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Apenas salgo de mis aposentos, me encuentro cara a cara con una espada hermosa como

ninguna que haya visto antes, reluciente como el sol y plateada como la luna. en cuanto la
vi supe que debía tenerla en mi poder ya que, la aventura que me esperaba sería la más
épica de las que haya tenido hasta el momento.
Avanzando por el camino que me llevaría directo a mi objetivo me encuentro con un mago
que me advierte que más adelante se encuentran los ladrones de camino, un grupo de
rufianes bien organizados que acostumbran a robar a la gente que se atreve adentrarse en
sus terrenos, seguí avanzando luego de agradecer la advertencia. siempre con confianza ya
que llevaba conmigo la espada más hermosa y poderosa jamás forjada.
Llegue a una parte del sendero en donde se alzaban seguidillas de pequeños castillos de
unos diez metros cada uno, por los cuales se asomaban diversas personas para
observarme avanzar (si hubiera podido distinguir la cara de preocupación con la que me
miraban a medida que avanzaba me hubiera percatado del peligro que me esperaba más
adelante) cuando me faltaban dos castillos para salir de aquella área aparecen frente a mi
dos dragones enormes, tan enormes que me triplicaban la estatura, de sus fauces salía
fuego y el olor azufre que se impregnaba en mis fosas nasales era cada vez más
nauseabundo, sin miedo y dejando de lado la peste, empuñe mi espada y les hice frente
ambos, una vez que vieron mi espada ambos comenzaron a retroceder a tal punto que
entraron en el castillo del cual salieron y con la ayuda de mi espada cerré aquellos
aposentos, desde el interior ambos dragones rugían y exhalaban fuego. una vez
solucionado aquel problema que acomplejaba mi arduo viaje continué por mi senda
sabiendo que ya falta menos para llegar, cuando me interne en el bosque y a medio
camino de salir de aquel lúgubre lugar, me asaltan por sorpresa un grupo de sujetos los
cuales se identifican como los ladrones de camino y que a cambio de dejarme pasar me
piden a modo de ofrenda la espada que me acompañaba, a lo cual me negué
fervientemente y los desafié a un duelo a todos juntos en contra mía, al parecer les dio
miedo enfrentarse a mí ya que se rieron y me dejaron pasar sin ningún problema.
Cuando salí de la zona boscosa ya tenía cada vez más cerca nuestro destino final, veía
como el cartel de los aposentos a los cuales me dirigía se hacía más y más grande, y
cuando al fin esta lo bastante grande para leer lo hago sin ningún problema «Almacén
doña juanita», cuando lo hago boto mi espada que se convierte en una rama de árbol y
entro en el almacén, le compro a doña juanita el kilo de pan junto con un cuarto de queso
que me mando a comprar mi madre para tomar once, en el camino de vuelta me
encuentro en la plaza del sector al grupo de amigos de mi hermano mayor, cris, riéndose y
preguntándome por mi espada, hago oídos sordos y sigo caminando sin antes avisarle a
cris que la once estará servida en una hora más. cuando paso por los edificios de los cuales
salieron los dos perros inmensos, los veo aun encerrados en el pasillo de la primera torre,
aun ladrando y dando vueltas esperando que alguien los libere, paso riéndome porque por
fin pude sobrepasar el miedo a los perros que me acompleja desde hace un tiempo,
cuando un perro salto encima mío y me mordió el hombro por descuido de mi madre
cuando tenía cuatro años.
En la esquina de mi casa se encontraba el vecino nuevo, que había llegado al vecindario
hace menos de un mes con cara de preocupación, preguntándome si me habían
molestado o hecho algo aquellos niños que se encontraban en la plaza, cuando estaba a
punto de responder llego mi hermano por la espalda y le respondió que no se preocupara
que aquí todos me conocían y que además él era mi hermano mayor y todos esos chicos
eran sus amigos.
Cuando entro a la casa le aviso a mi madre que ya llegué y que traía todo lo que me había
pedido para la once.
Ni se imaginaba la aventura que acababa de vivir y eso que el almacén de doña juanita
queda apenas a dos cuadras de la casa.

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