Animecha Kejtzitakua, se traduce en español como “ofrenda a las ánimas”, y tiene su origen en la historia de amor de dos príncipes purépechas. Mintzita era hija del rey Tzintzicha; Itzihuapa, del Rey Taré y príncipe heredero de Janitzio. Estos dos príncipes se conocieron y se enamoraron locamente, pero su amor no pudo concretarse, porque se supo de la llegada de los conquistadores españoles. El padre de Mintzita fue aprendido por Nuño de Guzmán, a quien le ofreció un tesoro fabuloso, el cual se encontraba bajo las aguas, entre Janitzio y Pacanda. Itzihuapa se aventuró en busca del tesoro, a pesar de que éste estaba resguardado por las sombras de veinte remeros espectrales, quienes, al entrar el príncipe al agua, lo adormecieron y así, el joven amante murió ahogado. Los espectros se quedaron con su alma, volviéndolo el vigésimo primer guardián de la fantástica riqueza. La leyenda cuenta que, desde entonces, cada noche del primero de noviembre, al escucharse el sonido triste de las campanas de Janitzio, surge de entre las aguas la sombra de príncipe y de sus compañeros guardianes del tesoro. Itzihuapa vuelve, siempre con la esperanza de ver a su amada, que lo espera radia nte a la orilla del lago. Año con año suben la empinada cuesta de la isla tomados de la mano y se dirigen al panteón para recibir la ofrenda de los vivos. En las noches en que la festividad coincide con la luna llena, dicen que es posible ver a los dos amantes despedirse bajo la plateada luz, prometiéndose volver a encontrarse al año siguiente. La flor de cempasúchil engalana casi toda la isla, así como las gardenias y las gladiola, rodeadas todas ellas de las veladoras y el copal. El conjunto crea la apariencia de un neblinoso y perfumado jardín. Poco antes de la medianoche del 1 de noviembre, los habitantes de Janitzio salen de sus casas y se unen a la procesión hacia el panteón, con solemnidad y respeto. Cuando llegan a las tumbas de sus difuntos, colocan hermosas servilletas bordadas sobre las tumbas y depositan ahí los alimentos que en vida eran sus preferidos. Adornan la tumba con flores y veladoras. La noche transcurre entre alabanzas, rezos y cantos de las mujeres y niños, mientras que los hombres montan guardia en las afueras del cementerio, para que todo transcurra en paz. No puede faltar el sonido melancólico de la campana colocada en el arco de la entrada del cementerio, que llama a las ánimas para que se manifiesten. Las calles y los camposantos son invadidos, además, por el aroma de los guisados típicos, que indudablemente te alborotarán la lombriz. La sopa tarasca está elaborada a base de frijol bayo, caldo de pollo, jitomate, tortillas fritas y chile ancho.