objeto.
Ante todo hay que insistir en que el Yo inicialmente sólo
resistiéndose se vuelve hacia los objetos; ya que en el estadio de
la autarquía ficticia el propio cuerpo es al mismo tiempo el mundo
de los objetos. Solo después que fracasan los intentos de
mantener la ficción, recurre a otros métodos para restituir su
deteriorado sentimiento de omnipotencia. Esta es la función y la
determinación más propiamente dicha de los objetos para el Yo.
De allí el investimiento libidinoso de los objetos.
Sin embargo, no debe perderse de vista que en nuestras
explicaciones precedentes del proceso amoroso hemos descripto,
como caso especial de investimiento de objeto, el amor del
adulto, al cual, como se recordará, hemos colocado en estricta
dependencia del sentimiento de culpa.
Pero ¿qué sucede en el niño? Pues el niño pequeño ya debe
efectuar los primeros investimientos en aquellos objetos que le
son aportados como consecuencia de las vivencias de las
33

pulsiones de conservación del Yo, que se convierten en fuentes


de placer. Esto parece desmoronar la derivación tan profunda y el
anudamiento tan profundo que hemos efectuado entre el proceso
amoroso y el sentimiento de culpa, ya que aparentemente allí no
hay lugar para para este último sentimiento de culpa. En
respuesta hacemos referencia a nuestra concepción antes
esbozada, según la cual la autoagresión estancada e impedida de
descarga suficiente, justamente obliga a descartar una total
ausencia de sentimiento de culpa.
Por otro lado, en ocasión de una conferencia de D. Burlingham
sobre el impulso de comunicación en los niños —según la cual
éste contiene, junto con la tendencia exhibicionista, un
llamamiento a la asociación a efectos de una ganacia conjunta de
placer sexual—, Anna Freud anudó unas observaciones que nos
parecen de gran importancia para el problema que aquí nos
ocupa. A saber, Anna Freud consideraba que a la luz de esta
concepción se hacía claro por qué la educación reformista,
permisiva, no se diferencia en nada en sus éxitos, es decir, en
sus fracasos, de la educación ortodoxa y prohibitiva. Ya que el
acento no estaría puesto en el dejar hacer y la tolerancia, sino
mucho más en la participación en la ganancia de placer sexual,
exigida y esperada por el niño. Así sucedería, por ejemplo, que
por mayor que sea la tolerancia ante el onanismo, ésta cae en
saco roto. Pues el niño deduciría en realidad un rechazo de la
falta de participacion del adulto en su actividad sexual.
A partir de aquí, entendemos, solo resta un paso para aceptar
la existencia del sentimiento de culpa también en el niño
pequeño. Ya que, de acuerdo con estas explicaciones, no le
permanece oculto al niño que con sus deseos y sus tendencias se
encuentra en contradicción con la posición de los adultos, que de
este modo está muy a la zaga del Ideal del Yo en proceso de
formación.
34

A una eventual objeción de que esta aceptación del


sentimiento de culpa en el niño estaría en contradicción con la
concepción psicoanalítica, respondemos que se trata aquí de
etapas previas —cuya repercusión, empero, no debe ser
menospreciada— del Superyó, el cual se constituiría
definitivamente recién después del total hundimiento del
complejo de Edipo.
Además, no perdamos de vista que en la cuestión del
sentimiento de culpa, en última instancia se trata del problema
de la angustia y pensamos en el íntimo parentesco psicológico de
ambos fenómenos. Se puede suponer en consecuencia que, así
como en el adulto el sentimiento de culpa funciona como motivo
del amor, en el niño lo hace la angustia. Ya hemos hablado
acerca del contenido y la esencia psicológica de esta angustia al
principio de este trabajo, sobre la base de la concepción
freudiana. El resultado fue que esta angustia sería
profundamente la expresión de no querer estar separado. Pero
allí indicamos que no entendemos como el último y más profundo
motivo, el postulado no querer estar separado de la madre, sino
que más bien percibimos un tal motivo en la amenaza de la
unidad narcisística. La ficción autárquica nos señala claramente
que la angustia en última instancia corresponde a la amenaza de
esta unidad ficticia, que parece ser paradigmática de la vida
aníica. De acuerdo a ello, debe evaluarse la perturbación de esta
ficción como la más grave irrupción en el narcisismo, a cuya
reparación se aplica el investimiento de objeto, y que explica su
ineludibilidad casi obsesiva.
La forma en que este objeto es puesto a servicio de esta
equiparación narcisística, ya ha sido suficientemente destacada
en las explicaciones sobre el proceso del amor. Incluyamos
además la conocida concepción psicoanalítica, según la cual el Yo
35

sustrae a los objetos la libido con la cual los ha investido el Ello,


para de este modo, erigirse y ampliarse a costa de los objetos.
Agreguemos aquí que la reintroyección no solamente es un
medio de combate contra el Demonio, sino que actúa también en
gran medida en dirección de la ficción de omnipotencia, mediante
la ampliación y fortificación del Yo. Esta es otra prueba de que el
amor debe ser contado entre aquellos intentos narcisísticos de
restitución, que se hallan bajo la presión de la compulsión de
repetición.
Lo que se desprende de lo arriba expuesto es que, por mayor
que sea el valor heurístico de la diferenciación entre
investimiento narcisístico y libidinoso-objetal, de ninguna manera
nos parece justificada su diferenciación y separación radical,
como sucede a menudo, el establecimiento de una oposición. No
perdamos de vista que el investimiento objetal, en realidad no
tiene otro significado que una manifestación del estado de la
libido narcisística, por lo cual sólo es un indicador. Con esta
concepción, estamos en total concordancia con la concepción
original de Freud, pertinazmente sostenida surante cinco decenios
hasta la “Nueva Serie”, que reza allí: “… entonces
constantemente la libido del yo es convertida en libido de objeto,
y la libido de objeto en libido del Yo” (pág. 141)
La segunda función de los objetos para el Yo —la descarga de
la agresión de Thanatos, originariamente correspondiente al
propio Yo seguramente no es menos importante para la economía
psíquica que la nombrada en primer término. También sirve al
interés de la completud narcisística.
Si bien estaría justificado, no somos lo suficientemente
maliciosos como para afirmar que la relación de objeto al servicio
de la descarga de agresión, sería la más sólida de la cual es
capaz el ser humano.
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Se debe hallar aquí otra causa por la cual en las prácticas


repetitivas antes descriptas se requieren objetos reales. ¿Por qué
no persiste el ser humano en el onanismo, que le es bien
conocido desde la infancia y más cómodo? Seguramente todo
esto también podría expresarse parcialmente en el onanismo.
Solo que para aquellos elementos agresivos tan importantes, que
en parte constituyen el sustrato de estas mociones, como la
venganza, los matices hostiles, etc, no existe en el Yo suficiente
posibilidad de descarga. A no ser que se elija la salida
masoquista, es decir, neurótica. Es justamente el estigma de
muchos neuróticos, con su insuficiente e inhibida descarga
agresiva del propio Yo sobre los objetos, que deben conformarse
con el onanismo. La insuficiente descarga de la agresión en el
onanismo nos parece una circunstancia que de ninguna manera
debe ser menospreciada (20). Y es en dos direcciones que nos
parece importante. En primer lugar porque explica el hecho de la
satisfacción incompleta en el onanismo. Pero en segundo lugar,
porque cuestiona seriamente, si es que no rebate en gran
medida, el tan difundido carácter inofensivo e inocuo del
onanismo.
Hemos presentado anteriormente la ficción autárquica como el
paradigma de la tendencia hacia la unidad y completud
narcisística, que el hombre persigue durante toda la vida con
ayuda de los objetos. Posiblemente la captación intuitiva de este
estado de cosas ha ya encontrado un reflejo muy distorsionado
en aquellos sistemas filosóficos que enseñan que el mundo existe
meramente en nuestra imaginación. Tanto más alentador ha de
ser la idea de que la ficción autárquica en última instancia
también es la causa de que toda la vida del hombre esté
atravesada por ficciones, y que sin ellas es casi imposible.-
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Traducción del alemán: Haydeé Heinrich


Supervisión: Judith Jamschon
Corregida y digitalizada: Osvaldo Arribas

Notas

(1) Conferencia pronunciada en la Asociación Psicoanalítica Vienesa el 8 de


noviembre de 1933. ¿Traducción desde el alemán?
(2) Tres ensayos para una teoría sexual. Sigmund Freud. Trad. de López
Ballesteros. Tomo II, pág. 1222
(3) L. Jekels, “Das Schuldgefül” (El sentimiento de culpa), Psychoanalytische
Bewegung IV, 1932, p. 345 ss.
(4) E. Bergler, “Das Plagiat” (El plagio), Psychoanalytische Bewegung IV, 1932,
véase la 14º y 15º forma de plagio inconsciente, p. 414 y ss.
(5) Angustia (Angst) puede traducirse según el contexto por miedo, temor o bien
por angustia u opresión. Es la palabra utilizada por Freud en “Hemmung,
Symptom und Angst” (“Inhibición, Síntoma y Angustia”), tradicionalmente
traducida por Angustia
(6) Vermissen: sentir la falta o la ausencia de, echar de menos, extrañar.
(7) Nótese que aquí “objeto” figura como parte de la expresión “volverse objeto
de” (gegenstand werdn), mientras que en la misma frase, “objetos” traduce el
alemán “objekte” (N. del T.)
(8) Yo Real: Wirkliches Ich. Nótese que no se trata aquí del “Real Ich”, que
también se traduce como “Yo Real”.
(9) du darfst nicht: “no puedes”, “te lo prohíbo”.
(10) Dámon: demonio, diablo, conciencia, voz interior, genio
(11) Llamamos la atención sobre las grotescas dislocaciones de las que es capaz
el Yo acorralado con tal de descargar hacia fuera un trozo de agresión que le
corresponde. Por ejemplo, el caso es que la descarga de la agresión es admitida
por el Demonio con la condición de que el Yo sea castigado por el objeto. Una de
las pocas concesiones del Demonio es que no lleve a cabo él mismo la ejecución
sino que se la deje al objeto (¿objeto de amor?) O cuando la finalización de la
agresión y la obtención del castigo son divididos en dos actos separados (síntoma
en dos tiempos en la neurosis obsesiva). En consecuencia, no solamente ha de
buscarse la génesis del superyó, sino también su severidad en el hecho de que la
descarga de la agresión hacia fuera mediante proyección fracasa por motivos
arriba expuestos. Una exitosa derivación de la agresión aumenta el narcisismo del
Yo y confiere a Eros preponderancia pasajera; una fracasada derivación de la
agresión refuerza automáticamente a Thanatos, enfurecido contra el Yo.
(12) Nótese la repetición del término “Macht” (poder) en “Matchwille” (voluntad
de poder) y en “ohnmacht” (impotencia). (N.del T.)
(13) Estamos aquí totalmente de acuerdo con L. Eidelberg, quien partiendo de
otros puntos de vista ha demostrado en su trabajo sobre “Masoquismo” —para un
grupo de estos perversos— que mediante complicados desvíos ocasionan ellos
mismos sus derrotas. Según la muy interesante hipótesis de Eidelberg es aquí
una condición que la derrota sea preparada por uno mismo, con lo cual se
satisface el inconsciente delirio de grandeza.
(14) L. Jekels (El sentimiento de culpa) “Das Schuldgefühl”, Psychoanalyt
Bewegung, IV, 1932, P. 345.
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(15) L. Jekels (Psicología de la comedia) “Psychologie del Komödie”, Imago XII,


1926, P. 328.
(16) Katzenjammer: modorra, resaca de la borrachera.
(16) La no concordancia entre el sexo y la forma de amor requiere una discusión
que será mantenida en otro lado. Solo aseguremos aquí que esta no concordancia
está determinada en gran medida por fijaciones: en el hombre a la etapa oral; en
la mujer a la etapa fálica (deseo del pene).
(17) Leugnet: niega. Del verbo leugnen: negar, denegar, desmentir. En cambio
Verneinen: negar, decir que no, contestar negativamente. Verneinung es el
término utilizado por Freud en su artículo “La Negación”.
(18) “Der Schábige Rest”: el adjetivo “schábig” califica en forma despectiva,
según las siguientes acepciones: raído, gastado, usado, miserable, andrajoso,
roñoso.
(19) Impulso a entrar en contacto con la otra persona, o necesidad de contacto
epidérmico con el otro cuerpo.
(20) Nuestra concepción del onanismo se toca con la de Nunberg (Allgemeine
Neurosenlehre)

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